lunes, 13 de octubre de 2014

GWHC10 La historia Secreta de Roy


 

 

Una calurosa noche a finales de julio, en unos apartados locales de las afueras de la ciudad, se congregaban numerosos individuos vestidos con túnicas negras que parecían escuchar absortos a otro de sus compañeros que vestía una túnica similar pero adornada con ribetes rojizos. Éste les hablaba en voz alta, arengándoles de la siguiente manera.

 

- ¡Hermanos, por fin va a llegar el elegido! Como se nos prometió desde hace tanto tiempo, él caerá de los cielos tal y como hizo nuestro supremo maestro.

- ¿Y cuándo aparecerá?,- preguntó uno de los acólitos con un tinte de desesperación. -

- ¿Como le reconoceremos?,- inquirió otro con marcado fanatismo. -

 

            Su jefe hizo espacio con las manos tratando de calmarles y respondió.

 

- La señal se verá en el cielo, él será enviado como un humano más y crecerá entre nosotros hasta alcanzar su madurez, entonces y sólo entonces, se revelará tal y como es. Hasta ese momento tendremos la responsabilidad de criarle y educarle para su misión futura.

- ¿Quiénes serán los elegidos? - Preguntó otro de aquellos individuos. -

- Una pareja de hermanos que se han ofrecido por el triunfo de nuestra misión. Ellos le criarán. - Señaló a dos figuras encapuchadas que se descubrieron mostrando los rostros de un hombre y una mujer maduros con aspecto de respetable matrimonio prosiguiendo con su explicación. - Lo adoptarán como si de su propio hijo se tratase. Así despertarán en él al emisario de nuestro maestro que abrirá la dimensión de la oscuridad en la Tierra.

 

            Todos los congregados lanzaron vítores a esta proclama y el jefe dio por disuelta la asamblea. Finalmente se marcharon y uno de ellos, tratando de aparentar serenidad y no ser visto, apagó el botón de una oculta cámara que escondía entre sus ropajes, quitándose la capucha que cubría su pelo rubio y también envolviendo la cámara con su sayal, dejando a la vista su porte delgado y esbelto, mientras abordaba su coche para marcharse de allí deseando poder grabar también la llegada de aquel enviado. Hubieron de esperar no obstante unos días a que en el cielo nocturno apareciera una destellante estrella fugaz que cayó a la Tierra. En un páramo alejado de la civilización. Tal estrella era en realidad una cápsula espacial que transportaba un pequeño bebé. Allí, lo esperaban un grupo de sectarios que le rescataron de su interior, pese a lo violento del choque y el cráter de varios metros que había abierto aquella cápsula tenía un sistema de protección tal que no solamente estaba intacta, además, el niño que estaba en ella seguía apaciblemente dormido. Tras rescatar a su ocupante del interior, uno de aquellos hombres con el bebé en brazos le preguntó a su jefe.

 

- ¿Por qué debemos dejar que lo adopten? Podríamos criarle nosotros mismos en nuestra Secta.

- Sí, claro - respondió su jefe algo irritado por semejante ocurrencia - ¿Y cuándo disolvamos las reuniones quien se haría cargo de él? ¿Cómo justificará su vida, papeles y documentos que precisa para pasar como un hombre corriente cuando crezca? No, faltan bastantes años todavía para que pueda cumplir con su cometido, debe ser criado como cualquier niño para no infundir sospechas, tendrá una vida normal hasta que llegue el momento de su despertar. - Tomó al niño de los brazos de otro sujeto y declaró. - Ahora le llevaré al centro institucional para huérfanos, nuestros encargados irán mañana mismo para adoptarlo.

- ¿Pero no llegará alguien antes?,- temió otro de los hombres para inquirir no sin inquietud -¿Qué ocurriría si lo adoptasen otros?..

- Eso no pasará- replicó el jefe con seguridad. -Todo está calculado, el centro cierra a las diez y lo llevaré de madrugada, no dará tiempo a gestionar ninguna adopción y mañana, nuestros padres adoptivos serán los primeros en llegar. Ya tienen todos los papeles y permisos que les acreditan como una familia idónea.

-Sí. - Agregó otro con satisfacción. - Nuestros contactos llegan muy lejos. Lo bastante como para lograr esos documentos.

-Pongámonos en marcha pues. - Arengó el jefe. -

           

            Dicho esto, se dirigió hasta un coche aparcado entre unas peñas y desapareció por el terroso camino de aquel solitario paraje. Llegó a las tres de la mañana, dejó al niño abandonado en la puerta. Llamando al timbre, se ocultó antes de que los encargados de vigilancia abrieran y aguardó hasta que entraron al bebé que se había despertado y lloraba.

 

- ¿Has visto? - Le dijo uno de los guardianes que sostenía al niño a un compañero que miraba asombrado - ¿Quién habrá podido dejarlo?, yo no vi a nadie.

- ¡Adivínalo! Alguna fulana de esas, - sonrió éste tratando de juguetear con el pequeño para que se callase. - El caso es que habrá que ponerle junto a los demás. Mañana daremos parte de su ingreso. Esta noche no me apetece rellenar papeleo.

- Bueno, nadie va a venir ahora a buscarle. - Convino el otro bostezando  de cansancio. -

 

            Dejaron al niño, por fin dormido, en una cuna de las que estaban libres y se fueron a dar la ronda de vigilancia. Aunque sin ellos darse cuenta eran observados por una figura que se camuflaba entre las sombras de la noche.

 

-Así que está aquí. Muy bien, esperaré a mañana para rastrear a dónde le lleven. - Musitó una figura embozada bajo un sayal. -

 

            A la mañana siguiente, muy pronto, tal y como estaba planeado, los sectarios se dirigieron a la clínica de adopción y llegaron justo a la hora de apertura, efectivamente eran los primeros. Sonrieron satisfechos con que todo iba sobre ruedas, pasaron a la recepción y allí fueron atendidos ya por el personal de turno de día.

 

- ¿Qué desean? - Les preguntó una simpática enfermera. -

- Veníamos a adoptar un niño, - explicó la mujer con gesto adusto. - Traemos aquí los papeles y queremos llevárnosle hoy mismo.

- Muy bien, están en regla. - Sonrió la enfermera consultando los papeles y dando su visto bueno. -Ahora vengan conmigo y les mostraré a su futuro hijo.

 

            Los dos sectarios siguieron a la chica hasta la sala de bebés, estaban muy contentos de cumplir su tarea a la perfección. Pero cuál sería su sorpresa al ver que la enfermera les entregaba un bebé y les decía con una gran sonrisa.

 

- ¡Enhorabuena, es una niña guapísima! Les felicito.

 

            Las caras de ambos se torcieron en unas desagradables muecas de contrariedad, la enfermera que lo advirtió les preguntó sorprendida.

 

- ¿Qué ocurre, algo no va bien?

- Nosotros queríamos un niño, - respondió secamente el hombre. -

- Pero según nuestros registros, les toca esta niña. - Repuso amablemente su interlocutora. -

- ¿Está segura?, creíamos que era un niño. - Le indicó la sectaria sin perder su aplomo. -

- ¿No habrán tenido algún niño nuevo que nos podamos llevar? - Le preguntó el hombre con un gesto inquisitivo -.

- No, aquí no consta que haya ingresado ningún niño, - repuso la sorprendida enfermera que especuló. - Quizás se han equivocado de centro.

- Nos dijeron que era este - explicó la mujer que daba la sensación de estar molesta y confusa -...

- Quizás es que no ha llegado aquí - repuso el hombre fríamente. - Tenemos que irnos para preguntar a nuestros asesores de adopción - Le dijo a la enfermera tratando de disimular su enfado. - Volveremos cuando se haya aclarado este asunto.

 

            Sin más despedidas la extraña pareja se marchó dejando a la enfermera atónita con la pequeña en sus brazos, ésta se limitó a encogerse de brazos y a salir llevando a la cría de regreso a la sala de neonatos. Los dos frustrados padres, volvieron al cuartel general de su secta.

 

-El plan ha fallado. No hemos encontrado al niño en ese lugar. - Informó el hombre. -

- ¡Eso es imposible! - Espetó su líder. - ¡Tenéis que encontrarlo como sea! O ya sabéis lo que os sucederá...

 

Ambos se miraron con horror. Les constaba que esas no eran simples amenazas sin fundamento. De modo que, asintiendo, volvieron a la búsqueda del niño con redoblados esfuerzos. El bebé requerido, mientras tanto, seguía durmiendo plácidamente en su cuna, apartado de allí. Estaba solo, en la zona ahora vacía de los críos que habían sido adoptados y a nadie se le había ocurrido reparar en su presencia. Los del turno de noche, cansados y deseosos de irse a sus casas, habían pasado por alto informar de él, esperando que se darían cuenta por la mañana. Fue entonces, cuando la jefa de enfermeras entró en aquella sala y advirtió los primeros lloros del bebé.

 

- Vaya ¿quién eres tú chiquitín? - Le susurró con dulzura - no te recuerdo de ayer.

           

            Levantó al niño en brazos y le meció hasta que éste pareció calmarse, pero eso sólo fue una impresión momentánea pues volvió a la carga con sus lloros, estaba claro que tenía hambre. La enfermera jefa le llevó consigo para darle un biberón y de paso informarse sobre su hora de llegada.

 

- Escuchad- les inquirió a las enfermeras de guardia que atendían la recepción en ese momento -¿De dónde ha salido este niño?, no estaba ayer  a  las ocho cuando acabé mi turno.

 - Pues no lo sabemos- le respondió una enfermera morena que escrutaba una hoja de entradas en el centro para afirmar. - Aquí no se registra ninguna llegada.

- De alguien debe de ser- le dijo la jefa de enfermeras preguntando -, ¿quién lo recibió?

- No consta en los registros, - le respondió la otra mujer que elucubró. - Debe de ser cosa de los enfermeros de noche. ¿Qué hacemos, les avisamos?

- Déjalo. Si no está registrado sería un lío. Yo misma le inscribiré como llegado esta mañana de padres desconocidos. Vamos a ver.

 

Se hizo con un cuadernillo de notas y apuntó la hora y el sexo del bebé. Luego se alejó a largos pasos por el corredor. Estaba ansiosa de llamar a su amiga Marsha. Llegándose hasta una cabina y cerciorándose de que nadie los escuchaba marcó el número y aguardó los tonos de la línea telefónica.

 

-Vamos, es una ocasión de oro. Tenéis que descolgar. - Musitaba entre dientes en tanto esperaba. -

 

            En el hogar de los Malden sonó el teléfono. John Malden, hombre de mediana edad, pelo castaño y unos inquisitivos ojos azules, estaba tumbado en el sofá y seguía muy entusiasmado las evoluciones de los Knicks, aquel año la temporada se prometía muy interesante. Ni siquiera se enteró del insistente timbre de la señal de llamada. Fue Marsha, su esposa, la que tuvo que salir de la cocina con el delantal.

 

- Oye John ¿es que no escuchas el teléfono? - Le reprendió de firma cansina, aburrida de tener que salir siempre a atender ella las llamadas. -

- ¿Qué teléfono?,- le preguntó él sin percatarse aún. -

- Déjalo- dijo ella resignada y descolgando el auricular contestó. - Dígame.

- ¡Hola Marsha! - Escuchó decir a una voz femenina muy familiar. -

- ¡Ah!, hola, Ruby - respondió esta visiblemente animada. - Dime, ¿tienes noticias?, ¿sabes si nos ha llegado el turno?

- ¡Mejor que eso! ¡Os puedo asegurar que aquí tengo un niño esperándoos! Pero debéis venir rápidamente a por él.

- ¿De verdad?,- chilló Marsha entusiasmada dirigiéndose a su esposo. - No puedo creérmelo. ¿Lo has oído, John?

- ¿El qué?,- repuso éste de mala gana mientras trataba de seguir los comentarios de una nueva canasta de su equipo. -

- ¡Que ya tenemos un niño! - le gritó su mujer totalmente eufórica. -

- ¿Cómo dices?,- exclamó él saltando del sofá acercándose hasta el teléfono que Marsha tapaba ahora con una mano. - ¿Te he oído bien?

- Ruby dice que tiene uno esperándonos. Pero que debemos ir lo antes posible. - Añadió su mujer urgiéndole con impaciencia. -

- Pues me pongo la chaqueta y unos pantalones y salimos. - Sentenció John olvidando completamente el partido. -

 

            Y dicho y hecho, tras colgar el teléfono diciéndole a Ruby que ambos iban para allá, se vistieron adecuadamente y salieron al punto. En coche se tardaban casi tres cuartos de hora en llegar. El hospital estaba lejos, y a los dos se les hizo incluso más largo aquel camino, las ganas de tener al niño, la emoción y el miedo a que otra pareja se les adelantase, se mezclaban en ambos que casi ni se atrevían a cruzar palabra. Habían estado casi dos años esperando. Desde que supieran que ella no podía tener hijos habían decidido adoptar uno, pero los trámites eran interminables y la lista de espera muy larga. Además, casi todas las parejas deseaban un bebé, ellos también en un principio, pero con el tiempo ya casi les daba lo mismo y ahora, en un golpe de suerte lo tenían ahí, a su alcance. John aceleró cuidando de no rebasar el límite de velocidad, una simple multa podría estropearlo todo. Los tribunales de concesión de adopciones eran muy severos hasta con el más ínfimo detalle. Por fin, llegaron al centro. Aparcando en el primer sitio que encontraron se precipitaron fuera del coche y corrieron hasta el hospital. Entraron a la sala principal donde ya les esperaba Ruby.

 

- Habéis corrido- dijo ella mirando su reloj con visible asombro. - Hace apenas una hora y cuarto que os llamé.

- ¿Y el bebé? - le preguntó Marsha entre expectante y angustiada - Sigue aquí, ¿verdad?...

- No temas por eso- sonrió Ruby para quitarle toda preocupación respondiendo. - Por si acaso le aparté de la sala de descanso hasta que llegaseis, anda venid. - Les pidió con algo de premura y disimulo. -

 

            Les condujo a través de ese intrincado laberinto de asépticos pasillos hasta una pequeña habitación casi oculta al final de un ramal de servicio. Abrió la puerta y les indicó que entrasen.

 

- Ahí le tenéis. - Señaló una cunita en la que se podía ver sobresaliendo de las sábanas, la calva cabecita de un bebé que dormía. - Veréis. - Les explicó. - Entró ayer sin que fuera registrado. Una pareja que os antecedía por puntos en el orden de adopción no supo de su existencia. Se les ofreció una niña y la rechazaron. Estaban empeñados en que querían un niño. Por eso ahora os lo puedo entregar a vosotros. Le inscribiré cuando hayan pasado las parejas que tenéis por delante. Por eso estaba deseando que llegaseis. Por si ellos volvían. O veía cualquier otro.

 

Era un riesgo desde luego. Vieja amiga de la infancia de Marsha, Ruby se jugaba su empleo e incluso podría ir a la cárcel. Pero sabía del deseo de su amiga y de su tristeza. Deseaba ser madre más que ninguna otra cosa. Y con la puntuación que tenían, amén de las entrevistas y trámites podrían tardar años. Eso sin mencionar la suerte de que pudieran optar a un recién nacido.

 

- ¡Oh, gracias! - Suspiró una emocionada Marsha, haciendo cargo de todo aquello. -

-Mi madre también se hubiese alegrado mucho. ¡Ojalá hubiese podido conocer a su nieto! - Convino un asimismo felicísimo John. -

 

Y es que él sabía bien lo que se sentía al ser adoptado. Fue criado por el segundo esposo de su madre, del que recibió el apellido. Ahora él iba a ofrecérselo a esa criatura. Era casi como instaurar una especie de tradición.

 

-Parecemos la familia de los emperadores Antoninos, adoptando hijos en lugar de tenerlos. - Se dijo, recordando algo de sus clases de historia. -

 

            Aunque lo que más le ilusionaba era observar el gesto radiante de su mujer. La pareja en efecto se quedó embelesada mirando al niño, el bebé por el que tanto habían suspirado. Era un sueño hecho realidad y a Marsha le dieron ganas de llorar, no podía contenerse y tuvo que pedirle a John el pañuelo para enjugarse las lágrimas.

 

- Bueno, ¿traéis los papeles?,- les inquirió Ruby. -

- Sí, de eso me he ocupado yo. - Intervino John que se mantenía algo más sereno en aquellos instantes. - Aquí están- sacó una carpeta de cartón que abrió con desenvoltura, allí, guardaba todos los certificados relativos a la petición de adopción y los correspondientes permisos.

 

Tenían la aprobación de la junta desde hacía más de seis meses. Les habían considerado como una familia apta, aunque el inconveniente era encontrar un niño o niña que darles. Existían demasiadas parejas por delante. Durante mucho tiempo habían aguardado y pese a que ya casi llegaba su turno la desesperanza y la frustración habían hecho presa sobre todo en Marsha. John trató de animarla en lo posible pero su esposa estaba cada vez más deprimida. Y ahora al fin ese problema se había resuelto, aunque de un modo algo irregular. Era una gran suerte que ese pequeñín hubiese hecho su aparición precisamente ahora.

 

-Por suerte, el niño oficialmente no está aquí todavía. - Les mencionó Ruby, comentándoles lo sucedido con una pareja que llegó algo antes que ellos. - Querían un niño a toda costa, de haber visto a este hubiera sido muy difícil que no se lo hubieran llevado.

-A mí ya me daba igual eso. - Sonrió Marsha, pese a todo agregando. - Pero este bebé es un sueño, ¡es precioso! Y parece que hubiera estado esperando por nosotros.

 

John y Ruby sonrieron, y la enfermera comentó.

 

- Sólo tengo que firmároslos yo y el médico encargado de guardia, teóricamente si os hubiera correspondido el turno este niño tendría que haber sido oficialmente admitido desde esta mañana. Por eso no constará en los archivos de entrada. Haremos ese papeleo cuando os toque el turno, dentro de unos meses. Así os lo podréis llevar ahora mismo sin que se detecte la irregularidad. Vamos, - les pidió con cierta intranquilidad - debemos cumplimentar los formularios, ya les pondré fecha posterior más adelante.

- ¿No podría quedarme junto al bebé? - Le pidió Marsha obviamente deseosa de no separarse del que ya consideraba como su pequeño. -

- Sí, claro. Podemos ir John y yo. - Le respondió Ruby comprensiva. - No tardaremos mucho.

 

            Ambos salieron de la habitación y Marsha se quedó mirando al niño, éste abría su boquita tratando de despertarse. Después pareció entornar sus ojos y comenzó a moverse de una forma más espasmódica. Marsha le dejó uno de sus dedos para que se aferrase con la manita. Ella sonreía a la par que el bebé jugueteaba con su mano.

 

- Desde ahora ya verás que bien vamos a llevarnos tú y yo,- le susurró ella con una voz muy cariñosa. - No sabes cuánto te he estado esperando, pequeñín. Eres la cosa más bonita que he visto nunca. Mi niño.

 

            Y absorta en la contemplación de aquella criaturita ni se percató del tiempo transcurrido hasta que al fin Ruby y John reaparecieron con los papeles en orden.

 

- Bueno ya está- dijo él con una amplia sonrisa dejando escapar al fin sus emociones. - Podemos llevárnoslo.

- ¿Ya está?,- repitió Marsha incrédula, insistiendo para cerciorarse - ¿Así, sin más?...

- Sí, puedes creerlo - sonrió también Ruby instándoles de modo jovial - ¡Anda!, lleváoslo ya…

 

            Llenos de felicidad los dos esposos sacaron al niño de la cuna y le envolvieron en una manta. Despidiéndose con un abrazo de Ruby subieron al coche y Marsha le llevó en su regazo sentada en el asiento trasero. El bebé no lloró en todo el viaje, sin embargo, justo llegaron a casa comenzó a berrear a pleno pulmón.

 

- Debe tener hambre, pobrecito- dijo ella depositándole en una cuna que tenía preparada desde hacía ya casi dos años. - Ahora mismo le pongo un biberón.

- Lávalo primero- le recordó John - ¡Hace tanto tiempo que lo guardamos que debe estar hasta mohoso! - Comentó en tono de broma. -

- ¡No seas tonto! - Le reprendió ella de forma cariñosa pues estaba tan feliz que nada podía hacerla enfadar -

- Ojalá que mis padres vivieran para ver esto - sonrió John con un toque de nostalgia -.

- En eso somos iguales que él- convino Marsha, recordando lo que su esposo sabía tan bien. -Tu padre y el mío murieron en la guerra.

- Y mi madre cuando yo tenía sólo veinte años. - Añadió John con un poso de tristeza. - Después, mi padre adoptivo. Un infarto se lo llevó el año siguiente.

- La mía deseaba tanto poder ser abuela. Si tan sólo hubiéramos tenido el niño un año antes habría conocido un nieto. - Se lamentó Marsha acunando al bebé. -

 

Desde luego, los dos pasaron por una temprana juventud bastante dura. Apenas sin familiares. Siendo hijos únicos se quedaron solos muy pronto. Quizás eso fue lo que les unió. John conoció a Marsha Cadwell cuando esta trabajaba en los archivos del Estado de California. Desde que era niño supo de la muerte o, mejor dicho, desaparición de su padre, un tal Harold Drexler, quien luchó en varias batallas de la Segunda Guerra Mundial y se le perdió todo rastro en Iwo-Jima. Él siempre quiso indagar, con la esperanza de que todavía estuviera vivo. Su madre, Ethel, guardaba fotografías de aquel hombre y John investigó llegando así a conocer a la que ahora era su esposa. Ella se interesó mucho por esa historia, no en vano su padre murió en el mismo conflicto bélico, aunque en el frente europeo. Así, tras ayudarle en sus pesquisas se fueron enamorando, y aunque nada pudieron averiguar sobre lo que le sucedió a Harold, salvo por un nombre, el de un japonés llamado Kenshiro Mizuno, a quién no pudieron localizar, acabaron casándose. Luego de un tiempo, descubrieron que Marsha no podría tener hijos y comenzaron a pensar en la adopción. Tras muchos sufrimientos y vicisitudes ahora tenían al fin, el fruto de tanto esfuerzo. Solamente lamentaban el no poder presentarle aquel niño a los que hubiesen sido sus abuelos.

 

- Bueno, no nos pongamos tristes- repuso él con un tono de voz mucho más animado pese a todo, afirmando. - Seguro que nuestros padres nos contemplan desde el cielo y que esto les hará muy felices.

- Sí, es verdad. - Asintió Marsha recobrando su semblante alegre. -

 

            El bebé comenzó a llorar de nuevo y los dos rieron, ¡casi se les olvidaba!, tenían que alimentarle como era debido así que prepararon el biberón.

 

- ¿Cómo le llamaremos?- Quiso saber ella.-

-Es una buena cuestión. Vamos a pensarlo porque no aparecía con ningún nombre y tendremos que inscribirle en el registro. - Repuso John. -

-Recuerda hacerlo cuando Ruby nos diga, o podríamos ponerla en un aprieto. - Le remarcó su esposa-

 

John asintió y mientras la nueva mamá le dio el biberón al crío. Éste se lo bebió todo, ¡realmente tenía hambre el pobre!, de esta forma se quedó mucho mejor y se durmió nuevamente. La pareja le contempló llena de felicidad.

 

-Es nuestro sueño hecho realidad. - Sonrió Marsha. - Tras tantos sinsabores.

-Al fin la vida ha decidido compensarnos un poco. - Remató su esposo. -

 

Por suerte para ambos eran ajenos totalmente al revuelo organizado en la sede de la secta, que buscaba al niño de forma desesperada. Uno de los jefes increpaba a todos los acólitos que tenía cerca, estaba furioso y temía el castigo de sus superiores.

 

- ¡Vamos, buscadlo, removed cielo y tierra pero le quiero en nuestras manos antes de dos días! ¡De lo contrario nadie escapará del castigo!

 

            Lo mismo que sus compañeros, que habían sido destinados a adoptar a ese pequeño, los demás sectarios estaban muy asustados de aquellas amenazas, que sabían no eran infundadas. Así pues, se dispersaron por todos los hospitales de la ciudad tratando de dar con el paradero del bebé. Pero para su desgracia no lograron sino conjeturar sobre la identidad del pequeño, pues varios niños habían sido inscritos por los centros de toda la ciudad entre la noche de ayer y esa mañana. Nada más se lo notificaron a su jefe este parecía querer estallar de enfado, pero lo único que hizo fue callar aterrado cuando llegaron ante él tres hombres cubiertos por una especie de hábitos de monje que ocultaban sus caras.

 

- Maldición, los maestres. - Pensó sin poder ocultar su temor - ¿Como voy a decirles que hemos perdido al niño?

 

            Pensaba en esto con visible temor cuando aquellos siniestros individuos se llegaron lenta pero inexorablemente hasta él.

 

- ¿Y bien? - le preguntó el primero de ellos - ¿Dónde está el enviado?

- No hemos recibido el informe de su llegada y ya deberíamos tenerlo. - Añadió otro de estos con un tono irritado en la voz. -

- Yo, bueno..., dejad que os explique. Los padres adoptivos no supieron dar con él. El niño no constaba en los registros y estamos buscándole por toda la ciudad. - Respondió el aludido con voz trémula. -

- ¡Eres un inútil! - le gritó el tercero de los maestres para interrogarle. - ¿Sabes lo que significa perder al enviado? - Sin darle tiempo a su interlocutor ni a farfullar una contestación añadió. - Significa el fracaso, y el fracaso conlleva el castigo y el castigo es la muerte.

- ¡No, por favor! - gimoteó el líder realmente aterrado. -Os lo ruego, dadme tan sólo unos días más. Le encontraremos, os lo aseguro, aunque tengamos que ir casa por casa de todo este condado...

- ¡Más te vale que así sea!,- le espetó el primero de los maestres añadiendo con tono malévolo y casi de regocijo. - En caso contrario serás castigado como mereces y seremos nosotros los que nos ocupemos del tema.

- No os fallaré. Os doy mi palabra- les aseguró el líder temblando de miedo. -

- Eso espero, por tu bien. – Agregó el segundo de los maestres asegurando con tono cortante. - Porque nosotros sí que no fallaremos para darte tu merecido.

 

            Y los maestres se marcharon dejando transcurrir tres días, pero en este tiempo y pese a todos sus esfuerzos el líder del grupo sectario no logró encontrar al bebé. Al cabo del plazo, pagó su error apareciendo ahogado bajo las aguas del puerto, atado a una roca. Los supuestos padres adoptivos siguieron un destino similar, pereciendo en “un accidente de tráfico”. Los Malden mientras tanto cuidaron al niño a salvo de las maquinaciones de aquellos perversos maestres que ya se afanaban en su busca, pero gracias a que Ruby había tramitado la adopción “olvidándose” de cursarla en los archivos hasta que les llegase el turno a sus amigos, no localizaron el paradero del niño. Entre tanto, y cuando finalmente, avisados por la enfermera, pudieron llevar a cabo los trámites, Marsha y John decidieron bautizar también al pequeño y ponerle por nombre Robert, en honor al padre de ella. Pasaron dos años, se mudaron desde los Ángeles a Nueva York por motivos de trabajo y el bebé se convirtió en un niño que había pasado ya de dar sus dubitativos primeros pasos y de balbucear sus primeras palabras a ser un auténtico torbellino de actividad. Con unos grandes ojos verdes muy observadores y un bonito pelo castaño claro, era el auténtico rey de la casa.

 

- Este Roy - Pues así le llamaban cariñosamente Marsha y John a su hijo ya que únicamente era capaz de balbucear su propio nombre de este modo. - Crece casi por días, dentro de poco ya no le valdrá la ropita del mes pasado.

- Cuando le llevé al médico a que le reconociera me dijo que iba a ser bastante alto. - Sonrió John lleno de satisfacción añadiendo. - ¡Ya le estoy viendo jugando en los Knicks!

- No empieces de nuevo con el dichoso baloncesto- le regañó Marsha, aunque en un tono muy suave para declarar. - Ante todo el niño debe estudiar y hacerse un hombre de provecho.

- ¡Y estudiará! - rio John - ¿quién ha dicho lo contrario?  En una buena universidad donde juegue en un equipo campeón, y luego a la NBA a ser rico y famoso. E invitará a su padre a la primera fila para verle jugar.

- ¡No tienes arreglo! - rio Marsha también indicándole jovial.  -Anda, vete a buscar a tu campeón y traerle aquí, antes de ganar anillos tiene que cenar…

 

            John asintió y se dirigió a la habitación del pequeño Roy que andaba entretenido con sus juguetes, entre los que se contaba la pequeña pelotita de baloncesto que su padre le había comprado.

 

- Vamos hijo a cenar. - Le dijo John agachándose para levantarlo. -

- ¡Tero jugá! - le respondió Roy sujetando un osito de peluche. -

- Vamos, o te quedarás sin ver los “Teleñecos” - Le advirtió su padre. -

 

            Al oír eso el pequeño se levantó lo más deprisa que le permitieron sus piernecillas, pese a perder casi el equilibrio se las arregló para correr hacia el salón, donde su madre le aguardaba con una mesita que sujetaba una silla especial para darle de comer. Una vez puesta la tele y mientras la rana Kermit, Miss Peggy y compañía hacían de las suyas era sencillo meterle la papilla en la boca. Roy contemplaba embelesado las aventuras de aquellos simpáticos muñecos. Media hora más tarde tocaba acostarle y Marsha, siempre solícita, le leía un cuento o le contaba cualquiera que inventase. Así, lejos de sospechar que el niño seguía siendo buscado pasaron dos años más. Roy entró en la guardería y más adelante en preescolar, tenía una innata habilidad para todo lo que significara ejercicio físico y además era un chico muy despierto. Para premiar su buen comportamiento, y el día de su cuarto cumpleaños (en realidad el aniversario de la fecha en la que le adoptaron, pues desconocían la de su nacimiento real). Sus padres le llevaron por vez primera al cine. Roy estaba entusiasmado, aquella era una televisión gigante, pensaba, además todo estaba a oscuras y había mucha gente. John quiso llevarle al estreno de “Superman” Esa era una película estupenda según había oído, él mismo era un fan del personaje, había leído tebeos desde niño y visto todas las series de televisión. El protagonista era desconocido, aunque rodeado de un excelente reparto, y supo estar a la altura con una estupenda interpretación. Se puede decir que los tres disfrutaron mucho. Roy estaba anonadado y no despegó los labios en toda la película, ni tan siquiera para pedir palomitas o refresco. ¡Ese hombre que volaba era increíble! Decidió que de mayor él sería así también. De todas formas, aun no sabía volar, pero eso no importaba, seguro que su padre le enseñaría.

 

-Yo quiero ser como Superman. - Declaró convencido, alegando eso sí, con alguna duda. - Pero no tengo capa…

- ¡Ja, ja! - Rio su padre francamente divertido por esa ocurrencia para responder. - No te inquietes hijo. Eso se puede conseguir…

 

            Al volver a casa, Roy se quedó rendido, había sido un día muy largo y su padre le llevó en brazos a su cama y le acostó. John sonreía abrazado a Marsha y ambos contemplaban al niño dormir con un gesto de felicidad infantil en su carita.

 

- Quisiera saber qué estará soñando- decía en voz baja ella. -

- Supongo que con la película- conjeturó su marido. -

- No sé- respondió Marsha - ¡Ojalá que sea algo bonito y que se haga realidad! por mi parte ya tengo todo lo que siempre había deseado. ¿Sabes John?, muchas veces creo ser yo la que sueña todavía. ¡Tuvimos tanta suerte!

- Así es, y debemos estarle agradecidos a Ruby. - Reconoció él. -

- Desde que la trasladaron de hospital no la hemos vuelto a ver. - Recordó Marsha añadiendo con el deseo de que así fuera. - Espero que esté bien.

- Seguro que sí- respondió John - ten en cuenta de que se fue al sudoeste. Eso está en la otra parte del país. Apostaría dos contra uno a que recibiremos alguna carta suya no tardando mucho.

- Ojalá- dijo Marsha, recostándose en el pecho de su marido. -

- Ha sido un día largo- suspiró John añadiendo con tono cansado. - Lo mejor será que vayamos a acostarnos nosotros también.

- Sí, - concedió ella. -

 

Y así ambos se retiraron a descansar cerrando la puerta de la habitación de Roy. Entre tanto, en un despacho situado en un edificio de la ciudad tres hombres mantenían una importante discusión, uno de ellos moreno y no muy alto les decía a los otros dos.

 

- Logré trasladar a la enfermera que lo recogió, de este modo no podrán localizarla fácilmente para indagar. El niño está a salvo entre una familia normal.

- ¡Gracias a Dios!-  repuso otro de más edad a juzgar por su barba y cabellos grises que agregó. - Quiera el Señor que esos malvados no lo encuentren nunca.

- Debemos impedirlo- sentenció el otro, un individuo rubio y espigado afirmando con determinación. -Aunque nos cueste la vida. Para eso somos el grupo de los guardianes.

-Ya fallamos la vez anterior. - Le recordó el hombre de pelo gris. -

-En realidad, no fue un fallo nuestro. Cuando estuve infiltrado en la secta esos tipos le llevaron a aquel hospital y me quedé vigilando toda la noche. - Relató el tipo rubio. -

-Sí, - convino el moreno recordando. - El plan era haber interceptado a los sectarios destinados a criarle, localizar su residencia, y secuestrar al bebé para evitar su maligna influencia en el niño. Pero, por suerte, alguien debió de adelantárseles y les quitaron el crío en las narices. - Proclamó con satisfacción. -

 

Aunque el hombre de cabellos canos no parecía tan entusiasmado y le recordó.

 

-Lo malo es que, tanto ellos como nosotros, desconocemos el paradero de ese bebé. Y tenemos que localizarlo a fin de poder trabajar en él. Ya sabéis que es muy arriesgado dejar que la naturaleza siga su curso. Esté alienado por la Secta o no.

-Pero tenemos una ventaja crucial sobre ellos, el informe de adopción original, con datos de los adoptantes. - Recordó el tipo de pelo moreno. -

 

Sus compañeros asintieron, finalmente fue el rubio quien, tomando la palabra, rememoró.

 

-Durante estos cuatro años hemos logrado que no localicen al niño, yo mismo tuve hacer desaparecer los informes de su adopción. Gracias a que vigilé el lugar y me colé dentro tuve acceso a los archivos, y algo no cuadraba. Vi uno con los datos de una pareja que iba a adoptar a un bebé, pero no estaba tramitado todavía y carecía de fecha.

-Pudiera haber estado en proceso. - Opinó el tipo de pelo moreno. -

-No, no suele hacerse así. - Desestimó el rubio, añadiendo. - No fue difícil indagar y saber quiénes eran los padres. Por suerte me anticipé a los sectarios e hice desaparecer ese informe tan pronto trasladamos a aquella enfermera que lo redactó.

-Lo de trasladarla fue más difícil. - Terció el hombre de pelo cano. -  Ellos tienen contactos en el sistema de salud y adopciones también. Afortunadamente, no fueron tan meticulosos como tú. - Le dijo al tipo rubio que sonrió. -

-De todos modos, introduje un informe falso para despistarles, caso de que lo hubieran sido. - Afirmó triunfalmente este. -

- Aun así, no debemos cantar victoria. Será cuestión de tiempo que aten cabos y rastreen hasta dar con ella. - Comentó el de cabello moreno. -

-Bueno, -replicó su interlocutor, el tipo rubio. - Tampoco podrán sacarle nada porque nada sabe.

-Pero no ignoras los crueles que son, eso no los detendrá a la hora de dañar o eliminar a esa pobre mujer. - Le recordó su compañero. -

- Es cierto. - Suspiró el rubio con pesar, aunque agregando algo más animosamente. - Solamente espero que no les interese buscarla. No tendrían por qué relacionarla. En cuanto al crío, tengamos en cuenta que no alcanzará su verdadero potencial hasta que termine su desarrollo. No tendremos por qué preocuparnos hasta entonces.

- Ya os he dicho que no debemos confiarnos- le dijo el más viejo. - Mientras más tiempo permanezcan lejos del niño tanto mejor. Lo malo sería que cayese en sus garras y le pervirtieran con sus macabros ideales. Yo mismo iré en su busca y velaré tan cerca de esa familia como me sea posible.

- Contamos con usted- suspiró el moreno aliviado - ¡Ojalá que, con la ayuda de nuestro Señor logremos mantener a ese niño fuera del alcance de esa secta para siempre!

 

            El hombre de pelo cano asintió y dio por cancelada la reunión, más tarde se puso una gabardina tapando su alzacuello y salió del despacho tras percatarse de que no le habían seguido. Sus precauciones estaban justificadas pues tuvo que despistar a dos individuos de aspecto sospechoso. Por suerte, se trató de una falsa alarma.

 

-Lo malo de esto es la zozobra, no se sabe quién puede formar parte de esa secta. - pensaba. -

 

Y eso pese a que nunca se reunían dos veces en el mismo sitio. Por precaución transitó por calles aleatorias, siempre con gente. Cuando estuvo seguro de haberlos perdido se dirigió hacia las afueras de la ciudad.

 

-Ya es hora de viajar. - Se dijo. -

 

Tomó un tren rumbo a los Ángeles, allí le esperaba su nueva casa, colindante a la de los Malden. A los que se había dedicado a buscar durante los últimos meses, logrando al fin hallarles. Ahora, al llegar, se presentó a ellos como su nuevo vecino, el recién llegado sacerdote de la parroquia, lo que alegró mucho a Marsha que era una católica practicante.

 

-Espero verla por misa entonces. -Le dijo él. -

-Cuente con ello, padre... - Convino con gusto Marsha. -

-Padre James. - Se presentó el sacerdote. -

 

El sonriente cura enseguida se interesó por el pequeño Roy. Marsha le invitó a tomar el té ante las reticencias de John que no era demasiado entusiasta de la iglesia.

 

-No me gusta. - Despotricaba ante la perplejidad de su esposa. - Los tipos con alzacuellos siempre están queriendo catequizar a todo el mundo.

- ¡Oh, John! - Replicó Marsha entre conciliatoria e incrédula. -  Parece un hombre muy amable y a nuestro hijo le vendrá muy bien una buena educación cristiana.

-Ya veremos. - Se limitó a musitar su marido. -

 

El padre llegó puntual y charló de forma distendida con la familia, hasta John tuvo que reconocer que era un tipo agradable. Roy por su parte, le preguntó por los ángeles, papá Noel y demás cosas que pueden interesar a un niño de su edad. El padre le contó fábulas de la Biblia que el niño escuchó muy interesado. Cuando el cura se fue, John le dijo a su mujer.

 

- Sí, bueno, no es mal tipo, pero ya te lo he dicho, no me gusta la forma de pontificar que tienen los curas, siempre están hablando de lo suyo.

- Pero John, es un hombre muy educado y simpático y fíjate como ha estado con Roy, el niño no se despegaba de él. - Opuso ella con tono conciliador. -

- Sí, y eso no me parece mal, pero tiene la habilidad de arrimar la ascua a su sardina y lo que no quiero es que trate de meter al niño en cosas de curas. - Contestó John desconfiadamente. -

-¿Pero de que cosas hablas?,- rió Marsha -.

- Monaguillos o catequesis o esas cosas. - Repuso su marido con poco entusiasmo. -

- No es esa su intención, además, aunque fuese así. ¿Qué tendría eso de malo? - Le inquirió Marsha sin comprender aquella aprehensión, incluso denotando su agrado por tal posibilidad. -

-¡Oh Marsha! , que te veo venir, a ti te gustaría meter al chico en esas cosas.- Aseveró John que conocía de sobra a su esposa. -

- No seas ridículo. Roy es todavía muy pequeño, pero, cuando crezca un poco más no le vendría mal una buena educación cristiana. - Insistió ella con total convicción. -

- Será mejor que dejemos el tema- dijo John algo molesto. -

 

            Marsha sabía que su marido no era nada amigo de esas cosas así que lo dejó pasar. John no hablaba mucho sobre ello, pero Ethel, su madre, sí que fue muy devota. Lo mismo que Harold, el padre biológico de su esposo. Y se quejaba de que eso no les ayudó a ninguno de los dos.

 

-No debería echarle la culpa a Dios de aquello. - Suspiró la mujer. - Fue su voluntad. Y no podemos hacer nada contra eso. Como también ha querido darnos a nuestro hijo…

 

Y no le comentó nada más a su esposo, pero ella sí que fue puntualmente a escuchar misa desde entonces. Pasaron así dos años más. Roy entró en la primaria y pronto destacó en las actividades físicas. Era un rayo corriendo y tenía mucha fuerza para su edad. Su padre le llevó al estreno de más películas y le enseñó a jugar al baloncesto montando una pequeña canasta en el jardín. El padre James, siempre en su labor de buen vecino e incluso amigo de la familia, seguía con su vigilancia al pequeño y por fortuna en esos años no había tenido ningún indicio de actividades de los sectarios. Al menos sí que logró que el crío participara en el coro de la iglesia. Y demostró tener una buena voz. Le gustaba la música y cantar. Hasta aprendió a tocar algo la guitarra en las reuniones de la parroquia, cuando iban a ensayar. Tuvieron que pasar otros dos años más para que el hombre moreno, que era director de la red de hospitales de la costa este, avisara al padre James de que los secuaces del maligno habían dado con una pista para localizar el paradero del niño. El propio señor moreno (pues se denominaba así para no dar su verdadero nombre), debía esconderse pues los ojos de sus enemigos se habían puesto en él.

 

-No podemos contar con más ayuda. Al menos de momento. - Le dijo ese tipo. -

 

El padre James suspiró, no tardando en decirle a su compañero.

 

-Debes tener cuidado. Quizás deberías cambiar de aires.

-Demasiado tarde. Creo que ya me tiene localizado. - Admitió ese hombre con verdadero estoicismo, alegando del mismo modo valeroso. - Pero no dejaré que llegue a vosotros a través de mí.

 

Así se despidieron. El cura, preocupado, decidió intensificar la vigilancia, y un día habló con el pequeño Roy, que ya contaba ocho años. Le encontró tirando a canasta en el jardín, el chico le vio y le saludó enseguida.

 

- Hola padre James, - saludó el chaval dejando el balón bajo la canasta. -

- Hola Roy- sonrió el padre que le preguntó animadamente. – Que ¿dándole al baloncesto?  A este paso llegarás pronto a la NBA.

- Eso dice mi padre- contestó el niño con una amplia sonrisa añadiendo con entusiasmo. - Yo rezo mucho para que Dios me ayude a conseguirlo.

- Seguro que te ayudará- le contestó el sacerdote con aprobación eso sí, matizando también. - Pero para eso, además de entrenar, debes seguir el camino recto. Ya sabes, portarte bien y no cometer travesuras.

- Eso me lo dice mi madre también, ¡dice que el diablo no descansa y siempre me quiere tentar para hacer trastadas! - Se rio. -

 

Desde luego, no era para menos ya que era muy aficionado a cometer alguna que otra de estas. Algunos cristales rotos y otros estropicios varios le habían traído castigos y regañinas, aunque él no lo hacía con mala intención.

 

-Fue la pelota que rebotó mal y rompió la ventana de los Jefferson. - Se decía tratando de quitarse la culpa. -

 

Entre tanto, el padre, ya con tinte más serio, le aconsejó.

 

- Y es verdad, debes tener mucho cuidado con el diablo y con sus enviados. Nunca confíes en nadie que no conozcas, hijo, pues el demonio siempre está listo para enredar.

- Sí, padre- contestó Roy sin darle mucha importancia. - Voy a seguir entrenando un rato, hasta luego- saludó con la mano y se fue a tirar otra vez. -

 

            El padre James suspiró y se alejó de allí observando como el niño hacía entradas a canasta.

 

-El pobre no tiene idea de lo especial que es. Y por suerte sus padres tampoco. Espero que siga siendo así.

 

Por su parte los sectarios seguían buscando, no se habían rendido en ocho años y por fin, comenzaban a obtener el fruto de tanta dedicación. Uno de ellos había obtenido la dirección de los Malden de quienes, tras años de indagaciones, tenían serias sospechas de que pudieran ser los padres adoptivos del enviado. Por suerte, el hombre moreno estaba enterado de sus pesquisas y se las arregló para desorientarles durante al menos un par de años, pero al fin, los maestres habían dado con la dirección correcta. No les llevó mucho tiempo descubrir que era ese hombre el que les había retrasado y decidieron acabar con él. Aunque este vendió cara su vida llevándose a alguno por delante, no sin antes destruir cualquier documento comprometedor. Sólo quedaba aquel espigado chico rubio, que por el paso de los años era ya más corpulento. El padre James decidió entrevistarse con él, ambos quedaron en un solitario parque varios días después.

 

 - Bueno- le dijo el rubio que simulaba leer distraídamente un periódico sentado en un banco junto al cura. - Hasta ahora pudimos despistarles, pero hemos perdido a uno de los nuestros y ya han encontrado a la familia ¿qué vamos a hacer ahora?

- Por el momento nada- repuso el padre comentándole de seguido. - El próximo año le daré la comunión. También le haré un bloqueo hipnótico especial para que su personalidad oculta no salga a la luz.

- ¡Ojalá lo consiga, padre! - Le animó el rubio. - Si hay alguien que pueda ese es usted. Tiene los contactos y los conocimientos necesarios y, además, ahora estamos solos, Anthony también ha debido irse por seguridad después de esto.

 

Agregó con abatimiento sacando una hoja de periódico que llevaba doblada en un bolsillo de su pantalón, el padre James leyó quedando impactado.

 

- Director Sanitario de la costa oeste se suicida en su cabaña de campo, tras descubrirse su complicidad en adopciones irregulares". Eso quiere decir que le encontraron, ¡pobre hombre!, sólo podemos rezar por él.

- Tengo miedo, padre- le confesó el rubio con un susurro. – Cuando comenzamos esta misión creía que con alejar de ellos al niño bastaría, pero son implacables. Y lo peor es que si esa familia no se marcha de aquí, les encontrarán muy pronto.

- Yo me encargaré de velar por su seguridad- le aseguró el párroco. - No debes temer nada, tú puedes irte si quieres, ya has hecho bastante, amigo mío.

- ¿Y quién te guardará las espaldas? - Quiso saber su contertulio. -

 

El padre James suspiró, mirando hacia el Cielo. Y le desveló.

 

-Me las arreglaré, y si hiciera falta, recurriría a la solución más extrema.

- ¿Harás la invocación? - preguntó el rubio oponiendo alarmado. - ¡Eso es muy arriesgado!

- En esta ocasión, no queda otro remedio que combatir el fuego con el fuego- respondió el cura con determinación para agregar de un modo más afable.  - Tú vete tranquilo y cuídate.

 

            Le dio ambas manos que el rubio estrechó rápidamente volviendo a la simulada lectura de su diario. El Padre se levantó y se alejó paseando del parque. Pasados unos minutos, el rubio guardó el periódico y se alejó caminando a través de la arboleda. Pronto pudo percatarse de que no estaba sólo, a lo lejos, vio a un par de individuos que caminaban tras él con las manos en los bolsillos. Eso hizo que se le acelerase el corazón. Lleno de temor, apretó el paso deseoso de alcanzar alguna zona frecuentada, pero sin darle tiempo a reaccionar surgió de entre los árboles otro individuo que, esgrimiendo una larga navaja le apuñaló repetidas veces. El rubio cayó al suelo en medio de un gran charco de sangre muriendo casi al momento.

 

- Ya está hecho- sentenció uno de los hombres que le seguían con una macabra sonrisa - solamente queda uno.

- Sí, - convino el otro hombre que le acompañaba - y ese es el más molesto y peligroso de los tres.

- Será pan comido- sonrió el asesino limpiando su navaja con una de las hojas del desierto parque para indicarles. - Ahora vámonos, los Maestres deben ser informados.

           

            Los tres individuos desaparecieron cada uno por su lado entre los árboles. Pasado un mes entre tanto, Roy, ajeno a todos los acontecimientos que se desencadenaban a su alrededor, había entrado en un equipo de infantiles. Su padre estaba muy contento y orgulloso de él. Comenzó a llevarle al “Madison Square Garden” a seguir los encuentros de la temporada, además de presenciar algunos combates de lucha libre. Marsha le insistía a su marido en que el niño debía de hacer también otras cosas, pero a John le bastaba con que aprobase sus estudios. El padre James también se preocupaba cada vez más y esa preocupación se acentuó cuando leyó en el periódico la noticia del asesinato del rubio en un lugar apartado del parque. Eso le decidió, debía hablar con la familia, contarles la verdad de lo que ocurría. No era sencillo, tenía una dura pugna interior.

 

-Preferiría no tener que hacerlo. Les pondré en el punto de mira. Aunque también lo estarán si no lo hago, y encima ignorantes de lo que pasa. Y si me sucediera algo...ellos serían los únicos que podrían cuidar del niño y protegerle. Al menos hasta que haga lo que debo hacer...la cuestión es cómo se lo diré.

 

Sabía que no iba a ser fácil, y menos con el padre de Roy. De modo que esperó a que él se marchara para poder hablar con Marsha. De modo que una tarde que John estaba en el trabajo el padre acudió a la casa de sus vecinos. Llamando a la puerta fue recibido enseguida por Marsha con una sonrisa.

 

- ¿Que tal, padre?,- le preguntó ella con una gran sonrisa. - ¿A qué se debe su visita?

- Tengo que hablar contigo- le confesó el cura con gesto serio. -

- ¿Ocurre algo malo? - dijo la mujer ahora con tono y expresión preocupada creyendo deducir. - Ha sido cosa de Roy, ¿verdad? Se ha vuelto a meter en su jardín.

- No, ojalá fuera eso- repuso el cura esbozando una fugaz sonrisa que desapareció tras un grave semblante al agregar. - No, es algo muy serio y que os afecta a todos. Y efectivamente se trata de tu hijo, pero no es culpa suya.

- ¿Qué es lo que ocurre, padre? ¿No estará enfermo? No he notado nada. ¿Acaso le ha dicho el niño algo de eso? ¡Dígamelo por favor! - Le pidió Marsha que comenzaba a preocuparse. -

- Es una historia muy larga e increíble, para contártela toda debes prometerme dejarme terminar. - Le pidió él -...

- Como usted quiera, pero pase y siéntese padre. Roy y John no están ahora en casa, podemos hablar tranquilos.

 

            El padre James cruzó la puerta tras Marsha, ésta le trajo una taza de café y el sacerdote procedió a contarle la historia con la consiguiente cara de sorpresa e incredulidad de ella.

 

- Y eso es lo que ocurre. Mis otros dos compañeros y yo, formábamos parte de un grupo especial, destinado a combatir el mal en cualquiera de sus formas. Fuimos destacados para proteger al niño, evitar que cayese en las manos de esos desalmados que le consideran una especie de elegido.

- Pero, por el amor de Dios, padre. ¿Cómo pueden creer que mi hijo sea una especie de demonio? ¡Eso no es posible! - Negó ella presa del asombro y la desesperación. -

 

El padre James no ignoraba que Marsha a buen seguro no creería eso, pero tenía otra manera de hacerla entrar en razón y así le comentó con tinte más sereno, pero igualmente preocupado.

 

- Lo sé, claro que no lo es. Pero esa gente sí lo cree, son fanáticos y no se detienen ante nada, mira. - Le mostró los recortes de periódicos con las noticias del asesinato de sus dos compañeros y le dijo con voz queda.  - Sólo quedo yo, y después vendrán a por vosotros ¡Debéis iros de aquí! Les hemos engañado durante más de ocho años, pero ya no nos es posible hacerlo.

- Pero John no me creerá- objetó ella desasosegada - ¿Cómo podría convencerle de dejar nuestra casa, nuestra vida y todo lo que nos rodea?

- Si no lo hacéis ellos vendrán aquí. A por el niño - Le advirtió el cura con tono grave y mirada preocupada. – Y entonces será demasiado tarde. Son muy poderosos, yo solo no podré frenarles.

 

            Marsha se quedó pensativa sin saber que hacer ni que decir, justo en ese instante Roy entró corriendo en la casa. Ella se levantó al verle y lo abrazó tratando de ocultarle el miedo de su semblante. Al niño le extrañó que su madre no le regañase por entrar corriendo y habiendo manchado la entrada de barro, estaba a punto de disculparse cuando la vio acercarse a él. Pero, en vez de eso se calló y no dijo nada, el sacerdote se despidió de ellos.

 

- Piensa en lo que te he dicho Marsha y por favor, decídete pronto, cada segundo es importante. - Remarcó estas últimas palabras y salió de la casa no sin antes acariciar el pelo del crío y pese a todo dedicarle una sonrisa – Adiós Roy, pórtate bien…

 

            El niño se quedó extrañado, miraba a su madre sin comprender nada de lo que ocurría. Marsha se sobrepuso al miedo y trató de aparentar naturalidad.

 

- Dime hijo ¿Tienes hambre?,- le preguntó intentando sonreír para olvidar el mal trago. -

- Mamá- preguntó Roy con prevención. - ¿Le pasaba algo al padre? se iba muy serio.

- No hijo, no pasa nada- mintió ella. - Ha venido a visitarme, al principio creía que se trataba de alguna travesura de las tuyas.

 

            A Roy se le hizo un nudo en la garganta, esperaba que el padre James no se hubiese dado cuenta de que se había metido en su jardín para buscar el balón. Por accidente le había pisoteado las lilas. Por suerte su madre no parecía enfadada así que esperó a que terminase de hablar, no era tonto y no quería decir nada que pudiera comprometerle, como en las películas de detectives.

 

- Únicamente se trataba de una reunión parroquial para el domingo, hijo, - continuaba Marsha tratando de quitarle preocupación a su tono de voz. -

- ¡Ah! - repuso Roy aliviado para cambiar rápidamente de tema. - Tengo mucha hambre ¿Me das la merienda?

- Enseguida estará. - Le aseguró Marsha alejándose rumbo a la cocina, aliviada de que su hijo no sospechase ni tan siquiera las terribles cosas que el padre James le había contado sobre él y esos sectarios que le perseguían.  – Anda, lávate las manos, cielo.

 

            Cuando llegó John, Marsha dudó en si debía contarle lo que el cura le había dicho, al fin se decidió. Su marido escuchó perplejo y su cara iba pasando de la sorpresa a la burla.

 

- Así que el cura te ha estado metiendo esas tonterías en la cabeza ¿y pretendes que me lo crea?

- Es una persona muy seria y me ha enseñado los recortes. ¿Para qué me iba a engañar con algo así? - arguyó Marsha preocupada. -

- ¡No seas ridícula! - repuso John que comenzaba a enfadarse. -O está mal de la cabeza o es alguna treta para que te metas en una de esas estúpidas asociaciones eclesiásticas.

- ¡No digas eso! ya sabes que no soporto que te metas con esas cosas- replicó Marsha indignada a su vez para confesar. - Estoy muy asustada y no quiero correr riesgos.

 

            Su marido respiró hondo, quería calmarse y tratar de analizar aquello, pero cuanto más lo pensaba más ridículo le parecía. Finalmente pudo decir intentando dominar su enfado.

 

- A ver si lo he comprendido bien. Según ese cura, tenemos que dejar nuestra vida, el trabajo y todo lo que conocemos y huir de aquí porque piensa que el diablo viene a por nuestro hijo ¡Es lo más estúpido que he oído en mi vida! - Contestó John levantando la voz, también en un estado de bastante enfado -.

- No grites por favor- le pidió Marsha visiblemente nerviosa. - Vas a despertar al niño.

 

            John bajó la voz, era tarde y Roy hacía bastante rato que se había acostado, por suerte ya estaba dormido y no se enteró de lo que ocurría.

 

- Está bien, - concedió más sosegadamente él pidiendo como condición - Pero no quiero oír hablar más de este asunto. Mañana mismo aclararé las cosas con el sacerdote.

- No seas descortés con él- le pidió Marsha preocupada. - Siempre se ha portado con la mejor intención para con nosotros.

- No te preocupes- la tranquilizó John deseoso de zanjar ese tema – anda, vamos a dormir.

 

            Marsha aceptó intranquila y los dos se acostaron, al día siguiente despertó a Roy y le dio el desayuno. Después de llevarle a la escuela acompañó a su esposo que se había levantado un poco antes, camino de la iglesia para charlar con el cura.

 

-Déjame esto a mí. - Le pidió su marido.- Te prometo que no montaré un escándalo si es lo que te asusta.

 

            La mujer no tuvo valor de responder nada. Suspiró inquieta. John era un buen hombre, pero cuando se alteraba no atendía a demasiadas razones. Sin embargo, no tuvo otro remedio que confiar en su palabra. John entró en la iglesia encontrando al padre James rezando ante el altar, por respeto esperó a que terminase y una vez lo hizo llamó su atención.

 

- Padre James- le dijo elevando el tono lo bastante para ser oído. -

 

            El cura se giró al escucharle y se acercó dando largos pasos que resonaban por la desierta iglesia.

 

- Tengo que hablar seriamente con usted- le indicó severamente John una vez que el cura llegó a su altura. -

- Lo imagino, supongo que Marsha le habrá hablado de lo que le conté. Pero le aseguro que lo que le dije a su mujer es la verdad. Además, aquí tengo pruebas que lo demuestran.

 

            John se sorprendió, estaba listo para responder al cura reprendiéndole por su actitud, pero eso de las pruebas le desconcertaba. Optó por asentir y seguir al cura a su sacristía a ver qué iba a mostrarle. El padre James le hizo pasar y cerró la puerta cuidadosamente. Luego haciéndole a John un ademán para que acercase le dijo casi con un susurro.

 

- Lo que le voy a decir y a mostrar es algo que no debe divulgar. Pero le convencerá de la verdad de mis palabras. Mis amigos y yo nos hemos jugado la vida y algunos la han perdido ya por obtenerlo y defender a su hijo.

 

            Sacó de un sobre del cajón de su mesa y lo puso ante John, abriéndolo con celeridad le enseñó unas fotos. En ellas aparecían varios individuos encapuchados celebrando lo que parecía una reunión.

 

-¿Quiénes son?-  le preguntó John atónito por lo que veía. -

- Los miembros de la Secta del Caos Final, preconizan el fin del mundo con la llegada de un enviado. Su nombre en clave será Armagedón, y profetizaban que sería encarnado en un niño que llegaría del cielo. Pues ese niño llegó y es su hijo Roy. Al menos ellos así lo creen. Y por desgracia están en lo cierto.

- ¡Eso es una estupidez! - Sentenció John tratando a duras penas de mantener la calma. -

- Mire usted esto- añadió el, cura que sacó otras fotografías que mostraban los restos de lo que parecía una nave espacial según desvelaba. - Roy llegó en esta nave. Tengo pruebas documentales e incluso una filmación de vídeo de una de sus reuniones. Está escondida en una taquilla de la terminal de autobuses del este. - Sacó una llave que entregó a John. -

- ¿De dónde ha sacado todo esto?,- le inquirió éste aún más sorprendido. -

- Teníamos gente infiltrada en la secta, pero los descubrieron y les asesinaron. - Le respondió el padre James dejándole estupefacto. - Yo soy el único que queda. Y ahora es usted quien deberá proteger a su hijo. Sé que no me creerá, pero si ve esa película se convencerá. Al principio yo tampoco lo creí, pero cambié de opinión. ¡Por favor! le ruego que se haga con esa cinta y la vea. Y si me sucediera algo, deberán alejarse de aquí cuanto antes.

- Está bien. - Aceptó John entre intrigado y deseoso de acabar con esa conversación. - Haré lo que me pide.

- Gracias- suspiró el cura. -Entonces ya puedo quedarme tranquilo.

 

            John se despidió del sacerdote tratando de dominarse, cuando salió se dijo a sí mismo.

 

- Ese tipo está loco, unas fotos de varios encapuchados y vaya una historia que se ha montado, claro que nos iremos, pero de vacaciones durante un mes para perderlo de vista.

 

            Al poco vio a Marsha que le había estado aguardando nerviosa un par de calles más adelante. Enseguida le resumió lo que el cura le había contado.

 

-Me parece que ese hombre tiene que ir a un psiquiatra. Será mejor que no se acerque más a nuestro hijo. - Concluyó con evidente malestar e incredulidad. -

-Pero cariño… ¿no habrás hecho algo...?

 

            Su esposo no la dejó terminar, simplemente esbozó una adusta sonrisa para sentenciar.

 

-Te di mi palabra y un Malden nunca rompe sus promesas. Eso es algo que mi padre biológico siempre decía. Al menos, eso es lo que le escribía a mi madre en las cartas que la enviaba desde Iwo - Jima. Antes de morir.

 

            Así regresaron a casa. Esperando a que volviera el niño de sus entrenamientos. Cuando el crío retornó, le contaron que habían decidido que irían de vacaciones la próxima semana.

 

- ¡Papá! - le preguntó Roy llenó de entusiasmo -, ¿me llevarás a Disneylandia?

- ¿Por qué no? - rio John más relajado al escuchar aquello. Un demonio no pediría tales cosas y añadió con tono jovial. - Será divertido.

- ¿De verdad? - exclamó el niño realmente encantado. -

- Tienes mi palabra – Afirmó su padre añadiendo para referirse a sí mismo en tercera persona. – Y John Malden siempre cumple su palabra, hijo.

- Pues tengo amigos que a veces prometen cosas y no las cumplen. – Objetó el niño –

 

            Oído esto John se arrodilló para estar justo cara a cara con su hijo, y tomándole suavemente por los hombros le dijo con voz clara y afable.

 

-Cumple siempre tu palabra Roy. La palabra de un hombre debe ser sagrada. Si la respetas tendrás algo que nunca nadie te podrá quitar. Tu propia estima y el respeto de los demás. Si la incumples serás tú el único que pierda todo eso. Y la dignidad de uno mismo es más valiosa que el oro. Nunca lo olvides hijo. No hay fuerza lo bastante poderosa en el universo que pueda quitarte eso, salvo tú mismo.

 

El niño asintió reteniendo aquellas palabras, en tanto Marsha sonrió aliviada.

 

-Cuando volvamos seguro que todo se habrá solucionado, y el padre James nos aclarará esto.

 

Pero John enseguida se encargó de sacarle esa idea en cuanto Roy corrió a su cuarto a tratar de hacer su maleta.

 

-Cuando volvamos no quiero volver a ver a ese cura. - Sentenció él, dejando atónita a su mujer. -

-Pero ¿Y si hubiera una posibilidad de que lo que te ha dicho fuera cierta? - Inquirió Marsha con patente preocupación-

-Cariño. - Suspiró él armándose de paciencia. - Jamás he visto o sentido nada extraño en nuestro hijo. Nunca ha venido nadie a tratar de llevárselo. Es más, la única persona que ha estado cerca de él desde pequeño es precisamente el padre James. ¿Y si fuera él quien no estuviera en sus cabales y viera cosas que no existen? ¿No te has parado a pensarlo? Podría ser un paranoico.

-Nunca me dio esa impresión. - Le defendió su interlocutora. -

-Pudiera ser que haya sufrido una afección en el cerebro, ¡qué sé yo! - Arguyó John. -  De lo que sí que estoy seguro es de que nadie nos está acechando…

 

            Marsha no se atrevió a replicar a eso. Realmente nunca había visto o notado nada raro. Ahora dudaba. Quizás John tuviera razón y les convendría cambiar de aires durante unos días para calmar las cosas y pensar con mayor claridad. Sea como fuere, la familia se marchó transcurrida una semana. La suerte los acompañó pues el mismo día de su partida una furgoneta con dos siniestros individuos velados a la vista por la penumbra de la noche, aparcó en frente de su residencia.

 

- Hemos localizado la casa- informó uno de ellos hablando a través de un Walkie - esperamos instrucciones.

- Traten de averiguar discretamente cuantas personas hay en el interior - fue la respuesta que le llegó vía auricular -.

- Muy bien- repuso el otro individuo que iba al volante. -

 

            Bajando de la furgoneta los dos recorrieron la casa por fuera. No había luces, como tampoco era demasiado tarde, los dos tipos concluyeron que no había nadie.

 

- ¡Maldición, se han mudado! - escupió uno de estos individuos rabioso. - Se nos han escabullido otra vez. Incluso han quitado ya sus nombres del buzón.

- Llamaré otra vez al mando para pedir instrucciones, - repuso el otro que retomo el walkie y tecleó, cuando le respondieron informó de la situación. - Se han ido de aquí, les hemos perdido.

- Encargaros de ese maldito cura, seguro que ha sido él. Después volved a la base, - fue la orden que recibieron -

- Muy bien señor- respondió el esbirro colgando el teléfono. -

 

            El padre James estaba descansando en su casa, rezaba porque Roy y sus padres no fueran descubiertos, aunque por suerte, ya se había encargado de hacer lo necesario para que alguien más velase por ellos. De todas maneras, mejor sería que esa persona no tuviera que intervenir. Pensaba esto cuando un ruido en la parte de atrás de la vivienda le alarmó, sonaba como si alguien intentase forzar la cerradura.

 

- ¡Me han encontrado al fin! - Pensó con horror - debo salir de aquí!

 

            El sacerdote se dirigió hacia la salida principal para eludir a sus asaltantes, abrió en silencio y se deslizó por la puerta adentrándose en la penumbra nocturna. Sintió una presencia cernirse detrás de él, pero era ya demasiado tarde. Antes de poder reaccionar ya le habían golpeado en la cabeza. Dejándole inconsciente.

 

- Ya está, - sentenció uno de aquellos tipos que había aguardado su salida por la puerta principal - ¡Te veremos en el infierno, cura! - Añadió mientras le remataba con otro golpe mortal en el cuello. -

 

            A la mañana siguiente el cadáver del padre James fue encontrado por un vecino que alertó inmediatamente a la policía. Marsha y John vieron atónitos y asustados la noticia por televisión. Roy al enterarse quedó traumatizado. Sus padres tuvieron que estar junto a él hasta que pudo superarlo mínimamente.

 

- ¿Lo ves John?,- le dijo la ahora aterrada Marsha. - ¿Te convences ahora de que el padre tenía razón?...

- ¡Ha sido horrible, pero estoy convencido de que no tiene nada que ver! Deben de haber sido ladrones que no respetan a nadie. - Decía esto, pero comenzaba a dudar, tenía la llave de aquella taquilla aun en su poder y decidió ir a averiguar lo que contenía sin decirle nada a Marsha. – Sí, eso debe de ser…una condenada casualidad.

 

            Los sectarios por su parte se felicitaron de la muerte de su enemigo, ya nadie les impediría atacar a la familia, pero el revuelo que se había originado los llevó a mantenerse quietos durante una temporada. Ahora que pensaban que el niño se había marchado de la ciudad decidieron reemprender la búsqueda con más calma pasado un tiempo.

 

-Tarde o temprano le localizaremos. - Sentenció uno de los jefes. -

 

Entre tanto, por supuesto que John cumplió la promesa hecha a su hijo y el pequeño Roy pudo disfrutar de aquel parque de la Disney en Florida. De ese modo al menos el mal trago se le hizo más llevadero. Y aunque la familia tuvo que adelantar el final de sus vacaciones para asistir al funeral del padre James, pasado el mismo John se dirigió hacia aquella terminal de autobuses donde se ubicaba la taquilla. Tras asegurarse de que nadie le seguía abrió ésta encontrando un pequeño maletín de cuero negro. Corrió a su coche y se dirigió a su casa, aprovechando que Roy ya estaba en la escuela y de que él tenía el día libre abrió aquel maletín. Por suerte, Marsha tampoco estaba, había salido a comprar. John encontró una nota y una cinta de vídeo. Leyó lo que ponía en aquel pedazo de papel desplegándolo con rapidez.

 

               "Esta información es confidencial y sólo puede ser conocida por aquellos que se han consagrado en la lucha contra el mal. Si alguna vez llega a otras manos rogamos que no se haga público para no alertar a nuestros enemigos de que estamos al corriente de su existencia. Por favor, si ve esta cinta y no sabe a quién acudir entréguela al padre James o al director de salubridad de la costa oeste. Use la palabra clave, guardianes en la prensa y ellos le contactarán".

 

            John puso la cinta en el vídeo y le dio al “play” con expectación. La imagen aparecía borrosa y con interferencias, se fue aclarando a la par que comenzaba a escucharse voces. En la pantalla aparecieron varios individuos encapuchados sacrificando animales sobre una especie de altar, musitaban unas inteligibles letanías de cánticos hasta que uno de ellos elevado sobre el resto en un pedestal se dirigió a sus acólitos.

 

- Hermanos, la llegada del elegido está cerca, el gran demonio Armagedón nos visitará oculto en el inocente cuerpo de un bebé que deberemos criar y adiestrar para nuestros propósitos.

- ¡Estamos dispuestos! - corearon todos aquellos enfervorecidos individuos. -

- Pero ¿qué es esto? - se preguntó John espantado y atónito. - No puede ser posible.

 

            Pero la fecha de grabación que sobre impresionaban los rodillos de la cinta no dejaba lugar a dudas, coincidía un día antes del que adoptaran a Roy. Entonces vio algo aún más increíble, un encapuchado de negros ropajes levitaba sobre el suelo. No parecía ningún truco, acariciaba una bola de cristal que refulgía con un tono sanguinolento. Se dirigió a la multitud allí congregada que había enmudecido con un profundo respeto y expectación.

 

- Hermanos- habló éste con una voz opaca y fría. - La hora ha llegado, debéis estar dispuestos a cualquier sacrificio porque el premio será mucho. El enviado llega hoy a este mundo. Será criado como uno de nosotros y educado en nuestros ideales y llegado su momento someterá a toda la Tierra. Nada ni nadie deberán interponerse en esta misión, ¡matad a todo aquel que ose interrumpirnos u oponerse a nosotros!

- ¡Sí, maestro! - gritaron todos a la vez. -

- Nuestro gran Señor del Caos sabrá agradeceros vuestra colaboración. - Afirmó complacido aquel encapuchado para arengar. - ¡Brindémosle un sacrificio!

 

            Se escucharon unos gritos de mujer, dos encapuchados vestidos de blanco traían a una pobre desgraciada de rubio pelo a rastras. Sin dejarla moverse la sujetaron entre cuatro y la elevaron al altar, otro de los hermanos levantó sobre ella un largo cuchillo dispuesto a hundírselo en el cuerpo, entonces la cinta terminó. John estaba helado, no se atrevía ni a respirar. Eso que había visto no parecía ser un truco ni una actuación, algo en lo más profundo de su ser le decía que no, y que aquel pobre sacerdote le había dicho la verdad. Ahora tendría que ser él quien protegiera a su familia. Pero ¿a dónde podrían ir? Estaba agobiándose por momentos tratando de pensar una solución cuando descubrió otro papel oculto en el fondo del maletín. Lo sacó y desplegó con avidez leyendo.

 

"Si has tenido acceso a este documento es señal de que la situación se ha tornado grave y de que yo ya no estoy vivo para ayudarte, recurre pues a esta dirección, se trata de la única persona que puede intervenir para protegeros”. Firmado James Monroe. Sacerdote siervo de Dios.

 

            John leyó la dirección y decidió ponerse en marcha, por fortuna la casa de ese individuo que el cura le había recomendado como aliado, no quedaba lejos de allí. Coincidía con una tienda de ocultismo situada en el anexo de una calle poco frecuentada. Con una obvia precaución por la posible presencia de ladrones o pandilleros, John se llegó hasta la puerta y tocó una campanilla que titiló durante un breve instante. Una joven mujer de pelo trigueño y unos penetrantes ojos verdes le abrió la puerta. Era alta y vestía un pantalón vaquero y una camisa informalmente anudada a la cintura.

 

- Perdóneme- le dijo John - esperaba ver al dueño.

- Yo soy la dueña- le respondió amablemente aquella chica con una sonrisa para presentarse. - Me llamo Kelly Madison ¿que desea?

- He venido por esto, - le enseñó la nota que le había dirigido hasta allí y el relajado semblante de la chica dio paso a otro más concentrado. -

- Sígame. Deprisa. - Le indicó lacónicamente abriendo la puerta. -

 

            John la acompañó al interior, recorría aquella estancia con prevención, multitud de objetos diversos se hacinaban sobre unas oxidadas estanterías. Cada cual más extraño que el anterior, la chica pasó entre ellos sin dedicarles atención rumbo hacia un estrecho pasillo que se iluminaba malamente por el resplandor de una desgastada bombilla. John se sacudió el polvo y el yeso que le caía de las aquellas paredes mal encaladas mientras se esforzaba por mantener el rápido paso de la joven.

 

- Es por aquí- le indicó Kelly que avanzaba rauda, esquivando sin dificultad la multitud de cachivaches desparramados por aquel sucio y tenebroso suelo. – Vaya con cuidado.

 

            Llegó ante una trampilla que parecía dar a un lóbrego sótano, John temía lo angustioso que podría ser aquel nuevo recoveco. Pero, por esa vez sus temores fueron totalmente infundados. Nada más abrir esta compuerta vio una escalera de madera que descendía en espiral, bastante mejor conservada que todo lo demás. La chica descendió por ella y él la siguió. Según bajaba podía ver altas estanterías abarrotadas de toda clase de libros, pero en un excelente estado de conservación. Una habitación esmeradamente decorada con todo tipo de tapices y valiosos objetos, en su mayor parte de naturaleza esotérica, le recibió al terminar su descenso.

 

- Aquí estaremos más tranquilos- le explicó esa chica que le invitó a sentarse en lo que parecía un confortable sillón de oreja enfundado en cuero preguntándole con visible interés. - Dígame, ¿qué es lo que sabe usted exactamente?

- He conocido a un sacerdote que me puso al tanto de esto, me contó que unos fanáticos sectarios buscaban a mi hijo para convertirle en un demonio o algo así. No le creí hasta que le asesinaron y recogí esto de una taquilla que él me indicó, - enseñó a la chica el maletín que había traído consigo y le inquirió con ansiosa curiosidad - ¿Qué puede usted decirme de todo esto?

- Hay fuerzas en el universo que las personas normales como usted difícilmente pueden comprender. - Repuso serenamente Kelly acomodándose con las piernas cruzadas en otro sillón similar que se enfrentaba con el que ocupaba John para agregar. - Pero existen y pugnan por dominar éste y otros mundos. Nos enfrentamos a fuerzas infernales que desean arrasar la Tierra y su hijo es el vehículo que han concebido para ello.

- ¿Y qué podemos hacer? El padre James me contó que ellos ya estaban tras nuestra pista y que nos habían encontrado, dijo que nos mudásemos, pero ¿a dónde podríamos ir? - Le preguntaba John visiblemente desasosegado. -

- Tranquilícese- le pidió sosegadamente Kelly que añadió. - Por el momento quédense en su casa. Yo he seguido a esos tipos de la secta y tengo informadores que me han dicho que han dado su búsqueda por interrumpida. Al menos hasta que el revuelo causado por el asesinato del cura se calme. No los buscarán aquí, al ir a su casa y ver que no había nadie, creyeron que se habrían escapado a toda prisa. Me encargué de quitarle sus nombres a los buzones y reponerlos cuando ustedes llegaron. Ahora los buscarán en cualquier parte menos en su propio domicilio, al menos durante un tiempo.

- Sí, puede ser, ¿pero durante cuánto tiempo?,- inquirió John muy preocupado por esa precaria seguridad. -

- Eso no puedo saberlo- repuso su interlocutora que no obstante intentó calmarle en tanto le indicaba. - Pero por ahora pueden estar tranquilos, de todas formas, debe traerme a su hijo. Yo haré que su mente se bloqueé para que no le queden rastros de la presencia de ese demonio.

- ¿Me está usted diciendo que mi hijo es un demonio? - Inquirió John negándose a creer tal posibilidad. -

- No lo es. Lo que sucede es que su hijo lleva en su interior el espíritu de un demonio muy poderoso, pero éste no podrá actuar hasta que el niño alcance cuando menos la pubertad. Yo puedo bloquearle para que no se manifieste jamás. Con un conjuro de protección que tendría que ser anulado mediante sortilegios muy potentes. De lo contrario les sería fácil apropiarse de su alma.

- ¡Haré lo que sea! - aceptó John muy asustado de aquellas palabras, aunque poniendo como condición. - Pero el niño no debe ser consciente de eso.

- No tema, yo puedo borrar todos los recuerdos que tenga de esta vida, pero sólo bloquear las instrucciones que lleva programadas. Él no recordará nada de lo que le haga. Si hace falta, ni siquiera me recordará a mí.

- Muy bien, lo haremos así, ¿cuándo debo traerlo? - Quiso saber John expectante. -

- Por el momento no se preocupe, aun no corre prisa. Contactaré con usted a su debido tiempo. Ahora debe marcharse y no se preocupe por nada, yo vigilaré.

 

            Su interlocutor se dejó tranquilizar, era lo que más necesitaba. Kelly le acompañó amablemente a la salida cruzando nuevamente aquel tortuoso pasillo hasta dejarle fuera del local. Él se volvió a su coche y se alejó lo antes que pudo de allí. Una vez se hubo marchado John, ella cerró la puerta tras de sí y esbozó una leve sonrisa. Emitiendo un aura rojiza que envolvió su cuerpo, transformó su vestuario en un corto bañador ajustado de color negro, una capa roja y unas altas botas del mismo color. Su pelo se tornó rubio rojizo y sus ojos resplandecieron de un color sangre. Dos tridentes se cruzaban sobre un par de hombreras que sujetaban la capa.

 

- Ahora es mi turno- se dijo sin dejar de sonreír esbozando dos delgados y puntiagudos colmillos. -Yo Mireya, diablesa del cuarto círculo, haciéndome pasar por dueña de este sitio, cumpliré la misión que tengo asignada y me encargaré de todo, - sentenciando con estas últimas palabras se desvaneció de allí. -

 

            Ajeno a eso John llegó a casa y se encontró a Marsha preparando la cena, la saludó efusivamente, sin rastro de aquella preocupación que arrastraba desde la muerte del sacerdote. Roy estaba también en la cocina y también le dedicó un afectuoso saludo.

 

- ¿Cómo estás, campeón? - Le dijo su padre quién quiso saber - ¿Qué tal las clases?

- No han ido mal- respondió Roy sonriente al declarar - hoy tocaba educación física.

- Ya sabes que debes esforzarte también en las demás asignaturas- le recordó John. -

- Sí, claro papá- repuso el niño acercándose a Marsha que estaba acabando de freír unas empanadillas. -

- Están muy calientes aun- le advirtió ella que sabía de sobra las intenciones del niño -.

- ¡Au! - se quejó Roy soltando una de ellas. -

- Está visto que nunca me has de hacer caso, - sonrió su madre de forma condescendiente y añadiendo divertida - te está bien empleado.

- Es que tengo hambre- se quejó el crío. -

- ¡Ay!, hambre, hambre, - repitió Marsha cansina pero jovialmente al sentenciar. - ¡Tienes un agujero en el estómago!  Me gustará saber cómo puedes comer tanto, hijo.

- ¡Déjale que coma, mujer! - intervino John de forma jocosa. -  Está en la edad, así crecerá fuerte     

- Anda Roy ve a poner la mesa en el comedor. - Le pidió su madre. -

 

            El chaval se apresuró a obedecer llevándose los cubiertos en tanto que Marsha, que había notado que John deseaba hablarle sobre aquel tema que les inquietaba, se había deshecho así del chico.

 

- ¿Que ha pasado? - Inquirió ella. -

 

            John le contó lo que había ocurrido y Marsha pareció tranquilizarse. Sólo hizo una pregunta más.

 

- ¿Esa mujer es de fiar?

- El padre James me envió a ella, estoy seguro de que podemos contar con su ayuda, - afirmó John convenciendo así a su esposa. -

 

            Roy reclamaba la cena desde el salón y Marsha se dispuso a llevarla. Los tres cenaron en paz y armonía y esa tranquilidad se prolongó durante unos pocos años. En ese tiempo, Kelly o Mireya, como en verdad se llamaba, no volvió a dar señales de vida, pero debió de arreglárselas para que los sectarios tampoco lo hicieran. Roy fue creciendo más y más y llegó a la pubertad, convirtiéndose en un alto y apuesto muchacho con bastante éxito con las chicas. Sus estudios no iban mal, pese a que Marsha, que ya había olvidado aquel inquietante asunto, como si hubiera sido un mal sueño, pensase que podía dar mucho más de sí. El muchacho demostraba una fuerza y una capacidad atlética poco común que le hacía descollar en todos los deportes, sobre todo en el baloncesto, y eso entusiasmaba a su padre. Durante este tiempo le dieron a conocer que había sido adoptado. Fue a causa de unas pruebas médicas de RH para el equipo de baloncesto, el grupo del chico era totalmente distinto al de cualquiera de sus padres. Cuando él se enteró enseguida les preguntó. No era tan tonto como para darse cuenta de que eso no era normal. De modo que tanto Marsha como John le pidieron que se sentase en el sofá del salón y le contaron como le había adoptado. A lo que afortunadamente él no reaccionó demasiado mal.

 

-Para nosotros eres nuestro hijo. Y te considero una parte de mí. No importa si te traje al mundo o no. - Le dijo Marsha con los ojos llorosos de emoción. - No quiero que pienses que no te amamos y que no eres nuestro de verdad…

-Mamá, no sufras por eso. De veras. A mí no me importa. Vosotros sois mis padres. - Afirmó el muchacho qué de forma inevitable quiso saber. - ¿Y mis otros padres? Ya sabéis, los otros…

-Tus padres biológicos. - Terció John. - No, no lo sabemos. Cuando te recogimos no nos dieron esa información. Es algo confidencial.

-Quizás algún día lo sepa. - Suspiró el muchacho que agregó para alivio y alegría de sus interlocutores. - Pero para mí eso ahora no es algo importante. Mis padres de verdad sois vosotros.

 

            Su madre se abrazó a él llena de alegría y llorando de emoción. Roy la estrechó entre sus brazos derramando algunas lágrimas también.

 

-Hijo. Comprendemos perfectamente lo que puedas sentir. Tanto tu madre como yo fuimos huérfanos desde muy jóvenes. De hecho, como bien sabes, yo mismo no llegué a conocer a mi padre biológico. - Le contó John. -

-Sí, me lo contaste de pequeño. Murió en la Segunda Guerra Mundial. - Recordaba el chico. -

-Algún día te enseñaré algo que guardo de él. No sé dónde lo habré metido. - Sonrió su interlocutor zanjando aquello con un más despreocupado. - Bueno, eso puede esperar…

 

Roy asintió. Tenía curiosidad por conocer algo más de sus abuelos, aunque ahora supiera que eran adoptivos. Todos fallecieron antes de que él naciera. Lo que era realmente triste. Le habría gustado mucho poder haber hablado con ellos. Así lo expresó cuando dijo.

 

-Lo lamento. Seguro que fueron maravillosos.

-Lo fueron, cariño. Mis padres me quisieron muchísimo y yo a ellos. - Le respondió Marsha. -

-Y mi madre fue una mujer maravillosa que me sacó adelante. Yo solamente tenía un año cuando mi padre murió. Ella se volvió a casar, pero eso no salió bien. - Recordaba John. – Nunca olvidó a mi padre biológico y acabó por divorciarse cuando yo tenía quince años. Luego mi madre murió. Y realmente mi padrastro Hugh, fue para mí como un padre, se ocupó de mí, me quiso como a su hijo y me dio su apellido, Malden. Aunque también falleció años antes de que tú llegases. Por eso te digo que no se es hijo solamente de la persona que te concibe, sino sobre todo de la que te cría.

-Sí, lo sé papá, mamá. Y estoy muy orgulloso de ser vuestro hijo. - Declaró el muchacho. -

 

Sus padres sonrieron, también lo estaban de su chico y le adoraban. Aunque incluso más que ellos lo hacían las chicas con las que se prodigaba en salir. No obstante, éstas le querían de otra manera. Y así, una de esas noches con ya dieciséis años, paseaba de la mano con una compañera del instituto.

 

- Has estado estupendo en el partido de hoy, - le halagaba la chica mirándole con ojos arrobados. -

- Bueno, hice lo que pude- sonrió Roy. -

- Pues a ver cómo te portas esta noche- le susurró melosamente ella. - Espero que te queden fuerzas.

- Es que hoy había prometido estar en casa a las once, Cinthia - se disculpó él lamentándolo de veras. -

- Sólo son las diez y media, tenemos tiempo. - Le respondió ella haciéndole carantoñas. -

- Pero aquí, - objetó el muchacho que, desde luego, no tenía intención de pasar a cosas mayores en medio de un parque. –No me parece el lugar más apropiado.

- ¡Que vergonzoso eres chico! - le recriminó aquella muchacha de forma melosa. - Nadie nos va a ver aquí ¿Llevas condones?

- No, no contaba con hacerlo esta noche- se disculpó él torpemente. -

- ¡Menos mal que yo voy preparada! - rio la chica sacando tres tipos de ellos diferentes según le proponía. -Elige, de colores, extra suave o comestible.

- ¿Comestible? ¿Para qué quiero yo que sea comestible? - inquirió Roy extrañado. -

- ¿Quién te dice que vaya a ser para ti? - Se sonrió pícaramente ella. - 

 

            Y la muchacha sacó la lengua mientras empujaba a Roy hacia el suelo, éste se dejó hacer y al cabo de unos minutos completaron la tarea entregados el uno al otro.

 

- No lo haces nada mal. - Admitió ella limpiándose la comisura de los labios según valoraba. - Ha sido excitante pero aun te falta un poco de rodaje.

 

            Su pareja asintió completamente embargado por el placer y agotado a la vez, ¡caray con Cinthia! de cara a los demás se las daba de mosquita muerta y chica recatada. Pero con los chicos que le gustaban era bien distinta. Y es que Roy había crecido bastante desde luego, ya superaba los seis pies de estatura con holgura. Al tiempo que su cuerpo se fortalecía cada vez más por el entrenamiento y su rostro adquiría rasgos muy atractivos y varoniles. Y esa chica tampoco se quedaba atrás. Morena, guapa y esbelta, desde luego que no estaba nada mal. Y encima era inteligente. Hasta su madre vería con buenos ojos que saliera con una chica así. Pensando en eso miró la hora. Eran las once menos diez cuando se vistieron dando por concluido el paseo. Roy acompañó a la muchacha a su casa y él se volvió paseando a la suya. Había tenido citas similares pero pocas chicas eran tan lanzadas, de todas formas, él era más formal que todo eso, pero aún no tenía novia seria. ¡Qué diablos!, era joven para eso, pero a su madre le gustaría sin duda. Seguro que lo preferiría más que verle ir cada semana con una chica distinta. Enfrascado en sus pensamientos, Roy no sintió que le observaban desde el aire dos refulgentes ojos rojizos.

 

- Ha llegado el momento- se dijo Mireya que era la que le vigilaba atentamente. -

 

            Roy llegó hasta su casa y abrió la puerta despacio, pero esa precaución no le sirvió de mucho, ya eran las once y veinte y Marsha le esperaba en la entrada.

 

- Lo siento mamá, sé que me he retrasado, pero tenía que llevar a Cinthia a su casa. - Arguyó en su defensa. -

- Quedaste en venir a las once, Roy- le recriminó su madre con ligera contrariedad -.

- Pero es que el tiempo se me va volando cuando estoy con las chicas, mamá. Y solo han sido veinte minutos. -  Se disculpó él con una de sus típicas sonrisas pícaras. -

- Vamos a dejarlo estar, - suspiró su madre resignada para preguntarle - ¿Has cenado ya?

- No, ¿queda algo? - Inquirió él con avidez afirmando como siempre - me muero de hambre.

- En la cocina tienes los restos de la cena, los metí en el horno. No te acuestes muy tarde ¿eh?,- le advirtió Marsha que se fue a la cama tras hacerle bajar la cabeza y darle un beso en la frente. -

 

            Roy se fue para la cocina y se calentó la cena en el microondas. Pronto dio buena cuenta de ésta y se fue a dormir, estaba cansado, lo que se dice agotado por el día que había tenido. Aquella noche sufrió alguna que otra difusa pesadilla, fuego y destrucción de lugares indeterminados, amaneció con la cabeza algo embotada. Se dio una ducha y se dispuso a salir rumbo a clase. Iba a marcharse tras dar los buenos días a sus padres cuando sonó el timbre de la puerta.

 

- Yo abro- se ofreció el muchacho con los libros bajo el brazo. -

 

            Y desde luego abrir la puerta le brindó una estupenda visión para empezar el día, la de una mujer de largo pelo trigueño y bellos ojos verdes, rondaría la treintena de años e iba vestida con una ajustada falda beige y una blusa azul. Con largas piernas terminadas en zapatos de fino tacón de aguja negros y un pequeño bolso a juego con los mismos. Roy se permitió recorrerla con la mirada de forma algo descarada. Hasta que la mujer le devolvió una mirada serena tomando la palabra.

 

- ¿Está el señor John Malden? ...- preguntó sacando una tarjeta del bolso. -

- Kelly Madison, anticuaria esotérica- leyó Roy atónito para contestar. - Pues sí, es mi padre y está en casa, pero no creo que desee comprar nada.

- Te aseguro que espera mi visita, ¿podrías llamarle, por favor? - Le pidió con una sonrisa bastante amable. -

 

            Roy, para el que una sonrisa de una bella fémina era uno de los más poderosos incentivos, fue de inmediato a llamar a su padre. John llegó hasta la puerta quedándose sorprendido de ver a aquella chica después de tanto tiempo. Recordó que ella le había dicho que volvería a contactar con él llegado el momento. Por supuesto, evitó decir nada en presencia del chico al que amonestó suavemente para evitar el tenso momento que se había producido.

 

- ¿No has invitado a la señorita a pasar?

- Perdón, pase, - se apresuró a decir Roy realmente fastidiado por aquel desliz imperdonable, sobre todo con una chica tan guapa. -

- ¡A buenas horas! - rio John dirigiéndose a su azorado hijo y dándole un capón para sonrisa de esa extraña que les observaba a ambos con patente interés - ¡Anda cabeza hueca!, vete al instituto que vas a llegar tarde…

 

            Roy tenía curiosidad por saber el motivo de la visita de esta bella mujer, pero su padre tenía razón y salió a escape de allí, además hoy le tocaba quedar con Alice que tampoco estaba nada mal. John entre tanto, hizo pasar a Kelly al salón y sentarse, Marsha acudió también.

 

- ¿Quién nos visita, John? - Preguntó con interés -.

 

            La recién llegada se presentó y entre ella y John informaron a Marsha de lo que ocurría. Ésta volvió a asustarse como hacía años, pero la tranquilizaron.

 

- Kelly está aquí para asegurarse de que eso no ocurra. - Le explicó John. -

- En cuanto Roy vuelva de clase. - Intervino la aludida para indicarle. - Llévelo a mi tienda.

 

            Cuando el chico regresó su padre le dijo que tenía un regalo sorpresa para su madre en la tienda de aquella mujer pero que necesitaba su ayuda para llevárselo. Roy estaba dándole volumen al "A Kind of Magic" y cantando a pleno pulmón la letra.

 

 

Es cosa de magia 

(Es cosa de magia 
es cosa de magia 
cosa de magia) 

Un sueño, 
un alma, un premio, 
una meta, una mirada dorada 
podría ser 
cosa de magia 
una mirada dorada, 
es cosa de magia. 

Un rayo de luz 
que te muestra el camino 
ningún hombre mortal 
puede ganar este día, 
es cosa de magia. 

La campana que suena dentro de tu mente 
está desafiando 
de las puertas del tiempo 
es cosa de magia. 

La espera parece eterna aquí 
el día empezará con cordura 
Es cosa de magia (es esto cosa de magia) 
Solo puede quedar uno 
esta rabia que duró mil años 
pronto desaparecerá. 

Esta llama 
que arde
dentro de mí 
estoy oyendo secretas armonías. 
(Es cosa de magia) 
La campana que suena dentro de tu mente 
está desafiando 
las puertas del tiempo. 

(Es cosa de magia, 
es cosa de magia) 

Esta rabia 
que duró 
mil años 
pronto se, pronto se 
Pronto se irán 
Esto es cosa de magia 
Sólo puede haber uno 


Esta rabia 
que duró mil años 
pronto se irá (se irá) 
(Magia) 


es cosa de magia 
es cosa de magia 
magia, magia, 
magia, magia 
es magia 
es cosa de magia)

 

(A Kind of Magic. QUEEN. Crédito al artista)

 

Y su resignado padre tuvo que repetírselo otra vez. Cuando escuchaba música y particularmente la de ese grupo, no había quien le hiciera volver a la realidad. Pero finalmente su hijo se levantó del sofá en el que estaba aplastado, se puso las zapatillas y le acompañó al garaje. Subieron al coche y se dirigieron hacia allí.

 

- ¿Qué le has comprado a mamá?,- preguntó Roy sin poder evitar la curiosidad -

- Lo sabrás al llegar, quiero ver tu cara - sonrió John que realmente no sabía que inventarse. -

 

            Y es que la excusa para que le acompañase fue precisamente esa. Un regalo sorpresa para Marsha por su próximo aniversario de bodas. De modo que sin más preguntas por parte del muchacho llegaron al fin, Kelly les esperaba impaciente. El chico la saludó muy alegre de verla. Pero la mujer le ignoró, dirigiéndose a su padre.

 

- Vamos, tenemos poco tiempo, pasen. - Abrió la puerta y les guio por aquella destartalada estancia que seguía igual que John la recordaba. -

- ¡El negocio no parece que marche mucho! - bromeó el muchacho en tono algo jocoso. -

 

            Nadie le hizo mucho caso. La mujer le abrió la trampilla y ambos la siguieron. Roy se sorprendió del cambio tan radical de la decoración. Kelly una vez que bajaron, tomó la palabra.

 

- Roy, siéntate en ese sillón. - Le ordenó secamente. -

- Papá, ¿le has comprado a mamá un sillón? - rio alegando entre sorprendido y divertido - ¡pero si ya tenemos dos!

- Siéntate hijo, por favor- le pidió su padre y el muchacho obedeció algo sorprendido. -

- Ahora, mírame a los ojos- le indicó Kelly. -

- Con mucho gusto - sonrió Roy que, aunque sorprendido, no tenía ningún reparo en hacerlo, al contrario. -

 

            Clavó su mirada en los verdes ojos de ella que tras unos instantes le parecieron cambiar a un tono rojizo, no podía apartar la mirada, notó un aturdimiento que le invadía, una soñolencia que unida a la comodidad del salón amenazaba con hacerle dormir. Era no obstante una sensación agradable.

 

- Ahora te pesan los ojos y tienes sueño, vamos duérmete. - Le ordenó Kelly con voz profunda y suave al tiempo. -

 

            El muchacho no tardó en obedecer y se quedó dormido. Ella le puso en trance sin dificultad, pronunciando palabras pertenecientes a un lenguaje tosco, gutural y desconocido para él. El cuerpo de Roy se vio envuelto entonces en un resplandor azul que éste fue absorbiendo.

 

- ¿Ya está?,- le preguntó tímidamente John. -

- Esto bastará para sellar al demonio de su interior- le contestó Kelly agregando. - Le he hecho también un conjuro de protección y olvido. Únicamente algo muy poderoso sería capaz de romperlo. Esperemos que no se dé el caso nunca. Ahora le despertaré y no tendrá conciencia de lo que ha sucedido, usted sígale la corriente y luego llévense algo de la tienda, lo que quiera – Le comentó la muchacha a John y al instante chasqueó los dedos y Roy abrió los ojos. -

- Pues este sillón es cómodo- comentó el chaval como si nada hubiera pasado. -

- Pues ya lo sabes- terció John que le indicó - así que levántate de él.

- ¿Tengo que llevarlo arriba? - protestó el muchacho a desgana pensando que sería imposible subirlo por esa estrecha escalera. -

- No es el sillón, se trata de esta lámpara, - le corrigió su padre señalando a una delicada y bella lampara de pie -

- ¡Menos mal, que susto! - Rio Roy que en esta ocasión si consiguió arrancar las sonrisas de Kelly y de su padre, mucho más distendidos tras haber cumplido con su tarea -.

- Eres algo perezoso- le pinchó Kelly divertida. -

 

Roy se sonrió, aunque no dijo nada, apenas era capaz de mirar a los ojos a esa mujer tan excitante ni tan siquiera de poder recrearse en ella con la vista y menos en presencia de su padre.

 

- Bueno, voy a acercar el coche, vete llevando la lámpara hijo, - le pidió John que desapareció por las escaleras. -

 

            Y el chico decidió lanzarse, era su oportunidad ahora estaba a solas con aquella guapa mujer pasó a tutearla sin reparos.

 

- ¿Haces algo el viernes por la noche?,- le preguntó a bote pronto. -

- Tengo trabajo- repuso Kelly sin dejar de sonreír. -

- ¿Y el sábado? - insistió él deseoso de tener más suerte. -

- No te rindes nunca, ¿verdad? - Rio Kelly moviendo la cabeza para pararle en seco con un tono casi maternal. - Déjalo muchacho, no soy tu tipo.

- ¿Cómo lo sabes? - Sonrió él adoptando un tono que trataba de ser al tiempo seguro, tentador y desafiante. -

 

Sin embargo, su interlocutora distaba mucho de parecer impresionada y replicó casi con tintes admonitorios, aunque matizados por un tono divertido.

 

- Lo mismo que sé que cuando Cinthia se entere de que quieres quedar mañana con Alice se enfadará. Eso no es muy caballeroso que digamos…

- ¡Eh! ¿Pero cómo sabes eso? - Se sorprendió su contertulio. - Si ni siquiera le he dicho nada a Alice todavía…

 

            Y Kelly se limitó a sonreír y repuso, con una voz realmente musical que dejó prendado al chico. Cantó.

 

-Es cosa de magia…

Esta llama 
que arde
dentro de mí 
estoy oyendo secretas armonías. 


(Es cosa de magia) 
La campana que suena dentro de tu mente 
está desafiando 
las puertas del tiempo. 

 

-Desde luego te pega esa canción. - Remachó la mujer con una amplia sonrisa que terminó por desarmar a su asombrado contertulio. - Aunque no creo que tus amigas lo comprendan. De hecho, ni tú mismo llegas a entender lo que significa. No aún…

-Pero… ¡Cómo sabes que! - Pudo apenas balbucir. -

 

            Y es que había planeado ponerle esa canción a Alice cuando quedaran a modo de preludio para llegar a cosas más serias. ¿Cómo podría haberlo sabido Kelly? Estaba realmente impactado y asombrado con esa mujer. Además de guapa e imponente era como si pudiera leer sus pensamientos con dedicarle una mirada…

 

-Dime una cosa. ¿Eres bruja o algo así? - Pudo preguntar a su anfitriona sin salir de su estupor. -

- Algo así. - Concedió vagamente ella sin dejar de sonreír. - Anda, apresúrate. Tu padre te espera, toma la lámpara y súbetela. - Añadió serenamente. -    

 

            Resignado ante su evidente fracaso, algo a lo que desde luego no estaba habituado con las chicas, Roy levantó la lampara con bastante facilidad, aunque era de plomo macizo y pesaba muchísimo. Comenzó a subir las escaleras, estaba a medio camino cuando Kelly añadió.

 

- Aunque puede que me pase por tu casa un día de estos de la semana que viene, pero no te lo aseguro. Si quieres tomar algo por la tarde. - Recalcó de forma prometedora - no tengo inconveniente.

- ¡Claro! - asintió entusiásticamente él haciendo peligrar su estabilidad al girarse de improviso haciendo equilibrios con la lámpara a cuestas. - Cuando quieras.

 

            Moviendo la cabeza divertida, la anticuaria le siguió. John aguardaba algo impaciente ya.

 

-Vamos Roy, no quiero llegar tarde.

-Sí, lo siento papá. - Fue capaz de musitar. -

-Muchas gracias, señorita Madison. - Declaró entonces su padre para despedirse de esa señorita. -

-A usted. - Repuso ésta. - Que la disfruten…- Remachó en tanto el chico salía con la lámpara. -

 

             Y en la puerta del comercio Kelly esbozó una leve sonrisa despidiéndose de ambos. Por fin entre Roy y su padre metieron la lámpara en el maletero volviendo a casa. Marsha fingió llevarse una sorpresa, en realidad sabía que le iban a traer algo, pero no el qué y pudo asombrarse de verdad. Kelly, por su parte, les había seguido en otro coche. Estaba preocupada y su sexto sentido no la engañaba. Efectivamente otro vehículo seguía al de John y Roy.

 

- Les han encontrado al fin- pensó ella, aunque sintiéndose más aliviada. - Menos mal que mi trabajo principal está hecho. - Sin embargo, en ese momento, se quedó bloqueada al sentir otra energía, de naturaleza maligna - ¡Oh, no! ¡Han enviado a un demonio!

 

            Ella aparcó a distancia esperando la caída de la noche, llegada la misma pudo moverse con mayor libertad. Los siniestros enviados de la secta habían puesto cerco a la casa. Eran dos humanos más aquella presencia que Kelly, convertida ya en diablesa, había identificado como un demonio del tercer círculo. Por fortuna ella era más poderosa. Los sectarios se movían sigilosamente buscando la ocasión de entrar. Mireya les puso fuera de combate con facilidad, no quiso matarlos por no dejar allí sus cadáveres. Buscó al demonio, pero éste había desaparecido.

 

- ¡Maldita sea! - Siseó con frustración. - Espero que no me viese…

 

Si la reconocían y delataban como traidora a los suyos no tardaría en ser destruida. Tendría que ir con mucho cuidado.

 

-De ahora en adelante, aumentaré las precauciones. - Se prometió, cuando volvió a sentir aquella presencia. -

 

            Entre tanto en la casa. Roy había salido como siempre a quedar con una de sus citas, llegaría tarde. Marsha leía un libro a la luz de su nueva lámpara, la puerta de la terraza se movía, era abierta desde el exterior sin que ella se percatase. John estaba en el comedor, desde allí escuchó el grito de su esposa. Corrió a la habitación y descubrió horrorizado a un individuo de fulgurantes ojos rojos que trataba de atacarla, él trató de hacerle frente, pero fue rechazado de un manotazo. Entonces, más rápido de lo que pudo seguir, otra figura entró por la ventana, era una mujer, sus ojos brillaban del mismo tono rubí que los de su agresor.

 

- ¡Oh no, son dos! Dios mío. ¿Qué vamos a hacer? - Se preguntaba él, en voz alta, visiblemente aterrado. -

 

            Por fortuna no tuvo que preocuparse de eso porque la mujer atacó a aquel ser con un rayo de energía que brotó de su mano. El demonio, sorprendido, aulló de dolor siendo atravesado, la diablesa se interpuso entre Marsha y el agonizante diablo y empujó a John telequinéticamente alejándole de allí. Entonces el demonio estalló. Pasado el estruendo ayudó a Marsha a incorporarse.

 

- ¿Quién es usted y que quiere? - le preguntó ésta, bastante asustada por su apariencia. -

 

            John se rehízo y levantándose retornó corriendo a la habitación, en ese mismo momento la intrusa se explicaba con voz serena.

 

- Me llamo Mireya y soy una diablesa. Estoy aquí para protegerles, no me teman.

- No lo comprendo- pudo decir John desconcertado. - Si eres uno de ellos ¿por qué nos ayudas?...

- Por un pacto- repuso ésta explicándole. - Me invocó el padre James hace ahora ocho años.

- ¡No puedo creer que un sacerdote hiciera tal cosa! - Se horrorizó Marsha. – Pactar con un demonio. Va contra Dios.

- Normalmente así sería. Pero no en este caso. Lo crean o no, estamos del mismo bando. – Replicó Mireya tratando de adoptar un tono más suave y tranquilizador para la humana. -

- ¿Y luchas contra tus compañeros sólo por eso?,- le inquirió John incrédulo. –

 

            Su interlocutora decidió tomarse unos segundos para responder, aunque cuando lo hizo no fue parca en palabras.

 

- Así es. Aparte de mi deber de obedecer a quien me invoque con la fórmula adecuada tengo mis razones. Verán, sus enemigos son realmente poderosos y terribles. Y no les desean nada bueno. De hecho, el destino que esa facción infernal tiene previsto para la Tierra no es compartido por muchos de mis camaradas. Nosotros hemos venido a este mundo desde hace miles de años y nos hemos relacionado con sus habitantes. Os hemos tentado e incluso hemos tenido tratos carnales con los de vuestra especie. Pero no todos deseamos vuestra destrucción. - Les desveló. -

- ¡Pero los demonios sois malvados! - rebatió Marsha con la voz entrecortada. - Eso dicen los evangelios.

- Los demonios en su mayoría hacemos lo que nos conviene. - Respondió la diablesa alegando. -Puede que para vosotros seamos malvados, pero en realidad vivimos en otra dimensión, como vosotros lo hacéis aquí. Los demonios de los que hablas pertenecen a las más altas jerarquías del Infierno y ni yo misma los he visto jamás. Nos gobiernan y se comunican con nosotros por clases intermedias. Pero nunca nos han ordenado destruir este mundo. Otros muchos entre los que me cuento no acatamos los designios de ese tipo encapuchado que se dice portavoz de nuestro maestro. Nos oponemos a él y a esa estupidez de la destrucción del planeta. El padre James lo sabía y por eso me invocó. Estoy aquí para protegeros a vosotros y a vuestro hijo.

- No le harás nada a Roy, ¿verdad? - susurró Marsha con gesto y voz preocupados. - He leído en la Biblia que las diablesas gustáis de relacionaros con humanos. ¡Y mi hijo es muy guapo!,- añadió y casi sonrió a pesar de la tensión del momento. –Por favor, te pido que no le lastimes.

- Las súcubos sí hacen eso, pues está en su naturaleza, pero yo no pertenezco a ese orden- rebatió Mireya moviendo la cabeza para tranquilizar a su interlocutora asegurándoles a ambos padres mientras respondía a la angustiada Marsha casi con jovialidad. -No te preocupes, no tocaré a vuestro hijo. Pero reconozco que sí es guapo y a él no le hace falta ser sugestionado para fijarse en una chica bonita. - Sonrió a su vez. -

- ¿Conoces a Kelly Madison? - le preguntó John pensando si no trabajaría con ella. - Es una mujer que nos está ayudando también ¿es acaso quién te ha enviado ahora?

- Yo soy Kelly Madison, - les reveló Mireya tomando el aspecto de ésta, aunque manteniendo su uniforme demoniaco. – Nosotros podemos adoptar apariencia humana si así lo creemos conveniente.

- ¡Como es posible que una hija de las tinieblas, capaz de engañar y matar, luche por el bien! –Le inquirió Marsha una vez más, utilizando un lenguaje que había oído muchas veces en boca del difunto padre James. - ¡Es increíble!

 

- Sería muy largo de explicar, pero no debes llamarte a error. - Comentó Mireya añadiendo no sin razón. - Vosotros los humanos engañáis y matáis como el peor de los demonios y muchos de los que consideráis como héroes han tenido que acabar con vidas de sus semejantes también o mentirles. Cuando uno lucha a vida o muerte no tiene elección, en especial teniendo en cuenta los poderes contra los que luchamos.

- Es cierto, aunque no deja de ser asombroso que hayamos conocido a una diablesa buena. - Convino John que, no obstante, estaba picado por la curiosidad y le preguntó su contertulia. - Pero en tu caso. ¿Como te pasaste al bando del bien?

 

            Mireya suspiró encogiéndose de hombros, iba a responder cuando intervino Marsha que le pidió amablemente.

 

- Por favor, siéntate, incluso con una diablesa debemos respetar las normas de cortesía y más con una que nos ha salvado. - Declaró a renglón seguido para preguntar tímidamente después. -¿Quieres tomar algo, no sé, de lo que toméis vosotros?

 

            Mireya sonrió, sentándose en una de las sillas del desvencijado dormitorio, parecía divertida con aquel comentario, y respondió

 

- Cualquier cosa que toméis vosotros estará bien. Por mi parte te agradecería un vaso de leche.

 

            Eso dejó atónitos a ambos esposos y la diablesa, consciente de ello, añadió con desenfado.

 

- ¿Qué pensabais que iba a pedir, azufre?

 

            Marsha esbozó una media sonrisa de circunstancias, lo cierto es que su interlocutora no iba muy desencaminada. Solo pudo seguir sonriendo en tanto se fue a la cocina a traer un vaso para su peculiar invitada. John entre tanto le comentó a la que ahora aparecía como Kelly con visible inquietud.

 

- ¿Qué pasará con nuestro hijo?

- Realmente no lo sé. - Contestó sinceramente la interpelada para agregar. - Lo único que puedo decirte es que tiene una gran fuerza en su interior. Si podemos evitar que el mal se apodere de él, podría ser alguien que ayudara a muchas personas en el futuro. Y te aseguro que yo lucharé con todas mis fuerzas para que así sea.

- Teniéndote a ti a su lado, estoy convencido de que Roy podrá llegar a ser un buen hombre. - Afirmó John más animado ahora por la garantía de tan poderosa aliada. -

- Pero él jamás debe descubrir quién soy. - Les previno Mireya añadiendo -, eso no le haría bien. Tendré que desaparecer de su vida un día u otro. Debemos evitar que se meta en este mundo sobrenatural que es tan peligroso para él. O si tuviese que hacerlo algún día, que esté preparado para ello.

 

John asintió firmemente convencido de eso. Estaba completamente de acuerdo con Kelly o Mireya, o como quisiera llamarse. En ese momento regresó Marsha, traía una bandeja con tres vasos de leche y una tarta de las que ella hacía. Sonriendo ahora con más jovialidad la puso sobre una mesita y comentó.

 

- Espero que te guste esto. Es casera.

- Gracias- pudo sonreír su invitada empuñando un tenedor a la par de daba un trago a la leche para afirmar. - Os puedo asegurar que en el Infierno no hay cosas como estas. Al menos que estén hechas con tanto cariño.

- Es la tarta favorita de Roy, de jengibre y chocolate. - Explicó la mujer sin disimular la satisfacción que producían en ella los cumplidos de una autentica diablesa. –

- Bueno, - intervino John retomando el tema principal para recordarle a Mireya. – Ibas a contarnos cómo te pasaste a nuestro bando. –

 

Ésta asintió en tanto saboreaba la tarta y una vez tragado ese bocado y felicitado a Marsha por la calidad del dulce, respondió.

 

- Como ya os he dicho es una larga historia, al menos de dos milenios, pero podría resumirse en un momento concreto de mi existencia, en una de las veces que vine a este mundo.

 

Ella recordó cómo fue convocada haría casi unos dos mil años humanos en el pasado. Con la apariencia de una joven mortal atravesaba tierras de la región llamada Palestina. Concretamente en Jerusalén, la capital de la provincia, entonces romana, de la Judea, tenía una misión muy concreta. Acabar con la vida de un niño en particular.

 

-Me costó localizarle al principio. Pero luego… no sé explicarlo. Me sentí atraída, era una presencia muy fuerte. - Pudo decir en tanto proseguía con el relato. -

 

            Anduvo largo rato por aquellas arenosas calles llenas de tenderetes del mercado en fiestas. Aquí y allá, se elevaban voces llamando a los posibles clientes para que admirasen todo tipo de objetos, adornos, viandas etc. Pero Mireya no se fijaba en nada de eso. Su mente estaba puesta en un único objetivo. Buscar y eliminar. Su presa había sido vista por esta zona y la enviaron para hacer el trabajo, con sus rasgos humanos embozados tras una túnica ya había recorrido gran parte de esa ciudad. Ahora se acercaba al templo, un lugar al que no podía aproximarse demasiado. Pero contaba con que, según sus informes, ese mocoso iría hacía allí. Aunque algo había que no llegaba a entender. ¿Por qué debía encargase ella, una diablesa, de matar a un mero niño mortal? ¿Qué interés podía tener eso para sus superiores? De todos modos, no debía hacerse preguntas, solo obedecer las órdenes. Así que estaba aguardando en un callejón vacío, oculta a las miradas, cuando descubrió al objetivo. Era un crío de aproximadamente doce años, alto para su edad, de pelo castaño y ojos azules que caminaba hacia ella. Vestía una túnica de color marfil. No le cabía duda, su instinto le decía que esa era su presa. Se disponía a atacarle sin más cuando los ojos de ese chiquillo se fijaron en los suyos. Él solo sonrió y saludó para asombro de la diablesa.

 

- La paz sea contigo, enviada de la oscuridad.

 

            En un primer momento, Mireya se quedó paralizada por la sorpresa. No supo que hacer. Algo en su interior le hizo replicar, aplazando por un momento su ataque.

 

- ¿Por qué me has dicho eso?

 

            Y sin dejar de sonreír con un gesto lleno de algo indeterminado entre la dulzura y la picardía infantil, el chico le contestó.

 

- ¿Por qué tú, un ser que podría disfrutar de la luz desea vivir en un oscuro callejón peor que éste?

- ¿Acaso sabes quién soy? - Sonrió ahora Mireya despojándose del velo para mostrar su belleza humana de ojos verdes y cabello rubio trigueño. -

 

            Pero su joven contertulio volvió a sorprenderla con su siguiente frase.

 

- ¿Acaso tú sabes quién eres? Mireya...

 

            La diablesa no supo que replicar. ¿Cómo podía ese crío humano saber quién era? Miró hacia atrás y luego a los lados, para, por último, hacerlo hacia delante y entonces, convencida de que nadie más estaba con ellos se aproximó a un escaso metro del niño y respondió.

 

- Siento que tengas que morir, eres un pequeño muy listo. De verdad. Pero no tienes idea de con quién te estás enfrentando. – Y para subrayar su aseveración, adoptó su apariencia real. -

- ¿Y el niño se asustó? -. Quiso saber Marsha. -

 

Se tapaba la boca por el horror de pensar en lo que una visión así podría afectar a un niño. Pero para su sorpresa, la diablesa negó suavemente con la cabeza, sonrió con una mezcla de melancolía y felicidad replicando.

 

- No, fui yo la que me asusté. De los dos, era yo la que tuvo miedo. Porque era yo la que realmente no sabía con quién estaba tratando.

 

 Y así fue, Mireya entonces esperaba que aquel crío huyera aterrado o bien quedase paralizado para poder acabar con él sin más palabrería. Pero se equivocaba, el muchacho no hizo nada de eso, solo adelantó una mano acariciando en una mejilla a la atónita diablesa para afirmar con una media sonrisa.

 

- En verdad te digo, que yo saldré con bien de este lugar de tinieblas, ya que mi padre aun no me ha llamado a su lado. Y que tú si lo deseas, también podrás salir.

           

            Y la mirada de esos ojos celestes tan profundos se quedó clavada en el interior de la diablesa que no podía reaccionar, apenas sí pudo intentar avanzar una de sus manos hacia él, pero su cuerpo no le respondía.

 

- ¡No puedo moverme! - Balbuceó entre atónita y espantada para preguntarle con temor - ¿Qué me has hecho? ¿Quién eres?

- Mira en tu corazón, pues todos tenemos un alma que sabe lo que es bueno. Tú solamente has olvidado el mensaje de que todos somos hermanos.

- ¿Cómo vamos a ser hermanos nosotros? Yo soy una...

 

            Aquel niño no le dejó proseguir con esa sonrisa suya tan llena de afecto y transparencia sentenció.

 

- Todos tenemos el mismo Padre, que está en los cielos. Todos, incluidos los hijos que se niegan a sí mismos su amor. En verdad te digo que sois unos hijos pródigos… pues un día retornaréis…

 

            Mireya no podía pronunciar palabra. Ahora únicamente un pensamiento asaltaba su incrédula mente. ¿Quién era ese niño capaz de paralizarla de esa manera y de llegar a hacerla sentir cosas que jamás había experimentado? ¿Por qué notaba aquella calidez dentro de sí, como si hubiera vuelto a un hogar largamente anhelado? Pero aun fue mayor su asombro cuando aquel muchacho volvió a acariciar sus mejillas agregando con suavidad.

 

- Eso que sientes ahora, es la cercanía con el Padre. Guárdalo en tu corazón y llévalo siempre.

 

 

            Temblando de asombro y emoción, la diablesa se dio cuenta de que la imagen de ese niño se le nublaba. Mireya no se percató de que su rostro estaba humedecido hasta que él que tras acariciar sus mejillas puso sus manos en forma de cuenco y se las enseñó llenas de agua, aunque ella enseguida supo que aquello eran sus propias lágrimas.

 

- ¡He llorado! - Pudo musitar conmovida con aquella visión. -

- Son lágrimas de dicha, y con ellas puedes renacer a la alegría y el amor que tienes dentro de ti. No importa en donde estés, y hacer que otros vean, como has visto tú.

 

            Y sin saber lo que hacía, Mireya se puso de rodillas y sintió verter aquella lluvia de líquido sobre su cabeza....

 

- ¡Y fue como si me hubiese bautizado con mis propias lágrimas! En ese mismo instante algo en mi interior se despertó. ¡Como si de pronto me hubiera nacido un alma! – Sonrió entonces la diablesa ante el asombro de los Malden para agregar. -Y yo, ¡tonta de mí!, no supe entonces quién era ese niño.

- ¿No te lo dijo? - Quiso saber Marsha visiblemente intrigada. -

 

            Mireya negó con una sonrisa y añadió.

 

- Cuando levanté la vista sencillamente no estaba allí. Ni siquiera yo, una diablesa del Cuarto Círculo del Conocimiento y la Ciencia, pude entender como lo hizo. Pero aquello no terminó allí.

 

            Y ante la impaciencia reflejada en los rostros de ambos humanos, ella continuó.

 

- Salí caminando aun a trompicones, todavía no asimilaba del todo aquellas palabras, dichas de esa manera. Me había transmitido amor y cariño. ¡A mí! Que tenía la intención de matarle. A mí, un ser despreciable que solamente sabía de la lucha por el poder y la promoción personal, del tormento contra los débiles y la sumisión a los fuertes. Pero para él no era nada de eso. Y entonces volví a oírle, estaba sentado en las escalinatas de ese templo y hablaba para una multitud de ancianos sacerdotes que le escuchaban pasmados al igual que lo hice yo. No sé el tiempo que pasó, al menos varias horas, hasta que llegaron un hombre y una mujer a buscarle. Recuerdo que le riñeron, diciéndole, “Jeshua, tenemos que irnos, donde has estado, ¿acaso no sabes que nos tenías preocupados?  Pero aquel muchacho se limitó a encajar la reprimenda y únicamente replicó con serenidad.

 

- Me estaba ocupando de los asuntos de mi padre.

 

            John y Marsha estaban petrificados del asombro.  Fue la señora Malden la que se dio cuenta antes y exclamó, con la voz teñida de respeto y emoción.

 

- ¿Es tas diciendo que…? ¡Aquel niño era Jesús! ¡Tú le viste a él!

 

  Mireya, ahora como Kelly, tanto en apariencia como en ropas, asintió admitiendo con suavidad.

 

- Cambió toda mi alma, bueno, más bien me la concedió. Y ya no pude volver a hacer el mal. Años después, vi cómo los propios humanos a los que vino a transmitir ese mensaje le torturaron y le mataron si piedad. Con una crueldad mucho mayor que la de los propios demonios. Desde luego de haber sido capaz de matarle no le hubiera hecho sufrir así. Y aun entonces Él les perdonó. – Declaró más abatida y al tiempo transmitiendo admiración en su voz para añadir. - Solamente pude regresar al Infierno y desde allí, intentar que otros diablos y diablesas pudieran experimentar lo mismo que yo. Y aunque sé que mis métodos no son los que Él usaría, espero que me perdone, pues muchas veces sigo siendo hija de mis instintos.

 

 

            La diablesa recordaba para sí como volvió al Averno y allí, pasados unos siglos, logró hacer que ese mensaje penetrara en algunos de sus congéneres. Tuvo que ser muy cuidadosa pues de haber sido descubierta la habrían eliminado de inmediato. Pero logró convencer entre otros, a un demonio llamado Ruwoard y a una diablesa, de nombre Daila, que acogieron aquellas nuevas ideas tan esperanzadoras. A su vez, Daila llevaba siglos tratando de influir en una compañera suya, una tal ILaya, pero esa joven súcuba únicamente estaba interesada en medrar y no comprendía. De modo que no se atrevió a revelarle lo mismo que a su compañera, algo tan sencillo como que los demonios y los humanos podrían vivir juntos y en paz. Y no era aconsejable hacerlo ahora. Pues con los planes para despertar a ese demonio latente en el cuerpo de Roy, las jerarquías superiores habían estrechado el cerco porque sospechaban de la existencia de esa facción de disidentes.

 

-Sí, ahora más que nunca, tenemos que ser muy cuidadosos. El menor error nos podría costar la aniquilación y presiento que ya queda muy poco para el combate decisivo en la Tierra. - Meditaba Mireya. -

 

            Fue John el que la sacó de sus pensamientos con una cuestión que sonaba a sugerencia esperanzada en tanto se terminaban la tarta y la leche.

 

- ¿Y no podrías hacer que eso que está en el interior de mi hijo también comprendiera?

- Me temo que no, no es tan sencillo hacer que los que se empecinan en estar a oscuras vean. –Rebatió consternadamente ella. – Además, yo no soy Él.

- ¿Cómo es que nuestro hijo puede estar poseído por algo tan horrible?,- le preguntó Marsha aterrada por esa sola idea. – Siendo tan maravilloso como él es.

 

            Su contertulia guardó unos instantes de silencio, como si lo que fuera a contar resultase todavía más asombroso que su anterior relato. Al fin se decidió, declarando.

 

- En otro tiempo y lugar muy lejano, por lo poco que yo sé, vuestro hijo fue un hombre valeroso, con una gran fuerza interior. Cayó asesinado por los ejércitos oscuros y su cuerpo, fue vuelto a la vida y a la niñez por poderosas artes mágicas arcanas, muy por encima de mis conocimientos. Ese demonio fue alojado dentro de su alma, en letargo, esperando a que madurase nuevamente en su nueva vida para poder controlarle, despertar toda su fuerza y dominar este mundo.

 

-Pero. ¿Cómo es posible eso? - Se asombró Marsha al añadir atónita. - ¿Estás diciendo que nuestro hijo se reencarnó?

-Así es. - Le confirmó la diablesa, sentenciando. - Y tiene un enorme poder latente dentro de sí, tanto para hacer el bien como el mal. Por eso es tan importante protegerle. Depende de todos nosotros el orientarle hacia el bien y evitar que caiga en manos de la Secta que le busca. Esto que os he contado es algo considerado alto secreto en el Infierno, lo sé gracias a que uno de los miembros de mi círculo era camarada del demonio que duerme en vuestro hijo. Me costó, pero pude sacarle la información durante unas misiones que llevamos a cabo en otro lugar y en otra época.

 

Mireya recordó que había tenido que dejarse seducir por aquel tipo, ¡valiente presuntuoso! había creído que su atractivo infernal era el que lo había logrado. Aunque curiosamente nunca quiso nada sexual con ella, sino que le ayudase a llevar a cabo sus propósitos. En ese momento la diablesa sintió algo y se quedó pensativa.

 

- ¡Oh no! – Exclamó de pronto. -

- ¿Qué pasa? - Quiso saber John alarmándose al igual que su esposa, tras ver esa reacción. -

 

Demasiado tarde se dio cuenta Kelly de que los sectarios que había dejado inconscientes se habían recuperado y huido, maldijo ese descuido. Y añadió.

 

- Ahora sí que debéis iros de aquí. Esta vez no pararán hasta acabar con vosotros y no podré protegeros si os quedáis.

- ¿Y qué te pasará a ti? - Inquirió la preocupada Marsha. -

-No temas. No me han reconocido. Y puedo desaparecer sin dificultad. - La tranquilizó su interlocutora. -

- Haremos las maletas- indicó John que entonces objetó con preocupación. - Pero Roy estará al llegar, debemos esperarle y explicárselo todo.

- ¿Crees que debemos decírselo? - Le consultó Marsha. -

-No sería aconsejable. S mejor que él permanezca en la ignorancia. Cualquier chispa podría avivar la conciencia de ese demonio dormido. - Declaró Mireya. -

- ¿Y cómo justificaremos esta huida? - Quiso saber la atribulada madre del chico. -

- No hace falta decirle todo, sólo que unos indeseables han intentado atracarnos y que este barrio ya no es seguro. - Le dijo su marido. -

- Haced lo que sea, pero hacedlo pronto, ya no queda mucho tiempo, - terció Mireya que había recuperado sus rasgos de diablesa para agregar. -Yo vigilaré por si vuelven- y apenas sí terminó de decir eso desapareció por arte de magia de la habitación dejando a ambos atónitos. -

 

            Entre tanto Roy volvía de estar con la chica de turno, en esta ocasión sólo habían salido a darse unos besitos, ya la había dejado en casa y regresaba tranquilamente. De hecho, el muchacho estaba aturdido. Pese a que su acompañante, la rubia y muy bien dotada de atributos femeninos Alice, era un volcán cuando se apasionaba, él solo podía pensar en Kelly. Esa muchacha entonces se enfadó al notarle tan distante. Roy únicamente pudo excusarse alegando un dolor de cabeza muy fuerte. Cuando se despidió de ella respiró aliviado. Y encima era bastante tarde, las dos y media y llegaba preocupado por eso. Entró como siempre haciendo el menor ruido posible, pero se encontró con las luces dadas.

 

- ¡Maldita sea! - pensó tomándolo por una muestra de preocupación de sus padres hacia su retraso. - Esta vez me van a regañar bien...

 

            Pero no ocurrió así, John salió a su encuentro y ni siquiera le dio tiempo a disculparse.

 

- Roy, haz la maleta y mete lo indispensable, nos vamos de aquí.

- Pero ¿qué pasa?,- preguntó este realmente asombrado. -

- No hay tiempo de explicártelo ahora, ¡vamos! - Le ordenó su padre con una brusquedad nada habitual en él. -

 

            El chico se dirigió hacia su cuarto, al pasar vio a Marsha con una expresión muy preocupada.

 

- Mamá. ¿Qué pasa? - le preguntó con inquietud. -

- Hijo, han intentado asaltarnos esta noche...- repuso ella muy cariacontecida. -

 

El muchacho se quedó mudo de la sorpresa, pero reaccionó al cabo de unos minutos pudiendo argumentar.

 

- Pero esa no es razón para escaparse de aquí, llamemos a la policía y ya está. Y si vuelven antes de que llegue una patrulla les partiré la cara - declaró decidido. -

- No hijo, debemos irnos, - le insistió su padre con un tono serio y preocupado. – Tú solo limítate a hacernos caso. Por favor…

 

            El interpelado solamente pudo asentir todavía desconcertado. Marsha acompañó a su hijo a la habitación de éste y le ayudó a hacer la maleta. Él no salía de su asombro. Cuando estuvieron listos subieron al coche y se dirigieron a un motel para dormir allí. Roy estaba cansado y concilió el sueño enseguida, pero sus padres no pudieron hacerlo.

 

- Mañana nos preguntará de nuevo por qué hemos tenido que salir de casa y aparte de la excusa del asalto, no sé qué podremos decirle. - Le susurró Marsha a John. -

- Ya se nos ocurrirá algo, - respondió su esposo tratando de tranquilizarla para pedirle con suavidad – Anda cariño, intenta dormir.

 

            Amaneció y se hizo casi mediodía cuando Roy se despertó. En un principio creyó haber soñado lo de la noche anterior. Bueno, ahora estaba en su cuarto, listo para comenzar el día. Sin embargo, tras despabilarse tardó poco en darse cuenta de que no era así. Se reunió con sus padres en la salita del motel y John quiso explicarle algo de lo sucedido.

 

- Tu madre y yo teníamos miedo por lo de anoche, dos tipos entraron en casa. Intentaron robarnos, pero les hicimos huir, no se esperaban encontrar a nadie o creyeron que era la policía no lo sé, pero estábamos asustados, no queríamos que volvieran.

- ¡Pero que tontería! - objetó Roy añadiendo convencido - con llamar a la policía se hubiera resuelto.

- No hijo, la policía está muy ocupada para llegar rápido y no va a estar siempre vigilando. Aunque reconozco que nos hemos pasado. - Reconoció John, aunque lo cierto es que no sabía que poder inventarse, así que decidió ganar tiempo al agregar. - Hoy por la mañana veo las cosas de otra forma, volveremos a casa.

- Sí, eso haremos. - Musitó Marsha con semblante y tono bastante intranquilo. -

 

            El chico asintió y aunque pensaba que sus padres le ocultaban algo no quiso seguir preguntando, era mejor volver a casa. Por fortuna el día transcurrió sin ningún incidente. Parecía que sólo había sido un susto. Pero en la sede de los sectarios ya estaban al corriente del paradero de la familia del enviado. Su líder ordenó a sus acólitos que se preparasen para capturar al chico a la primera ocasión propicia. Mireya también estaba al tanto pues gracias a su condición de diablesa pudo espiar esa conversación. Los padres de Roy, pese a todo habían decidido mudarse de casa y en los días siguientes comenzaron a buscar vivienda en otra parte de la ciudad. Encontraron un apartamento en una zona no muy lejana con vistas al puente de Manhattan. Tardaron pocos días en mudarse y, durante ese tiempo Mireya se encargó de eliminar con disimulo a todos los acólitos que intentaron atacarlos. Un día, cuando por fin los sectarios habían vuelto a perder el rastro de la familia, la diablesa llamó a John y le citó en un parque para hablar con él en privado. El hombre la esperó por espacio de unos minutos hasta que ella apareció como Kelly, informalmente vestida con sus acostumbrados vaqueros y una camisa de rayas.

 

- ¿Ocurre algo malo?,- le preguntó éste temeroso - ¿Han vuelto a encontrarnos?

- No es eso- respondió ella que añadió diríase que con expresión abatida. - Se trata de mí, ya no os podré seguir protegiendo por más tiempo.

 

            John guardó silencio mientras ella se sentaba en uno de los bancos del parque. Él la imitó y Kelly le explicó los motivos de esta declaración.

 

- En el Infierno ha surgido una facción que deseo alimentar, recuerda que os hablé de que una parte de los míos no consideraba inteligente destruir vuestro mundo. Pero, además, algunos de nosotros nos hemos dado cuenta de que se puede vivir aquí, sin ningún tipo de problemas y en paz. Cada vez hay más demonios que parecen sostener esa idea, pero somos aún muy pocos. Hay otros que piensan igual y junto con ellos debo volver y difundir esta idea, me han llamado de vuelta y no me puedo negar a regresar.

- ¿No puedes decirle que aquí te necesitan? - le planteó John. -

- No, han hecho una retro invocación, igual que cuando se nos invoca desde este mundo con el poder suficiente no nos podemos negar a venir, tampoco podemos ignorar la orden de volver.

- ¿Cuándo te marcharás? - Le inquirió John, dando por hecho que sería inevitable por las palabras de la diablesa. -

- Mañana, a la media noche. Pero no te preocupes. Hice un buen trabajo con tu hijo y no recordará nada a no ser que anulen mi magia con algún poder superior. - Quiso tranquilizarle ella. -

- Debo darte las gracias por todo, por mí y por mi familia. - Le dijo él con una sonrisa. -

- No temáis y sed prudentes. Sólo una cosa más, los bienes terrenales de los que dispongo los puse a nombre de Roy. No es una fortuna, pero le bastarán para estudiar en la Universidad.

- ¿La universidad? - repitió John sorprendido al ver que la diablesa se ocupara hasta de eso, aunque objetó con visible apuro. - Todavía le quedan casi dos años y su madre y yo ya hemos ahorrado…

- He estudiado algunas cartas astrales. - Explicó Mireya que le indicó. -Tengo algunos dones como el de la visión del futuro. Y aunque sea cara debéis llevarle a esta universidad, pues encontrará su destino allí.

 

            Le dio a John un sobre lacrado que lucía el matasellos de la Golden State College. Éste lo abrió descubriendo que contenía una solicitud de reserva de plaza.

 

- ¡Pero esta universidad es muy cara, de lo mejor del país, no sé si pese a todo tendremos dinero para ella! - Objetó él anonadado. -

- Debéis matricularle allí, no puedo deciros más. Con lo que poseo en este mundo tendréis de sobra para pagarle toda la carrera - insistió Mireya. – ¡Hacedlo, os lo ruego!, puesto que será fundamental para su vida y su futuro.

- Está bien, si tú lo dices será por algo. - Concedió John afirmando. - Lo haremos, cueste lo que cueste. Pero habrá que convencerle a él.

 

La diablesa asintió complacida para remachar.

 

- Confío en que seréis capaces de lograrlo. Esta noche pasaré a despedirme de todos vosotros. Pero, como ya te dije hace unas semanas, Roy no debe saber nunca quién soy yo en realidad, ¿comprendido? Puede que algún día esté preparado para descubrirlo, pero ese momento aún no ha llegado.

- Muy bien, no le diremos nada, te lo prometo. - Le aseguró John sentenciando. – Y un Malden nunca rompe una promesa.

-Una cosa más. - Le dijo ella, con gesto ahora más entristecido. - Puede que tengáis que hacer grandes sacrificios por él.

-Haremos cualquier cosa. Es nuestro hijo. - Sentenció John. -

 

Su contertulia asintió, para declarar.

 

-Entonces, ve a mi tienda cuando yo me haya ido. Busca en el estante de esoterismo de la sección C. Allí hallarás un libro. Se llama, apuntes del Libro de los días. En él hay escritas algunas cosas que os ayudarán a tu esposa y a ti a velar por Roy. Pero te advierto una cosa. Esa información tiene un altísimo precio. Quien quiera que la consulte en demasía puede llegar a convertirse en víctima de la misma.

-No lo comprendo. - Repuso el desconcertado John. -

-Lo harás. - Aseveró Mireya con tono grave. - Y llegado el momento posiblemente tendrás que elegir entre saber lo que necesites para proteger a Roy y pagar el precio, o no.

-Siendo por el bien de mi hijo, esa decisión es fácil de tomar. - Sentenció él. -

 

            Mireya sonrió y su interlocutor le devolvió la sonrisa.

 

-Solo una cosa más. - Le advirtió ella. - Que Roy no tenga acceso a ese libro jamás.

 

            John asintió, en ese momento oyó a unos niños corretear cerca de él jugando a la pelota, los miró de soslayo apenas unos segundos, recordando a su propio hijo con esa edad. Al volver la vista hacia Kelly, ésta había desaparecido y no se veía hacia donde habría podido ir. Él se quedó sorprendido, pero no tardó en reaccionar volviendo a casa. Marsha ya preparaba la comida y su hijo estaba de vuelta de las clases. En cuanto pudo le contó a su esposa lo que la diablesa le había dicho. Ésta se entristeció por su marcha, aunque en su corazón le agradeció que diese a su hijo la oportunidad de estudiar en aquel lugar tan importante

 

-Lo difícil será arreglárnoslas sin ti. - Suspiró la mujer, regresando a sus quehaceres. –

 

            Entre tanto Mireya había retornado a su tienda esotérica. Estaba preparado su marcha. Con sumo cuidado trataba de borrar las huellas de su estancia allí.

 

-Espero que no envíen a ILaya a terminar el trabajo ahora que tengo que volver. - Se decía preocupada. - Es la súcubos que conozco más capaz de cumplir con éxito esa misión.

 

            Recordaba un siglo atrás cuando conoció a esa individua en el Infierno. Mireya fue transferida al tercer círculo. Allí se ocupó de formar una compañía de diablesas. Su segunda al mando era esa súcubos. Era calculadora y agresiva hasta para los estándares de su especie. No en vano las otras la temían. Por suerte, Mireya era la única que le inspiraba respeto sino miedo, a esa terrible diablesa.

 

-Soy más poderosa. O al menos me precede mi reputación. Antes de cambiar hice cosas de las que no estoy nada orgullosa. Fui tanto o más cruel que ella. - Rememoraba ahora con la apariencia de Kelly. –

 

            Y es que la tal ILaya se había distinguido en misiones durante siglos, lo mismo que ella. Por mor de la antigüedad, Mireya era superior en rango, aunque eso no significaba nada en el Infierno. Allí, cualquier duda o gesto de debilidad era utilizado en contra de quien lo tuviera. La propia Mireya había ido ascendiendo a veces, al sacar partido de debilidades ajenas.

 

-He tenido que esforzarme para que ILaya no entreviese debilidad alguna por mi parte. Y por supuesto, para que ni llegase a sospechar que soy miembro de la quinta columna. - Recordó. – Ahora, cuando retorne al Averno, me aseguraré también de que se quede conmigo por una buena temporada. Hay que dar tiempo a Anthony para que ate los cabos sueltos que faltan. Por mi parte yo haré lo propio con los míos.

 

            Llamó por teléfono y aguardó, al poco, una voz de hombre contestó a desgana

 

-No me gustan los vendedores.

- Ni a mí los que no quieren comprar. - Fue la respuesta de ella. –

-Me alegra oírte de nuevo. - Dijo ese individuo de mejor talante ahora. –

-Pues será la última vez. - Contestó gravemente ella, informándole. - Debo volver.

-Ya es mala suerte, justamente ahora, que tanto te necesitamos. - Se lamentó su interlocutor. –

-No puedo hacer nada por evitarlo. Cree que lo siento. - Afirmó Mireya para preguntar con algo de preocupación en su tono. - ¿Podrás arreglártelas?

-Así lo espero, tengo algunos amigos, uno en particular se ocupará de velar de cerca por nuestro objetivo. - Repuso él. -

-Será de confianza. - Inquirió la diablesa. -

-Absolutamente. - Aseveró su interlocutor. - Me he ocupado de instruirle para su misión.

 

Mireya suspiró, no era desde luego su estilo, pero se permitió pedir a su contertulio con tono tomado por el afecto.

 

-Dile a tu contacto que cuide bien de él.

-Parece que te has encariñado con el chico. - Dijo su interlocutor. -

-Me será difícil, pero debo decirle adiós. - Admitió la diablesa. - Igual que ahora me despido de ti. Mucha suerte.

-Gracias, lo mismo te deseo. - Respondió su contertulio cortando la comunicación. -

 

Y Mireya se quedó pensativa durante unos instantes.

 

-Ahora me prepararé para despedirme de ti, solamente espero que nunca puedan hacerse contigo.

 

            Y así al llegar la noche, se dispuso a ello. Por su parte Roy como siempre volvió tarde de su cita con una chica. Estaba cerca de su nueva casa cuando escuchó una voz familiar, se volvió descubriendo a Kelly, ella le miraba vestida con un traje de noche negro muy escotado.

 

- ¡Guau! - exclamó él sin poderlo evitar. - ¡Estás preciosa!

 

            Kelly sonrió sin responder. Roy se acercó a ella y trató de iniciar una conversación. Únicamente aquella vez que ella le propuso tomar un café habían podido hablar algo. Pero después esa mujer tan cautivadora y misteriosa, no apareció jamás para poder invitarla de nuevo.

 

-Desde luego, ¡qué mala suerte tengo! - Se lamentaba pensando apenado. - Quizás es que después de todo, solamente soy un crío para ella.

 

            Sin embargo, ahora tenía otra oportunidad, Roy pensaba en llevar la conversación a algún tema adecuado para lanzarla otro intento de cita, o quizás atreverse a besarla. Podría ser arriesgado pero seguro que merecería la pena. No obstante, para su sorpresa, fue Kelly la que tomó la iniciativa dándole un largo beso en los labios que le dejó atónito. Incluso bloqueado…

 

- Cuídate mucho, - le pidió afectuosamente ella al despegar sus labios de los suyos. -

- ¿Qué quieres decir? - logró preguntar Roy casi sin poder salir de su asombro. -

- Debo marcharme- repuso la muchacha con voz suave. -

- ¿Muy lejos? - preguntó él - ¿Volverás pronto?

- Sí, muy lejos - Admitió ella contestando a la primera cuestión para añadir con voz queda. – En realidad tanto que no creo que volvamos a vernos. Es una lástima, eres un buen chico, cuídate y sé prudente.

- Pero…

 

 Roy quiso decir algo, pero ella no le dejó hablar agregando diríase que hasta con emoción en su voz.

 

- Recuerda siempre que eres un gran muchacho. Bueno y noble. Tienes un enorme potencial, úsalo bien, siempre para ayudar a los demás y, sobre todo, no te dejes vencer nunca por las fuerzas del mal.

- No te vayas, pudo pedirle él atreviéndose a confesar. - Eres una mujer estupenda y creo que me he enamorado de ti. Jamás me había sentido así. Bueno. - Admitió con visible envaramiento. - Me han gustado muchas chicas y he salido con bastantes, pero con ninguna me ha pasado lo mismo que contigo. Sé que te pareceré cursi, pero para mí eres como una princesa de cuento de hadas.

 

            Mireya sonrió, había llegado a apreciar sinceramente a ese chico, ¡cuántas veces en la sombra había velado por él! Y afectuosamente le respondió.

 

- Yo no soy la que está destinada para ti, Roy. Algún día llegará tu princesa, la verdadera. Ya lo verás.

- Eso es imposible. - Objetó él, afirmando convencido. - No creo que sienta jamás lo mismo por ninguna otra mujer.

- Lo sentirás, cuando ella aparezca lo sabrás. - Le aseguró la conmovida diablesa acariciando el rostro de aquel perplejo chico para susurrarle un cariñoso. - Hasta siempre, mi príncipe azul. Nunca te olvidaré, te lo aseguro. Y sigue mi consejo, jamás pierdas la esperanza de encontrar a tu princesa. Ella aparecerá en tu vida cuando más la necesites.

 

Mireya incluso se emocionó, lo cual para alguien de su especie era harto difícil, hasta creyó sentir el correr de alguna lágrima. Pero no había tiempo para sentimentalismos y debía de partir. Roy, ajeno a todo eso, no podía sustraerse a su mirada como le ocurriera aquella vez en la tienda. Pero cuando logró apartar la vista y volver a mirar Kelly al instante siguiente, sencillamente ya no estaba allí, aunque él estaba acostado en su cama. Se encogió de hombros, debía de estar muy cansado y lo habría soñado, tampoco recordaba exactamente que le habían dicho en el sueño. Algo de encontrar a una princesa quizás ¡Bah!, decidió seguir durmiendo y no pensar más en ello, aunque algo en él le decía que aquello sucedió de veras.

 

-Espero volver a verla muy pronto. - Musitó en tanto se adormecía. -

 La diablesa reapareció en el cuarto de los padres del chico. Con las luces apagadas escuchó la voz de John.

 

- Hola Mireya. Has venido a despedirte, ¿verdad?

- Sí, - admitió ella girándose para descubrir a los Malden, débilmente iluminados por el resplandor indirecto de las luces nocturnas callejeras. -

- Tenías razón, pese a tu apariencia y lo que eres has demostrado ser buena. - Intervino Marsha con afecto y reconocimiento en su voz para añadir. - No sé cómo agradecerte lo que has hecho por nuestro hijo, ¡Dios te bendiga!

 

            Mireya sintió un escalofrío recorrerla cuando escuchó aquellas palabras. Pese a todo no era precisamente habitual que un miembro de su especie las oyera, y además en un contexto amistoso.

 

- Supongo que debo tomarlo como un cumplido. - Pudo decir con una amable sonrisa e incluso humor. - ¡Aunque para una diablesa no suele ser el mejor de todos! - y añadió con voz más queda. Como os conté, creo que ya me bendijo hace muchos siglos y ahora ha vuelto a hacerlo al permitirme conoceros, a vosotros, a Roy y ser testigo del amor de familia que os profesáis. Cuidad muy bien de él y algún día la humanidad entera os lo agradecerá, estoy segura de eso.

- Lo haremos, te lo prometo - Aseguró John tomando por los hombros a su emocionada mujer. -

- ¿Y qué será de ti, allí en el Infierno? - Quiso saber Marsha con un tono dominado por la preocupación. -

- No temas por mí - la tranquilizó Mireya comentándole. - Volveré a mi círculo y desde allí me cuidaré de continuar con mi tarea. Hay mucho trabajo que hacer. Estaré bien, tengo contactos en el Averno. Como decís los humanos, ¡hay que tener amigos hasta en el Infierno!, y esa os lo aseguro, es una gran verdad.

-Espero que no tengamos que comprobarlo. - Pudo sonreír Marsha. -

-No, ese no es vuestro lugar, pero si algún día, alguien del linaje de vuestro hijo precisara de mí allí, estaré a su lado para ayudarle. - Sentenció Mireya. -

 

            Los Malden se miraron perplejos. ¡Esperaban que eso no fuera necesario para ningún miembro de su familia, ni ahora ni en el futuro! John entonces miró su reloj, faltaba tan sólo un minuto para la media noche. La diablesa lo sabía y declaró.

 

- Tengo que marcharme ya, un último consejo de amiga. Debéis permanecer siempre atentos a todo lo que os rodea, nunca desesperéis y no dejéis que vuestro hijo se aparte de la senda de la paz, ni del camino de la luz. Pase lo que pase.

 

            Y estas fueron sus últimas palabras, sonriendo y con la mano levantada en un gesto de despedida, la diablesa desapareció entre una nube de humo en tanto pensaba.

 

-Hice cuanto pude por ellos, y le dejé recado a Anthony. Ahora es cosa suya.

 

Entre tanto, Marsha le devolvió el saludo de idéntica manera y suspiró dirigiéndose a su marido con un tono teñido de inquietud.

 

- Ahora estamos solos, querido.

- ¡No, eso no!,- rebatió él añadiendo con renovado optimismo. - Tenemos a Roy y nos tenemos a nosotros. Haremos lo que Mireya nos ha dicho y de seguro que nuestro hijo siempre será feliz.

 

             El muchacho desde luego dormía profundamente sin saber nada de todo aquello. A la mañana siguiente su padre le dijo que tenían una sorpresa para él. Roy, dominado por la curiosidad quiso saber el qué, pero le dijeron que debía esperarse hasta que ellos volvieran. Tuvo que aguardar unas tres horas, pero al fin sus padres retornaron con una reserva de plaza.

 

- Hijo- le anunció John muy satisfecha y orgullosamente. - Ésta es una reserva de plaza para una de las mejores universidades del país.

- ¿Universidad? - preguntó Roy atónito rebatiendo con estupor - ¡Pero si no iré a la universidad hasta finales del curso que viene!

- Sí, lo sabemos, pero no podíamos esperar la ocasión. Veras hijo, gané algún dinero en la bolsa. - Mintió John sin decir que era lo que Mireya le había dejado -y quise asegurarte una plaza allí.

 

            Roy leyó la matrícula y se quedó pasmado.

 

- ¡Pero, este sitio cuesta una fortuna, además hay que obtener notas muy altas para entrar! - Objetó visiblemente preocupado, pues últimamente había descuidado sus estudios. -

- Nosotros confiamos en ti- le respondió Marsha con una encantadora sonrisa añadiendo con verdadera pasión de madre. - Eres lo más preciado que tenemos y queremos que tengas las mejores oportunidades, hijo.

-Y sé de buena tinta que su equipo de baloncesto, aunque modesto comparado con otras universidades, ha obtenido muy buenos resultados últimamente. Seguro que eres la pieza que les falta para llegar a lo más alto. - Sonrió John. -

- Papá, mamá, yo no sé qué decir, sólo que trataré de no defraudaros. - Afirmó el emocionado chico, abrazándose a sus padres con fuerza haciendo firme propósito de entrar en aquella universidad. –Os lo prometo, lo conseguiré…

-Sé que lo harás. Mi precioso niño de ojos verdes claros. - Sonrió Marsha usando ese apelativo con el que solía llamarle cariñosamente. -

 

            El plazo pasó volando, él cumplió su palabra, estudió de nuevo con muchas ganas y logró elevar sus calificaciones. Durante ese tiempo no fueron molestados por los sectarios que no les habían vuelto a encontrar la pista aun y cuando se acercaban peligrosamente, ese tal Anthony, el último del grupo que quedaba, se ocupaba de desbaratar cualquier posibilidad de éxito del enemigo. Así las cosas, el día del ingreso oficial, Roy fue admitido por unas pocas décimas de margen y sus padres le montaron una fiesta. El chico estaba entusiasmado y sus padres muy orgullosos. Roy entró en la universidad y comenzó su curso.

 

-Vaya. - Se dijo el muchacho al entrar en esa universidad acompañado de sus padres. - Así que, aquí estoy…

-Me hace mucha ilusión que te hayas decidido por estudiar magisterio. - Le dijo su madre agarrada al brazo derecho del chico. -

-Sí, los críos me encantan. Son divertidos. Puedes jugar con ellos y todo les parece interesante. Y si me especializo en educación física más adelante hasta podría sacarme el título de entrenador de baloncesto. ¡Eso, si no logro entrar en alguna liga profesional! - Comentó él visiblemente ilusionado. -

-Seguro que sí hijo. - Afirmó su padre con idéntico entusiasmo. -

-Pero no te olvides de que ser maestro es algo muy importante también. - Le recordó Marsha, sentenciando. - Debes saber educar a los niños y ser estricto cuando llegue el caso.

-Sí, eso es verdad. ¡Aunque me cuesta un poco ponerme serio! - Se rio el aludido. -

 

            Sus padres lo hicieron con él. Roy era bastante extrovertido y amigo de las bromas. Aunque le habían enseñado a guardar la compostura y portarse bien cuando era necesario. Y hablando de eso tenían que llegar puntuales a su cita con la jefa de estudios de esa facultad y vicerrectora, que les iba a recibir para comentarles cómo funcionaba aquel lugar.

 

-No debemos llegar tarde, eso sería crearte una mala imagen, hijo. - Comentó su padre. -

-Está aquí mismo, al final de este pasillo. - Declaró él. - Al menos eso me han indicado unas chicas de por aquí…

- ¡Cómo no! – Sonrió Marsha mirándole entre divertida y maternalmente. - Tenías que preguntárselo a unas jovencitas de por aquí…

- ¡Así de paso hago amistades, mamá! - Rio el chico llevándose una mano al cogote. -

 

            Sus padres se miraron con una sonrisa. Su hijo era desde luego un Don Juan, pero no era malo. Solamente deseaban que, un día, conociese a una buena muchacha que verdaderamente le amase y lograra tener su amor.

 

-Vamos entonces. - Indicó John. -

 

            Siguieron ese camino y en efecto. Al final del corredor había una puerta con la leyenda de Principal. Allí era. Tras tocar a la puerta escucharon una voz de mujer indicar.

 

-Pase…

 

            Lo hicieron y vieron que allí, sentada tras una mesa de madera con un fichero sobre la misma y algunos bolígrafos, marcos de fotografías y una lámpara flexo, se sentaba en efecto una mujer. Tendría más de cuarenta años, llevaba su pelo castaño oscuro en un moño pulcramente recogido y unas gafas redondas. No iba demasiado maquillada, diríase que lo imprescindible y su expresión era algo indefinido entre la atención y la severidad. Pese a ello, su voz sonó al menos educada al preguntar.

 

-Soy la señorita Jane Parker, la jefa de estudios y vicerrectora. ¿Qué puedo hacer por ustedes?

-Buenos días. - Saludó educadamente John. - Hemos venido a matricular a nuestro hijo.

-Muy bien. ¿En qué carrera va a cursar estudios? - Quiso saber la vicerrectora. -

-Magisterio. - Replicó Roy. - Desearía la especialidad en deportes.

-Muy bien. Sea tan amable de rellenar este formulario. - Le pidió Parker. -

 

            El chico lo hizo consultando a sus padres por algún detalle relativo a la familia, como ingresos o ciertos tecnicismos relativos a la unidad familiar. Al concluir Marsha comentó.

 

-Esperamos que nuestro hijo sea feliz n esta universidad. Nos la han recomendado con mucho énfasis.

-La Golden State College es una de las universidades más prestigiosas en esta área de estudios. Tiene un nivel académico muy elevado y un campus excelente para todo tipo de actividades extraacadémicas. - Les resumió Parker. -

-Bueno, más que nada, queremos que esté rodeado de buenas personas que le sirvan de inspiración. - Añadió la madre del chico. -

-No quedarán decepcionados. Tenemos un magnífico claustro de profesores. - Les aseguró su interlocutora. -

 

            John asintió, aunque entonces se dirigió cordialmente a su hijo para pedirle.

 

-Oye Roy, ve al coche y mira si me he dejado mis gafas de ver de cerca…

-Sí, papá. - Asintió él levantándose para decir. - Con permiso.

 

            La jefa de estudios asintió y el chico salió del despacho. Ahora el gesto de John se puso más serio. Así como el de Marsha. Fue el padre del nuevo alumno quién declaró.

 

-Verá. Queríamos que Roy no estuviera presente. Es que tenemos que hablarle de algo en confidencia. -Ustedes dirán. - Replicó Parker ahora con gesto sorprendido. -

-Una amiga vino a verla hará un tiempo. - Le contó John. - Alta, rubia…

-Sí, la recuerdo bien. - Intervino su interlocutora. - Me mostró su interés en reservar plaza para este curso. Pero eso fue hará más de un año. - Quiso recordar con estupor. -

 

            Parker hizo memoria, acordándose perfectamente de esa mujer que le pidió una cita. La recibió en ese mismo despacho y tras pedirle que se sentase le preguntó.

 

-Usted dirá, señorita…

-Madison, Kelly Madison. - Se presentó ésta. - Verá, Miss Parker, dentro de un año aproximadamente, unos amigos míos tienen la intención de matricular a su hijo aquí. Cuando termine sus estudios de la High School…

-Bueno, tendrá que superar las pruebas de admisión. - Comentó la impertérrita jefa de estudios. -

-No dudo de que las superará y estoy tan segura de ello que estoy dispuesta a pagar por adelantado el coste de su matrícula…

 

            La señorita Parker asintió, no obstante, insistió.

 

-Bien, pero, como ya le dije, tenemos un baremo muy estricto. Para cursar el primer año primero…

 

            Aunque su interlocutora adelantó una de sus manos para interrumpir a Parker. Enseguida sonrió afirmando.

 

-Me refiero a pagar todos los años de matriculación que precise para terminar sus estudios. Por adelantado…además de hacer una donación a esta facultad…

 

            Aquello era una suma realmente considerable. La jefa de estudios la miró perpleja. Es más, apenas sí podía creerlo.

 

-No estoy autorizada a aceptar eso. –Fue capaz de responder con tono dubitativo. - Debería hablar con el rector. El señor Selby.

-Él lo aprueba. Ya contacté con su superior y me envió aquí a planteárselo, diciendo que usted decidiría. - Contestó esa joven, para añadir ya más seria. - En confianza, señorita Parker. Sé que a él en el fondo le da lo mismo, que ante una donación de este calibre estaría dispuesto a aceptar a ese muchacho sin más. Pero no ignoro que usted es diferente, le tiene particular afecto a esta institución. Estudió aquí, ¿verdad?

-Sí, ¿Cómo sabe eso? - Inquirió Parker. -

-Porque puedo imaginar el dolor que supone perder a alguien a quién se ama. Sobreponerse a ello y continuar adelante. Y sé que, por eso mismo, cuando el hijo de mis amigos necesite sentirse arropado usted se ocupará de ello. ¿Sabe de lo que hablo, no es cierto?

 

            La jefa de estudios estaba perpleja. Esa mujer hablaba como si pudiera leer en ella. Hubiera querido contestar que su vida privada nada tenía que ver con ese trámite o que lo que pedía esa descarada no era posible. Sin embargo, algo en la mirada de esa chica se lo impedía. Entonces esa extraña sonrió amablemente y le dijo para mayor asombro de su contertulia.

 

-Jane. ¿Puedo llamarla así?, ¿verdad? ...Un día comprenderá el porqué de todo esto. Pero ahora, solamente le pido como un gran favor personal que ayude a ese chico cuando llegue. Sea con él todo lo estricta que deba. Es más, me temo que se verá obligada a serlo. Y que no en pocas ocasiones le dará quebraderos de cabeza. Sin embargo, nunca olvide que no es malo. Y una cosa más, no le hable nunca de mí…para él jamás he estado aquí, ni hemos mantenido esta conversación.

-No comprendo nada... ¿Quién es usted? - Inquirió Parker realmente sorprendida. -

-Alguien que sabe lo que ha sufrido usted en la vida y que no ignora por desgracia que el camino de ese muchacho estará también lleno de dolor. Y por desgracia, no podré estar a su lado para ayudarle. Ahora debo marcharme…Dentro de un año, esas personas, los padres del chico, vendrán y le hablarán de mí…entonces sabrá lo que hacer. Adiós.

 

            Y dejándola perpleja esa joven se fue. Ahora volvía al momento presente y pudo decir…

 

-Hare todo lo que esté en mi mano para que su hijo tenga una estancia lo más agradable y provechosa posible aquí.

-Muchas gracias, señorita Parker. - Sonrió ampliamente Marsha, aseverando con rotundidad. - No sabe el peso que nos quita de encima…

 

            Entre tanto Roy retornaba del coche de su padre. No encontró las gafas que le había pedido y eso que se pasó un buen rato buscándolas. De hecho, no recordaba que las llevase.

 

-Quizás se las acaba de hacer. - Supuso. -

 

            Volvía al interior del campus cuando se topó casi de bruces con una chica rubia, alta y realmente voluptuosa. Iba algo distraída ojeando un folleto del College.

 

-Perdona. - Pudo decir la joven sonriendo de manera realmente sensual. - Iba sin prestar atención.

-Perdonada. - Replicó el muchacho con otra sonrisa de las suyas. - ¿Estudias aquí?

-Acabo de matricularme. - Le contó esa muchacha. -

-Igual que yo. – Comentó él con visible contento de ello. - En magisterio.

- ¡Magisterio un chico tan grande! - Repuso ella casi con tono de incredulidad. -

-Sí… ¿Qué pasa? ¿Es que los tipos grandes no podemos ser sensibles? - Se rio con jovialidad. -

 

            Su interlocutora rio con él. Le miraba con sumo interés. Aunque aquello era mutuo. Y cuando habló a Roy todavía le gustó más aquello.

 

-Yo también voy a estudiar magisterio. Me llamo Melanie Sanders.

-Roy Malden… - Volvió a sonreír, en tanto se daban la mano remachando. -  Espero verte mucho por aquí…

-No lo dudes. Además, quiero hacer las pruebas para entrar en las animadoras de la Golden. Tienen mucho prestigio. - Le explicó la muchacha. -

-Y yo voy a probar para entrar en el equipo de baloncesto. - Desveló a su vez él. - Bueno, ahora debo ir al despacho de la señorita Parker.

- ¡La bruja! Como la llaman por aquí- Se sonrió Melanie. -

-Eso no lo sé, pero sí parece una tía bastante seria. - Valoró él, proponiéndose a esa atractiva chica. - ¿Después de la presentación te apetecería ir a conocer el bar? Aunque no creo que sirvan nada con alcohol…

-Eso no será problema. - Afirmó la chica mirándole con auténtico interés. -

 

            Y volvieron juntos a la facultad, para dirigirse cada uno a sus asuntos esperando verse después. Roy enseguida retornó junto a sus padres. Aunque estos ya salían tras despedirse de la jefa de estudios…

 

-No las encontré, papá. - Le dijo el chico nada más ver a John. -

-No pasa nada, quizás las dejé en casa. - Replicó éste sin parecer nada preocupado en realidad. -

-Bueno, pues te dejamos instalarte. - Sonrió su madre a modo de despedida. -

 

            El muchacho los acompañó hasta el coche despidiéndoles con sendos besos y abrazos. Cuando sus padres se alejaban suspiró diciendo en voz alta.

 

-Bueno, y aquí comienza otra etapa…espero que sea emocionante…

 

Y vaya si lo fue. El muchacho comenzó estudiando el primer año de carrera, aprobando con buenas notas e hizo bastantes amigos. Sobre todo, trabó una buena relación con esa tal Melanie que fue aumentando. Al cabo de un par de meses los dos salían juntos y hasta compartían cama a veces, cuando Roy podía burlar las estrictas normas del campus. Cierta noche, acostados y tras hacer el amor. Él le comentó.

 

-Mis padres vendrán mañana. Hace ya varios meses que no los he visto. Es extraño, apenas sí me han llamado en todo este tiempo.

- Les echas de menos, ¿verdad? - Le preguntó la chica, recostada sobre el pecho de él. -

-Mucho sí… ¿Qué tal tú con los tuyos?  – Quiso saber el joven. -

- ¡Oh!, bastante bien. - Replicó la muchacha. - Mi padre es militar, siempre anda por ahí de un destino al siguiente. Mi madre es abogada y vive cerca de aquí, en Filadelfia. Podemos vernos cada dos semanas más o menos. Aunque no me gusta cada vez que me insiste en que debería haber estudiado derecho como ella. - Suspiró con patente hastío. -

-Sí, ¡ja, ja! - También yo me alegro de que no lo hicieras. - Sonrió Roy. - No hubieras venido a la Golden.

-Bueno, ¿por qué no? aquí también se puede estudiar derecho y otras cosas aparte de magisterio. - Le recordó su compañera. -

-Habrías estado en otra facultad y quizás no nos hubiésemos conocido…- Arguyó él. -

-Creo que estábamos destinados a conocernos, cariño. - Rio ella acariciándole el mentón. -

 

            El chico se dejó hacer. Tras esas caricias vinieron otras y terminaron nuevamente desembocando en más artes amatorias. Al concluir fue él quien miró el reloj…

 

-Tengo que irme a mi cuarto. Mañana quiero levantarme pronto para esperar a mis padres.

-Muy bien. Te dejaré bien tranquilo. Mañana tengo que ir animar a los del equipo de rugby. Tiene partido de clasificación.

- ¡Oh, por Dios! ...otra vez el pesado ese de Malcolm Roberts. - Suspiró el muchacho con resignación. - Ese bruto no te quita ojo de encima…

- ¿Estás celoso? - Se sonrió pícaramente la muchacha. -

- ¿De un patán como ese? - Inquirió él a su vez en forma retórica. - ¡Anda, no me hagas reír!…

 

            Se levantó tras besarla en los labios y se vistió. Tras eso salió con sigilo encaminándose a su cuarto. Afortunadamente para él nadie le vio. Al entrar su compañero dormía. Él se dispuso a hacer lo propio deseando que llegase el día siguiente para ver otra vez a sus padres. Por su parte, Marsha y John habían estado mudándose regularmente, siguiendo los consejos que les dieran sus aliados en la lucha contra el mal. Por suerte el paradero de su hijo era ignorado. Se había preocupado de atraer la atención de esos tipos y cambiaban de residencia para que les persiguieran a ellos. Parecía que el truco estaba resultado. Desgraciadamente esos siniestros individuos se cansaron de esperar.

 

-Ya es suficiente. - Declaró uno de los cabecillas dirigiéndose a algunos acólitos. - Los Malden deben desaparecer.

-Pero tenemos que aguardar hasta que nos lleven al paradero del enviado. - Opuso uno. -

-Han ido y venido por el país, matriculando a su hijo en varias universidades. - Terció otro con patente disgusto. - Estamos comprobándolas una por una. Es solo cuestión de tiempo que demos con él…

-Sí. Y seguro que, si ellos son suprimidos, nuestra presa se mostrará. - Aseveró el líder con tintes llenos de regocijo. -

 

Y así lo decidieron. Los sectarios dieron otra vez con el paradero de los Malden. Aunque decidieron obrar con cautela. No podían permitirse matarlos de modo que la policía o sus otros enemigos se alertasen. Así que una noche se colaron en el garaje de la casa que la pareja alquilaba. Al día siguiente, Marsha y John iban a visitar a su hijo en la universidad que estaba apartada unos cincuenta kilómetros de la ciudad. Subieron al coche y salieron hacia allí recorriendo los parajes de ensueño que precedían la llegada. Pero estaban lejos de sospechar que ese plácido paseo iba a convertirse en una pesadilla. Una que significaría su final.

 

            John iba deprisa, no había tráfico y eso le permitió acelerar deseando llegar lo antes posible para ver a su hijo. No obstante, la carretera comenzaba a tener curvas, pisó el freno para aminorar, pero éste no respondía, el coche seguía ganando velocidad.

 

- Ve más despacio, cariño - Le pidió Marsha que comenzaba a asustarse. - Esta carretera es peligrosa.

- Lo intento, pero los frenos no me responden- le confesó él preocupado. -

- ¡Frena John por el amor de Dios! - chillaba ella viendo pasar en rápida sucesión los árboles del camino. -

- ¡Maldita sea, no lo consigo! - Gritaba él pisando hasta el fondo el pedal que se quedaba abajo. - ¡Sujétate!

- ¡Oh, Dios mío, protege a nuestro hijo, ¡por favor! - Pudo exclamar Marsha con horror. -

 

            El coche era cada vez más difícil de controlar, la carretera cambiaba con múltiples recovecos y recodos haciéndose cada vez más dificultosa. Al final, y pese a sus denodados esfuerzos, John perdió el control del coche a la salida de una curva. Por unos instantes ambos debieron de tener la misma intuición pues se miraron profundamente dándose la mano, el vehículo se precipitó por la cuneta estrellándose contra un árbol. Ambos murieron en el acto a consecuencia del choque.

 

            En la Universidad, Roy esperaba impaciente la llegada de sus padres, comenzaba a preocuparse, hacía ya más de dos horas que debían haber llegado. Por desgracia para él quien vino preguntando fue la policía. Dos agentes se llegaron hasta su habitación que aún no compartía con nadie.

 

- ¿Robert Malden? - le inquirió uno de los policías vestido con el uniforme de patrulla de carretera. -

- Sí, soy yo ¿Qué desean? Les aseguro que no me he metido en líos. - Se apresuró a asegurar casi con tono de humor. -

 

            Ambos agentes cruzaron miradas de pesar y uno de ellos, tomando la palabra le anunció con tono consternado.

 

- Sentimos comunicarle que sus padres han fallecido en accidente de tráfico hará unas tres horas.

 

            Roy se quedó petrificado por el espanto, en un principio no pudo articular palabra ni moverse siquiera. Después sólo negaba con la cabeza con una expresión descompuesta.

 

- ¡No, no puede ser, ellos iban a venir a verme, querían ver mi habitación! Íbamos a dar una vuelta por el campus.... ¡No, nooo! - comenzó a chillar fuera de sí llevándose las manos a la cabeza ante las atónitas y consternadas miradas de algunos compañeros. -

- Tranquilízate por favor- le pidió el otro agente con un tono más suave. -

- ¡No!, ¡no puede ser! - repetía una y otra vez entre sollozos, dejando escapar las lágrimas. -

- Lo que hemos de pedirte es difícil, pero tienes que acompañarnos para identificar los cuerpos, si es que no tienes ningún pariente.

- No, sólo estoy yo- repuso dominándose como pudo para estar algo más tranquilo. - Iré con ustedes.

 

            La idea de que probablemente se tratase de un error, de que no podían ser sus padres le tranquilizaba. Entre tanto la señorita Parker llegó hasta allí, una vez puesta al corriente de lo sucedido.

 

-Señor Malden, me he enterado. Si puedo hacer algo por usted. - Le dijo con tono suave. -

-No, gracias. Tengo que ir con estos agentes. Puede que sea un error. - Repuso el chico tratando de convencerse de que así fuera. -

-Claro, vaya usted… y ojalá que sea una equivocación. - Fue lo único que esa mujer pudo decir. -

 

            Jack Cooper, uno de sus compañeros de equipo se acercó junto con otros compañeros a desearle lo mismo.

 

-Suerte, amigo. Espero que se hayan equivocado…- Remachó posando una mano sobre el hombro derecho de Roy. -

 

Éste asintió esperanzado de que así fuera. Sin embargo, lo más duro fue llegar al depósito y confirmar sus peores temores. Los cuerpos de estos yacían allí, tendidos y sin señales aparentes de heridas graves. Roy no lo soportó y se derrumbó en la sala teniendo que ser sacado de allí por los agentes y el forense. Cuando estuvo más tranquilo le explicaron que ninguno de ellos había sufrido, el golpe les había aplastado y matado en el acto. Pero eso no pudo aliviar la desolación que sentía el muchacho. De vuelta a la facultad andaba casi en estado de trance. Sin mediar palabra con nadie se dirigió a su habitación. Ajena a aquel drama, Melanie que ya había terminado de actuar como animadora, quiso ir a verle. La chica caminaba aun ataviada con el uniforme de las cheer leaders de la Golden.  Aunque en su camino se topó con Jack…por desgracia éste había visto volver a Roy…

 

- ¡Melanie! – La llamó con evidente consternación. -

-Hola Jack- Sonrió ella antes de percatarse de eso. - ¡Ganamos! – Exclamó divertida. -

 

            Aunque viendo el gesto de su compañero enseguida se inquietó. Cooper solía ser un tipo extrovertido y bromista, casi tanto como el propio Roy….

 

- ¿Te ocurre algo? - Quiso saber ella. -

-A mí no, pero a Roy sí. - Le desveló contándole lo sucedido. -

- ¡Dios mío! - Exclamó la joven llevándose las manos a la boca. - Tengo que ir a verle…De hecho iba hacia allí…-Pudo decir ella con lágrimas en los ojos. -

 

            Jack asintió dejándola continuar con su camino. La chica llegó enseguida al cuarto del muchacho y tocó con suavidad en la puerta susurrando…

 

-Roy… soy yo, soy Melanie… ¿Puedo pasar?...

 

            Nadie respondió, la puerta no obstante estaba abierta… la muchacha se atrevió a pasar asomándose tímidamente. Allí pudo verle sentado sobre la cama sin hablar y con la mirada perdida. La muchacha apenas sí pudo musitar.

 

-Lo, lo siento mucho…

 

            Se sentó a su lado y se abrazó a él. El chico no pudo evitar romper a llorar entonces. Ambos lo hicieron…allí durante un periodo de tiempo que apenas supieron precisar…Dos días más tarde ambos fueron enterrados. Al funeral asistieron algunos compañeros con los que mejor relación tenía. Incluida por su puesto Melanie. Roy permanecía con ese gesto ausente. No sabía tampoco que iba a ser de él. Era aún menor de edad. No tenía otros parientes conocidos, pero al estar ya en la Universidad los servicios sociales le dejaron allí para que estudiase. Dado el prestigio del centro era el mejor sitio posible. Asimismo, un notario le entregó una carta que era el testamento de sus padres en el que le dejaban todos sus bienes y los años de su estancia en la Golden pagados. Además, había una nota dirigida a él, estaba dentro de un sobre lacrado. Cuando el chico estuvo en la soledad de su habitación abrió aquella carta y leyó.

 

            "Querido hijo, en el caso de que leas esto seguramente no estaremos ya contigo, ¡ojalá que ese momento tarde muchos años en llegar!, pero cuando ocurra, debes saber que te queremos más que a nada en el mundo y que siempre estuvimos muy orgullosos de ti, desde el día en que te recogimos. Sé tan buen chico como lo has sido siempre y hazte un camino honrado en la vida. Estudia con empeño, es muy importante para nosotros que logres todos tus sueños, para ello debes graduarte. Y, sobre todo, trata de ser feliz. Sabemos que, algún día, conocerás a una chica estupenda que llenará tu corazón de amor y formarás tu propia familia con ella. Nosotros estaremos ahí siempre, no nos olvides”.

 

Firmaban con todo su amor, sus padres.

 

            Leyendo la nota no pudo evitar llorar de forma muy amarga ¿Por qué tenía que haberles ocurrido a sus padres? Roy estaba totalmente hundido, no se sentía capaz de concentrarse en nada. El psicólogo de la facultad le dio unos días para que intentase superarlo en lo posible. El muchacho estuvo tentado incluso de abandonar la universidad, ¡pero no! Se lo habían dejado escrito muy claramente, el sueño de sus padres era que terminase la carrera. Le costó dos largos años reponerse de la trágica pérdida de sus padres, aunque todos los aniversarios de ésta, llevaba flores a aquella maldita curva que acabó con sus vidas. También acabó el curso con gran esfuerzo. Estuvo a punto de ser expulsado, pero logró mantenerse. Sobre todo, debió tener cuidado con la jefa de estudios, la señorita Jane Parker, que no le pasaba una y a la que realmente sacaba muy a menudo de sus casillas. Por fortuna le ayudó mucho un tipo del segundo curso que fue su compañero de habitación desde que llegó, simpático, gamberro y alocado, que sin embargo también sabía ver la vida con optimismo y dar consejos llenos de sensatez y perspectiva cuando Roy los necesitaba. En suma, ese chico no era tan veleta como parecía y le ayudó mucho a superar su depresión, aunque por el camino, Roy adquiriese bastantes de sus costumbres más festivas. Todavía recordaba el primer momento en el que se conocieron. Fue al poco de empezar su estancia allí. El recién incorporado al equipo de baloncesto Roy regresaba de un entrenamiento y se encontró la puerta de su habitación entreabierta. Al abrirla del todo le cayó colgando un esqueleto de plástico que le dio un susto de muerte, en tanto escuchaba una voz desde el interior que, entre jocosa y altisonante le decía.

 

-Hola, soy tu nuevo compañero de habitación, novato. ¡Mira cómo me he quedado de tanto esperarte, amigo!

 

El muchacho entró ahora con más cuidado y replicando con tono de reprobación.

 

- ¿Pero se puede saber de qué vas, tío?

 

Ahí estaba ese curioso individuo, de pelo rubio, ojos azules y bastante espigado, era algo más bajo que Roy y se encontraba vestido, si es que podía decirse así, con una bata de color rosa, tumbado por cierto en la litera de Roy. Éste enseguida se lo hizo notar.

 

-Esa es mi litera. –Afirmó convencido –

-Muy bien – replicó su interlocutor con aprobación – Te ha quedado muy digno.

- ¿Quieres levantarte ya de ahí, tío? - Le pidió su contertulio, cuya paciencia estaba próxima a agotarse –

-Tenías que haberlo dejado en la frase de antes, has perdido algo de empaque – declaró ese tipo moviendo la cabeza. -

-Y tú vas a perder los dientes si no te quitas de mi cama – Le advirtió Roy con cara de pocos amigos –

- ¿Lo ves? – Sonrió divertido su compañero. – Basta pedirlo adecuadamente.

 

Y sin más se levantó mostrando los calzoncillos de color arcoíris que lucía bajo su bata.

 

- ¡Tú estás como una cabra! – Pudo decir Roy visiblemente alucinado – Oye, ¿no serás?

-Soy un espíritu libre. Me llamo Jake – le sonrió aquel tipo ofreciéndole una mano –para completar – Jake Grant. Y no, no eres mi tipo…Las tías es lo que me va. Por cierto. He oído que te has ligado a la nueva animadora. Felicidades…

-Robert Malden. – Replicó éste para matizar. – Pero todos me llaman Roy. Y Melanie es mi amiga…

-Sí, y yo el presidente de los Estados Unidos de América. - Se sonrió pícaramente ese joven que agregó divertido. - Encantado, seguro que pasaremos un buen año.

 

            Y realmente lo pasaron bien. Dejando a un lado el amargo y duro trance de la muerte de sus padres. Jake fue un gran apoyo. Roy comenzó a salir más de fiesta y a beber. Y su compañero de clase le cubrió en no pocas ocasiones.

 

- ¡La vida es una mierda! - Sentenciaba Roy tras llegar ebrio en una de esas noches. -

-Nadie dice que sea perfecta. Pero tiene sus momentos. - Afirmó su compañero de cuarto que le estaba ayudando a entrar en la habitación tras el toque de queda. -

-No, en serio. - Decía su amigo, con la voz tomada por el alcohol. - ¿Para qué leches vale esforzarse tanto? Un buen día, ¡zas! Ya no estás aquí.

-Pero quedan otros. - Le contestó filosóficamente Jake. - Así que es bueno dejar un legado.

-¡Que lo dejen ellos! - Se rio Roy cayendo en su cama. -

 

Su compañero suspiró. Era la tercera noche en aquel mes que Roy llegaba borracho perdido y se había saltado todas las clases. Si continuaba así, tarde o temprano la señorita Parker se enteraría. De hecho, el muchacho ya tenía anotadas unas cuantas faltas por ausencias injustificadas.

 

-Escucha. - Le pidió, tratando de serenarle. -No quiero que te echen. Eres un compañero estupendo. Lo pasamos muy bien.

-Eso es cierto. - Convino Roy. -

-Pues tendrás que controlarte un poco. Las borracheras están bien para las fiestas de los viernes. Pero no todos los días.

- ¡Anda ya! - rezongó su interlocutor ahora. -

-En serio. - Suspiró Jake, armándose de paciencia. - Tienes una promesa que mantener.

 

Aquí era cuando invariablemente Roy se enfadaba, luego lloraba y asentía, al recordar que les dio su palabra a sus padres de estudiar y graduarse. Pero enseguida aducía que ellos ya no estaban allí, y que eso le liberaba de su promesa.

 

-De eso nada. - Rebatía Jake para recordarle. - También prometiste por su memoria que lo harías.

 

Y tras lamentarse y llorar más, diciendo cuanto les echaba de menos, acababa por dormirse. Jake le tapaba y alguna vez, sacaba un teléfono portátil y hacia una llamada.

 

-La cosa no va bien...hago cuanto puedo. Sí, sé lo importante que es. Este año... ¿Que tú ya has establecido contacto con alguien? Que le estás observando... ¿estás seguro de que quien vendrá por mí podrá ayudarle? ...Vale, no sé cómo lo haces, pero nunca te equivocas. Hasta entonces haré lo posible. Y trataré de que Mel y que Jack me echen una mano. No, ellos no saben nada, claro.

 

Y así lo hacía. Jake se ocupaba de pedirles al círculo más próximo de compañeros que apoyasen a Roy, incluso cuando este apenas sí mostraba interés por nada. El joven, a su vez se construyó una especie de fachada llena de sarcasmo y despreocupación. Pero lentamente mejoró, por lo menos lo bastante como para no ser expulsado de la universidad por malas notas y para convertirse en un jugador fundamental en su equipo de baloncesto. Al poco fue aceptado en el club de los Golden Eagle, una organización a la que pertenecía su propio compañero de cuarto.

 

-Has de saber. - Le avisaba Jake, sin impostada solemnidad. - Que a este club solamente pueden pertenecer los más osados y populares.

-Sí, todos me han dicho que es muy importante. - Convino Roy. -

-Pues la nueva hornada estáis listos para postularos. - Le anunció su amigo, matizando. - Y aquí no se trata de gastar bromas. No es nuestro club privado.

 

Y es que realmente ambos habían fundado un club de los que eran los dos únicos miembros. Jack y él, y se dedicaban a gastar bromas a cualquiera lo bastante despistado como para ser su víctima. Aunque algo más tarde Roy se decidió a ampliar ese club, al que habían llamado Landa, con algún integrante del equipo de baloncesto con el permiso de su colega de habitación.  Y después, junto con algunos compañeros, Jack, Malcolm Roberts el rugbista o Melanie entre otros, ingresó en efecto en la Golden Eagle, la Hermandad de la Universidad.

 

-Bueno, esto ha sido un triunfo. - Le comentaba Roy a Melanie en tanto paseaban por el campus con un brazo de él rodeando la cintura de la chica. - Ya somos parte de la Hermandad.

-Espero que ascendamos rápido. Ya sabes. Nos han dado las cintas amarillas de miembros a prueba. - Le recordó ella. -

-Eso será pan comido. - Sonrió él. - Con lo guais y populares que somos, sumaremos puntos a montones.

 

Melanie se rio. Estaba feliz de comprobar que Roy iba superando la tragedia de la pérdida de sus padres y que la relación de los dos funcionaba bien. Desde luego el chico tenía razón en lo que le decía. Ambos atesoraban méritos más que sobrados. En el caso de él, algunas gamberradas celebradas por sus colegas, muchas victorias al frente del equipo de baloncesto, las canciones de grupos que le gustaban y que tan bien cantaba en fiestas y celebraciones. Todo aquello sumaba muchos puntos a su prestigio. Incluso varios ligues con chicas guapas y populares que no gustaron precisamente a la animadora con la que estaba tan unido. Aquí fue cuando las cosas comenzaron a cambiar. Melanie le expresó su malestar a lo que Roy replicó que no estaban casados. Eso enfado mucho a la muchacha, de modo que ella empezó a flirtear con otros chicos, en espera de que Roy se pusiera celoso y volviese a dedicarla toda su atención. Aunque para su decepción la cosa no funcionó del todo. De hecho, no eran novios, aunque la chica lo hubiera deseado. Sin embargo, ese chico tras la muerte de sus padres había cambiado. Antes era más idealista y soñador. Ahora derivaba hacia una vertiente lúdica y del carpe diem. Él mismo le dijo en una conversación que mantuvieron.

 

-Mira Mel, la vida es corta. Quiero vivirla. No me interpretes mal. Eres una tía genial. Pero no podemos atarnos. Hay mucho que experimentar y hay otras personas…

-No, claro que no. - Pudo sonreír nerviosamente ella para ocultar el mazazo que le produjo oírle decir eso. - Tienes razón, hay más personas…

 

            Y acordaron verse solamente cuando lo desearan y relacionarse también con otros estudiantes. Al llegar a su cuarto, no obstante, Melanie rompió a llorar ante la atónita mirada de su compañera de habitación.

 

- ¿Qué te pasa, Mel? - Quiso saber esta, de nombre April. -

- ¡Ese idiota! ¿Cómo puede tratarme así? ¡Después de todo lo que he hecho por él! - Se quejaba amargamente su interlocutora. -

 

Aquella atractiva jovencita de cabellos castaños y ojos azules suspiró. Mirando apenada a Melanie le dijo.

 

-Déjalo estar. Hay muchos chicos guapos que suplicarían salir contigo.

-No es tan sencillo. - Repuso la llorosa Melanie. -

-Estás muy colgada por él, eso se ve. - Le contestó April. - Pero cuanto más te humilles, será peor.

-No, no pienso humillarme. - Declaró su interlocutora en un rapto de enfado y dignidad. - Tienes razón. Ya verá quién soy yo...suplicará por volver a salir conmigo.

 

Y era cierto que la propia Melanie tenía muchísimo éxito con los chicos y comenzó a aplicar el consejo de su amiga. Salió con alguno y no se privaba de exhibirlos delante de su anterior pareja. Aunque Roy no le iba a la zaga en eso, conquistando a multitud de muchachas del campus. Sobre todo, a las nuevas. Al poco, además, fueron ascendidos a cintas verdes.

 

-Oye, Mel, haremos una fiesta el próximo viernes para celebrar que ya estáis a prueba. - Le comentó Jake cuando la vio por uno de los pasillos. -

-Estupendo. - Asintió esta. -

 

El propio Jake era cinta roja, es significaba que era uno de los jefes de la Hermandad, votó precisamente en favor de Melanie y de Roy, añadiendo eso sí, ahora con un tinte más interesado.

 

- ¿Y qué pasa con April?... ¿Es que no se va a postular?

 

Desde luego que lo preguntó con mucho interés. April también era animadora y junto con su amiga y compañera de cuarto, estaba ganando mucha popularidad por su gran nivel de baile. Jake se había interesado ya por ella en anteriores ocasiones, aunque esa joven no daba la impresión de fijarse en él ni en ninguno de los muchachos del campus.

 

-Bueno. - Respondió Melanie encogiéndose de hombros. - Ya se lo he dicho, pero me contestó que no tenía prisa. Que prefiere salir los fines de semana a ver a sus padres y a su hermana en lugar de quedarse aquí para ninguna ceremonia de iniciación de la Golden Eagle.

-Es una pena. No sabe lo que se pierde. Y te aseguro que tendría puntos para ser admitida como cinta amarilla e incluso verde, desde el principio. - Valoró Jake. -

 

Su contertulia asintió, también le extrañaba. De hecho, pese a ser compañeras de cuarto y amigas, April no le hablaba demasiado de lo que hacía, saliendo tan a menudo de la universidad.

 

-Puede que tenga un trabajo fuera. No todo el mundo se puede permitir pagar este sitio. - Elucubraba Melanie. - Y la pobre últimamente ha tenido que aguantar todas mis quejas sobre Roy.

 

            Y la fiesta no defraudó. Hasta hubo un festival de canciones que Roy ganó, debido a su magnífica voz. Lo cual le valió ser todavía más admirado entre las féminas para descontento de Melanie. Así, entre esas y otras cosas habían pasado los meses.  Al principio los secuaces de la secta se habían felicitado de su éxito al sabotear los frenos del coche de los padres de Roy. Ya sólo les restaba apoderarse del muchacho, pero, una oportuna redada policial, propiciada por un documento anónimo que daba información detallada sobre lugares y actividades que hacían, desarticuló sus operaciones durante bastante tiempo. Fue cosa de Mireya, el último acto de protección que pudo llevar a cabo, con un escrito ante notario que debía ser entregado a la policía en el caso de la muerte de los padres de Roy. La diablesa, a su pesar, había intuido que ésta sin duda se produciría, pero no tuvo valor de decírselo a ellos. Desgraciadamente la secta no fue del todo destruida, aunque tardó en reorganizarse.

 

- ¡Malditos sean! - mascullaba uno de los maestres. - Tuvimos que aplazar precipitadamente la operación. Alguien les dio el soplo.

- ¿Ha podido ser uno de esos que trabajan en contra nuestra? - Inquirió un segundo maestre. -

-Lo más probable. - Concluyó un tercero, agregando. - Hace años que pensamos haber terminado con todos. Pero es obvio que alguno escapó. Y sigue conspirando en la sombra.

-Debemos descubrir de quien o quienes se trata y suprimirlos. - Remachó el primero de los que habían hablado. -

 

Aunque los otros no respondieron. Fue la figura de un enigmático encapuchado, que sostenía una bola transparente entre sus manos, el que tomó la palabra y les indicó.

 

-Eso puede esperar. Primero debéis localizar al enviado. Eso es lo fundamental. Conseguido eso, no podrán oponérsenos.

-Sí, Señor. - Convino el segundo de esos tipos, alegando. - Los nuestros van poco a poco estrechando el cerco, hemos verificado bastantes de las universidades en dónde Roy Malden había sido matriculado. Apenas nos quedan unas pocas.

-Algunas tenían hasta un individuo que respondía a ese nombre. Hemos tardado en comprobar si era el auténtico o sencillamente un señuelo. - Terció otro maestre. -

-Pues redoblad los esfuerzos. Tenemos que encontrar al verdadero. - Les ordenó su interlocutor. -

 

Y los maestres se aprestaron a ello. Aunque no era fácil, el tiempo siguió transcurriendo y Roy iba a comenzar ya su segundo curso, siendo el chico más popular de su universidad y saliendo ocasionalmente con Melanie, con la que parecía haber vuelto a estar en buenos términos. Ascendido a cinta azul, que iba a ser roja a buen seguro cuando se renovase la dirección de la Hermandad y esperando a un nuevo compañero de cuarto que venía por el licenciado Jake, al que echaba ya de menos. Al final se habían hecho inseparables. Todavía recordaba el momento de la despedida. Su compañero estaba acabando de guardar sus pertenencias en una caja y de llenar su maleta, como siempre colocando las cosas más dispares y extravagantes.

 

-Bueno muchacho. – Pudo decirle Jack con un suspiro – ¡Lo que te vas a aburrir sin mí aquí!

-Sí - rio Roy poniendo una mano sobre el hombro derecho de su compañero y amigo para afirmar. – No creo que haya nadie que pueda estar a tu altura. Seguro que me tocará algún muermo de compañero.

 

Su amigo adoptó un tono pretendidamente serio y trascendente para declarar.

 

-Tienes una misión fundamental. Deberás enseñar a ese pardillo los valores de nuestra Universidad y de la Hermandad. Si es que es digno de entrar en ella.

-Lo hare. – Afirmó el muchacho levantando con jocosidad su mano derecha como si prometiera el cargo de presidente. -

-Lástima, me gustaría ver las gamberradas que le harás – Sonrió su amigo ahora de forma más seria sobre todo al dar un abrazo a Roy cuando se disponía a salir del cuarto – Cuídate mucho amigo. Y no lo olvides. Pase lo que pase, triunfarás.

-Gracias Jack. Que tengas mucha suerte. – Le deseó Roy que quiso preguntar antes de que su compañero su marchase – ¿Qué piensas hacer?

-Un viajecito al extranjero, en plan año sabático – Le respondió éste haciendo la uve con los dedos y añadiendo en tanto se alejaba. – Cuando esté en Honolulú tomando el sol me acordaré de ti.

 

Aunque eran otros planes los que tenía en mente. Para empezar, matricularse en varias universidades más, moviendo expedientes, con el nombre de Roy. Tal y como él y su contacto, Anthony habían hecho durante los pasados dos años.

 

-Debemos reunirnos y planificar otra estrategia que le dé a Roy al menos un año más. - Pensaba en tanto sonreía a su amigo y le decía. - Cuídate, liga mucho y no mosquees demasiado a la señorita Parker.

 

Y se marchó. Su ya ex compañero de cuarto y de estudios sonrió en tanto le veía alejarse. Después se encerró en su habitación. Aquel último día de curso lo empleó en recoger su cuarto a conciencia.

 

-Vale. Ahora ha descansar. Un poco de juerga no vendrá mal. - Se decía prometiéndoselas muy felices. -

 

            Aunque no podía evitar que aquel poso de amargura que trataba de ocultar aflorase cuando estaba a solas. Echaba mucho de menos a sus padres y no quería sufrir rememorando su trágico accidente. Solamente era capaz de quitarse aquello de la cabeza yendo de fiesta o pasándoselo bien con sus amigos. Eso le recordó a Melanie…

 

-Tendré que despedirme. - Se dijo. -

 

            Salió del cuarto y fue a buscarla. Al fin la encontró tomándose algo en la cafetería. Pero no estaba sola. Ese tipo cachas del rugby estaba a su lado…Roy se sonrió divertido cuando oyó a ese patán hablando con la muchacha…

 

-Este verano podríamos ir juntos a algún sitio. Tengo un amigo que tiene una casa en las orillas del lago Tahoe.

-Lo siento. - Pretextaba ella. - Tengo que ir a ver a mi padre.

-Bueno…pues podríamos vernos alguna vez, quizás si me dices dónde está destinado…

-Tendré que llamarle o hablar con mi madre. - Suspiró la muchacha, tratando de eludir aquello al declarar. - Debe de ser alto secreto militar o cosas así…para que no me lo comenten siquiera…

 

            Ahí fue cuando Roy intervino aproximándose para saludar y de paso apartar a ese moscón de la chica. Con visible regocijo se apercibió del gesto de circunstancias y desagrado de Roberts al verle llegar. Ese tipejo tampoco le era muy simpático. Y desde luego que el sentimiento era mutuo. Fue el rugbista quién le saludó a su manera.

 

- ¡Vaya con Malden! Creí que te habrías ido ya a celebrar el final del curso al bar…

-Antes de nada, venía a despedirme de mi princesa. - Repuso él sin inmutarse por aquella puya. - Perdona Roberts, pero no me refería a ti. - Agregó divertido. -

 

            Melanie no pudo evitar reírse. Algo que molestó al rugbista sobremanera. ¡Ese estúpido de Malden encima se burlaba de él delante de la muchacha!

 

- ¿Te vienes a tomar algo? – Le ofertó Roy. -

 

            La joven se levantó sin pensárselo dos veces…Eso sí, ante el patente gesto de contrariedad de Malcolm que no pudo ni replicar.

 

-Espero verte pronto. - Fue capaz de decir Roberts al fin, alejándose de allí. -

- ¡Bueno, una vez más el caballero salva a la dama del dragón! - Se rio Roy. -

-Un día vas a tener un problema con él. - Le avisó Melanie. -

-No me dirás que no te he salvado. - Repuso el chico sin parecer preocupado por eso. -

 

            Su interlocutora se limitó a sonreír moviendo la cabeza con desaprobación fingida. Enseguida añadió.

 

-Lo que le estaba diciendo cuando llegaste era la verdad. Tengo que ir a ver a mis padres. Su relación no pasa por un buen momento…

-Entonces ve. - La animó Roy, poniéndose serio ahora para musitar con un tinte de dolor. - Los padres son algo muy importante.

-Lo haré…- Le agradeció la chica mirándole algo preocupada ahora para añadir. - ¿Y tú, estarás bien?...

-De maravilla. - Repuso él recobrando aquel tono entre socarrón y desenfadado que solía utilizar. - Fiestas a tope, sin exámenes…bueno, quizás alguno en septiembre…

 

Melanie asintió. Ella sabía que ese muchacho en el fondo sufría. Y hubiera querido estar a su lado, pero por alguna extraña causa él se empeñaba en apartarla. De momento se resignaba, aunque ya volvería a la carga el próximo curso. Quizás entonces el dolor de ese chico por la pérdida de sus padres se fuera atenuando. Así tomaron algo en el bar y se desearon unas buenas vacaciones antes de separarse. Roy se despidió de otros compañeros y fue al piso que sus padres tenían en la ciudad. En ese lugar tuvo que hacer frente a sus recuerdos y ocuparse de administrar el patrimonio que le dejaron en un fideo comiso del que podía retirar cierta cantidad de dinero para su manutención, cuando no estuviera interno en la Universidad.

 

-No me han dejado mucho para montar juergas. - Suspiró al ver la cantidad. - En fin, se hará lo que se pueda…

 

Y fiel a su empeño supo apañárselas bien para divertirse. De este modo el verano transcurrió sin novedades. Roy viajó un poco por el país, tuvo algún lio de faldas y finalmente retornó tras trabajar un poco para pagarse esas vacaciones. Al comienzo del nuevo curso, en su segundo año de carrera, descubrió quién iba a ser su nuevo compañero de cuarto. Y lo recibió con cierta decepción. Se trataba de un chico tímido y callado, llamado Thomas Alan Rodney. Al principio le costó adaptarse a ese “paleto” como burlonamente Roy le apodaba, dado que le contó que venía de Kansas. Pero después Tom o Tommy como cariñosamente comenzó a llamarle, demostró ser un gran tipo. Pasaron un año bastante interesante y se hicieron muy amigos. Al terminar el curso, que fue bastante duro académicamente hablando para Roy, incluso se fueron unos días por ahí. Pero ese muchacho era bastante más formal que él y si bien conocieron a algunas chicas, Roy no tuvo oportunidad de pasar a situaciones de mayor calado. Además, retomó su relación con Melanie que demostró empezar a ser bastante posesiva y eso llegó a cansarle. Al retornar por fin, se aprestó a iniciar su último año en la Universidad con la novedad de dos nuevas compañeras que venían del extranjero. Él aún no lo sabía, pero ambas irían a jugar un papel muy importante en su vida y la de su amigo Tom. Ese nuevo año desde luego que se revelaría para él como el más apasionante y complicado en todos los conceptos. Le llegaría el momento de poner a prueba la educación recibida de sus padres y todas las ayudas que había tenido hasta entonces. Incluidas las de Tom y de sus nuevas compañeras, que, pasados los primeros días, demostraron ser muy buenas amigas, sobre todo la que se sentaba junto a él, pese a que en un principio el muchacho la hiciera blanco de alguna de sus bromas pesadas. Por cierto, los nombres de las chicas, hermanas ellas, eran Beruche y Cooan...

 

 

 

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