Era una mañana
lluviosa de enero, el doctor Robert Wallance miraba por una de las ventanas de
su laboratorio. Afuera hacía un auténtico día de perros. A él le daba igual, no
solía salir mucho de su entorno laboral. Desde que rompió con su novia hacía
varios meses solamente se dedicaba a su trabajo. Apenas tenía los treinta pero
desde luego ahora parecía mayor, con algunas canas surcando ya sus hasta hacía
bien poco oscuros cabellos. Algunos amigos, preocupados al verle tan deprimido,
le dijeron que debía salir más para olvidarse de aquella mala experiencia. No
obstante, él se sentía bien en su trabajo. Por lo menos la rutina de las
mezclas, los compuestos químicos y otras tareas habituales que desempeñaba allí
le hacían olvidar la tristeza y nunca le decepcionaban. Ahora estaba anotando
algunas fórmulas en su cuaderno de pruebas cuando un compañero, de nombre Albert,
le dijo según entraba calado hasta los huesos.
-¡Vaya día,
Robert! Dan ganas de poner el hornillo y
no salir de aquí.
- Sí, la
verdad es que el día no está para un paseo,- convino éste, según terminaba sus
notas. -
-¿Has acabado
ya de repasar la composición básica del experimento nueve? - Le inquirió su
compañero. -
- Si, ahí lo tienes,
lo pasé a máquina ayer mismo.- Afirmó Robert.-
Éste
con un gesto de alivio, señaló un portafolio situado sobre una mesita repleta
de matraces y tubos de ensayo diseminados en un auténtico caos.
- Desde
luego.- Dijo su colega que lo asió con cuidado y lo ojeó. - ¡Menudo lío que tienes aquí!, si Hux lo ve te
va a estar dando la paliza por ser el científico más desordenado del centro...
-Bueno, lo
importante es hacer bien mi trabajo ¿no? - Se defendió despreocupadamente
Robert, añadiendo con un tono más funcional.
- Además, necesito tener esto a la vista y no guardado en un cajón,
luego se me olvida todo o no soy capaz de encontrarlo...es mi caos ordenado.
-Por mí.-
Replicó Albert encogiéndose de hombros, para insistirle a modo de amistoso
consejo. -Pero yo que tú, al menos lo colocaría mejor.
Tras asegurarle a su colega que lo
haría Robert le dijo que se iba a comer, tenía una hora escasa, aunque le era
suficiente. Con un par de sándwiches de la máquina y una botella de agua le
bastaba. Daría cuenta de ellos enseguida y retornaría a la quietud de su
laboratorio…
-Al menos de
ese modo, dejo de pensar en ella.- Se dijo.-
Y es que su novia de toda la vida le
dejó por un cantamañanas atractivo y con mucha labia. En comparación con él
Robert era aburrido y a buen seguro en opinión de Judy, su ex, sin muchas
posibilidades de futuro. Suspirando resignado únicamente pensó mientras comía.
-Espero que sea
feliz con ese tipo.
En
ese momento y en otro lugar mucho más sombrío, un sótano de un edificio abandonado,
un grupo de encapuchados se reunieron en una oscura y siniestra sesión. Uno de
ellos tomó la palabra con aire inquieto.
-Hermanos, el
Gran Sabio está muy enfadado. Las cosas no marchan como pensábamos. Ese maldito
guerrero dorado y las justicieras nos están creando demasiados problemas. Debemos
conseguir resultados...- el resto del grupo aprobó su comentario con un
murmullo en tanto su portavoz proseguía. - Me ha ordenado que invoque a una
súcubos especial. Más poderosas de las que ya hemos llamado. Así pues preparar
las cosas para el ritual.
Todos los acólitos del encapuchado
obedecieron al punto. Hicieron enseguida aquellos siniestros preparativos. Sobre
una estrella de cinco puntas encendieron velas de color negro. Tras una serie
de invocaciones, cánticos y letanías, una densa niebla cubrió la estancia. En
su centro surgieron dos fulgores rojizos. Cuando la neblina se disipó, los
encapuchados vieron a la silueta inconfundible de una mujer que había surgido
en el centro de la estrella. Era alta, y hermosa, de pelo y de ojos de un color rojo intenso,
centelleantes como el fuego. Esbozó una maligna sonrisa dejando ver un par de
afilados colmillos y preguntó con una voz gutural y premiosa.
-¿Para qué me
habéis convocado? ¡Hablad!, tengo otras cosas más importantes que hacer...
-Te hemos llamado
por orden del Gran Sabio. - Contestó un encapuchado con firmeza añadiendo no
sin reproche. - Algunas de tus compañeras han sido eliminadas y eres una de las
elegidas para sustituirlas. Esperamos que tú no sufras igual suerte.
- Puedes estar
seguro de que no será así. - Aseveró ésta con tono confiado. -
- Dinos tu
nombre y grado para saber a quién hemos convocado.- Le inquirió otro de los
encapuchados. -
- Soy una
súcubos del tercer círculo, de la categoría del conocimiento y la ciencia,
capitana de la horda de diablesas, mi nombre es
ILaya.
- Muy bien
ILaya, en cuanto estés dispuesta debes presentarte ante el Gran Sabio. Él te
indicará lo que debes hacer.- Respondió uno de los acólitos. -
- Muy bien,
¿donde está el Gran Sabio ese?...- Le interrogó ella balanceando suavemente su
roja melena. -
- Ten. - Contestó
su interlocutor garabateándole un pedazo de papel con una dirección. - Aquí es
donde debes trasladarte.
ILaya asintió, leyó la nota y
desapareció. Reapareció en otro cubil donde un encapuchado que flotaba en el
aire y acariciaba una bola de cristal, le dijo con cierta impaciencia nada más
verla.
- Ya era hora
de que me mandasen a alguien. Bienvenida, soy el Gran Sabio.
- Es un honor.
- Repuso ILaya, ahora con un tono mucho más sumiso, presentándose tras hacer
una leve inclinación a su vez para preguntarle. - ¿Qué deseas de mí, señor?
El Sabio guardó un instante de
silencio para declarar.
- Como supongo
te habrán informado, varias de tus compañeras han sido eliminadas por un grupo
de renegadas humanas que se hacen llamar justicieras. Pero mi deseo no es que
te encargues de liquidarlas. Eso puede esperar. Lo que requiero de ti es que
con tus avanzados conocimientos de ciencia crees algo que nos sirva como arma
contra nuestros enemigos. Pero, no actúes como el resto de tus hermanas. En
esta ocasión es necesario obrar con sumo cuidado. Te infiltrarás entre los
humanos haciéndote pasar por una de ellos.
-¿Dónde,
señor? - Quiso saber su interlocutora
que parecía disfrutar con esa idea. -
- Tomarás la
apariencia de una humana. Irás a un laboratorio de investigación y fingirás
trabajar. Allí aguardarás mis órdenes. Todo está preparado.
-¿Qué debo de
hacer entonces...?.Una especie de veneno para los humanos...- Aventuró la
diablesa. -
- No es
necesario. - Comentó el Sabio con regocijo. - ¡De eso tienen de sobra, ellos mismos
podrían matarse mil veces! Pero por
ahora eso no nos interesa. Quiero algo que los ponga a todos de forma masiva
bajo nuestro control.
-¿Y no basta
la hipnosis, señor?..- Replicó ella bastante extrañada, a fin de cuentas, los
humanos tenían una voluntad muy débil, o al menos eso había oído. – Podría
someter a cualquiera de ellos a mi voluntad. Sobre todo a los machos…
- No, desgraciadamente
no es tan sencillo. Se ha intentado ya y no ha demostrado sernos muy útil. - Rebatió
el Sabio explicándole no sin patente enojo -Tienen medios de contrarrestarlo. Deberás
hacer algo que no puedan anular...Y además, debe ser algo que pueda controlar a
grandes cantidades de ellos al mismo tiempo.
ILaya se mesó suavemente la barbilla
con una de sus manos mirando hacia el techo con aire reflexivo para responder.
- Será
difícil, pero creo que podré hacerlo, aunque tardaré. Eso que pides lleva su
tiempo, antes debo conocer en profundidad sus debilidades…
- Aprende lo
que puedas a cerca de los humanos. Pero con rapidez, no tenemos mucho tiempo.-
Objetó el Gran Sabio. - Aunque no te inquietes. No estarás sola en esta
operación. Ve al instituto científico de investigación. Uno de los jefes es de
nuestra secta, él te introducirá allí.
Dile que eres la especialista que buscaban para la operación. Él se encargará
de lo demás y te comunicará mis instrucciones.- Hizo una pausa y agregó con más
apremio. - Debes estar allí enseguida, el poder de nuestros enemigos es cada
vez mayor.
-Espero
obtener algún beneficio de esto.- Se sonrió pérfidamente su interlocutora.-
-Me he
informado sobre ti. Eres ambiciosa sin duda. Has cumplido bien con encargos
difíciles en el pasado. Por ello ordené tu invocación. Si llevas a cabo esta
misión con éxito serás recomendada para un ascenso.
-¿A
comandante?- Inquirió la diablesa con una mirada inquisitiva en sus ojos color
fuego.- ¿A pesar de que acabo de ascender recientemente?..
-Eso no sería
problema. Buscamos elementos capaces.- Comentó el Sabio observando su bola.-
Además, tras la destrucción de Armagedón y de Valnak nos vendría bien alguien
con experiencia en el trato con los humanos.
-Luego era
cierto lo que se decía.- Repuso ella con visible interés.- Esos dos han sido
eliminados…Eso pone las cosas muy interesantes. Muy bien, puedes contar
conmigo.
Aquel encapuchado movió una
sarmentosa mano de colores sobre su bola y con tono pausado declaró.
-Como te he
dicho, me he procurado datos exhaustivos sobre ti. Eres inteligente y taimada.
Sabes cómo recabar información y no dudas en acabar con cualquiera que
represente un obstáculo para lograr tus propósitos. También tienes una sólida
formación en ciencias y arcanos. Aunque por otro lado, también eres bastante
individualista y actúas a tu capricho.
-En verdad te
has informado sobre mí. Debo sentirme halagada. – Se sonrió la diablesa no sin
cierta sorna.-
-Me da igual
lo que hagas y las artimañas que emplees siempre y cuando cumplas con tu
cometido y acates mis órdenes cuando te las dé.- Sentenció el Sabio con tono
indiferente.-
-Entonces no
perderé más tiempo, dame la dirección e iré para allí.- Le pidió ILaya con
visible impaciencia. -
La
diablesa tenía enormes deseos de empezar
ese trabajo que, a la vez de ponerla en el camino de la gloria y una nueva
promoción, le serviría para satisfacer su curiosidad por los humanos, esa
especie inferior a la que nunca había
podido ver directamente. No obstante, oyó hablar de ellos en su círculo. Sobre
todo sabía eso que andaban propagando por allí los traidores de la quinta
columna. Los muy estúpidos alegaban que los demonios y los humanos quizás
podrían convivir en paz. ¡Paz!. Era lo más ridículo que había escuchado en sus
casi dos mil años de existencia. ¡Y pensar que ella iba a eliminar a una de
esas renegadas pero se lo impidieron! Fue mala suerte que justo alguien la
hubiese invocado en ese momento. Aunque para eso no había solución. Lo mejor
sería que hiciera rápidamente su trabajo y cumpliera bien esta misión. Aunque
acababa de ser ascendida no dudaba que el éxito le reportaría grandes
beneficios para su estatus tal y como ese Sabio le había comentado. ¿Quién
sabe? Pudiera ser que hasta le hubieran hecho un favor. Destruir a una simple
renegada no podía compararse con una contribución a la victoria contra esos
patéticos mortales y su Dios.
-De todos
modos, debo ser prudente. Si están aniquilando a súcubos con esa facilidad y a
capitanes de hordas demoniacas como Valnak o Armagedón, significa que podrían
eliminarme a mí igualmente. Tendré que ser paciente y no precipitarme.-
Meditó.-
Pero
cuando, absorta en esos pensamientos, estaba presta a salir de la sede de esa
secta, su interlocutor la detuvo y enseguida le objetó.
- No se te
ocurrirá ir así...
Ella
se miró de arriba a abajo, y efectivamente, su interlocutor le había llamado
con razón la atención. ILaya vestía una
especie de bañador negro ajustado a su escultural cuerpo. Unas hombreras
también negras con dos tridentes entrecruzados marcados en color rojo en cada
una. Remataba su uniforme con unas altas botas rojas por encima de la
rodilla y una capa del mismo color. Seguramente eso no correspondía a la moda
humana. Maldijo ese despiste y se disculpó de inmediato. No era buena idea
comenzar su misión dando la impresión de ser tan descuidada.
- Perdón señor,
lo había olvidado con nuestra conversación.- Con un gesto de sus manos una densa
niebla la envolvió de nuevo. Al despejarse la súcubos reapareció con una blusa
color verde oliva, una falda marrón
claro, zapatos a juego y el pelo ahora de color castaño, recogido por un
moño. Los ojos habían adquirido un tono verde claro y su voz sonaba más aguda,
como había estudiado correspondía a las féminas de los humanos, y con ese tono
preguntó. ¿Qué te parece Gran Sabio? ¿Estoy bien así?
-
Perfectamente, ahora ve a éste sitio. Y recuerda, pasa lo más desapercibida que
puedas. Trata de comportarte como una de ellos. Al menos hasta que puedas
terminar tu misión. - Le mostró el lugar en su bola, un edificio de
arquitectura colonial y de un color blanco inmaculado. -
ILaya asintió, recordó bien el
edificio y apunto mentalmente el nombre, como tenía que hacerse pasar por
humana durante mucho tiempo y estar en contacto prolongado con esos patéticos
seres, debía prescindir al máximo de sus poderes. El Sabio materializó algunos
objetos, entre ellos una cinta de la que colgaba una especie de tarjeta y le
comentó.
-Esto te será
necesario para entrar.
-Puedo entrar
ahí sin ninguna dificultad.- Sonrió ella.-
-Debes hacerlo
al estilo humano, no lo olvides.- Sentenció su interlocutor.-
-Sí, señor.-
Convino más sumisamente ella.-
No
debió haberse jactado de eso de aquella manera tan estúpida. Ese Sabio iba a
pensar que ella era otra súcubos cabeza hueca más, que solamente se interesaba
en obtener energía de los humanos copulando.
-Bueno, quizás
me convenga que crea que soy tan idiota como las tontas que invocaron aquí
antes que a mí.
Tenía
cierta idea de quienes habían sido. Si no recordaba mal a algunas las adiestró
ella personalmente, y salvo una las otras no eran muy de fiar. Al menos desde
el punto de vista avernal. Eso significaba que eran débiles ya fuera física o
mentalmente para cumplir misiones complicadas.
-Como demuestra
el hecho de que las hayan eliminado. Pero eso no me sucederá a mí.- Pensó no
sin regocijo ahora.-
De
modo que, tras hacer una inclinación como muestra de respeto, se marchó de esa
sórdida estancia. salió por una puerta oculta a un solitario solar. Del mismo,
tras caminar unos minutos, entró en una calle llena de gente.
-Repugnante. Tener
que moverme entre estas patéticas criaturas.- Musitó con disgusto.-
Empero,
no tenía más remedio. Así pues se centró en cumplir con su tarea. Ahora para
empezar necesitaba obtener un medio de transporte para llegar a su destino y
según sus informes debía solicitar a un vehículo llamado taxi. Se aproximó
hasta un extraño recinto rectangular acristalado en donde se guardaba un
artefacto al que los hombres denominaban teléfono. Y según le habían enseñado
en sus prácticas en el averno, empleó el dinero humano, del que había recibido
una buena cantidad, para llamar ese taxi. Al cabo de unos pocos minutos un
vehículo de color amarillo se detuvo a pocos metros de ella. Con naturalidad
ILaya se subió a él y siguiendo los rituales humanos pidió por favor al
conductor que la llevase al instituto científico de investigación. Hasta ahora
la primera etapa de su plan marchaba bien…
-Bonito día.
¿Verdad señorita?- Le comentaba el taxista, un tipo con la piel de color negro
y bastante locuaz. –
-¿Bonito?- Repitió
ella sin comprender. –
De
hecho la mañana había estado lluviosa, sí, quizás esa especie de bruma y el
cielo gris plomizo le recordaban a veces a su lugar de procedencia. No obstante,
dudaba que los humanos encontrasen hermoso algo como eso. Creía que les
gustaban los cielos azules y los días soleados. Al menos esa era la idea que se
tenía de esos ridículos mortales. Para ellos todo tenía que ser brillante y
azul. Entonces eso era un error por su parte. Y si estaba errada en esa tontería,
podría asimismo tener información equivocada en asuntos más importantes que
pudieran afectar a su trabajo. En ese caso debería aprender más cosas. Quizás
no sería mala idea escuchar lo que aquel mortal que la transportaba en ese
vehículo tuviera que decir en vez de desgarrarle el cuello.
-Sí, es un día
precioso. – Afirmó el tipo que conducía con pericia, sorteando el tráfico. – Ya
lo ve. Acabamos de pasar la Navidad pero todavía no ha nevado. A ver si tenemos
suerte. ¿No me dirá que no le gusta la nieve?
-No, no se lo
diré. – Convino ella suponiendo que eso era una especie de norma para los
humanos pero sin comprender a qué podría referirse. – Si es lo que quiere.
-¡Ja, ja!-
Tiene usted sentido del humor, me gusta.- Repuso ese individuo para mayor perplejidad
de la diablesa, ¿dónde estaba la gracia en eso?...
Pero
decidió limitarse a escuchar. Aquel hombre continuó hablando sobre las
Navidades blancas, la familia, el hogar y toda esa sarta de idioteces que tanto
les entusiasmaban a los de su patética especie. ILaya fue paciente, de buena
gana le habría roto el cuello, pero no podía hacerlo. Se suponía que estaba de
incognito y consideró aquello como una especie de prueba.
-Si resisto
oír estas tonterías sin matarle entonces es que estoy progresando en mi adaptación.-
Se decía mientras aquel tipo hablaba y hablaba.- Espero poder soportarlo…
Cuando
por fin llegaron a su destino pagó la cantidad requerida. Le habían recomendado
que diese dinero de más, cosa que hizo, y a juzgar por el gesto de aquel hombre,
lo hizo bastante bien.
-Muchas
gracias, señorita. ¡Que tenga un buen día! – Le deseó el individuo más que
satisfecho por la propina en tanto arrancaba y se perdía nuevamente entre el
denso tráfico de la ciudad. -
ILaya
ignoró aquella despedida y miró hacia su lugar de destino, la fachada del
edificio concordaba con la que el Sabio le mostrase. Sin vacilar caminó hacia
allí, se dirigió a la puerta y se dispuso a entrar…
-Espero que
los de dentro no me den tanta conversación, o quizás no pueda contenerme y mate
a alguno para desahogarme.- Se dijo.-
¡Pero no! Tenía que ser disciplinada.
Sobre todo no llamar la atención. Si cumplía con éxito esta misión su
cotización y su estatus aumentarían una vez más. Y siendo comandante tendría
acceso a círculos más elevados.
-Mireya nunca
ha querido que la acompañase al cuarto círculo. La muy perra quiere el
conocimiento y el poder que hay allí únicamente para ella. Tiene suerte, no soy
lo bastante fuerte como para desafiarla. Todavía…- Se sonrió ahora entrando en aquel
lugar.-
Robert había terminado su frugal
almuerzo y se dispuso a volver a sus obligaciones. Iba a levantarse de una
silla de las del comedor cuando se acercó a él Finch Hux, uno de los directores
adjuntos. De hecho, era su jefe directo. El encargado del laboratorio. No le
caía demasiado bien ese tipo, pero no había más remedio que soportarlo. De unos
cincuenta años y con una barriga prominente, amén de tener poco pelo sobre la
cabeza, encima tenía un carácter bastante falso. Parecía mirar a sus empleados
por encima del hombro y nunca estaba satisfecho con nada. Por si fuera poco,
sus sentimientos hacia Robert tampoco parecían ser demasiado cordiales. Aunque
tampoco tenía las narices de afrontar claramente las cosas. Ahora, para colmo
parecía querer decirle algo, pues comenzó esbozando una sonrisa bastante
hipócrita a juicio de su interlocutor, según le saludaba.
- Cuanto me
alegro de verte Robert, dime ¿Has terminado ya esas pruebas que te encargué?
- Sí, señor
Hux. Las tengo en el laboratorio. Ahora mismo se las traeré si quiere.- Ofreció
éste. -
-¡Oh!, no hace
falta.- Sonrió su jefe de forma bastante superficial -, sólo preguntaba. Por
ahora no hay prisa, luego te las pediré. Ahora estoy ocupado, espero a alguien
en mi despacho.
Dio
a su interlocutor una condescendiente palmada en la espalda, cosa que éste
detestaba especialmente, y le dejó, perdiéndose por el pasillo.
-Ese tipo es
un idiota.- Pensaba moviendo la cabeza.- Y me hace perder el tiempo con
tonterías…pero a fin de cuentas, es trabajo…
Y es que Robert no entendía qué
interés podría tener para Hux analizar el pan de trigo que utilizaban los curas
para sus hostias consagradas, pero supuso que sería para algún informe que la
Iglesia les habría pedido. Y eso que él mismo estaba educado en la fe católica.
Aunque a decir verdad no era ya muy practicante que digamos. Los años, las
calamidades en el mundo y en su vida y su propia formación científica, habían
ido haciéndole perder esa fe que tuvo siendo niño. Cuando incluso sirvió como
monaguillo en su parroquia. Se encogió de hombros y volvió al laboratorio. Una
vez dentro se acordó, ¡maldito despiste, había dejado fuera su chaqueta!, se
apresuró a ir a recogerla...
-Espero que
siga ahí cuando llegue.- Pensaba con cierta preocupación.-
Tras pasar por el control principal
de la entrada por el que mostró una acreditación que le había entregado el
Sabio, ILaya llegó por fin ante la puerta del instituto. Quiso cerciorarse si
ese era el centro de investigación. Un bedel se lo confirmó y le abrió la
puerta. Ella le dio también algo de dinero. Eso le granjeó la sonrisa de ese
tipo que parecía vigilar la entrada. Bueno, a ella le traía sin cuidado, solamente
se preocupó en caminar hacia el interior del complejo.
-Algo positivo
he averiguado. Los humanos son avariciosos y les gusta poseer eso que llaman
dinero. Es algo casi tan eficaz como la sugestión hipnótica.- Meditaba mientras
proseguía su camino.- Creo que le pediré al Sabio que me dé más.
Y
entre esas reflexiones se introdujo por la puerta principal, y comenzó a
buscar. Ahora llegaba otra parte más complicada, debía reunirse con su aliado.
El problema es que no sabía quién sería su contacto, ni cuál sería su
departamento.
-Ese Sabio
podría haberme enseñado una imagen del individuo a quien debo contactar. A fin
de cuentas, tampoco él está en todos los detalles.- Pensó no estando segura de sentirse
molesta o divertida con aquello.-
Tampoco
tenía prisa. Comenzaría por lo más básico. Preguntaría a todos los que se
cruzasen en su camino hacia donde debía ir y luego se encargaría de lo otro.
Entró en una sala donde los humanos estaban comiendo. Eso era una cafetería, se
lo habían explicado también cuando la entrenaron en su adiestramiento, por si algún día debía
de ir a la Tierra. Sobre una silla vio una prenda humana, era de hombre, una
chaqueta, creyó reconocer. Sí, así se llamaba. Desde luego había atendido bien
en las clases. Era una alumna aventajada, de las mejores, y bastante eficiente.
Por eso había ido ascendiendo rápido y ganándose la confianza de sus superiores
(si es que la palabra confianza se podía emplear en su lugar de origen). De lo
que estaba convencida era de qué haría su trabajo lo mejor posible para no
defraudar las expectativas puestas en ella. Otra vez pensaba en eso. Si lo lograba
hasta podría ascender incluso a comandante y mandar su propio batallón de
demonios. ¿Quién sabe? De todos modos, no debía vender la piel ¿cómo era ese
proverbio mortal que aprendió? ¡Sí!, la piel del oso antes de cazarlo. Entonces
un hombre moreno, de ojos oscuros, se dirigió hacia ella y le habló sacándola
de sus pensamientos. Era Robert que había vuelto corriendo.
-¡Señorita!- exclamó él dirigiéndose a una mujer que tenía
su chaqueta. - Es la mía perdone, me la he dejado en la silla. ¿Iba usted a sentarse,
verdad?
-No, no se
preocupe, sólo me extrañó verla aquí...- respondió ILaya para salir del paso, a
la vez que le entregaba la prenda a ese humano. -
-Gracias,-
repuso amablemente él poniéndosela para admitir a modo de disculpa. - Soy muy
despistado.
Él
se giró para volver al laboratorio, ya iba a entrar tarde...
ILaya decidió entablar conversación
con ese hombre para tratar de averiguar hacia donde debía dirigirse. Parecía
estar familiarizado con ese sitio. ¡Hasta podría ser el contacto, y haber usado ese truco para hablar con ella! De modo
que, empleando esa empalagosa amabilidad de los humanos que detestaba, pero que
tan bien sabía emular, le preguntó.
- Perdone,
señor. ¿Sabe usted donde está la sección de investigación aplicada?
Robert se sorprendió, incluso le
hizo gracia, ¡vaya casualidad! Respondió enseguida.
-¡Claro que la
conozco! , esa es mi sección. ¿Es usted nueva? - Preguntó mirando a esa mujer ahora
con detenimiento y pensando que no estaba nada mal. -
-Sí, soy la
nueva especialista para la operación.- Declaró ella con énfasis.-
Le
miró cómplicemente a los ojos esperando una respuesta que delatase a su enlace.
Pero el humano le devolvió la mirada sin decir nada durante unos instantes,
para preguntarle después con cara de sorpresa.
-¿Operación?
¿Qué operación?
-Bueno, me
dijeron que preguntase por el jefe de operaciones, digo experimentos.-
Rectificó, recordando que esa palabra venía más al caso en aquel lugar, y para
intentar tapar su error quiso presentarse con rapidez, formalidad típica de los
mortales. – Me llamo ILaya.- El subconsciente la
traicionó, su nombre supuesto era Sandy. Pero ya era tarde para cambiar,
maldiciendo su descuido dijo el apellido que le habían asignado. – ILaya Martin,...-
le ofreció a ese hombre su mano a modo de saludo, tal y como le habían indicado
que hiciese. -
-Encantado de
conocerla. Y esa persona que busca podría ser yo. Me llamo Robert Wallance, soy
el jefe de experimentación. Seguramente trabajaremos juntos…
-¿Ah, sí? -
Repuso ella que sonrió amablemente. -Ya, vaya, que agradable coincidencia.
Entonces le acompañaré si no le importa
-No faltaba
más,- dijo él de un modo bastante solícito para indicarle. – Sígame por favor,
le enseñaré el laboratorio y el resto del instituto.-
ILaya fue tras él, contenta de haber tenido
tanta suerte. Ese hombre podría no ser quizás su enlace, pero al menos, ocupaba
un cargo que le daría acceso a lo que necesitaba.
-Desde luego,
estar en el mundo de los humanos no me ha beneficiado hasta ahora. He sido muy
torpe.- Se censuró recordando todavía el error al dar su falso nombre.-
Debería ir aprendiendo poco a poco a
no desentonar y dejar que ese individuo la guiase, cosa que ya estaba haciendo motu
proprio…
-A veces es
algo complicado orientarse por aquí. Demasiados pasillos y módulos. - Le
explicaba jovialmente él en tanto la joven asentía de forma desapasionada,
tratando de memorizar ese recorrido.- Pero tranquila, se irá habituando pronto.
El humano desde luego le fue muy útil,
enseñándola todo lo que debía saber sobre las instalaciones. Y lo hizo sin
pedir nada a cambio. Esa era una magnífica ventaja táctica. Luego la acompañó al
despacho del jefe de personal. ILaya se lo agradeció con una encantadora
sonrisa. Una técnica de comunicación humana que parecía serle muy útil. Sobre
todo con los mortales del sexo masculino que se la quedaban observando atontados,
como era el caso de ese tal Robert. Cuando la dejó allí tocó a la puerta, otro
formalismo de esos seres, y la autorizaron a pasar. Lo hizo enseguida y el
responsable de recursos humanos la recibió con otra afable sonrisa que ella,
por supuesto, devolvió. Entabló conversación con el susodicho jefe al que le
dio también la contraseña, pero tampoco era él su aliado. Por lo menos le
confirmó que trabajaría en el laboratorio del humano que la había guiado hasta
allí. Todos los documentos con su identidad y demás estaban convenientemente a
disposición de ese hombre. Ahí constaba su nombre supuesto, pero ella fue
rápida de reflejos y le comentó que su nombre era compuesto, Sandy ILaya y que
el segundo no aparecía. Pero que ella prefería ser llamada por ese nombre. Al
tipo le pareció muy bien, realmente ni le dio importancia. Tras hacerle poner
una especie de garabato, (que los humanos llamaban firma) sobre unos papeles,
que si no se equivocaba se denominaban contratos, dijo adiós y salió de ese
despacho. Cumplidos esos estúpidos formulismos para asegurar su tapadera decidió
empezar de inmediato con su tarea. Supuestamente era una científica especialista
en química orgánica. Con sus conocimientos arcanos y lo que había aprendido
sobre la ciencia humana eso sería fácil. Decidió que primero se pondría al
tanto de lo que debía hacer allí y que luego localizaría a su contacto. Fue al
laboratorio y de una taquilla que le habían indicado sacó una bata blanca. Se
la puso junto con unas gafas que llevaba guardadas, le habían aconsejado que
las utilizase, eso completaría su disfraz. Sin más dilación, comenzó a buscar
los elementos necesarios para comenzar su trabajo. Robert, que estaba haciendo
estudios con sus matraces, se acercó a ella.
-¿Familiarizándote
con el laboratorio en tu primer día? - Preguntó amablemente. -
-¿Qué? -
replicó sorprendida - ¡Ah sí!...eso hacía…
-Perdona si te
tuteo, pero creo que eres más joven que yo, en cualquier caso, como vamos a ser
compañeros.- Añadió Robert con una ingenua y afable sonrisa. -
-Me parece
bien. - Repuso ILaya sonriente a su vez,
aunque pensando en su interior no sin regocijo -No creo que seas mayor que yo,
a no ser que hayas cumplido más de dos mil años.
-¿De dónde
vienes, de algún laboratorio del oeste? - Le inquirió él en tanto su contertulia pensaba en aquello de la edad.
-
- Sí, de Los Ángeles.-
Respondió rápidamente ella. - Me han concedido una beca de investigación y un
contrato. -Dijo recordando, esta vez de forma exacta, la coartada que le habían
preparado. -
- Esto no es
tan grande como los centros de investigación que tenéis allí. Pero espero que
te sientas cómoda. ¿Vives cerca? Lo digo
por que estamos mal de autobuses en esta zona.
- Bueno, estoy
muy desorientada, acabo de llegar, debo buscar un… hotel.- Confesó la diablesa,
que realmente no conocía esa ciudad. -
En ese instante, la puerta del
laboratorio se abrió, era Hux que venía a recoger sus pruebas. Nada más entrar,
ILaya le miró fijamente y le preguntó.
-¿Es usted el
director...?.Verá,…soy la especialista y quería presentarle mis credenciales.
Me llamaron para la operación.
-Acompáñeme,
por favor.- Le pidió él con una voz y una mirada de interés que a ILaya le parecieron
muy reveladoras. -
Ella le siguió y Hux la condujo a su
despacho, una vez allí le dijo con aire de complicidad que se sentase y añadió
con más claridad.
-Ya era hora
de que llegases, te esperaba. ¿Sabes lo que debes hacer? - ILaya asintió contenta de haber establecido
el contacto. - Te alojarás en esta dirección - le indicó ese tipo dándole un papel
según le comentaba. – Así podrás tener una tapadera perfecta como una humana
normal.
- De acuerdo.
Me instalaré esta noche ¿Alguna cosa más? - Preguntó la súcubos cruzando las
piernas de forma bastante incitadora. -
- Estarás a
mis órdenes...- le susurró Hux que recorrió a ILaya con la mirada, recreándose
en sus largas piernas para añadir. - Harás
todo lo que yo te diga.
-¿Lo que tú
digas? - Preguntó ella con una sonrisa burlona para asentir. - Muy bien, ¿ordenas
algo más o puedo volver a mi trabajo?...
- Hay una cosa
que me intriga saber.- Dijo Fix por toda respuesta en tanto que alargando una
mano acarició rudamente una de las piernas de la diablesa que no se inmutó, atenta a la cuestión que le
formulaban. - ¿Has tomado la forma de una mujer o eres una mujer de verdad?
- Soy una
diablesa, tengo sexo femenino y puedo hacer lo mismo que una mujer humana y
hacerlo mucho mejor.- Para subrayar sus palabras, ella acarició el estómago de
Fix y dejó caer su mano más hacia abajo con sensualidad, añadiendo del mismo
modo. - Pero ten mucho cuidado conmigo.- Repentinamente apretó su mano sobre
las partes de ese tipo que ahogó un grito. Ella le miró con sus ojos rojos y
sus colmillos y le dijo en un tono de velada amenaza. - Las súcubos podemos
destrozar a un humano con la misma facilidad con la que tú pisarías un
escarabajo, o matarlo de agotamiento copulando con él sacándole toda su energía
vital.- Satisfecha con esa advertencia aflojó su agarre y volvió a su estado
humano normal. Los amenazadores colmillos desaparecieron y sus ojos retornaron a
un color verde claro según ella decía, ahora con esa empalagosa amabilidad que
comenzaba a divertirla. - Pero no temas, mi misión aquí no es esa. Ahora, si no
quieres nada más.- Hux negó con la cabeza, el tipo estaba muy intimidado y
sorprendido ahora como para hablar. - Entonces me voy. - Sonrió ella con
malicia, encantada del susto que le había metido a ese idiota y salió del
despacho.-
ILaya volvió al laboratorio. Ese
enlace era un estúpido, otro que pensaba que una súcubos no tenía nada más que
hacer que saciar sus apetitos sexuales. ¡Cómo si la hubieran invocado para eso!
No obstante, debía reconocer que ese estereotipo también era culpa de muchas de
sus compañeras. Otras que se dedicaban a tales cosas en demasía,
despreocupándose por su trabajo. ¡Así les iba después! O fracasaban y eran
castigadas o directamente aniquiladas por esas justicieras. De todas formas, caso de desear un contacto
carnal elegían a hombres mucho más atractivos. Ella desde luego, no se sentía
nada atraída por ese Hux. Aunque como súcubos que era claro que tenía sus
necesidades. Prefería al humano que había encontrado antes. ¿Cómo se llamaba? ¡Ah,
Robert! recordó con satisfacción, él si que sería una presa apetecible. No
obstante, siendo compañero de trabajo (o así lo llamaban los mortales) no era
nada conveniente intimar de ese modo con él. Y por ahora debía mantenerse
serena y centrada en su objetivo. Ya habría tiempo para lo otro más adelante.
Entró de nuevo al laboratorio y precisamente el objeto de sus anteriores
pensamientos se dirigió hacia ella y le advirtió.
-Ten cuidado
con tus matraces. Los tienes muy cerca del radiador.
ILaya agradeció el aviso y retiró
los matraces de allí. Robert le dijo ahora con una voz algo tímida.
-Te pareceré
algo atrevido, pero si no tienes nada que hacer esta noche, ¿qué te parece si
cenamos juntos? Así de paso te ayudo a buscar un hotel.
-Te lo
agradezco.- Respondió ella que pensó un poco para volver a recordar el nombre
del humano y añadir con prevención. - Robert, ¿puedo llamarte por tu nombre de
pila? - Esa palabra no le gustaba nada, tenía que hacer un esfuerzo hasta para
decirla. No obstante, al humano le encantó que le llamase por su nombre y
asintió, ILaya continuó. - Ya tengo un sitio, olvidé decirte antes que he
alquilado un apartamento. Pero sí que me vendría bien que me acompañaras a esta
dirección. Es la del apartamento - sonrió pareciendo azorada (eso le salía
bastante bien) y añadió con desconcierto ahora real. – Estas complicadas
calles, no recuerdo donde quedaba.
-¡Claro que
sí! - Se ofreció solícitamente él e ILaya le dio la dirección. Robert la ojeó
para declarar sorprendido. - ¡Vaya!, está cerca de mi casa, esto sí que es una
suerte. Hay un restaurante muy acogedor, muy cerca.
-¡Magnífico! -
Exclamó ella imitando su jovialidad para afirmar con otra estudiada frase de
manual.- La verdad es que así cenaré algo caliente, no traía más que unos
emparedados...
Él sonrió y la dejó con sus
matraces, al terminar la jornada la acompañó a su apartamento. Éste estaba ya
amueblado y tenía hasta el más mínimo detalle. A Robert le sorprendió, sin
embargo no le dio mucha importancia, supuso que los dueños lo habrían dejado
así y llevó a ILaya al restaurante. Cenaron (le sorprendió comprobar que a esa
chica le gustaba mucho la carne poco hecha, y que la degustaba con casi
voracidad). La pobre seguramente habría
comido poco en su primer día. No obstante, pudieron charlar durante bastante tiempo. Ella le
contó que era de una familia del oeste, que había estudiado en una universidad
menor de allí y que, tras muchos esfuerzos, su currículo fue admitido para el
instituto en el que acababa de empezar. Robert le contó a su vez que él
provenía de una familia católica (en ese momento ella pareció atragantarse,
pero no fue nada). Bebiendo un poco de vino volvió a centrar su interés en las
palabras del chico que prosiguió. Le dijo que había estudiado en otra universidad,
también poco conocida y llevaba trabajando un par de años aquí.
-Sí, para mí
fue todo un cambio venir a la gran ciudad.- Comenta él en tanto la joven
terminaba aquel bistec casi crudo y sanguinolento.-
-¿Te apetece
un postre?- Le ofreció él.-
-¿Postre? -
Repitió ILaya observándole sin comprender.-
-Claro, ¡supongo
que después de todo lo que has comido no te quedará espacio para más! - Se rio
él llevándose una mano al cogote.-
Ella no comprendía qué había de
gracioso en eso…Sin embargo no quería llamar la atención. Y le preocupó ese
comentario en cuanto a su capacidad de ingesta.
-¿Crees que he
comido demasiado?
-No, por
favor.- Se apresuró a rebatir él.-
Supongo que tras el viaje y todo el día de trabajo estarías muerta de hambre.
Es normal.-
ILaya casi
suspiró aliviada. (Un gesto que copió de los mortales, cuando estos disipaban
tensión) Debería estar atenta hasta al más ínfimo detalle. No quería
traicionarse por una tontería. Se había dejado llevar, la carne cruda y
empapada en sangre el encantaba. Si bien era cierto que ella, como súcubos
podría sobrevivir extrayendo energía a los humanos, alimentarse de ese modo
también le servía. Máxime ahora que tendría que restringir el sexo. Y en cuanto
a eso que le había ofrecido su interlocutor. Si esa era la costumbre entre los
humanos…
-Sí, Quisiera
algo de postre.- Repuso al fin.-
Robert le acercó una carta al tiempo
que comentaba con desenfado…
-A mí me gusta
mucho el tiramisú, y también el cabello de ángel…
-¿Cabello de
ángel, eh?- Se sonrió la muchacha, afirmando divertida.- Puede que pida eso…
Estaría bien agarrar a alguno y
arrancarles su cabellera. Pero esos seres eran inmensamente más poderosos que
ella. Probó ese postre y comprobó que aquello no era nada sobrenatural, pero si
estaba bueno. Al menos eso creyó que se decía. Tenía un sabor dulzón que
empalagaba un poco. Sobre todo con ese paladar humano que ella había adoptado.
-¿Te gusta?-
Quiso saber él.-
-Sí, está
bien… rico.- Recordó que se decía.-
Ese
individuo asintió, al parecer estaba feliz, lo cual le resultó extraño. ¿Por
qué se alegraba de que a ella le gustase esa comida? Mejor no pensar demasiado
en eso. Sería otra estúpida costumbre mortal. Y finalmente terminaron. Tras la
cena, él la acompañó a casa. ILaya le invitó a tomar una copa. Ella pensó que
podría estar bien aparearse un poco con ese hombre a fin de comenzar a tenerle
bajo su control.
-Con muchísimo
cuidado, y sin sacarle energía.- Trató de mentalizarse.-
Pero para su sorpresa Robert se disculpó
alegando que era tarde y debían madrugar, se marchó dejando sorprendida a la
diablesa.
-Es difícil de
creer, un humano que rechaza pasar la noche conmigo.- Pensó encogiéndose de hombros.
– Bueno, eso ahora no es tan importante…tampoco he puesto especial interés en
seducirle. Estaba más preocupada de controlarme, ha debido de ser por eso.
Y
sin darle más importancia aquello entró en ese reciento de la casa que era
llamado dormitorio. Una vez allí se comunicó telepáticamente con el Gran Sabio
y le informó que ya había dado comienzo a su misión, después se tumbó en la
cama y adoptó su verdadera apariencia.
-Ya tenía
ganas de dejar de verme como una patética hembra de esta especie.- Musitó con
un gruñido.-
Volvió
a pensar en ese Robert. La verdad es que no había empleado sus dotes de
atracción con ese mortal, de lo contrario a estas alturas estaría gozando de
él. Pero no tenía ninguna prisa, ya llegaría la ocasión. Como no necesitaba
dormir se ocupó de documentarse por si debía acometer la segunda parte de su
misión. Enfrentarse a esas enojosas justicieras. Acorde a los informes que el
Sabio le diese esas humanas habían sido agentes suyos y desertaron. ¡Malditas
traidoras! Si algo odiaba más que a los humanos era a los traidores. En fin,
sonrió divertida. Si tenía ocasión ya ajustaría las cuentas con esas renegadas.
-De modo que
sois cuatro. ¿Eh?- Se dijo tras contemplar en el espejo de su habitación unas
imágenes que su jefe le había enviado desde su bola en donde pudo verlas en
acción.
Lo cierto es que aquellas humanas no
luchaban del todo mal. Pese a representarles un esfuerzo habían acabado con
varias diablesas. Incluso creyó reconocer a algunas de ellas. Eran casi de su
misma promoción. Pero de un rango inferior.
-Lo que pensé.
Las muy estúpidas.- Se dijo en voz alta con patente desdén.- Mira que dejarse
vencer por esas humanas. Y de unas maneras a cuales más ridículas…
Tras
el visionado aún quedaba tiempo para el amanecer. Aburrida como estaba decidió
darse una vuelta por las calles de la ciudad. A esas horas de la madrugada
estaban desiertas. Apenas algunos gatos maullaban en la lejanía. Ella paseaba
de forma relajada, con su identidad humana. Aunque oyó unos ecos de pasos en la
distancia. Se aproximaban a ella. Sonriendo volvió a su apariencia demoniaca y
se limitó a dar un salto prodigioso encaramándose a una de las azoteas
cercanas. Al poco un grupo de humanos, que podrían ser de unos tres, pasó por
allí. Pudo escucharles hablar…
-Sí, tío,
juraría que esa piba pasó por aquí. Estaba bastante buena.
-Mira que eres
idiota, para una que podríamos haber disfrutado aquí y sin testigos la dejas
escapar. – Le acusó otro con tono frustrado.-
Las pintas de aquellos tipos eran bastante desarrapadas, con
cazadoras de color negro y gris, recortadas a la altura de los hombros, lucían
tatuajes de calaveras y signos extraños que a ILaya le sonaban de algo. Los
había visto antes pero no los reconocía. El caso es que pensó que podría
divertirse. Bajó sin ser vista y una vez más adoptó forma humana, pero no la
que había adquirido para su misión. Eligió el aspecto de una joven rubia de
ojos verdes, casi en edad adolescente. Era estupendo el poder cambiar su
fisonomía de esa forma. Tendría un momento para pasarlo bien y no comprometía
su misión. Al poco comenzó a caminar para que el ruido de los zapatos de tacón
que ahora calzaba se hiciera audible a esos tipos. Lo logró puesto que ellos la
siguieron y la arrinconaron, al menos eso pensarían los muy ingenuos, en un
callejón.
-Vaya, vaya,
aquí estás gatita. – Se sonrió una rapado que esgrimía una navaja.-
-¿Te has
perdido, nena?- Le inquirió otro con gesto avieso en tanto se aproximaban.-
-Nosotros te
ayudaremos. - Terció el que restaba acariciándose una parte poco decorosa de su
anatomía.-
-Por favor.-
Pudo replicar ella fingiendo una voz trémula y llena de temor.- Es muy tarde,
quiero irme a mi casa…
-Claro que sí.
– Contestó el rapado con una pretendida voz melosa, para añadir.- Pero antes lo
vamos a pasar muy bien todos juntitos.
La muchacha miró nerviosa en todas
direcciones, pero esos tres tipos le cerraban cualquier espacio para salir de
ese callejón. Se pegó a la pared y otro de ellos, con un gesto lleno de lujuria,
le dijo.
-Vamos, no
seas tonta. Puedes hacerlo fácil o difícil.
-Qué… ¿qué
queréis que haga?- Pudo decir ella pretendiendo estar aterrorizada, cosa que le
salía muy bien.-
En efecto, sus clases de
representación de los sentimientos humanos las bordaba. Era divertido poder
comprobar como esos imbéciles se estaban tragando su representación. Aunque eso
no iba a durar mucho, estaba deseando poder pasarlo bien de verdad. Ajeno por
supuesto a sus pensamientos, otro de los individuos, frotándose su cerrada
barba le dijo, respondiendo a su pregunta.
-Pues darnos
un besito, para empezar.
ILaya se contuvo para no sonreír.
Esos idiotas creían poder abusar de una humana indefensa. Aquello prometía ser
muy divertido. Enseguida uno de ellos la agarró de un brazo. Por supuesto y
acorde a su papel de chica desvalida, la súcubos gritó y el tipo le tapó la
boca. Se dejó tirar al suelo y uno de ellos comenzó a quitarle su falda y la
ropa interior, cuando aquel individuo retiró la mano de su boca ella pudo decir
ente jadeos.
-Puedo ser muy
complaciente. No hace falta que os pongáis tan rudos.
-¿Ah sí?- Dijo
uno de ellos que desde luego no se esperaba esa respuesta. –
De
hecho, aquellos individuos se miraron con extrañeza y otro, el calvo le
preguntó.
-¿Cómo de
complaciente?
Sin mediar palabra ella se limitó a
indicarle con un gesto que se acercase. Le miraba a los ojos y ese humano era
incapaz de resistirse, con una seña le ordenó a su compañero que la soltara.
Éste, atónito, obedeció, la muchacha se puso de rodillas y sin ceremonias le
bajó la cremallera del pantalón. Metiendo la mano le extrajo el miembro y tras
esbozar una leve sonrisa lo metió en su boca.
-A eso le
llamo yo ser una buena chica. - Pudo comentar otro que no podía dar crédito a
lo que veía.-
- Esto sí que
es una suerte. - Afirmó el tercero que tras mirar en derredor les dijo a sus
amigos.- Y no hay nadie por aquí…lo vamos a pasar muy bien.
ILaya sabía que el sexo oral
encantaba a los machos humanos, se regodeaba con éste hasta que el tipo comenzó
a excitarse tanto que ya no podía aguantar más, fue entonces cuando ella bebió
el fruto de aquella estimulación, succionando tanto que ese individuo llegó a
decir entre jadeos.
-¡Joder, eres
una aspiradora! Vale ya tía, que mis compañeros también tienen…
Y no pudo terminar la frase, en
lugar de palabras profirió un grito horrible cuando la diablesa transmutó aquel
dulce rostro de chica adolescente en el suyo real. Tras morder aquello seccionó
el órgano de ese tipo que cayó al suelo aullando de dolor. Los otros dos apenas
si pudieron reaccionar. Uno de ellos la apuntó con el dedo balbuceando.
-¿Qué, qué has
hecho maldita zorra?
- ¡Uy! - Se
sonrió ILaya tras escupir al suelo aquel trozo de miembro que había arrancado.-
Ahora
sonreía con un aire perverso en tanto sus ojos refulgían rojizos. Esos dos
tipos la miraban atónitos y aterrorizados, sin apenas poder moverse. Para ella
fue un juego el saltar sobre el más cercano y desgarrarle el cuello con sus
largas uñas…el otro finalmente reaccionó dándose la vuelta y escapando a todo
correr en tanto gritaba…
-¡Joder!… ¡es
un monstruo!
ILaya no estaba dispuesta a dejarle
escapar. No podía dejar pruebas ni testigos. Corrió tras él y estaba a punto de
alcanzarle cuando su sexto sentido la advirtió. Rápidamente se parapetó tras
unas cajas. Al poco vio descender dos siluetas de mujer. Una de ellas
interceptó al tipo que chillando se arrojó al suelo delante de la recién
llegada.
-No, por
favor, no me mates, por favor…-Le suplicaba con patente horror y agitación.-
-Tranquilícese.
– Le pidió aquella mujer que lucía un blanco corpiño, un lazo sobre su pecho y
una minifalda, ambos de color verde oscuro. Tras mirar a su alrededor añadió,
dirigiéndose de nuevo a ese desgraciado que temblaba de miedo.- Soy una de las
justicieras. La Dama del Rayo. ¿Qué le ha ocurrido?
- ¡Esa chica,
esa chica!…- Pudo repetir su interlocutor sin ser capaz de decir nada más.-
- ¿Qué chica?-
Quiso saber su interlocutora que miraba sin comprender a su otra compañera.-
- Mi piedra
parpadea. – Le dijo ésta, uno de ellos está cerca.-
-Dama del
Trueno, quédate con este hombre. Iré a mirar- Le indicó la de verde.-
-¡Espera! - Le
pidió ésta que vestía un uniforme similar, con la diferencia de que su lazo y
su minifalda eran casi de un tono dorado.- Si es una diablesa o un demonio, no
conviene que vayas sola.
-¡Mis amigos!
– Pudo decir aquel tipo que estaba casi en shock.-
-No se
preocupe, les ayudaremos.- Le dijo la Dama del Trueno.-
ILaya no podía creerlo. Esas dos
eran un par de justicieras. Dudó si presentarles batalla o no. Al igual que ese
humano se le había escapado, esas dos podrían hacer lo propio y quizás sus compañeras
anduvieran cerca. Decidió jugar un poco para tantearlas.
-¿Quién habrá podido hacer esto?- Musitó una de esas mujeres con patente
repulsión.-
ILaya no pudo evitar
reírse con una siniestra carcajada que respondió a esa pregunta. Ambas
justicieras miraron hacia la fuente de aquel sonido pero no vieron a nadie…Ella
se ocultaba bien ahora tras un callejón. Amparándose en la poca luz y en su
velocidad. Oyó entonces a una de sus enemigas gritar…
-¡Da la cara, maldita!
-No es momento para que nos conozcamos…todavía.- Repuso con su voz femenina
y gutural llena de tono burlón.- Ahora tengo otras labores pendientes…por eso
no me molestaré en darle su merecido al que queda.
-Eres muy valiente contra humanos indefensos pero no te atreves a
plantarnos cara a nosotras ¿Eh?- La desafió esa que identificó como la Dama del
Trueno restallando su látigo.- ¡Ven aquí si te atreves!…
Otra risa plena de
regocijo y desdén contestó a ese reto. Después ILaya sentenció.
-No sois rivales para mí… Y esos humanos no eran inocentes…se pensaron que
yo era una pobre y desamparada chica y quisieron propasarse. Grave error,
intentar eso con una súcubos. Pero mirarlo de esta manera. Deberíais darme las
gracias por defender la dignidad de la mujer. Desde luego que ya no molestarán
a ninguna humana más... ¡Ja, ja, ja!
Y divertida arrojó ese
pedazo de carne flácida que le arrancó al miserable humano aquel. Tras esas
palabras un ruido amortiguado se escuchó. La Dama del Rayo se aproximó solo
para descubrir con repulsión lo que era.
-Un regalo para vosotras. Por si no tenéis mucha compañía. ¡Ja, ja!- Se
burló esa diablesa.- Ya nos veremos…
-¡Maldito monstruo! – Pudo decir la otra justiciera, que la diablesa
reconoció como la Dama del Rayo.-
-¡Cuidado! – La advirtió su compañera.-
Y es que ILaya a modo de
despedida lanzó un rayo de energía desde el callejón en el que estaba. No tenía
demasiado ángulo de modo que su disparo se estrelló contra el suelo. Ambas
justicieras tuvieron el tiempo justo de evitarlo lanzándose a tierra.
-¿Y por estas ridículas humanas están tan preocupados?- Pensó con
regocijo.-
Y es que no le sería
demasiado complicado encargarse de ellas. Podría eliminarlas a las dos. Aunque
se lo pensó mejor.
-No me conviene terminar con ellas. Al menos no todavía. Que mantengan
entretenido al Sabio y a los demás, mientras sean un problema centrarán la
atención de posibles rivales y eso me dará tiempo para cumplir con mi misión.- Discurrió
la súcubos en tanto desaparecía de allí.-
Usando
sus poderes se transportó a la guarida de la Secta. Antes de que aquel
encapuchado de la bola hiciera averiguaciones sería ella misma la que le
informase y así lo hizo…
-Ya estoy
aquí. Ha sido divertido.- Repuso la súcubos.-
-¿Por qué no
aprovechaste para terminar con ellas?- La amonestó él con tono severo.-
-Eso no era
cosa mía.- Contestó ella con despreocupado descaro.- Tengo otro cometido…
-Pues no te
veo ocuparte de él ahora mismo.- Replicó su contertulio.-
-Una chica
también tiene que divertirse.- Sonrió pérfidamente ella para agregar ya con
mayor seriedad.- ¿No habías invocado a cuatro de las mías para vencerlas?...
-Por desgracia
esas humanas las derrotaron.- Tuvo que admitir el Sabio no sin indignación.-
-¡Vaya!- Se
sonrió ILaya.- Eso sí que es interesante. Bueno…si quieres que me encargue de
ellas únicamente tienes que pedírmelo…
-Eso ya no
será preciso. He invocado a Karnoalk, él terminará con esas estúpidas y con el
solar.- Contestó su interlocutor ahora con un tono de mayor seguridad.-
-¿Karnoalk?
¿Has invocado a un demonio del sexto círculo aquí? - Se sorprendió la
diablesa.- En ese caso cualquier cosa que yo haga no me servirá de nada. Se la
apropiaría. Él querrá llevarse todos los laureles. – Denunció.-
-Él no se
meterá en tu terreno, ni conoce tu tarea, ni le interesaría caso de saberlo. Con
que te ocupes del humano ese al que frecuentas y de la misión que tienes
asignada será más que suficiente. – Le indicó el Sabio.-
-Así lo haré,
Señor.- Convino ella que, tras una leve reverencia agregó.- Ahora con tu
permiso voy a seguir con mi cometido…
Y tras una leve inclinación desde su
capucha por parte del Sabio la súcubos desapareció. Él se quedó observando su
bola en tanto comentaba con regocijo.
-Al parecer la
tal ILaya hace honor a su reputación. Ambiciosa, egoísta y calculadora. Bien,
creo que reservaré a esa diablesa para algo más importante. Tiene esa otra
misión que cumplir y no debe apartarse de ella. Invocaré a otros para
enfrentarse a esas justicieras y rematar nuestra tarea pendiente.
La
diablesa por su parte retornó al apartamento que ahora le servía como base. Al
reaparecer allí pensó que lo más prudente sería ocuparse de su trabajo
principal. Dejaría la diversión para después.
-Si el Señor
de Dite ha venido hasta aquí…es que nuestros enemigos no son tan débiles como
yo creía. Haré bien en apartarme de eso…- Se dijo con tinte reflexivo.-
Desde
luego no había sobrevivido tanto por precipitarse o dejarse llevar antes de
meditar sus movimientos. Juzgó mejor el mantenerse al margen de esas
justicieras y centrarse en su cometido. Al día siguiente como una humana más
acudió a su puesto de trabajo. Ese tal Robert estaba en la cafetería, pues era
pronto. Leía el periódico y al verla llegar le comentó no sin preocupación.
-¡Fíjate! Esto
ha ocurrido cerca de donde vivimos.
-¿Qué ha
pasado?- Preguntó la muchacha con gesto perplejo.-
- Tres tipos
han sido atacados ayer. Al parecer eran delincuentes de poca monta, pero las
Justicieras les acompañaron a la comisaría de noche. Y no porque les hubieran
detenido. No te lo vas a creer… a uno le habían arrancado. Bueno, ya sabes,
eso…
- No, no sé. -
Comentó ella fingiéndose sorprendida y queriendo saber con una buena imitación
de candor.- ¿El qué?...
Robert se sentía algo envarado. Pudo
ser más explícito cuando añadió.
-Esa parte de
los hombres, esa que…
-¡Qué horror!
– Exclamó ella llevándose las manos a la boca con algo de teatralidad, aunque
en su interior se lo estaba pasando de maravilla. Más cuando se interesó. - ¿Ha
muerto alguien?
-Afortunadamente
no. Otro de esos tipos tenía el cuello destrozado, pero por suerte para él no
le cortaron la arteria. El otro escapó y estaba a punto de ser atacado pero
quién quiera que fuese desistió. Gracias a que la Dama del Trueno y la Dama del
Rayo estaban allí…
- ¿Y se sabe
quiénes han sido?- Inquirió ILaya.-
Aunque
la diablesa debía esforzarse para no echarse a reír allí mismo. En tanto
aparentaba sentirse turbada por aquello…
-No. Pero
según el que escapó…- Se interrumpió para agregar con patente
incredulidad.- Ese tipo tendría que
estar drogado o algo así. Declaró que una chica a la que ellos estaban… bueno
según contó, querían darle un susto pero al parecer fue ella quién se lo dio.
Que tenía ojos rojos que brillaban y colmillos, ¡ja!...- Declaró Robert
encogiéndose de hombros.- Eso le contó al periodista de sucesos que cubre ese
distrito. Ya sabes, siempre tienen alguno en las jefaturas de policía por si se
produce algún crimen o caso interesante. Pero a mí me da que este tipo era un
alucinado o algo y que o bien iba drogado hasta las cejas o debió de ser una
reyerta entre bandas.
-¿Y dice algo más
de esas justicieras?- Inquirió ILaya ahora con mayor y real interés.-
- Solamente
que le llevaron allí y a sus dos amigos heridos al hospital para que les atendieran.
Luego se marcharon, como siempre hacen. Desde luego, son unas mujeres muy
valientes.
-¿No me digas
que las admiras?- Se sonrió su interlocutora sin ocultar su desdén.-
El chico la observó con asombro.
¡Pues claro que las admiraba! Y así lo hizo constar.
-Hacen una
labor muy importante, ayudan a la gente. Combaten esos extraños crímenes que se
han producido por toda la ciudad. Tú al acabar de llegar posiblemente no lo
sepas, pero han estado pasando cosas muy raras.
-¿Qué tipo de
cosas?
-Pues no sé.
Extraños asesinatos, ataques a lugares sagrados. Incidentes con personas que
parecen haber enloquecido, como si estuviesen poseídos. Bueno, lo principal es
que te sentirías mucho mejor si te vieses mezclada en medio de algo como eso y
las justicieras acudiesen en tu ayuda.
ILaya se sonrió disfrutando la
ironía, no creía eso muy posible en su caso. Aunque no debía olvidar su papel.
Se suponía que era una mujer humana indefensa. Y convino de forma más suave.
-Tienes razón.
¡Qué terrible! Menos mal que esas justicieras están para protegernos. Salvo
que, claro, fueran ellas las que cometieran esas atrocidades…
Robert la miró de nuevo con patente
asombro. Pero se apresuró a contestar.
-En absoluto.
Hay muchos testimonios de personas que les están muy agradecidas. Les han
salvado de criminales y de, según algunos testigos, gentes muy raras. Aunque no
me creo eso de que fueran monstruos, posiblemente sería algún desequilibrado
con un disfraz. De todas formas. Nunca viene mal gente dispuesta a luchar por
la justicia. De veras, este es un mundo muy duro a veces. Tenemos que ayudarnos
para hacerlo un poco mejor.
Ahora
fue la chica quién le observó sorprendida. En fin, ya era la hora de entrar al
trabajo. Ambos lo hicieron aparcando la conversación. ILaya no comprendía por
qué unos humanos simplemente se ocupaban de proteger a otros. Lo normal, al
menos para ella y los suyos, era machacar al débil y aprovecharse de él. Quizás
debería entender esas ideas de los mortales para obtener una ventaja en su
estrategia. Pensó que lo mejor sería proceder con más cautela. Y seguir apoyándose
en ese hombre.
-Este Robert
es una valiosa fuente de información.- Concluyó, para decirse.- Seguiré
frecuentándole con mucha cautela a fin de aprender más sobre la forma de ser de
los de su especie.
Y
mientras avanzaba en sus conocimientos de las costumbres humanas y en su labor
primordial, pasaron varias semanas. Si bien no volvió a encontrarse con las
justicieras supo que las cosas iban mal para la secta. Se oyó que Karnoalk
había sido eliminado…
-Hice bien en
mantenerme al margen.- Pensaba realmente satisfecha de su decisión.- Si han
sido capaces de derrotar a ese demonio no son enemigos a los que yo pueda
vencer. Al menos ese extraño guerrero dorado.
Pero
por suerte aquel no era su problema. La diablesa por su parte, tenía casi a
punto su trabajo. Un día Robert le preguntó de qué se trataba. Ella le
respondió esquivamente que de un fertilizante. La jornada terminó y cuando la
chica iba a salir su compañero le propuso con afabilidad.
-¿Te apetece
dar un paseo? El parque está muy bonito
a estas horas de la tarde.
ILaya aceptó, habían acabado pronto y aún
había sol. Además no podía disimular su extrañeza. ¿Qué veían de interesante
esos seres humanos en aquellas formaciones vegetales tan anodinas? Salvo que
algo se escondiera dentro. Tenía curiosidad y recordó una vez más sus
instrucciones de aprender lo más posible sobre la conducta de esos seres. Y
¿para qué negarlo? Su compañero de trabajo era interesante. Le contaba muchas
cosas y ella recurría a su ayuda cada vez que no comprendía algo de las
estúpidas normas o usos de los humanos. Al menos como fuente de conocimientos
ese mortal era muy valioso y encima hasta la entretenía. Cosa que ella habría
juzgado casi imposible. Antes de conocer a Robert nunca creyó que los humanos
tuvieran el más mínimo interés, salvo para jugar con ellos, maltratarles, o
tener sexo. De modo que, en tanto todos estos pensamiento pasaban por su cabeza
fueron hacia el parque. Al llegar paseaban entre los árboles y varios niños de
corta edad se cruzaron en su camino corriendo. Uno de ellos se cayó y se puso a
hacer pucheros. Robert le ayudó a levantarse ante la mirada indiferente de
ILaya. Ésta comentó mientras el niño, que había dejado enseguida de llorar, se
alejaba otra vez a la carrera.
-Si corre así
otra vez volverá a caerse, ¿es que no se da cuenta de eso?
-¡Dale un
respiro! - Sonrió él añadiendo cordial. - No debe de tener más de seis años, a
esa edad únicamente les apetece correr y jugar.
-Son almas
inocentes, claro, - dijo ella de un modo suspicaz. -
-Sí, yo ya ni
me acuerdo de lo que sentía con esa edad, les envidio. La verdad es que siempre
me han gustado los niños.
-¿Para qué?
- Le preguntó su interlocutora sorprendida.-
Quizás
era uno de esos humanos que practicaba canibalismo. Ella había escuchado
comentar de algunos de los demonios y diablesas más terribles del averno que
también disfrutaban con la sangre de esas criaturas. Aunque ella no lo había
probado, pero ¿quién sabe? Quizás en alguna ocasión podría ofrecerle uno a su
compañero y asegurarse un valioso aliado...
Entonces Robert rio desconcertado a
ILaya cuando le explicó el por qué…
-¿Eh? ¿Cómo
que para qué? .Me gustaría casarme un día y tener hijos. ¿A ti no?
- Nunca me lo
he planteado - replicó indiferentemente.-
Se
daba cuenta de que su anterior sospecha carecía de base. Debía tener mucho más
cuidado y buscar otra manera de que Robert le otorgase toda su confianza.
- Supongo que
será por nuestro trabajo, absorbe mucho.- Comentó él. -
- Sí, eso debe
ser,- dijo ILaya para zanjar el tema, pues por algún motivo que no lograba
entender hablar de eso comenzaba a resultarle incómodo. -
Pero de nuevo fue Robert el que se
encargó de ello con otra propuesta no menos sorprendente.
-¿Qué te
parece si nos vamos al cine?
-¿Al cine? -
Repitió ella sin saber exactamente de que podría tratarse aquello. -
- Sí,- ¡Ja, ja!
Lo dices como si jamás hubieras estado en uno. -Rio él, para añadir.- Mira,
ponen alguna película de reestreno en uno cerca de aquí. Si es que no te da
miedo
- Bueno. - Aceptó
ILaya pensando curiosa en qué sería eso del cine y a qué se referiría ese
humano. A ella no se la asustaba con facilidad, casi lo tomó como un reto
cuando asintió y dijo con sorprendente cordialidad. -Muy bien, no tengo nada
que hacer esta tarde. ¡A ver si eso me asusta!…
Así las cosas, ambos se dirigieron
hacia el cine que estaba sólo a un corto paseo. Al llegar vieron que la
película a restrenar era el Exorcista. Robert le insistió a ILaya, ésta vez
algo preocupado.
-Esta película
es algo fuerte, no sé si serás sensible. Salen cosas bastante desagradables,
endemoniados y todo eso.
-Creo que me
gustará. - Afirmó la muchacha con una maliciosa sonrisa. -
Entraron a ver la película y a
Robert le sorprendió que ILaya se riera con ganas mientras el resto de la gente
de la sala guardaba un silencio dominado por el miedo. Sobre todo cuando veían
a la niña lanzando babas verdes y girando la cabeza.
-¿Te hace
gracia? - Le inquirió Robert la miró
atónito. -
- Me río de la
imagen que tienen los hu…las personas de los demonios, los ponen demasiado
feos, ¡ja, ja, ja! - ¡Qué bueno, eso!, “mira lo que ha hecho la guarra de tu
hija, ¡ja, ja, ja, ja!…me lo apuntaré.
ILaya
se reía, y en eso era sincera. De hecho, lo estaba pasando muy bien. Nunca
antes se había entretenido tanto. Tanto que casi dice humanos, cuando
respondió. Por fortuna esta vez estuvo rápida para corregirse. Y es que en
verdad encontraba la situación divertida. Esa especie de diablo recordaba
vagamente a esas estúpidas bestias subhumanas del segundo círculo. ¡Esas sí que
eran feas! pero nada inteligentes. En cuanto a poseer a una humana de esa forma
era algo ridículo. Un demonio medianamente listo no llamaría así la atención. Y
esas babas ¡qué tontería! Ningún diablo decente haría algo así. ¡Salvo que
quizás el almuerzo le hubiese sentado mal! ¿Y para que iba a hacer levitar la
cama? ¿Para cambiar las sábanas mejor?...
-¡Esto es
absurdo.- Se burlaba ella sin parar de reír.- ¿Qué son, esos demonios de la
película, mascotas?...
-¿Cómo crees que
son los demonios en realidad? - Le preguntó Robert con evidente curiosidad. -
- No creo que todos
sean tan feos, eso te lo aseguro,- rio nuevamente ILaya añadiendo casi a modo
de indicación. – Al menos, si yo tratase de invadir la Tierra lo haría con más
disimulo.
-Es cierto, en
eso creo que tienes razón.- Se rio también él.-
Su contertulia asintió. Aunque había
de todo. La mayoría de los de su círculo desde luego parecían humanos. También
los había por supuesto con formas mucho
más grotescas. En fin…Lo único que le resultó incómodo de ver fue cuando
ese sacerdote rociaba a la poseída con agua bendita. Aunque claro, al ser un
demonio oculto en un cuerpo humano no ardía al contacto con ella. Suspiró
aliviada.
-Mejor no
tocar eso.- Se dijo a modo de nota preventiva mental.-
Más
tarde, divertida por aquella pobre interpretación humana de los de su especie,
dejó que su acompañante la invitase a algo llamado palomitas. Aunque no eran
pájaros pequeños como ella creyó al oír el nombre. Eran una especie de bolitas
saladas que no estaban mal. Sin casi darse cuenta se comió el equivalente a un
enorme cubo ella sola.
-Me dejas
sorprendido.- Pudo decir él observándola atónito al comprobar cómo había
vaciado ese recipiente.- ¿No te sentará mal?
- No - replicó
la muchacha de forma indiferente.- El sabor es bueno. Aunque da un poco de sed.-
Admitió finalmente.-
-Puedo ir a
por un refresco. – Se ofreció el chico.-
Su interlocutora asintió. Ahora
estaba muy interesada en la película. En ese momento en el que el sacerdote
pedía al demonio que entrase en él y luego saltaba por la ventana. De nuevo sus
carcajadas arreciaron ante las miradas anonadadas del resto del público.
-¡Ese tipo es
tonto!- Declaró visiblemente divertida.- El demonio volverá a salir y ya está.
Eso lo sabe cualquiera.
- No creía que
fueras tan experta en diablos.- Sonrió Robert.-
Aunque ahí la aludida dejó de
reírse. ¿Y si estaba hablando demasiado? ¿Acaso ese humano podría sospechar?
Más cuando él le preguntó.
-A ver, doña
experta, ¿cómo acabarías tú con ese demonio?, ¡ja, ja!…
Para su alivio ILaya pudo darse
cuenta de que su contertulio se tomaba aquello a chanza. De modo que decidió
emular su tono.
-Pues- repuso
la chica llevándose una mano a la barbilla.- Si sale en forma de nube es
sencillo, con dispersarla del todo. Y si está en un cuerpo, pues lo matas antes
de que escape y se acabó.- Concluyó como si eso fuese obvio.-
Aunque debía de admitir que esos
rituales de exorcismos sí que funcionaban y que eran muy peligrosos para los de
su especie. Pero eso no lo iba a decir. Al fin cuando terminó la película,
ambos salieron del cine. Robert tomó a ILaya del brazo y ante la sorpresa de
ella la cubrió con su chaqueta, dado que la muchacha llevaba una suave blusa y
refrescaba.
-¿Qué haces? -
Le inquirió ella sin comprender. - ¿Por qué me pones tu chaqueta a mí?..
- Hace frío,
yo llevo mi jersey, así no te enfriarás.- Le explicó afectuosamente Robert. -
- Gracias,-
sonrió la chica aun sin acabar de comprenderlo. Pero sabiendo que él creía hacerla un favor por lo que
añadió. - ¿Qué deseas a cambio?
- ¿A cambio?- Se
sorprendió él mirándola ahora sin comprender. - ¿A cambio de qué?
- De tu
chaqueta, – especificó ella. –
- ¡Cómo sois
los de Los Ángeles! ¡No quiero nada a cambio! Solamente que no agarres un
resfriado. Cuando llegues a casa me la devuelves.- Se rio el muchacho para
extrañeza de su interlocutora. -
La verdad es que, desde que conocía
a Robert, ILaya estaba desconcertada. Los humanos en general no eran como se
los había imaginado. Tenían una extraña manera de ser, pero vivían de una forma
diferente a lo que ella conocía en el averno. Allí nadie se preocupaba por
nadie, sólo entre camaradas muy cercanos y ni siquiera así se podía confiar
demasiado en otros demonios. No faltaría siempre el ventajista que para
ascender o hacer méritos, fuera capaz de eliminar si fuese necesario a
cualquier compañero y eso allí no estaba mal visto, todo lo contrario. Ella
misma había pasado por encima de otros colegas menos decididos y le había ido
bien. Además, los humanos eran débiles y adoraban al Creador, el que había
arrojado al Príncipe de las Tinieblas de su lado. Debían ser aniquilados, y su
mundo sometido, siempre lo creyó. Pero Robert, por ejemplo, se mostraba siempre
muy amable con ella y eso no era porque él quisiera engañarla. No sabía quién
era en realidad. Pudiera ser que pretendiera acceder a su cuerpo para aparearse
y tratarse de atraerla así. Ésta actitud era muy típica de los machos humanos,
pero ya tuvo la ocasión desde el principio y tampoco parecía ese el caso. Ni le
hacía ningún tipo de insinuación en ese sentido. ¿Entonces, qué quería? ILaya
no alcanza a entenderlo. Pero lo importante es que la había ayudado
mucho en su trabajo y gracias a él pronto tendrían el compuesto para dominar a
los humanos, ¡pobre tonto! De todas maneras, lo que más le extrañaba y
precisamente por ser una súcubos, era que ese chico nunca había intentado
proponerla ningún tipo de relación sexual, quizá prefiriese a humanos de su
mismo sexo. Bueno, a ella sí que le atraía, de modo que daría el primer paso...
- Vamos a mi
casa,- le propuso la muchacha, esta vez con sus más persuasivas dotes de
seducción mirándole con sus verdes ojos. - Anochece y pronto hará más frío, así
tomamos algo y te devuelvo tu chaqueta. Hoy sí podrás, mañana no trabajamos.
Robert sintió el repentino deseo de
acompañarla y otras cosas más difíciles de admitir, él no creía haber pensado
en ILaya solamente de esa manera. Pero cuando ella le miró con esos ojos verdes
tan intensos, de los que él hubiese jurado que salió un resplandor rojizo, no
era capaz de apartar la idea de su cabeza. Se sentía como si estuviera imbuido
por un impulso irresistible. Quería ir con esa chica y tenía muchas ganas de…
Como pudo sacudió su cabeza, tratando de apartar aquello.
- Gracias, me
encantará.- Aceptó sin embargo él…
Una vez allí, ella le sirvió una
copa. Charlaron y así pasó el rato, otra copa y la diablesa decidió que era la
hora de pasar al ataque. Se desabotonó la blusa y acarició la cara de su
invitado.
-¿Me
encuentras atractiva Robert? ¿Te gustaría hacer el amor conmigo?,- le susurró con
voz melosa y sensual. -
Él se quedó muy sorprendido. ILaya era una
mujer muy bella, se sentía terriblemente atraído. ¡Pero no!, debía dominarse,
él tenía sus principios, no quería aprovecharse de ella pues creía que estaba
borracha. La chica comenzó a acariciarle el pelo y el pecho, le besó en la boca
con pasión. Robert la abrazó, no podía resistirse más. La chica metió su mano
por la camisa de él, acarició su cuello, sería tan fácil rompérselo pensó, pero
no deseaba hacer eso. Desde luego no ahora.
Y sentía que el humano estaba cada vez más excitado. A punto para
copular.
-Vamos…no te
resistas más.- Le susurraba al oído con tono realmente sensual.- Adelante
Robert…
De pronto ILaya sacó la mano bruscamente a la
vez que lanzó un estridente chillido. Él se sobresaltó. Con una agilidad felina
la chica había saltado alejándose de él y ahora estaba acurrucada tras el sofá
y se tapaba la cara con las manos.
-¿Qué te ocurre?
- Quiso saber Robert que, preocupado, se
tanteó el pecho y sacó una cadenita de la que pendía un crucifijo de plata por
fuera de la camisa, especulando en forma de pregunta. -¿Te has pinchado?
-No.- Trató de
responder ella, pero su voz sonaba ronca, tuvo que hacer un esfuerzo enorme por
tamizarla para añadir entre jadeos. - Estoy bien, déjame, por favor.
-¿Que
tienes?,- inquirió él con visible inquietud. –
- Na…nada…-
pudo musitar ella casi con un siseo. –
El chico quiso acercarse pero ILaya se apartó
dándole la espalda, tenía sus ojos rojos y sus colmillos demoniacos y se miraba
su mano. Sus dedos estaban quemados con la marca de la cruz y el humano no
dejaba de repetirle.
- Déjame ver...
ILaya
estaba en un dilema. Si ese hombre se aproximaba y la veía en su forma natural
no tendría más remedio que matarle. Pero no deseaba hacer eso. Al menos ahora
no. No comprendía por qué se refrenaba. Matarlo y destruir el cuerpo sería lo
más fácil. Pensó que no era conveniente, podrían hacer preguntas y sobre todo ese
chico la estaba ayudando bastante. Le necesitaba para completar su tarea. Entonces
discurrió…
- Por favor,
ve a la cocina y tráeme agua.- Pudo
pedirle disimulando un poco su gutural tono. -
El preocupado Robert fue de inmediato. Eso le
dio tiempo a ILaya a recobrar su apariencia humana normal y curar en lo posible
esa herida con su capacidad regenerativa. Cuando el chico le trajo el agua, la
bebió con avidez en tanto él le preguntaba con inquietud.
- ¿Te
encuentras mejor?
- Sí. Gracias,
estaba seca, no es nada, me ocurre de vez en cuando. Tengo alergia a la plata,
eso es todo.- Replicó ella, ya con un tono de mujer humana normal. -
- Claro, mi
crucifijo y la cadena son de plata,- afirmó él que se lo enseñó a ILaya, pero
ella apartó la vista y el muchacho, visiblemente consternado se disculpó. - Lo
siento, no lo sabía.
- No pasa nada,
por favor, no me lo acerques.- Le pidió su contertulia con palpable temor,
Robert asintió guardándoselo bajo la camisa. -
- Perdóname,
quizá será mejor que me vaya.-. Opinó él, turbado y bastante incomodado por
haber perjudicado así, aunque fuera sin pretenderlo, a esa pobre chica. –
Espero que te mejores…
ILaya respiró aliviada, pasado el
influjo al que le había sometido para atraerle el humano habría perdido su interés.
Más todavía tras lo sucedido. Sin embargo, parecía mostrarse inquieto por ella
y desear auxiliarla. Pese a que no le estaba controlando en modo alguno para
eso. La diablesa estaba confusa. Quería estar a solas, aún se sentía mal. Debía
de ser cierto, cuanto más puro era de corazón un mortal y más fe tenía en el
Creador, más letales eran sus símbolos para un ser del averno. Aquello casi le
cuesta caro. Por suerte se había librado pero debería tener mucho más cuidado
desde ahora. Y eso le enseñó una nueva lección, comenzaba a entender el porqué
algunos de sus congéneres odiaban tanto a los humanos. Realmente les temían,
cualquier mortal de buen corazón era virtualmente inatacable para un demonio de
no mediar una posesión o el uso de la fuerza física y esos recursos eran
complicados, sobre todo el primero. Aunque por alguna extraña razón, ella no
sentía temor estando con Robert, al contrario.
- Sí, gracias.
Creo que me acostaré. No te preocupes.- Le respondió ella con suavidad. -
- Si necesitas
alguna cosa.- Le ofreció Robert aunque la chica sonrió negando con la cabeza. –
Que descanses,- le deseó él devolviéndole la sonrisa. - Hasta mañana, ILaya.
Robert la besó con suavidad en los
labios y acarició su mejilla, era una sensación rara para ella. Notó un extraño
calor, pero no era algo relacionado con el sexo. Era una emoción que nunca
había sentido. Le daba la impresión de que ese hombre se preocupaba por su
bienestar, como si la considerase muy valiosa y quisiera protegerla. Eso jamás
le había ocurrido entre los suyos. Allí, únicamente importaba obedecer las
órdenes de sus superiores y preocuparse por uno mismo. El muchacho salió de la
casa y la diablesa cerró la puerta. ILaya recobró su apariencia demoniaca y se
tanteó a la busca de nuevas heridas, pero estas, dada su constitución, ya
estaban prácticamente cerradas. Incluso la quemadura había desaparecido. ¡Eso
si era raro, al ser producto de un objeto sagrado debería haberse quedado ahí!
¿Podría haber sido una simple reacción química? Lo mejor sería descansar, se
tumbó mirando hacia el techo y optó por dejarlo correr, mañana lo investigaría.
-Esto es muy
extraño. Tengo que ir con cautela.- Pensaba tratando de poner en orden sus
ideas.-
Al día siguiente, festivo, él la llamó
preguntándole como estaba. ILaya le contestó que bien. El chico quiso quedar pero
ella se negó aduciendo que tenía que ir a
ver a unos amigos. Colgó, vestía su uniforme demoniaco y sus ojos rojos miraban
perdidos por la ventana, al fin se trasladó a la guarida del Gran Sabio. Cuando
llegó hizo una reverencia a su superior y éste le inquirió con sus dos ojos
brillando cual carbunclos.
-¿Has
terminado el compuesto?
-Todavía no,
señor. Necesitaré un poco más de tiempo.
-No nos queda
mucho más. Las justicieras y el guerrero dorado están ya muy cerca de nosotros.
Han derrotado a muchos de tus congéneres.
-Me apresuraré.
– Le aseguró ella tratando de ganar algo más de plazo. – Ya no me falta mucho.
-Procura no
decepcionarme como tus otras compañeras. – Fue la lacónica y seca réplica de él
que desapareció en tanto la diablesa hacía otra reverencia ya hacia un espacio
vacío y replicaba. -
-No lo haré…
ILaya
se marchó con la sensación de tener muy poco tiempo antes de que su superior
enviase a alguna otra a sustituirla. No quería fallar en la misión pero
inexplicablemente tampoco deseaba hacer algo que pudiera afectar a Robert.
Aunque en los días que siguieron su trato con él se enfrió bastante. No deseaba
que ese humano interfiera con su trabajo. El muchacho pensó que todo se debía a
ese incidente y realmente se sintió apenado. La diablesa se dio cuenta de que
aquel mortal debía de estar sufriendo por algo relacionado con ella. Pero la
propia ILaya no había conjurado nada contra él, ni le había dañado. De todos
modos, no tuvo mucho tiempo de pensar en eso, Hux, la llamó a su despacho y la
acosó a preguntas sobre su trabajo. Aburrida le contestó lo mismo que ya había
dicho al Sabio, ante el enfado del supervisor que la reprendió.
- Vas
retrasada, te dedicas a ver a Robert demasiado tiempo, ¿qué ocurre, ILaya? - Le
preguntó contrariado añadiendo con palpable enfado teñido de sarcasmo. - ¿Acaso te lo tiras a él? No lo hagas porque
le necesitamos. Nos es muy útil, por ahora…- Celebró su propio comentario con
una risita maliciosa. -
- No dejes que
tus deseos interfieran con tu misión. Yo no lo hago. - Respondió ILaya
aparentando indiferencia. Aunque ese comentario de Hux la había molestado
mucho, pero no quiso dar muestras de ello mientras explicaba. - En algo tienes razón. Ese humano me es
útil, por eso le veo tanto. Me ha ayudado en mi trabajo mucho más que tú. ¡Y
sin sexo a cambio! ¡Me ha dado tanta información que parece que él fuera mi
enlace! Si tuviéramos más como él, igual de eficientes, este mundo hace mucho
que sería nuestro, ¡debería darte vergüenza! - Sonrió con suficiencia y se cruzó
de brazos con desdén. -
-¡Ten mucho
cuidado, ILaya! - Le advirtió Hux bastante irritado con la actitud de la
diablesa amenazándola sin tapujos. - El Gran Sabio recibe puntualmente mis informes
y empieza a impacientarse. Y te garantizo que él sabe cómo tratar a los que
fracasan, sean súcubus o humanos.
A ésta le gustó el efecto que sus
palabras habían producido en ese idiota, Finch estaba visiblemente nervioso.
Ella sin embargo encajó como si nada aquella amenaza manteniendo su expresión
impasible para replicar.
- Yo hablo a
menudo con él. Y le comunico quiénes me son de utilidad y quiénes no. Así que ten
cuidado tú también, porque podría impacientarse con los dos.- Y sin más salió
del despacho sin esperar la respuesta de un furioso y ahora también, inquieto Hux.
-
Una vez se alejó de ese tipo ILaya
volvió enfadada al laboratorio. Robert la saludó y ella le respondió con una
mueca, él se acercó y la tomó con suavidad de los hombros. La chica le espetó de malos modos.
-¿Qué es lo
que quieres? - Robert la soltó con gesto sorprendido, parecía que su enfado con
él era más serio de lo que pensaba. -
- Perdona, no
quería molestarte. No volveré a hacerlo.
Se
alejó pero la diablesa se sorprendió a sí
misma respondiendo en tono de disculpa.
- Perdóname tú
a mí, por favor. Es que vengo del despacho de Hux ¡Ese tipo es un idiota! Tú no
tienes la culpa.
-¿Qué ha
pasado? - Quiso saber su interlocutor con preocupación, pero feliz de que no
fuera por causa suya. -
- Me está
presionando mucho estos últimos días. - Respondió ILaya con bastante más
sinceridad de la que ella misma hubiera deseado. - Por mi trabajo, quiere que
me dé más prisa, eso es todo.
- Sí, a veces
se hace difícil aguantarle,- dijo Robert de forma muy comprensiva - pero es uno
de los jefes. ¡Qué le vamos a hacer! Ignórale lo que puedas. - Sonrió
recobrando su tono jovial para proponerla como antes. - ¿Por qué no nos comemos
un perrito caliente y le insultamos un poco? Necesitamos desahogarnos.
Su interlocutora sonrió también.
Hubiera preferido arrancarle la cabeza a ese imbécil de supervisor pero visto
que no podía hacerlo aceptó gustosa la oferta de su compañero. Por algún motivo
que no entendía expresar aquello le ayudó. Se liberó de esa presión. Y era a
causa de ese humano. La escuchaba y la animaba de tal modo que ella parecía
creer que todo saldría bien. No podía explicárselo. Jamás experimentó nada
parecido en su lugar de procedencia. Allí desde luego admitir tu frustración
era sinónimo de admitir el fracaso y eso no se perdonaba. Ahora en cambio era
como si pudiera refugiarse hablando con él. Cada vez deseaba estar más tiempo
con ese hombre, no entendía el por qué, pero así era. Fueron a comer aquel manjar,
a diferencia de lo que había imaginado, no era un perro quemado, sino una especie
de salchicha. En cuanto terminaron él sonrió en tanto la miraba.
-¿Qué pasa?-
Quiso saber la chica.-
-Es que tienes
un poco de tomate en los labios.- Pudo decir él, que sacando un pañuelo se los
limpió con suavidad.-
La diablesa sintió una especie de
descarga en cuanto los dedos de ese hombre la rozaron… Casi se apartó
involuntariamente.
-¿Te he hecho
daño?- Inquirió Robert con visible preocupación.-
-No, no ha
sido nada.- Pudo responder su interlocutora.-
La
súcubos estaba confusa. ¿Qué había sido esa extraña corriente de energía? No
quiso darle más importancia, pudiera haber sido algo de estática. Finalmente salieron
de la zona de los perritos y al pasar al lado de una tienda de flores Robert le
compró una rosa, su destinataria se sorprendió.
-¿Y esto? ¿Por
qué? - Quiso saber observando esa flor con gesto atónito. -
- Por que es
como tú, muy bonita.- Sonrió el muchacho que
cariñosamente se la ofreció. -
ILaya la tomó en su mano izquierda y
contempló la flor, era muy bella, pero su belleza era muy efímera, igual que
los mortales. Ella como súcubos podría ser siempre joven, los humanos no. La
vida de estos era muy corta pero eso no parecía importarles. Al contrario, la
vivían con mucha intensidad, recreándose en las cosas más absurdas y triviales.
O eso había creído hasta ahora, pero le sorprendía que incluso ella misma se
había divertido mucho yendo al cine, o a cualquiera de esas atracciones del
parque que Robert le había mostrado cuando salían de vez en cuando. Con algunas
conversaciones aparentemente intrascendentes y con esos paseos que daban
también se sentía bien. Era una buena manera de olvidarse de sus problemas y
sus urgencias, se descargaba mucha presión. Quizás por ello los humanos eran
tan aficionados a entregarse a aquellos banales pasatiempos. No obstante,
mientras pensaba en ello, vio como la
flor comenzaba a marchitarse. La causa estaba en su propia energía negativa,
pero era algo que no podía evitar. Robert miró la rosa con decepción aunque enseguida
quiso animar a la muchacha creyendo que se sentía decepcionada.
-Ni siquiera las
flores son ya lo que eran. Ahora sólo las cultivan con química ¡Ojalá que tu
fertilizante esté pronto terminado, seguro que saldrán unas flores preciosas!
ILaya
contempló la marchita flor con una mirada triste, tampoco comprendía el por qué.
Eso la había afectado, y ella no estaba
baja de energía. Pero Robert, empeñado en levantarle la moral, le sonrió y le
dijo con mucha amabilidad.
- No te preocupes,
luego te compraré un ramo entero.- La diablesa sonrió sintiéndose mejor sin
entender todavía la razón. –
De vuelta a su apartamento ILaya
estaba cada vez más confusa. Se miraba al espejo contemplando sus rasgos
humanos, era una mujer bonita, es más, muy deseable. Eso era algo que la
mayoría de los humanos sin duda opinaría. Pero Robert lo decía de una forma
diferente. No era una estimación objetiva, ni siquiera una valoración estética.
Él la hacía sentir algo especial, no acababa de entender lo que le sucedía. Ese
humano le gustaba desde luego. Además, su instinto la empujaba a copular con
cualquiera que le pareciera atractivo. Pero algo le ocurría pues desde que
conoció a Robert no había hecho el amor (Esa expresión era humana, bueno, se le
ocurrió sin más).Copulado con ningún humano. Deseaba a ese hombre pero sentía
algo más aparte de eso, aunque no sabía que podría ser. Quizás fuera ese
corazón tan limpio que tenía lo que la turbaba tanto. Incluso cuando de noche
pensaba en salir a divertirse con algún humano venía a su cabeza la imagen de
su compañero de trabajo y de pronto perdía todo interés en dañar a otros como
él. No comprendía lo que le estaba sucediendo. Incluso llegó a preocuparse.
¿Estaría enferma? ¿O algo similar a lo que los mortales entendían por una enfermedad?
Sus meditaciones se vieron interrumpidas por una proyección holográfica del
Gran Sabio.
- ILaya.-
Habló notándosele enfadado. - Se me está agotando la paciencia ¿Tienes ya el
producto preparado?..
- Sí, mi
señor, sólo necesito un par de días más, pero te lo entregaré pasados estos.-
Repuso humildemente la interpelada.-
- Eso espero,
por tu propio bien. Enviaré a alguien a recogerlo - y dicho eso desapareció sin más. -
Y la muchacha no había mentido. En
realidad tenía las bases de aquello a punto. Sabía perfectamente que, de no
tener el producto, estaría acabada. Pero no le preocupaba, ella conocía bien las consecuencias si los suyos
empleaban esa sustancia. Pensó en Robert, no quería que él se viera afectado.
También se acordó del parque por el que caminaban, de las atracciones. Aquello
era bonito y divertido. No deseaba que los suyos lo destruyesen. Pero lo harían
en cuanto invadieran la Tierra. De seguro que todo rastro de vida humana,
incluyendo la ciudad sería arrasada. ¿O quizás no? De todos modos con su
compuesto podrían dominar a los humanos sin necesidad de ello. Pero les
convertirían en una especie de muñecos sin voluntad. Y después de conocer a su
compañero de trabajo ella no creía ya que eso hiciera falta. Aquel chico estaba
dispuesto a protegerla y le daba cualquier cosa simplemente porque pensaba que
así la hacía feliz. Ella no tenía el menor deseo de que él perdiera su
voluntad. ¿Qué sucedería si no entregaba aquel producto al Sabio? Posiblemente
la castigarían. No se inquietaba por ella misma, sabía cómo defenderse. Pero ¿y
si ellos tratasen de hacerle algo a Robert para castigarla? No, no lo creía, el
Gran Sabio no sabía nada de él, pero Hux sí.
-Pero…¿Qué me
sucede? ¿En qué estoy pensando?- Se dijo a sí misma interrogando a su propio
reflejo del espejo. -
Aquello
era una locura. ¿Cómo iba a hacer una cosa así? Sería ir en contra de su
misión, y ella deseaba triunfar, ascender… eso se decía.
-¿Qué me está
pasando? ¿Acaso me he vuelto loca? A mí qué me importa ese patético humano. –
Se obligó a sentenciar en voz alta, mirándose ahora con su aspecto demoniaco. –
Sonrió
mostrando sus colmillos, sí, eso estaba mucho mejor. Tenía que continuar con su
labor. Pero entonces dedicó su atención al tocador, allí estaba aquella rosa
marchita que, sin pretenderlo, había traído desde el parque. La miró fijamente
y su triunfal sonrisa desapareció…
-¿Qué clase de
hechizo me ha lanzado? ¿Acaso es una especie de mago? Tiene que serlo y muy
poderoso, jamás había sentido nada así…- Pensó con una extraña sensación a
medio camino entre la sorpresa y el dolor.-
Al
día siguiente fue a su trabajo. Robert la notó algo distraída. En la pausa para
almorzar se sentó junto a ella y amablemente le inquirió.
-¿Sigues
preocupada? ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
-No, no hay
nada que puedas hacer, – replicó ella sin mucho entusiasmo. –
-Vamos. No
puede ser tan terrible.- Trató de animarla él diciéndole con afecto. – Verás,
es bueno ser responsable en el trabajo, pero no tanto que eso te cueste tu
propia salud, o tu felicidad.
-Mi trabajo es
muy importante para mí. – Sentenció la muchacha con sequedad. –
-Igual que el
mío lo es para mí, sí. – Le confesó Robert agregando. – Incluso me he refugiado
en él muchas veces cuando las cosas iban mal en otros terrenos de mi vida. Pero
créeme, no te compensará si te hace sufrir tanto.
-Me juego
mucho en esto, no sabes cuánto. – Le desveló ella, casi incrédula de lo que
estaba diciendo, más cuando añadió. – Mi futuro está comprometido en esta
tarea.
-Bueno ILaya.
¿Qué es lo peor que te podría pasar, eh? ¿Qué te despidiesen?- Sonrió el chico
que afirmó de modo más jovial. – Escucha. Eres muy inteligente y encontrarás
algo siempre que quieras. Y además te ayudaré, si me dices qué necesitas o qué
te falta, lo haremos entre los dos. Yo llevo bastante al día mis proyectos. No
me supondrá ningún esfuerzo importante.
Ahora
fue ella quién le dedicó una atónita
mirada. Apenas sí pudo ser capaz de preguntarle.
-¿Harías algo
así por mí? ¿Por qué?... ¿Qué puede importarte lo que me suceda?
-Bueno...porqué…
- Robert parecía estar nervioso, como si buscase la respuesta adecuada y al fin
casi susurró. – Tú has llegado a ser una persona muy importante para mí. No
deseo verte sufrir.
La
diablesa estaba totalmente desconcertada. ¿Qué quería decirle con eso? ¿Acaso
alguien le había lanzado un conjuro?, no percibía nada similar. Pero ella no le había seducido, ni amenazado,
ni sugestionado de ningún modo. ¡Es que ni siquiera le había pedido ayuda! Y
entre los suyos casi nunca se pedía nada salvo que se quisiera negociar o
intercambiar por un mutuo beneficio o ser capaz de dominar al otro para que
hiciera tu voluntad. Tampoco interpretaba por sus palabras que él estuviera
ofreciendo su apoyo a cambio de compensaciones sexuales ni materiales. Entonces
¿por qué?... suspiró y solamente se le ocurrió sonreír y replicar para zanjar
aquello.
-Te lo
agradezco de verdad. Si necesito algo te lo diré.
Convinieron
en eso y volvieron al trabajo. Aunque esa conversación, al menos el final, no
pasó desapercibida para Hux. Él les vio de lejos, incomodo por aquella buena
relación que esa diablesa mantenía con ese idiota. Quizás fuera cierto que se
estaba sirviendo de él. Y seguro que se lo tiraría a la salida del trabajo.
¡Claro!, por eso ese tipo era tan solícito. Aunque Finch tuvo muchos deseos de
acostarse con ella al principio ahora era más bien una especie de resentimiento
el que se abría camino. Esa zorra demoniaca siempre le miraba con desprecio,
pero pronto se le quitaría esa actitud tan arrogante. Él mismo había hablado
con el Sabio. Lo recordó, hacía tan solo un par de días.
-¿Qué es lo
que quieres?- Le inquirió el encapuchado levitando en aquel apartado solar
donde tenía su cuartel general, en cuanto recibió a Hux. –
-Veréis,
señor. Se trata de esa súcubos, no parece centrarse mucho en su misión. –
Comentó él –
-Ella me
garantiza que lo tiene todo casi a punto.
- Rebatió el Sabio. –
-Podría ser,
pero si tuvieras a bien enviarme a alguna de sus congéneres para que lo
comprobase.- Le pidió ese tipo. –
-Estamos en un
momento crucial. - Espetó el Sabio, añadiendo. – Aunque el guerrero dorado ha
sido destruido todavía quedan las Justicieras. Ellas no son tan poderosas pero
aun así nos hacen bastante daño con sus actuaciones. No debemos descuidarnos hasta
la llegada del Maestro.
-Por eso mismo
te suplico que me envíes a alguien. – Replicó Finch con tono servil y clavado
de rodillas. – Para agilizar las cosas.
-Muy bien –
contestó su interlocutor con cierta indiferencia para añadir. – Ya veré lo que puedo
hacer. De momento vuelve a tu puesto e infórmame de los progresos de
ILaya. Y ten cuidado, si fracasáis no me
importará quien sea el responsable. Todos lo pagaréis. ¿Te ha quedado claro? –
Sentenció de modo glaciar. –
-Sí, mi señor.
No te preocupes, no fracasaremos. – Se apresuró a asegurarle ese tipo añadiendo
con perfidia. – Creo que ILaya se toma demasiadas confianzas con el científico
que trabaja a su lado.
-¡No me
importan esa clase de cosas siempre y cuando sirvan a nuestros propósitos! – Espetó
el Sabio que no era ajeno a las técnicas que empleaban las súcubos con los
humanos. –
-Sí, mi señor,
pero, no sé cómo decirlo, en mi opinión es demasiado amable con él.
-Será porque
le esté resultando útil.-Conjeturó su interlocutor.- Es evidente que tendrá que
fingir con él para ganarse su confianza.
-¿Y cuando
deje de serlo?- Quiso saber Hux –
-En ese caso
que acabe con él inmediatamente, no es necesario dejar testigos, ni pistas para
que las justicieras investiguen. – Replicó rotundamente el Sabio. –
-Mi señor, se
hará conforme a tus deseos. Yo mismo le transmitiré tus instrucciones.- Afirmó
servilmente su interlocutor. –
El
Sabio desapareció, dando por concluida esa entrevista. Finch, ahora con una
expresión de regocijo, también se marchó… volvió a su trabajo, en esos dos días
no quitó la vista de encima a la diablesa y a Robert, pero ILaya se percató de
eso. Percibía mucha hostilidad en su enlace. Y casi más hacia su compañero
científico que contra ella misma. Eso la preocupó. Ese tipo, aunque un miserable
y un cobarde, podía sin embargo ser peligroso. Decidió hacer algo al respecto.
Esa misma noche se acercó a la casa donde vivía. Tenía la intención de
eliminarle para que no hablase. Siempre podría culpar a las justicieras tomando
la apariencia de alguna. Pero cuando llegó descubrió que éste estaba
acompañado. Parecía que estaba copulando, por sus gritos y jadeos y la energía
que sentía debía de estar con otra súcubos. La diablesa maldijo su mala suerte,
decidió marcharse antes de ser detectada. Si ese humano seguía su relación con
otra de sus congéneres, él mismo se cavaría su propia fosa.
-Tiempo al
tiempo…- Se dijo ella, marchándose con discreción.-
Al
día siguiente Hux la llamó a su despacho, estaba junto a una atractiva mujer
rubia, seguramente era la de la noche anterior. El supervisor se la presentó
con una sonrisita de triunfo.
- ILaya,
quiero que conozcas a la súcubos del tercer círculo, Seroa. Viene a ayudarte en
tu tarea.
- ¡Yo no he
pedido, ni necesito ninguna ayuda! - Espetó la aludida visiblemente enfadada. -
El trabajo está terminado, sólo queda probarlo. En cuanto a las justicieras,
espero instrucciones.- Se dirigió
entonces a la otra diablesa afirmando con fingida amabilidad. - No es nada
personal. Pero no me hace falta ninguna colaboración.
Su congénere se limitó a sonreír
pero no respondió. Hux fue el que le dijo con voz condescendiente.
- No te
enfades. Gracias a mí sigues en esta misión. Intercedí por ti ante el Gran
Sabio. Le pedí que enviase una súcubos más para ayudarte en caso de tener que
enfrentaros a las justicieras. Además. Seroa es muy obediente, no tengo que
pedirle las cosas dos veces. ¿Hablo con la bastante claridad?
-Sí...claro.-
Repuso ILaya a desgana. La otra diablesa la observaba de forma divertida, eso
la irritaba y no pudo contenerse cuando
le inquirió con un tono de voz poco amistosa. - ¿Te parezco graciosa?
- No te
enfades, solamente escuchaba vuestra conversación.- Contestó suavemente la otra.-
De
hecho parecía que estaba intimidada, mirando hacia todos los lados de la habitación
para no enfrentar sus ojos con los ahora rojos rubí de su irritada compañera de
la que conocía bien su reputación.
- Pues es lo
único que harás aquí. Escuchar. - Sentenció agriamente ILaya para remachar. - Porque
todo lo demás ya está resuelto...
- No te
creas.- Repuso la diablesa con una expresión de desdén. - Siempre hay algún
cabo suelto.- A través de la ventana que daba a la calle, Seroa vio llegar a
Robert y señalándole dijo divertida. -Por ejemplo, ese humano de ahí. Finch
dice que te tomas demasiado interés por él. Eso no puede ser,- susurró con
fingida voz melosa, mientras movía la cabeza y cruzaba los brazos. -
- No mezcles a
ese humano en esto, al contrario que Hux, me ha sido muy útil. ¿Quien te crees
que me ha ayudado a poner a punto el producto sino él? - Contestó ILaya tratando
de mantenerse calmada. -
- Pero ya has
concluido ese trabajo. Lo acabas de decir, ese humano ya no nos es útil. Sería
conveniente que sufriera un desgraciado accidente.- Comentó Seroa que se sonrió
de su propia ocurrencia. -
-¡Ese humano
es mío! Es mi misión. La gloria es mía. Si se te ocurre atacarle tendrás que
vértelas conmigo y te aseguro que no soy fácil de vencer. ¿Acaso no sabes quién
soy yo? - Espetó ILaya con un tono tan amenazador que incluso sorprendió y
amedrentó a la otra diablesa. -
- Por supuesto
que lo sé. No quise ofenderte, no era mi intención, señora. – Tuvo que admitir
su interlocutora bajando la cabeza, no quería desde luego problemas con una
capitana de la horda. – Dejémoslo…
- No te
preocupes, ILaya.- Intervino Hux para calmar los ánimos, aunque agregando con
una mezcla de regocijo y severidad. - Seroa
no va a hacerle nada. Serás tú la que le elimine y esto no es una orden mía. Le
comenté también al Gran Sabio tu, llamémosla relación con ese humano. Me dijo
que tan pronto dejara de serte útil acabases con él. Es una orden directa suya
y no puedes atreverte a desobedecerla. ¿Por qué no te atreverás, verdad?- Le
escupió ahora con sorna y una falsa condescendencia. -
ILaya
calló sin saber que decir, estaba muy furiosa y a la vez inquieta, pero se
obligó a mantenerse serena y para salir del paso respondió con tono
autoritario.
- Está bien,
me encargaré de él en la primera oportunidad, pero no quiero interferencias de
nadie. Os lo repetiré por última vez. La misión sigue siendo mía. ¡Y la gloria
también! – Sentenció clavando sus ojos hoscamente a su congénere que ni se
atrevió a devolverle la mirada. – Y si alguien se atreve a interponerse no
tendré ningún tipo de piedad…
- Muy bien, no
lo haremos, ahora vuelve a tu puesto. - Ordenó Hux con sequedad para sentenciar
de modo inflexible. – Y no olvides lo que debes hacer con Robert Wallance…
La diablesa no respondió. Se limitó
a salir muy disgustada y preocupada del laboratorio, cuando lo hizo Fix le dijo
a Seroa.
- Vigílala, no
me parece muy decidida a cumplir las órdenes.
- Será un
placer,- sonrió su interlocutora con una expresión llena de malicia, aunque
enseguida agregó con prevención. – Pero es muy peligrosa. En el Averno ascendió
muy rápido y pocas diablesas de nuestro círculo podrían enfrentarse a ella. De
hecho, es superior mía en rango.
- Bueno –
declaró Fix en tanto sobaba descaradamente las largas y estilizadas piernas de
esa preciosidad. - ¿Acaso no estás interesada en un ascenso? Nadie dice que
tengas que desafiarla abiertamente, pero si vas a por ese humano que tanto le
gusta…
-Es curioso, sí.-
Comentó su interlocutora en actitud pensativa en tanto se dejaba hacer.- ¿Por
qué nos avisa que no tendrá piedad si nos interponemos? Eso se supone. Es más,
nosotros no advertimos, actuamos.
-Sí,
bueno…-Jadeó Fix, sujetando ahora la pierna de la diablesa por debajo de la
rodilla y elevándosela ligeramente hacia su entrepierna.- Ahora vamos a
ocuparnos de otras cosas…
La
súcubos se sonrió y correspondió a las caricias de ese tipo, elevando más la
pierna y tras desprenderse del zapato, posando su pie sobre cierta parte que
comenzó a estimularle con un suave masaje para satisfacción y placer de éste,
en tanto le respondía de forma taimada.
-Sí…encontraré
la manera de tomarla desprevenida. Aunque no me conviene confiarme, dudo mucho que un humano le importe gran cosa.
Puede que sea otra de sus tretas.
Aunque
su interlocutor hacía tiempo que había dejado de pensar ese asunto, extasiado
ante el placer que esa diablesa le estaba proporcionando…
-Menos mal que
tengo fuentes de información.- Pensó Seroa.-
Todo lo que eres
Todo lo que serás
Toca la corriente del amor
Tan profundo en mí
Cada suspiro en la noche
Cada lágrima que lloras
Me seduce…
Todo lo que soy
Todo lo que seré
No significa nada en absoluto
Si tú no puedes estar conmigo
Tu más inocente beso
O tu más dulce caricia
Me seduce
No me importa el mañana
He dejado todo en el ayer
Aquí y ahora es lo que importa
Aquí mismo, contigo es donde me quedaré
Todo en este mundo
Cada voz en la noche
Cada pequeña cosa hermosa
Brillando a través de tus ojos
Y todo lo que es tuyo
Doy gracias a Dios por haberte conocido
Me pongo de rodillas
Por el amor que tenemos
Cada suspiro en la noche
Cada lágrima que lloras
Me seduce
Todo lo que haces, me seduce…
Y pensando en eso,
tendría que volver a su base. Le habían enviado un mensaje diciéndole que un
patético humano, de una cercana Universidad, deseaba contarle algo importante.
-Seguramente
no será nada de interés, pero no puedo arriesgarme.- Meditaba en tanto Hux se
relajaba del todo manchándole la media.-
Por su parte, y una vez que ILaya llegó a su
lugar de trabajo fue a por el producto y lo sacó de su taquilla. Al menos los
componentes que había mezclado. Trataría de ocultarlo. Sería una carta que
podría jugar. Luego vio entrar a Robert, éste la saludó como todos los días.
- Hola ILaya.
¿Qué tal llevas tu trabajo?
- Bien, ya
casi está. Debo llevarlo a supervisión.- Respondió ella con recobrada tranquilidad.
-
- Cuando
vuelvas y salgamos del turno. ¿Te apetecería ir a tomar algo? - Le propuso él
con un tono muy jovial.-
- Sí, claro,
me gustaría,- sonrió algo forzada. -Espérame aquí cuando acabe el horario.
Se
despidieron luego ILaya salió del laboratorio, escondió el producto. Mientras
no descubrieran que en realidad no estaba dispuesta a dárselo, ese era su
seguro. No podrían atacarla de no saber dónde lo tenía. Después se preguntó que
podría hacer ahora con Robert
-¿Qué debo
hacer? ¿Por qué me siento tan extraña?- Se preguntaba con patente
desconcierto.-
Una vez terminada la jornada, él la esperaba. Salieron juntos y se sentaron a tomar algo.
-Te noto
nerviosa. ¿Estás bien?- se interesó el muchacho.-
- Es por culpa
de ese idiota de Hux. - Masculló ella de forma hosca declarando sin rubor.-
¡Ojalá pudiera sacarle los ojos! ¿Cómo se atreve a decirme como debo hacer mi
trabajo?
Aunque se detuvo realmente
preocupada. Había dicho sin tapujos lo primero que le pasó por la cabeza. No
obstante, su interlocutor se rio ahora dejándola sorprendida. Él enseguida
afirmó.
-Sí, tiene esa
virtud. Hace amigos enseguida. Pero hazme caso. Pasa de él. No merece la pena
que te disgustes, la vida es demasiado hermosa como para agriársela uno por
cosas como esas.
Ahora fue ella quién le dedicó una
atónita mirada. Incluso a pesar suyo una sonrisa se dibujó en su semblante. Él
al verla sonrió a su vez y le dijo acariciando suavemente su barbilla.
-Mucho mejor
así. Estás muy guapa cuando sonríes.
Nuevamente la diablesa sintió algo parecido a
una leve descarga eléctrica. ¿Acaso ese era una especie de ataque? ¡No!, vaya
tontería. Esa corriente no tenía apenas poder. Pero notaba ahora un extraño
calor que le subía desde las entrañas. No le hacía daño, todo lo contrario. Se
sintió rara. No dijo nada, en cambio fue su interlocutor quién le comentó.
-Vamos a dar
una vuelta. Verás cómo te sientes mejor.
La muchacha convino en ello, al poco se
levantaron de la mesa de aquel bar y volvían paseando por el parque. A su
alrededor iban parejas tomadas de las manos. ILaya no entendía muy bien
el por qué de ese comportamiento, ¿era eso el amor humano? Para ella y sus iguales
ese sentimiento no existía. Solamente copulaban cuando se sentían atraídos y
para procrear. Pensaba en ello y en esas extrañas sensaciones que había
experimentado y comenzó a sentirse inexplicablemente vacía. Como si echase en
falta algo pero no supiera qué. Jamás le había ocurrido algo así. Los gritos
de una mujer humana a un niño, que debía
de ser su hijo, la sacaron de sus meditaciones.
-¡Ricky...no
corras...estás muy cerca de la carretera!..
Ricky no hizo mucho caso, no debía
tener más de seis años y corría detrás de una mariposa. Se metió en la carretera
y un coche se le echó encima. ILaya lo vio y en apenas una fracción de segundo
se lanzó sobre el niño. Con una rapidez felina le apartó de la trayectoria del vehículo,
llevándole en sus brazos. La madre, muy aliviada del gran susto, al igual que
varios transeúntes, corrió hacia ella y tomó al niño declarando entre balbuceos
emocionados.
- ¡Muchas
gracias, le ha salvado la vida a mi hijo, gracias!...
Todos
los presentes miraban y aplaudían la oportuna intervención de aquella heroica mujer. Ésta le respondió a la
madre con un gesto de sorpresa por el revuelo
que se había ocasionado.
- No ha sido
nada, sólo le aparté. Pero procure que no vuelva a hacerlo.- Contestó confusa pero manteniendo una aparente
seriedad. -
La
emocionada madre le dio un número de teléfono en una tarjeta.
- Llámeme por favor,
estoy en deuda con usted, ¡si necesita cualquier cosa!...- sonrió agradecida y
se alejó con su hijo. -
ILaya se la quedó mirando
sorprendida. La gente siguió su camino, algunos la felicitaron. Robert se
acercó y también lo hizo con efusividad.
-¡Ha sido
magnífico! ¿Cómo lo has hecho?...
- Simplemente
lo aparté, no hice más,- repuso ella con sus pensamientos en otro sitio. -
- Le has
salvado la vida a ese niño. ¡Eso es algo maravilloso! Eres una mujer increíble.
- Sonrió visiblemente impresionado y
encantado. - ¿No te das cuenta?...Estoy impresionado.
- Sigamos
paseando ¿vale? - Propuso dubitativamente ILaya a lo que Robert asintió y la
tomó del brazo. Ella se dejó llevar-
La
verdad es que tras su acción se sentía inexplicablemente bien. Pudiera ser por
el hecho de que todos la apreciaran. Le mostrasen respeto e incluso la
homenajeasen con aplausos. ¡Bah!, a fin de cuentas, ¿eso que le podría importar?
Pero, la mirada de esa mujer, la expresión en los ojos de Robert. No podía
explicarlo pero era como si el pecho se le hubiera inflamado con una sensación
de ¿felicidad? Y ahora él le había agarrado de una mano. Caminando juntos de
esta manera percibía una agradable sensación. No era nada relacionado
directamente con lo físico, pero en parte sí. No podía comprenderlo, era como
si algo llenase el vacío que comenzaba a sentir en su interior. Y aquello aún
le hacía las cosas más difíciles…
-No comprendo
que me está ocurriendo, solamente sé que tiene que terminar.- Se dijo entre
inquieta y desconcertada.- Esto ya ha durado demasiado. Me está afectando y me
debilita…
En eso pensaba en tanto caminaban.
No obstante, cuando estuvieron en una solitaria parte del parque Robert se
detuvo. La diablesa se extrañó, no parecía haber nada de interés en esa zona,
pero era una suerte. Ahora tenía una oportunidad de charlar con él y ponerle
las cosas claras. No quería matarle, le diría que huyese de allí, que se
marchase lejos. Se disponía a hablarle cuando él se adelantó.
- ILaya, tengo
que decirte algo.- Ella le escuchó con sorpresa, quizá él lo había averiguado
todo. Eso simplificaría las cosas, decidió dejarle hablar. - Sé que te parecerá
precipitado, pero yo,- le costaba pero al fin se decidió confesando no sin
rubor. - Estoy enamorado de ti. Desde hacía bastante tiempo no sentía esto por nadie,
desde que mi antigua novia me dejó. Y creí que jamás volvería a sentirlo. Pero
tú has conseguido hacérmelo experimentar otra vez. Eres la mujer más maravillosa
que nunca he conocido.
La chica pareció quedarse de piedra.
Desbordada por la sorpresa apenas pudo musitar.
-¿Cómo? ¿Qué?
¿Pero, qué dices?
-¿Quieres
casarte conmigo? Creí que nunca me atrevería a pedírtelo, pero ya lo he hecho...
Robert
sonreía nervioso y aguardando la
contestación de ella. Había pensado que podría responderle muchas cosas diferentes.
Pero desde luego, nunca se imaginó una réplica como la que la chica le dio
cuando estaba a punto de arrodillarse y pedírselo a la antigua usanza.
- No sabes lo
que dices. - Repitió musitando en tanto
movía la cabeza con una mezcla de pesar y resignación camuflados por una
sarcástica sonrisa. - ¡No sabes lo que estás diciendo!,- gritó ahora ante la
sorpresa de un asustado y atónito joven que la oyó preguntarle con un tono
extrañamente duro. - ¿No tienes idea de quién soy yo, verdad?
ILaya vio gente que pasaba cerca de
allí, no podía descubrirse. Robert estaba sorprendido y envarado, no sabía que
decir. Pudiera ser que la hubiese ofendido de algún modo. ¡O qué la chica pensara
que le estaba gastando una broma! Pero él no creyó haber dado esa impresión.
-Hablemos más
tranquilamente en mi casa, será lo mejor. – Repuso su interlocutora con tono
serio e incluso cortante en tanto recorría las inmediaciones con la mirada. –
-Yo… si he
dicho algo que te haya ofendido, te pido perdón – Pudo replicar él visiblemente
apurado. –
-Vamos, ven
conmigo. – Le insistió ella sentenciando – en mi apartamento te lo explicaré.
La
situación no podía seguir así por más tiempo. Había llegado la hora de desvelarle
quien era realmente. Por su parte Robert aceptó, no comprendía la reacción de
ella. Posiblemente hubiera alguna clase de malentendido, pero deseaba
aclararlo. Y que la muchacha le pidiera ir a su casa al menos le daba esperanzas.
Si no hubiese querido saber nada más de él le habría rechazado o se hubiera
ido. De modo que se contuvo hasta que llegaron. Entonces ILaya cerró la puerta
tras observar que nadie les había seguido.
-¿Qué te
ocurre?,- preguntó Robert visiblemente apenado.
- ¿Acaso he sido demasiado impulsivo? Perdóname...
- No - negó su
interlocutora con la cabeza añadiendo con pesar. - Tú no lo comprendes, no puede
haber nada entre nosotros. Yo no soy lo que tú crees...
-¿Es que estás
casada, comprometida o algo así...?.- Quiso saber Robert cuya mente comenzó a
dar vueltas a esa idea.-
Ahora
que pensaba en ello ILaya nunca le había hablado de su vida íntima y podría ser
que sólo le considerase un amigo con el que pasar el rato y tuviera a su marido
o a su novio esperándola en alguna otra ciudad, pero ella se encargó de
desechar esa teoría.
- No, no estoy
casada, nosotras no nos casamos. Desde luego no como hacéis los hombres. -
Replicó secamente la joven que se dio la vuelta cruzando los brazos. -
- ¿Es que eres
lesbiana o algo así?- Inquirió el muchacho dándose cuenta de que podría
tratarse de eso. – Bueno, perdón, no quiero ofenderte, si lo eres… pues es tan
respetable como no serlo…
Robert
estaba realmente envarado. ¿Y si a esa chica no le gustasen los hombres?
Pudiera ser que esa muchacha le hubiera considerado simplemente un amigo. Pero
entonces, ¿por qué había querido tener relaciones con él?, eso no podía ser. Para
su alivio ella movió la cabeza, hasta pareciendo divertida y declaró.
- No, no es
eso. Algunas de mis compañeras sí que gustan de tener relaciones con las de su
sexo, pero yo no me cuento entre ellas.
-¿Compañeras,
qué compañeras? ¿A quién te refieres? Le inquirió él que estaba cada vez más
desconcertado. - ¿A las del trabajo?
ILaya supo que había llegado el
momento de dejar de fingir. No había vuelta atrás y decidió decirle la verdad,
así pues se volvió mirando fijamente a Robert para responder.
- A las de mi
especie.
-¿Especie? –
Repitió él con patente tono de confusión.-
Pudo
ver la cara de extrañeza de éste y decidió explicárselo todo sin rodeos. Ya no
había otra salida, suspiró largamente, tal y como había aprendido de los
mortales, y confesó.
- Yo no soy humana,
sé que no me creerás. Pero soy una diablesa.
Su
interlocutor se quedó serio por unos instantes pero enseguida sonrió creyendo
que se trataba de una chanza.
-¡Claro que
sí, eres una autentica diablesa, por tomarme el pelo de esta manera! Por favor,
ILaya, te lo pido en serio, no es una broma.
-¿Acaso tengo
yo cara de estar de broma? - Le respondió
ella con una voz muy dura y un rostro severo que inquietó a su interlocutor y
más aún cuando le ordenó. - No, no es ninguna broma. Te lo digo muy en serio, debes
marcharte Robert, vete de aquí muy lejos o sino morirás.
-¿Qué estás diciendo?
¿Esto es alguna clase de tomadura de pelo, verdad? - Insistió el aludido ahora
más inseguro. -
ILaya
negó con la cabeza y por fin se decidió a contarle la historia completa.
Concluyendo con gravedad ante la atónita mirada de su oyente, la súcubos
sentenció.
- Me han
ordenado matarte. Debes irte de aquí.
- Así que ese
supuesto fertilizante es en realidad un brebaje para controlarnos. ¡Venga
ILaya! ¿Dónde está la cámara? - Repuso
él incrédulo e incluso algo
enfadado. Aquello era una sarta de disparates, o es que ella deseaba reírse a
su costa o bien estaba algo descentrada. - Escúchame, si no quieres verme más
lo comprenderé, pero no me mientas de esta manera.- Protestó él remachando con
patente pesar, – me duele mucho que me trates así…
Pero la muchacha bajó la cabeza
presa de la impotencia, volvió a enfrentar su mirada a la de él, pero ésta
ahora era dura y le contestó de forma lapidaria.
- Lo he
intentado por las buenas. He querido hacerlo al modo humano. Pero no me dejas
otra elección.
- ¿A qué te
refieres? - Quiso saber él con la perplejidad reflejada en el semblante. -
Por
toda respuesta y con una rapidez inaudita, la muchacha se lanzó sobre él y lo
levantó por las solapas con las manos, sujetándole en el aire. La cara de la mujer
adquirió sus rasgos demoniacos y le dijo con un siseo gutural al aterrorizado e
impactado Robert.
- ¿Ahora ya me
crees? Soy una súcubos, cumplo una misión aquí y para eso he adoptado forma
humana. Te lo repetiré otra vez, vete....antes de que tenga que matarte.
- No, no creo
que me mates...me da igual lo que parezcas o lo que seas, tú no eres malvada,
ILaya.- Pudo decir él casi entre balbuceos
de asombro y temor. – Siempre has sido buena conmigo y con la gente.
- Eres un
ingenuo. - Sonrió ella mostrando sus colmillos. - Todos los humanos lo sois,
pero tú eres algo aparte, superas incluso a los demás. Yo no tengo
sentimientos. No en la medida de los mortales como tú. Esa era mi tapadera,
¡idiota! Te he estado utilizando. - Declaró
soltando a su presa y sacó unas uñas largas y afiladas como dagas para lanzar
un contundente ultimátum. - No te lo repetiré otra vez. ¡Márchate! No quiero
volver a verte, olvida que me has conocido, por tu propio bien...
Robert
se sobrepuso a su miedo con un valor que no creyó poder tener, eso no era
lógico, y así replicó.
- No, no me
voy. ¿Qué te pasaría si no cumples las órdenes que te han dado?
La
diablesa ahora le miró con desconcierto. Apenas si pudo replicar…
-¿Qué puede
importarte lo que me pase?
-¡Me importa y
mucho! - Pudo decir el que todavía estaba de rodillas tras haber sido arrojado
al suelo añadiendo con temor. - Si huyera acabarían contigo ¿no? No puedo permitirlo. Si me matas podrás
salvarte, y si es cierto que no me quieres, prefiero que lo hagas. No pienso
dejarte, me haría mucho más daño...
ILaya sorprendida no sabía que decir,
¿qué locura estúpida era esa? ¡Ese humano deseaba morir a sus manos para que
ella viviese! ¡Y ni siquiera le había intentado hipnotizar!
-¿Por qué? ¿Por
qué deseas sacrificarte por mí? ¡Eres un estúpido y patético mortal! ¡Claro que
te mataré si no te vas ahora! ¿Te acuerdas de aquellos tipos de las noticias?
¿Quién te crees que les dejó así? ¡Fui yo, idiota, y disfruté haciéndolo! Todos
los humanos sois lo mismo para mí. Patéticas y débiles criaturas. – Escupió ella
tratando de mostrar desprecio, pero solo conseguía pronunciar las palabras con
impotente irritación. - ¡No merecéis nada!
- Y si eso es
cierto. ¿A qué estas esperando? ¿O es que ha cambiado algo en ti desde entonces?-
Quiso saber él enfrentando con decisión su mirada a los ojos fuego de la
estupefacta diablesa.-
- En mí no ha
cambiado nada. ¿Me oyes?- Escupió ella tras reponerse de esa cuestión.-
Y
también quiso plasmar toda su rotundidad en aquella declaración, pero lo cierto
es que ella misma temblaba, todavía sobrepasada por las palabras de Robert. Y éste
no se movió, solamente repuso con voz
queda, clavando sus ojos oscuros y tranquilos en los rojizos ojos de ella, sin
vacilar.
-Te quiero ILaya,
haz lo que debas hacer para salvarte y no te preocupes por mí.
La
diablesa no pudo soportarlo más. Era incapaz de mirarle, gritó y atacó con sus
uñas, clavándolas al lado de la cabeza de Robert, pero sin tocarle. No podía
hacerlo, algo se lo impedía,... pasó un largo segundo de silencio, en tanto
ella temblaba violentamente, entonces él le susurró con suavidad y afecto.
-¿Lo ves? Tú
no me matarás. Me quieres, te importo, sino. ¿Por qué me avisas de lo que eres?
¿Por qué deseas salvarme? Sería más cómodo y fácil matarme sin avisos. Podrías
herirme sin dificultad. Como dices que hiciste con esos tipos. Si, según tú
somos iguales para ti, entonces esto no tiene sentido...- afirmó categóricamente y acarició con suavidad el rostro de ella para
decirle con un tono dulce y mucha ternura. - ¿Por qué te arriesgaste
sino para salvar la vida a ese niño? Un demonio nunca lo habría hecho...
Ella seguía sin atreverse a mirarle.
Parecía increíble, era como si las tornas se hubiesen cambiado, como si temiese
que fuera aquel humano quién pudiera hipnotizarla y no al revés. Casi comenzó a
hablar contra su misma voluntad admitiendo plena de desconcierto.
-No...No… sé…
que me está…ocurriendo...- tartamudeaba ILaya, sus uñas volvieron a la
normalidad y ella misma parecía temblar menos ahora cuando añadió. - Sólo sé que si no te mato yo y no te vas,
ellos sí te matarán. Debes irte y dejarme…
- Si hago eso
y se enteran de que me avisaste. ¿Qué te ocurriría a ti? Seguramente se vengarían contigo y no puedo
permitir que eso suceda. - Aseveró Robert
muy preocupado. -
- No lo sé,-
admitió ésta agregando al momento con aparente convicción. - Les diré que te
maté y quemé el cadáver. No te buscarán más...
- Y si descubren
que les mientes. ¿Qué te harán? ¿Te matarían, verdad? - Quiso saber él más
inquieto por la suerte de ILaya que por la suya propia. -
- He
desobedecido una orden directa, eso es traición, no se perdona entre los míos.
Sí, sería aniquilada.- Reconoció y tras un segundo de silencio, sonrió
mostrando nuevamente sus colmillos pero ahora
de forma tranquilizadora, para asegurarle al humano. - Pero no te preocupes por
mí, yo sé mentir muy bien.
- ¡Ven conmigo,
vámonos lejos de todo esto! ¡Cásate conmigo y comencemos una nueva vida lejos
de ellos! - Le ofreció nuevamente él. –
ILaya
quedó perpleja, sin poder reaccionar. No podía creer lo que escuchaba. Al final
pudo decir entre el asombro y la incredulidad.
- Pero, ¿es
que no ves que soy una súcubos? ¿Cómo quieres que me case contigo?...
- Puede que en
apariencia lo seas, pero para mí eres un ángel, eres la mujer a la que amo.-
Afirmó él.- No me importa nada más…
Y
metiendo una mano en su bolsillo, de éste sacó una cajita que entregó a ILaya.
La diablesa dedicó una atónita mirada al chico y después la abrió, dentro había
un precioso anillo engastado con un pequeño rubí.
-¿Qué...qué es
eso?- Pudo preguntar totalmente desconcertada.-
- Esto es lo
que quería regalarte en el parque, mi anillo de pedida. No es que sea gran
cosa, pero no tenía mucho ahorrado y es bonito. Además, antes creía que no,
pero ahora que te veo hace juego con tus ojos.- Agregó esbozando una amplia
sonrisa ante la cara de incredulidad y asombro de ella. -
Con
todo lo que había aprendido del modo de vida de los mortales se dio cuenta de
que esa proposición era algo de la máxima importancia. Ese hombre quería
compartir su vida con ella. Decía amarla y estaba dispuesto a cualquier cosa
por estar a su lado. Algo la estremeció cuando analizó el significado de
aquello. ILaya miró el anillo y a Robert
con la vista borrosa, no sabía por qué...se tocó la cara y ante su asombro la
notó húmeda.
-¡Estoy
llorando!...- exclamó con voz entrecortada. - No puede ser...las súcubos no
lloran…no tenemos sentimientos como los humanos…Bueno, si queremos podemos
fingirlos…pero yo… no… no estoy fingiendo…no lo entiendo…No puede ser…esto no
está sucediendo. ¡No me puede estar ocurriendo a mí!
Pero
las cada vez más abundantes lágrimas que caían por sus mejillas contradecían
aquella afirmación y Robert se las secó solícitamente con un pañuelo diciéndole con entusiasmo.
-¿Lo ves? Eso
prueba que no eres un monstruo sin corazón. Esto quiere decir que has cambiado.
Ahora tienes los mismos sentimientos que yo. Que cualquier persona. ¿Me
aceptarás ahora?
Por
respuesta ella se abrazó a él, estaba totalmente desconcertada y algo en su
interior se abría camino, arrollando todo lo que había conocido y todos los
valores que le habían sido inculcados en el Infierno. De pronto se dio cuenta
de lo que era. ¡Podía sentir amor! Y ese sentimiento era el más hermoso que
jamás había experimentado. Sobrepasaba con mucho al mayor placer del que
hubiera gozado jamás. No quería perder
esta nueva emoción, no quería perder a Robert. Lucharía por él y antes moriría
que abandonarle o permitir que le hicieran daño. Ahora sollozaba sintiéndose
completamente feliz, olvidando su misión, su lealtad y su propia vida, eso ya
no le importaba en absoluto y admitió dominada por el llanto.
-¡Sí, sí te
quiero! No sé como es posible algo así, pero como vosotros decís, te quiero.
-¡Eso es lo
que importa! No te preocupes, saldremos adelante...mientras estemos juntos nada
nos podrá dañar, ILaya.- Declaró él sintiéndose inmensamente feliz. -
Ella asintió, pero su sexto sentido
la puso entonces sobre aviso, alguien estaba cerca. Era alguien de su propia
especie. Sin perder ni un instante le susurró a Robert...
- No hagas ruido,
alguien nos está espiando. ¡Escóndete rápido! – y sin darle apenas tiempo a
reaccionar, metió al desconcertado chico en un armario. -
ILaya tomó su apariencia demoniaca
con su uniforme de batalla. Se tranquilizó y eliminó las lágrimas. Esperó hasta
que Seroa, que era la diablesa que la vigilaba, entrase en la casa
sigilosamente. Entonces sorprendió a la espía y le inquirió con malos modos.
-¿A qué vienes
tú aquí?
La interpelada trató de aparentar que no había
sido sorprendida y afirmó con
naturalidad.
- No hace
falta que te enfades. Solo venía a verte, eres una camarada y superior mía. Pienso
como tú, ese Hux es un estúpido, pero está al mando de la misión. Dime, ¿has
acabado con ese humano? - Preguntó con aparente curiosidad. -
- Todo eso
está arreglado....ya me he ocupado de él.- Afirmó ILaya con voz resuelta. -
Robert escuchaba con atención tras
la puerta del armario. Ambas diablesas enfrentaban sus miradas y trataban de
averiguar lo que estaba pensando la otra.
- Bueno, en
ese caso. Tú misión está casi concluida. - Declaró Seroa con aparente
indiferencia para remachar. - Únicamente debemos esperar a que nos ordenen
atacar a las justicieras.
- Sí, solamente
eso.- Convino ILaya que añadió con sequedad. - Ahora, si no te importa, me
gustaría estar sola.
Su interlocutora se paseaba por la
habitación, acercándose peligrosamente al armario, pareció darse cuenta de
algo. ILaya callaba, no quería descubrirse. De pronto, y con la rapidez de las
súcubos, Seroa rompió la puerta del armario y sacó a Robert lanzándole contra
la pared...
-Así que la
información que me dieron era cierta.- Exclamó la súcubos.- Estás de parte de
los humanos y de nuestros enemigos.
-Yo estoy e
parte mía y de nadie más.- Replicó su interlocutora.-
-¿Me tomas por
estúpida...?,- gritó la furiosa Seroa, denunciando a su congénere con un siseo
cargado de odio y desprecio. -¡Eres una traidora! , informaré de esto al Gran
Sabio y serás tratada como te mereces...
-Lo siento por
ti. ¡No pienso darte oportunidad! – Exclamó ILaya.-
Y sin más rodeos se lanzó contra su oponente,
propinándola un puñetazo que la empotró contra una pared. Iba a rematarla pero
ésta, haciendo nuevamente gala de la gran agilidad de las diablesas, se rehizo
y ambas comenzaron a luchar, materializando sendas espadas curvas. La pelea
estaba igualada, ambas tenían una destreza similar, pero daba la impresión de
que ILaya perdía terreno. Los ataques de Seroa parecían tener más energía. La
súcubos le dijo a su rival con la voz cargada de sorna y superioridad.
- ¡Vaya una
decepción! Toda una capitana de la horda. Con la de cosas que había escuchado
sobre ti.
- Ya no podrás
escuchar más. ¡Acabaré contigo! – Espetó su oponente blandiendo su espada y
haciendo molinetes.-
Sin
embargo, lejos de impresionar a su contrincante con su pericia ésta escupió con
desprecio.
-Te has
ablandado ILaya, ahora pareces una patética humana que se deja llevar por el
sentimentalismo. ¿Acaso te descentras pensando en tu pobrecito mortal? - Remachaba esta frase mientras descargaba
sobre su enemiga un mandoble que su adversaria paró como pudo. - ¡Ja, ja, ja! Pues
no te inquietes, cuando acabe contigo será un placer matar a tu humano. O puede
que antes goce un poco de él para ver porqué
es tan especial para ti. Supongo que algo tendrá cuando has actuado tan
estúpidamente…
-¡Nunca te
consentiré que le hagas daño! - Aseveró su enemiga con indignación, sacando fuerzas
para contraatacar -...
-¡Estás
perdida!, tanto tiempo fuera del averno y entre humanos te ha debilitado, ¡ahora
soy más fuerte que tú, estúpida! ¡Y tomaré tu lugar! - Aulló triunfalmente
Seroa que lanzó a su oponente contra la pared. -
Robert, recuperado del golpe
observaba nervioso. Quería ayudar a ILaya, pero no sabía que hacer. Al fin supo
el qué, se acercó a Seroa que estaba concentrada en la lucha y le puso la cruz
de plata en la espalda. La diablesa chilló de dolor bajando la guardia, su
oponente aprovechó para rematarla. Seroa atravesada por la espada de su enemiga
se trastabilló, mientras musitaba agonizante.
-Tarde o
temprano te matarán. No podrás escapar de tus iguales...
ILaya
no respondió, pero reaccionó rápido y cubrió al humano con su cuerpo
apartándolo de allí mientras su enemiga estallaba…
-¡Vamos Robert
debemos salir de aquí! - Le urgió
nerviosa. -
Él
se fijó en que ILaya estaba herida, sangraba por el brazo derecho.
-Espera, te
curaré eso.- Le dijo.-
-No temas.
Sanará solo.- Afirmó ella.-
Pese
a todo él la vendó lo mejor que pudo. Ésta sonrió agradecida aquella era otra
nueva sensación, jamás había experimentado esa clase de reconocimiento hacia
otros por haberla ayudado.
-Son muchas
emociones nuevas. Y agradables.- Se admitió.-
Aunque
enseguida volvió a la realidad. No podían perder el tiempo.
-Tenemos que
salir por la parte trasera. Por si esa perra hubiera traído compañía.- Le previno
a Robert.-
-¿Tienes algo
de valor que debas llevarte?- Le preguntó él.-
Ella
asintió. Antes de irse se hicieron con algunas cosas de su apartamento. Entre
ellas información en disquetes de ordenador y dinero humano.
-Por fortuna
este dinero vuestro me fue entregado en abundancia.- Le comentó a Robert con gesto
más animado ahora.-
-Eso servirá
para desaparecer durante un tiempo.- Convino él.-
Y
a eso se aprestaron. Por fin, una vez bien provistos, ambos tomaron un taxi y
le pidieron ir a las afueras de la ciudad. Se alojaron en una habitación de un apartado
motel. Ella entró pese a todo con precaución y tras haberse asegurado de no percibir
nada hostil le dijo a Robert que pasase. Luego cerró la puerta tras de ella.
- En eso Seroa
tenía razón. Tarde o temprano nos encontrarán.- Sentenció la diablesa con un
tinte desesperanzado. - No se puede escapar de ellos...
-¿Por qué no
pedimos ayuda a las Justicieras?...- Le propuso Robert.-
Pero
su interlocutora negó con la cabeza asegurando con resignación.
- Me
liquidarían en cuanto supieran que soy una de ellos.
- ¡Tú ya no
eres una de ellos, ILaya! – Se apresuró a rebatirle el chico que añadió animoso
¡Créeme! Se puede ser muy feliz en este mundo y nosotros lo seremos.
- Si los
planes del Gran Sabio y mis superiores se cumplen, no. - Objetó ella mientras
se dejaba caer sentada sobre la cama. - Este mundo quedará reducido a escombros
y el terror reinará sobre él...
- Y tú,
sabiendo eso, colaborabas con ellos.- Preguntó
Robert entre asombrado y espantado. -
ILaya le dedicó una mirada llena de
pesar, parecía disculparse con ella según se justificaba.
- Yo creía que
vosotros los humanos erais nuestros enemigos, que únicamente pretendíais acabar
con el mundo del averno. Será un mundo sombrío y horrible para vosotros, pero
es mi hogar. Nos han enseñado que sois débiles y estúpidos, dignos solamente de
ser torturados, esclavizados o asesinados...
-¿Ahora lo
sigues creyendo? - Le preguntó mientras se sentaba junto a ella. -
- No. Ahora,
después de todo lo que he visto y aprendido, ya no...- suspiró su interlocutora
que deseó con sinceridad. - ¡Ojalá que las cosas pudiesen resolverse sin esta guerra!
Después de todo, los de la quinta columna tenían razón. - Suspiró sintiéndose culpable,
lo que también era una nueva sensación para ella y no agradable como las
anteriores, por ello exclamó con pesar. – ¡Qué estúpidos hemos sido!
Robert
no escuchó esas últimas palabras y trató de animarla nuevamente…
- Todo se
arreglará y cuando eso suceda podremos ser felices los dos. Ya lo verás…
ILaya le miró con pena y meneando la cabeza,
le sostuvo la cara entre sus manos con mucho cuidado y le dijo con tristeza en
la voz.
- No te
engañes. Cuando abran el portal dimensional vendrán a este mundo legiones de
demonios que lo devastarán. Nada podréis hacer los humanos por impedirlo. Será
el fin de todo lo que conoces.
- ¡Yo tengo fe!
- Respondió Robert con decisión. - Fe en Dios y él no permitirá que eso ocurra.
- Vuestro Dios
es débil,- sentenció ella.- No hace nada,
sólo predica. El poder lo tiene el Príncipe de las Tinieblas.
- Eso es lo
que tú crees, pero estás equivocada.- Le rebatió él alegando al recordar los
efectos de su cruz. - Sino ¿por qué os hacen tanto daño sus símbolos?.
- No lo sé,
quizá porque representan todo aquello en lo que no creemos.- Conjeturó Ia
desconcertada súcubos. -Amor...bondad, caridad, compasión.
-Tú me has
demostrado poseer todas esas cualidades, ILaya...- afirmó Robert que sacó su
cruz y la exhibió delante de la diablesa que se apartó espantada, pero él le
dijo con total confianza. - Puedes hacerlo, ¡tómala!
-¡Te lo
suplico, apártala de mí!...- chillaba la horrorizada diablesa tapándose la cara
con las manos.- ¡No puedo soportarlo!...
- Sé que sí puedes,
es un primer paso. ¡Vamos! La cruz simboliza el amor y nosotros nos amamos. Es
el perdón y seguro que tú lo has recibido. Esto ya no podrá hacerte ningún mal.
Tú me quieres, hazlo, por mí. – Le pidió alentadoramente él. -
ILaya dudó, trató de sobreponerse a
su miedo instintivo y alargó la mano. Robert la animó y ella, en un arranque de
valor, aferró la cruz con fuerza. Notó como se quemaba, era una sensación de
tormento insoportable pero aguantó el
dolor con sus ojos reluciendo como ascuas y sus colmillos apretados. Robert
entonces, viendo como sufría, le aconsejó tratando de alentarla.
- Piensa en
algo bueno. Piensa en como le salvaste la vida a ese niño, en nuestro amor. Tú
has cambiado, ya no eres malvada. ¡Vamos ILaya, no te rindas!
Ella asintió, hizo un último esfuerzo y notó
que el dolor y las quemaduras bajaban de intensidad. Ahora podía sostener la cruz
en sus manos sin quemarse. De hecho, la notaba fría al tacto y la observaba sin
problema alguno. ¿Acaso era eso uno de los prodigios que hacía el Creador?, ¡un
milagro! Eso era al menos lo que los humanos decían, pero sus congéneres
siempre habían pensado que eran mentiras. Ella ahora creía que no. Quizá
pudiese vivir con Robert como si fuera una humana, pero no...No debía dejarse
llevar. Si bajaba la guardia aunque solo fuera por un instante ambos morirían. Pero
él no debía ser consciente de ello pues la acarició y la beso, tumbándose sobre
ella en la cama. Y esto era otra fuente de preocupación para la súcubos.
- No sé si
resistiré mi instinto, podría hacerte daño, tengo miedo por ti. - Le confesó la
diablesa. -
-No me dañarás,
lo sé. - Contestó él confiadamente.-
Y
ella no pudo objetar más, ambos se despojaron de sus ropas e hicieron el amor.
ILaya sintió cosas que jamás había experimentado cuando había copulado con
otros demonios. Ellos lo hacían sólo por placer y lujuria, pero Robert le
trasmitía algo diferente, una energía pura. ¿Y sin que ella hiciera nada por absorberla!
La diablesa experimentó una sensación de armonía, como si juntos se
completasen. Eso debía de ser amor. Cuando terminaron el chico abrazaba a la
diablesa que se recostaba sobre el pecho de él.
- No sé lo que nos ocurrirá, pero ojalá que
estemos juntos cuando nos ocurra...- deseó ella con un suspiro. -
- Lo
estaremos. Te lo prometo....- le aseguró el muchacho besándola cariñosamente la
frente. -
Pasaron las horas y Robert se durmió.
ILaya vigiló durante la noche, con su apariencia demoniaca y vestida con su
armadura de combate observaba a través de la ventana, una y otra vez. Para no
aburrirse conectó una vieja radio que había sobre una mesita. No subió
demasiado el volumen. Pero con su finísimo oído pudo escuchar una canción. Era
bonita, tal y como los humanos decían. Ahora, con esas nuevas emociones que
sentía le pareció que hasta podía llegar a comprenderla. Que, de algún modo, se
identificaba con la letra, como si la hubiesen escrito para ellos dos.
Todo lo que eres
Todo lo que serás
Toca la corriente del amor
Tan profundo en mí
Cada suspiro en la noche
Cada lágrima que lloras
Me seduce…
Todo lo que soy
Todo lo que seré
No significa nada en absoluto
Si tú no puedes estar conmigo
Tu más inocente beso
O tu más dulce caricia
Me seduce
No me importa el mañana
He dejado todo en el ayer
Aquí y ahora es lo que importa
Aquí mismo, contigo es donde me quedaré
Todo en este mundo
Cada voz en la noche
Cada pequeña cosa hermosa
Brillando a través de tus ojos
Y todo lo que es tuyo
se convierte en parte de mí también
Porque todo lo que haces me seduce
Y si debo morir mañana
Me iré abajo con una sonrisa en mi rostro
Porque todo lo que haces me seduce
Y si debo morir mañana
Me iré abajo con una sonrisa en mi rostro
Doy gracias a Dios por haberte conocido
Me pongo de rodillas
Por el amor que tenemos
Cada suspiro en la noche
Cada lágrima que lloras
Me seduce
Todo lo que haces, me seduce…
(Seduces Me.
Celine Dion. Crédito al autor)
Después
de escuchar esa canción, se acercó a su pareja que dormía profundamente y le
tapó cuidadosamente con las sábanas. Mientras le observaba tan vulnerable y
confiado sentía aflorar en ella un sentimiento completamente nuevo, los humanos
lo llamarían ternura. No sabía que podía ser hasta ese momento, sólo sentía que
debía proteger a Robert de todos los peligros que les aguardaban. Movida por una
fuerza desconocida y al tiempo irresistible, acarició con suavidad la cara de
él mientras pensaba con el semblante sombrío.
-Nos encontrarán,
tarde o temprano lo harán. Tendré que enfrentarme con ellos. No sé si podré
vencerlos. Puede que envíen contra mí a la guardia de elite, incluso a los
demonios del cuarto círculo o los mercenarios del quinto. ¿Qué podría hacer si
ellos nos atacasen? ¡Ojalá el Dios de
los humanos nos librase de ellos para siempre!
Sintió un ligero escalofrío, pensar
eso era la mayor traición que podría pretender un demonio. Pero no le
importaba, a estas alturas ya era una
traidora, su cabeza estaría puesta a precio. Miraba a Robert dormir y sonreía
pese a estos pensamientos. Seguro que el ser humana no estaría tan mal. ¡Qué pensarían
aquellos demonios disidentes que vivían en su círculo y de los que ella se
burlaba si la viesen ahora!..
-Si Ruwoard y
Daila pudiesen verme serían ellos los que se burlarían de mí ¡Tenían razón!, se
puede ser feliz en el mundo de los humanos. Espero que la comandante Mireya no
matase a Daila. Como quise hacer yo…- Se dijo ella con una media sonrisa que le
inspiraba otro nuevo sentimiento. Robert le dijo haberlo sentido bastantes veces
y él lo llamó nostalgia. -
En
ese momento, al hilo de eso, recordó una vez que habló con ellos en el
infierno, eran lo más parecido a lo que los humanos entendían por amigos...
Estaba pertrechada con su armadura
de combate, se disponía a acudir a esa llamada del mundo exterior. Cuando una
diablesa de rubio pelo se acercó hasta ella y le pidió charlar por unos
momentos.
-¡Tengo prisa!
- Le espetó ILaya con brusquedad. - Sabes que a nuestros superiores no les
gusta que nos retrasemos cuando somos llamados en las invocaciones ¿Qué quieres,
Daila?
-Únicamente desearte éxito. – Replicó tímidamente ésta. -
-Ahora, tras esta invocación, si logro triunfar en esta misión seré
nuevamente recompensada. – Sonreía mostrando sus colmillos. –
-ILaya. – Le pidió Daila que se acercó a ella con cierta prevención para
decirle. – Cuando llegues al mundo de los humanos ¿qué deberás hacer?
-No lo sé,- replicó ésta de forma despreocupada añadiendo con regocijo.- Pero
todo lo que implique sembrar el caos y la destrucción será bien recibido.
Estamos en guerra y ésta debe decidirse a nuestro favor.
-¿Por qué no tratas primero de obtener información sobre ellos?- Le sugirió
su compañera con tono algo más calmado. –
En aquel entonces
interpretó eso de una manera bien distinta y replicó.
-No me tomes por estúpida. Claro que lo haré. Hay que conocer al enemigo
para vencerle de forma más eficiente. Supongo que tendré que adoptar forma
humana y mezclarme con ellos. – Siseó como si el mero pensamiento de algo así
le pareciese repugnante. – Todo sea por
el triunfo.
-Quizás puedas vivir entre los mortales. – Repuso Daila casi de pasada –
Aunque su compañera le dedicó una hosca mirada. Aquel
comentario no pareció hacerle demasiada gracia. Es más, pareció irritarla
cuando inquirió.
-¿Qué insinúas? ¿Te parece divertido que esté obligada a sufrir la
proximidad de esos patéticos humanos?
-No – pudo decir su interlocutora, que quizás creyó que había hablado
demasiado y trató de justificarse. – Solamente digo que, a lo mejor, no es tan
terrible después de todo estar entre ellos.
Sin previo aviso ILaya atacó a su contertulia con un
rayo de energía que la derribó dejándola herida en un hombro. Al instante fue a
por ella y la agarró de la barbilla elevándola en el aire en tanto le mostraba
sus colmillos en abierta señal de advertencia.
-Hablas como esos traidores de la quinta columna. Esos que quieren
vendernos a los humanos.
-No… yo... te equivocas… – pudo responder Daila realmente asustada y
dolorida por el anterior ataque. -
Su polemista no parecía querer escuchar sus razones.
Con su otra mano abierta alargó sus uñas en forma de cuchillas y estaba
dispuesta a ensartarla sin más miramientos cuando otra voz femenina y potente
la detuvo con un tono gutural.
-¿Qué está pasando aquí?
ILaya se giró a desgana hacia la procedencia de esa
pregunta. Vio a una diablesa de pelo con un tono parecido al suyo, aunque más
rubio y que lucía una estrella de cinco puntas en sus hombreras. De inmediato
soltó a su presa y se puso firme, para querer saber algo sorprendida.
-Comandante Mireya. ¿Qué haces aquí?
-Vengo a decirte que has sido invocada y que estás demorando demasiado tu
partida. – Replicó la interpelada con tono severo –
-Pero, es que estaba ajustándole las cuentas a esta traidora. – Se
justificó su interlocutora señalando con desprecio a la ahora caía Daila –
-¿Esa una traidora?- Se rio Mireya moviendo la cabeza con desdén. – Es
solamente una estúpida. De todas formas. – Agregó agarrando de los pelos a la
caída diablesa que aulló por el dolor en
tanto su superiora sentenciaba. – Eso ya no es cuestión tuya. Tienes una misión
que cumplir. Yo me encargaré.
-Pero, soy yo quien la ha descubierto y quiero hacerle pagar su traición. No
me robarás el mérito. – Insistió ILaya, nada conforme con esa idea. –
-¡Ni una palabra más! – Le espetó Mireya en tono de mando. – Vete a cumplir
con tu cometido, te guste o no has sido designada. Ve de inmediato o yo misma
me ocuparé de ti por tu desobediencia e iré en tu lugar.– Amenazó mostrando sus
colmillos. –
ILaya sostuvo esa mirada amenazante pero al cabo de
unos segundos debió de pensarlo mejor, asintió y tras volver a cuadrarse siseó.
-Como tú ordenes, comandante.
Y
salió de allí furiosa. En fin… ahora se daba cuenta de cuán estúpida había
sido. ¡Qué lejanos parecían aquellos recuerdos! Tan solo habían pasado unos
meses humanos, y ella había cambiado tanto…Ahora notaba como otra emoción
humana se abría camino en ella, la del arrepentimiento…
-Teníais razón.-
Admitió ILaya sonriendo al recordarlo. – Perdóname Daila, me gustaría que tú y los tuyos
pudieseis ser felices también en este mundo. Si todos pudierais sentir la luz,
¿quién sabe? Podría tratar de invocarles para traerlos aquí…cuando todo termine…si
es que lo logramos...- Y sin pensar más en ello volvió a vigilar por la ventana
mientras Robert se daba la vuelta en sueños.
A la mañana siguiente él despertó
descubriendo que ella no había dejado su puesto. Se interesó enseguida por como
se encontraba pero la diablesa sonrió con despreocupación. ¡Para ella eso no
era nada!
-¿Es que no
has dormido?- Inquirió el preocupado Robert.-
-No necesito
dormir como los perezosos humanos.- Sonrió ella.-
-¿Nunca?- Se
asombró él.-
-Puedo descansar
para recobrar energía, pero no me es imprescindible hacerlo de ese modo.- Le
explicó la diablesa.-
Aunque
se puso más seria al indicarle que debían irse ya.
-Tienen medios
para rastrearme. Por desgracia, aunque quiera cambiar de forma de ser, mi
biología sigue siendo la misma que era.- Declaró con gravedad.-
Él
convino en eso y se marcharon. Cada vez yendo a un lugar diferente por temor a ser
sorprendidos. Así pasaron los días, se fueron alejando de la ciudad en la que
estaba la base de la secta. En uno de sus descansos, en otro hotel de carretera,
ella le comentó con tintes reflexivos.
-A veces
pienso en lo que me dijiste. Unirme a las justicieras. Si me aceptasen podría
serles muy útil.
-Pues ahora
soy yo quien no desea que te arriesgues.- Afirmó Robert.-Tengo miedo de que
algo pudiera ocurrirte.
-Soy muy buena
guerrera, no lo dudes.- Le respondió su interlocutora.-
-He comprobado
que eres muy fuerte y muy rápida. Pero luchar contra otros congéneres tuyos es
cosa distinta a hacerlo contra humanos.- Le recordó su contertulio.-
ILaya
no respondió enseguida, pero tenía que admitir que él llevaba razón. No sabía
el motivo, pero era cierto que cuando luchó contra Seroa a punto estuvo de ser
derrotada y esa individua no debería haber sido rival para ella. Creyó saber el
motivo y se le contó a Robert.
-Se dice que, cuanto
más tiempo pasamos los demonios fuera del Infierno, más nos debilitamos. Por
eso estamos deseosos de regresar cuando nos invocan.
-Eso me
sorprende. ¿Cómo es posible que os traigan aquí?- Quiso saber su interlocutor.-
-El Infierno
está en otra dimensión, diferente a esta.- Le explicó ILaya.- En él hay varios
círculos, o zonas interdimensionales que poblamos.
-¿Cómo en la
Divina Comedia de Dante?- Se asombró Robert.-
-Algo así.
Supongo que a él debieron de darle esa información. O al menos parte, para
escribir ese libro.- Conjeturó ella.- Bueno, no tiene importancia. Lo que has de
tener presente es esto. Cuando alguien nos invoca abre un corredor entre nuestras
dimensiones y nos permite pasar de una a otra. Para retornar debemos también hacer
ciertos rituales. Es como un camino de ida y vuelta que se abre y se cierra. Y
lo que pretenden el Sabio y sus superiores es crear una enorme autopista.
Llamémosla así. Un gigantesco camino que permanezca abierto en ambos sentidos,
para que los demonios puedan venir aquí por cientos de miles.
Eso le heló la sangre a Robert. Ahora
podía comprenderlo. Por eso ILaya estaba tan preocupada. Pero ella no había terminado
y prosiguió.
-Incluso entre
los míos, hay algunos quienes posiblemente se dieran cuenta de la verdad. Desde
luego mucho antes que yo. Esos no quieren que se extermine y esclavice a los
humanos. Pretenden ser capaces de venir a este mundo, pero de una manera menos
agresiva, y vivir aquí sin llamar la atención. Acorde a lo que se rumoreaba en
el averno algunos lo han hecho. Han ido y vuelto y contado que podían ser felices
aquí sin necesidad de matar o hacer el mal. A esos les llamamos la Quinta
Columna, y se les considera traidores.
-Una lástima
pensar así de quienes únicamente quieren que podamos convivir en paz.- Se
lamentó Robert.-
ILaya asintió, y para su
consternación le confesó.
-Yo era una de
las que más odio les tenía. De hecho, estaba a punto a eliminar a una de ellas,
a las que consideraba miembro de ese grupo, justo cuando me invocaron para
venir a la Tierra. Entonces me enfadé por tener que dejarla con vida. Ahora me
alegro de no haber podido matarla.
Robert sonrió entonces para sorpresa
de ILaya, ella enseguida le preguntó extrañada.
-¿Te hace
gracia?
-No, me hace
feliz ver lo mucho que has cambiado.- Le dijo él.-
-Muchas veces me
siento confusa.- Admitió la diablesa.- Por eso en ocasiones pienso que lo mejor
que podemos hacer es huir lo más lejos posible, con la vana esperanza de que
ese terrible destino que aguarda a la Tierra no nos alcance. Otras pienso que
sería mejor volver y enfrentarlo. Si
hemos de morir que sea luchando, aun del mismo lado que las justicieras.
-Pero no has
pensado en otra posibilidad.- Le comentó Robert.-
-¿En cuál?-
Quiso saber ella.-
-Las
justicieras podrían ganar.- Afirmó él.-
-¡Ojalá fuera
así!- Suspiró ILaya, aunque enseguida bajó la mirada y dijo.- Pero las
posibilidades de lo que lograsen son muy pequeñas. Aun con la ayuda de ese
guerrero dorado. Y me pareció haber escuchado que habían acabado con él.
-¿Cómo? Pero
decían que era tremendamente poderoso.- Exclamó un atónito Robert.-
-Debieron de
invocar a un demonio de círculos superiores. Solamente de pensar el poder que
debía de tener me aterroriza.- Le confesó su contertulia para agregar de forma
sombría esta vez.- Y eso no es nada. Si logran su propósito y abren un pasillo
estable, el mismísimo príncipe de las Tinieblas podría ser capaz de acceder a
esta dimensión.
-¿Te refieres
a?....
-¡No lo
nombres!- Le pidió una agitada ILaya, suavizando su tono para musitar.- ¡Por
favor!...nunca digas ninguno de sus nombres en mi presencia.
Su
interlocutora asintió. Dejaron ese tema y al día siguiente prosiguieron con su
camino. En su marcha llegaron a un pueblecito que tenía una iglesia muy
antigua. Robert le propuso entrar allí a ILaya, pero ella se negó espantada.
- Los demonios
no podemos entrar en suelo sagrado, sería la muerte para nosotros.- Objetó
visiblemente aterrada. -
- Me gustaría
tanto casarme contigo en la Iglesia y que te vistieses de blanco.- Le confió
él. -
ILaya se echó a reír, le dijo a su
compañero con voz de incredulidad.
- ¡Robert, no
quiero ofenderte pero! ¿No ves que eso no es posible?
- No creas. De
todos modos se lo puedo consultar al párroco.- Respondió resueltamente él. –
Seguramente se le ocurrirá alguna forma.
Su
interlocutora le miró muy seria y le preguntó con un tinte de esperanza en su
voz.
-¿De verdad
crees que eso sería posible? Que yo podría…
A lo que el muchacho sonrió para recordarle
convencido
-También creíste
imposible el poder sujetar mi cruz.
Ella
asintió ahora. Realmente eso era cierto…De modo que le musitó ahora con un tono
todavía más esperanzado.
-Sería
maravilloso si pudiera ser aceptada por tu Dios...Si me otorgara su perdón. A
sus ojos debo estar maldita por todas las cosas horribles que he hecho… -
Remachó ahora con la cabeza baja y voz queda, llena de pesar. – Y han sido
tantas y tan terribles que no me sorprendería si deseara aniquilarme…
Él le aseguró que si de veras se
arrepentía sería perdonada. Al menos eso pensaba Robert. Ahora, tras muchos años
de dudas y de haber perdido su fe, ésta le había retornado. ¿De qué mejor
forma? ILaya era desde luego un claro mensaje de Dios. La había puesto en su
vida y hecho que ambos se amasen. No podía evitar el sentirse responsable por ella.
De modo que pidió a la diablesa que
aguardase sentada en uno de los bancos de aquel pueblo.
-¡Ojalá
tuviera aunque fuese una mínima esperanza de ser perdonada.- Pensaba con
patentes remordimientos.-
Si cerraba los ojos podía rememorar
tantos y tantos hechos atroces que había cometido que era incapaz de permanecer
así más que unos pocos instantes.
-No lo
comprendo. Antes jamás me cuestioné nada de lo que hacía. Sencillamente tenía
que hacerlo en mi provecho. Pero ahora…-Se dijo.-
El sol bañaba su rostro y ella
sentía esa calidez, apenas era nada acostumbrada a las condiciones del averno.
A lo lejos pudo ver algunos críos jugando y correteando, también gentes que
iban paseando.
-Mejor que no sepáis
el destino que os aguarda.- Se dijo llena de pesar.-
Por
su parte Robert, tras ir a la iglesia, logró
hacer salir al cura y hablarle en un lugar apartado, sin gente.
-Dime hijo.
¿Qué pesares te afligen?- Quiso saber aquel hombre de estatura algo por debajo de
la media, poco cabello, ya encanecido y una edad madura.
-Tengo un
favor muy importante que pedirle. Se trata de mi novia.- Le dijo él.-
-¿Habéis hecho
alguna cosa que la moral repruebe?- Inquirió el sacerdote.-
-Digamos que
desearíamos casarnos y quisiera que ella abrazase la fe católica.
-Bueno, si es
eso, tendría que bautizarse primero.- Le indicó el cura.-
Robert asintió, con expresión
preocupada, el sacerdote se lo notó observándole extrañado, entonces aquel
joven le comentó.
-Es que, no sé
si eso será posible. Tenemos un grave problema.
-¿Acaso ella
no puede venir? Sufre algún tipo de enfermedad? Yo podría ir a su casa y
bautizarla.- le ofreció el cura.-
-No es eso,
padre. Ella está esperando en el parque.
-En tal caso.
¿Qué problema hay?- Quiso saber el perplejo sacerdote.-
-No me creerá
sino se lo muestro. Y debo advertirle que puede ser muy perturbador.
-Hijo, si esa
chica desea abrazar la fe de nuestro Señor, mi deber es procurarle ayuda para
que lo haga. Dile que venga a la Iglesia.
-Padre, ella
no puede entrar en un lugar sagrado. Al menos no todavía.- Le objetó Robert.-
Aunque el cura sonrió, tomando
aquello por ignorancia de ese pobre muchacho, enseguida le aclaró.
-El hecho de
no estar bautizada no le impide poder entrar en la Iglesia. No te preocupes, no
hay falta alguna en eso.
-De todos
modos, ella tiene miedo. Por favor, le suplico que hable con mi novia aquí.-Dijo
el angustiado Robert, asegurando.- Voy a buscarla y venimos en unos pocos
minutos.
-Muy bien,
hijo. Si es eso lo que ella necesita. Aquí os esperaré.- Accedió el atónito
cura.-
El joven corrió al encuentro de
ILaya. Al verle llegar esta se levantó. Él le resumió rápidamente esa
conversación.
-Muy bien,
pero te advierto que no todos los humanos son tan valientes como tú, cuando ven
a una diablesa en su auténtica apariencia.
-Tenemos que
arriesgarnos, ese cura parece un buen hombre.- Le aseguró él.-
Y así ambos fueron caminando tomados
de la mano. Entraron en una calle estrecha y apartada del tránsito de la gente
en donde Robert había pedido al sacerdote que aguardase. Este en efecto estaba
allí y al verle ILaya se detuvo, sin dejar de posar los ojos en una cruz que
aquel individuo llevaba colgada al cuello.
-Tranquila.-La
animó su novio.-
Se aproximaron a él, y Robert la
presentó.
-Es mi novia,
ILaya.
-Curioso
nombre. - Declaró el párroco.- Yo soy el padre James Honer.- Se presentó a su
vez.-
Ofreció su mano pero se sorprendió
al ver que la chica no se la estrechaba, ella entonces le dijo con tono
inquieto.
-No deseo que
se asuste de mí, ni quiero hacerle ningún daño.
-¿Por qué
deberías querer causarme ningún mal?- Contestó el atónito sacerdote, añadiendo.-
Tu novio me ha dicho que deseas convertirte a la fe católica. ¿Quizás eres
protestante?¿O de otra confesión?
-No padre. Yo
he vivido de espaldas a Dios durante toda mi existencia.- Le confesó ella.-
Honer abrió la boca con estupor,
aunque enseguida sonrió, moviendo la cabeza para afirmar.
-Nadie ha
vivido siempre de espaldas a Dios, hija mía. Puede que quizás, en algún
momento, te hayas apartado de él, pero si de veras te arrepientes, podrás
volver a su seno.
Aunque ahora le sorprendió ver como
esa joven se sonreía moviendo la cabeza a su vez para sentenciar.
-No, yo ya nací
al margen de la Gracia de Dios. Soy un ser de las tinieblas. No soy una oveja
descarriada sino una loba de las que amenazan al rebaño. Al menos lo era.
-Has debido de
llevar una vida realmente muy azarosa. Si realmente has estado tan descarriada,
no temas, te repito que si de verdad te arrepientes de tus pecados y tus faltas,
podrás ser perdonada.
-No es que
haya pecado. -Matizó ella, declarando para más asombro de ese hombre.- Es que
yo soy la viva encarnación del pecado, padre. Soy un ser del averno.
-No seas tan
exagerada.- La interrumpió el sacerdote que comenzaba a creer que esa pobre
chica estaba realmente perturbada.-
-Llevo
sembrando el mal y cometiendo actos terribles desde hace ya muchos siglos.- Continuó
ella.- Y no sé si la misericordia divina podrá alcanzarme.
El padre entonces miró a Robert y
tratando de suavizar su creciente malestar, le dijo.
-Mira, creo
que yo no soy el más adecuado para atender a tu pareja, hijo. Quizás algún médico tenga mejores recursos para ayudarla a
que recupere el sosiego.
Estaba a punto de marcharse de
vuelta a su iglesia cuando ILaya le detuvo sentenciando.
-Si quiere
pruebas de que no miento, se las daré.
-¿Y qué
pruebas son esas, hija?- Quiso saber el párroco.-
Por toda réplica, ella bajó la cabeza,
dejando que sus cabellos cubrieran su rostro lo que el estupefacto Honer vio
después jamás podría olvidarlo. El pelo de esa chica pasó de ser de color
castaño a rojizo, casi centelleante. Era como si alguien le hubiera prendido
fuego. Y en cuando ella elevó su rostro apartándolo el cura se apartó
retrocediendo, tropezó y cayó al suelo de la impresión. Ahora veía el gesto de aquella
joven transformado, Sus facciones eran mucho más duras, fieras incluso, sus
ojos antes de color verde, brillaban como carbunclos encendidos y de su boca
sobresalían dos finos y largos colmillos. Aunque todavía más terrible fue escucharla
hablar con voz gutural.
-Soy una súcubos,
una diablesa del tercer círculo infernal…
-¡Santo Dios!-
Apenas balbució aquel aterrado individuo persignándose varias veces y mostrándole
la cruz.- ¡Vade retro! -Exclamó.-
Aunque ILaya no se asustó por eso, más
bien se entristeció, volviéndose hacia Robert y musitando.
-Te dije que
no me ayudaría.
Robert
enseguida fue hacia el cura y le sujetó de los hombros para agitarle diciendo
con angustia y consternación.
-Ya se lo
advertí, padre. Pero le juro que pese a su apariencia ella desea ser perdonada.
Ya no es malvada ni una sierva del demonio. Quiere empezar una nueva vida y abrazar
la fe de Cristo.
-Pero…¿Te das
cuenta de lo que dices?- Pudo replicar el todavía espantado párroco.-
-Padre – Le
dijo él tratando de sacarle del rincón de una estrecha callejuela en dónde se
había refugiado nada más ver a esa diablesa. - ¿No cree que todos tenemos
derecho al perdón si en verdad nos arrepentimos de nuestros malos actos?
-Pero hijo – Pudo
decir el aterrado cura. – Eso se aplica a los humanos, ella es…
-Ella es una
hija de Dios, como todos nosotros. ¿Acaso los demonios no fueron en un
principio ángeles creados por nuestro Señor?- Le argumentó el chico.-
-Pero ellos
renegaron de él, le traicionaron. – Objetó el sacerdote, sentenciando. – y Él
los apartó a las tinieblas para siempre. La Biblia y todos los exegetas
coinciden en eso. Un demonio, como ángel caído que fue, mantiene su naturaleza
angélica y tenía plena consciencia de sus actos y entendía las cosas en su autenticidad.
No es el mismo caso de un pecador humano…
ILaya bajó la cabeza dándose la
vuelta para irse de allí. Ella ya había supuesto esa réplica. Aunque entonces
fue Robert quien la llamó a ella y le preguntó.
-Dime una
cosa, cariño. ¿Tú naciste siendo un Ángel?
Eso la hizo volverse una vez más y
mover la cabeza.
-Por lo que
recuerdo, nací en el Infierno. Mi madre me abandonó siendo muy pequeña y a mi
padre ni tan siquiera lo conocí. Tuve que arreglármelas sola.
-¿Lo ve?- Le
indicó Robert al asombrado sacerdote, más cuando le remarcó.- Si ella no nació
como un ángel, si no fue creada así, todo lo que me ha dicho antes no puede
aplicársele. Sería una víctima. Puede Satanás y los otros no tengan remisión, y
que ellos eligieran reiteradamente rebelarse contra Dios. Pero ILaya ya nació
siendo una diablesa. Nunca pudo elegir. Se crio así. ¡Por favor, padre! Piense
en la victoria que obtendríamos sobre Satán y los suyos. ¡Recobraríamos un alma
para la Luz!… ¡Se la arrebataríamos al Maligno!...
El
padre Honer, trató de calmarse y escuchó este último alegato con interés. Poco
a poco venció a su miedo. Esa mujer o lo que fuese estaba ahora de nuevo con su
apariencia humana y le observaba con expectación, diríase que incluso con
expresión de súplica. Él era un experto en demonología. Y por eso mismo, el
argumento de ese chico podría ser cierto. Era algo similar a una posesión. La víctima
no era culpable por lo general de ello.
-Bueno.-
Musitó el cura analizando aquello para afirmar.- En ese caso, quizás pudiéramos
hacer algo…
Así
que, una vez vencido el pánico inicial, la curiosidad y la fascinación por ver
en persona algo que solamente había estudiado en vetustos textos se adueñaron
de él. Invitó a la pareja a su propia casa y allí no tardó en ponerse a
investigar y tras consultar sus libros les dijo a ambos.
-Bueno.
ILaya... ¿me dijiste que te llamas así, no es cierto? - La diablesa asintió y
le oyó proseguir. - Puede haber
esperanza para ti. Ante todo debes renegar de tu señor y convertirte a la fe de
Cristo.
-¿Cómo voy a
hacer eso? – Exclamó entre incrédula y espantada. - ¡Seria negarme a mí
misma!...
- Con el
bautismo y la comunión,- repuso el cura dejándola paralizada de terror. –
- Eso me
destruirá, el agua bendita o la hostia consagrada son letales para los míos. –
Opuso ella con gesto horrorizado. -
- Nuestro
Señor dijo” Quien quiera seguirme, que lo deje todo y me siga” No temas mal alguno
si en verdad crees en su perdón.- Le respondió el sacerdote animosamente. -
- Pero ¿y si
de veras es peligroso para ella? - Intervino Robert ahora visiblemente
preocupado. –
Lo cierto es que él había hablado de
eso muy a la ligera, sin consultarle a ILaya la forma en la que debería
redimirse. Ahora, al escucharla, estaba asustado.
- Si es cierto
que confiáis en la misericordia divina no debería sufrir ningún daño. O al
menos ninguno que fuese mortal. – Afirmó el sacerdote. -
La
pareja intercambió miradas de duda. Ahora no sabían que hacer, Robert comenzaba
a arrepentirse. ¿Y si eso le ocasionaba la muerte a ella?...Pero entonces ILaya
le sonrió animosa, poniendo una mano sobre las de él y aseveró con más
convencimiento.
- Lo haré por
ti, no tengo miedo. Si es por nuestro amor. Confío en la bondad de vuestro
Dios...y en su perdón.
-¡Esto es
increíble! - exclamó el padre Honer mientras presencia la escena conmovido. - Es
una prueba del poder del Señor. ¡Sí!, es una señal. - Declaró ahora incluso más
convencido que aquella pareja que le miraba con gesto de sorpresa, en tanto el
párroco sentenciaba. - Él puede perdonarnos a todos y admitirnos en su seno. Ya
lo verás, hija, ten fe. - Le aseguró a ILaya que le miró ahora más esperanzada.
-
- Por favor,
cuanto antes lo hagamos, mejor- dijo ella
con gesto decidido que trataba de ocultar su palpable temor. -
El sacerdote asintió.
-Dadme unos
momentos para prepararme.- Les pidió a la pareja..-
Y fue a otra habitación en donde
guardaba sus objetos de culto y ropajes para ponérselos. También debía consultar
algunos textos, entre tanto, Robert e ILaya hablaron.
-No quiero
perderte.- Le dijo él con visible temor ahora.-
-Ya hemos ido
muy lejos. Ahora estoy entre dos mundos. Ni soy parte de la Oscuridad, ni
tampoco de la Luz. Quiero estar contigo, pero no puedo continuar de este modo.
Si fuera destruida en el proceso, recuerda que te amé, y nunca sentí eso por ninguna
otra criatura.- Suspiró.-
Robert no supo que contestar a eso y
la abrazó, los dos estuvieron así hasta que el cura retornó, ya ataviado para
aquella trascendente ceremonia. La pareja se separó y el sacerdote le pidió a
ILaya que se arrodillase, ésta lo hizo y él le leyó a la diablesa una
declaración que ella debía refrendar.
-¿Renuncias a
tu Señor Satán, Príncipe de las Tinieblas? ¿Para dejar de adorarle y de cometer
iniquidades en su nombre?...
- Sí, renuncio
- afirmó ILaya. –
-¿Reniegas de
Lilith, la reina de las súcubos y de sus malignidades?
-Sí, padre.-
Fue capaz de decir ella con un hilo de voz.- Reniego de ella…
La
diablesa sintió como si algo la golpeaba en su pecho, se llevó las manos ahí.
Era como una puñalada. Jadeó por el dolor, sus ojos se enrojecieron, parecía
quemarse por dentro, Robert la sostuvo.
-¿Cariño, quieres
que paremos?...- le propuso muy asustado. -
- No. Debo
seguir, ya no puedo volverme atrás.- Repuso valerosamente ella entre fuertes jadeos
para aliviar el sufrimiento que padecía. -
-¿Aceptas por
tu único Dios a nuestro Señor y te conviertes a la fe de Cristo?...- Le
preguntó el sacerdote. -
- Sí, acepto.-
Pudo replicar entre jadeos y respiraciones entrecortadas. -
Entonces
el sacerdote tomó un pequeño recipiente que llenó de agua, procedió a
bendecirla ante la atenta mirada de Robert y la expresión llena de pánico de
ILaya. El cura se percató de esto último y le susurró de forma confortadora.
-Ahora hija
mía, si en verdad estás dispuesta, debo bautizarte. Ese será el símbolo de tu
admisión en la iglesia de nuestro Señor.
Robert
le dio ambas manos a su prometida, ella apenas si podía abrir los ojos. Estaba
tratando de prepararse para eso. Si no salía bien seguramente ardería al contacto
con esa agua y sería su final. Pero aunque temblaba de miedo pudo decir con un
tono de falsa seguridad.
-Hágalo padre,
¡por favor! Antes de que me fallen las fuerzas.
La
diablesa bajó sumisamente la cabeza lo bastante como para el sacerdote pudiera elevar
ese pequeño recipiente sobre ella y declarase de forma ceremonial.
-En este
instante, yo te bautizo ILaya Martin, se bienvenida a la fe y a la promesa de
la Vida eterna…
Y
cuando el agua cayó derramándose sobre ella sintió un terrible dolor, un calor
abrasador que la envolvía. La chica gritó llevándose sus manos a la frente y a
las sienes por donde goteaba esa agua. Robert, demudado por el pánico vio como
brotaba fuego de los cabellos de la muchacha, el sacerdote, aterrado también,
usó sin embargo una toalla y apagó esas llamas. Tras unos momentos en los que
la muchacha gemía tirada en el suelo, Robert logró ayudarla a incorporarse de
rodillas.
-¡Lo siento,
amor mío, lo siento mucho! – Lloraba él. –
-No... No
temas - sonrió débilmente ella que afirmó, incluso sorprendida. – Sigo viva. Eso
debe ser una buena señal.
-Significa que
has superado con éxito la primera de las pruebas. – Afirmó el padre Honer
recobrándose también de la impresión. –
En
ese momento el cura sacó una porción circular de pan…
- ¡Es una hostia
consagrada!,- pensó ILaya, no sin un miedo reverencial a ese objeto tan letal
para los suyos como la propia agua bendita. –
-En este caso,
debemos hacerlo de forma distinta, puesto que confesar todos los pecados que
dices haber cometido en tu larga existencia nos demoraría. Dime pues. ¿Te
arrepientes de corazón de cuantas maldades hayas hecho en nombre del averno?-
Fue la siguiente cuestión que le hizo el párroco. -
La
diablesa miró a su prometido quizás buscando fuerzas y tras un par de agónicos
segundos replicó con voz queda.
-Sí, me
arrepiento, siento todo el mal que pude causar. Ojalá no lo hubiese hecho. Antes
no lo entendía, ahora lo comprendo. Pido perdón por ello.
-Hija – terció
el padre Honer citando los evangelios tras hacer una señal de la cruz en el
aire. – En el nombre de nuestro Señor y como Él mismo dijo. Tus pecados, y no
ignoro que son muchos, te son perdonados.
-Gracias,
padre. – Suspiró ella bajando la cabeza, era extraño, pero ahora sentía como si
una extraña paz la invadiese. –
-Acepta pues el
cuerpo de Cristo...- declaró el cura que le dio de comulgar. -
Sumisamente ella levantó la mirada y abrió la
boca dejándose introducir aquel sagrado pan. ILaya sintió que su garganta se abrasaba,
se llevó las manos al cuello como tratando de suavizar aquello. Sudaba por
todos los poros, era un dolor indescriptible. Quería gritar pero no podía. El
sacerdote le dio vino que ella tragó a duras penas, el dolor aumentó. La diablesa
cayó al suelo desmayada. Alarmado, su prometido la levantó en brazos y la puso
sobre la cama de la habitación del cura.
-¡Padre!,- le
preguntó un angustiado Robert al párroco - ¿No morirá, verdad?..
- Si de verdad
cree en Dios, vivirá.- Le aseguró el sacerdote. - Esto para ella ha debido de ser como si a ti y
a mí nos hubiesen quemado en una hoguera. Pero ha demostrado mucho valor. Es un
sacrificio enorme para un ser de su naturaleza. Está claro que su amor por ti
es verdadero, eso la ayudará...También rezaremos por su redención.
-Señor, te lo
suplico. ¡Apiádate de ella! Quiere
cambiar.- Pudo rezar el joven entre sollozos ante la compasiva mirada del
párroco.- Dale una oportunidad…y no volveré a dudar jamás de ti.
ILaya pasó los siguientes tres días en
una de las habitaciones de la casa del cura. Tuvo mucha fiebre que Robert y el padre Honer, tras
rezar por su recuperación, bajaban como podían. Al fin despertó, se sentía mucho mejor, una sensación de paz y
quietud la llenaba ahora. Su prometido estaba junto a ella, tenía cara de no
haber dormido. La diablesa le musitó aún fatigada tras toda aquella ordalía.
-¿Cuanto he
estado así?...
- Tres días. Pero
lo hemos conseguido, amor mío.
- Como Él
dijo. Al tercer día… – musitó ella como si ahora comprendiera y confirmara algo
que jamás hubiese creído antes. -
- El padre
Honer dice que puedes entrar en la iglesia y subir hasta el altar...- le
explicó su prometido con visible alegría. -
Ella asintió aliviada y contenta,
gracias al ritual cristiano ahora pudo sujetar una cruz que el propio Robert le
regaló y hasta colgarla de su cuello sin ninguna reacción. Cuando pasaron dos
días más él le trajo a ILaya un vestido de novia que la chica se puso. Estaba
preciosa, la propia súcubos se sorprendía. Daba una imagen de pureza y bondad
que nunca creyó poder reflejar.
-Es increíble
que esta sea yo.- Se dijo emocionada.-
Y
casi como si hubiera estado premeditado, la radio que tenía conectada emitió
una canción.
Nunca se irá
Estoy cerca de la puerta
Solo tengo que abrirla
¿reconocerás mi cara?
Cuando me veas en la luz
Si te sientes fuera de lugar
Quizás esto pueda hacerlo bien
Podría llevar el vestido
Que solías conocer
Cuando mi inocencia
No era mostrada
Si pudiera golpear tu corazón
Colocaría de nuevo cada estrella
He perdido el corazón de brillar
Porqué
te dejé ir
Los
teléfonos tienen una forma de cambiar las vidas
Cuando
escuché tu voz
Me
senté ahí paralizada
Entonces
imaginé tu sonrisa esa noche
Las
lágrimas no podrían borrar
Lo
que esa noche encontraron
No lo
sé, pero por si acaso
Podría
llevar el vestido
Que
solías conocer
Cuando
mi Inocencia
No
era para mostrar
Si
pudiera golpear tu corazón dirías
Que
he vuelto a colocar cada estrella
He perdido
el corazón de brillar
Porqué te dejé ir
Porqué te dejé ir
Y
ahora estás en el otro lado
Y
estoy tan asustada que solo quisiera correr y esconderme
No sé
qué te diré
Pero
cariño, sé que algo te dará una pista
Podría llevar el vestido
Que
solías conocer
Cuando
mi Inocencia
No
era para mostrar
Si
pudiera golpear tu corazón dirías
Que
he vuelto a colocar cada estrella
He
perdido el corazón de brillar
Porqué te dejé ir
Porqué te dejé ir
Podría
llevar el vestido
Que
solías conocer
Podría llevar el vestido
Que solías conocer
Podría llevar el vestido
Que solías conocer
(Eighth Wonder, the dress, crédito al
artista)
-Sí.- Suspiró ILaya, meditando.- Podrían haberla escrito
para mí. Estoy nerviosa, tengo miedo por cambiar de existencia, de vida. Pero a
la vez me siento muy feliz..
Y
se preparó para esa gran ocasión. Al poco el cura llamó a dos testigos para la
boda, pero antes hizo que la muchacha entrase en la iglesia para ensayar y que
se habituase. Pese a todo lo ya pasado a ella le temblaban las piernas de
pánico. No obstante, se dominó y con mucho valor entró. Sentía escalofríos,
pero también mucha curiosidad. Se acercó al altar y al mirar las imágenes de la
Virgen y el niño Jesús algo le atravesó en su interior, una especie de flecha
ardiente, pero que no la hería. ILaya no sufría por estar ante el altar. Al
contrario, experimentaba una maravillosa sensación. Contemplando aquella
estatua de esa madre con su hijo, que según las creencias humanas era el
redentor del mundo y sus pecados, ¡ya lo entendía! Su vida había transcurrido
toda entre tinieblas y ahora era como si
de pronto le mostrasen la luz.
-Yo soy la Luz
del mundo. Eso dijiste… – Susurró ante la estatua, llena de asombro reverencial.
– Ahora lo entiendo todo. ¡Cómo pude estar tan ciega!
Notaba
como el amor que desprendía esa madre por su hijo la llenaba a ella, no podía
pensar en como habían estado tanto tiempo privada de eso en el infierno.
Comprendía el sentimiento de sus otros colegas, Daila y Ruwoard. Ellos querían
que todos sus congéneres se beneficiasen de ese perdón y pudieran gozar de
aquel amor. En silencio les pidió nuevamente perdón, incluso derramando
lágrimas, deseándoles que fueran felices. Y mientras permanecía allí, en la
quietud de ese lugar sagrado, Robert se vistió también de novio reuniéndose con
ella. El sacerdote llegó instantes después y ofició la ceremonia. Primero le
preguntó al novio.
-Robert
Wallance, ¿deseas tomar por esposa a ILaya Martin para amarla, respetarla y
protegerla, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
-Sí, quiero.-
Afirmó él, entre emocionado y totalmente convencido.-
Tras esa réplica, el párroco se
dirigió a la novia.
-ILaya Martin,
¿deseas tomar por esposo a Robert Wallance para amarle, respetarle y
protegerle, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
-Sí quiero.- Sonrió
ella.-
-Así pues, si
nadie tiene ningún impedimento para que esta unión se realice.- Y dicho esto,
más por guardar el ritual que otra cosa, el sacerdote esperó unos instantes,
luego añadió.- Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Por el poder
que me ha sido conferido por la Santa Madre Iglesia, yo os declaro, marido y
mujer.
Así
se desposaron. Y tras celebrar un pequeño banquete, con el padre y esos dos
testigos, que eran amigos de confianza suyos, los recién casados decidieron
permanecer allí. Alquilaron una pequeña casa que uno de los conocidos del
sacerdote tenía en renta.
-Es un bonito
lugar para una luna de miel.- Afirmó Robert estando ya instalados.-
ILaya le miró con estupor. ¿A qué
miel se refería? ¿Y en la Luna?
-No entiendo
nada. -Le comentó expresando aquello.-
-Así se llama
al periodo que empieza tras la boda.- Le contó un divertido Robert.- Se supone
que estamos en la luna al ser tan felices y que el amor sabe cómo la miel.
La diablesa no tardó en ir a hacerse
con un bote de ese manjar. Lo probó declarando acto seguido.
-¿El amor
humano es entonces empalagoso?
Robert se rio, asintió para ser capaz
de decir entre esas carcajadas.
-A ves sí que
lo es.
Y besó a su mujer, comentando jocoso
en medio de la perplejidad de ella.
-¡Ahora sabes
a miel! Espero que no vengan moscas.
-Eso sería
cosa de Belcebú.- Apuntó ella, señalando.- Es su Amo y señor.
Aunque ILaya enseguida guardó un
incómodo silencio. Como si le diera pavor el haber pronunciado aquel nombre.
Robert enseguida la abrazó y dejando eso a un lado la pareja se dio unos cuantos
besos. Aunque no todo iba a ser disfrutar de su amor. El dinero que ILaya había
logrado llevarse consigo se estaba acabando.
De modo que los dos comenzaron a buscar trabajo.
-Fue una
suerte que esos tipos de la secta me dieran estos documentos de identidad y me
creasen todo un perfil.- Afirmó ella.- Está tan bien hecho que me sirve como
credenciales para ir a solicitar empleo.
-Sí, lo malo
es que debemos tener cuidado, no meternos en actividades que llamen la
atención.- Le dijo su inquieto esposo.-
-¿A qué te
refieres? Somos científicos.- Respondió ella.-
-Precisamente
por eso. Si pedimos empleo en ese campo podrían encontrarnos con facilidad.- Le
aclaró Robert.-
ILaya asintió. Era cierto. Quedó
pensativa, su marido le dijo más animoso.
-¿Qué más
cosas sabes hacer? Aparte de tus conocimientos de química.
-Pues, además
de torturar, matar a mis enemigos y ser capaz de luchar…- Suspiró ella con
amargura.-
-¿No habláis los
demonios un montón de idiomas? Eso nos contó el padre Honer, los poseídos hablaban
lenguas como el latín.- Le ejemplificó él.-
-Que no se
emplea mucho hoy día.- Objetó ILaya quien al menos sí que dijo más esperanzada.-
Puedo percibir cosas.
-¿Cómo cuáles?-
Quiso saber su marido.-
-Pues auras,
energías…-Enumeró ella.-
-No sé, como
podríamos aplicar eso a una solicitud de empleo.- Dijo él.-
Eso desanimó a ILaya, estaba claro
que sus destrezas diabólicas de poco servían en la vida cotidiana. Y además,
sentía que había perdido bastante de su antiguo poder. Era lógico, tras haber
renegado de sus propios orígenes. Pero aunque reducidos conservaba algunos
dones, como el curarse regenerando sus heridas por ejemplo. Así lo comentó.
-Desgraciadamente,
tendrás que estar titulada en medicina o enfermería para ejercer.- Opuso su
esposo.-
Aunque para no ser tan negativo, él
no tardó en pensar en el sacerdote.
-El padre Honer
nos puede ayudar. Conoce a muchas personas en la comunidad. Y podría decirnos
cómo integrarnos sin llamar la atención.
-Es una buena
idea.- Convino ILaya.-
Y tras planteárselo al sacerdote,
este les prometió hacer algo para ayudarles. Por fortuna encontró un trabajo
para ILaya en el lugar más idóneo posible para ella. Una librería dedicada
entre otras cosas, a las ciencias ocultas. Charlaron de ello con el párroco
tomando un té en la casa de ambos.
-Hay que reconocer
que de esto sabrás más que nadie.- Le dijo Robert cuando el sacerdote se lo propuso.-
-Sí, bueno.
Aunque tendré que callarme , sobre todo si leo alguna tontería en esos libros.
Los humanos no suelen ser muy fiables a la hora de transcribir esas cosas.- Se
sonrió la diablesa aunque de un modo más serio, objetó.- ¿Y esto no será un
lugar en el que piensen que yo pueda estar? Es precisamente lo mío.
-Sí, pero en
este caso es diferente.- Le comentó el cura, alegando.- Es tan evidente que ellos
pensarán que jamás se te ocurriría.
-Lo mismo que
trabajar en un laboratorio.- Opuso Robert.-
-En ese caso,
quizás irían a mirar allí por pura asociación o consultando bases de datos
cruzadas con el laboratorio en el que estábamos.- Comentó ILaya quien empezaba
a comprender.- Pero esto, sí…creo que el padre Honer tiene razón.
-No te habría
imaginado nunca trabajando como dependiente en una librería.- Sonrió entonces Robert,
deduciendo.- E imagino que ellos tampoco.
Ella asintió esperanzada. ¡Ojalá que
fuera así! Robert por su parte encontró trabajo de repartidor. No ganaba mucho
pero al menos se movía de un sitio a otro y podía aprenderse todas las direcciones
y caminos de ese pueblecito y sus alrededores.
-En caso de
tener que huir si viniesen por nosotros, tengo controladas las mejores rutas.-
Pensaba.-
ILaya entre tanto comenzó a
trabajar. Aunque como precaución lo hizo bajo el nombre que supuestamente
habría debido usar a su llegada a la Tierra. Ahora se hacía llamar Sandy y al principio le costó adaptarse a eso. No únicamente
por ser llamada así sino por su empleo. Esa era una experiencia totalmente
nueva. Obedecer órdenes e indicaciones de su jefa, una señora entrada en años y
algo seca en su trato le resultaba muy extraño y en un principio un reto a su
poca paciencia. Desde luego que, siendo ella la de antes habría arrancado la
lengua a cualquiera que la hubiese tratado de mandar. Excepto evidentemente a
los demonios superiores en poder al suyo. Sin embargo, ahora se esforzaba por
mostrarse cordial y hacer las cosas lo mejor posible. También, si la tienda
estaba tranquila, aprovechaba a veces para leer algunos de esos libros, y tal y
como se temía, muchos no decían más que tonterías. En especial los que hablaban
de los seres de las tinieblas.
-Aquí dice que
los vampiros dominan la noche, se convierten en niebla y no sé cuantas tonterías
más.- Se sonreía divertida.-¡Qué! – Exclamó una de las veces entre atónita e
incrédula al leer.- ¡Qué pueden dominar a los demonios y ponerles a su
servicio! ¿Qué clase de idiota habrá escrito esto?. Si un chupasangres hubiera
tenido el descaro de mirarme le habría incinerado.-Se rio.-
Es más, ella podía sentir la
presencia de cualquiera de esos seres de las tinieblas. Se alegraba de no haber
percibido nada en ese pueblo. Las gentes parecían muy normales y hasta tuvo que
aguantar la risa cuando un grupo de adolescentes entró queriendo comprar un libro
sobre espiritismo y uno de los chicos le preguntó.
-¿Y si
convocamos a Satanás aparecerá?....
-Yo que tú no
lo intentaría, por si acaso.- Le previno ella.-
-Tiene que ser
alucinante.- Afirmó otro dándoselas de duro cuando agregó.- Que aparezca un
demonio enorme, rojo, con cuernos y rabo…llenándolo todo de peste a azufre…
Ahí sí que ILaya no pudo evitar reírse
y comentó divertida.
-¿A quién
queréis convocar, al príncipe de las tinieblas o a un búfalo?
-No se ría,
señora.- La advirtió una de las chicas que iba en el grupito.- Dicen que los
demonios se vengan de los que se burlan de ellos.
-Eso seguro.-
Afirmó ILaya, alegando, eso sí.- Pero para eso tendrían que escucharte hacerlo.
-Lo ven todo,
y se pueden meter en las cosas.- Afirmó otro chaval que no pasaría de los
catorce años.-
-¿Ah sí?-
Preguntó irónicamente ella.-
-¿Usted ha
invocado a alguno?- Le preguntó el primer chico que había hablado, uno alto y
delgado.- Como trabaja aquí seguro que sabe de estos temas.
-La verdad. Yo
jamás he invocado a ninguno.- Declaró ella siendo totalmente sincera.-
Más bien fue al revés, pero eso no
se lo iba a decir a esos muchachos. Aunque la conversación terminó cuando su
jefa, la señora Peabody, entró en la tienda. Con una mirada a ella ILaya
entendió que no le gustaba que estuviera perdiendo el tiempo con esos chicos.
-Bueno.
¿Queréis comprar algún libro?- Les preguntó.-
-No, gracias.
Solamente vinimos a echar un vistazo.- Dijo el último de los chicos que había
hablado antes.-
De modo que ese grupo se marchó, ILaya
suspiró y la molesta jefa la reconvino en cuanto estuvieron a solas.
-Sandy, no les
des conversación a esos críos. Solamente vienen a decir tonterías y a ocupar
espacio en la tienda. Otros clientes no entran si los ven.
-Disculpe,
señora.- Respondió conciliatoriamente ella.-
Y es que no se estaba vendiendo
mucho últimamente y esa mujer comenzaba a echar cuentas. Si la cosa seguía así ILaya
sabía que probablemente sería despedida y no quería dejar de trabajar. Su
esposo se estaba deslomando en su trabajo, llevando paquetes y encargos de acá
para allá.
-Si yo pudiera
hacer eso lo haría más rápido y sin cansarme tanto como él. Los humanos son muy
débiles.- Meditaba.-
Aunque ahora, se planteaba eso de un
modo totalmente distinto a como la hacía en el pasado. Su yo anterior, (como
gustaba de definirlo) había opinado eso de los humanos con desprecio. Sin
embargo, ahora era la preocupación quien presidía esa valoración. Así pues se
le ocurrió una idea.
-Tengo que
lograr que las ventas de la tienda suban.- Pensó.-
Y como aun poseía su capacidad de
persuasión, comenzó a ponerla en práctica. Al principio de forma muy leve,
sobre todo con los varones. Siendo una súcubos, o ex súcubos (la verdad no
estaba muy segura si podía dejar de serlo o no, al menos en el plano físico) no
tuvo dificultad en guiar a sus clientes, no hacia el deseo sexual, sino al
literario. Poco a poco la venta de
libros fue subiendo. Eso hizo que el ánimo de su jefa mejorase. Más cuando se
dio cuenta de que su dependiente vendía la mayor parte de la facturación.
-Sigue así. Veo
que estás aprendiendo deprisa.- La elogiaba.-
Y eso, en el caso de la señora
Peabody, era todo un cumplido. El padre Honer ya advirtió a ILaya de lo seca
que era esa mujer. Muy religiosa, eso sí, por ello no pudo negarle al sacerdote
el favor de contratarla, pero con un poco trato social.
-Bueno, ese es
el menor de los problemas.- Se decía.-
Y es que desde hacía unas semanas
sentía como un aura negativa iba creciendo por todo el entorno. Posiblemente
los sectarios estuvieran acumulando poder para poner en práctica su terrible
plan. A buen seguro que esas justicieras no habrían sido capaces de evitarlo.
-Por una parte
me gustaría ir a verlas y ayudarlas. Pero no creo que sirviese de nada.
Posiblemente me atacarían antes de que pudiera explicarme.- Se dijo.-
Decidió
dejar eso a un lado. Nada podía hacer. Y prefería disfrutar del poco tiempo que
les quedase. Volvió a pensar en su trabajo. El caso es que cuando iba a
confesarse ocasionalmente, no pudo evitar admitir ante el cura.
-Bueno, he
empleado un poco de sugestión para ayudarme con las ventas.
-Hija mía.-
Respondía admonitoriamente este.- Eso no está bien.
-Lo sé. En
fin, no es del todo correcto aunque tampoco creo que sea un pecado grave…
-Es un pecado
venial.- Le explicó el sacerdote.- Aun así, no deberías hacerlo.
-Es que es un
don natural en mí.- Se defendió ILaya.- Y no les guío al mal, sino a comprar
libros, leer es bueno. Eso decís los humanos. ¿No?
El padre Honer suspiró moviendo la
cabeza tras el confesionario. Pudiera ser que ILaya pensara eso, o que tuviera
mucha picardía. Lo cual, teniendo en cuenta de dónde venía, no sería raro. De
modo que le contestó.
-Estás
privando a esas personas de ejercer su libre albedrío. Aunque tus intenciones
sean buenas, no lo son los medios, hija.
-Lo sé.-
Admitió ella al fin, alegando.- Es que si no vendemos posiblemente pierda mi
empleo. Y no quiero que Robert tenga que trabajar más, es muy duro para él.
-Sea como sea,
Dios proveerá. Confía en su benevolencia. Tú mejor que nadie has sido testigo
de su misericordia. No os abandonará, aunque os ponga a prueba.- Sentenció el
cura.-
Y la diablesa decidió portarse acorde
a las sugerencias del sacerdote. Por consiguiente las ventas comenzaron
enseguida a descender. No pasó mucho tiempo antes de que la señora Peabody le
comunicase a ILaya que no podía seguir pagándole.
-Lo lamento,
Sandy.- Le dijo concisamente a la que conocía por ese nombre.-
Y ella volvió a casa. Al poco llegó
Robert, venía muy cansado tras un duro día. Tanto que ella le propuso con afabilidad.
-Date una ducha
y yo te aliviaré.
-No creo que
pueda soportar tu ritmo ahora.- Se sonrió él.
-No me refería
a eso… iba a darte un masaje.- Le aclaró la diablesa.-
Su esposo accedió a eso y, tras
salir del baño ya seco, se tumbó en la cama. ILaya le dio ese prometido masaje
usando también algo de su poder curativo. Robert sintió como si le volviesen
las fuerzas que había perdido tras su agotadora jornada de reparto.
-Podrías
dedicarte a esto. Me refiero a dar masajes terapéuticos, claro.- Sonrió él.-
-Quizás no sea
tan mala idea. Ahora que vuelvo a estar sin empleo.- Le contó la joven.-
Robert se incorporó entonces y le
preguntó con preocupación.
-¿Ha pasado
algo?
-Sencillamente
que las ventas descendieron. Y la señora Peabody no podía seguir pagándome.- Le
relató ella.-
-¿Vaya por
Dios!- Suspiró él.-
-No sé si
tendrá que ver con esto.- Comentó ILaya.-
-Bueno, no te
preocupes, con mi sueldo nos arreglaremos.- Quiso animarla Robert.-
La diablesa le miró como si
estuviera meditando sobre algo y tras acariciarle el rostro dijo.
-¿Sabes una
cosa? Antes pensaba que la vida de ellos humanos era insulsa y patética. Que no
tenían valor. Pero experimentando como vivís, y lo difícil que es a veces, me
doy cuenta de lo equivocada que estaba.
-Eso es mucho
viniendo de alguien que ha vivido en el infierno.- Sonrió su esposo.-
-El Infierno es
como todo. Un muy mal sitio si no estás preparado. Por eso allí la competición es
tan dura. Por eso somos tan despiadados.
-Tú ya no eres
uno de ellos, no te incluyas.- Le pidió él.-
-Tras tantos
siglos, es difícil recordar que ya no pertenezco allí.- Admitió ILaya.-
-Me sorprende.
¿Acaso no tenéis todos poderes paranormales?- Le preguntó su marido.-
-Algunos sí,
otros en mucha menor medida. No debes confundirnos, Robert.
Y entonces sonrió, acordándose de
aquella conversación que mantuvo con ese grupo de muchachos.
-Uno me
preguntó si podía convocar al Príncipe de las Tinieblas. ¡Como si no tuviera
otras cosas que hacer que responder a la llamada de unos chiquillos.- Se rio
ella.-
-Bueno. ¿Por
qué no? La gente siempre ha hablado de pactos con el diablo.- Argumentó
Robert.-
-Los demonios
que acuden a ese tipo de llamada son incluso de un nivel menor que el mío… que
el que yo tenía.- Se corrigió la diablesa ante la atenta mirada de su esposo
para explicarle.- Para invocar a demonios poderosos se precisa de rituales muy
complejos y del uso de mucho poder. Y con suerte se podría invocar, no sé.
Hasta a algún demonio del quinto o del sexto círculo, pero más allá ninguno vendría aquí.
Son demasiado poderosos. A decir verdad. Ni nosotros mismos podemos estar ante
si presencia. Y te aseguro que ninguno querríamos. Por eso tengo tanto miedo de
que, si la secta logra su propósito, esos miembros de las más altas jerarquías
pudieran llegar hasta aquí.
-Bueno, hasta
ahora estamos bien, han pasado meses y nada ha sucedido.
Aunque ILaya movió la cabeza, con
suavidad le comentó a su esposo.
-Últimamente
he sentido un aumento de la energía oscura. Viene desde el Estado de Nueva
York. Y es tan potente que ha comenzado a llegar aquí. Los humanos no os percatáis
de ello, pero para los de nuestra especie es como una especie de faro. Por una
parte me beneficia dado que reactiva mis poderes que estaban muy debilitados.
Pero de otro, tengo miedo, no quiero caer bajo mis instintos de súcubos.
-Te ayudaré
para hacer frente a lo que sea.- Se ofreció Robert.-
-Gracias, mi
amor.- Repuso ella muy reconocida.-
Quizás tras su bautismo y conversión
esa maligna influencia no la afectase tanto. No obstante, no deseaba
arriesgarse. Decidió frecuentar más la parroquia. Y las cosas parecían ir bien.
Empero, esa sensación que comenzaba a oprimirla, aumentaba. Finalmente un día, sintió
una fuerza enorme que la sobrecogió.
-¡Dios,
ayúdanos!- Exclamó inopinadamente estando sentada en el sofá del salón.-
Se levantó corriendo hacia el dormitorio.
-¡Robert!- Gritó
poseída por el pánico.-
-¿Qué te ocurre?- Le preguntó él entre atónito y
preocupado, jamás la había visto temblar así.-
-Siento un poder inmenso. Y lleno de maldad. ¡Es él! ¡Ha
venido! - Gritó la horrorizada diablesa.-
Robert
trató de serenarla, pero era en vano. Ella se aferraba desesperadamente a su cama.
-¡El Príncipe
ha venido, nos llevará a todos los demonios de vuelta al averno! – Chillaba la
joven. Estaba aterrorizada, su marido nunca había visto esa expresión en su
cara -....
-Traeré
ayuda.- Le dijo él.- No te muevas de aquí…
Robert corrió en busca del padre
Honer. Éste vino en cuanto vio la expresión en el rostro de este. Al entrar
observó perplejo el terror que embargaba a la diablesa. Le aseguró tajantemente
a ILaya, viendo como ella se sujetaba desesperada a la cama.
- Ya no tiene
poder sobre ti, renunciaste a él. -Declaró para tranquilizarla. -
- No tiene ni
idea de lo poderoso que es. No se detendrá ante nada. Me llevará – y es que percibía como algo
tiraba de ella como unas manos invisibles. – Robert, no dejes que me lleve. -
Suplicaba entre sollozos. -
- No temas, no
se lo permitiré.- Afirmó él que sujetó a ILaya abrazándola con todas sus fuerzas.-
El sacerdote rezó, poco a poco esa fuerza fue disminuyendo.
Al fin, la diablesa se sintió liberada y lloró de alegría sobre el pecho de su
esposo.
- ¡Se han ido,
él y todos mis congéneres! ¡Han vuelto al averno! , alguien les ha derrotado,
un espíritu puro, con mucho poder. No puedo creerlo. ¡Somos libres ahora!
-Ya te lo dije.-
Declaró Robert que le sonrió animoso. - ¿Lo ves? Ahora podremos vivir en paz...
ILaya sonrió feliz. De este modo
retomaron sus vidas y le contó al padre todo lo que sabía sobre el Averno y sus
moradores. El párroco escuchó eso atentamente y no pocas veces la animó, con
cierto día en la iglesia, donde ella se decidió a dar un importante paso…
-Deberías escribir
un libro con todo lo que sabes. Para que el día de mañana la humanidad pudiera
protegerse mejor de esa amenaza. Caso de que retornasen…
-Lo pensaré.-
Asintió la aludida, afirmando.- Quizás si algún día tengo hijos…deba guiarles. Aunque
no me gustaría que supieran la clase de monstruo que he sido.
-Si tienes
hijos ellos te querrán como a su madre. Y tú les amarás a ellos.- Repuso el sacerdote
con tono confortador.-
-Pero
simplemente por descender de mí podrían tener muchos problemas.- Musitó ella.-
Es por ello que me asusta…
-¿Lo has
hablado con tu marido?- Inquirió Honer.-
-Aun
no…-Admitió su interlocutora.-
El cura suspiró, parecía estar
pensando en algo, aunque al fin dijo:
-Eso queda
entre vosotros. Sin embargo, tú sabes bien que la verdad acaba por salir a la
luz. Y no creo que dudes del amor de tu esposo hacia ti. Confíale esos temores.
Estoy convencido de que entre los dos lo superaréis y todo irá bien…El día en
que seáis bendecidos con descendencia…
-Es que padre,
yo...- Pudo musitar la joven, con los ojos llenos de lágrimas ahora.- Hice
cosas tan horribles…que…no, no me atrevo ni a confesarlas ante Dios…
-Él ya sabe
todo lo concerniente a ti.- Le contestó el párroco.- Por eso el admitirlo en
confesión solamente puede hacerte bien.
La muchacha asintió despacio, bajando
la mirada. Sencillamente no se atrevía a empezar. Esto no era lo mismo que
cuando se convirtió al cristianismo. En esa ocasión había admitido sus culpas
de un modo genérico y abstracto. Dado que no había tiempo de enumerarlas todas.
Sin embargo, ahora tendría que ser más explícita. Y eso le daba mucho miedo a
la par que le producía un intenso dolor moral….
-No sé ni tan
siquiera por dónde comenzar.- Reconoció abatida.-
-Pues por el
principio.- Le sonrió animosamente el cura.-
-No deseo que
usted me odie.- Musitó.-
-Eso no
ocurriría.- Sentenció el padre Honer.-
Los dos se aproximaron al confesionario,
él entró poniéndose la estola y tras las palabras de rigor para comenzar el
ritual, la diablesa comenzó, con voz entrecortada y queda…
-Soy una
súcubos, o al menos lo fui… Mi primer juramento fue para el Príncipe de las
Tinieblas, nuestro emperador, y el segundo para la reina Lilith.
-Lilith fue la
primera esposa de Adán, según la Biblia.- Comentó el sacerdote.- Le abandonó
seducida por las fuerzas del mal…
-Eso no lo
sé.- Repuso ILaya añadiendo.- Lo que sí sabíamos todas las de mi linaje era que
ella fue la primera. La soberana indiscutible y la más poderosa y cruel de
todas nosotras. Nuestra iniciación cuando alcanzábamos la edad para servirla
era la de ofrecerla un sacrificio…
-¿Un
sacrificio? ¿Qué clase de sacrificio?...- Quiso saber el cura.-
-Yo… yo…tuve
hijos...- Musitó ella sin atreverse a mirar hacia la celosía tras la que era
escuchada.- En el Infierno cuando llegábamos a la edad fértil nos apareábamos
si así nos placía…y algunas veces yo quedé encinta. Pero aborté casi siempre.
Sin embargo, di a luz a un par de bebés…y yo...- Sollozó ahora tratando de
reunir fuerzas, y con tono tembloroso y lleno de culpabilidad, finalmente tuvo
el valor de admitir.- Se los entregue a ella. Como prueba de mi lealtad…en un
altar…les…sacrifiqué…
El padre Honer era incapaz de
pronunciar palabra, con la boca y los ojos muy abiertos. Estaba horrorizado al
escuchar aquello. Al darse cuenta ILaya esbozó una amarga sonrisa y pudo decir
con patente dolor y pesar.
-¿Lo ve
padre?...Hay cosas que ni Dios puede perdonar…
Pasaron todavía unos agónicos
segundos hasta que el sacerdote fue capaz de responderá eso…
-No negaré que
para un ser humano eso es el peor y más abominable pecado que puede cometerse.
Y sería mortal sin duda, una condena a los Infiernos segura… No obstante, tú vienes
de allí. Y ya no eres ese monstruo. Creo firmemente que ahora eres una persona
y como tal tienes una moral y unos valores de los que antes careciste. Incluso
pienso que antes no tenías alma, por tanto no podías condenarla ya estabas
sumida en las tinieblas. Pero de algún modo nuestro Señor te la otorgó y al adquirirla
has visto la Luz y te arrepientes sinceramente de todos tus malos actos. Sé que
puedo y debo concederte el perdón por ello…
ILaya solamente podía llorar de
alivio y felicidad al oír eso. Era lo que más deseaba. No se había atrevido a
pensar ni tan siquiera en la idea de quedar embarazada. No obstante, Honer
endureció su tono de voz ahora para sentenciar.
-Pero todo
perdón conlleva una penitencia. Tú ya has sufrido parte de la misma al pasar
por el ritual de purificación. Empero, eso no es suficiente para unos pecados
tan terribles. Deberás hacer lo siguiente.
-Lo que sea,
Padre. Estoy dispuesta a hacer lo que haga falta.- Se apresuró ella a decir.-
-Pues bien. Tú
ya no eres una diablesa. Eres una mujer corriente. Jamás uses esos dones
maléficos que poseías, salvo si es para ayudar desinteresadamente a otros. Y si
algún día tienes hijos deberás amarles más que a nada en este mundo. Más que a
ti misma y estar dispuesta a todo por protegerles. ¿Lo harás?
-Se lo juro
por el A...
Aquí
se detuvo asustada de sí misma, casi iba a haber jurado por el Averno. Por
desgracia las costumbres de siglos no eran tan fáciles de olvidar. De modo que
tras concederse unos instantes para respirar hondo se corrigió afirmando
decidida.
-Se lo juro
por todo lo que ahora es sagrado para mí. Por mi vida y por el amor que le
tengo a esposo. Iba a hacerlo de todos modos. Si tengo hijos algún día trataré
de darles todo el amor y la atención que no les di a los otros…que yo…
No pudo continuar dado que rompió a
llorar topándose la cara con ambas manos…aquella catarata de recuerdos tan
terribles hacían presa en ella, lo que antes le pareció un anodino trámite lo
veía ahora a la luz de la atrocidad que fue, apenas si pudo gemir...
-¡Mis hijos!...
¡Maté a mis propios hijos!...
-Bien. -
Suspiró el sacerdote dejando que esa muchacha llorase.- Desahógate y lava tu
conciencia…Porque como última penitencia tendrás que ser sincera con Robert…Él
debe conocer esas parte de tu pasado.
-Eso será lo
peor. Quizás no pueda volver a mirarle a la cara. O posiblemente sea él quién
no me lo perdone jamás…- Sollozó ILaya.-
-Eso, hija
mía. Solo tu marido y Dios lo saben.- Remachó el cura que pasó a hacer la señal
de la cruz en tanto repetía.- Ego te absolvo pecatis
tuis in nomine Christi amen…
De
este modo el cura salió del confesionario y abrazó a la derrumbada joven que no podía parara de llorar, el
propio sacerdote se asustó cuando la miró a la cara.
-¡Dios bendito!-
Exclamó él.-
Y es que de los ojos de ILaya caían
gruesas lágrimas sanguinolentas. El impactado cura enseguida le dio un pañuelo
que ella tiñó de rojo. Al fin, tras unos instantes eso se detuvo y las lágrimas
adquirieron su color normal. ILaya entonces suspiró.
-Muchas gracias.
Ya me siento mejor. Es como si hubiera tenido que sacar eso de lo más profundo
de mi interior.
-¿Quieres que
te acompañe a casa?- Se ofreció el perplejo y todavía preocupado cura.-
-No, estoy
bien. – Le aseguró ella.-
Fiel a sus palabras se levantó y tras
recomponerse un poco regresó a su casa. Por fortuna su marido no había vuelto
aun y tuvo tiempo de serenarse. Pasó un tiempo de tranquilidad. Robert logró un
empleo mejor pagado en una fábrica y eso les ayudó a no tener problemas
económicos.
-Ha sido una
suerte.- Afirmó él, ajeno al sufrimiento de su esposa.- Ahora estaré menos
tiempo fuera de casa.
Ella sonrió animosa, pero sin
atreverse a hablar de lo que tanto la turbaba. Tras varios días ILaya seguía
dudando en confesarle todo aquello a su esposo y se dijo que si quedase
embarazada lo haría. Cuando se lo comentó al sacerdote, Honer lo comprendió,
ese era un tema muy delicado y le correspondía a su feligresa hacerlo. Por
tanto no la presionó. Tanto ella como
Robert vivían tranquilos. Pero la alegría duró poco. Hux, que había escapado de
la destrucción de la secta, les encontró y trató de matarles. Aquel tipo estaba
rabioso. Tras la derrota de los suyos tuvo que huir vagando sin rumbo por la
ciudad. Al poco salió de ésta y la casualidad quiso que acertase a pasar por la
fábrica en la que Robert trabajaba. Tras la gran batalla contra los demonios
casi todo había quedado destruido o dañado en las inmediaciones de Nueva York y
el científico obtuvo un empleo como analista de productos en tanto ILaya
trataba de asentarse en la comunidad haciendo algunos trabajos esporádicos,
ayudando sobre todo en tareas de la casa. Salía con tiempo de ir al encuentro
de Robert. Por ello palideció al ver a ese odioso individuo cuando iba a
recoger a su esposo del trabajo. Afortunadamente Finch no tuvo tiempo de
alcanzar al científico, que, ajeno a eso, salía de la fábrica. El tipo le
siguió blandiendo un cuchillo. Ambos pasaban con calles poco transitadas. Pero
ILaya fue más rápida. Siguió a su vez a ese individuo y cuando pasaban por una
desierta calleja ella que seguía conservando sus poderes de súcubo, aunque
disminuidos, le atrapó arrastrándole. Ya iba a matarle cuando se frenó.
- ¡Cariño! – Exclamó su esposo sorprendido al descubrir a
Hux que a punto estaba de apuñalarle había caído en poder de ella.-
-¡Maldita
traidora!- Pudo decir Finch cuando la diablesa le elevaba agarrándole el cuello
en tanto se mostraba con su apariencia demoniaca.-
Robert
estaba mirando a pocos metros y apenas sí pudo decir con tono suplicante.
- Tú ya no
eres así, ILaya. Yo no podría tener una muerte sobre mi conciencia, ni aunque
fuera la suya.
Su esposa temblaba de furia. ¡Ese
perro había intentado matar a su marido! Pero, por más deseos que tenía de
destrozarle miraba a Robert y algo se lo impedía. Incluso trataba de decirse
que sería mucho más fácil y menos arriesgado acabar con ese canalla ahí mismo.
No obstante, la expresión de su esposo no le dejaba hacerlo. Ella no quería
mancharse las manos de sangre delante de él. Además, había jurado solemnemente
dejar atrás su existencia anterior. Si mataba a ese cerdo sería como echar a
perder todos los sacrificios que había realizado hasta entonces. De modo que tras
soltar aire y tratar de relajarse. Espetó con manifiesto desprecio a ese
bastardo en tanto le arrojaba al suelo.
-¡No, eso me
haría ser como tú! Te daré otra oportunidad, como me la han dado a mí. ¡Vete y
nunca vuelvas a tratar de hacernos daño, porque si te atreves a intentarlo otra
vez, te juro que sí te mataré!
Su enemigo la miró con gesto de
sorpresa y alivio manifiesto. Desde luego no esperaba aquello, aunque se recobró
enseguida y salió corriendo sin mirar atrás. No fuera que la diablesa cambiase
de opinión. Robert estuvo orgulloso de ILaya, ella se comportó tal y como le
había prometido. Aunque seguramente ese canalla volvería y ambos tuvieron que
irse de allí. No querían que, pese al aviso, Hux lo intentase con mayor fortuna
para él. Decidieron ir a la ciudad. La despedida de algunos de sus vecino y
sobre todo del padre Honer fue muy emotiva. El párroco les deseó lo mejor y les
dio su bendición.
-Cuidados
mucho.- Les deseó ambos para centrarse después en ILaya y recordarle.- No
olvides todo lo que has aprendido y tu promesa…
-No lo haré,
padre. Y tampoco le olvidaré a usted. Gracias por todo…- Afirmó la aludida.-
-Sí, muchas
gracias.- Añadió el también reconocido Robert.-
Así
se fueron. Con algo de dinero que tenían ahorrado se instalaron en Nueva York.
Allí volvieron a encontrar trabajo enseguida, eran buenos tiempos para el
empleo. Tras la gran lucha acaecida contra los demonios se precisaban muchos
científicos que ayudasen a la reconstrucción. ILaya se estableció como una más,
junto a su marido. Consiguieron entrar en una empresa y esta vez trabajando en
su sector, el químico. Además se afanaron para conseguir una casa. Tuvieron
suerte, entre sus dos sueldos y algunos objetos de valor que ella todavía
guardaba cuando vino en su misión pudieron hacerse con un piso que su propietario
vendió a buen precio al haber quedado dañado tras las luchas contra los
demonios y otros avatares. Sin arredrarse y contando con la gran fortaleza de
la muchacha, ambos acometieron los arreglos y lograron crear un acogedor hogar.
Y al poco, la vida terminó por sonreírles del todo, ella quedó embarazada.
Robert no podía ocultar su emoción, mimaba a su mujer como si fuera a romperse
al más mínimo esfuerzo. Esto era algo que sorprendía a la diablesa. Desde luego
que jamás había experimentado algo así en su lugar de origen. Una vez incluso,
él la vio tratando de mover unos muebles de sitio en la casa que ahora habían
casi terminado de decorar y se apresuró para ir a impedírselo alegando con tono
paternal.
-Cariño, en tu
estado no debes hacer eso, puedes hacerte daño…
ILaya le miró incrédula mientras
movía un pesado archivador como si de una pluma se tratara.
-¿Daño? ¿Por
qué? No pasa nada Robert, el hecho de estar embarazada no me quita fuerzas…
- Pero el bebé
podría resentirse. - Le replicó él visiblemente
preocupado. -
- No - sonrió
ella explicándole. - No temas, en el infierno cuando las súcubos nos quedamos
embarazadas proseguimos nuestra actividad normal. Puede que no estemos tan
ágiles como habitualmente solemos pero no nos ocurre como a las humanas.
- Será así en
el infierno, pero ahora estamos en la Tierra.- Arguyó pacientemente Robert que
insistió. - Cariño, por favor, hazlo por mí, procura no esforzarte demasiado.
- Está bien-
aceptó ILaya aun sonriendo divertida y
concediendo. - Si eso te hace más feliz.
- Gracias-
dijo él aliviado para apresurarse a
añadir. - No te preocupes, yo pondré el archivador en su sitio.-
Y
sin vacilar se acercó hasta éste y trató de empujarlo con todas sus fuerzas.
Pero el mueble no cedía. Robert estaba asombrado, ¡pero si su mujer lo había
movido sin hacer casi ningún esfuerzo!
-¿Estás bien?-
Le preguntó ella observándole con gesto atónito.-
- ¡No me
rendiré tan fácilmente!- Declaró algo tocado en su orgullo y volvió a cargar
contra el archivador que seguía sin inmutarse, cosa que él no pudo decir de su
hombro. - ¡Auuu! – chilló dolorido por el golpe. -
-¿Te has hecho
daño? - Le preguntó su esposa algo preocupada para afirmar en tanto movía la
cabeza con resignación -, los humanos sois
tan frágiles. Anda, déjame ver tu hombro.
- Creo que me
ha dado un tirón.- Comentó Robert que se
frotaba el hombro afectado con su otra mano. -
- Ahora te lo
arreglaré.- Le prometió ella y lo cumplió, puso sus manos sobre el hombro de su
marido que, de inmediato se encontró mucho mejor. De hecho estaba como nuevo, ella
le dio un corto pero reparador masaje y
sentenció. - Ya está…
-¿Cómo lo has
hecho, con tu poder de sanación? - Pudo preguntar su interlocutor que la miraba
con ojos como platos. -
- Claro. Ya
sabes que los demonios y las diablesas también tenemos la capacidad de curar,
siempre que la herida o la enfermedad no sea muy grave. No todo en nosotros es
malo, aunque solemos usar estos poderes en nuestro exclusivo beneficio.-
Explicó ILaya.- Ahora déjame a mí – concluyó ella que acabó de colocar el
archivador sin esfuerzo para reafirmar.
- ¿Lo ves? no me ha pasado nada.- Le dio un beso al asombrado Robert y
se alejó sonriente para continuar con su trabajo. -
Así pasaron los días, las semanas y
los meses e ILaya proseguía su embarazo como cualquier madre humana. Hasta le
había tomado gusto a escuchar música cuando descansaba en casa… Puso una
canción que le gustaba particularmente. Era como si pudiera verse reflejada en
su letra. Sobre todo ahora…
Tirada en la
cama
Pensamientos en mi cabeza
Visiones de ti
Pero no puedo aguantar a la noche
Así que tomo el teléfono
Sé que estás en casa
Estás jugando con mi corazón
Y sabes que no es correcto
Es sólo un juego de amor, amor, amor
E incluso pienso que es duro, cariño
Nunca renunciaré a ti
Eres con el único que sueño
No puedo vivir sin tu amor
Esta noche
Pensamientos en mi cabeza
Visiones de ti
Pero no puedo aguantar a la noche
Así que tomo el teléfono
Sé que estás en casa
Estás jugando con mi corazón
Y sabes que no es correcto
Es sólo un juego de amor, amor, amor
E incluso pienso que es duro, cariño
Nunca renunciaré a ti
Eres con el único que sueño
No puedo vivir sin tu amor
Esta noche
Y es a ti a quien adoro
Eres por el que vivo
Adentro
De ti, estoy soñando contigo
Por tanto tomé el coche
Pero no llegué muy lejos
Porque en la radio sonaba
Cada una de las canciones que canté contigo
El ayer se ha ido
Y puede ser verdad
Pero sabes que nunca te olvidaré
Y sentía profundamente aquellas estrofas. Pensaba en
Robert, cómo la había amado y apoyado incluso siendo un monstruo. Jamás pudo ni
imaginar que aquello hubiese sido posible.
Es sólo un juego de amor, amor, amor
Incluso aun así me hiere, cariño
Nunca podría renunciar a ti
Porque eres con el que sueño
No puedo vivir sin tu amor
Esta noche
Es sólo un juego de amor, amor, amor
Incluso aun así me hiere, cariño
Nunca podría renunciar a ti
Porque eres con el que sueño
No puedo vivir sin tu amor
Esta noche
Y es a ti a quien adoro
Eres por el que vivo
Adentro
De ti, estoy soñando contigo
-No sé.- Se decía escuchando aquella hermosa canción.- Quizás esté soñando y me despierte en el Infierno, lista para cumplir otra misión. O si esto es real, tengo el temor de que vaya a terminar.
Tú, me diste amor
El amor nos dio esperanza y fuerza
Para continuar y
Tú, me diste confianza
Cuando me estaba derrumbando
Podrías levantarme, mi amor
Eres con el que sueño
No puedo vivir sin tu amor
Esta noche
Y es a ti a quien adoro
Eres por el que vivo
Adentro
Cariño, cariño, cariño, cariño…
Eres con el que sueño
No puedo vivir sin tu amor
Y es a ti a quien adoro
Eres por el que vivo
Adentro
cariño
Estoy soñando contigo
(Dreaming Of You, Celine Dion. Crédito al autor)
También
meditaba sobre ese momento que había estado aplazando por temor. Tendría que
confesarle a Robert la verdad de su pasado. Al menos en cuanto a sus hijos.
-Bueno.-
Suspiró tratando de infundirse calma.- El bebé aún no ha nacido. No quiero
alterarle con eso. Pero cumpliré mi promesa nada más venga al mundo.-
Y
el tiempo iba transcurriendo. Una tarde de primavera paseaba con su esposo por
un parque, él la había comprado un hermoso sombrero de color azul que ella
llevaba sobre la cabeza. Entonces se levantó una ráfaga de aire que se lo arrancó.
ILaya miró hacia arriba y lo vio volar pero Robert, antes de que ella hiciera
nada, le dijo aun recordando el incidente del armario.
- Esta vez me
toca a mí, esto sí puedo hacerlo, lo seguiré y te lo recuperaré. Además, tú no
puedes ponerte a volar delante de la gente.-
Rio
y salió corriendo tras el sombrero. ILaya sonrió divertida por aquel arranque
de jovialidad de su esposo que tanto le
gustaba. Y apenas le pudo responder.
-¡Las súcubos no
volamos, tonto!
– ¡Enseguida
vuelvo!…-gritó él que no pareció haber escuchado eso.-
Mientras Robert, no sin esfuerzo,
recuperaba su sombrero, ella se acercó hasta un puesto que había en el parque. Allí
sentada, una vieja barajaba unas grandes cartas, al verla acercase le ofreció a
ILaya con voz cascada.
- Jovencita.
¿Quieres que te lea el futuro?...
- Sí, me
gustaría.- Contestó ella mirándose su ya evidente tripa para querer saber. - ¿Podrá
decirme algo de mi bebé?
- Claro,-
aseguró la anciana- de eso y de tu futuro. Ven, ¿prefieres que te lea la mano o
las cartas?..
La muchacha extendió su mano derecha
hacia la anciana. Ésta la tomó y trató de examinar sus rayas, algo pareció
sorprenderla pues al cabo de un momento susurró.
- No lo entiendo,
nunca había visto algo así. Tus rayas son muy extrañas…
ILaya incomodada retiró la mano, parecía
que esa mujer realmente tenía cualidades de vidente, podía sentirlo. Le dijo
ahora con más cautela.
- Mejor léame
las cartas, ¿qué dicen de mi bebé?...
La anciana barajó y le hizo a su
clienta cortar, luego se dispuso a esparcir las cartas por su desvencijada
mesa. Alineó varias de ellas y las escrutó con cuidado, al cabo de un momento
respondió con satisfacción.
- Tendrás una
niña...muy sana y muy bonita, que será una persona muy importante, ¡ya lo creo!
Su destino la llevará lejos, muy lejos de aquí…
- Vaya. ¿Está
segura?- Pudo sonreír su interlocutora con expectación.-
- Sí…hará
grandes cosas. Va a ser muy especial. Estará rodeada de muy buenas personas,
que la querrán…veo mucha luz y bondad en ella.
Eso hizo sonreír a la futura madre.
Era algo que le encantaba oír. Entre tanto la anciana retiraba las cartas…
-¿Puede
decirme algo más?- Preguntó su clienta con gran curiosidad. - De mí y de mi
marido.
La adivina barajó de nuevo las cartas, ILaya sonrió al
cortar, una vez dispuestas volvió a alinearlas y según las volteaba iba
leyéndolas.
- Veo unos
años muy felices, con vuestra hija,-
Sin
embargo, al voltear la siguiente carta el rostro de la vidente palideció al ver
la figura de la muerte.
-¿Qué ocurre? -
Quiso saber su clienta sin haber mirado esa carta, pidiendo con impaciencia. – Por favor, siga
usted...
- No, no veo
nada más,- musitó la anciana con voz trémula. -
- Pero hay
otra carta sobre la mesa,- le indicó ILaya al reparar en ella, pero una vez que
la vio se quedó en silencio y luego repuso seria. - ¿Eso me ocurrirá? Voy a morir...
- No tiene por
qué ser eso. - Repuso la anciana con la voz temblorosa, agregando en un fallido
intento por resultar despreocupada - esa
carta significa muchas cosas diferentes.
- Léamelo otra
vez, por favor.- Pidió la joven que afirmó aunque ella misma ni lo creía. - Puede
que haya habido un error…
La anciana no
parecía muy segura de eso pero al insistirle su clienta accedió deseando que
así fuese, barajó de nuevo e ILaya cortó. Procuró hacerlo por un sitio diferente,
al poner las cartas sobre la mesa, la vidente encontró de nuevo esa horrible
figura y soltó una exclamación.
-¡Oh, Dios
mío! ¡Nunca me había ocurrido algo así!
-¿Cuándo
moriré? - Preguntó ILaya aceptando su destino de forma resignada pues percibía
que aquello no era una casualidad. - ¿Será en el parto quizás?
Aunque eso no podía ser, si esa
mujer le había hablado de algunos años de felicidad junto a su hija. De todos
modos la anciana sacó más cartas y negó con la cabeza. Tras leerlas con
atención respondió.
- Dentro de
algunos años, tu hija aun será muy niña. Es algo relacionado con tu pasado.
¡Oh! Tu pasado…es algo oscuro…muy oscuro…Y te encontrará. – Afirmaba con un
tono de cada vez mayor temor, observando incluso alternativamente a sus cartas
y a esa joven con asombro. Hasta que le
preguntó con gesto desencajado, mirándola como si no pudiera creerlo.- ¿Quién
eres tú?
ILaya
no supo que decir, tardó unos segundos en poder replicar casi con un susurro.
-Solo una
simple esposa que desea hacer feliz a su marido y cuyo mayor anhelo es ser una
buena madre para dar todo el amor que tengo a mi hija. Al menos mientras dure
el tiempo que se me conceda en este mundo. Por favor…dígame más…sobre ella,
sobre mi niña.
-¿Quieres la
verdad? ¿No es así?- Se atrevió a preguntar la impactada vidente.-
ILaya
asintió con firmeza. La adivina guardó silencio durante unos momentos, tras
mirarla con una mezcla de asombro y compasión, agregó tratando de
tranquilizarla.
- Tu marido
vivirá largos años, él y tu hija tendrán problemas, lucharán mucho por ser felices.
Pero lo conseguirán. Y en tu caso… Quizás me equivoque, aún queda una carta por
girar. La que nos habla de ti y tu pasado…
Pero
su clienta le sonrió a su vez y le dijo tras mover una mano haciéndole un gesto
para que se detuviera…
- Déjala, no te
equivocas. Tú tienes el don de la videncia, eso lo percibo con claridad. Y si ese
es mi destino que así sea. Lo aceptaré gustosa si en verdad mi hija llega a ser
feliz. - Sacó un monedero que llevaba en
su bolso para añadir ya con más desenfado. - Dime cuanto te debo...
-¡No, por
Dios, nada! - Exclamó la anciana muy afectada. - Lo siento mucho...
ILaya escuchó entonces llegar a
Robert se giró y le vio correr hacia ella sonriente y con el sombrero en una
mano.
-Es mi marido.-
Le susurró a la anciana para comentarle. - No le digas nada de esto por favor,
sólo lo del bebé. Se pondrá muy contento.
Cuando su esposo llegó junto a ella,
ILaya únicamente le dijo lo que la anciana había visto respecto de la niña. Él
la abrazó muy feliz aunque algo incrédulo, no se fiaba mucho de eso, pero si su
esposa lo decía. Después se marcharon de allí, la vieja los vio alejarse con
lágrimas en los ojos.
-Pobrecita…es
terrible lo que le espera - musitó, y al hacerlo se dio cuenta de que había
olvidado girar la última carta lo hizo y
palideció de horror, era la carta del diablo. -
Ajeno del todo a eso, Robert llevó a
ILaya a casa. Él debía salir para ir al trabajo.
-Siento
dejarte tan sola, ahora que te han dado la baja. Pero tenemos que ahorrar para
comprar le cosas a nuestra hija.- Bromeó él.-
-No te
preocupes. Eso de la baja de maternidad es un invento humano muy interesante. –
Declaró ella con gesto risueño para sentenciar.- En el Averno no teníamos nada
como eso.
- Volveré en
pocas horas.- Afirmó él dándole un beso en los labios que su mujer encajó con
otra sonrisa.-
Aunque
en cuanto él se hubo ido el rostro de la chica se tornó grave. Yendo a su
dormitorio se arrodilló ante la cama, mirando una cruz que tenían colgada en la
pared musitó una plegaria.
-Creador. Sé
que tú me perdonaste, pero también sé que todos mis malos actos tuvieron
consecuencias. Sé que no puedo pretender ser feliz por siempre. Cuando acepté
ser su mujer, sabía que un día Robert envejecería y moriría y que yo no lo
haría del mismo modo. Tenía miedo a quedarme sola y volver a ser el ser
abominable que fui. Pero ahora está bien así. Acepto mi destino. Prefiero irme
antes que él. ¡Y además he hecho cosas terribles! –Sollozó incluso al enumerar.- Ya lo sabes. Maté,
destruí e incluso aborté a mis propios hijos. Y acabé con otros muchos también,
produciendo enormes sufrimientos. Tú conoces todo lo que hice en los últimos
siglos. Y ahora ha llegado el momento de que mi esposo sepa la verdad sobre mí.
De
hecho así era. Tal y como le confesase al padre Honer las súcubos a veces quedaban
embarazadas tras mantener sexo con otros demonios. ILaya pudo haber tenido
hijos pero siempre pensó en ellos como en una carga que le impediría ascender.
Los había eliminado de su seno sin piedad. Y sacrificó a otros sin que le
temblase el pulso. Ahora sufría recordando aquello, incluso lloraba una vez más
derramando cuantiosas lágrimas y apenas sí pudo balbucear, prosiguiendo su
oración.
-Te suplico que
tengas misericordia, ¡no de mí! De mi marido y de mi hija.- Afirmó palpándose
su hinchado vientre para sollozar. – Los dos son inocentes, te prometo que
mantendré mi palabra. Seré una buena madre y una buena esposa durante el tiempo
que me permitas pasar a su lado. Deja que pueda darles todo mi amor…lo único
que te pido es que tengan un buen recuerdo de mí y que les protejas cuando yo no
esté.
Acabó
de elevar su plegaria y se enjugó las lágrimas. Era increíble como sufría y
sentía aquellos remordimientos respecto de cosas que, cuando era una despiadada
capitana de la horda, no pasarían de haberla hecho sonreír divertida. Se
horrorizaba de su forma de ser en aquella otra vida y muchas veces musitaba.
-¡Oh, Señor! ¿Cómo
podría compensar tantos siglos de maldad en tan poco tiempo? ¡Ojalá pudiera borrar
quién fui y todo lo que hice!
Y
continuó con las tareas domésticas a fin de tratar de olvidar aquello, cuando
Robert volvió le recibió con un beso y él la abrazó con cuidado. Charlaron de
las cosas sucedidas durante el día, si bien ella se guardó de confesarle nada
de aquellas tribulaciones que la asaltaban. Ante él siempre se mostraba jovial y
cariñosa. Pero todos los días rezaba suplicando el perdón para ella y sus
muchos pecados. Esforzándose siempre por ser alegre y apoyar a su marido. Así pasaron
los días y al fin, tal y como les dijera esa anciana. ILaya tuvo una niña. Pese
a que Robert hubo temido que el parto tuviera complicaciones o que su hija
pudiese nacer de forma extraña, nada de eso se produjo. Todo fue tan normal y
corriente como cualquier nacimiento humano típico. Ni tan siquiera precisó de
epidural para sorpresa de los médicos. Apenas sí se quejó cuando finalmente el
ginecólogo le pidió.
-Ya puedo ver
la cabeza, empuje ahora…
Disciplinadamente lo hizo. Aunque en
esta ocasión no fue como en esos partos que tuvo en el Infierno, cuando lo
único que quería era verse libre de aquella carga. Ahora sentía una gran
emoción y el deseo de que todo fuera bien…lo mismo que Robert que aferraba una
de las manos de su esposa entre las suyas, sin parar de animarla con patente nerviosismo
y alegría.
-Ya casi está
cariño…un poco más…
-¡Aquí llega!-
Exclamó el médico
A los pocos instantes el doctor elevó una
pequeña forma unida por el cordón umbilical. Tomando al bebé de una pierna le dio
dos ligeros golpecitos en el glúteo y enseguida pudo escucharse un fuerte
llanto…
-¡Es una niña,
y es preciosa! – Pudo decir Robert entre lágrimas de felicidad.-
ILaya
lloraba su vez de alivio y de felicidad.
Enseguida lavaron a la pequeña envolviéndola en una sábana y colocándola entre
los brazos de su madre. La anteriormente fiera diablesa se sentía perfectamente,
llena de júbilo y con gran emoción acariciaba esa pequeña carita. El bebé solo
mantenía los ojos cerrados abriendo su boquita. Los médicos dejaron por un
momento a la pareja...
-Es tan
bonita.- Decía ella con patente orgullo al ver esa cabecita cubierta de un
negro cabello.-
-Sí, es
preciosa como su madre.- Afirmó Robert que añadió con cierta dosis de
sorpresa.- Y es totalmente normal…
ILaya sonrió divertida al oír aquello
comentándole con su marido.
-¿Qué te
esperabas? ¿Un bebé con cuernos y rabo?
Y ante la cara de pasmo de él, no
pudo evitar reír…finalmente Robert pudo musitar algo azorado pero desde luego
muy feliz. Tomó a su hija en brazos para depositarla en una cuna cercana en
tanto admitía.
-Algún miedo
tenía, no sé, de que levitase en la cuna o cosas así.-
- Nosotros
tenemos la capacidad de asimilarnos a los humanos en muchas cosas. – Le contó
su mujer.- Una de ellas es en la reproducción. Además, nuestra hija es una
híbrida y créeme, no es el primer caso de la historia. Es parecido a esa
película que me trajiste hace tiempo. La del bebé de…
-¿Rosemary?-
Completó él.-
-Sí, eso es.- Asintió
su contertulia, que, en esta ocasión no se reía, por el contrario declaró con
un tono más serio.- Aquella vez que fuimos al cine me reí bastante. Pero cuando
vi esta otra película, debo reconocer que me recordó a mis congéneres y algunas
de sus costumbres. Es como si uno de nosotros la hubiera escrito. Eso sí que
realmente me dio miedo…
Robert
la observó con gesto preocupado, ella que se percató sonrió enseguida para
afirmar.
-No temas. Yo
cuidaré bien de nuestra hija. Será una niña normal. Quizás pudiera tener alguna
herencia mía, pero le explicaré como debe afrontar cualquier situación que se
le pueda presentar.
- Estoy seguro
de que nadie será mejor madre que tú. – Declaró su esposo estrechando una mano
de ella entre las suyas.-
-No, Robert.
Espero ser digna de ella y de ti. Porque ahora tengo que confesarte algo. Es
algo realmente horroroso. - Suspiró ella presta a cumplir con su palabra.- Y no
sé si podrás perdonarme…
Y ante la atenta mirada de su esposo
se atrevió a repetir lo que ya le desvelase al padre Honer. Su marido quedó
igual de impactado, aunque tras rehacerse pudo decir…
-El padre te
dio la absolución. Dios te ha perdonado por eso. Y yo supe perfectamente quién
eras cuando te pedí en matrimonio. Siempre supuse que habrías hecho cosas
terribles. Como esas o incluso peores. Pero ya no eres una súcubos. Ahora eres
mi mujer y la madre de nuestra hija…Os quiero a las dos más que a nada en este
mundo, y os lo demostraré.- Remachó él.-
ILaya se sintió inmensamente feliz.
Ahora sí que podría disfrutar de su hija y de su esposo sin más remordimientos.
Sin embargo, fue este quien comentó con tono pensativo.
-Y ahora toca
el momento decisivo.-
-¿A qué te
refieres?- Quiso saber la joven.-
-¿Qué nombre
le pondremos? - Preguntó su marido.-
Y
ambos se dedicaron a pensarlo. Tendrían tiempo. Al poco ILaya fue dada de alta
prácticamente sin ninguna señal de haber dado a luz. La pareja volvió a casa y tras reflexionar sobre esa cuestión decidieron
llamarla Sandy. Era el nombre que su madre tendría que haber usado cuando se
presentó. Y el que usó durante su estancia en aquel pueblecito. Añadiéndole
también Ann, como la difunta madre de Robert. Por supuesto que acudieron a
visitar al padre Honer quien les dio la enhorabuena y bautizó a la cría con dos
monaguillos como testigos, sin que, por fortuna, sucediera ningún tipo de hecho
sobrenatural. Así pasaron algunos meses. La niña se desarrollaba bien y era una
preciosidad morena de ojos verdes. La diablesa adoraba a su hija, comprendía
plenamente ahora las emociones humanas y se sentía una de ellos. A raíz de
aquella lectura de cartas y a su pesar también tuvo sueños premonitorios en los
cuales moriría. No sabía exactamente como ni cuando, eso la llenaba de pena y
dolor, no podría ver crecer a su hija, pero lo aceptaba con tal de que ella y
su marido estuvieran a salvo. Nunca se lo dijo a Robert, pero siguiendo aquella
sugerencia que le hiciera el padre Honer, preparó unos escritos donde explicaba
las reacciones y los problemas que la niña podría tener cuando creciera, en
virtud de su naturaleza y como solucionarlos.
-Debo dejar
por escrito todo lo que pueda. Todo lo que recuerdo. - Se decía a sí misma una
y otra vez, en los ratos que tenía para sentarse a solas y escribir.- Bueno…
cómo comenzar…
Y tras meditar un poco sonrió, tomando
un bolígrafo y escribiendo con determinación…
A mi querida hija Sandy Ann. Cuando leas esto
posiblemente ya no esté físicamente contigo, ni con tu padre. Sin embargo, estas
palabras tratarán de condensar todo el amor que siento por vosotros. Y siempre
que las leas, me tendrás ahí, a tu lado…
Le
costó llorar bastante, y puso enorme cuidado en cada palabra que escribía. Poco
a poco fue añadiendo capítulos, narrándole a su hija todas aquellas cosas que
podrían afectarla y cómo enfrentarse a ellas. A parte de eso, ILaya se
esforzaba por seguir su vida normal, tras el permiso por maternidad se
reincorporó a su trabajo. Cuando la cría tuvo un año y medio dejaba a Sandy al
cuidado de una canguro aunque intentaba estar el mayor tiempo posible con ella
y Robert. Y aunque siempre evitaba pensar en su destino, sobre todo delante de
su familia, algunas veces algo se le escapaba, una frase, unas palabras que
extrañaban a su esposo. Una vez, cuando la niña comenzó a gatear, ILaya
comentó.
- Me gustaría
que estos momentos no acabasen nunca. Me daría tanta pena separarme de mi hija.
-¿A qué te
refieres, ILaya? - Le preguntó él con gesto divertido para comentar jocoso. - ¡Todavía no ha
empezado a gatear y ya te preocupas porque se independice!
Ella sonrió para ocultar su tristeza,
no quería pensar en eso, tenía a su hija ahí y ahora y debía disfrutar al
máximo del tiempo que estuviese a su lado. Si había algo que aprendió de los humanos
enseguida fue eso, la vida es efímera y se debe aprovechar. Repuso entonces de
forma más seria ante la mirada algo extrañada de su marido.
- Hay tantas
cosas que quiero enseñarle a nuestra hija, tantos problemas que podría ella
tener cuando crezca, no quiero dejarla sin mis consejos.
- Como tú
misma me dijiste cuando nació. Ya se los darás cuando sea mayor,- contestó Robert
quitándole importancia.- Algún día, cuando tenga edad para entenderlo, le
diremos como es ella y de quien desciende para que no tenga dudas, ¿eso es lo que
te preocupa?...
- Algo así,-
mintió su contertulia que quiso saber también al hilo de esa cuestión que también
era inquietante. - Cuando le digas que su madre es una diablesa, ¿cómo se lo
tomará?...
- Ya lo
sabremos. - Sonrió Robert alentándola con su incombustible optimismo - y se lo
dirás tú, tienes que ser valiente. Como lo fuiste conmigo. No vas a escurrir el
bulto en eso, cariño. Y tampoco cuando nos pregunte por como nacen los niños.
Aquello no le pareció tan importante
a la joven. A fin de cuentas cuando la niña fuera mayor sus instintos la
guiarían en ese tema. Eso sí, con la adecuada lectura de lo que ella le habría
dejado a modo de consejos para controlar su ansia por el apareamiento.
-Cuando
alcance la pubertad, a buen seguro que su deseo se despertará. Y es el momento
más complicado, somos demasiado jóvenes para controlarlos adecuadamente. ¡Si
tan solo pudiera estar ahí entonces, para guiarla!- Pensó.-
Entonces
la cría se acercó con un gateo vacilante hasta su madre. ILaya la levantó en
brazos y la cubrió de besos. ¡Cuanto le asombraba sorprenderse a sí misma siendo
tan humana!
- Mi vida-
dijo ella con dulzura a la niña que hacía unas graciosas muecas con su boquita.
- Te quiero más que a nada en el mundo.
-¿Y para mí no
hay nada? - Sonrió Robert añadiendo con humor, - voy a ponerme celoso...
ILaya sonrió y se abrazó a él y a la
niña. ¡Como deseaba no soltarles nunca, que el tiempo no pasase! pero
transcurría cada vez más deprisa. Durante ese intervalo hubo incluso momentos
de peligro. Pero no solamente para ellos, sino para todo el planeta.
-No sé.- Pudo
decir la diablesa una de esas veces, charlando con su esposo cuando como cualquier
familia normal tuvieron que ir a un refugio.- Siento que hay poderes enormes
que tratan de destruir este planeta.
-¿Demonios? No puede ser.- Repuso él lleno de incredulidad.-
-No, no son
demonios.- Contestó ILaya que mecía a su dormida hija entre sus brazos en tanto
trataba de explicarse.- Son otros seres. Percibo que algunos son nobles y otros
malvados.
-En las
noticias nos advirtieron de algo así como de una emergencia antes de ordenar la
evacuación. Y creo que salió el guerrero dorado. Le filmaron volando junto con
otros más. ¡Todos brillando de ese color!- Recordó Robert.-
-Sí, y las
justicieras también.- Añadió su esposa, suspirando para decir.- Quizás si yo
fuera en su ayuda…
-No digas tonterías.-
Se molestó su marido agregando con visible temor.- Tú ya no eres quien fuiste.
Ahora tienes una hija y una familia. Déjaselo a ellos. Sabrán que hacer.
-Sí, confío en
que protegerán a la Humanidad.- Admitió la joven dándose cuenta del temor que
embargaba a su esposo.- Son realmente excepcionales. Aunque sus enemigos son
también poderosos. Muchísimo más que yo. Lo siento Robert, no quise asustarte.
Sé que mi lugar está vuestro lado. Pero a veces me gustaría poder tener ocasión
de enmendar el parte todo el daño que hice.
Y es que en una ocasión sintió como
si su destino pudiera haberse visto alterado. Quizás podría sobrevivir, pero
intuyó que el coste habría sido tan terrible para el planeta entero que era
mejor que las cosas discurriesen como esa adivina le profetizó. Al verla así,
perdida en sus pensamientos, y tomándolo por otra cosa, Robert le dijo
visiblemente inquieto.
-No debes
sentirte responsable. Tú ya haces todo lo que puedes cuando estás conmigo y con
Sandy. Por eso te suplico que no te arriesgues.- Insistió él.-
Su
interlocutora asintió. Mejor dejar aquel asunto. Por fortuna esa crisis y otras
fueron superadas. Y el tiempo siguió su transcurso. Cuando la pequeña Sandy
cumplió los tres años sus padres la llevaron a una guardería católica que el
padre Honer le recomendó. Un día, la diablesa recogía a su hija y la llevaba de
la mano por la calle. La niña era muy despierta e inteligente, para su corta
edad hablaba ya muy bien. ILaya miraba sonriente y orgullosamente a su pequeña
que le devolvió ese gesto, dando unos pequeños saltitos para caminar. Tras un
ratito más las dos se sentaron en un banco del parque. La cría dejaba colgar
sus piernecitas y se movía algo, su madre tras colocarla bien sentada, le
preguntó con cariñoso tono.
-¿Qué os han
contado hoy en la guardería, Sandy?...
- Mami, ¡hoy
nos han contado un cuento de angelitos!- Exclamó la pequeña. -
-¿Ah sí? -
Sonrió ILaya queriendo saber con interés. - ¿Y qué os han dicho sobre ellos,
cariño?...
- Que tenemos
un angelito que nos cuida, el ángel de la “guada”, y que “sempre etá “junto a
nosotros. Me han dicho que cuando me duerma le rece, ¿me “ayudaás”?...
- Claro. Esta
noche rezaremos a tu ángel de la Guarda.- Le prometió su interlocutora. -
- Pero dicen
que es invisible, ¿tú has visto al tuyo, mami? - Preguntó Sandy con candidez. -
- No tesoro,
pero sé que está ahí, junto a mí y sé que el tuyo está también contigo...-Le
aseguró su madre con ternura. -
-Yo “tambén” -
sonrió la niña,- sé que me cuida. Y no dejará que venga el “dablo” malo a
llevarnos.-
ILaya
sintió un escalofrío entonces. Por un instante la mención de ese nombre en
labios de su hija le trajo de vuelta los fantasmas del pasado, pero enseguida
se rehízo.
-¿Quién te ha
dicho eso mi vida? - Quiso saber disimulando su resquemor. -
- La “señoita”
dice que el “dablo” nos quiere llevar pero que nuestro ángel de la “Guada” nos
“potege.”
Ella tomó a su hija en brazos y la
apretó fuertemente contra su pecho, asegurándola en tanto dominaba su propio
desasosiego al recordar su doloroso y terrible pasado.
- Es verdad
cariño, pero tú siempre estarás a salvo. Ni tu ángel, ni papá, ni yo,
permitiremos nunca que el demonio venga a por ti.
-¿Y cómo es el
demonio, mamá? - Preguntó Sandy con curiosidad en tanto la miraba con sus
verdes ojos muy abiertos. - ¿Rojo y con “cuenos” y rabo?...
Aunque ahora ILaya se rio, la imagen
que los humanos tenían del Señor de las Tinieblas como la de un demonio del
segundo círculo le hacía gracia. Cuando, ni ella misma sabía como podría ser.
No obstante, contestó a la cría con expresión divertida.
- Algo así,
debe ser algo así...- la dejó en el
suelo y se levantó.-
Prosiguieron
su camino y de la mano la llevó hasta casa. Por la noche la enseñó a rezar al
ángel de la guarda, como Robert le enseñó a hacerlo a ella por si algún día
tenía que contárselo a la niña.
-¡Ojalá yo
tuviese un ángel! - Musitó ILaya entristecida mientras contemplaba dormir a su
hija que en sueños, sonreía. Entonces ella hizo lo propio y más animada agregó
mesando el pelo de la pequeña. – Sí que lo tengo, te tengo a ti.
Dejando al fin dormir a la cría en
su habitación se dirigió a su propio dormitorio y se acostó junto a Robert que
la abrazó.
-Me ha
preguntado si he visto algún ángel.- Suspiró contándole aquella conversación
que mantuviese con la pequeña a la vuelta del colegio.-
-Tú eres un
ángel – le sonrió él.-
-Un ángel
caído para ser exactos. - Replicó ella con una mueca de amargo humor.-
-Tú ya no
tienes nada que ver con ellos. Y recuerda que lo dijiste, cuando fueron
reclamados a retornar al Infierno fuiste capaz de permanecer aquí. Eso
demuestra sin lugar a dudas que ya no eres de esa especie. – Rebatió Robert.-
- Eso quiero
creer, eso anhelo. - Le confesó ILaya agregando.- ¡Ojalá que nunca vuelva a
encontrarme con ninguno de mis antiguos camaradas!
Su esposo la besó con suavidad y ya no dijeron
nada más, al fin se durmieron. Era curioso pero a medida que pasaba el tiempo
le daba la impresión de irlo necesitando, como si fuese agotándose.
-Quizás Robert
tenga razón después de todo, y mi propia biología esté cambiando.- Quería
creer.-
Y
es que hacía tiempo que era capaz de dormir, incluso de soñar como los humanos.
Y esas pesadillas sobre su propio fin parecían haber desaparecido. Quizás
hubiese esperanza después de todo y esos malos presagios no se cumplieran. Pero
aquellos sueños fueron reemplazados por otros. Eran como visiones, ILaya
aparecía vestida con una túnica blanca y podía ver, como si mirase a través de
un agujero entre unas nubes, a varias mujeres que iban uniformadas de justicieras…
-¡Son ellas!
Si pudiera hablarlas… les diría muchas cosas…les diría que quiero ayudarlas.-
Repetía mientras las observaba luchar contra seres realmente extraños.-
Una de ellas era muy alta y de pelo
rubio casi dorado. Otra morena y de pelo rizado. Una tercera de pelo cobrizo y
la otra restante con el cabello castaño claro. Sin embargo, ella no recordaba
así a aquellas dos a las que viera hacía años, cuando todavía trabajaba para la
secta. Quizás el alumbrado nocturno la había engañado entonces. No obstante, la
visión cambió y pudo ver a la justiciera de pelo rubio acompañada de una chica más,
de largo cabello moreno y unos ojos verdes tras el antifaz que corría a
enfrentarse contra un raro individuo, en un entorno caótico de disparos de
ráfagas de rayos y explosiones…parecía estar en una ciudad devastada en medio
de una batalla.
-¡Espera!- Le
pidió ILaya pero fue en vano. Esa joven morena no parecía oírla.- ¡Ten cuidado!
– Le chilló.-
La muchacha se detuvo entonces y
justo en ese instante un rayo de energía pasó a su lado estrellándose contra la
fachada de una casa. Esa joven se parapetó entonces tras una pared medio
derruida y lo que era más extraño…tampoco vestía como las justicieras aunque sabía
combatir muy bien. Por todo uniforme llevaba una simple mascara que la cubría
la cara….
-Me resultas
tan familiar…¿Quién eres?- Preguntó ILaya sin que esa joven la escuchase.-
Un destello la cegó, abrió los ojos
de mala gana para encontrarse acostada, junto con Robert. Poco a poco regresó a
la realidad. ¿Qué significaban esos sueños? ¿Serían premoniciones?...En
cualquier caso ella no aparecía. El llanto de su hija la sacó de esos
pensamientos…
-Será mejor
que me levante. Debí despertar a Sandy.- Pensó.- A ver cariño…Ya está aquí
mamá…
Se
aproximó a la pequeña camita que tenían en el dormitorio. Allí acostaba a su
hija. Tras sentarse en una esquina acarició el cabello azabache de la pequeña y
le susurró con ternura.
-Todo va bien
mi amor…Duérmete…
La cría la miró con esos ojos tan hermosos
de color albahaca. ILaya la acunó en su regazo hasta que finalmente su hija se
durmió y ella le susurró con ternura…
-Eso es, sueña
con esos angelitos tuyos y no tengas miedo. Jamás dejaré que nada malo te suceda,
mi amor…
Así los días fueron pasando y tras ellos los
meses. La familia se asentó en su nuevo hogar. Sandy cumplió los cuatro años y
llegó la Navidad. Una ILaya vestida como cualquier madre humana, con un jersey
de cuello alto, falda larga y con un delantal de cocina en el que se dibujaba
una gran tetera sonriente, la enseñó a decorar el árbol. Ella misma a veces se
miraba en el espejo y hasta llegaba a dudar si habría sido una diablesa alguna
vez. Sobre todo al mirar a su hija, a la que adoraba y que parecía impaciente por poner los adornos. De
modo que le dijo.
- Sandy, cariño. Ven a ayudar a
mamá a poner los adornos del árbol...
- Sí, mami,- repuso la cría que
dejó de pegar su pequeña nariz al frío cristal y corrió al lado de su madre
para pedir a su vez. -”Yo quero pone la estella”...
- Muy bien - sonrió ILaya
complaciente con su hija. - Claro que sí, pero, primero hay que colocar los
otros adornos. Mira - sacó una gran caja que contenía toda suerte de bolitas,
largas cadenitas de papeles de colores y muñequitos de renos y hombres de nieve
y explicó. - Mira cielo, mientras yo pongo las luces, tú coloca las cadenitas.
- ¡Siii!,- chilló la pequeña con
insistente entusiasmo -...”pon muchas luces, de esas que billan y se encenden y
apagan”.
ILaya asintió divertida y se dispuso a poner el juego de bombillitas. La cría
por su parte, se afanaba a colocar cadenitas de papeles de muchos colores, los
hacinaba en el centro y su madre le recomendó que los separase un poquito más
para que llenasen todo el árbol. Sandy se quejó pretextando que ella no llegaba
arriba del todo e ILaya, con una sonrisa enternecida, la aupó. La niña pudo así
recorrer todo el árbol. Después, colocó las bolas y los muñecos. Entonces,
cuando estaba admirando su trabajo, la puerta de casa se abrió y vio entrar a
su padre.
- ¡”Papi… mía que árbol tan
boito”! - exclamó señalándolo con insistencia. -
- ¡Es precioso, cariño! - Repuso
Robert que, dándole un beso a ILaya, levantó a Sandy en brazos una vez dejó en
el suelo un paquete que traía. -
-¿Qué llevas ahí, papi? -
Inquirió la chiquilla con curiosidad. -
- Son dulces de Navidad, nena,-
le respondió su padre - para después de la cena...
-“Yo quero uno” - pidió la cría
con muchas ganas. -
- Cariño.- Terció su madre con un
tono condescendiente para recordarle. - Papá te ha dicho que son para después
de cenar, si eres buena y te lo comes todo, te dará más de uno.
-¿”Me lo pometes, papi”?..- le
preguntó Sandy poniendo unos ojillos arrobados. -
-¡Claro que sí, mi niña!,-
aseguro su padre a la vez que la hacía reír con unas cosquillas. -
Robert dejó a su hija en el suelo y ésta se percató de que faltaba la estrella
en la punta del árbol...
- Mami,” ¡la estella, se nos ha
olvidado la estella!,”- apremió Sandy. -
- Ahora mismo lo arreglamos.-
Sonrió ILaya que se hizo con una gran y plateada estrella y se la dio. - Aquí
tienes, ahora te subiré y la pones, pero en el centro ¿eh?
La pequeña Sandy asintió y una vez su madre la hubo levantado ella colocó la
estrella ante la mirada de aprobación de sus padres. Cuando ILaya la bajó al
suelo, la entusiasmada cría dio palmas muy contenta observando su obra.
-“¡Qué bien ha queado!!” ¿A qué
es el mejó ábol de Navidad del mundo y de todas las casas”?.- Preguntó a sus
padres que hablaban entre ellos y no la escuchaban. Sandy insistió y tiró de la
falda de su madre para que esta la mirase. - ¡Mami, papi, miad el ábol! - les
pidió con la urgencia típica de los niños que quieren que sus padres vean lo
que acaban de hacer. – ¡Miad!
- Es el árbol de Navidad más
bonito que he visto nunca... ¿verdad “papá”?,- le dijo ILaya a Robert
sonriendo. -
- ¡Claro que sí!,- convino éste
divertido para dirigirse a la niña con cariñosa jovialidad. - Mi pequeñina sabe
poner mejor que nadie la estrella...- levantó a su hija y la besó en la mejilla
mientras la cría reía muy contenta. -...
- Anda vamos a
cenar.- Le indicó ILaya a la niña.-
Y tras dirigirla a que se lavase las
manos, Robert se encargó de terminar de prepararlo todo. A él se le daba la
cocina mucho mejor que a su esposa. ILaya por su parte no había aprendido a
cocinar gran cosa. Siendo diablesa o se lo comía crudo o lo quemaba a su gusto
con un rayo de energía. No obstante, como humana pudo disfrutar de una mayor
variedad y mejores platos. Pensaba en eso mientras sonreía al ver a su pequeña
tomar una cuchara y comerse la sopa que había de primero.
-Está mu
güeno.- Alabó Sandy.-
-Sí, papá cocina
muy bien.- Le dijo la diablesa.-
-¡Vosotras que
me queréis mucho!.- Se rio Robert.-
Tras la carne de segundo, y
cumpliendo su palabra, Robert trajo esos dulces, que Sandy le pidiera y la niña
se comió dos de ellos ante la divertida y tierna mirada de sus padres. Aprovechando que la cría estaba absorta con
ellos, ambos se levantaron para ir quitando los platos y en la cocina, ILaya le
preguntó.
-¿Lo tienes?
-Sí, claro.-
Asintió Robert.-
-Me alegro, desde
que pasamos y lo vio en el escaparate no ha dejado de hablarme de él.- Sonrió
su esposa.- Ya no sabía que inventar para que no insistiera.
-Pues casi me
pilla cuando entré en casa.- Le susurró su marido.-
-Ya me di
cuenta, tuviste que decirle que eran los dulces que habíamos comprado ayer.
-Por suerte
solamente vio el envoltorio. Antes de ponérselo a Sandy lo cambiaré.- Le
explicó Robert.-
-La distraeré
un momento.- Se ofreció ILaya.-
Así lo hicieron, la diablesa llevó a
su hija al baño con la excusa de limpiarla un poco. Pretexto perfecto dado que
la niña, en efecto algo se había manchado. Entre tanto Robert hizo las
operaciones pertinente y cuando ILaya regresó con la niña él se dirigió a la
pequeña y le dijo.
- Ahora
tenemos que dar gracias, hija…
-¿Por qué? -
Preguntó Sandy curiosa. -
-Tenemos que
dar gracias a Dios por estar todos juntos. - Repuso Robert con una sonrisa llena de afecto hacia la niña. – Y por todo
lo que tenemos.
- Sí,- asintió
su esposa con el reconocimiento llenando su voz. - Tenemos que darle muchas
gracias por habernos permitido ser tan felices.
Y
una vez lo hicieron, todos en oración, con la pequeña entrelazando sus pequeñas
manos de una forma que enternecía a sus padres, ILaya le dijo cariñosamente a
la cría.
- Ahora Sandy
ve al árbol, seguro que hay alguna cosa para ti.
La niña saltó corriendo hacia allí,
enseguida vio el paquete al que Robert había cambiado el envoltorio para que la
pequeña no sospechase. Lo abrió con mucha rapidez y sacó de él un gran oso de
peluche amarillo con unas mini alitas blancas en la espalda y un corazón rojo, cercano
a su barriga. La niña lo levantó muy contenta.
-¡Bien! ¡Papi,
mami! ¡Mirad lo que me ha traído papá Noel! - Exclamaba Sandy que agitaba al oso ante la sonrisa complacida de Robert e ILaya.- ¡Es él!…
Ambos esposos se miraron divertidos.
La cría había estado en efecto hablando de cómo la miraba ese osito desde aquel
escaparate en la tienda. Ella dedujo que estaba muy solito y quería una amiga
para jugar, amiga que casualmente era ella, claro. ILaya le contó esto a su
marido hacía unos días y él en cuanto pudo se acercó a esa tienda. Eso fue al
salir del trabajo hoy mismo, sabiendo que al día siguiente cerraban por
festivo. Por fortuna en esas fechas los comercios aguantaban abiertos un poco
más para que la gente hiciera las compras de regalos navideños. Por él supuesto
compró el peluche y se ocupó de llevarlo a casa convenientemente envuelto para
no levantar sospechas. Así le sorprendió su hija cuando vino. Ahora Sandy se
abrazaba a su nuevo juguete con visible alegría.
- Bueno. Pues
ahora tienes que irte a dormir con tu nuevo amigo. - Le dijo su sonriente madre.
-
Sandy asintió pidiéndole
esperanzadamente.
-¿Me llevas?..
- Claro mi amor.-
Sonrió nuevamente ésta.-
Y
tomándola en brazos se dirigieron hacia el dormitorio ante la expresión de
felicidad de la niña y la cara sonriente de Robert que no perdió ocasión de fotografiar
a su mujer y a su hija con aquel gracioso peluche.
-A ver mirad
aquí y sonreíd.- Les pidió absolutamente encantado con esa estampa.-
E hizo varias fotos, una con ILaya
sosteniendo en brazos a Sandy que a su vez agarraba al peluche, y otra con la
niña de pie, con el oso entre sus bracitos y su orgullosa madre en cuclillas
juntando su cabeza a la de la cría en tanto ambas esbozaban unas grandes
sonrisas. Al fin el matrimonio acostó a la niña dándola las buenas noches.
-Papá, mamá.
Le voy a llamar Alitas.- Dictaminó la pequeña.-
-Es un nombre
muy bonito.- Sonrió Robert.-
-Él dice que
se llama así.- Sentenció la pequeña.-
-Sí, le va
perfectamente, mi amor.- Convino ILaya.- Ahora a dormir…
Y
Sandy se quedó dormida enseguida abrazada a su osito. Estaba muy cansada pero
lucía una expresión feliz. Su madre mesó el pelo sedoso de la cría con mucha
ternura y le dio un beso en la mejilla, lo mismo hizo su esposo. Después, ella
y Robert fueron a la cocina.
-Oye.- Le
preguntó él a su mujer, con tono algo inquieto.- Eso de que el oso le haya
dicho algo a nuestra hija… ¡No será que ella ha percibido a algún ente que lo
habite!
Su interlocutora le miró con los
ojos muy abiertos y luego se rio. Enseguida negó con la cabeza y rebatió.
-¡Eso se llama
imaginación! Al parecer los niños humanos tienen mucha. Y me alegra que nuestra
hija también la posea. No te preocupes. Ese osito es exactamente lo que parece,
un muñeco de tela y algodón. Y puedo asegurarte que no le he oído hablar. Ni
siento nada malo en él.
-Bueno, eso
está mejor.- Suspiró Robert sintiéndose algo tonto ahora.-
De todos modos, con lo que había
visto y vivido en los últimos años no estaba de más ser precavido.
- Haré un poco
de café.- Propuso entonces ILaya. -
- Es una buena
idea - asintió su esposo que propuso. - Podemos tomarnos una taza y charlar un
poco antes de ir a dormir. Mañana es fiesta de todos modos. No hay que
madrugar.
-¿Sabes
Robert? - Le dijo ella mientras trataba en vano de encender el fuego de la
cocina con un mechero. - Ésta es mi época favorita.
-¿La Navidad?-
inquirió éste. -
- Sí - asintió
la diablesa. - Es cuando más amor se da y se recibe. ¡Es algo tan hermoso!
-¿Cómo pasabais
las Navidades allí…? - Quiso saber Robert que, hasta entonces no había pensado
en ello, añadiendo con evidente tino. - No creo que las celebraseis
precisamente.
ILaya se rio, ¡por supuesto que no!
para responder a continuación con más seriedad.
- No, desde
luego que no era eso precisamente lo que hacíamos. Para la mayoría de nosotros
no era una fecha que significase nada. Únicamente lo notaban aquellos de los
nuestros que iban a la Tierra.
Cansada
de que el mechero fallase, ella misma emitió una pequeña chispa de energía que
encendió el fuego y agregó.
- Sus poderes
y sus fuerzas disminuían mucho, pues es una época en la que el Creador parece
estar más cerca de sus criaturas. O quizás sea por la cantidad de energía positiva
que mucha gente libera, sobre todo los niños.- Afirmó pensando en su pequeña
para añadir.- A nuestros superiores no
les gustaba en absoluto aparecer en este mundo por estas fechas. Aunque, el que
conseguía cumplir alguna misión en ellas tenía consideración especial. Yo misma
quise probar fortuna alguna vez, pensando que podría ascender si realizaba
alguna proeza, no me dieron ocasión y ahora me alegro. Cuando pienso en mí
antes, me asombro y me espanto de lo malvada y estúpida que era. – Remató con
remordimiento. -
- No, lo que
ocurría es que tú no conocías la verdad de las cosas.- Se apresuró a decir Robert
para reconocer a su vez. - Yo tampoco pensaba que un demonio o una diablesa
pudieran tener buen corazón.
- Nuestra vida
en la región del tercer círculo en la que vivía no era tan distinta de la vuestra,
al menos en cuanto a apariencias, teníamos nuestras casas y nuestros trabajos.
- Le reveló su esposa agregando con tono reflexivo. - Más allá de ahí, no
podría decirte, pero si hubieras visto el lugar en el que yo vivía, hasta te
habría parecido una ciudad normal.
-¿Y no sabías
que había más allá? - Inquirió Robert atónito. -
-No.- Negó
ILaya sirviendo el café ya hecho en dos tazas, en tanto ambos se sentaban en el
comedor. - Ni se podía ir a los círculos siguientes, eso sólo era posible ascendiendo
o con un permiso especial. Solamente escuchábamos algunas historias sobre los
círculos superiores que incluso a veces lograban infundirnos pavor a los mismos
demonios. ¡Créelo Robert!, en el averno hay muchos mundos distintos que conviven
más o menos aisladamente unos de otros. Para mí la mayor parte del infierno es
tan desconocida como lo pueda ser para ti mismo. Y por lo que parece a medida
que vas traspasando los límites y te adentras en círculos superiores, todo es
más extraño… Al menos eso nos contaban los pocos que alguna vez hicieron esos
viajes…y retornaron…
Su esposo asintió sorprendido, ILaya
le contó algunas cosas más y ya tarde se acostaron. No queriendo pensar en eso,
ni en la profecía que se cernía contra ella, sino en la vida que tenían los dos
juntos con su pequeña, logró al final dormir. Aunque esa misma noche ella tuvo
otro extraño sueño…
-¿Eres tú de
verdad?.- Musitó estando dormida.-…
Durante
aquellos años Hux había logrado reinsertarse en una vida aparentemente normal.
Pero pronto estableció contacto con algunos sectarios que sobrevivieron a la
derrota. Estaban desengañados y amargados en su mayoría, lo mismo que él. Todas
las promesas de gloria, poder e incluso eterna juventud que sus maestros
avernales les hicieran quedaron en nada ante la aniquilación de muchos de ellos
y de sus huestes. Y lo que fue peor, de la destrucción del pasillo dimensional
que les podría haber dado acceso a la Tierra. Frustrado como se sentía Finch
deseaba al menos haber tenido la oportunidad de vengarse de esos dos, esa maldita
traidora y ese estúpido Robert Wallance. Aunque con el paso del tiempo les
perdió la pista. No obstante, aquello cambió un día. Cuando uno de sus antiguos
camaradas le reconoció y le ofreció seguirle tras informarle de algo que a Hux
le llenó de nuevas expectativas.
-Estamos
reconstruyendo la Secta del Caos. Todavía somos pocos y no tenemos apenas
poder. Pero invocamos a nuestros maestros que no están aconsejando desde el
inframundo.
-¡Quiero
unirme a vosotros, sí! – Exclamó éste de forma tan teatral que hasta su colega tuvo
que pedirle que se callase. – ¡Si!
-Modérate.- Le
pidió su apurado interlocutor mirando hacia todos los lados.- No estamos solos.
Dado
que estaban en medio de la calle y había gente que le dedicó a Hux una mirada
entre atónita y reprobatoria, tomándole por algún exaltado o loco. Su compañero
entonces le susurró.
-Ven conmigo.
Pero sé cauto. Tendremos que tener mucha paciencia. Aún no es el momento de
actuar. Quizás tengan que pasar años hasta que podamos hacerlo. Y no debemos llamar
la atención bajo ninguna circunstancia.
-Lo comprendo.
No me importa esperar,- afirmó éste con mejor ánimo ahora. –
Su
interlocutor efectivamente le condujo a un lugar apartado del bullicio, una
puerta oculta daba acceso a un gran sótano. Allí, tras observar algunas
precauciones entraron. Más individuos aguardaban, entre ellos dos encapuchados
que parecían ser Maestres. Hux por supuesto dobló la rodilla ante ellos como el
resto. Uno de esos tipos entonces declaró.
-Se bienvenido,
hermano. Supongo que te habrán puesto al corriente de nuestra apurada
situación.
- Sí, señor. –
Pudo replicar éste bajando servilmente la cabeza. –
-Todavía
tendrán que pasar años, pero te prometo que resurgiremos más fuertes que
antaño. Tenemos poderosos aliados y otras maneras de aumentar nuestra fuerza. Y
cuando lo hayamos logrado nos vengaremos de ese maldito Guerrero Dorado y de
sus amigas las Justicieras. – Remachó con tono siniestro y rotundo. –
-Si me lo
permitís. – Se atrevió a declarar Finch. – También yo tengo una cuenta
pendiente con una traidora que vive en este mundo.
Y
ante las miradas de interés del resto Hux les habló de ILaya y de cómo les
había abandonado.
-Mató a una de
las suyas que empezaba a sospechar. Luego desapareció, nunca entregó el compuesto
químico que se le pidió y la última vez que la vi estaba con un científico
llamado Robert Wallance, ese maldito perro hizo que nos traicionase.- Escupió
lleno de odio. –
-Pero, ¡es
imposible! – Opuso el otro maestre afirmando. – Cuando nuestro Señor Satanás
volvió a sus dominios arrastró a todos
los demonios con él. No pudo permanecer aquí.
-Os juro por el
Infierno que era ella.- Sentenció Hux con total decisión. – No sé cómo lo
haría, pero estaba aquí. Con él…
Hubo
murmullos de sorpresa en toda la congregación hasta que uno de los maestres los
acalló, entonces musitó algo a su compañero que asintió. El maestre segundo
replicó.
-Eso es algo
muy interesante. Te ayudaremos a dar con su paradero, si es como tú dices
podrás vengarte. Pero con mucha discreción. Por ahora no nos interesa que se
sepa de nuestra existencia. Y quizás esa traidora hasta pueda decirnos como logró
quedarse, eso podría hacer que nuestros amos retornasen.
Finch
asintió, no podía estar más complacido. De hecho, sus superiores enseguida invocaron
a las potencias infernales que, si bien no podían volver a la Tierra sí que eran
capaces de comunicarse con sus acólitos. También se sorprendieron e hicieron lo
posible para dar con la traidora. Por desgracia para la familia de ILaya no les fue difícil hacerlo…
Ajena a esos acontecimientos de días
antes la diablesa dormía profundamente ahora. Tras acostarse con su esposo.
Estaba cansada, curiosamente tras tanto ajetreo navideño. Se sentía feliz pero
sus sueños tranquilos se vieron de pronto interrumpidos, ante ella apareció el
rostro grave de una congénere a la que reconoció. Ella misma se encontró en medio
del averno, en su círculo de procedencia, pero con su forma humana. Ante sí, la
súcubos que la enfrentaba no era otra sino.
-¡Eres tú! ¡Comandante
Mireya! - Pudo exclamar entre atónita y asustada. –
Esa
diablesa era poderosa, de por sí lo fue más que ella misma cuando todavía era
una súcubos ansiosa de gloria y sedienta de poder. ¡Ahora que ILaya se había
convertido casi en humana su exjefa
sería muchísimo más fuerte!, ¡No tendría ni la menor oportunidad! Pero para su
sorpresa, su antigua comandante la obsequió con una sonrisa y tomó también apariencia
humana, con un pelo de color trigueño y ojos verdes. Para desvelarle.
-Nada debes
temer de mí. Yo no soy tu enemiga, ILaya.
-¿Cómo he vuelto
aquí? - Le preguntó ésta con patente temor. –
-No tengas
miedo, en realidad estamos en tus sueños. No es el Infierno.- Y para probárselo
chaqueó los dedos.-
ILaya
se vio rodeada ahora de las paredes de su casa. Estaba en el cuarto de su hija
y la pequeña dormía tranquila. Fue la comandante de las diablesas la que,
acercándose a su camita, le pasó suavemente la mano por ese negro y sedoso pelo
aunque sin poder tocarla.
-Te lo suplico,
Mireya. - Pudo decir la madre con patente angustia. – Haz de mí lo que quieras
pero no le hagas daño a mi niña.
-Llámame Kelly
ahora. Te repito que no debes temer nada de mí. – Le sonrió su interlocutora
que agrego, ya con el gesto más grave. – Y escúchame bien. Yo pertenezco a la
Quinta Columna. Siempre formé parte de ella.
-¿Tú?- Se
sorprendió su contertulia – Pero… ¿cómo es posible que tú?...
Su antigua superiora se sonrió con picardía
ahora, quizás divertida al ver el efecto que su confesión había producido en ILaya,
aunque enseguida recobró un semblante serio para explicarle.
-Hubo un
tiempo en el que pensé que quizás tendría que matarte. Aquella vez que casi
liquidas a Daila. Pero por fortuna te reclamaron al mundo de los humanos.
Después, cuando supimos en el Infierno lo sucedido… En fin, nadie podía
creerlo, llegaron rumores de que una capitana de la Horda había desertado,
renegando de nuestro Señor Satanás y nuestra reina Lilith y que vivía como una
mortal. La mayoría de nosotros no lo creímos, claro. Pero ahora los mismos
acólitos de la Secta lo han confirmado.
-Pero la secta
fue destruida. – Opuso ILaya con patente temor e incredulidad ahora. –
-La están
tratando de reconstruir. Os queda poco tiempo. Están decididos a encontraros y
vengarse. – Le contó Kelly que también le desveló, para asombro de su
interlocutora. – Hace varias décadas yo misma estuve en la Tierra. Protegí al
chico que luego se ha convertido en el Guerrero Dorado. Quizás si él y las
Justicieras os ayudasen podríais tener una oportunidad.
Ahora los sueños con aquellas guerreras
comenzaban a cobrar sentido. ¡Era eso! Su inconsciente la había estado
advirtiendo.
-Pero. ¿Cómo
haré para contactar con ellos?- Quiso saber ILaya. –
-Por desgracia
no puedo ayudarte ya en eso. El poco poder que me quedaba lo estoy empleando en
introducirme en tu sueño. Y eso porque aún eres en parte una diablesa y
mantienes un pequeño vínculo telepático con los tuyos. De cualquier forma, no
bajes la guardia. Esos humanos son tan crueles como podrían serlo nuestros
congéneres y no tendrán piedad ninguna, ni de ti, ni de tu marido, ni mucho
menos de tu hija.
- ¿Qué puedo
hacer?- Replicó su angustiada contertulia.-
- He tratado
de protegerte desde aquí, como hice con el Guerrero Dorado. Por desgracia mis
fuerzas e influencia se hayan muy limitadas ahora. A pesar de mis esfuerzos han
logrado ir tras vuestra pista. Es cuestión de tiempo que os encuentren…debes…
Entonces
la comandante se interrumpió, miró hacia un lado y otro con gesto nervioso y apenas pudo decir de forma
más atropellada.
-Debo irme, van a localizarme. Adiós ILaya,
celebro que vieras la verdad y te deseo fortuna y felicidad en tu nueva vida.
No olvides lo que te he dicho.
Sin
dar tiempo a su contertulia a replicar desapareció. Ella despertó entonces, se
incorporó de la cama solo para verse envuelta en la oscuridad que era paliada
por las ocasionales luces del alumbrado nocturno que se filtraban por la
persiana. Se levantó de la cama sin hacer ruido. No quería despertar a Robert. De
un cajón que tenía en lo alto de un armario sacó un libro. Allí estaba
escribiendo multitud de notas para su hija. También había dejado un sobre con
dinero. Parte de sus ahorros, por si surgía alguna dificultad. Escribió una
carta a Robert que también guardó allí, con instrucciones.
-Tengo el
terrible presentimiento de que mi destino me alcanzará pronto. Debo tomar
medidas. Ellos deben salvarse.- Suspiró mirando a su dormido esposo.-
Fue
con sigilo hasta la habitación de Sandy. Entre abriendo la puerta pudo verla,
pese a la poca luz, con su excelente vista de diablesa. La niña dormía plácidamente
con expresión feliz abrazada a su osito.
-Nunca permitiré
que te toquen, mi amor. Lucharía hasta contra el propio príncipe de las Tinieblas
si fuera necesario.- Pensó con determinación, después volvió a su habitación a dormir.-
Así
pasó el tiempo. Pese a todo, los meses se sucedieron sin novedad. ILaya parecía
haber olvidado lo que el destino le tenía reservado, quizás eso hubiera
cambiado. Pese a los malos presagios de momento habían pasado años y ella
estaba bien. Esos sectarios parecían haber perdido su rastro. Aunque por fin,
un fatídico día, su sino fue a buscarla. Tenía un turno de tarde y dejó a la
pequeña Sandy al cuidado de Robert que libraba. ILaya se sentía muy dichosa y ya
se comportaba como una humana corriente, sin acordarse de recurrir a sus
poderes que también habían descendido mucho tras su “conversión” Realmente
apenas los echaba de menos, era muy feliz en su nueva vida, pero tanta
felicidad tenía un precio. También había bajado mucho la guardia y no descubrió
que la vigilaban desde hacía días. De modo que, cuando se fue unos encapuchados
entraron en su casa. No les fue difícil. Hux y el resto habían logrado
finalmente averiguar dónde vivían. Pero fueron muy cautelosos. Sabían que
cualquier error les podría costar caro. Aquella diablesa de seguro que seguiría
siendo peligrosa. No se acercaban a ella más que a prudente distancia y
siguieron a Robert cuando él iba a recoger a la cría de la escuela. Con
paciencia y sangre fría, elaboraron meticulosas listas de los horarios de la
familia. No les fue difícil entrar en el piso utilizando una llave maestra
cuando ninguno estaba en casa y solamente tuvieron que aguardar a que el marido
de la traidora volviese con la cría. Él efectivamente llegaba con su hija de la
mano y ajeno a todo abrió la puerta. Nada parecía fuera de lo normal. Tanto era
así que Robert dejó a su hija y él se metió un momento en el baño. Cuando salió
escuchó de pronto un grito de la pequeña. Apenas pudo reaccionar, dos tipos
encapuchados salieron tras del armario y de la habitación contigua y le
sujetaron, otro llevaba agarrada a la niña de un brazo y la apuntaba con un cuchillo y otro
parecía vigilar por la puerta de entrada. Cuando el individuo que retenía a Sandy
se quitó la capucha Robert quedó horrorizado. ¡Era Finch!
-Vaya, ¿Cuánto
tiempo, verdad? ¿Es que no te alegras de verme? - Le saludó éste con sorna. –
Y
sin darle tiempo ni a responder los tipos que le sujetaban la emprendieron a
golpes con él, provocando los gritos de horror de la pequeña…en tanto su
antiguo jefe, sin dejar de reír, volvía a ponerse su capucha exclamando…
-¡Ahora nos
vamos a divertir!
ILaya regresaba a su casa, cansada del largo día.
Iba a tomar el ascensor cuando notó que algo iba mal. Era una extraña
percepción. Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido. Subió con cautela
por las escaleras y pudo escuchar los gritos de su hija. Alarmada tuvo que
recurrir a sus destrezas, aunque le costó concentrarse, pero lo logró y subió agarrándose a la pared y trepando hasta la ventana
para sorprender a quién quiera que fuese. A través de los cristales vio a un
humano encapuchado que sujetaba a la niña mientras que otros dos maltrataban a
Robert, que, atado a una silla, sangraba por los golpes recibidos.
- Te lo
pregunto otra vez.- Espetó un encapuchado con tono amenazador y nada paciente.
- ¿Dónde está esa perra? – Su víctima no respondió. - ¿No quieres hablar?- Chilló
el interrogador furioso, los otros le
golpearon en la cara, la niña lloraba y uno de esos tipo amenazó con regocijo.
- La próxima vez le tocará a tu hija. Ya verás
cómo chillará la mocosa cuando nos ocupemos de ella.
-¡Cobardes!,-
gritó desesperado Robert.- ¡No os atreveréis, es una niña!
-¿Quieres
apostar? - Se burló su interrogador. Todos rieron, el encapuchado sacó una
curvada daga y apuntó a la garganta de la aterrorizada cría. -
ILaya no pudo soportarlo más. Ciega
de ira, entró por la ventana rompiendo los cristales con su apariencia
demoniaca y liquidó a dos encapuchados de dos golpes. Apartó al otro de la cría
y soltó al malherido Robert que se derrumbó en el suelo.
-¡Voy a
mataros a todos! - Siseó ella quitándole la capucha a uno de ellos, para su
sorpresa descubrió que se trataba de Hux y le espetó con furia. - ¡Te lo advertí hace cinco años! ¡Ahora no te
salvarás!...
Pero antes de que pudiera hacer
nada. El encapuchado restante sujetó a la pequeña Sandy y la amenazó con una
afilada daga en el cuello.
-¡Ríndete!,
sólo te queremos a ti...
-¡Mami, mami!
- chillaba desesperada la pequeña. - ¡Tengo miedo! –
La
aterrorizada Sandy tenía la cara bañada por las lágrimas y apenas si podía ver
a su madre transformada, ahora con su auténtica apariencia.
- No te va a
pasar nada, mi vida. – Quiso calmar ILaya a su hija tratando de dominarse para
no asustarla también.- Mamá está aquí…
-Tú a cambio
de la niña,- le propuso otro de sus enemigos afirmando de modo conciliador. –Tenemos
algunas preguntas que hacerte. Si colaboras no os ocurrirá nada.
Su adversaria bajó la guardia a su
pesar diciéndole al encapuchado con una voz normal y más calmada.
- Está bien.
Pero suelta a mi hija.- El sectario pareció
dispuesto a acceder y aflojó el agarre de la pequeña.-
-¿Cómo lo has
hecho?- Inquirió aquel tipo.-
-¿Hacer qué?-
Pudo repetir ella con desconcierto.-
-Permanecer
aquí. – Le aclaró su interlocutor.-
-Pasé por una
ceremonia de renuncia y conversión.- Replicó sinceramente ella, que pudo apenas
esbozar una leve sonrisa alegando.- Casi fui destruida. Si estáis pensando que
los demás puedan regresar a este mundo perdéis el tiempo. Jamás podrían superar
esa prueba si no se arrepienten verdaderamente.
-¿Cómo estás
tan segura?- Espetó el captor de la cría.-
-Para empezar,
no creo que una ducha en agua bendita les agradase demasiado…- Se regocijó
ILaya.-
-¿Te hace
gracia, verdad?- Escupió ese individuo sujetando de nuevo a Sandy con firmeza y
apuntando con el filo del cuchillo a su garganta.- A ver si te ríes de esto…
El gesto de la madre de aquella
desvalida niña se transfiguró. Su esposo estaba recobrando la consciencia tras
una brutal paliza y ella solamente pudo implorar.
-Te lo suplico,
he hecho lo que me has pedido, contesté a tus preguntas. Por favor, haced
conmigo lo que queráis pero dejad y marido y a mi hija… ellos son inocentes…
Y en tanto hablaba preocupada por Sandy ILaya
no advirtió que Hux había empuñado de nuevo su afilada daga. El desesperado
grito de aviso de Robert llegó tarde. Ese tipo atravesó la espalda de su enemiga
que cayó de rodillas al suelo sin poder reprimir una exclamación de terrible
dolor.
-Ya ves. Al
final todo llega. Te juré que me las pagarías y yo cumplo mi palabra. – Le susurró
ese tipo con tono triunfante para añadir de manera falsamente conciliatoria en
tanto se deleitaba viendo la expresión de sufrimiento de la diablesa y la cara
horrorizada de la pequeña y de Robert. – No temas. Tu encantadora niña no
sufrirá ningún daño. Creo que, siendo hija tuya, algún provecho podremos
obtener. ¿Quién sabe? Cuando sea un poco más mayor quizás me complazca de
formas en las que su madre se negó a hacerlo. O puede que la convirtamos en una
leal sierva de nuestro Amo. Para compensar tu traición.
-¡Maldito seas,
bastardo! – Gritó Robert que reuniendo sus escasas fuerzas se levantó y golpeó
con un palo que tenía cerca un sectario muerto al que sujetaba a la niña. –
ILaya se arrastró ayudada por Robert hacia la
puerta de salida, se quitó la daga y se tambaleó, pero, aún se pudo levantar lo
bastante. Hux aterrado, agarró una especie de espada. La malherida diablesa
sólo se preocupaba por su marido y su hija y ya débil por su terrible herida,
tampoco lo advirtió. Le pidió a su esposo con voz temblorosa.
- Pon a salvo
a Sandy y salid de aquí. ¡Por favor! - Gimió presa de un dolor
insoportable. -
- No, te
sacaré de aquí ¡Debes ir al hospital! - Opuso Robert aterrado, tratando de
moverla de allí y tapar la hemorragia que teñía de grana el vestido de su
mujer. -
Por desgracia para ella, una de las
cosas que más había menguado tras su conversión era la capacidad de sanarse. Aquella
puñalada habría inutilizado casi con total seguridad a una diablesa normal
durante varios minutos. Y hubiese matado de seguro a una humana. Ella estaba en
una situación intermedia. Había perdido mucha sangre y no era capaz casi de
sostenerse en pie. No moriría pero necesitaría tiempo para recobrarse. Por
desgracia eso era algo que no tenía. Hux aprovechando el momento, se acercó con
rapidez y clavó su otra arma en el corazón de ILaya. Ésta vomitó sangre pero aún
así, lanzó un fuerte golpe a su agresor que le derribó. Sandy lloraba aterrada aferrada
a su oso y se quería abrazar a su madre que cayó al suelo. La vista de la
diablesa se nublaba, sentía que su final estaba muy cerca, pero aun así pudo
musitar entre jadeos de dolor.
- Robert,
¡saca… a nuestra… hija de… aquí!, no quiero… que… me vea… así. ¡Por favor,
cariño!- Lágrimas caían por su rostro, al igual que por el de su marido. Ella se esforzó por seguir
hablando, sabiendo que le quedaba muy poco con esas heridas, ni siquiera su
capacidad de regeneración podría salvarla ya y pudo balbucir. -Tú....me has…
enseñado… lo que es amar. Estos años… he sido… muy feliz. Más que en…todos… mis
siglos… anteriores… Os quiero, os querré… siempre, esté donde… esté.
-¡Nooo! -
Aulló Robert que desesperadamente trataba otra vez de sacarla de allí.- ¡Vamos!
¡Tienes que resistir!...
Pero
los sectarios que quedaban vivos se empezaban a recuperar. ILaya supo que no
tenía elección. Si esos tipos sobrevivían irían a por su esposo y su niña. Sólo
tenía una última solución… para salvar a sus seres queridos debería sacrificar
su vida y con gusto lo haría, ofreciéndoles así también todo su amor.
- Sálvate… tú
y a… la niña..., ya sabes lo…lo que ocurrirá….cu… cuando yo muera...En mi…
armario, el cajón… de arriba… mis notas…. Guía…guíate por ellas. Te dirán lo
que yo no podré decirte,- añadió haciendo un gran esfuerzo. -
- ¡No morirás!,
te salvaré,- sollozó Robert sintiéndose destrozado y desesperado.-
Pero
ILaya esbozó una tenue sonrisa y negó con la cabeza.
-Ya…me sal...vas…te…cuando…
te… cono...cí. Pero…ahora… No mi amor, ésta… vez tendremos… que separarnos...-
respondió ella con un hilo de voz entrecortada.- ¡Ojalá…. pudiese ver… crecer a
nuestra hija!, cuídala… y sed felices. ¡Por favor! – Le pidió reuniendo toda su
energía, lo que al menos le permitió hablar sin entrecortarse - Déjame… despedirme de ella y cuando te lo
indique… cierra la puerta y alejaos… lo que podáis.
Robert
lloraba sin consuelo pero supo que el tiempo de su esposa se agotaba y que no
había más opción. Acercó a la niña, estaban fuera de la habitación. La pequeña
Sandy lloraba llena de horror al ver así a su madre, pero ILaya le secó las
lágrimas. Tratando de quitarse su propia sangre para no manchar a la pequeña. Y
finalmente hizo un último esfuerzo, mirando a su hija de una forma muy amorosa.
A pesar del horrible dolor que sentía supo mantenerse digna. Como si sus
últimos momentos le hubieran dado de pronto una especie de paz interior y
renovados bríos, reunió sus escasísimas fuerzas y acarició con suavidad el
rostro y el sedoso pelo negro de la niña y susurrándole con voz suave y dulce.
- Mi niña, sé
buena siempre y cuida de papá. Yo os protegeré desde el cielo, recuerda siempre
que te quiero más que a nada en este mundo, siempre, aunque no me veas ahí,
estaré a tu lado. Te lo prometo…
Ojalá fuera verdad y pudiese ir al Cielo, pensaba,
aunque ella fuese una diablesa. Las lágrimas le caían sobre el rostro, pero no
por ella misma sino por tener que abandonar a los seres que más amaba y su borrosa
visión casi le impedía ya ver nada. Pero aun así advirtió que los sectarios se
levantaban dispuestos a rematarla.
- ¡Robert!,-
le llamó con angustia. -
Él le dio la mano un brevísimo instante,
la mirada de ILaya convergió con la de él y aquella fue su despedida. Luego,
usando sus últimas energías vitales, apartó de ella tanto a su esposo como a la
niña y se encerró en ese cuarto. Robert golpeó la puerta presa de la
desesperación pero su mujer le gritó desde dentro.
-¡Vete, vete,
mi amor! No estés triste por mí, sé que algún día nos reuniremos y entonces
seremos eternamente felices.- Él fue incapaz de contestar. Únicamente pudo
llorar y apartar a la cría, cubriéndose junto con ella bajo un sofá. – ¡Os
quiero!…
En
el interior del cuarto. ILaya sacando una fuerza que no creyó todavía tener, se
levantó como pudo mientras Hux le gritó con regocijo.
- ¡Estás
muerta, maldita perra! ¡Por fin vas a volver al infierno con todos los tuyos!...Y
luego nos ocuparemos tu maridito y de tu preciosa hijita…
- No, no lo haréis…
declaró ella con un hilo de voz mientras intentaba avanzar hacia su enemigo, trastabillándose
mientras sentenciaba. - No me iré sola al Infierno. ¡Vosotros vendréis conmigo!
Ahora
su cuerpo temblaba. Sintió que los últimos instantes de su existencia habían
llegado. Se lanzó contra los sectarios con su último soplo de vida. Estos,
aterrados por lo que les iba a suceder, trataron de apartarse pero no pudieron.
ILaya esbozó una última sonrisa de triunfo,
pensando solamente en su hija y su marido y deseando para ellos una vida
feliz y libre de persecución, concentró todo el poder que pudiera quedarle y
estalló suspirando…
-¡Siempre os
amaré!
Parapetados a la salida de la casa Robert
y la niña escucharon una tremenda explosión que destrozó la puerta. Él dejó a la pequeña a cubierto y entró. Los
sectarios estaban muertos y no quedaba nada de ILaya. Sólo la cruz que él le
había regalado cuando se casaron. Se derrumbó y lloró apretando aquel símbolo
entre sus manos. Después, reuniendo todas sus fuerzas, olvidándose de su propio
dolor, preocupándose únicamente por su hija, sacó de allí a la pequeña Sandy
que se había desmayado, la pobre cría estaba rendida. Robert la contemplaba
hundido. En tan solo un instante, toda
su vida, su felicidad y su amor habían sido borrados de aquella forma tan
cruel. Ahora él y su hija estaban solos, pero
en su mente atormentada solamente había una determinación, saldría
adelante y cuidaría de pequeña. Se lo debía a su esposa y sintió que ILaya en
verdad les protegería desde el cielo.
-Algún día. Nos
reuniremos mi amor. Y te sentirás orgullosa de mí y de tu hija. - Pensó tratando
de sobreponerse al dolor.-
Robert no lo pensó más, tras
llevarse todo lo que podía serle de utilidad, se perdió por las calles llevando
a su pequeña en los brazos antes de que el estruendo de toda aquella batalla
atrajese a los vecinos y curiosos. Sin querer volver la vista atrás…
Pero no había terminado todo para ILaya. Murió efectivamente, pero al hacerlo
vio abrirse un largo pasillo ante ella. Las sombras la rodeaban y querían alcanzarla.
Era una terrible sensación de vacío y maldad que amenazaba con arrastrarla.
Ahora estaba aterrorizada. Seguramente que sus pecados y el mal que hizo
durante tantos siglos retornaba para hacer presa en ella por toda la eternidad.
No obstante, quiso afrontar aquello. Lo aceptaba, ese sería su castigo, aunque
tras perder a su marido y a su hija. ¿Qué podría importar ya? Por terribles que
fuesen los tormentos que ella tuviese reservados, no sería peor que haber
tenido que dejar a sus seres queridos.
-Nada pueden
hacerme que me haga sufrir más que eso. Al menos tendré el eterno consuelo de
recordar a mi esposo y a mi niña…
Entonces
sintió a su lado una figura enorme que disipó esas presencias malignas. Cuando
supo quién era se estremeció de un terror sobrenatural. No podía ni mirarlo a
la cara, era una presencia demasiado terrible. Había oído cosas sobre él en el
averno. Testimonios que hablaban sobre esa figura que era respetada y temida
incluso por los demonios más poderosos.
- Tú eres Azrael,
¡el Ángel de la Muerte! Vienes a castigarme por mis pecados, lo sé. Soy un ser
de los infiernos. Estoy lista para ello. Regresaré a pagar por mis maldades -
Dijo reuniendo todo su valor. -
Sin embargo, aquella figura pareció
sonreír y eso llevó la paz al alma de la diablesa. Entonces Azrael declaró con
voz suave que contradecía radicalmente su temible apariencia.
- No, no vengo
a castigarte, sino a acompañarte.
-¿Acompañarme?
¿A dónde? ¿Al Infierno?- Creyó adivinar.-
-Te equivocas ILaya,
mírate y verás como eres ahora. Yo seré tu Ángel de la Guarda de aquí, hasta la
frontera de la Eternidad.
Ella se miró atónita entonces viéndose rodeada
de un resplandor blanco. Vestía una especie de túnica inmaculada que ondeaba
como si fuera agitada por una invisible brisa y sus cabellos eran del mismo
color.
-¿Cómo es
posible que yo brille así?
- Es el brillo
de tu alma inmortal.- Le respondió el Ángel.-
-¿Tengo alma?-
Preguntó atónita y llena de dicha a un tiempo.-
-La ganaste
por tu arrepentimiento.- Le recordó aquel ser de luz.- Ahora toma mi mano.
Aun
asombrada, ella obedeció, Azraél la impulsó entonces hacia la luz. Luego la
soltó, al alejarse llena de asombro y felicidad, ella le preguntó...
-¿Podré ver a
mi hija y a mi marido alguna vez?... ¿estarán a salvo? – Quiso saber.-
Y
es que eso era lo único que la preocupaba lastrándola en su camino hacia el más allá.
- Estarán bien
y tú los verás. Te lo prometo - le respondió el ángel confirmando aquellas
palabras que la adivina le profetizase. -Tu hija está destinada a hacer cosas
muy importantes y aunque vivirá pruebas muy duras, las sabrá superar y logrará
ser feliz. Ahora lo sabrás… Observa...
Y agitando una especie de invisible mano hizo
que ILaya tuviera revelaciones sobre el futuro a medida que se adentró en la
luz, así se liberó de aquella carga. Azrael desapareció de su vista, y ella
ahora estaba ante un resplandor que brillaba inmaculado, pero no le
deslumbraba. Pudo ver una figura que la miraba desde la luz. Entonces supo quién
era y aquella indescriptible manifestación de amor le dijo con una voz llena de
dulzura y cariño que la embargó por completo.
-“Yo soy El
Camino...La Resurrección y La Vida...Ven a mí y vivirás eternamente”....
ILaya se adentró en él muy dichosa,
como nunca creyó que podría serlo. Su marido y su hija efectivamente salieron
adelante. Robert se apoyó en las notas que le dejó. Estaban escritas con tanto
cuidado y amor que en ocasiones parecía que ella misma estaba con ellos. Sandy
creció y su padre le habló de su madre, de cómo la quiso y del sacrificio que
hizo por ellos. Y aunque fue muy duro la ayudó a superar los problemas de su
condición. La niña llegó a ser científica como sus padres, una realmente muy
brillante y su labor fue en efecto muy importante para el futuro. Su padre se
sintió muy orgulloso de ella, e ILaya, tal y como le había prometido el ángel,
y del mismo modo que deseara Robert, lo vio y se sintió también orgullosa y muy
feliz, sabiendo que pronto estarían todos unidos para siempre en esa
maravillosa Eternidad.
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