miércoles, 11 de marzo de 2015

GWHC21. La historia de ILaya y Robert

Era una mañana lluviosa de enero, el doctor Robert Wallance miraba por una de las ventanas de su laboratorio. Afuera hacía un auténtico día de perros. A él le daba igual, no solía salir mucho de su entorno laboral. Desde que rompió con su novia hacía varios meses solamente se dedicaba a su trabajo. Apenas tenía los treinta pero desde luego ahora parecía mayor, con algunas canas surcando ya sus hasta hacía bien poco oscuros cabellos. Algunos amigos, preocupados al verle tan deprimido, le dijeron que debía salir más para olvidarse de aquella mala experiencia. No obstante, él se sentía bien en su trabajo. Por lo menos la rutina de las mezclas, los compuestos químicos y otras tareas habituales que desempeñaba allí le hacían olvidar la tristeza y nunca le decepcionaban. Ahora estaba anotando algunas fórmulas en su cuaderno de pruebas cuando un compañero, de nombre Albert, le dijo según entraba calado hasta los huesos.

-¡Vaya día, Robert!  Dan ganas de poner el hornillo y no salir de aquí.
- Sí, la verdad es que el día no está para un paseo,- convino éste, según terminaba sus notas.   -
-¿Has acabado ya de repasar la composición básica del experimento nueve? - Le inquirió su compañero. -
- Si, ahí lo tienes, lo pasé a máquina ayer mismo.- Afirmó Robert.-

Éste con un gesto de alivio, señaló un portafolio situado sobre una mesita repleta de matraces y tubos de ensayo diseminados en un auténtico caos.

- Desde luego.- Dijo su colega que lo asió con cuidado y lo ojeó. -  ¡Menudo lío que tienes aquí!, si Hux lo ve te va a estar dando la paliza por ser el científico más desordenado del centro...
-Bueno, lo importante es hacer bien mi trabajo ¿no? - Se defendió despreocupadamente Robert, añadiendo con un tono más funcional.  - Además, necesito tener esto a la vista y no guardado en un cajón, luego se me olvida todo o no soy capaz de encontrarlo...es mi caos ordenado.
-Por mí.- Replicó Albert encogiéndose de hombros, para insistirle a modo de amistoso consejo. -Pero yo que tú, al menos lo colocaría mejor.

            Tras asegurarle a su colega que lo haría Robert le dijo que se iba a comer, tenía una hora escasa, aunque le era suficiente. Con un par de sándwiches de la máquina y una botella de agua le bastaba. Daría cuenta de ellos enseguida y retornaría a la quietud de su laboratorio…

-Al menos de ese modo, dejo de pensar en ella.- Se dijo.-

            Y es que su novia de toda la vida le dejó por un cantamañanas atractivo y con mucha labia. En comparación con él Robert era aburrido y a buen seguro en opinión de Judy, su ex, sin muchas posibilidades de futuro. Suspirando resignado únicamente pensó mientras comía.

-Espero que sea feliz con ese tipo.

En ese momento y en otro lugar mucho más sombrío, un sótano de un edificio abandonado, un grupo de encapuchados se reunieron en una oscura y siniestra sesión. Uno de ellos tomó la palabra con aire inquieto.

-Hermanos, el Gran Sabio está muy enfadado. Las cosas no marchan como pensábamos. Ese maldito guerrero dorado y las justicieras nos están creando demasiados problemas. Debemos conseguir resultados...- el resto del grupo aprobó su comentario con un murmullo en tanto su portavoz proseguía. - Me ha ordenado que invoque a una súcubos especial. Más poderosas de las que ya hemos llamado. Así pues preparar las cosas para el ritual.

            Todos los acólitos del encapuchado obedecieron al punto. Hicieron enseguida aquellos siniestros preparativos. Sobre una estrella de cinco puntas encendieron velas de color negro. Tras una serie de invocaciones, cánticos y letanías, una densa niebla cubrió la estancia. En su centro surgieron dos fulgores rojizos. Cuando la neblina se disipó, los encapuchados vieron a la silueta inconfundible de una mujer que había surgido en el centro de la estrella. Era alta, y hermosa, de pelo  y de ojos de un color rojo intenso, centelleantes como el fuego. Esbozó una maligna sonrisa dejando ver un par de afilados colmillos y preguntó con una voz gutural y premiosa.

-¿Para qué me habéis convocado? ¡Hablad!, tengo otras cosas más importantes que hacer...
-Te hemos llamado por orden del Gran Sabio. - Contestó un encapuchado con firmeza añadiendo no sin reproche. - Algunas de tus compañeras han sido eliminadas y eres una de las elegidas para sustituirlas. Esperamos que tú no sufras igual suerte.
- Puedes estar seguro de que no será así. - Aseveró ésta con tono confiado. -
- Dinos tu nombre y grado para saber a quién hemos convocado.- Le inquirió otro de los encapuchados. -
- Soy una súcubos del tercer círculo, de la categoría del conocimiento y la ciencia, capitana de la horda de diablesas, mi nombre es  ILaya.
- Muy bien ILaya, en cuanto estés dispuesta debes presentarte ante el Gran Sabio. Él te indicará lo que debes hacer.- Respondió uno de los acólitos. -
- Muy bien, ¿donde está el Gran Sabio ese?...- Le interrogó ella balanceando suavemente su roja melena.  -
- Ten. - Contestó su interlocutor garabateándole un pedazo de papel con una dirección. - Aquí es donde debes trasladarte.

            ILaya asintió, leyó la nota y desapareció. Reapareció en otro cubil donde un encapuchado que flotaba en el aire y acariciaba una bola de cristal, le dijo con cierta impaciencia nada más verla.

- Ya era hora de que me mandasen a alguien. Bienvenida, soy el Gran Sabio.
- Es un honor. - Repuso ILaya, ahora con un tono mucho más sumiso, presentándose tras hacer una leve inclinación a su vez para preguntarle. - ¿Qué deseas de mí, señor?

            El Sabio guardó un instante de silencio para declarar.

- Como supongo te habrán informado, varias de tus compañeras han sido eliminadas por un grupo de renegadas humanas que se hacen llamar justicieras. Pero mi deseo no es que te encargues de liquidarlas. Eso puede esperar. Lo que requiero de ti es que con tus avanzados conocimientos de ciencia crees algo que nos sirva como arma contra nuestros enemigos. Pero, no actúes como el resto de tus hermanas. En esta ocasión es necesario obrar con sumo cuidado. Te infiltrarás entre los humanos haciéndote pasar por una de ellos.
-¿Dónde, señor? - Quiso saber su interlocutora  que parecía disfrutar con esa idea. -
- Tomarás la apariencia de una humana. Irás a un laboratorio de investigación y fingirás trabajar. Allí aguardarás mis órdenes. Todo está preparado.
-¿Qué debo de hacer entonces...?.Una especie de veneno para los humanos...- Aventuró la diablesa. -
- No es necesario. - Comentó el Sabio con regocijo. - ¡De eso tienen de sobra, ellos mismos podrían matarse mil veces!  Pero por ahora eso no nos interesa. Quiero algo que los ponga a todos de forma masiva bajo nuestro control.
-¿Y no basta la hipnosis, señor?..- Replicó ella bastante extrañada, a fin de cuentas, los humanos tenían una voluntad muy débil, o al menos eso había oído. – Podría someter a cualquiera de ellos a mi voluntad. Sobre todo a los machos…
- No, desgraciadamente no es tan sencillo. Se ha intentado ya y no ha demostrado sernos muy útil. - Rebatió el Sabio explicándole no sin patente enojo -Tienen medios de contrarrestarlo. Deberás hacer algo que no puedan anular...Y además, debe ser algo que pueda controlar a grandes cantidades de ellos al mismo tiempo.

            ILaya se mesó suavemente la barbilla con una de sus manos mirando hacia el techo con aire reflexivo para responder.

- Será difícil, pero creo que podré hacerlo, aunque tardaré. Eso que pides lleva su tiempo, antes debo conocer en profundidad sus debilidades…
- Aprende lo que puedas a cerca de los humanos. Pero con rapidez, no tenemos mucho tiempo.- Objetó el Gran Sabio. - Aunque no te inquietes. No estarás sola en esta operación. Ve al instituto científico de investigación. Uno de los jefes es de nuestra secta,  él te introducirá allí. Dile que eres la especialista que buscaban para la operación. Él se encargará de lo demás y te comunicará mis instrucciones.- Hizo una pausa y agregó con más apremio. - Debes estar allí enseguida, el poder de nuestros enemigos es cada vez mayor.
-Espero obtener algún beneficio de esto.- Se sonrió pérfidamente  su interlocutora.-
-Me he informado sobre ti. Eres ambiciosa sin duda. Has cumplido bien con encargos difíciles en el pasado. Por ello ordené tu invocación. Si llevas a cabo esta misión con éxito serás recomendada para un ascenso.
-¿A comandante?- Inquirió la diablesa con una mirada inquisitiva en sus ojos color fuego.- ¿A pesar de que acabo de ascender recientemente?..
-Eso no sería problema. Buscamos elementos capaces.- Comentó el Sabio observando su bola.- Además, tras la destrucción de Armagedón y de Valnak nos vendría bien alguien con experiencia en el trato con los humanos.
-Luego era cierto lo que se decía.- Repuso ella con visible interés.- Esos dos han sido eliminados…Eso pone las cosas muy interesantes. Muy bien, puedes contar conmigo.

            Aquel encapuchado movió una sarmentosa mano de colores sobre su bola y con tono pausado declaró.

-Como te he dicho, me he procurado datos exhaustivos sobre ti. Eres inteligente y taimada. Sabes cómo recabar información y no dudas en acabar con cualquiera que represente un obstáculo para lograr tus propósitos. También tienes una sólida formación en ciencias y arcanos. Aunque por otro lado, también eres bastante individualista y actúas a tu capricho.
-En verdad te has informado sobre mí. Debo sentirme halagada. – Se sonrió la diablesa no sin cierta sorna.-
-Me da igual lo que hagas y las artimañas que emplees siempre y cuando cumplas con tu cometido y acates mis órdenes cuando te las dé.- Sentenció el Sabio con tono indiferente.-
-Entonces no perderé más tiempo, dame la dirección e iré para allí.- Le pidió ILaya con visible impaciencia. -

La diablesa  tenía enormes deseos de empezar ese trabajo que, a la vez de ponerla en el camino de la gloria y una nueva promoción, le serviría para satisfacer su curiosidad por los humanos, esa especie inferior  a la que nunca había podido ver directamente. No obstante, oyó hablar de ellos en su círculo. Sobre todo sabía eso que andaban propagando por allí los traidores de la quinta columna. Los muy estúpidos alegaban que los demonios y los humanos quizás podrían convivir en paz. ¡Paz!. Era lo más ridículo que había escuchado en sus casi dos mil años de existencia. ¡Y pensar que ella iba a eliminar a una de esas renegadas pero se lo impidieron! Fue mala suerte que justo alguien la hubiese invocado en ese momento. Aunque para eso no había solución. Lo mejor sería que hiciera rápidamente su trabajo y cumpliera bien esta misión. Aunque acababa de ser ascendida no dudaba que el éxito le reportaría grandes beneficios para su estatus tal y como ese Sabio le había comentado. ¿Quién sabe? Pudiera ser que hasta le hubieran hecho un favor. Destruir a una simple renegada no podía compararse con una contribución a la victoria contra esos patéticos mortales y su Dios.

-De todos modos, debo ser prudente. Si están aniquilando a súcubos con esa facilidad y a capitanes de hordas demoniacas como Valnak o Armagedón, significa que podrían eliminarme a mí igualmente. Tendré que ser paciente y no precipitarme.- Meditó.-

Pero cuando, absorta en esos pensamientos, estaba presta a salir de la sede de esa secta, su interlocutor la detuvo y enseguida le objetó.

- No se te ocurrirá ir así...

Ella se miró de arriba a abajo, y efectivamente, su interlocutor le había llamado con razón  la atención. ILaya vestía una especie de bañador negro ajustado a su escultural cuerpo. Unas hombreras también negras con dos tridentes entrecruzados marcados en color rojo en cada una. Remataba su  uniforme  con unas altas botas rojas por encima de la rodilla y una capa del mismo color. Seguramente eso no correspondía a la moda humana. Maldijo ese despiste y se disculpó de inmediato. No era buena idea comenzar su misión dando la impresión de ser tan descuidada.

- Perdón señor, lo había olvidado con nuestra conversación.- Con un gesto de sus manos una densa niebla la envolvió de nuevo. Al despejarse la súcubos reapareció con una blusa color verde oliva, una falda marrón  claro, zapatos a juego y el pelo ahora de color castaño, recogido por un moño. Los ojos habían adquirido un tono verde claro y su voz sonaba más aguda, como había estudiado correspondía a las féminas de los humanos, y con ese tono preguntó. ¿Qué te parece Gran Sabio? ¿Estoy bien así?
- Perfectamente, ahora ve a éste sitio. Y recuerda, pasa lo más desapercibida que puedas. Trata de comportarte como una de ellos. Al menos hasta que puedas terminar tu misión. - Le mostró el lugar en su bola, un edificio de arquitectura colonial y de un color blanco inmaculado. -

            ILaya asintió, recordó bien el edificio y apunto mentalmente el nombre, como tenía que hacerse pasar por humana durante mucho tiempo y estar en contacto prolongado con esos patéticos seres, debía prescindir al máximo de sus poderes. El Sabio materializó algunos objetos, entre ellos una cinta de la que colgaba una especie de tarjeta y le comentó.

-Esto te será necesario para entrar.
-Puedo entrar ahí sin ninguna dificultad.- Sonrió ella.-
-Debes hacerlo al estilo humano, no lo olvides.- Sentenció su interlocutor.-
-Sí, señor.- Convino más sumisamente ella.-

No debió haberse jactado de eso de aquella manera tan estúpida. Ese Sabio iba a pensar que ella era otra súcubos cabeza hueca más, que solamente se interesaba en obtener energía de los humanos copulando.

-Bueno, quizás me convenga que crea que soy tan idiota como las tontas que invocaron aquí antes que a mí.

Tenía cierta idea de quienes habían sido. Si no recordaba mal a algunas las adiestró ella personalmente, y salvo una las otras no eran muy de fiar. Al menos desde el punto de vista avernal. Eso significaba que eran débiles ya fuera física o mentalmente para cumplir misiones complicadas.

-Como demuestra el hecho de que las hayan eliminado. Pero eso no me sucederá a mí.- Pensó no sin regocijo ahora.-

De modo que, tras hacer una inclinación como muestra de respeto, se marchó de esa sórdida estancia. salió por una puerta oculta a un solitario solar. Del mismo, tras caminar unos minutos, entró en una calle llena de gente.

-Repugnante. Tener que moverme entre estas patéticas criaturas.- Musitó con disgusto.-

Empero, no tenía más remedio. Así pues se centró en cumplir con su tarea. Ahora para empezar necesitaba obtener un medio de transporte para llegar a su destino y según sus informes debía solicitar a un vehículo llamado taxi. Se aproximó hasta un extraño recinto rectangular acristalado en donde se guardaba un artefacto al que los hombres denominaban teléfono. Y según le habían enseñado en sus prácticas en el averno, empleó el dinero humano, del que había recibido una buena cantidad, para llamar ese taxi. Al cabo de unos pocos minutos un vehículo de color amarillo se detuvo a pocos metros de ella. Con naturalidad ILaya se subió a él y siguiendo los rituales humanos pidió por favor al conductor que la llevase al instituto científico de investigación. Hasta ahora la primera etapa de su plan marchaba bien…

-Bonito día. ¿Verdad señorita?- Le comentaba el taxista, un tipo con la piel de color negro y bastante locuaz. –
-¿Bonito?- Repitió ella sin comprender. –

De hecho la mañana había estado lluviosa, sí, quizás esa especie de bruma y el cielo gris plomizo le recordaban a veces a su lugar de procedencia. No obstante, dudaba que los humanos encontrasen hermoso algo como eso. Creía que les gustaban los cielos azules y los días soleados. Al menos esa era la idea que se tenía de esos ridículos mortales. Para ellos todo tenía que ser brillante y azul. Entonces eso era un error por su parte. Y si estaba errada en esa tontería, podría asimismo tener información equivocada en asuntos más importantes que pudieran afectar a su trabajo. En ese caso debería aprender más cosas. Quizás no sería mala idea escuchar lo que aquel mortal que la transportaba en ese vehículo tuviera que decir en vez de desgarrarle el cuello.

-Sí, es un día precioso. – Afirmó el tipo que conducía con pericia, sorteando el tráfico. – Ya lo ve. Acabamos de pasar la Navidad pero todavía no ha nevado. A ver si tenemos suerte. ¿No me dirá que no le gusta la nieve?
-No, no se lo diré. – Convino ella suponiendo que eso era una especie de norma para los humanos pero sin comprender a qué podría referirse. – Si es lo que quiere.
-¡Ja, ja!- Tiene usted sentido del humor, me gusta.- Repuso ese individuo para mayor perplejidad de la diablesa, ¿dónde estaba la gracia en eso?...

Pero decidió limitarse a escuchar. Aquel hombre continuó hablando sobre las Navidades blancas, la familia, el hogar y toda esa sarta de idioteces que tanto les entusiasmaban a los de su patética especie. ILaya fue paciente, de buena gana le habría roto el cuello, pero no podía hacerlo. Se suponía que estaba de incognito y consideró aquello como una especie de prueba.

-Si resisto oír estas tonterías sin matarle entonces es que estoy progresando en mi adaptación.- Se decía mientras aquel tipo hablaba y hablaba.- Espero poder soportarlo…

Cuando por fin llegaron a su destino pagó la cantidad requerida. Le habían recomendado que diese dinero de más, cosa que hizo, y a juzgar por el gesto de aquel hombre, lo hizo bastante bien.

-Muchas gracias, señorita. ¡Que tenga un buen día! – Le deseó el individuo más que satisfecho por la propina en tanto arrancaba y se perdía nuevamente entre el denso tráfico de la ciudad. -

ILaya ignoró aquella despedida y miró hacia su lugar de destino, la fachada del edificio concordaba con la que el Sabio le mostrase. Sin vacilar caminó hacia allí, se dirigió a la puerta y se dispuso a entrar…

-Espero que los de dentro no me den tanta conversación, o quizás no pueda contenerme y mate a alguno para desahogarme.- Se dijo.-

            ¡Pero no! Tenía que ser disciplinada. Sobre todo no llamar la atención. Si cumplía con éxito esta misión su cotización y su estatus aumentarían una vez más. Y siendo comandante tendría acceso a círculos más elevados.

-Mireya nunca ha querido que la acompañase al cuarto círculo. La muy perra quiere el conocimiento y el poder que hay allí únicamente para ella. Tiene suerte, no soy lo bastante fuerte como para desafiarla. Todavía…- Se sonrió ahora entrando en aquel lugar.-

            Robert había terminado su frugal almuerzo y se dispuso a volver a sus obligaciones. Iba a levantarse de una silla de las del comedor cuando se acercó a él Finch Hux, uno de los directores adjuntos. De hecho, era su jefe directo. El encargado del laboratorio. No le caía demasiado bien ese tipo, pero no había más remedio que soportarlo. De unos cincuenta años y con una barriga prominente, amén de tener poco pelo sobre la cabeza, encima tenía un carácter bastante falso. Parecía mirar a sus empleados por encima del hombro y nunca estaba satisfecho con nada. Por si fuera poco, sus sentimientos hacia Robert tampoco parecían ser demasiado cordiales. Aunque tampoco tenía las narices de afrontar claramente las cosas. Ahora, para colmo parecía querer decirle algo, pues comenzó esbozando una sonrisa bastante hipócrita a juicio de su interlocutor, según le saludaba.

- Cuanto me alegro de verte Robert, dime ¿Has terminado ya esas pruebas que te encargué?
- Sí, señor Hux. Las tengo en el laboratorio. Ahora mismo se las traeré si quiere.- Ofreció éste. -
-¡Oh!, no hace falta.- Sonrió su jefe de forma bastante superficial -, sólo preguntaba. Por ahora no hay prisa, luego te las pediré. Ahora estoy ocupado, espero a alguien en mi despacho.  

Dio a su interlocutor una condescendiente palmada en la espalda, cosa que éste detestaba especialmente, y le dejó, perdiéndose por el pasillo.

-Ese tipo es un idiota.- Pensaba moviendo la cabeza.- Y me hace perder el tiempo con tonterías…pero a fin de cuentas, es trabajo…

            Y es que Robert no entendía qué interés podría tener para Hux analizar el pan de trigo que utilizaban los curas para sus hostias consagradas, pero supuso que sería para algún informe que la Iglesia les habría pedido. Y eso que él mismo estaba educado en la fe católica. Aunque a decir verdad no era ya muy practicante que digamos. Los años, las calamidades en el mundo y en su vida y su propia formación científica, habían ido haciéndole perder esa fe que tuvo siendo niño. Cuando incluso sirvió como monaguillo en su parroquia. Se encogió de hombros y volvió al laboratorio. Una vez dentro se acordó, ¡maldito despiste, había dejado fuera su chaqueta!, se apresuró a ir a recogerla...

-Espero que siga ahí cuando llegue.- Pensaba con cierta preocupación.-

            Tras pasar por el control principal de la entrada por el que mostró una acreditación que le había entregado el Sabio, ILaya llegó por fin ante la puerta del instituto. Quiso cerciorarse si ese era el centro de investigación. Un bedel se lo confirmó y le abrió la puerta. Ella le dio también algo de dinero. Eso le granjeó la sonrisa de ese tipo que parecía vigilar la entrada. Bueno, a ella le traía sin cuidado, solamente se preocupó en caminar hacia el interior del complejo.

-Algo positivo he averiguado. Los humanos son avariciosos y les gusta poseer eso que llaman dinero. Es algo casi tan eficaz como la sugestión hipnótica.- Meditaba mientras proseguía su camino.- Creo que le pediré al Sabio que me dé más.

Y entre esas reflexiones se introdujo por la puerta principal, y comenzó a buscar. Ahora llegaba otra parte más complicada, debía reunirse con su aliado. El problema es que no sabía quién sería su contacto, ni cuál sería su departamento.

-Ese Sabio podría haberme enseñado una imagen del individuo a quien debo contactar. A fin de cuentas, tampoco él está en todos los detalles.- Pensó no estando segura de sentirse molesta o divertida con aquello.-

Tampoco tenía prisa. Comenzaría por lo más básico. Preguntaría a todos los que se cruzasen en su camino hacia donde debía ir y luego se encargaría de lo otro. Entró en una sala donde los humanos estaban comiendo. Eso era una cafetería, se lo habían explicado también cuando la entrenaron  en su adiestramiento, por si algún día debía de ir a la Tierra. Sobre una silla vio una prenda humana, era de hombre, una chaqueta, creyó reconocer. Sí, así se llamaba. Desde luego había atendido bien en las clases. Era una alumna aventajada, de las mejores, y bastante eficiente. Por eso había ido ascendiendo rápido y ganándose la confianza de sus superiores (si es que la palabra confianza se podía emplear en su lugar de origen). De lo que estaba convencida era de qué haría su trabajo lo mejor posible para no defraudar las expectativas puestas en ella. Otra vez pensaba en eso. Si lo lograba hasta podría ascender incluso a comandante y mandar su propio batallón de demonios. ¿Quién sabe? De todos modos, no debía vender la piel ¿cómo era ese proverbio mortal que aprendió? ¡Sí!, la piel del oso antes de cazarlo. Entonces un hombre moreno, de ojos oscuros, se dirigió hacia ella y le habló sacándola de sus pensamientos. Era Robert que había vuelto corriendo.

-¡Señorita!-  exclamó él dirigiéndose a una mujer que tenía su chaqueta. - Es la mía perdone, me la he dejado en la silla. ¿Iba usted a sentarse, verdad?
-No, no se preocupe, sólo me extrañó verla aquí...- respondió ILaya para salir del paso, a la vez que le entregaba la prenda a ese humano. -
-Gracias,- repuso amablemente él poniéndosela para admitir a modo de disculpa. - Soy muy despistado.

Él se giró para volver al laboratorio, ya iba a entrar tarde...

            ILaya decidió entablar conversación con ese hombre para tratar de averiguar hacia donde debía dirigirse. Parecía estar familiarizado con ese sitio. ¡Hasta podría ser el contacto, y haber  usado ese truco para hablar con ella! De modo que, empleando esa empalagosa amabilidad de los humanos que detestaba, pero que tan bien sabía emular, le preguntó.

- Perdone, señor. ¿Sabe usted donde está la sección de investigación aplicada?

            Robert se sorprendió, incluso le hizo gracia, ¡vaya casualidad! Respondió enseguida.

-¡Claro que la conozco! , esa es mi sección. ¿Es usted nueva? - Preguntó mirando a esa mujer ahora con detenimiento y pensando que no estaba nada mal. -
-Sí, soy la nueva especialista para la operación.- Declaró ella con énfasis.-

Le miró cómplicemente a los ojos esperando una respuesta que delatase a su enlace. Pero el humano le devolvió la mirada sin decir nada durante unos instantes, para preguntarle después con cara de sorpresa.

-¿Operación? ¿Qué operación?
-Bueno, me dijeron que preguntase por el jefe de operaciones, digo experimentos.- Rectificó, recordando que esa palabra venía más al caso en aquel lugar, y para intentar tapar su error quiso presentarse con rapidez, formalidad típica de los mortales.  –  Me llamo ILaya.- El subconsciente la traicionó, su nombre supuesto era Sandy. Pero ya era tarde para cambiar, maldiciendo su descuido dijo el apellido que le habían asignado. – ILaya Martin,...- le ofreció a ese hombre su mano a modo de saludo, tal y como le habían indicado que hiciese. -
-Encantado de conocerla. Y esa persona que busca podría ser yo. Me llamo Robert Wallance, soy el jefe de experimentación. Seguramente trabajaremos juntos…
-¿Ah, sí? - Repuso ella que sonrió amablemente. -Ya, vaya, que agradable coincidencia. Entonces le acompañaré si no le importa
-No faltaba más,- dijo él de un modo bastante solícito para indicarle. – Sígame por favor, le enseñaré el laboratorio y el resto del instituto.-

 ILaya fue tras él, contenta de haber tenido tanta suerte. Ese hombre podría no ser quizás su enlace, pero al menos, ocupaba un cargo que le daría acceso a lo que necesitaba.

-Desde luego, estar en el mundo de los humanos no me ha beneficiado hasta ahora. He sido muy torpe.- Se censuró recordando todavía el error al dar su falso nombre.-

            Debería ir aprendiendo poco a poco a no desentonar y dejar que ese individuo la guiase, cosa que ya estaba haciendo motu proprio…
-A veces es algo complicado orientarse por aquí. Demasiados pasillos y módulos. - Le explicaba jovialmente él en tanto la joven asentía de forma desapasionada, tratando de memorizar ese recorrido.- Pero tranquila, se irá habituando pronto.

            El humano desde luego le fue muy útil, enseñándola todo lo que debía saber sobre las instalaciones. Y lo hizo sin pedir nada a cambio. Esa era una magnífica ventaja táctica. Luego la acompañó al despacho del jefe de personal. ILaya se lo agradeció con una encantadora sonrisa. Una técnica de comunicación humana que parecía serle muy útil. Sobre todo con los mortales del sexo masculino que se la quedaban observando atontados, como era el caso de ese tal Robert. Cuando la dejó allí tocó a la puerta, otro formalismo de esos seres, y la autorizaron a pasar. Lo hizo enseguida y el responsable de recursos humanos la recibió con otra afable sonrisa que ella, por supuesto, devolvió. Entabló conversación con el susodicho jefe al que le dio también la contraseña, pero tampoco era él su aliado. Por lo menos le confirmó que trabajaría en el laboratorio del humano que la había guiado hasta allí. Todos los documentos con su identidad y demás estaban convenientemente a disposición de ese hombre. Ahí constaba su nombre supuesto, pero ella fue rápida de reflejos y le comentó que su nombre era compuesto, Sandy ILaya y que el segundo no aparecía. Pero que ella prefería ser llamada por ese nombre. Al tipo le pareció muy bien, realmente ni le dio importancia. Tras hacerle poner una especie de garabato, (que los humanos llamaban firma) sobre unos papeles, que si no se equivocaba se denominaban contratos, dijo adiós y salió de ese despacho. Cumplidos esos estúpidos formulismos para asegurar su tapadera decidió empezar de inmediato con su tarea. Supuestamente era una científica especialista en química orgánica. Con sus conocimientos arcanos y lo que había aprendido sobre la ciencia humana eso sería fácil. Decidió que primero se pondría al tanto de lo que debía hacer allí y que luego localizaría a su contacto. Fue al laboratorio y de una taquilla que le habían indicado sacó una bata blanca. Se la puso junto con unas gafas que llevaba guardadas, le habían aconsejado que las utilizase, eso completaría su disfraz. Sin más dilación, comenzó a buscar los elementos necesarios para comenzar su trabajo. Robert, que estaba haciendo estudios con sus matraces, se acercó a ella.

-¿Familiarizándote con el laboratorio en tu primer día? - Preguntó amablemente. -
-¿Qué? - replicó sorprendida - ¡Ah sí!...eso hacía…
-Perdona si te tuteo, pero creo que eres más joven que yo, en cualquier caso, como vamos a ser compañeros.- Añadió Robert con una ingenua y afable sonrisa. -
-Me parece bien. -  Repuso ILaya sonriente a su vez, aunque pensando en su interior no sin regocijo -No creo que seas mayor que yo, a no ser que hayas cumplido más de dos mil años.
-¿De dónde vienes, de algún laboratorio del oeste? - Le inquirió él en tanto  su contertulia pensaba en aquello de la edad. -
- Sí, de Los Ángeles.- Respondió rápidamente ella. - Me han concedido una beca de investigación y un contrato. -Dijo recordando, esta vez de forma exacta, la coartada que le habían preparado. -
- Esto no es tan grande como los centros de investigación que tenéis allí. Pero espero que te sientas cómoda.  ¿Vives cerca? Lo digo por que estamos mal de autobuses en esta zona.
- Bueno, estoy muy desorientada, acabo de llegar, debo buscar un… hotel.- Confesó la diablesa, que realmente no conocía esa ciudad. -

            En ese instante, la puerta del laboratorio se abrió, era Hux que venía a recoger sus pruebas. Nada más entrar, ILaya le miró fijamente y le preguntó.

-¿Es usted el director...?.Verá,…soy la especialista y quería presentarle mis credenciales. Me llamaron para la operación.
-Acompáñeme, por favor.- Le pidió él con una voz y una mirada de interés que a ILaya le parecieron muy reveladoras. -

            Ella le siguió y Hux la condujo a su despacho, una vez allí le dijo con aire de complicidad que se sentase y añadió con más claridad.

-Ya era hora de que llegases, te esperaba. ¿Sabes lo que debes hacer?  - ILaya asintió contenta de haber establecido el contacto. - Te alojarás en esta dirección - le indicó ese tipo dándole un papel según le comentaba. – Así podrás tener una tapadera perfecta como una humana normal.
- De acuerdo. Me instalaré esta noche ¿Alguna cosa más? - Preguntó la súcubos cruzando las piernas de forma bastante incitadora. -
- Estarás a mis órdenes...- le susurró Hux que recorrió a ILaya con la mirada, recreándose en sus largas piernas para añadir.  - Harás todo lo que yo te diga.
-¿Lo que tú digas? - Preguntó ella con una sonrisa burlona para asentir. - Muy bien, ¿ordenas algo más o puedo volver a mi trabajo?...
- Hay una cosa que me intriga saber.- Dijo Fix por toda respuesta en tanto que alargando una mano acarició rudamente una de las piernas de la diablesa  que no se inmutó, atenta a la cuestión que le formulaban. - ¿Has tomado la forma de una mujer o eres una mujer de verdad?
- Soy una diablesa, tengo sexo femenino y puedo hacer lo mismo que una mujer humana y hacerlo mucho mejor.- Para subrayar sus palabras, ella acarició el estómago de Fix y dejó caer su mano más hacia abajo con sensualidad, añadiendo del mismo modo. - Pero ten mucho cuidado conmigo.- Repentinamente apretó su mano sobre las partes de ese tipo que ahogó un grito. Ella le miró con sus ojos rojos y sus colmillos y le dijo en un tono de velada amenaza. - Las súcubos podemos destrozar a un humano con la misma facilidad con la que tú pisarías un escarabajo, o matarlo de agotamiento copulando con él sacándole toda su energía vital.- Satisfecha con esa advertencia aflojó su agarre y volvió a su estado humano normal. Los amenazadores colmillos desaparecieron y sus ojos retornaron a un color verde claro según ella decía, ahora con esa empalagosa amabilidad que comenzaba a divertirla. - Pero no temas, mi misión aquí no es esa. Ahora, si no quieres nada más.- Hux negó con la cabeza, el tipo estaba muy intimidado y sorprendido ahora como para hablar. - Entonces me voy. - Sonrió ella con malicia, encantada del susto que le había metido a ese idiota y salió del despacho.-

            ILaya volvió al laboratorio. Ese enlace era un estúpido, otro que pensaba que una súcubos no tenía nada más que hacer que saciar sus apetitos sexuales. ¡Cómo si la hubieran invocado para eso! No obstante, debía reconocer que ese estereotipo también era culpa de muchas de sus compañeras. Otras que se dedicaban a tales cosas en demasía, despreocupándose por su trabajo. ¡Así les iba después! O fracasaban y eran castigadas o directamente aniquiladas por esas justicieras.  De todas formas, caso de desear un contacto carnal elegían a hombres mucho más atractivos. Ella desde luego, no se sentía nada atraída por ese Hux. Aunque como súcubos que era claro que tenía sus necesidades. Prefería al humano que había encontrado antes. ¿Cómo se llamaba? ¡Ah, Robert! recordó con satisfacción, él si que sería una presa apetecible. No obstante, siendo compañero de trabajo (o así lo llamaban los mortales) no era nada conveniente intimar de ese modo con él. Y por ahora debía mantenerse serena y centrada en su objetivo. Ya habría tiempo para lo otro más adelante. Entró de nuevo al laboratorio y precisamente el objeto de sus anteriores pensamientos se dirigió hacia ella y le advirtió.

-Ten cuidado con tus matraces. Los tienes muy cerca del radiador.

            ILaya agradeció el aviso y retiró los matraces de allí. Robert le dijo ahora con una voz algo tímida.

-Te pareceré algo atrevido, pero si no tienes nada que hacer esta noche, ¿qué te parece si cenamos juntos? Así de paso te ayudo a buscar un hotel.
-Te lo agradezco.- Respondió ella que pensó un poco para volver a recordar el nombre del humano y añadir con prevención. - Robert, ¿puedo llamarte por tu nombre de pila? - Esa palabra no le gustaba nada, tenía que hacer un esfuerzo hasta para decirla. No obstante, al humano le encantó que le llamase por su nombre y asintió, ILaya continuó. - Ya tengo un sitio, olvidé decirte antes que he alquilado un apartamento. Pero sí que me vendría bien que me acompañaras a esta dirección. Es la del apartamento - sonrió pareciendo azorada (eso le salía bastante bien) y añadió con desconcierto ahora real. – Estas complicadas calles, no recuerdo donde quedaba.
-¡Claro que sí! - Se ofreció solícitamente él e ILaya le dio la dirección. Robert la ojeó para declarar sorprendido. - ¡Vaya!, está cerca de mi casa, esto sí que es una suerte. Hay un restaurante muy acogedor, muy cerca.
-¡Magnífico! - Exclamó ella imitando su jovialidad para afirmar con otra estudiada frase de manual.- La verdad es que así cenaré algo caliente, no traía más que unos emparedados...

            Él sonrió y la dejó con sus matraces, al terminar la jornada la acompañó a su apartamento. Éste estaba ya amueblado y tenía hasta el más mínimo detalle. A Robert le sorprendió, sin embargo no le dio mucha importancia, supuso que los dueños lo habrían dejado así y llevó a ILaya al restaurante. Cenaron (le sorprendió comprobar que a esa chica le gustaba mucho la carne poco hecha, y que la degustaba con casi voracidad). La pobre  seguramente habría comido poco en su primer día. No obstante, pudieron  charlar durante bastante tiempo. Ella le contó que era de una familia del oeste, que había estudiado en una universidad menor de allí y que, tras muchos esfuerzos, su currículo fue admitido para el instituto en el que acababa de empezar. Robert le contó a su vez que él provenía de una familia católica (en ese momento ella pareció atragantarse, pero no fue nada). Bebiendo un poco de vino volvió a centrar su interés en las palabras del chico que prosiguió. Le dijo que había estudiado en otra universidad, también poco conocida y llevaba trabajando un par de años aquí.

-Sí, para mí fue todo un cambio venir a la gran ciudad.- Comenta él en tanto la joven terminaba aquel bistec casi crudo y sanguinolento.-
-¿Te apetece un postre?- Le ofreció él.-
-¿Postre? - Repitió ILaya observándole sin comprender.-
-Claro, ¡supongo que después de todo lo que has comido no te quedará espacio para más! - Se rio él llevándose una mano al cogote.-

            Ella no comprendía qué había de gracioso en eso…Sin embargo no quería llamar la atención. Y le preocupó ese comentario en cuanto a su capacidad de ingesta.

-¿Crees que he comido demasiado?
-No, por favor.- Se  apresuró a rebatir él.- Supongo que tras el viaje y todo el día de trabajo estarías muerta de hambre. Es normal.-

ILaya casi suspiró aliviada. (Un gesto que copió de los mortales, cuando estos disipaban tensión) Debería estar atenta hasta al más ínfimo detalle. No quería traicionarse por una tontería. Se había dejado llevar, la carne cruda y empapada en sangre el encantaba. Si bien era cierto que ella, como súcubos podría sobrevivir extrayendo energía a los humanos, alimentarse de ese modo también le servía. Máxime ahora que tendría que restringir el sexo. Y en cuanto a eso que le había ofrecido su interlocutor. Si esa era la costumbre entre los humanos…

-Sí, Quisiera algo de postre.- Repuso al fin.-

            Robert le acercó una carta al tiempo que comentaba con desenfado…

-A mí me gusta mucho el tiramisú, y también el cabello de ángel…
-¿Cabello de ángel, eh?- Se sonrió la muchacha, afirmando divertida.- Puede que pida eso…

            Estaría bien agarrar a alguno y arrancarles su cabellera. Pero esos seres eran inmensamente más poderosos que ella. Probó ese postre y comprobó que aquello no era nada sobrenatural, pero si estaba bueno. Al menos eso creyó que se decía. Tenía un sabor dulzón que empalagaba un poco. Sobre todo con ese paladar humano que ella había adoptado.

-¿Te gusta?- Quiso saber él.-
-Sí, está bien… rico.- Recordó que se decía.-


Ese individuo asintió, al parecer estaba feliz, lo cual le resultó extraño. ¿Por qué se alegraba de que a ella le gustase esa comida? Mejor no pensar demasiado en eso. Sería otra estúpida costumbre mortal. Y finalmente terminaron. Tras la cena, él la acompañó a casa. ILaya le invitó a tomar una copa. Ella pensó que podría estar bien aparearse un poco con ese hombre a fin de comenzar a tenerle bajo su control.

-Con muchísimo cuidado, y sin sacarle energía.- Trató de mentalizarse.-

 Pero para su sorpresa Robert se disculpó alegando que era tarde y debían madrugar, se marchó dejando sorprendida a la diablesa.

-Es difícil de creer, un humano que rechaza pasar la noche conmigo.- Pensó encogiéndose de hombros. – Bueno, eso ahora no es tan importante…tampoco he puesto especial interés en seducirle. Estaba más preocupada de controlarme, ha debido de ser por eso.

Y sin darle más importancia aquello entró en ese reciento de la casa que era llamado dormitorio. Una vez allí se comunicó telepáticamente con el Gran Sabio y le informó que ya había dado comienzo a su misión, después se tumbó en la cama y adoptó su verdadera apariencia.

-Ya tenía ganas de dejar de verme como una patética hembra de esta especie.- Musitó con un gruñido.-

Volvió a pensar en ese Robert. La verdad es que no había empleado sus dotes de atracción con ese mortal, de lo contrario a estas alturas estaría gozando de él. Pero no tenía ninguna prisa, ya llegaría la ocasión. Como no necesitaba dormir se ocupó de documentarse por si debía acometer la segunda parte de su misión. Enfrentarse a esas enojosas justicieras. Acorde a los informes que el Sabio le diese esas humanas habían sido agentes suyos y desertaron. ¡Malditas traidoras! Si algo odiaba más que a los humanos era a los traidores. En fin, sonrió divertida. Si tenía ocasión ya ajustaría las cuentas con esas renegadas.

-De modo que sois cuatro. ¿Eh?- Se dijo tras contemplar en el espejo de su habitación unas imágenes que su jefe le había enviado desde su bola en donde pudo verlas en acción.

            Lo cierto es que aquellas humanas no luchaban del todo mal. Pese a representarles un esfuerzo habían acabado con varias diablesas. Incluso creyó reconocer a algunas de ellas. Eran casi de su misma promoción. Pero de un rango inferior.

-Lo que pensé. Las muy estúpidas.- Se dijo en voz alta con patente desdén.- Mira que dejarse vencer por esas humanas. Y de unas maneras a cuales más ridículas…

Tras el visionado aún quedaba tiempo para el amanecer. Aburrida como estaba decidió darse una vuelta por las calles de la ciudad. A esas horas de la madrugada estaban desiertas. Apenas algunos gatos maullaban en la lejanía. Ella paseaba de forma relajada, con su identidad humana. Aunque oyó unos ecos de pasos en la distancia. Se aproximaban a ella. Sonriendo volvió a su apariencia demoniaca y se limitó a dar un salto prodigioso encaramándose a una de las azoteas cercanas. Al poco un grupo de humanos, que podrían ser de unos tres, pasó por allí. Pudo escucharles hablar…

-Sí, tío, juraría que esa piba pasó por aquí. Estaba bastante buena.
-Mira que eres idiota, para una que podríamos haber disfrutado aquí y sin testigos la dejas escapar. – Le acusó otro con tono frustrado.-

            Las pintas de aquellos  tipos eran bastante desarrapadas, con cazadoras de color negro y gris, recortadas a la altura de los hombros, lucían tatuajes de calaveras y signos extraños que a ILaya le sonaban de algo. Los había visto antes pero no los reconocía. El caso es que pensó que podría divertirse. Bajó sin ser vista y una vez más adoptó forma humana, pero no la que había adquirido para su misión. Eligió el aspecto de una joven rubia de ojos verdes, casi en edad adolescente. Era estupendo el poder cambiar su fisonomía de esa forma. Tendría un momento para pasarlo bien y no comprometía su misión. Al poco comenzó a caminar para que el ruido de los zapatos de tacón que ahora calzaba se hiciera audible a esos tipos. Lo logró puesto que ellos la siguieron y la arrinconaron, al menos eso pensarían los muy ingenuos, en un callejón.

-Vaya, vaya, aquí estás gatita. – Se sonrió una rapado que esgrimía una navaja.-
-¿Te has perdido, nena?- Le inquirió otro con gesto avieso en tanto se aproximaban.-
-Nosotros te ayudaremos. - Terció el que restaba acariciándose una parte poco decorosa de su anatomía.-
-Por favor.- Pudo replicar ella fingiendo una voz trémula y llena de temor.- Es muy tarde, quiero irme a mi casa…
-Claro que sí. – Contestó el rapado con una pretendida voz melosa, para añadir.- Pero antes lo vamos a pasar muy bien todos juntitos.

            La muchacha miró nerviosa en todas direcciones, pero esos tres tipos le cerraban cualquier espacio para salir de ese callejón. Se pegó a la pared y otro de ellos, con un gesto lleno de lujuria, le dijo.

-Vamos, no seas tonta. Puedes hacerlo fácil o difícil.
-Qué… ¿qué queréis que haga?- Pudo decir ella pretendiendo estar aterrorizada, cosa que le salía muy bien.-

            En efecto, sus clases de representación de los sentimientos humanos las bordaba. Era divertido poder comprobar como esos imbéciles se estaban tragando su representación. Aunque eso no iba a durar mucho, estaba deseando poder pasarlo bien de verdad. Ajeno por supuesto a sus pensamientos, otro de los individuos, frotándose su cerrada barba le dijo, respondiendo a su pregunta.

-Pues darnos un besito, para empezar.

            ILaya se contuvo para no sonreír. Esos idiotas creían poder abusar de una humana indefensa. Aquello prometía ser muy divertido. Enseguida uno de ellos la agarró de un brazo. Por supuesto y acorde a su papel de chica desvalida, la súcubos gritó y el tipo le tapó la boca. Se dejó tirar al suelo y uno de ellos comenzó a quitarle su falda y la ropa interior, cuando aquel individuo retiró la mano de su boca ella pudo decir ente jadeos.

-Puedo ser muy complaciente. No hace falta que os pongáis tan rudos.
-¿Ah sí?- Dijo uno de ellos que desde luego no se esperaba esa respuesta. –

De hecho, aquellos individuos se miraron con extrañeza y otro, el calvo le preguntó.

-¿Cómo de complaciente?

            Sin mediar palabra ella se limitó a indicarle con un gesto que se acercase. Le miraba a los ojos y ese humano era incapaz de resistirse, con una seña le ordenó a su compañero que la soltara. Éste, atónito, obedeció, la muchacha se puso de rodillas y sin ceremonias le bajó la cremallera del pantalón. Metiendo la mano le extrajo el miembro y tras esbozar una leve sonrisa lo metió en su boca.

-A eso le llamo yo ser una buena chica. - Pudo comentar otro que no podía dar crédito a lo que veía.-
- Esto sí que es una suerte. - Afirmó el tercero que tras mirar en derredor les dijo a sus amigos.- Y no hay nadie por aquí…lo vamos a pasar muy bien.


            ILaya sabía que el sexo oral encantaba a los machos humanos, se regodeaba con éste hasta que el tipo comenzó a excitarse tanto que ya no podía aguantar más, fue entonces cuando ella bebió el fruto de aquella estimulación, succionando tanto que ese individuo llegó a decir entre jadeos.

-¡Joder, eres una aspiradora! Vale ya tía, que mis compañeros también tienen…

            Y no pudo terminar la frase, en lugar de palabras profirió un grito horrible cuando la diablesa transmutó aquel dulce rostro de chica adolescente en el suyo real. Tras morder aquello seccionó el órgano de ese tipo que cayó al suelo aullando de dolor. Los otros dos apenas si pudieron reaccionar. Uno de ellos la apuntó con el dedo balbuceando.

-¿Qué, qué has hecho maldita zorra?
- ¡Uy! - Se sonrió ILaya tras escupir al suelo aquel trozo de miembro que había arrancado.-

Ahora sonreía con un aire perverso en tanto sus ojos refulgían rojizos. Esos dos tipos la miraban atónitos y aterrorizados, sin apenas poder moverse. Para ella fue un juego el saltar sobre el más cercano y desgarrarle el cuello con sus largas uñas…el otro finalmente reaccionó dándose la vuelta y escapando a todo correr en tanto gritaba…

-¡Joder!… ¡es un monstruo!

            ILaya no estaba dispuesta a dejarle escapar. No podía dejar pruebas ni testigos. Corrió tras él y estaba a punto de alcanzarle cuando su sexto sentido la advirtió. Rápidamente se parapetó tras unas cajas. Al poco vio descender dos siluetas de mujer. Una de ellas interceptó al tipo que chillando se arrojó al suelo delante de la recién llegada.

-No, por favor, no me mates, por favor…-Le suplicaba con patente horror y agitación.-
-Tranquilícese. – Le pidió aquella mujer que lucía un blanco corpiño, un lazo sobre su pecho y una minifalda, ambos de color verde oscuro. Tras mirar a su alrededor añadió, dirigiéndose de nuevo a ese desgraciado que temblaba de miedo.- Soy una de las justicieras. La Dama del Rayo. ¿Qué le ha ocurrido?
- ¡Esa chica, esa chica!…- Pudo repetir su interlocutor sin ser capaz de decir nada más.-
- ¿Qué chica?- Quiso saber su interlocutora que miraba sin comprender a su otra compañera.-
- Mi piedra parpadea. – Le dijo ésta, uno de ellos está cerca.-
-Dama del Trueno, quédate con este hombre. Iré a mirar- Le indicó la de verde.-
-¡Espera! - Le pidió ésta que vestía un uniforme similar, con la diferencia de que su lazo y su minifalda eran casi de un tono dorado.- Si es una diablesa o un demonio, no conviene que vayas sola.
-¡Mis amigos! – Pudo decir aquel tipo que estaba casi en shock.-
-No se preocupe, les ayudaremos.- Le dijo la Dama del Trueno.-

            ILaya no podía creerlo. Esas dos eran un par de justicieras. Dudó si presentarles batalla o no. Al igual que ese humano se le había escapado, esas dos podrían hacer lo propio y quizás sus compañeras anduvieran cerca. Decidió jugar un poco para tantearlas.

-¿Quién habrá podido hacer esto?- Musitó una de esas mujeres con patente repulsión.-

            ILaya no pudo evitar reírse con una siniestra carcajada que respondió a esa pregunta. Ambas justicieras miraron hacia la fuente de aquel sonido pero no vieron a nadie…Ella se ocultaba bien ahora tras un callejón. Amparándose en la poca luz y en su velocidad. Oyó entonces a una de sus enemigas gritar…


-¡Da la cara, maldita!

-No es momento para que nos conozcamos…todavía.- Repuso con su voz femenina y gutural llena de tono burlón.- Ahora tengo otras labores pendientes…por eso no me molestaré en darle su merecido al que queda.
-Eres muy valiente contra humanos indefensos pero no te atreves a plantarnos cara a nosotras ¿Eh?- La desafió esa que identificó como la Dama del Trueno restallando su látigo.- ¡Ven aquí si te atreves!…

            Otra risa plena de regocijo y desdén contestó a ese reto. Después ILaya sentenció.

-No sois rivales para mí… Y esos humanos no eran inocentes…se pensaron que yo era una pobre y desamparada chica y quisieron propasarse. Grave error, intentar eso con una súcubos. Pero mirarlo de esta manera. Deberíais darme las gracias por defender la dignidad de la mujer. Desde luego que ya no molestarán a ninguna humana más... ¡Ja, ja, ja!

            Y divertida arrojó ese pedazo de carne flácida que le arrancó al miserable humano aquel. Tras esas palabras un ruido amortiguado se escuchó. La Dama del Rayo se aproximó solo para descubrir con repulsión lo que era.

-Un regalo para vosotras. Por si no tenéis mucha compañía. ¡Ja, ja!- Se burló esa diablesa.- Ya nos veremos…
-¡Maldito monstruo! – Pudo decir la otra justiciera, que la diablesa reconoció como la Dama del Rayo.-
-¡Cuidado! – La advirtió su compañera.-

            Y es que ILaya a modo de despedida lanzó un rayo de energía desde el callejón en el que estaba. No tenía demasiado ángulo de modo que su disparo se estrelló contra el suelo. Ambas justicieras tuvieron el tiempo justo de evitarlo lanzándose a tierra.

-¿Y por estas ridículas humanas están tan preocupados?- Pensó con regocijo.-

            Y es que no le sería demasiado complicado encargarse de ellas. Podría eliminarlas a las dos. Aunque se lo pensó mejor.

-No me conviene terminar con ellas. Al menos no todavía. Que mantengan entretenido al Sabio y a los demás, mientras sean un problema centrarán la atención de posibles rivales y eso me dará tiempo para cumplir con mi misión.- Discurrió la súcubos en tanto desaparecía de allí.-

Usando sus poderes se transportó a la guarida de la Secta. Antes de que aquel encapuchado de la bola hiciera averiguaciones sería ella misma la que le informase y así lo hizo…

-Ya estoy aquí. Ha sido divertido.- Repuso la súcubos.-
-¿Por qué no aprovechaste para terminar con ellas?- La amonestó él con tono severo.-
-Eso no era cosa mía.- Contestó ella con despreocupado descaro.- Tengo otro cometido…
-Pues no te veo ocuparte de él ahora mismo.- Replicó su contertulio.-
-Una chica también tiene que divertirse.- Sonrió pérfidamente ella para agregar ya con mayor seriedad.- ¿No habías invocado a cuatro de las mías para vencerlas?...
-Por desgracia esas humanas las derrotaron.- Tuvo que admitir el Sabio no sin indignación.-
-¡Vaya!- Se sonrió ILaya.- Eso sí que es interesante. Bueno…si quieres que me encargue de ellas únicamente tienes que pedírmelo…
-Eso ya no será preciso. He invocado a Karnoalk, él terminará con esas estúpidas y con el solar.- Contestó su interlocutor ahora con un tono de mayor seguridad.-
-¿Karnoalk? ¿Has invocado a un demonio del sexto círculo aquí? - Se sorprendió la diablesa.- En ese caso cualquier cosa que yo haga no me servirá de nada. Se la apropiaría. Él querrá llevarse todos los laureles. – Denunció.-
-Él no se meterá en tu terreno, ni conoce tu tarea, ni le interesaría caso de saberlo. Con que te ocupes del humano ese al que frecuentas y de la misión que tienes asignada será más que suficiente. – Le indicó el Sabio.-
-Así lo haré, Señor.- Convino ella que, tras una leve reverencia agregó.- Ahora con tu permiso voy a seguir con mi cometido…

            Y tras una leve inclinación desde su capucha por parte del Sabio la súcubos desapareció. Él se quedó observando su bola en tanto comentaba con regocijo.

-Al parecer la tal ILaya hace honor a su reputación. Ambiciosa, egoísta y calculadora. Bien, creo que reservaré a esa diablesa para algo más importante. Tiene esa otra misión que cumplir y no debe apartarse de ella. Invocaré a otros para enfrentarse a esas justicieras y rematar nuestra tarea pendiente.

La diablesa por su parte retornó al apartamento que ahora le servía como base. Al reaparecer allí pensó que lo más prudente sería ocuparse de su trabajo principal. Dejaría la diversión para después.

-Si el Señor de Dite ha venido hasta aquí…es que nuestros enemigos no son tan débiles como yo creía. Haré bien en apartarme de eso…- Se dijo con tinte reflexivo.-

Desde luego no había sobrevivido tanto por precipitarse o dejarse llevar antes de meditar sus movimientos. Juzgó mejor el mantenerse al margen de esas justicieras y centrarse en su cometido. Al día siguiente como una humana más acudió a su puesto de trabajo. Ese tal Robert estaba en la cafetería, pues era pronto. Leía el periódico y al verla llegar le comentó no sin preocupación.

-¡Fíjate! Esto ha ocurrido cerca de donde vivimos.
-¿Qué ha pasado?- Preguntó la muchacha con gesto perplejo.-
- Tres tipos han sido atacados ayer. Al parecer eran delincuentes de poca monta, pero las Justicieras les acompañaron a la comisaría de noche. Y no porque les hubieran detenido. No te lo vas a creer… a uno le habían arrancado. Bueno, ya sabes, eso…
- No, no sé. - Comentó ella fingiéndose sorprendida y queriendo saber con una buena imitación de candor.- ¿El qué?...

            Robert se sentía algo envarado. Pudo ser más explícito cuando añadió.

-Esa parte de los hombres, esa que…
-¡Qué horror! – Exclamó ella llevándose las manos a la boca con algo de teatralidad, aunque en su interior se lo estaba pasando de maravilla. Más cuando se interesó. - ¿Ha muerto alguien?
-Afortunadamente no. Otro de esos tipos tenía el cuello destrozado, pero por suerte para él no le cortaron la arteria. El otro escapó y estaba a punto de ser atacado pero quién quiera que fuese desistió. Gracias a que la Dama del Trueno y la Dama del Rayo estaban allí…
- ¿Y se sabe quiénes han sido?- Inquirió ILaya.-

Aunque la diablesa debía esforzarse para no echarse a reír allí mismo. En tanto aparentaba sentirse turbada por aquello…

-No. Pero según el que escapó…- Se interrumpió para agregar con patente incredulidad.-  Ese tipo tendría que estar drogado o algo así. Declaró que una chica a la que ellos estaban… bueno según contó, querían darle un susto pero al parecer fue ella quién se lo dio. Que tenía ojos rojos que brillaban y colmillos, ¡ja!...- Declaró Robert encogiéndose de hombros.- Eso le contó al periodista de sucesos que cubre ese distrito. Ya sabes, siempre tienen alguno en las jefaturas de policía por si se produce algún crimen o caso interesante. Pero a mí me da que este tipo era un alucinado o algo y que o bien iba drogado hasta las cejas o debió de ser una reyerta entre bandas.
-¿Y dice algo más de esas justicieras?- Inquirió ILaya ahora con mayor y real interés.-
- Solamente que le llevaron allí y a sus dos amigos heridos al hospital para que les atendieran. Luego se marcharon, como siempre hacen. Desde luego, son unas mujeres muy valientes.
-¿No me digas que las admiras?- Se sonrió su interlocutora sin ocultar su desdén.-

            El chico la observó con asombro. ¡Pues claro que las admiraba! Y así lo hizo constar.

-Hacen una labor muy importante, ayudan a la gente. Combaten esos extraños crímenes que se han producido por toda la ciudad. Tú al acabar de llegar posiblemente no lo sepas, pero han estado pasando cosas muy raras.
-¿Qué tipo de cosas?
-Pues no sé. Extraños asesinatos, ataques a lugares sagrados. Incidentes con personas que parecen haber enloquecido, como si estuviesen poseídos. Bueno, lo principal es que te sentirías mucho mejor si te vieses mezclada en medio de algo como eso y las justicieras acudiesen en tu ayuda.

            ILaya se sonrió disfrutando la ironía, no creía eso muy posible en su caso. Aunque no debía olvidar su papel. Se suponía que era una mujer humana indefensa. Y convino de forma más suave.

-Tienes razón. ¡Qué terrible! Menos mal que esas justicieras están para protegernos. Salvo que, claro, fueran ellas las que cometieran esas atrocidades…

            Robert la miró de nuevo con patente asombro. Pero se apresuró a contestar.

-En absoluto. Hay muchos testimonios de personas que les están muy agradecidas. Les han salvado de criminales y de, según algunos testigos, gentes muy raras. Aunque no me creo eso de que fueran monstruos, posiblemente sería algún desequilibrado con un disfraz. De todas formas. Nunca viene mal gente dispuesta a luchar por la justicia. De veras, este es un mundo muy duro a veces. Tenemos que ayudarnos para hacerlo un poco mejor.

Ahora fue la chica quién le observó sorprendida. En fin, ya era la hora de entrar al trabajo. Ambos lo hicieron aparcando la conversación. ILaya no comprendía por qué unos humanos simplemente se ocupaban de proteger a otros. Lo normal, al menos para ella y los suyos, era machacar al débil y aprovecharse de él. Quizás debería entender esas ideas de los mortales para obtener una ventaja en su estrategia. Pensó que lo mejor sería proceder con más cautela. Y seguir apoyándose en ese hombre.

-Este Robert es una valiosa fuente de información.- Concluyó, para decirse.- Seguiré frecuentándole con mucha cautela a fin de aprender más sobre la forma de ser de los de su especie.

Y mientras avanzaba en sus conocimientos de las costumbres humanas y en su labor primordial, pasaron varias semanas. Si bien no volvió a encontrarse con las justicieras supo que las cosas iban mal para la secta. Se oyó que Karnoalk había sido eliminado…

-Hice bien en mantenerme al margen.- Pensaba realmente satisfecha de su decisión.- Si han sido capaces de derrotar a ese demonio no son enemigos a los que yo pueda vencer. Al menos ese extraño guerrero dorado.

Pero por suerte aquel no era su problema. La diablesa por su parte, tenía casi a punto su trabajo. Un día Robert le preguntó de qué se trataba. Ella le respondió esquivamente que de un fertilizante. La jornada terminó y cuando la chica iba a salir su compañero le propuso con afabilidad.

-¿Te apetece dar un paseo?  El parque está muy bonito a estas horas de la tarde.


 ILaya aceptó, habían acabado pronto y aún había sol. Además no podía disimular su extrañeza. ¿Qué veían de interesante esos seres humanos en aquellas formaciones vegetales tan anodinas? Salvo que algo se escondiera dentro. Tenía curiosidad y recordó una vez más sus instrucciones de aprender lo más posible sobre la conducta de esos seres. Y ¿para qué negarlo? Su compañero de trabajo era interesante. Le contaba muchas cosas y ella recurría a su ayuda cada vez que no comprendía algo de las estúpidas normas o usos de los humanos. Al menos como fuente de conocimientos ese mortal era muy valioso y encima hasta la entretenía. Cosa que ella habría juzgado casi imposible. Antes de conocer a Robert nunca creyó que los humanos tuvieran el más mínimo interés, salvo para jugar con ellos, maltratarles, o tener sexo. De modo que, en tanto todos estos pensamiento pasaban por su cabeza fueron hacia el parque. Al llegar paseaban entre los árboles y varios niños de corta edad se cruzaron en su camino corriendo. Uno de ellos se cayó y se puso a hacer pucheros. Robert le ayudó a levantarse ante la mirada indiferente de ILaya. Ésta comentó mientras el niño, que había dejado enseguida de llorar, se alejaba otra vez a la carrera.

-Si corre así otra vez volverá a caerse, ¿es que no se da cuenta de eso?
-¡Dale un respiro! - Sonrió él añadiendo cordial. - No debe de tener más de seis años, a esa edad únicamente les apetece correr y jugar.
-Son almas inocentes, claro, - dijo ella de un modo suspicaz. -
-Sí, yo ya ni me acuerdo de lo que sentía con esa edad, les envidio. La verdad es que siempre me han gustado los niños.
-¿Para qué? -  Le preguntó su interlocutora sorprendida.-

Quizás era uno de esos humanos que practicaba canibalismo. Ella había escuchado comentar de algunos de los demonios y diablesas más terribles del averno que también disfrutaban con la sangre de esas criaturas. Aunque ella no lo había probado, pero ¿quién sabe? Quizás en alguna ocasión podría ofrecerle uno a su compañero y asegurarse un valioso aliado...

            Entonces Robert rio desconcertado a ILaya cuando le explicó el por qué…

-¿Eh? ¿Cómo que para qué? .Me gustaría casarme un día y tener hijos. ¿A ti no?
- Nunca me lo he planteado - replicó indiferentemente.-

Se daba cuenta de que su anterior sospecha carecía de base. Debía tener mucho más cuidado y buscar otra manera de que Robert le otorgase toda su confianza.

- Supongo que será por nuestro trabajo, absorbe mucho.- Comentó él. -
- Sí, eso debe ser,- dijo ILaya para zanjar el tema, pues por algún motivo que no lograba entender hablar de eso comenzaba a resultarle incómodo.  -

            Pero de nuevo fue Robert el que se encargó de ello con otra propuesta no menos sorprendente.

-¿Qué te parece si nos vamos al cine?
-¿Al cine? - Repitió ella sin saber exactamente de que podría tratarse aquello. -
- Sí,- ¡Ja, ja! Lo dices como si jamás hubieras estado en uno. -Rio él, para añadir.- Mira, ponen alguna película de reestreno en uno cerca de aquí. Si es que no te da miedo
- Bueno. - Aceptó ILaya pensando curiosa en qué sería eso del cine y a qué se referiría ese humano. A ella no se la asustaba con facilidad, casi lo tomó como un reto cuando asintió y dijo con sorprendente cordialidad. -Muy bien, no tengo nada que hacer esta tarde. ¡A ver si eso me asusta!…

            Así las cosas, ambos se dirigieron hacia el cine que estaba sólo a un corto paseo. Al llegar vieron que la película a restrenar era el Exorcista. Robert le insistió a ILaya, ésta vez algo preocupado.

-Esta película es algo fuerte, no sé si serás sensible. Salen cosas bastante desagradables, endemoniados y todo eso.
-Creo que me gustará. - Afirmó la muchacha con una maliciosa sonrisa. -

            Entraron a ver la película y a Robert le sorprendió que ILaya se riera con ganas mientras el resto de la gente de la sala guardaba un silencio dominado por el miedo. Sobre todo cuando veían a la niña lanzando babas verdes y girando la cabeza.

-¿Te hace gracia? - Le inquirió  Robert la miró atónito. -
- Me río de la imagen que tienen los hu…las personas de los demonios, los ponen demasiado feos, ¡ja, ja, ja! - ¡Qué bueno, eso!, “mira lo que ha hecho la guarra de tu hija, ¡ja, ja, ja, ja!…me lo apuntaré.

ILaya se reía, y en eso era sincera. De hecho, lo estaba pasando muy bien. Nunca antes se había entretenido tanto. Tanto que casi dice humanos, cuando respondió. Por fortuna esta vez estuvo rápida para corregirse. Y es que en verdad encontraba la situación divertida. Esa especie de diablo recordaba vagamente a esas estúpidas bestias subhumanas del segundo círculo. ¡Esas sí que eran feas! pero nada inteligentes. En cuanto a poseer a una humana de esa forma era algo ridículo. Un demonio medianamente listo no llamaría así la atención. Y esas babas ¡qué tontería! Ningún diablo decente haría algo así. ¡Salvo que quizás el almuerzo le hubiese sentado mal! ¿Y para que iba a hacer levitar la cama? ¿Para cambiar las sábanas mejor?...

-¡Esto es absurdo.- Se burlaba ella sin parar de reír.- ¿Qué son, esos demonios de la película, mascotas?...
-¿Cómo crees que son los demonios en realidad? - Le preguntó Robert con evidente curiosidad. -
- No creo que todos sean tan feos, eso te lo aseguro,- rio nuevamente ILaya añadiendo casi a modo de indicación. – Al menos, si yo tratase de invadir la Tierra lo haría con más disimulo.
-Es cierto, en eso creo que tienes razón.- Se rio también él.-

            Su contertulia asintió. Aunque había de todo. La mayoría de los de su círculo desde luego parecían humanos. También los había por supuesto con formas mucho  más grotescas. En fin…Lo único que le resultó incómodo de ver fue cuando ese sacerdote rociaba a la poseída con agua bendita. Aunque claro, al ser un demonio oculto en un cuerpo humano no ardía al contacto con ella. Suspiró aliviada.

-Mejor no tocar eso.- Se dijo a modo de nota preventiva mental.-

Más tarde, divertida por aquella pobre interpretación humana de los de su especie, dejó que su acompañante la invitase a algo llamado palomitas. Aunque no eran pájaros pequeños como ella creyó al oír el nombre. Eran una especie de bolitas saladas que no estaban mal. Sin casi darse cuenta se comió el equivalente a un enorme cubo ella sola.

-Me dejas sorprendido.- Pudo decir él observándola atónito al comprobar cómo había vaciado ese recipiente.- ¿No te sentará mal?
- No - replicó la muchacha de forma indiferente.- El sabor es bueno. Aunque da un poco de sed.- Admitió finalmente.-
-Puedo ir a por un refresco. – Se ofreció el chico.-

            Su interlocutora asintió. Ahora estaba muy interesada en la película. En ese momento en el que el sacerdote pedía al demonio que entrase en él y luego saltaba por la ventana. De nuevo sus carcajadas arreciaron ante las miradas anonadadas del resto del público.

-¡Ese tipo es tonto!- Declaró visiblemente divertida.- El demonio volverá a salir y ya está. Eso lo sabe cualquiera.
- No creía que fueras tan experta en diablos.- Sonrió Robert.-


            Aunque ahí la aludida dejó de reírse. ¿Y si estaba hablando demasiado? ¿Acaso ese humano podría sospechar? Más cuando él le preguntó.

-A ver, doña experta, ¿cómo acabarías tú con ese demonio?, ¡ja, ja!…

            Para su alivio ILaya pudo darse cuenta de que su contertulio se tomaba aquello a chanza. De modo que decidió emular su tono.

-Pues- repuso la chica llevándose una mano a la barbilla.- Si sale en forma de nube es sencillo, con dispersarla del todo. Y si está en un cuerpo, pues lo matas antes de que escape y se acabó.- Concluyó como si eso fuese obvio.-

            Aunque debía de admitir que esos rituales de exorcismos sí que funcionaban y que eran muy peligrosos para los de su especie. Pero eso no lo iba a decir. Al fin cuando terminó la película, ambos salieron del cine. Robert tomó a ILaya del brazo y ante la sorpresa de ella la cubrió con su chaqueta, dado que la muchacha llevaba una suave blusa y refrescaba.

-¿Qué haces? - Le inquirió ella sin comprender. - ¿Por qué me pones tu chaqueta a mí?..
- Hace frío, yo llevo mi jersey, así no te enfriarás.- Le explicó afectuosamente Robert. -
- Gracias,- sonrió la chica aun sin acabar de comprenderlo. Pero sabiendo  que él creía hacerla un favor por lo que añadió. - ¿Qué deseas a cambio?
- ¿A cambio?- Se sorprendió él mirándola ahora sin comprender. - ¿A cambio de qué?
- De tu chaqueta, – especificó ella. –
- ¡Cómo sois los de Los Ángeles! ¡No quiero nada a cambio! Solamente que no agarres un resfriado. Cuando llegues a casa me la devuelves.- Se rio el muchacho para extrañeza de su interlocutora. -

            La verdad es que, desde que conocía a Robert, ILaya estaba desconcertada. Los humanos en general no eran como se los había imaginado. Tenían una extraña manera de ser, pero vivían de una forma diferente a lo que ella conocía en el averno. Allí nadie se preocupaba por nadie, sólo entre camaradas muy cercanos y ni siquiera así se podía confiar demasiado en otros demonios. No faltaría siempre el ventajista que para ascender o hacer méritos, fuera capaz de eliminar si fuese necesario a cualquier compañero y eso allí no estaba mal visto, todo lo contrario. Ella misma había pasado por encima de otros colegas menos decididos y le había ido bien. Además, los humanos eran débiles y adoraban al Creador, el que había arrojado al Príncipe de las Tinieblas de su lado. Debían ser aniquilados, y su mundo sometido, siempre lo creyó. Pero Robert, por ejemplo, se mostraba siempre muy amable con ella y eso no era porque él quisiera engañarla. No sabía quién era en realidad. Pudiera ser que pretendiera acceder a su cuerpo para aparearse y tratarse de atraerla así. Ésta actitud era muy típica de los machos humanos, pero ya tuvo la ocasión desde el principio y tampoco parecía ese el caso. Ni le hacía ningún tipo de insinuación en ese sentido. ¿Entonces, qué quería? ILaya no alcanza a  entenderlo.  Pero lo importante es que la había ayudado mucho en su trabajo y gracias a él pronto tendrían el compuesto para dominar a los humanos, ¡pobre tonto! De todas maneras, lo que más le extrañaba y precisamente por ser una súcubos, era que ese chico nunca había intentado proponerla ningún tipo de relación sexual, quizá prefiriese a humanos de su mismo sexo. Bueno, a ella sí que le atraía, de modo que daría el primer paso...

- Vamos a mi casa,- le propuso la muchacha, esta vez con sus más persuasivas dotes de seducción mirándole con sus verdes ojos. - Anochece y pronto hará más frío, así tomamos algo y te devuelvo tu chaqueta. Hoy sí podrás, mañana no trabajamos.

            Robert sintió el repentino deseo de acompañarla y otras cosas más difíciles de admitir, él no creía haber pensado en ILaya solamente de esa manera. Pero cuando ella le miró con esos ojos verdes tan intensos, de los que él hubiese jurado que salió un resplandor rojizo, no era capaz de apartar la idea de su cabeza. Se sentía como si estuviera imbuido por un impulso irresistible. Quería ir con esa chica y tenía muchas ganas de… Como pudo sacudió su cabeza, tratando de apartar aquello.

- Gracias, me encantará.- Aceptó sin embargo él…

            Una vez allí, ella le sirvió una copa. Charlaron y así pasó el rato, otra copa y la diablesa decidió que era la hora de pasar al ataque. Se desabotonó la blusa y acarició la cara de su invitado.

-¿Me encuentras atractiva Robert? ¿Te gustaría hacer el amor conmigo?,- le susurró con voz melosa y sensual. -

             Él se quedó muy sorprendido. ILaya era una mujer muy bella, se sentía terriblemente atraído. ¡Pero no!, debía dominarse, él tenía sus principios, no quería aprovecharse de ella pues creía que estaba borracha. La chica comenzó a acariciarle el pelo y el pecho, le besó en la boca con pasión. Robert la abrazó, no podía resistirse más. La chica metió su mano por la camisa de él, acarició su cuello, sería tan fácil rompérselo pensó, pero no deseaba hacer eso. Desde luego no ahora.  Y sentía que el humano estaba cada vez más excitado. A punto para copular.

-Vamos…no te resistas más.- Le susurraba al oído con tono realmente sensual.- Adelante Robert…

 De pronto ILaya sacó la mano bruscamente a la vez que lanzó un estridente chillido. Él se sobresaltó. Con una agilidad felina la chica había saltado alejándose de él y ahora estaba acurrucada tras el sofá y se tapaba la cara con las manos.

-¿Qué te ocurre? -  Quiso saber Robert que, preocupado, se tanteó el pecho y sacó una cadenita de la que pendía un crucifijo de plata por fuera de la camisa, especulando en forma de pregunta. -¿Te has pinchado?
-No.- Trató de responder ella, pero su voz sonaba ronca, tuvo que hacer un esfuerzo enorme por tamizarla para añadir entre jadeos. - Estoy bien, déjame, por favor.
-¿Que tienes?,- inquirió él con visible inquietud. –
- Na…nada…- pudo musitar ella casi con un siseo. –

 El chico quiso acercarse pero ILaya se apartó dándole la espalda, tenía sus ojos rojos y sus colmillos demoniacos y se miraba su mano. Sus dedos estaban quemados con la marca de la cruz y el humano no dejaba de repetirle.

 - Déjame ver...

ILaya estaba en un dilema. Si ese hombre se aproximaba y la veía en su forma natural no tendría más remedio que matarle. Pero no deseaba hacer eso. Al menos ahora no. No comprendía por qué se refrenaba. Matarlo y destruir el cuerpo sería lo más fácil. Pensó que no era conveniente, podrían hacer preguntas y sobre todo ese chico la estaba ayudando bastante. Le necesitaba para completar su tarea. Entonces discurrió…

- Por favor, ve a la cocina y tráeme agua.- Pudo  pedirle disimulando un poco su gutural tono. -

 El preocupado Robert fue de inmediato. Eso le dio tiempo a ILaya a recobrar su apariencia humana normal y curar en lo posible esa herida con su capacidad regenerativa. Cuando el chico le trajo el agua, la bebió con avidez en tanto él le preguntaba con inquietud.

- ¿Te encuentras mejor?
- Sí. Gracias, estaba seca, no es nada, me ocurre de vez en cuando. Tengo alergia a la plata, eso es todo.- Replicó ella, ya con un tono de mujer humana normal. -
- Claro, mi crucifijo y la cadena son de plata,- afirmó él que se lo enseñó a ILaya, pero ella apartó la vista y el muchacho, visiblemente consternado se disculpó. - Lo siento, no lo sabía.
- No pasa nada, por favor, no me lo acerques.- Le pidió su contertulia con palpable temor, Robert asintió guardándoselo bajo la camisa. -
- Perdóname, quizá será mejor que me vaya.-. Opinó él, turbado y bastante incomodado por haber perjudicado así, aunque fuera sin pretenderlo, a esa pobre chica. – Espero que te mejores…

            ILaya respiró aliviada, pasado el influjo al que le había sometido para atraerle el humano habría perdido su interés. Más todavía tras lo sucedido. Sin embargo, parecía mostrarse inquieto por ella y desear auxiliarla. Pese a que no le estaba controlando en modo alguno para eso. La diablesa estaba confusa. Quería estar a solas, aún se sentía mal. Debía de ser cierto, cuanto más puro era de corazón un mortal y más fe tenía en el Creador, más letales eran sus símbolos para un ser del averno. Aquello casi le cuesta caro. Por suerte se había librado pero debería tener mucho más cuidado desde ahora. Y eso le enseñó una nueva lección, comenzaba a entender el porqué algunos de sus congéneres odiaban tanto a los humanos. Realmente les temían, cualquier mortal de buen corazón era virtualmente inatacable para un demonio de no mediar una posesión o el uso de la fuerza física y esos recursos eran complicados, sobre todo el primero. Aunque por alguna extraña razón, ella no sentía temor estando con Robert, al contrario.

- Sí, gracias. Creo que me acostaré. No te preocupes.- Le respondió ella con suavidad. -
- Si necesitas alguna cosa.- Le ofreció Robert aunque la chica sonrió negando con la cabeza. – Que descanses,- le deseó él devolviéndole la sonrisa. - Hasta mañana, ILaya.

            Robert la besó con suavidad en los labios y acarició su mejilla, era una sensación rara para ella. Notó un extraño calor, pero no era algo relacionado con el sexo. Era una emoción que nunca había sentido. Le daba la impresión de que ese hombre se preocupaba por su bienestar, como si la considerase muy valiosa y quisiera protegerla. Eso jamás le había ocurrido entre los suyos. Allí, únicamente importaba obedecer las órdenes de sus superiores y preocuparse por uno mismo. El muchacho salió de la casa y la diablesa cerró la puerta. ILaya recobró su apariencia demoniaca y se tanteó a la busca de nuevas heridas, pero estas, dada su constitución, ya estaban prácticamente cerradas. Incluso la quemadura había desaparecido. ¡Eso si era raro, al ser producto de un objeto sagrado debería haberse quedado ahí! ¿Podría haber sido una simple reacción química? Lo mejor sería descansar, se tumbó mirando hacia el techo y optó por dejarlo correr, mañana lo investigaría.

-Esto es muy extraño. Tengo que ir con cautela.- Pensaba tratando de poner en orden sus ideas.-

 Al día siguiente, festivo, él la llamó preguntándole como estaba. ILaya le contestó que bien. El chico quiso quedar pero ella se negó aduciendo  que tenía que ir a ver a unos amigos. Colgó, vestía su uniforme demoniaco y sus ojos rojos miraban perdidos por la ventana, al fin se trasladó a la guarida del Gran Sabio. Cuando llegó hizo una reverencia a su superior y éste le inquirió con sus dos ojos brillando cual carbunclos.

-¿Has terminado el compuesto?
-Todavía no, señor. Necesitaré un poco más de tiempo.
-No nos queda mucho más. Las justicieras y el guerrero dorado están ya muy cerca de nosotros. Han derrotado a muchos de tus congéneres.
-Me apresuraré. – Le aseguró ella tratando de ganar algo más de plazo. – Ya no me falta mucho.
-Procura no decepcionarme como tus otras compañeras. – Fue la lacónica y seca réplica de él que desapareció en tanto la diablesa hacía otra reverencia ya hacia un espacio vacío y replicaba. -
-No lo haré…

ILaya se marchó con la sensación de tener muy poco tiempo antes de que su superior enviase a alguna otra a sustituirla. No quería fallar en la misión pero inexplicablemente tampoco deseaba hacer algo que pudiera afectar a Robert. Aunque en los días que siguieron su trato con él se enfrió bastante. No deseaba que ese humano interfiera con su trabajo. El muchacho pensó que todo se debía a ese incidente y realmente se sintió apenado. La diablesa se dio cuenta de que aquel mortal debía de estar sufriendo por algo relacionado con ella. Pero la propia ILaya no había conjurado nada contra él, ni le había dañado. De todos modos, no tuvo mucho tiempo de pensar en eso, Hux, la llamó a su despacho y la acosó a preguntas sobre su trabajo. Aburrida le contestó lo mismo que ya había dicho al Sabio, ante el enfado del supervisor que la reprendió.

- Vas retrasada, te dedicas a ver a Robert demasiado tiempo, ¿qué ocurre, ILaya? - Le preguntó contrariado añadiendo con palpable enfado teñido de sarcasmo.  - ¿Acaso te lo tiras a él? No lo hagas porque le necesitamos. Nos es muy útil, por ahora…- Celebró su propio comentario con una risita maliciosa. -
- No dejes que tus deseos interfieran con tu misión. Yo no lo hago. - Respondió ILaya aparentando indiferencia. Aunque ese comentario de Hux la había molestado mucho, pero no quiso dar muestras de ello mientras explicaba.  - En algo tienes razón. Ese humano me es útil, por eso le veo tanto. Me ha ayudado en mi trabajo mucho más que tú. ¡Y sin sexo a cambio! ¡Me ha dado tanta información que parece que él fuera mi enlace! Si tuviéramos más como él, igual de eficientes, este mundo hace mucho que sería nuestro, ¡debería darte vergüenza! - Sonrió con suficiencia y se cruzó de brazos con desdén. -
-¡Ten mucho cuidado, ILaya! - Le advirtió Hux bastante irritado con la actitud de la diablesa amenazándola sin tapujos. - El Gran Sabio recibe puntualmente mis informes y empieza a impacientarse. Y te garantizo que él sabe cómo tratar a los que fracasan, sean súcubus o humanos.

            A ésta le gustó el efecto que sus palabras habían producido en ese idiota, Finch estaba visiblemente nervioso. Ella sin embargo encajó como si nada aquella amenaza manteniendo su expresión impasible para replicar.

- Yo hablo a menudo con él. Y le comunico quiénes me son de utilidad y quiénes no. Así que ten cuidado tú también, porque podría impacientarse con los dos.- Y sin más salió del despacho sin esperar la respuesta de un furioso y ahora también, inquieto Hux. -

            Una vez se alejó de ese tipo ILaya volvió enfadada al laboratorio. Robert la saludó y ella le respondió con una mueca, él se acercó y la tomó con suavidad de los hombros. La chica  le espetó de malos modos.

-¿Qué es lo que quieres? - Robert la soltó con gesto sorprendido, parecía que su enfado con él era más serio de lo que pensaba. -
- Perdona, no quería molestarte. No volveré a hacerlo.

Se alejó pero  la diablesa se sorprendió a sí misma respondiendo en tono de disculpa.

- Perdóname tú a mí, por favor. Es que vengo del despacho de Hux ¡Ese tipo es un idiota! Tú no tienes la culpa.
-¿Qué ha pasado? - Quiso saber su interlocutor con preocupación, pero feliz de que no fuera por causa suya. -
- Me está presionando mucho estos últimos días. - Respondió ILaya con bastante más sinceridad de la que ella misma hubiera deseado. - Por mi trabajo, quiere que me dé más prisa, eso es todo.
- Sí, a veces se hace difícil aguantarle,- dijo Robert de forma muy comprensiva - pero es uno de los jefes. ¡Qué le vamos a hacer! Ignórale lo que puedas. - Sonrió recobrando su tono jovial para proponerla como antes. - ¿Por qué no nos comemos un perrito caliente y le insultamos un poco? Necesitamos desahogarnos.

            Su interlocutora sonrió también. Hubiera preferido arrancarle la cabeza a ese imbécil de supervisor pero visto que no podía hacerlo aceptó gustosa la oferta de su compañero. Por algún motivo que no entendía expresar aquello le ayudó. Se liberó de esa presión. Y era a causa de ese humano. La escuchaba y la animaba de tal modo que ella parecía creer que todo saldría bien. No podía explicárselo. Jamás experimentó nada parecido en su lugar de procedencia. Allí desde luego admitir tu frustración era sinónimo de admitir el fracaso y eso no se perdonaba. Ahora en cambio era como si pudiera refugiarse hablando con él. Cada vez deseaba estar más tiempo con ese hombre, no entendía el por qué, pero así era. Fueron a comer aquel manjar, a diferencia de lo que había imaginado, no era un perro quemado, sino una especie de salchicha. En cuanto terminaron él sonrió en tanto la miraba.

-¿Qué pasa?- Quiso saber la chica.-
-Es que tienes un poco de tomate en los labios.- Pudo decir él, que sacando un pañuelo se los limpió con suavidad.-

            La diablesa sintió una especie de descarga en cuanto los dedos de ese hombre la rozaron… Casi se apartó involuntariamente.

-¿Te he hecho daño?- Inquirió Robert con visible preocupación.-
-No, no ha sido nada.- Pudo responder su interlocutora.-

La súcubos estaba confusa. ¿Qué había sido esa extraña corriente de energía? No quiso darle más importancia, pudiera haber sido algo de estática. Finalmente salieron de la zona de los perritos y al pasar al lado de una tienda de flores Robert le compró una rosa, su destinataria se sorprendió.

-¿Y esto? ¿Por qué? - Quiso saber observando esa flor con gesto atónito. -
- Por que es como tú, muy bonita.- Sonrió el muchacho que  cariñosamente se la ofreció.  -

            ILaya la tomó en su mano izquierda y contempló la flor, era muy bella, pero su belleza era muy efímera, igual que los mortales. Ella como súcubos podría ser siempre joven, los humanos no. La vida de estos era muy corta pero eso no parecía importarles. Al contrario, la vivían con mucha intensidad, recreándose en las cosas más absurdas y triviales. O eso había creído hasta ahora, pero le sorprendía que incluso ella misma se había divertido mucho yendo al cine, o a cualquiera de esas atracciones del parque que Robert le había mostrado cuando salían de vez en cuando. Con algunas conversaciones aparentemente intrascendentes y con esos paseos que daban también se sentía bien. Era una buena manera de olvidarse de sus problemas y sus urgencias, se descargaba mucha presión. Quizás por ello los humanos eran tan aficionados a entregarse a aquellos banales pasatiempos. No obstante, mientras pensaba  en ello, vio como la flor comenzaba a marchitarse. La causa estaba en su propia energía negativa, pero era algo que no podía evitar. Robert miró la rosa con decepción aunque enseguida quiso animar a la muchacha creyendo que se sentía decepcionada.

-Ni siquiera las flores son ya lo que eran. Ahora sólo las cultivan con química ¡Ojalá que tu fertilizante esté pronto terminado, seguro que saldrán unas flores preciosas!

            ILaya contempló la marchita flor con una mirada triste, tampoco comprendía el por qué.  Eso la había afectado, y ella no estaba baja de energía. Pero Robert, empeñado en levantarle la moral, le sonrió y le dijo con mucha amabilidad.

- No te preocupes, luego te compraré un ramo entero.- La diablesa sonrió sintiéndose mejor sin entender todavía la razón. –

            De vuelta a su apartamento ILaya estaba cada vez más confusa. Se miraba al espejo contemplando sus rasgos humanos, era una mujer bonita, es más, muy deseable. Eso era algo que la mayoría de los humanos sin duda opinaría. Pero Robert lo decía de una forma diferente. No era una estimación objetiva, ni siquiera una valoración estética. Él la hacía sentir algo especial, no acababa de entender lo que le sucedía. Ese humano le gustaba desde luego. Además, su instinto la empujaba a copular con cualquiera que le pareciera atractivo. Pero algo le ocurría pues desde que conoció a Robert no había hecho el amor (Esa expresión era humana, bueno, se le ocurrió sin más).Copulado con ningún humano. Deseaba a ese hombre pero sentía algo más aparte de eso, aunque no sabía que podría ser. Quizás fuera ese corazón tan limpio que tenía lo que la turbaba tanto. Incluso cuando de noche pensaba en salir a divertirse con algún humano venía a su cabeza la imagen de su compañero de trabajo y de pronto perdía todo interés en dañar a otros como él. No comprendía lo que le estaba sucediendo. Incluso llegó a preocuparse. ¿Estaría enferma? ¿O algo similar a lo que los mortales entendían por una enfermedad? Sus meditaciones se vieron interrumpidas por una proyección holográfica del Gran Sabio.

- ILaya.- Habló notándosele enfadado. - Se me está agotando la paciencia ¿Tienes ya el producto preparado?..
- Sí, mi señor, sólo necesito un par de días más, pero te lo entregaré pasados estos.- Repuso humildemente la interpelada.-
- Eso espero, por tu propio bien. Enviaré a alguien a recogerlo -  y dicho eso desapareció sin más. -

            Y la muchacha no había mentido. En realidad tenía las bases de aquello a punto. Sabía perfectamente que, de no tener el producto, estaría acabada. Pero no le preocupaba, ella  conocía bien las consecuencias si los suyos empleaban esa sustancia. Pensó en Robert, no quería que él se viera afectado. También se acordó del parque por el que caminaban, de las atracciones. Aquello era bonito y divertido. No deseaba que los suyos lo destruyesen. Pero lo harían en cuanto invadieran la Tierra. De seguro que todo rastro de vida humana, incluyendo la ciudad sería arrasada. ¿O quizás no? De todos modos con su compuesto podrían dominar a los humanos sin necesidad de ello. Pero les convertirían en una especie de muñecos sin voluntad. Y después de conocer a su compañero de trabajo ella no creía ya que eso hiciera falta. Aquel chico estaba dispuesto a protegerla y le daba cualquier cosa simplemente porque pensaba que así la hacía feliz. Ella no tenía el menor deseo de que él perdiera su voluntad. ¿Qué sucedería si no entregaba aquel producto al Sabio? Posiblemente la castigarían. No se inquietaba por ella misma, sabía cómo defenderse. Pero ¿y si ellos tratasen de hacerle algo a Robert para castigarla? No, no lo creía, el Gran Sabio no sabía nada de él, pero Hux sí.

-Pero…¿Qué me sucede? ¿En qué estoy pensando?- Se dijo a sí misma interrogando a su propio reflejo del espejo. -

Aquello era una locura. ¿Cómo iba a hacer una cosa así? Sería ir en contra de su misión, y ella deseaba triunfar, ascender… eso se decía.

-¿Qué me está pasando? ¿Acaso me he vuelto loca? A mí qué me importa ese patético humano. – Se obligó a sentenciar en voz alta, mirándose ahora con su aspecto demoniaco. –

Sonrió mostrando sus colmillos, sí, eso estaba mucho mejor. Tenía que continuar con su labor. Pero entonces dedicó su atención al tocador, allí estaba aquella rosa marchita que, sin pretenderlo, había traído desde el parque. La miró fijamente y su triunfal sonrisa desapareció…

-¿Qué clase de hechizo me ha lanzado? ¿Acaso es una especie de mago? Tiene que serlo y muy poderoso, jamás había sentido nada así…- Pensó con una extraña sensación a medio camino entre la sorpresa y el dolor.-

Al día siguiente fue a su trabajo. Robert la notó algo distraída. En la pausa para almorzar se sentó junto a ella y amablemente le inquirió.

-¿Sigues preocupada? ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
-No, no hay nada que puedas hacer, – replicó ella sin mucho entusiasmo. –
-Vamos. No puede ser tan terrible.- Trató de animarla él diciéndole con afecto. – Verás, es bueno ser responsable en el trabajo, pero no tanto que eso te cueste tu propia salud, o tu felicidad.
-Mi trabajo es muy importante para mí. – Sentenció la muchacha con sequedad. –
-Igual que el mío lo es para mí, sí. – Le confesó Robert agregando. – Incluso me he refugiado en él muchas veces cuando las cosas iban mal en otros terrenos de mi vida. Pero créeme, no te compensará si te hace sufrir tanto.
-Me juego mucho en esto, no sabes cuánto. – Le desveló ella, casi incrédula de lo que estaba diciendo, más cuando añadió. – Mi futuro está comprometido en esta tarea.
-Bueno ILaya. ¿Qué es lo peor que te podría pasar, eh? ¿Qué te despidiesen?- Sonrió el chico que afirmó de modo más jovial. – Escucha. Eres muy inteligente y encontrarás algo siempre que quieras. Y además te ayudaré, si me dices qué necesitas o qué te falta, lo haremos entre los dos. Yo llevo bastante al día mis proyectos. No me supondrá ningún esfuerzo importante.

Ahora fue ella quién le dedicó una  atónita mirada. Apenas sí pudo ser capaz de preguntarle.

-¿Harías algo así por mí? ¿Por qué?... ¿Qué puede importarte lo que me suceda?
-Bueno...porqué… - Robert parecía estar nervioso, como si buscase la respuesta adecuada y al fin casi susurró. – Tú has llegado a ser una persona muy importante para mí. No deseo verte sufrir.

La diablesa estaba totalmente desconcertada. ¿Qué quería decirle con eso? ¿Acaso alguien le había lanzado un conjuro?, no percibía nada similar.  Pero ella no le había seducido, ni amenazado, ni sugestionado de ningún modo. ¡Es que ni siquiera le había pedido ayuda! Y entre los suyos casi nunca se pedía nada salvo que se quisiera negociar o intercambiar por un mutuo beneficio o ser capaz de dominar al otro para que hiciera tu voluntad. Tampoco interpretaba por sus palabras que él estuviera ofreciendo su apoyo a cambio de compensaciones sexuales ni materiales. Entonces ¿por qué?... suspiró y solamente se le ocurrió sonreír y replicar para zanjar aquello.

-Te lo agradezco de verdad. Si necesito algo te lo diré.

Convinieron en eso y volvieron al trabajo. Aunque esa conversación, al menos el final, no pasó desapercibida para Hux. Él les vio de lejos, incomodo por aquella buena relación que esa diablesa mantenía con ese idiota. Quizás fuera cierto que se estaba sirviendo de él. Y seguro que se lo tiraría a la salida del trabajo. ¡Claro!, por eso ese tipo era tan solícito. Aunque Finch tuvo muchos deseos de acostarse con ella al principio ahora era más bien una especie de resentimiento el que se abría camino. Esa zorra demoniaca siempre le miraba con desprecio, pero pronto se le quitaría esa actitud tan arrogante. Él mismo había hablado con el Sabio. Lo recordó, hacía tan solo un par de días.

-¿Qué es lo que quieres?- Le inquirió el encapuchado levitando en aquel apartado solar donde tenía su cuartel general, en cuanto recibió a Hux. –
-Veréis, señor. Se trata de esa súcubos, no parece centrarse mucho en su misión. – Comentó él –
-Ella me garantiza que lo tiene todo casi a  punto. - Rebatió el Sabio. –
-Podría ser, pero si tuvieras a bien enviarme a alguna de sus congéneres para que lo comprobase.- Le pidió ese tipo. –
-Estamos en un momento crucial. - Espetó el Sabio, añadiendo. – Aunque el guerrero dorado ha sido destruido todavía quedan las Justicieras. Ellas no son tan poderosas pero aun así nos hacen bastante daño con sus actuaciones. No debemos descuidarnos hasta la llegada del Maestro.
-Por eso mismo te suplico que me envíes a alguien. – Replicó Finch con tono servil y clavado de rodillas. – Para agilizar las cosas.
-Muy bien – contestó su interlocutor con cierta indiferencia para añadir. – Ya veré lo que puedo hacer. De momento vuelve a tu puesto e infórmame de los progresos de ILaya.  Y ten cuidado, si fracasáis no me importará quien sea el responsable. Todos lo pagaréis. ¿Te ha quedado claro? – Sentenció de modo glaciar. –
-Sí, mi señor. No te preocupes, no fracasaremos. – Se apresuró a asegurarle ese tipo añadiendo con perfidia. – Creo que ILaya se toma demasiadas confianzas con el científico que trabaja a su lado.
-¡No me importan esa clase de cosas siempre y cuando sirvan a nuestros propósitos! – Espetó el Sabio que no era ajeno a las técnicas que empleaban las súcubos con los humanos. –
-Sí, mi señor, pero, no sé cómo decirlo, en mi opinión es demasiado amable con él.
-Será porque le esté resultando útil.-Conjeturó su interlocutor.- Es evidente que tendrá que fingir con él para ganarse su confianza.
-¿Y cuando deje de serlo?- Quiso saber Hux –
-En ese caso que acabe con él inmediatamente, no es necesario dejar testigos, ni pistas para que las justicieras investiguen. – Replicó rotundamente el Sabio. –
-Mi señor, se hará conforme a tus deseos. Yo mismo le transmitiré tus instrucciones.- Afirmó servilmente su interlocutor. –

El Sabio desapareció, dando por concluida esa entrevista. Finch, ahora con una expresión de regocijo, también se marchó… volvió a su trabajo, en esos dos días no quitó la vista de encima a la diablesa y a Robert, pero ILaya se percató de eso. Percibía mucha hostilidad en su enlace. Y casi más hacia su compañero científico que contra ella misma. Eso la preocupó. Ese tipo, aunque un miserable y un cobarde, podía sin embargo ser peligroso. Decidió hacer algo al respecto. Esa misma noche se acercó a la casa donde vivía. Tenía la intención de eliminarle para que no hablase. Siempre podría culpar a las justicieras tomando la apariencia de alguna. Pero cuando llegó descubrió que éste estaba acompañado. Parecía que estaba copulando, por sus gritos y jadeos y la energía que sentía debía de estar con otra súcubos. La diablesa maldijo su mala suerte, decidió marcharse antes de ser detectada. Si ese humano seguía su relación con otra de sus congéneres, él mismo se cavaría su propia fosa.

-Tiempo al tiempo…- Se dijo ella, marchándose con discreción.-

Al día siguiente Hux la llamó a su despacho, estaba junto a una atractiva mujer rubia, seguramente era la de la noche anterior. El supervisor se la presentó con una sonrisita de triunfo.

- ILaya, quiero que conozcas a la súcubos del tercer círculo, Seroa. Viene a ayudarte en tu tarea.
- ¡Yo no he pedido, ni necesito ninguna ayuda! - Espetó la aludida visiblemente enfadada. - El trabajo está terminado, sólo queda probarlo. En cuanto a las justicieras, espero instrucciones.-  Se dirigió entonces a la otra diablesa afirmando con fingida amabilidad. - No es nada personal. Pero no me hace falta ninguna colaboración.

            Su congénere se limitó a sonreír pero no respondió. Hux fue el que le dijo con voz condescendiente.

- No te enfades. Gracias a mí sigues en esta misión. Intercedí por ti ante el Gran Sabio. Le pedí que enviase una súcubos más para ayudarte en caso de tener que enfrentaros a las justicieras. Además. Seroa es muy obediente, no tengo que pedirle las cosas dos veces. ¿Hablo con la bastante claridad?
-Sí...claro.- Repuso ILaya a desgana. La otra diablesa la observaba de forma divertida, eso la irritaba y no pudo contenerse  cuando le inquirió con un tono de voz poco amistosa. - ¿Te parezco graciosa?
- No te enfades, solamente escuchaba vuestra conversación.- Contestó suavemente la otra.-

De hecho parecía que estaba intimidada, mirando hacia todos los lados de la habitación para no enfrentar sus ojos con los ahora rojos rubí de su irritada compañera de la que conocía bien su reputación.

- Pues es lo único que harás aquí. Escuchar. - Sentenció agriamente ILaya para remachar. - Porque todo lo demás ya está resuelto...
- No te creas.- Repuso la diablesa con una expresión de desdén. - Siempre hay algún cabo suelto.- A través de la ventana que daba a la calle, Seroa vio llegar a Robert y señalándole dijo divertida. -Por ejemplo, ese humano de ahí. Finch dice que te tomas demasiado interés por él. Eso no puede ser,- susurró con fingida voz melosa, mientras movía la cabeza y cruzaba los brazos. -
- No mezcles a ese humano en esto, al contrario que Hux, me ha sido muy útil. ¿Quien te crees que me ha ayudado a poner a punto el producto sino él? - Contestó ILaya tratando de mantenerse calmada. -
- Pero ya has concluido ese trabajo. Lo acabas de decir, ese humano ya no nos es útil. Sería conveniente que sufriera un desgraciado accidente.- Comentó Seroa que se sonrió de su propia ocurrencia. -
-¡Ese humano es mío! Es mi misión. La gloria es mía. Si se te ocurre atacarle tendrás que vértelas conmigo y te aseguro que no soy fácil de vencer. ¿Acaso no sabes quién soy yo? - Espetó ILaya con un tono tan amenazador que incluso sorprendió y amedrentó a la otra diablesa. -
- Por supuesto que lo sé. No quise ofenderte, no era mi intención, señora. – Tuvo que admitir su interlocutora bajando la cabeza, no quería desde luego problemas con una capitana de la horda. – Dejémoslo…
- No te preocupes, ILaya.- Intervino Hux para calmar los ánimos, aunque agregando con una mezcla de regocijo y severidad.  - Seroa no va a hacerle nada. Serás tú la que le elimine y esto no es una orden mía. Le comenté también al Gran Sabio tu, llamémosla relación con ese humano. Me dijo que tan pronto dejara de serte útil acabases con él. Es una orden directa suya y no puedes atreverte a desobedecerla. ¿Por qué no te atreverás, verdad?- Le escupió ahora con sorna y una falsa condescendencia. -

ILaya calló sin saber que decir, estaba muy furiosa y a la vez inquieta, pero se obligó a mantenerse serena y para salir del paso respondió con tono autoritario.

- Está bien, me encargaré de él en la primera oportunidad, pero no quiero interferencias de nadie. Os lo repetiré por última vez. La misión sigue siendo mía. ¡Y la gloria también! – Sentenció clavando sus ojos hoscamente a su congénere que ni se atrevió a devolverle la mirada. – Y si alguien se atreve a interponerse no tendré ningún tipo de piedad…
- Muy bien, no lo haremos, ahora vuelve a tu puesto. - Ordenó Hux con sequedad para sentenciar de modo inflexible. – Y no olvides lo que debes hacer con Robert Wallance…

            La diablesa no respondió. Se limitó a salir muy disgustada y preocupada del laboratorio, cuando lo hizo Fix le dijo a Seroa.

- Vigílala, no me parece muy decidida a cumplir las órdenes.
- Será un placer,- sonrió su interlocutora con una expresión llena de malicia, aunque enseguida agregó con prevención. – Pero es muy peligrosa. En el Averno ascendió muy rápido y pocas diablesas de nuestro círculo podrían enfrentarse a ella. De hecho, es superior mía en rango.
- Bueno – declaró Fix en tanto sobaba descaradamente las largas y estilizadas piernas de esa preciosidad. - ¿Acaso no estás interesada en un ascenso? Nadie dice que tengas que desafiarla abiertamente, pero si vas a por ese humano que tanto le gusta…
-Es curioso, sí.- Comentó su interlocutora en actitud pensativa en tanto se dejaba hacer.- ¿Por qué nos avisa que no tendrá piedad si nos interponemos? Eso se supone. Es más, nosotros no advertimos, actuamos.
-Sí, bueno…-Jadeó Fix, sujetando ahora la pierna de la diablesa por debajo de la rodilla y elevándosela ligeramente hacia su entrepierna.- Ahora vamos a ocuparnos de otras cosas…

La súcubos se sonrió y correspondió a las caricias de ese tipo, elevando más la pierna y tras desprenderse del zapato, posando su pie sobre cierta parte que comenzó a estimularle con un suave masaje para satisfacción y placer de éste, en tanto le respondía de forma taimada.

-Sí…encontraré la manera de tomarla desprevenida. Aunque no me conviene confiarme,  dudo mucho que un humano le importe gran cosa. Puede que sea otra de sus tretas.

Aunque su interlocutor hacía tiempo que había dejado de pensar ese asunto, extasiado ante el placer que esa diablesa le estaba proporcionando…

-Menos mal que tengo fuentes de información.- Pensó Seroa.-


Y pensando en eso, tendría que volver a su base. Le habían enviado un mensaje diciéndole que un patético humano, de una cercana Universidad, deseaba contarle algo importante.

-Seguramente no será nada de interés, pero no puedo arriesgarme.- Meditaba en tanto Hux se relajaba del todo manchándole la media.-

             Por su parte, y una vez que ILaya llegó a su lugar de trabajo fue a por el producto y lo sacó de su taquilla. Al menos los componentes que había mezclado. Trataría de ocultarlo. Sería una carta que podría jugar. Luego vio entrar a Robert, éste la saludó como todos los días.

- Hola ILaya. ¿Qué tal llevas tu trabajo?
- Bien, ya casi está. Debo llevarlo a supervisión.- Respondió ella con recobrada tranquilidad. -
- Cuando vuelvas y salgamos del turno. ¿Te apetecería ir a tomar algo? - Le propuso él con un tono muy jovial.-
- Sí, claro, me gustaría,- sonrió algo forzada. -Espérame aquí cuando acabe el horario.

Se despidieron luego ILaya salió del laboratorio, escondió el producto. Mientras no descubrieran que en realidad no estaba dispuesta a dárselo, ese era su seguro. No podrían atacarla de no saber dónde lo tenía. Después se preguntó que podría hacer ahora con Robert

-¿Qué debo hacer? ¿Por qué me siento tan extraña?- Se preguntaba con patente desconcierto.-

            Una vez terminada la jornada,  él la esperaba. Salieron juntos y  se sentaron a tomar algo.

-Te noto nerviosa. ¿Estás bien?- se interesó el muchacho.-
- Es por culpa de ese idiota de Hux. - Masculló ella de forma hosca declarando sin rubor.- ¡Ojalá pudiera sacarle los ojos! ¿Cómo se atreve a decirme como debo hacer mi trabajo?

            Aunque se detuvo realmente preocupada. Había dicho sin tapujos lo primero que le pasó por la cabeza. No obstante, su interlocutor se rio ahora dejándola sorprendida. Él enseguida afirmó.

-Sí, tiene esa virtud. Hace amigos enseguida. Pero hazme caso. Pasa de él. No merece la pena que te disgustes, la vida es demasiado hermosa como para agriársela uno por cosas como esas.

            Ahora fue ella quién le dedicó una atónita mirada. Incluso a pesar suyo una sonrisa se dibujó en su semblante. Él al verla sonrió a su vez y le dijo acariciando suavemente su barbilla.

-Mucho mejor así. Estás muy guapa cuando sonríes.

 Nuevamente la diablesa sintió algo parecido a una leve descarga eléctrica. ¿Acaso ese era una especie de ataque? ¡No!, vaya tontería. Esa corriente no tenía apenas poder. Pero notaba ahora un extraño calor que le subía desde las entrañas. No le hacía daño, todo lo contrario. Se sintió rara. No dijo nada, en cambio fue su interlocutor quién le comentó.

-Vamos a dar una vuelta. Verás cómo te sientes mejor.

 La muchacha convino en ello, al poco se levantaron de la mesa de aquel bar y volvían paseando por el parque. A  su  alrededor iban parejas tomadas de las manos. ILaya no entendía muy bien el por qué de ese comportamiento, ¿era eso el amor humano? Para ella y sus iguales ese sentimiento no existía. Solamente copulaban cuando se sentían atraídos y para procrear. Pensaba en ello y en esas extrañas sensaciones que había experimentado y comenzó a sentirse inexplicablemente vacía. Como si echase en falta algo pero no supiera qué. Jamás le había ocurrido algo así. Los gritos de  una mujer humana a un niño, que debía de ser su hijo, la sacaron de sus meditaciones.

-¡Ricky...no corras...estás muy cerca de la carretera!..

            Ricky no hizo mucho caso, no debía tener más de seis años y corría detrás de una mariposa. Se metió en la carretera y un coche se le echó encima. ILaya lo vio y en apenas una fracción de segundo se lanzó sobre el niño. Con una rapidez felina le apartó de la trayectoria del vehículo, llevándole en sus brazos. La madre, muy aliviada del gran susto, al igual que varios transeúntes, corrió hacia ella y tomó al niño declarando entre balbuceos emocionados.

- ¡Muchas gracias, le ha salvado la vida a mi hijo, gracias!...

Todos los presentes miraban y aplaudían la oportuna intervención de  aquella heroica mujer. Ésta le respondió a la madre con un gesto  de sorpresa por el revuelo que se había ocasionado.

- No ha sido nada, sólo le aparté. Pero procure que no vuelva a hacerlo.- Contestó  confusa pero manteniendo una aparente seriedad. -

La emocionada madre le dio un número de teléfono en una tarjeta.

- Llámeme por favor, estoy en deuda con usted, ¡si necesita cualquier cosa!...- sonrió agradecida y se alejó con su hijo. -

            ILaya se la quedó mirando sorprendida. La gente siguió su camino, algunos la felicitaron. Robert se acercó y también lo hizo con efusividad.

-¡Ha sido magnífico! ¿Cómo lo has hecho?...
- Simplemente lo aparté, no hice más,- repuso ella con sus pensamientos en otro sitio. -
- Le has salvado la vida a ese niño. ¡Eso es algo maravilloso! Eres una mujer increíble. - Sonrió  visiblemente impresionado y encantado. - ¿No te das cuenta?...Estoy impresionado.
- Sigamos paseando ¿vale? - Propuso dubitativamente ILaya a lo que Robert asintió y la tomó del brazo. Ella se dejó llevar-

La verdad es que tras su acción se sentía inexplicablemente bien. Pudiera ser por el hecho de que todos la apreciaran. Le mostrasen respeto e incluso la homenajeasen con aplausos. ¡Bah!, a fin de cuentas, ¿eso que le podría importar? Pero, la mirada de esa mujer, la expresión en los ojos de Robert. No podía explicarlo pero era como si el pecho se le hubiera inflamado con una sensación de ¿felicidad? Y ahora él le había agarrado de una mano. Caminando juntos de esta manera percibía una agradable sensación. No era nada relacionado directamente con lo físico, pero en parte sí. No podía comprenderlo, era como si algo llenase el vacío que comenzaba a sentir en su interior. Y aquello aún le hacía las cosas más difíciles…

-No comprendo que me está ocurriendo, solamente sé que tiene que terminar.- Se dijo entre inquieta y desconcertada.- Esto ya ha durado demasiado. Me está afectando y me debilita…

            En eso pensaba en tanto caminaban. No obstante, cuando estuvieron en una solitaria parte del parque Robert se detuvo. La diablesa se extrañó, no parecía haber nada de interés en esa zona, pero era una suerte. Ahora tenía una oportunidad de charlar con él y ponerle las cosas claras. No quería matarle, le diría que huyese de allí, que se marchase lejos. Se disponía a hablarle cuando él se adelantó.

- ILaya, tengo que decirte algo.- Ella le escuchó con sorpresa, quizá él lo había averiguado todo. Eso simplificaría las cosas, decidió dejarle hablar. - Sé que te parecerá precipitado, pero yo,- le costaba pero al fin se decidió confesando no sin rubor. - Estoy enamorado de ti. Desde hacía bastante tiempo no sentía esto por nadie, desde que mi antigua novia me dejó. Y creí que jamás volvería a sentirlo. Pero tú has conseguido hacérmelo experimentar otra vez. Eres la mujer más maravillosa que nunca he conocido.

            La chica pareció quedarse de piedra. Desbordada por la sorpresa apenas pudo musitar.

-¿Cómo? ¿Qué? ¿Pero, qué dices?
-¿Quieres casarte conmigo? Creí que nunca me atrevería a pedírtelo, pero ya lo he hecho...

Robert sonreía nervioso y aguardando la  contestación de ella. Había pensado que podría responderle muchas cosas diferentes. Pero desde luego, nunca se imaginó una réplica como la que la chica le dio cuando estaba a punto de arrodillarse y pedírselo a la antigua usanza.

- No sabes lo que dices. - Repitió musitando  en tanto movía la cabeza con una mezcla de pesar y resignación camuflados por una sarcástica sonrisa. - ¡No sabes lo que estás diciendo!,- gritó ahora ante la sorpresa de un asustado y atónito joven que la oyó preguntarle con un tono extrañamente duro. - ¿No tienes idea de quién soy yo, verdad?

            ILaya vio gente que pasaba cerca de allí, no podía descubrirse. Robert estaba sorprendido y envarado, no sabía que decir. Pudiera ser que la hubiese ofendido de algún modo. ¡O qué la chica pensara que le estaba gastando una broma! Pero él no creyó haber dado esa impresión.

-Hablemos más tranquilamente en mi casa, será lo mejor. – Repuso su interlocutora con tono serio e incluso cortante en tanto recorría las inmediaciones con la mirada.  –
-Yo… si he dicho algo que te haya ofendido, te pido perdón – Pudo replicar él visiblemente apurado. –
-Vamos, ven conmigo. – Le insistió ella sentenciando – en mi apartamento te lo explicaré.

La situación no podía seguir así por más tiempo. Había llegado la hora de desvelarle quien era realmente. Por su parte Robert aceptó, no comprendía la reacción de ella. Posiblemente hubiera alguna clase de malentendido, pero deseaba aclararlo. Y que la muchacha le pidiera ir a su casa al menos le daba esperanzas. Si no hubiese querido saber nada más de él le habría rechazado o se hubiera ido. De modo que se contuvo hasta que llegaron. Entonces ILaya cerró la puerta tras observar que nadie les había seguido.

-¿Qué te ocurre?,-  preguntó Robert visiblemente apenado. - ¿Acaso he sido demasiado impulsivo? Perdóname...
- No - negó su interlocutora con la cabeza añadiendo con pesar. - Tú no lo comprendes, no puede haber nada entre nosotros. Yo no soy lo que tú crees...
-¿Es que estás casada, comprometida o algo así...?.- Quiso saber Robert cuya mente comenzó a dar vueltas a esa idea.-

Ahora que pensaba en ello ILaya nunca le había hablado de su vida íntima y podría ser que sólo le considerase un amigo con el que pasar el rato y tuviera a su marido o a su novio esperándola en alguna otra ciudad, pero ella se encargó de desechar esa teoría.

- No, no estoy casada, nosotras no nos casamos. Desde luego no como hacéis los hombres. - Replicó secamente la joven que se dio la vuelta cruzando los brazos. -
- ¿Es que eres lesbiana o algo así?- Inquirió el muchacho dándose cuenta de que podría tratarse de eso. – Bueno, perdón, no quiero ofenderte, si lo eres… pues es tan respetable como no serlo…

Robert estaba realmente envarado. ¿Y si a esa chica no le gustasen los hombres? Pudiera ser que esa muchacha le hubiera considerado simplemente un amigo. Pero entonces, ¿por qué había querido tener relaciones con él?, eso no podía ser. Para su alivio ella movió la cabeza, hasta pareciendo divertida y declaró.

- No, no es eso. Algunas de mis compañeras sí que gustan de tener relaciones con las de su sexo, pero yo no me cuento entre ellas.
-¿Compañeras, qué compañeras? ¿A quién te refieres? Le inquirió él que estaba cada vez más desconcertado. - ¿A las del trabajo?

            ILaya supo que había llegado el momento de dejar de fingir. No había vuelta atrás y decidió decirle la verdad, así pues se volvió mirando fijamente a Robert para responder.

- A las de mi especie.
-¿Especie? – Repitió él con patente tono de confusión.-

Pudo ver la cara de extrañeza de éste y decidió explicárselo todo sin rodeos. Ya no había otra salida, suspiró largamente, tal y como había aprendido de los mortales, y confesó.

- Yo no soy humana, sé que no me creerás. Pero soy una diablesa.

Su interlocutor se quedó serio por unos instantes pero enseguida sonrió creyendo que se trataba de una chanza.

-¡Claro que sí, eres una autentica diablesa, por tomarme el pelo de esta manera! Por favor, ILaya, te lo pido en serio, no es una broma.
-¿Acaso tengo yo cara de estar de broma? - Le  respondió ella con una voz muy dura y un rostro severo que inquietó a su interlocutor y más aún cuando le ordenó. - No, no es ninguna broma. Te lo digo muy en serio, debes marcharte Robert, vete de aquí muy lejos o sino morirás.
-¿Qué estás diciendo? ¿Esto es alguna clase de tomadura de pelo, verdad? - Insistió el aludido ahora más inseguro. -

ILaya negó con la cabeza y por fin se decidió a contarle la historia completa. Concluyendo con gravedad ante la atónita mirada de su oyente, la súcubos sentenció.

- Me han ordenado matarte. Debes irte de aquí.
- Así que ese supuesto fertilizante es en realidad un brebaje para controlarnos. ¡Venga ILaya! ¿Dónde está la cámara? - Repuso  él incrédulo  e incluso algo enfadado. Aquello era una sarta de disparates, o es que ella deseaba reírse a su costa o bien estaba algo descentrada. - Escúchame, si no quieres verme más lo comprenderé, pero no me mientas de esta manera.- Protestó él remachando con patente pesar, – me duele mucho que me trates así…

            Pero la muchacha bajó la cabeza presa de la impotencia, volvió a enfrentar su mirada a la de él, pero ésta ahora era dura y le contestó de forma lapidaria.

- Lo he intentado por las buenas. He querido hacerlo al modo humano. Pero no me dejas otra elección.
- ¿A qué te refieres? - Quiso saber él con la perplejidad reflejada en el semblante. -

            Por toda respuesta y con una rapidez inaudita, la muchacha se lanzó sobre él y lo levantó por las solapas con las manos, sujetándole en el aire. La cara de la mujer adquirió sus rasgos demoniacos y le dijo con un siseo gutural al aterrorizado e impactado Robert.

- ¿Ahora ya me crees? Soy una súcubos, cumplo una misión aquí y para eso he adoptado forma humana. Te lo repetiré otra vez, vete....antes de que tenga que matarte.
- No, no creo que me mates...me da igual lo que parezcas o lo que seas, tú no eres malvada, ILaya.- Pudo decir él casi entre balbuceos  de asombro y temor. – Siempre has sido buena conmigo y con la gente.
- Eres un ingenuo. - Sonrió ella mostrando sus colmillos. - Todos los humanos lo sois, pero tú eres algo aparte, superas incluso a los demás. Yo no tengo sentimientos. No en la medida de los mortales como tú. Esa era mi tapadera, ¡idiota! Te he estado utilizando. -  Declaró soltando a su presa y sacó unas uñas largas y afiladas como dagas para lanzar un contundente ultimátum. - No te lo repetiré otra vez. ¡Márchate! No quiero volver a verte, olvida que me has conocido, por tu propio bien...

Robert se sobrepuso a su miedo con un valor que no creyó poder tener, eso no era lógico,  y así replicó.

- No, no me voy. ¿Qué te pasaría si no cumples las órdenes que te han dado?

La diablesa ahora le miró con desconcierto. Apenas si pudo replicar…

-¿Qué puede importarte lo que me pase?
-¡Me importa y mucho! - Pudo decir el que todavía estaba de rodillas tras haber sido arrojado al suelo añadiendo con temor. - Si huyera acabarían contigo ¿no?  No puedo permitirlo. Si me matas podrás salvarte, y si es cierto que no me quieres, prefiero que lo hagas. No pienso dejarte, me haría mucho más daño...

            ILaya sorprendida no sabía que decir, ¿qué locura estúpida era esa? ¡Ese humano deseaba morir a sus manos para que ella viviese! ¡Y ni siquiera le había intentado hipnotizar!

-¿Por qué? ¿Por qué deseas sacrificarte por mí? ¡Eres un estúpido y patético mortal! ¡Claro que te mataré si no te vas ahora! ¿Te acuerdas de aquellos tipos de las noticias? ¿Quién te crees que les dejó así? ¡Fui yo, idiota, y disfruté haciéndolo! Todos los humanos sois lo mismo para mí. Patéticas y débiles criaturas. – Escupió ella tratando de mostrar desprecio, pero solo conseguía pronunciar las palabras con impotente irritación. - ¡No merecéis nada!
- Y si eso es cierto. ¿A qué estas esperando? ¿O es que ha cambiado algo en ti desde entonces?- Quiso saber él enfrentando con decisión su mirada a los ojos fuego de la estupefacta diablesa.-
- En mí no ha cambiado nada. ¿Me oyes?- Escupió ella tras reponerse de esa cuestión.-

Y también quiso plasmar toda su rotundidad en aquella declaración, pero lo cierto es que ella misma temblaba, todavía sobrepasada por las palabras de Robert. Y éste no se movió, solamente  repuso con voz queda, clavando sus ojos oscuros y tranquilos en los rojizos ojos de ella, sin vacilar.

-Te quiero ILaya, haz lo que debas hacer para salvarte y no te preocupes por mí.

            La diablesa no pudo soportarlo más. Era incapaz de mirarle, gritó y atacó con sus uñas, clavándolas al lado de la cabeza de Robert, pero sin tocarle. No podía hacerlo, algo se lo impedía,... pasó un largo segundo de silencio, en tanto ella temblaba violentamente, entonces él le susurró con suavidad y  afecto.

-¿Lo ves? Tú no me matarás. Me quieres, te importo, sino. ¿Por qué me avisas de lo que eres? ¿Por qué deseas salvarme? Sería más cómodo y fácil matarme sin avisos. Podrías herirme sin dificultad. Como dices que hiciste con esos tipos. Si, según tú somos iguales para ti, entonces esto no tiene sentido...- afirmó  categóricamente y  acarició con suavidad el rostro de ella  para  decirle con un tono dulce y mucha ternura. - ¿Por qué te arriesgaste sino para salvar la vida a ese niño? Un demonio nunca lo habría hecho...

            Ella seguía sin atreverse a mirarle. Parecía increíble, era como si las tornas se hubiesen cambiado, como si temiese que fuera aquel humano quién pudiera hipnotizarla y no al revés. Casi comenzó a hablar contra su misma voluntad admitiendo plena de desconcierto.

-No...No… sé… que me está…ocurriendo...- tartamudeaba ILaya, sus uñas volvieron a la normalidad y ella misma parecía temblar menos ahora cuando añadió.  - Sólo sé que si no te mato yo y no te vas, ellos sí te matarán. Debes irte y dejarme…
- Si hago eso y se enteran de que me avisaste. ¿Qué te ocurriría a ti?  Seguramente se vengarían contigo y no puedo permitir que eso suceda. - Aseveró Robert  muy preocupado. -
- No lo sé,- admitió ésta agregando al momento con aparente convicción. - Les diré que te maté y quemé el cadáver. No te buscarán más...
- Y si descubren que les mientes. ¿Qué te harán? ¿Te matarían, verdad? - Quiso saber él más inquieto por la suerte de ILaya que por la suya propia. -
- He desobedecido una orden directa, eso es traición, no se perdona entre los míos. Sí, sería aniquilada.- Reconoció y tras un segundo de silencio, sonrió mostrando nuevamente  sus colmillos pero ahora de forma tranquilizadora, para asegurarle al humano. - Pero no te preocupes por mí, yo sé mentir muy bien.
- ¡Ven conmigo, vámonos lejos de todo esto! ¡Cásate conmigo y comencemos una nueva vida lejos de ellos! - Le ofreció nuevamente él. –

ILaya quedó perpleja, sin poder reaccionar. No podía creer lo que escuchaba. Al final pudo decir entre el asombro y la incredulidad.

- Pero, ¿es que no ves que soy una súcubos? ¿Cómo quieres que me case contigo?...
- Puede que en apariencia lo seas, pero para mí eres un ángel, eres la mujer a la que amo.- Afirmó él.- No me importa nada más…

Y metiendo una mano en su bolsillo, de éste sacó una cajita que entregó a ILaya. La diablesa dedicó una atónita mirada al chico y después la abrió, dentro había un precioso anillo engastado con un pequeño rubí.

-¿Qué...qué es eso?- Pudo preguntar totalmente desconcertada.-
- Esto es lo que quería regalarte en el parque, mi anillo de pedida. No es que sea gran cosa, pero no tenía mucho ahorrado y es bonito. Además, antes creía que no, pero ahora que te veo hace juego con tus ojos.- Agregó esbozando una amplia sonrisa ante la cara de incredulidad y asombro de ella. -

Con todo lo que había aprendido del modo de vida de los mortales se dio cuenta de que esa proposición era algo de la máxima importancia. Ese hombre quería compartir su vida con ella. Decía amarla y estaba dispuesto a cualquier cosa por estar a su lado. Algo la estremeció cuando analizó el significado de aquello.  ILaya miró el anillo y a Robert con la vista borrosa, no sabía por qué...se tocó la cara y ante su asombro la notó húmeda.

-¡Estoy llorando!...- exclamó con voz entrecortada. - No puede ser...las súcubos no lloran…no tenemos sentimientos como los humanos…Bueno, si queremos podemos fingirlos…pero yo… no… no estoy fingiendo…no lo entiendo…No puede ser…esto no está sucediendo. ¡No me puede estar ocurriendo a mí!

Pero las cada vez más abundantes lágrimas que caían por sus mejillas contradecían aquella afirmación y Robert se las secó solícitamente  con un pañuelo diciéndole con  entusiasmo.

-¿Lo ves? Eso prueba que no eres un monstruo sin corazón. Esto quiere decir que has cambiado. Ahora tienes los mismos sentimientos que yo. Que cualquier persona. ¿Me aceptarás ahora?

Por respuesta ella se abrazó a él, estaba totalmente desconcertada y algo en su interior se abría camino, arrollando todo lo que había conocido y todos los valores que le habían sido inculcados en el Infierno. De pronto se dio cuenta de lo que era. ¡Podía sentir amor! Y ese sentimiento era el más hermoso que jamás había experimentado. Sobrepasaba con mucho al mayor placer del que hubiera gozado jamás.  No quería perder esta nueva emoción, no quería perder a Robert. Lucharía por él y antes moriría que abandonarle o permitir que le hicieran daño. Ahora sollozaba sintiéndose completamente feliz, olvidando su misión, su lealtad y su propia vida, eso ya no le importaba en absoluto y admitió dominada por el llanto.

-¡Sí, sí te quiero! No sé como es posible algo así, pero como vosotros decís,  te quiero.
-¡Eso es lo que importa! No te preocupes, saldremos adelante...mientras estemos juntos nada nos podrá dañar, ILaya.- Declaró él sintiéndose inmensamente feliz. -

            Ella asintió, pero su sexto sentido la puso entonces sobre aviso, alguien estaba cerca. Era alguien de su propia especie. Sin perder ni un instante le susurró a Robert...

- No hagas ruido, alguien nos está espiando. ¡Escóndete rápido! – y sin darle apenas tiempo a reaccionar, metió al desconcertado chico en un armario. -

            ILaya tomó su apariencia demoniaca con su uniforme de batalla. Se tranquilizó y eliminó las lágrimas. Esperó hasta que Seroa, que era la diablesa que la vigilaba, entrase en la casa sigilosamente. Entonces sorprendió a la espía y le inquirió con malos modos.

-¿A qué vienes tú aquí?

 La interpelada trató de aparentar que no había sido sorprendida  y afirmó con naturalidad.

- No hace falta que te enfades. Solo venía a verte, eres una camarada y superior mía. Pienso como tú, ese Hux es un estúpido, pero está al mando de la misión. Dime, ¿has acabado con ese humano? - Preguntó con aparente curiosidad. -
- Todo eso está arreglado....ya me he ocupado de él.- Afirmó ILaya con voz resuelta. -

            Robert escuchaba con atención tras la puerta del armario. Ambas diablesas enfrentaban sus miradas y trataban de averiguar lo que estaba pensando la otra.

- Bueno, en ese caso. Tú misión está casi concluida. - Declaró Seroa con aparente indiferencia para remachar. - Únicamente debemos esperar a que nos ordenen atacar a las justicieras.
- Sí, solamente eso.- Convino ILaya que añadió con sequedad. - Ahora, si no te importa, me gustaría estar sola.

            Su interlocutora se paseaba por la habitación, acercándose peligrosamente al armario, pareció darse cuenta de algo. ILaya callaba, no quería descubrirse. De pronto, y con la rapidez de las súcubos, Seroa rompió la puerta del armario y sacó a Robert lanzándole contra la pared...

-Así que la información que me dieron era cierta.- Exclamó la súcubos.- Estás de parte de los humanos y de nuestros enemigos.
-Yo estoy e parte mía y de nadie más.- Replicó su interlocutora.-
-¿Me tomas por estúpida...?,- gritó la furiosa Seroa, denunciando a su congénere con un siseo cargado de odio y desprecio. -¡Eres una traidora! , informaré de esto al Gran Sabio y serás tratada como te mereces...
-Lo siento por ti. ¡No pienso darte oportunidad! – Exclamó ILaya.-

 Y sin más rodeos se lanzó contra su oponente, propinándola un puñetazo que la empotró contra una pared. Iba a rematarla pero ésta, haciendo nuevamente gala de la gran agilidad de las diablesas, se rehizo y ambas comenzaron a luchar, materializando sendas espadas curvas. La pelea estaba igualada, ambas tenían una destreza similar, pero daba la impresión de que ILaya perdía terreno. Los ataques de Seroa parecían tener más energía. La súcubos le dijo a su rival con la voz cargada de sorna y superioridad.

- ¡Vaya una decepción! Toda una capitana de la horda. Con la de cosas que había escuchado sobre ti.
- Ya no podrás escuchar más. ¡Acabaré contigo! – Espetó su oponente blandiendo su espada y haciendo molinetes.-


Sin embargo, lejos de impresionar a su contrincante con su pericia ésta escupió con desprecio.

-Te has ablandado ILaya, ahora pareces una patética humana que se deja llevar por el sentimentalismo. ¿Acaso te descentras pensando en tu pobrecito mortal? -  Remachaba esta frase mientras descargaba sobre su enemiga un mandoble que su adversaria paró como pudo. - ¡Ja, ja, ja! Pues no te inquietes, cuando acabe contigo será un placer matar a tu humano. O puede que antes goce un poco de él  para ver porqué es tan especial para ti. Supongo que algo tendrá cuando has actuado tan estúpidamente…
-¡Nunca te consentiré que le hagas daño! - Aseveró su enemiga con indignación, sacando fuerzas para contraatacar -...
-¡Estás perdida!, tanto tiempo fuera del averno y entre humanos te ha debilitado, ¡ahora soy más fuerte que tú, estúpida! ¡Y tomaré tu lugar! - Aulló triunfalmente Seroa que lanzó a su oponente contra la pared. -

            Robert, recuperado del golpe observaba nervioso. Quería ayudar a ILaya, pero no sabía que hacer. Al fin supo el qué, se acercó a Seroa que estaba concentrada en la lucha y le puso la cruz de plata en la espalda. La diablesa chilló de dolor bajando la guardia, su oponente aprovechó para rematarla. Seroa atravesada por la espada de su enemiga se trastabilló, mientras musitaba agonizante.

-Tarde o temprano te matarán. No podrás escapar de tus iguales...

ILaya no respondió, pero reaccionó rápido y cubrió al humano con su cuerpo apartándolo de allí mientras su enemiga estallaba…

-¡Vamos Robert debemos salir de aquí!  - Le urgió nerviosa. -

Él se fijó en que ILaya estaba herida, sangraba por el brazo derecho.

-Espera, te curaré eso.- Le dijo.-
-No temas. Sanará solo.- Afirmó ella.-

Pese a todo él la vendó lo mejor que pudo. Ésta sonrió agradecida aquella era otra nueva sensación, jamás había experimentado esa clase de reconocimiento hacia otros por haberla ayudado.

-Son muchas emociones nuevas. Y agradables.- Se admitió.-

Aunque enseguida volvió a la realidad. No podían perder el tiempo.

-Tenemos que salir por la parte trasera. Por si esa perra hubiera traído compañía.- Le previno a Robert.-
-¿Tienes algo de valor que debas llevarte?- Le preguntó él.-

Ella asintió. Antes de irse se hicieron con algunas cosas de su apartamento. Entre ellas información en disquetes de ordenador y dinero humano.

-Por fortuna este dinero vuestro me fue entregado en abundancia.- Le comentó a Robert con gesto más animado ahora.-
-Eso servirá para desaparecer durante un tiempo.- Convino él.-

Y a eso se aprestaron. Por fin, una vez bien provistos, ambos tomaron un taxi y le pidieron ir a las afueras de la ciudad. Se alojaron en una habitación de un apartado motel. Ella entró pese a todo con precaución y tras haberse asegurado de no percibir nada hostil le dijo a Robert que pasase. Luego cerró la puerta tras de ella.

- En eso Seroa tenía razón. Tarde o temprano nos encontrarán.- Sentenció la diablesa con un tinte desesperanzado. - No se puede escapar de ellos...
-¿Por qué no pedimos ayuda a las Justicieras?...- Le propuso Robert.-

Pero su interlocutora negó con la cabeza asegurando con resignación.

- Me liquidarían en cuanto supieran que soy una de ellos.
- ¡Tú ya no eres una de ellos, ILaya! – Se apresuró a rebatirle el chico que añadió animoso ¡Créeme! Se puede ser muy feliz en este mundo y nosotros lo seremos.
- Si los planes del Gran Sabio y mis superiores se cumplen, no. - Objetó ella mientras se dejaba caer sentada sobre la cama. - Este mundo quedará reducido a escombros y el terror reinará sobre él...
- Y tú, sabiendo eso, colaborabas con ellos.- Preguntó  Robert entre asombrado y espantado. -

            ILaya le dedicó una mirada llena de pesar, parecía disculparse con ella según se justificaba.

- Yo creía que vosotros los humanos erais nuestros enemigos, que únicamente pretendíais acabar con el mundo del averno. Será un mundo sombrío y horrible para vosotros, pero es mi hogar. Nos han enseñado que sois débiles y estúpidos, dignos solamente de ser torturados, esclavizados o asesinados...
-¿Ahora lo sigues creyendo? - Le preguntó mientras se sentaba junto a ella. -
- No. Ahora, después de todo lo que he visto y aprendido, ya no...- suspiró su interlocutora que deseó con sinceridad. - ¡Ojalá que las cosas pudiesen resolverse sin esta guerra! Después de todo, los de la quinta columna tenían razón. - Suspiró sintiéndose culpable, lo que también era una nueva sensación para ella y no agradable como las anteriores, por ello exclamó con pesar. – ¡Qué estúpidos hemos sido!

Robert no escuchó esas últimas palabras y trató de animarla nuevamente…

- Todo se arreglará y cuando eso suceda podremos ser felices los dos. Ya lo verás…

 ILaya le miró con pena y meneando la cabeza, le sostuvo la cara entre sus manos con mucho cuidado y le dijo con tristeza en la voz.

- No te engañes. Cuando abran el portal dimensional vendrán a este mundo legiones de demonios que lo devastarán. Nada podréis hacer los humanos por impedirlo. Será el fin de todo lo que conoces.
- ¡Yo tengo fe! - Respondió Robert con decisión. - Fe en Dios y él no permitirá que eso ocurra.
- Vuestro Dios es débil,- sentenció ella.-  No hace nada, sólo predica. El poder lo tiene el Príncipe de las Tinieblas.
- Eso es lo que tú crees, pero estás equivocada.- Le rebatió él alegando al recordar los efectos de su cruz. - Sino ¿por qué os hacen tanto daño sus símbolos?.
- No lo sé, quizá porque representan todo aquello en lo que no creemos.- Conjeturó Ia desconcertada súcubos. -Amor...bondad, caridad, compasión.
-Tú me has demostrado poseer todas esas cualidades, ILaya...- afirmó Robert que sacó su cruz y la exhibió delante de la diablesa que se apartó espantada, pero él le dijo con total confianza. - Puedes hacerlo, ¡tómala!
-¡Te lo suplico, apártala de mí!...- chillaba la horrorizada diablesa tapándose la cara con las manos.- ¡No puedo soportarlo!...
- Sé que sí puedes, es un primer paso. ¡Vamos! La cruz simboliza el amor y nosotros nos amamos. Es el perdón y seguro que tú lo has recibido. Esto ya no podrá hacerte ningún mal. Tú me quieres, hazlo, por mí. – Le pidió alentadoramente él. -


            ILaya dudó, trató de sobreponerse a su miedo instintivo y alargó la mano. Robert la animó y ella, en un arranque de valor, aferró la cruz con fuerza. Notó como se quemaba, era una sensación de tormento insoportable  pero aguantó el dolor con sus ojos reluciendo como ascuas y sus colmillos apretados. Robert entonces, viendo como sufría, le aconsejó tratando de alentarla.

- Piensa en algo bueno. Piensa en como le salvaste la vida a ese niño, en nuestro amor. Tú has cambiado, ya no eres malvada. ¡Vamos ILaya, no te rindas!

             Ella asintió, hizo un último esfuerzo y notó que el dolor y las quemaduras bajaban de intensidad. Ahora podía sostener la cruz en sus manos sin quemarse. De hecho, la notaba fría al tacto y la observaba sin problema alguno. ¿Acaso era eso uno de los prodigios que hacía el Creador?, ¡un milagro! Eso era al menos lo que los humanos decían, pero sus congéneres siempre habían pensado que eran mentiras. Ella ahora creía que no. Quizá pudiese vivir con Robert como si fuera una humana, pero no...No debía dejarse llevar. Si bajaba la guardia aunque solo fuera por un instante ambos morirían. Pero él no debía ser consciente de ello pues la acarició y la beso, tumbándose sobre ella en la cama. Y esto era otra fuente de preocupación para la súcubos.

- No sé si resistiré mi instinto, podría hacerte daño, tengo miedo por ti. - Le confesó la diablesa. -
-No me dañarás, lo sé. - Contestó él confiadamente.-

Y ella no pudo objetar más, ambos se despojaron de sus ropas e hicieron el amor. ILaya sintió cosas que jamás había experimentado cuando había copulado con otros demonios. Ellos lo hacían sólo por placer y lujuria, pero Robert le trasmitía algo diferente, una energía pura. ¿Y sin que ella hiciera nada por absorberla! La diablesa experimentó una sensación de armonía, como si juntos se completasen. Eso debía de ser amor. Cuando terminaron el chico abrazaba a la diablesa que se recostaba sobre el pecho de él.

 - No sé lo que nos ocurrirá, pero ojalá que estemos juntos cuando nos ocurra...- deseó ella con un suspiro. -
- Lo estaremos. Te lo prometo....- le aseguró el muchacho besándola cariñosamente la frente. -

            Pasaron las horas y Robert se durmió. ILaya vigiló durante la noche, con su apariencia demoniaca y vestida con su armadura de combate observaba a través de la ventana, una y otra vez. Para no aburrirse conectó una vieja radio que había sobre una mesita. No subió demasiado el volumen. Pero con su finísimo oído pudo escuchar una canción. Era bonita, tal y como los humanos decían. Ahora, con esas nuevas emociones que sentía le pareció que hasta podía llegar a comprenderla. Que, de algún modo, se identificaba con la letra, como si la hubiesen escrito para ellos dos.

Todo lo que eres 
Todo lo que serás 
Toca la corriente del amor 
Tan profundo en mí 

Cada suspiro en la noche 
Cada lágrima que lloras 
Me seduce… 

Todo lo que soy 
Todo lo que seré 
No significa nada en absoluto 
Si tú no puedes estar conmigo 

Tu más inocente beso 
O tu más dulce caricia 
Me seduce 

No me importa el mañana 
He dejado todo en el ayer 
Aquí y ahora es lo que importa 
Aquí mismo, contigo es donde me quedaré 

Todo en este mundo 
Cada voz en la noche 
Cada pequeña cosa hermosa 
Brillando a través de tus ojos 

Y todo lo que es tuyo
se convierte en parte de mí también 
Porque todo lo que haces me seduce 

Y si debo morir mañana 
Me iré abajo con una sonrisa en mi rostro 

Doy gracias a Dios por haberte conocido 
Me pongo de rodillas 
Por el amor que tenemos 

Cada suspiro en la noche 
Cada lágrima que lloras 
Me seduce 
Todo lo que haces, me seduce…

(Seduces Me. Celine Dion. Crédito al autor)

Después de escuchar esa canción, se acercó a su pareja que dormía profundamente y le tapó cuidadosamente con las sábanas. Mientras le observaba tan vulnerable y confiado sentía aflorar en ella un sentimiento completamente nuevo, los humanos lo llamarían ternura. No sabía que podía ser hasta ese momento, sólo sentía que debía proteger a Robert de todos los peligros que les aguardaban. Movida por una fuerza desconocida y al tiempo irresistible, acarició con suavidad la cara de él mientras pensaba con el semblante sombrío.

-Nos encontrarán, tarde o temprano lo harán. Tendré que enfrentarme con ellos. No sé si podré vencerlos. Puede que envíen contra mí a la guardia de elite, incluso a los demonios del cuarto círculo o los mercenarios del quinto. ¿Qué podría hacer si ellos nos atacasen?  ¡Ojalá el Dios de los humanos nos librase de ellos para siempre!

            Sintió un ligero escalofrío, pensar eso era la mayor traición que podría pretender un demonio. Pero no le importaba,  a estas alturas ya era una traidora, su cabeza estaría puesta a precio. Miraba a Robert dormir y sonreía pese a estos pensamientos. Seguro que el ser humana no estaría tan mal. ¡Qué pensarían aquellos demonios disidentes que vivían en su círculo y de los que ella se burlaba si la viesen ahora!..

-Si Ruwoard y Daila pudiesen verme serían ellos los que se burlarían de mí ¡Tenían razón!, se puede ser feliz en el mundo de los humanos. Espero que la comandante Mireya no matase a Daila. Como quise hacer yo…- Se dijo ella con una media sonrisa que le inspiraba otro nuevo sentimiento. Robert le dijo haberlo sentido bastantes veces y él lo llamó nostalgia. -

En ese momento, al hilo de eso, recordó una vez que habló con ellos en el infierno, eran lo más parecido a lo que los humanos entendían por amigos...


            Estaba pertrechada con su armadura de combate, se disponía a acudir a esa llamada del mundo exterior. Cuando una diablesa de rubio pelo se acercó hasta ella y le pidió charlar por unos momentos.

-¡Tengo prisa! - Le espetó ILaya con brusquedad. - Sabes que a nuestros superiores no les gusta que nos retrasemos cuando somos llamados en las invocaciones ¿Qué quieres, Daila?
-Únicamente desearte éxito. – Replicó tímidamente ésta. -
-Ahora, tras esta invocación, si logro triunfar en esta misión seré nuevamente recompensada. – Sonreía mostrando sus colmillos. –
-ILaya. – Le pidió Daila que se acercó a ella con cierta prevención para decirle. – Cuando llegues al mundo de los humanos ¿qué deberás hacer?
-No lo sé,- replicó ésta de forma despreocupada añadiendo con regocijo.- Pero todo lo que implique sembrar el caos y la destrucción será bien recibido. Estamos en guerra y ésta debe decidirse a nuestro favor.
-¿Por qué no tratas primero de obtener información sobre ellos?- Le sugirió su compañera con tono algo más calmado. –
                       
            En aquel entonces interpretó eso de una manera bien distinta y replicó.

-No me tomes por estúpida. Claro que lo haré. Hay que conocer al enemigo para vencerle de forma más eficiente. Supongo que tendré que adoptar forma humana y mezclarme con ellos. – Siseó como si el mero pensamiento de algo así le pareciese repugnante. –  Todo sea por el triunfo.
-Quizás puedas vivir entre los mortales. – Repuso Daila casi de pasada –

Aunque su compañera le dedicó una hosca mirada. Aquel comentario no pareció hacerle demasiada gracia. Es más, pareció irritarla cuando inquirió.

-¿Qué insinúas? ¿Te parece divertido que esté obligada a sufrir la proximidad de esos patéticos humanos?
-No – pudo decir su interlocutora, que quizás creyó que había hablado demasiado y trató de justificarse. – Solamente digo que, a lo mejor, no es tan terrible después de todo estar entre ellos.

Sin previo aviso ILaya atacó a su contertulia con un rayo de energía que la derribó dejándola herida en un hombro. Al instante fue a por ella y la agarró de la barbilla elevándola en el aire en tanto le mostraba sus colmillos en abierta señal de advertencia.

-Hablas como esos traidores de la quinta columna. Esos que quieren vendernos a los humanos.
-No… yo... te equivocas… – pudo responder Daila realmente asustada y dolorida por el anterior ataque. -

Su polemista no parecía querer escuchar sus razones. Con su otra mano abierta alargó sus uñas en forma de cuchillas y estaba dispuesta a ensartarla sin más miramientos cuando otra voz femenina y potente la detuvo con un tono gutural.

-¿Qué está pasando aquí?

ILaya se giró a desgana hacia la procedencia de esa pregunta. Vio a una diablesa de pelo con un tono parecido al suyo, aunque más rubio y que lucía una estrella de cinco puntas en sus hombreras. De inmediato soltó a su presa y se puso firme, para querer saber algo sorprendida.

-Comandante Mireya. ¿Qué haces aquí?
-Vengo a decirte que has sido invocada y que estás demorando demasiado tu partida. – Replicó la interpelada con tono severo –
-Pero, es que estaba ajustándole las cuentas a esta traidora. – Se justificó su interlocutora señalando con desprecio a la ahora caía Daila –
-¿Esa una traidora?- Se rio Mireya moviendo la cabeza con desdén. – Es solamente una estúpida. De todas formas. – Agregó agarrando de los pelos a la caída diablesa que aulló por el dolor  en tanto su superiora sentenciaba. – Eso ya no es cuestión tuya. Tienes una misión que cumplir. Yo me encargaré.
-Pero, soy yo quien la ha descubierto y quiero hacerle pagar su traición. No me robarás el mérito. – Insistió ILaya, nada conforme con esa idea.  –
-¡Ni una palabra más! – Le espetó Mireya en tono de mando. – Vete a cumplir con tu cometido, te guste o no has sido designada. Ve de inmediato o yo misma me ocuparé de ti por tu desobediencia e iré en tu lugar.– Amenazó mostrando sus colmillos. –

ILaya sostuvo esa mirada amenazante pero al cabo de unos segundos debió de pensarlo mejor, asintió y tras volver a cuadrarse siseó.

-Como tú ordenes, comandante.

Y salió de allí furiosa. En fin… ahora se daba cuenta de cuán estúpida había sido. ¡Qué lejanos parecían aquellos recuerdos! Tan solo habían pasado unos meses humanos, y ella había cambiado tanto…Ahora notaba como otra emoción humana se abría camino en ella, la del arrepentimiento…

-Teníais razón.- Admitió ILaya sonriendo al recordarlo. – Perdóname  Daila, me gustaría que tú y los tuyos pudieseis ser felices también en este mundo. Si todos pudierais sentir la luz, ¿quién sabe? Podría tratar de invocarles para traerlos aquí…cuando todo termine…si es que lo logramos...- Y sin pensar más en ello volvió a vigilar por la ventana mientras Robert se daba la vuelta en sueños.

            A la mañana siguiente él despertó descubriendo que ella no había dejado su puesto. Se interesó enseguida por como se encontraba pero la diablesa sonrió con despreocupación. ¡Para ella eso no era nada!

-¿Es que no has dormido?- Inquirió el preocupado Robert.-
-No necesito dormir como los perezosos humanos.- Sonrió ella.-
-¿Nunca?- Se asombró él.-
-Puedo descansar para recobrar energía, pero no me es imprescindible hacerlo de ese modo.- Le explicó la diablesa.-

Aunque se puso más seria al indicarle que debían irse ya.

-Tienen medios para rastrearme. Por desgracia, aunque quiera cambiar de forma de ser, mi biología sigue siendo la misma que era.- Declaró con gravedad.-

Él convino en eso y se marcharon. Cada vez yendo a un lugar diferente por temor a ser sorprendidos. Así pasaron los días, se fueron alejando de la ciudad en la que estaba la base de la secta. En uno de sus descansos, en otro hotel de carretera, ella le comentó con tintes reflexivos.

-A veces pienso en lo que me dijiste. Unirme a las justicieras. Si me aceptasen podría serles muy útil.
-Pues ahora soy yo quien no desea que te arriesgues.- Afirmó Robert.-Tengo miedo de que algo pudiera ocurrirte.
-Soy muy buena guerrera, no lo dudes.- Le respondió su interlocutora.-
-He comprobado que eres muy fuerte y muy rápida. Pero luchar contra otros congéneres tuyos es cosa distinta a hacerlo contra humanos.- Le recordó  su contertulio.-

ILaya no respondió enseguida, pero tenía que admitir que él llevaba razón. No sabía el motivo, pero era cierto que cuando luchó contra Seroa a punto estuvo de ser derrotada y esa individua no debería haber sido rival para ella. Creyó saber el motivo y se le contó a Robert.

-Se dice que, cuanto más tiempo pasamos los demonios fuera del Infierno, más nos debilitamos. Por eso estamos deseosos de regresar cuando nos invocan.
-Eso me sorprende. ¿Cómo es posible que os traigan aquí?- Quiso saber su interlocutor.-
-El Infierno está en otra dimensión, diferente a esta.- Le explicó ILaya.- En él hay varios círculos, o zonas interdimensionales que poblamos.
-¿Cómo en la Divina Comedia de Dante?- Se asombró Robert.-
-Algo así. Supongo que a él debieron de darle esa información. O al menos parte, para escribir ese libro.- Conjeturó ella.- Bueno, no tiene importancia. Lo que has de tener presente es esto. Cuando alguien nos invoca abre un corredor entre nuestras dimensiones y nos permite pasar de una a otra. Para retornar debemos también hacer ciertos rituales. Es como un camino de ida y vuelta que se abre y se cierra. Y lo que pretenden el Sabio y sus superiores es crear una enorme autopista. Llamémosla así. Un gigantesco camino que permanezca abierto en ambos sentidos, para que los demonios puedan venir aquí por cientos de miles.

            Eso le heló la sangre a Robert. Ahora podía comprenderlo. Por eso ILaya estaba tan preocupada. Pero ella no había terminado y prosiguió.

-Incluso entre los míos, hay algunos quienes posiblemente se dieran cuenta de la verdad. Desde luego mucho antes que yo. Esos no quieren que se extermine y esclavice a los humanos. Pretenden ser capaces de venir a este mundo, pero de una manera menos agresiva, y vivir aquí sin llamar la atención. Acorde a lo que se rumoreaba en el averno algunos lo han hecho. Han ido y vuelto y contado que podían ser felices aquí sin necesidad de matar o hacer el mal. A esos les llamamos la Quinta Columna, y se les considera traidores.
-Una lástima pensar así de quienes únicamente quieren que podamos convivir en paz.- Se lamentó Robert.-

            ILaya asintió, y para su consternación le confesó.

-Yo era una de las que más odio les tenía. De hecho, estaba a punto a eliminar a una de ellas, a las que consideraba miembro de ese grupo, justo cuando me invocaron para venir a la Tierra. Entonces me enfadé por tener que dejarla con vida. Ahora me alegro de no haber podido matarla.

            Robert sonrió entonces para sorpresa de ILaya, ella enseguida le preguntó extrañada.

-¿Te hace gracia?
-No, me hace feliz ver lo mucho que has cambiado.- Le dijo él.-
-Muchas veces me siento confusa.- Admitió la diablesa.- Por eso en ocasiones pienso que lo mejor que podemos hacer es huir lo más lejos posible, con la vana esperanza de que ese terrible destino que aguarda a la Tierra no nos alcance. Otras pienso que sería mejor volver y  enfrentarlo. Si hemos de morir que sea luchando, aun del mismo lado que las justicieras.
-Pero no has pensado en otra posibilidad.- Le comentó Robert.-
-¿En cuál?- Quiso saber ella.-
-Las justicieras podrían ganar.- Afirmó él.-
-¡Ojalá fuera así!- Suspiró ILaya, aunque enseguida bajó la mirada y dijo.- Pero las posibilidades de lo que lograsen son muy pequeñas. Aun con la ayuda de ese guerrero dorado. Y me pareció haber escuchado que habían acabado con él.
-¿Cómo? Pero decían que era tremendamente poderoso.- Exclamó un atónito Robert.-
-Debieron de invocar a un demonio de círculos superiores. Solamente de pensar el poder que debía de tener me aterroriza.- Le confesó su contertulia para agregar de forma sombría esta vez.- Y eso no es nada. Si logran su propósito y abren un pasillo estable, el mismísimo príncipe de las Tinieblas podría ser capaz de acceder a esta dimensión.
-¿Te refieres a?....
-¡No lo nombres!- Le pidió una agitada ILaya, suavizando su tono para musitar.- ¡Por favor!...nunca digas ninguno de sus nombres en mi presencia.


Su interlocutora asintió. Dejaron ese tema y al día siguiente prosiguieron con su camino. En su marcha llegaron a un pueblecito que tenía una iglesia muy antigua. Robert le propuso entrar allí a ILaya, pero ella se negó espantada.

- Los demonios no podemos entrar en suelo sagrado, sería la muerte para nosotros.- Objetó visiblemente aterrada. -
- Me gustaría tanto casarme contigo en la Iglesia y que te vistieses de blanco.- Le confió él. -

            ILaya se echó a reír, le dijo a su compañero con voz de incredulidad.

- ¡Robert, no quiero ofenderte pero! ¿No ves que eso no es posible?
- No creas. De todos modos se lo puedo consultar al párroco.- Respondió resueltamente él. – Seguramente se le ocurrirá alguna forma.

Su interlocutora le miró muy seria y le preguntó con un tinte de esperanza en su voz.

-¿De verdad crees que eso sería posible? Que yo podría…

 A lo que el muchacho sonrió para recordarle convencido

-También creíste imposible el poder sujetar mi cruz.

Ella asintió ahora. Realmente eso era cierto…De modo que le musitó ahora con un tono todavía más esperanzado.

-Sería maravilloso si pudiera ser aceptada por tu Dios...Si me otorgara su perdón. A sus ojos debo estar maldita por todas las cosas horribles que he hecho… - Remachó ahora con la cabeza baja y voz queda, llena de pesar. – Y han sido tantas y tan terribles que no me sorprendería si deseara aniquilarme…

            Él le aseguró que si de veras se arrepentía sería perdonada. Al menos eso pensaba Robert. Ahora, tras muchos años de dudas y de haber perdido su fe, ésta le había retornado. ¿De qué mejor forma? ILaya era desde luego un claro mensaje de Dios. La había puesto en su vida y hecho que ambos se amasen. No podía evitar el sentirse responsable por ella. De modo que  pidió a la diablesa que aguardase sentada en uno de los bancos de aquel pueblo.

-¡Ojalá tuviera aunque fuese una mínima esperanza de ser perdonada.- Pensaba con patentes remordimientos.-

            Si cerraba los ojos podía rememorar tantos y tantos hechos atroces que había cometido que era incapaz de permanecer así más que unos pocos instantes.

-No lo comprendo. Antes jamás me cuestioné nada de lo que hacía. Sencillamente tenía que hacerlo en mi provecho. Pero ahora…-Se dijo.-

            El sol bañaba su rostro y ella sentía esa calidez, apenas era nada acostumbrada a las condiciones del averno. A lo lejos pudo ver algunos críos jugando y correteando, también gentes que iban paseando.

-Mejor que no sepáis el destino que os aguarda.- Se dijo llena de pesar.-

Por su parte Robert,  tras ir a la iglesia, logró hacer salir al cura y hablarle en un lugar apartado, sin gente.


-Dime hijo. ¿Qué pesares te afligen?- Quiso saber aquel hombre de estatura algo por debajo de la media, poco cabello, ya encanecido y una edad madura.
-Tengo un favor muy importante que pedirle. Se trata de mi novia.- Le dijo él.-
-¿Habéis hecho alguna cosa que la moral repruebe?- Inquirió el sacerdote.-
-Digamos que desearíamos casarnos y quisiera que ella abrazase la fe católica.
-Bueno, si es eso, tendría que bautizarse primero.- Le indicó el cura.-

            Robert asintió, con expresión preocupada, el sacerdote se lo notó observándole extrañado, entonces aquel joven le comentó.

-Es que, no sé si eso será posible. Tenemos un grave problema.
-¿Acaso ella no puede venir? Sufre algún tipo de enfermedad? Yo podría ir a su casa y bautizarla.- le ofreció el cura.-
-No es eso, padre. Ella está esperando en el parque.
-En tal caso. ¿Qué problema hay?- Quiso saber el perplejo sacerdote.-
-No me creerá sino se lo muestro. Y debo advertirle que puede ser muy perturbador.
-Hijo, si esa chica desea abrazar la fe de nuestro Señor, mi deber es procurarle ayuda para que lo haga. Dile que venga a la Iglesia.
-Padre, ella no puede entrar en un lugar sagrado. Al menos no todavía.- Le objetó Robert.-

            Aunque el cura sonrió, tomando aquello por ignorancia de ese pobre muchacho, enseguida le aclaró.

-El hecho de no estar bautizada no le impide poder entrar en la Iglesia. No te preocupes, no hay falta alguna en eso.
-De todos modos, ella tiene miedo. Por favor, le suplico que hable con mi novia aquí.-Dijo el angustiado Robert, asegurando.- Voy a buscarla y venimos en unos pocos minutos.
-Muy bien, hijo. Si es eso lo que ella necesita. Aquí os esperaré.- Accedió el atónito cura.-

            El joven corrió al encuentro de ILaya. Al verle llegar esta se levantó. Él le resumió rápidamente esa conversación.

-Muy bien, pero te advierto que no todos los humanos son tan valientes como tú, cuando ven a una diablesa en su auténtica apariencia.
-Tenemos que arriesgarnos, ese cura parece un buen hombre.- Le aseguró él.-

            Y así ambos fueron caminando tomados de la mano. Entraron en una calle estrecha y apartada del tránsito de la gente en donde Robert había pedido al sacerdote que aguardase. Este en efecto estaba allí y al verle ILaya se detuvo, sin dejar de posar los ojos en una cruz que aquel individuo llevaba colgada al cuello.

-Tranquila.-La animó su novio.-

            Se aproximaron a él, y Robert la presentó.

-Es mi novia, ILaya.
-Curioso nombre. - Declaró el párroco.- Yo soy el padre James Honer.- Se presentó a su vez.-

            Ofreció su mano pero se sorprendió al ver que la chica no se la estrechaba, ella entonces le dijo con tono inquieto.

-No deseo que se asuste de mí, ni quiero hacerle ningún daño.
-¿Por qué deberías querer causarme ningún mal?- Contestó el atónito sacerdote, añadiendo.- Tu novio me ha dicho que deseas convertirte a la fe católica. ¿Quizás eres protestante?¿O de otra confesión?
-No padre. Yo he vivido de espaldas a Dios durante toda mi existencia.- Le confesó ella.-

            Honer abrió la boca con estupor, aunque enseguida sonrió, moviendo la cabeza para afirmar.

-Nadie ha vivido siempre de espaldas a Dios, hija mía. Puede que quizás, en algún momento, te hayas apartado de él, pero si de veras te arrepientes, podrás volver a su seno.

            Aunque ahora le sorprendió ver como esa joven se sonreía moviendo la cabeza a su vez para sentenciar.

-No, yo ya nací al margen de la Gracia de Dios. Soy un ser de las tinieblas. No soy una oveja descarriada sino una loba de las que amenazan al rebaño. Al menos lo era.
-Has debido de llevar una vida realmente muy azarosa. Si realmente has estado tan descarriada, no temas, te repito que si de verdad te arrepientes de tus pecados y tus faltas, podrás ser perdonada.
-No es que haya pecado. -Matizó ella, declarando para más asombro de ese hombre.- Es que yo soy la viva encarnación del pecado, padre. Soy un ser del averno.
-No seas tan exagerada.- La interrumpió el sacerdote que comenzaba a creer que esa pobre chica estaba realmente perturbada.-
-Llevo sembrando el mal y cometiendo actos terribles desde hace ya muchos siglos.- Continuó ella.- Y no sé si la misericordia divina podrá alcanzarme.

            El padre entonces miró a Robert y tratando de suavizar su creciente malestar, le dijo.

-Mira, creo que yo no soy el más adecuado para atender a tu pareja, hijo. Quizás algún  médico tenga mejores recursos para ayudarla a que recupere el sosiego.

            Estaba a punto de marcharse de vuelta a su iglesia cuando ILaya le detuvo sentenciando.

-Si quiere pruebas de que no miento, se las daré.
-¿Y qué pruebas son esas, hija?- Quiso saber el párroco.-

            Por toda réplica, ella bajó la cabeza, dejando que sus cabellos cubrieran su rostro lo que el estupefacto Honer vio después jamás podría olvidarlo. El pelo de esa chica pasó de ser de color castaño a rojizo, casi centelleante. Era como si alguien le hubiera prendido fuego. Y en cuando ella elevó su rostro apartándolo el cura se apartó retrocediendo, tropezó y cayó al suelo de la impresión. Ahora veía el gesto de aquella joven transformado, Sus facciones eran mucho más duras, fieras incluso, sus ojos antes de color verde, brillaban como carbunclos encendidos y de su boca sobresalían dos finos y largos colmillos. Aunque todavía más terrible fue escucharla hablar con voz gutural.

-Soy una súcubos, una diablesa del tercer círculo infernal…
-¡Santo Dios!- Apenas balbució aquel aterrado individuo persignándose varias veces y mostrándole la cruz.- ¡Vade retro!  -Exclamó.-

            Aunque ILaya no se asustó por eso, más bien se entristeció, volviéndose hacia Robert y musitando.

-Te dije que no me ayudaría.

Robert enseguida fue hacia el cura y le sujetó de los hombros para agitarle diciendo con angustia y consternación.

-Ya se lo advertí, padre. Pero le juro que pese a su apariencia ella desea ser perdonada. Ya no es malvada ni una sierva del demonio. Quiere empezar una nueva vida y abrazar la fe de Cristo.
-Pero…¿Te das cuenta de lo que dices?- Pudo replicar el todavía espantado párroco.-


-Padre – Le dijo él tratando de sacarle del rincón de una estrecha callejuela en dónde se había refugiado nada más ver a esa diablesa. - ¿No cree que todos tenemos derecho al perdón si en verdad nos arrepentimos de nuestros malos actos?
-Pero hijo – Pudo decir el aterrado cura. – Eso se aplica a los humanos, ella es…
-Ella es una hija de Dios, como todos nosotros. ¿Acaso los demonios no fueron en un principio ángeles creados por nuestro Señor?- Le argumentó el chico.-
-Pero ellos renegaron de él, le traicionaron. – Objetó el sacerdote, sentenciando. – y Él los apartó a las tinieblas para siempre. La Biblia y todos los exegetas coinciden en eso. Un demonio, como ángel caído que fue, mantiene su naturaleza angélica y tenía plena consciencia de sus actos y entendía las cosas en su autenticidad. No es el mismo caso de un pecador humano…

            ILaya bajó la cabeza dándose la vuelta para irse de allí. Ella ya había supuesto esa réplica. Aunque entonces fue Robert quien la llamó a ella y le preguntó.

-Dime una cosa, cariño. ¿Tú naciste siendo un Ángel?

            Eso la hizo volverse una vez más y mover la cabeza.

-Por lo que recuerdo, nací en el Infierno. Mi madre me abandonó siendo muy pequeña y a mi padre ni tan siquiera lo conocí. Tuve que arreglármelas sola.
-¿Lo ve?- Le indicó Robert al asombrado sacerdote, más cuando le remarcó.- Si ella no nació como un ángel, si no fue creada así, todo lo que me ha dicho antes no puede aplicársele. Sería una víctima. Puede Satanás y los otros no tengan remisión, y que ellos eligieran reiteradamente rebelarse contra Dios. Pero ILaya ya nació siendo una diablesa. Nunca pudo elegir. Se crio así. ¡Por favor, padre! Piense en la victoria que obtendríamos sobre Satán y los suyos. ¡Recobraríamos un alma para la Luz!… ¡Se la arrebataríamos al Maligno!...

El padre Honer, trató de calmarse y escuchó este último alegato con interés. Poco a poco venció a su miedo. Esa mujer o lo que fuese estaba ahora de nuevo con su apariencia humana y le observaba con expectación, diríase que incluso con expresión de súplica. Él era un experto en demonología. Y por eso mismo, el argumento de ese chico podría ser cierto. Era algo similar a una posesión. La víctima no era culpable por lo general de ello.

-Bueno.- Musitó el cura analizando aquello para afirmar.- En ese caso, quizás pudiéramos hacer algo…

Así que, una vez vencido el pánico inicial, la curiosidad y la fascinación por ver en persona algo que solamente había estudiado en vetustos textos se adueñaron de él. Invitó a la pareja a su propia casa y allí no tardó en ponerse a investigar y tras consultar sus libros les dijo a ambos.

-Bueno. ILaya... ¿me dijiste que te llamas así, no es cierto? - La diablesa asintió y le oyó proseguir.  - Puede haber esperanza para ti. Ante todo debes renegar de tu señor y convertirte a la fe de Cristo.
-¿Cómo voy a hacer eso? – Exclamó entre incrédula y espantada. - ¡Seria negarme a mí misma!...
- Con el bautismo y la comunión,- repuso el cura dejándola paralizada de terror. –
- Eso me destruirá, el agua bendita o la hostia consagrada son letales para los míos. – Opuso ella con gesto horrorizado. -
- Nuestro Señor dijo” Quien quiera seguirme, que lo deje todo y me siga” No temas mal alguno si en verdad crees en su perdón.- Le respondió el sacerdote animosamente. -
- Pero ¿y si de veras es peligroso para ella? - Intervino Robert ahora visiblemente preocupado. –

            Lo cierto es que él había hablado de eso muy a la ligera, sin consultarle a ILaya la forma en la que debería redimirse. Ahora, al escucharla, estaba asustado.
- Si es cierto que confiáis en la misericordia divina no debería sufrir ningún daño. O al menos ninguno que fuese mortal. – Afirmó el sacerdote. -

La pareja intercambió miradas de duda. Ahora no sabían que hacer, Robert comenzaba a arrepentirse. ¿Y si eso le ocasionaba la muerte a ella?...Pero entonces ILaya le sonrió animosa, poniendo una mano sobre las de él y aseveró con más convencimiento.

- Lo haré por ti, no tengo miedo. Si es por nuestro amor. Confío en la bondad de vuestro Dios...y en su perdón.
-¡Esto es increíble! - exclamó el padre Honer mientras presencia la escena conmovido. - Es una prueba del poder del Señor. ¡Sí!, es una señal. - Declaró ahora incluso más convencido que aquella pareja que le miraba con gesto de sorpresa, en tanto el párroco sentenciaba. - Él puede perdonarnos a todos y admitirnos en su seno. Ya lo verás, hija, ten fe. - Le aseguró a ILaya que le miró ahora más esperanzada. -
- Por favor, cuanto antes lo hagamos, mejor- dijo ella  con gesto decidido que trataba de ocultar su palpable temor.  -

            El sacerdote asintió.

-Dadme unos momentos para prepararme.- Les pidió a la pareja..-

            Y fue a otra habitación en donde guardaba sus objetos de culto y ropajes para ponérselos. También debía consultar algunos textos, entre tanto, Robert e ILaya hablaron.

-No quiero perderte.- Le dijo él con visible temor ahora.-
-Ya hemos ido muy lejos. Ahora estoy entre dos mundos. Ni soy parte de la Oscuridad, ni tampoco de la Luz. Quiero estar contigo, pero no puedo continuar de este modo. Si fuera destruida en el proceso, recuerda que te amé, y nunca sentí eso por ninguna otra criatura.- Suspiró.-

            Robert no supo que contestar a eso y la abrazó, los dos estuvieron así hasta que el cura retornó, ya ataviado para aquella trascendente ceremonia. La pareja se separó y el sacerdote le pidió a ILaya que se arrodillase, ésta lo hizo y él le leyó a la diablesa una declaración que ella debía refrendar.

-¿Renuncias a tu Señor Satán, Príncipe de las Tinieblas? ¿Para dejar de adorarle y de cometer iniquidades en su nombre?...
- Sí, renuncio - afirmó ILaya. –
-¿Reniegas de Lilith, la reina de las súcubos y de sus malignidades?
-Sí, padre.- Fue capaz de decir ella con un hilo de voz.- Reniego de ella…

La diablesa sintió como si algo la golpeaba en su pecho, se llevó las manos ahí. Era como una puñalada. Jadeó por el dolor, sus ojos se enrojecieron, parecía quemarse por dentro, Robert la sostuvo.

-¿Cariño, quieres que paremos?...- le propuso muy asustado. -
- No. Debo seguir, ya no puedo volverme atrás.- Repuso valerosamente ella entre fuertes jadeos para aliviar el sufrimiento que padecía. -
-¿Aceptas por tu único Dios a nuestro Señor y te conviertes a la fe de Cristo?...- Le preguntó el sacerdote. -
- Sí, acepto.- Pudo replicar entre jadeos y respiraciones entrecortadas. -

Entonces el sacerdote tomó un pequeño recipiente que llenó de agua, procedió a bendecirla ante la atenta mirada de Robert y la expresión llena de pánico de ILaya. El cura se percató de esto último y le susurró de forma confortadora.

-Ahora hija mía, si en verdad estás dispuesta, debo bautizarte. Ese será el símbolo de tu admisión en la iglesia de nuestro Señor.

Robert le dio ambas manos a su prometida, ella apenas si podía abrir los ojos. Estaba tratando de prepararse para eso. Si no salía bien seguramente ardería al contacto con esa agua y sería su final. Pero aunque temblaba de miedo pudo decir con un tono de falsa seguridad.

-Hágalo padre, ¡por favor! Antes de que me fallen las fuerzas.

La diablesa bajó sumisamente la cabeza lo bastante como para el sacerdote pudiera elevar ese pequeño recipiente sobre ella y declarase de forma ceremonial.

-En este instante, yo te bautizo ILaya Martin, se bienvenida a la fe y a la promesa de la Vida eterna…

Y cuando el agua cayó derramándose sobre ella sintió un terrible dolor, un calor abrasador que la envolvía. La chica gritó llevándose sus manos a la frente y a las sienes por donde goteaba esa agua. Robert, demudado por el pánico vio como brotaba fuego de los cabellos de la muchacha, el sacerdote, aterrado también, usó sin embargo una toalla y apagó esas llamas. Tras unos momentos en los que la muchacha gemía tirada en el suelo, Robert logró ayudarla a incorporarse de rodillas.

-¡Lo siento, amor mío, lo siento mucho! – Lloraba él. –
-No... No temas - sonrió débilmente ella que afirmó, incluso sorprendida. – Sigo viva. Eso debe ser una buena señal.
-Significa que has superado con éxito la primera de las pruebas. – Afirmó el padre Honer recobrándose también de la impresión. –

            En ese momento el cura sacó una porción circular de pan…

- ¡Es una hostia consagrada!,- pensó ILaya, no sin un miedo reverencial a ese objeto tan letal para los suyos como la propia agua bendita. –
-En este caso, debemos hacerlo de forma distinta, puesto que confesar todos los pecados que dices haber cometido en tu larga existencia nos demoraría. Dime pues. ¿Te arrepientes de corazón de cuantas maldades hayas hecho en nombre del averno?- Fue la siguiente cuestión que le hizo el párroco. -

La diablesa miró a su prometido quizás buscando fuerzas y tras un par de agónicos segundos replicó con voz queda.

-Sí, me arrepiento, siento todo el mal que pude causar. Ojalá no lo hubiese hecho. Antes no lo entendía, ahora lo comprendo. Pido perdón por ello.
-Hija – terció el padre Honer citando los evangelios tras hacer una señal de la cruz en el aire. – En el nombre de nuestro Señor y como Él mismo dijo. Tus pecados, y no ignoro que son muchos, te son perdonados.
-Gracias, padre. – Suspiró ella bajando la cabeza, era extraño, pero ahora sentía como si una extraña paz la invadiese. –
-Acepta pues el cuerpo de Cristo...- declaró el cura que le dio de comulgar. -

             Sumisamente ella levantó la mirada y abrió la boca dejándose introducir aquel sagrado pan. ILaya sintió que su garganta se abrasaba, se llevó las manos al cuello como tratando de suavizar aquello. Sudaba por todos los poros, era un dolor indescriptible. Quería gritar pero no podía. El sacerdote le dio vino que ella tragó a duras penas, el dolor aumentó. La diablesa cayó al suelo desmayada. Alarmado, su prometido la levantó en brazos y la puso sobre la cama de la habitación del cura.

-¡Padre!,- le preguntó un angustiado Robert al párroco - ¿No morirá, verdad?..
- Si de verdad cree en Dios, vivirá.- Le aseguró el sacerdote. -  Esto para ella ha debido de ser como si a ti y a mí nos hubiesen quemado en una hoguera. Pero ha demostrado mucho valor. Es un sacrificio enorme para un ser de su naturaleza. Está claro que su amor por ti es verdadero, eso la ayudará...También rezaremos por su redención.
-Señor, te lo suplico. ¡Apiádate de ella!  Quiere cambiar.- Pudo rezar el joven entre sollozos ante la compasiva mirada del párroco.- Dale una oportunidad…y no volveré a dudar jamás de ti.

            ILaya pasó los siguientes tres días en una de las habitaciones de la casa del cura. Tuvo  mucha fiebre que Robert y el padre Honer, tras rezar por su recuperación, bajaban como podían. Al fin despertó,  se sentía mucho mejor, una sensación de paz y quietud la llenaba ahora. Su prometido estaba junto a ella, tenía cara de no haber dormido. La diablesa le musitó aún fatigada tras toda aquella ordalía.

-¿Cuanto he estado así?...
- Tres días. Pero lo hemos conseguido, amor mío.
- Como Él dijo. Al tercer día… – musitó ella como si ahora comprendiera y confirmara algo que jamás hubiese creído antes. -
- El padre Honer dice que puedes entrar en la iglesia y subir hasta el altar...- le explicó su prometido con visible alegría. -

            Ella asintió aliviada y contenta, gracias al ritual cristiano ahora pudo sujetar una cruz que el propio Robert le regaló y hasta colgarla de su cuello sin ninguna reacción. Cuando pasaron dos días más él le trajo a ILaya un vestido de novia que la chica se puso. Estaba preciosa, la propia súcubos se sorprendía. Daba una imagen de pureza y bondad que nunca creyó poder reflejar.

-Es increíble que esta sea yo.- Se dijo emocionada.-

Y casi como si hubiera estado premeditado, la radio que tenía conectada emitió una canción.

Nunca se irá
Estoy cerca de la puerta
Solo tengo que abrirla

¿reconocerás mi cara?
Cuando me veas en la luz
Si te sientes fuera de lugar
Quizás esto pueda hacerlo bien

Podría llevar el vestido
Que solías conocer
Cuando mi inocencia
No era mostrada

Si pudiera golpear tu corazón
Colocaría de nuevo cada estrella
He perdido el corazón de brillar
Porqué te dejé ir

Los teléfonos tienen una forma de cambiar las vidas
Cuando escuché tu voz
Me senté ahí paralizada
Entonces imaginé tu sonrisa esa noche
Las lágrimas no podrían borrar
Lo que esa noche encontraron

No lo sé, pero por si acaso
Podría llevar el vestido
Que solías conocer
Cuando mi Inocencia
No era para mostrar

Si pudiera golpear tu corazón dirías
Que he vuelto a colocar cada estrella
He perdido el corazón de brillar
Porqué te dejé ir

Y ahora estás en el otro lado
Y estoy tan asustada que solo quisiera correr y esconderme
No sé qué te diré
Pero cariño, sé que algo te dará una pista

Podría llevar el vestido
Que solías conocer
Cuando mi Inocencia
No era para mostrar

Si pudiera golpear tu corazón dirías
Que he vuelto a colocar cada estrella
He perdido el corazón de brillar
Porqué te dejé ir

Podría llevar el vestido
Que solías conocer
Podría llevar el vestido
Que solías conocer
Podría llevar el vestido
Que solías conocer

(Eighth Wonder, the dress, crédito al artista)

-Sí.- Suspiró ILaya, meditando.- Podrían haberla escrito para mí. Estoy nerviosa, tengo miedo por cambiar de existencia, de vida. Pero a la vez me siento muy feliz..

Y se preparó para esa gran ocasión. Al poco el cura llamó a dos testigos para la boda, pero antes hizo que la muchacha entrase en la iglesia para ensayar y que se habituase. Pese a todo lo ya pasado a ella le temblaban las piernas de pánico. No obstante, se dominó y con mucho valor entró. Sentía escalofríos, pero también mucha curiosidad. Se acercó al altar y al mirar las imágenes de la Virgen y el niño Jesús algo le atravesó en su interior, una especie de flecha ardiente, pero que no la hería. ILaya no sufría por estar ante el altar. Al contrario, experimentaba una maravillosa sensación. Contemplando aquella estatua de esa madre con su hijo, que según las creencias humanas era el redentor del mundo y sus pecados, ¡ya lo entendía! Su vida había transcurrido toda  entre tinieblas y ahora era como si de pronto le mostrasen la luz.

-Yo soy la Luz del mundo. Eso dijiste… – Susurró ante la estatua, llena de asombro reverencial. – Ahora lo entiendo todo. ¡Cómo pude estar tan ciega!

Notaba como el amor que desprendía esa madre por su hijo la llenaba a ella, no podía pensar en como habían estado tanto tiempo privada de eso en el infierno. Comprendía el sentimiento de sus otros colegas, Daila y Ruwoard. Ellos querían que todos sus congéneres se beneficiasen de ese perdón y pudieran gozar de aquel amor. En silencio les pidió nuevamente perdón, incluso derramando lágrimas, deseándoles que fueran felices. Y mientras permanecía allí, en la quietud de ese lugar sagrado, Robert se vistió también de novio reuniéndose con ella. El sacerdote llegó instantes después y ofició la ceremonia. Primero le preguntó al novio.

-Robert Wallance, ¿deseas tomar por esposa a ILaya Martin para amarla, respetarla y protegerla, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
-Sí, quiero.- Afirmó él, entre emocionado y totalmente convencido.-

            Tras esa réplica, el párroco se dirigió a la novia.

-ILaya Martin, ¿deseas tomar por esposo a Robert Wallance para amarle, respetarle y protegerle, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
-Sí quiero.- Sonrió ella.-
-Así pues, si nadie tiene ningún impedimento para que esta unión se realice.- Y dicho esto, más por guardar el ritual que otra cosa, el sacerdote esperó unos instantes, luego añadió.- Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Por el poder que me ha sido conferido por la Santa Madre Iglesia, yo os declaro, marido y mujer.

Así se desposaron. Y tras celebrar un pequeño banquete, con el padre y esos dos testigos, que eran amigos de confianza suyos, los recién casados decidieron permanecer allí. Alquilaron una pequeña casa que uno de los conocidos del sacerdote tenía en renta.

-Es un bonito lugar para una luna de miel.- Afirmó Robert estando ya instalados.-

            ILaya le miró con estupor. ¿A qué miel se refería? ¿Y en la Luna?

-No entiendo nada. -Le comentó expresando aquello.-
-Así se llama al periodo que empieza tras la boda.- Le contó un divertido Robert.- Se supone que estamos en la luna al ser tan felices y que el amor sabe cómo la miel.

            La diablesa no tardó en ir a hacerse con un bote de ese manjar. Lo probó declarando acto seguido.

-¿El amor humano es entonces empalagoso?
           
            Robert se rio, asintió para ser capaz de decir entre esas carcajadas.

-A ves sí que lo es.

            Y besó a su mujer, comentando jocoso en medio de la perplejidad de ella.

-¡Ahora sabes a miel! Espero que no vengan moscas.
-Eso sería cosa de Belcebú.- Apuntó ella, señalando.- Es su Amo y señor.

            Aunque ILaya enseguida guardó un incómodo silencio. Como si le diera pavor el haber pronunciado aquel nombre. Robert enseguida la abrazó y dejando eso a un lado la pareja se dio unos cuantos besos. Aunque no todo iba a ser disfrutar de su amor. El dinero que ILaya había logrado llevarse consigo se estaba acabando.  De modo que los dos comenzaron a buscar trabajo.

-Fue una suerte que esos tipos de la secta me dieran estos documentos de identidad y me creasen todo un perfil.- Afirmó ella.- Está tan bien hecho que me sirve como credenciales para ir a solicitar empleo.
-Sí, lo malo es que debemos tener cuidado, no meternos en actividades que llamen la atención.- Le dijo su inquieto esposo.-
-¿A qué te refieres? Somos científicos.- Respondió ella.-
-Precisamente por eso. Si pedimos empleo en ese campo podrían encontrarnos con facilidad.- Le aclaró Robert.-

            ILaya asintió. Era cierto. Quedó pensativa, su marido le dijo más animoso.

-¿Qué más cosas sabes hacer? Aparte de tus conocimientos de química.
-Pues, además de torturar, matar a mis enemigos y ser capaz de luchar…- Suspiró ella con amargura.-
-¿No habláis los demonios un montón de idiomas? Eso nos contó el padre Honer, los poseídos hablaban lenguas como el latín.- Le ejemplificó él.-
-Que no se emplea mucho hoy día.- Objetó ILaya quien al menos sí que dijo más esperanzada.- Puedo percibir cosas.
-¿Cómo cuáles?- Quiso saber su marido.-
-Pues auras, energías…-Enumeró ella.-
-No sé, como podríamos aplicar eso a una solicitud de empleo.- Dijo él.-

            Eso desanimó a ILaya, estaba claro que sus destrezas diabólicas de poco servían en la vida cotidiana. Y además, sentía que había perdido bastante de su antiguo poder. Era lógico, tras haber renegado de sus propios orígenes. Pero aunque reducidos conservaba algunos dones, como el curarse regenerando sus heridas por ejemplo. Así lo comentó.

-Desgraciadamente, tendrás que estar titulada en medicina o enfermería para ejercer.- Opuso su esposo.-

            Aunque para no ser tan negativo, él no tardó en pensar en el sacerdote.

-El padre Honer nos puede ayudar. Conoce a muchas personas en la comunidad. Y podría decirnos cómo integrarnos sin llamar la atención.
-Es una buena idea.- Convino ILaya.-

            Y tras planteárselo al sacerdote, este les prometió hacer algo para ayudarles. Por fortuna encontró un trabajo para ILaya en el lugar más idóneo posible para ella. Una librería dedicada entre otras cosas, a las ciencias ocultas. Charlaron de ello con el párroco tomando un té en la casa de ambos.

-Hay que reconocer que de esto sabrás más que nadie.- Le dijo Robert cuando el sacerdote se lo propuso.-
-Sí, bueno. Aunque tendré que callarme , sobre todo si leo alguna tontería en esos libros. Los humanos no suelen ser muy fiables a la hora de transcribir esas cosas.- Se sonrió la diablesa aunque de un modo más serio, objetó.- ¿Y esto no será un lugar en el que piensen que yo pueda estar? Es precisamente lo mío.
-Sí, pero en este caso es diferente.- Le comentó el cura, alegando.- Es tan evidente que ellos pensarán que jamás se te ocurriría.
-Lo mismo que trabajar en un laboratorio.- Opuso Robert.-
-En ese caso, quizás irían a mirar allí por pura asociación o consultando bases de datos cruzadas con el laboratorio en el que estábamos.- Comentó ILaya quien empezaba a comprender.- Pero esto, sí…creo que el padre Honer tiene razón.
-No te habría imaginado nunca trabajando como dependiente en una librería.- Sonrió entonces Robert, deduciendo.- E imagino que ellos tampoco.

            Ella asintió esperanzada. ¡Ojalá que fuera así! Robert por su parte encontró trabajo de repartidor. No ganaba mucho pero al menos se movía de un sitio a otro y podía aprenderse todas las direcciones y caminos de ese pueblecito y sus alrededores.

-En caso de tener que huir si viniesen por nosotros, tengo controladas las mejores rutas.- Pensaba.-

            ILaya entre tanto comenzó a trabajar. Aunque como precaución lo hizo bajo el nombre que supuestamente habría debido usar a su llegada a la Tierra. Ahora se hacía llamar Sandy  y al principio le costó adaptarse a eso. No únicamente por ser llamada así sino por su empleo. Esa era una experiencia totalmente nueva. Obedecer órdenes e indicaciones de su jefa, una señora entrada en años y algo seca en su trato le resultaba muy extraño y en un principio un reto a su poca paciencia. Desde luego que, siendo ella la de antes habría arrancado la lengua a cualquiera que la hubiese tratado de mandar. Excepto evidentemente a los demonios superiores en poder al suyo. Sin embargo, ahora se esforzaba por mostrarse cordial y hacer las cosas lo mejor posible. También, si la tienda estaba tranquila, aprovechaba a veces para leer algunos de esos libros, y tal y como se temía, muchos no decían más que tonterías. En especial los que hablaban de los seres de las tinieblas.

-Aquí dice que los vampiros dominan la noche, se convierten en niebla y no sé cuantas tonterías más.- Se sonreía divertida.-¡Qué! – Exclamó una de las veces entre atónita e incrédula al leer.- ¡Qué pueden dominar a los demonios y ponerles a su servicio! ¿Qué clase de idiota habrá escrito esto?. Si un chupasangres hubiera tenido el descaro de mirarme le habría incinerado.-Se rio.-

            Es más, ella podía sentir la presencia de cualquiera de esos seres de las tinieblas. Se alegraba de no haber percibido nada en ese pueblo. Las gentes parecían muy normales y hasta tuvo que aguantar la risa cuando un grupo de adolescentes entró queriendo comprar un libro sobre espiritismo y uno de los chicos le preguntó.

-¿Y si convocamos a Satanás aparecerá?....
-Yo que tú no lo intentaría, por si acaso.- Le previno ella.-
-Tiene que ser alucinante.- Afirmó otro dándoselas de duro cuando agregó.- Que aparezca un demonio enorme, rojo, con cuernos y rabo…llenándolo todo de peste a azufre…

            Ahí sí que ILaya no pudo evitar reírse y comentó divertida.

-¿A quién queréis convocar, al príncipe de las tinieblas o a un búfalo?
-No se ría, señora.- La advirtió una de las chicas que iba en el grupito.- Dicen que los demonios se vengan de los que se burlan de ellos.
-Eso seguro.- Afirmó ILaya, alegando, eso sí.- Pero para eso tendrían que escucharte hacerlo.
-Lo ven todo, y se pueden meter en las cosas.- Afirmó otro chaval que no pasaría de los catorce años.-
-¿Ah sí?- Preguntó irónicamente ella.-
-¿Usted ha invocado a alguno?- Le preguntó el primer chico que había hablado, uno alto y delgado.- Como trabaja aquí seguro que sabe de estos temas.
-La verdad. Yo jamás he invocado a ninguno.- Declaró ella siendo totalmente sincera.-

            Más bien fue al revés, pero eso no se lo iba a decir a esos muchachos. Aunque la conversación terminó cuando su jefa, la señora Peabody, entró en la tienda. Con una mirada a ella ILaya entendió que no le gustaba que estuviera perdiendo el tiempo con esos chicos.

-Bueno. ¿Queréis comprar algún libro?- Les preguntó.-
-No, gracias. Solamente vinimos a echar un vistazo.- Dijo el último de los chicos que había hablado antes.-

            De modo que ese grupo se marchó, ILaya suspiró y la molesta jefa la reconvino en cuanto estuvieron a solas.

-Sandy, no les des conversación a esos críos. Solamente vienen a decir tonterías y a ocupar espacio en la tienda. Otros clientes no entran si los ven.
-Disculpe, señora.- Respondió conciliatoriamente ella.-

            Y es que no se estaba vendiendo mucho últimamente y esa mujer comenzaba a echar cuentas. Si la cosa seguía así ILaya sabía que probablemente sería despedida y no quería dejar de trabajar. Su esposo se estaba deslomando en su trabajo, llevando paquetes y encargos de acá para allá.

-Si yo pudiera hacer eso lo haría más rápido y sin cansarme tanto como él. Los humanos son muy débiles.- Meditaba.-

            Aunque ahora, se planteaba eso de un modo totalmente distinto a como la hacía en el pasado. Su yo anterior, (como gustaba de definirlo) había opinado eso de los humanos con desprecio. Sin embargo, ahora era la preocupación quien presidía esa valoración. Así pues se le ocurrió una idea.

-Tengo que lograr que las ventas de la tienda suban.- Pensó.-

            Y como aun poseía su capacidad de persuasión, comenzó a ponerla en práctica. Al principio de forma muy leve, sobre todo con los varones. Siendo una súcubos, o ex súcubos (la verdad no estaba muy segura si podía dejar de serlo o no, al menos en el plano físico) no tuvo dificultad en guiar a sus clientes, no hacia el deseo sexual, sino al literario.  Poco a poco la venta de libros fue subiendo. Eso hizo que el ánimo de su jefa mejorase. Más cuando se dio cuenta de que su dependiente vendía la mayor parte de la facturación.

-Sigue así. Veo que estás aprendiendo deprisa.- La elogiaba.-

            Y eso, en el caso de la señora Peabody, era todo un cumplido. El padre Honer ya advirtió a ILaya de lo seca que era esa mujer. Muy religiosa, eso sí, por ello no pudo negarle al sacerdote el favor de contratarla, pero con un poco trato social.

-Bueno, ese es el menor de los problemas.- Se decía.-

            Y es que desde hacía unas semanas sentía como un aura negativa iba creciendo por todo el entorno. Posiblemente los sectarios estuvieran acumulando poder para poner en práctica su terrible plan. A buen seguro que esas justicieras no habrían sido capaces de evitarlo.

-Por una parte me gustaría ir a verlas y ayudarlas. Pero no creo que sirviese de nada. Posiblemente me atacarían antes de que pudiera explicarme.- Se dijo.-

Decidió dejar eso a un lado. Nada podía hacer. Y prefería disfrutar del poco tiempo que les quedase. Volvió a pensar en su trabajo. El caso es que cuando iba a confesarse ocasionalmente, no pudo evitar admitir ante el cura.

-Bueno, he empleado un poco de sugestión para ayudarme con las ventas.
-Hija mía.- Respondía admonitoriamente este.- Eso no está bien.
-Lo sé. En fin, no es del todo correcto aunque tampoco creo que sea un pecado grave…
-Es un pecado venial.- Le explicó el sacerdote.- Aun así, no deberías hacerlo.
-Es que es un don natural en mí.- Se defendió ILaya.- Y no les guío al mal, sino a comprar libros, leer es bueno. Eso decís los humanos. ¿No?

            El padre Honer suspiró moviendo la cabeza tras el confesionario. Pudiera ser que ILaya pensara eso, o que tuviera mucha picardía. Lo cual, teniendo en cuenta de dónde venía, no sería raro. De modo que le contestó.

-Estás privando a esas personas de ejercer su libre albedrío. Aunque tus intenciones sean buenas, no lo son los medios, hija.

-Lo sé.- Admitió ella al fin, alegando.- Es que si no vendemos posiblemente pierda mi empleo. Y no quiero que Robert tenga que trabajar más, es muy duro para él.

-Sea como sea, Dios proveerá. Confía en su benevolencia. Tú mejor que nadie has sido testigo de su misericordia. No os abandonará, aunque os ponga a prueba.- Sentenció el cura.-

            Y la diablesa decidió portarse acorde a las sugerencias del sacerdote. Por consiguiente las ventas comenzaron enseguida a descender. No pasó mucho tiempo antes de que la señora Peabody le comunicase a ILaya que no podía seguir pagándole.

-Lo lamento, Sandy.- Le dijo concisamente a la que conocía por ese nombre.-

            Y ella volvió a casa. Al poco llegó Robert, venía muy cansado tras un duro día. Tanto que  ella le propuso con afabilidad.

-Date una ducha y yo te aliviaré.
-No creo que pueda soportar tu ritmo ahora.- Se sonrió él.
-No me refería a eso… iba a darte un masaje.- Le aclaró la diablesa.-

            Su esposo accedió a eso y, tras salir del baño ya seco, se tumbó en la cama. ILaya le dio ese prometido masaje usando también algo de su poder curativo. Robert sintió como si le volviesen las fuerzas que había perdido tras su agotadora jornada de reparto.

-Podrías dedicarte a esto. Me refiero a dar masajes terapéuticos, claro.- Sonrió él.-
-Quizás no sea tan mala idea. Ahora que vuelvo a estar sin empleo.- Le contó la joven.-

            Robert se incorporó entonces y le preguntó con preocupación.

-¿Ha pasado algo?
-Sencillamente que las ventas descendieron. Y la señora Peabody no podía seguir pagándome.- Le relató ella.-
-¿Vaya por Dios!- Suspiró él.-
-No sé si tendrá que ver con esto.- Comentó ILaya.-
-Bueno, no te preocupes, con mi sueldo nos arreglaremos.- Quiso animarla Robert.-

            La diablesa le miró como si estuviera meditando sobre algo y tras acariciarle el rostro dijo.

-¿Sabes una cosa? Antes pensaba que la vida de ellos humanos era insulsa y patética. Que no tenían valor. Pero experimentando como vivís, y lo difícil que es a veces, me doy cuenta de lo equivocada que estaba.  
-Eso es mucho viniendo de alguien que ha vivido en el infierno.- Sonrió su esposo.-
-El Infierno es como todo. Un muy mal sitio si no estás preparado. Por eso allí la competición es tan dura. Por eso somos tan despiadados.
-Tú ya no eres uno de ellos, no te incluyas.- Le pidió él.-
-Tras tantos siglos, es difícil recordar que ya no pertenezco allí.- Admitió ILaya.-
-Me sorprende. ¿Acaso no tenéis todos poderes paranormales?- Le preguntó su marido.-
-Algunos sí, otros en mucha menor medida. No debes confundirnos, Robert.

            Y entonces sonrió, acordándose de aquella conversación que mantuvo con ese grupo de muchachos.

-Uno me preguntó si podía convocar al Príncipe de las Tinieblas. ¡Como si no tuviera otras cosas que hacer que responder a la llamada de unos chiquillos.- Se rio ella.-
-Bueno. ¿Por qué no? La gente siempre ha hablado de pactos con el diablo.- Argumentó Robert.-
-Los demonios que acuden a ese tipo de llamada son incluso de un nivel menor que el mío… que el que yo tenía.- Se corrigió la diablesa ante la atenta mirada de su esposo para explicarle.- Para invocar a demonios poderosos se precisa de rituales muy complejos y del uso de mucho poder. Y con suerte se podría invocar, no sé. Hasta a algún demonio del quinto o del sexto  círculo, pero más allá ninguno vendría aquí. Son demasiado poderosos. A decir verdad. Ni nosotros mismos podemos estar ante si presencia. Y te aseguro que ninguno querríamos. Por eso tengo tanto miedo de que, si la secta logra su propósito, esos miembros de las más altas jerarquías pudieran llegar hasta aquí.
-Bueno, hasta ahora estamos bien, han pasado meses y nada ha sucedido.

            Aunque ILaya movió la cabeza, con suavidad le comentó a su esposo.

-Últimamente he sentido un aumento de la energía oscura. Viene desde el Estado de Nueva York. Y es tan potente que ha comenzado a llegar aquí. Los humanos no os percatáis de ello, pero para los de nuestra especie es como una especie de faro. Por una parte me beneficia dado que reactiva mis poderes que estaban muy debilitados. Pero de otro, tengo miedo, no quiero caer bajo mis instintos de súcubos.
-Te ayudaré para hacer frente a lo que sea.- Se ofreció Robert.-
-Gracias, mi amor.- Repuso ella muy reconocida.-

            Quizás tras su bautismo y conversión esa maligna influencia no la afectase tanto. No obstante, no deseaba arriesgarse. Decidió frecuentar más la parroquia. Y las cosas parecían ir bien. Empero, esa sensación que comenzaba a oprimirla, aumentaba. Finalmente un día, sintió una fuerza enorme que la sobrecogió.

-¡Dios, ayúdanos!- Exclamó inopinadamente estando sentada en el sofá del salón.-

            Se levantó corriendo hacia el dormitorio.

-¡Robert!- Gritó poseída por el pánico.-
-¿Qué te ocurre?- Le preguntó él entre atónito y preocupado, jamás la había visto temblar así.-
-Siento un poder inmenso. Y lleno de maldad. ¡Es él! ¡Ha venido! - Gritó la horrorizada diablesa.-

Robert trató de serenarla, pero era en vano. Ella se aferraba desesperadamente a su cama.

-¡El Príncipe ha venido, nos llevará a todos los demonios de vuelta al averno! – Chillaba la joven. Estaba aterrorizada, su marido nunca había visto esa expresión en su cara -....
-Traeré ayuda.- Le dijo él.- No te muevas de aquí…

            Robert corrió en busca del padre Honer. Éste vino en cuanto vio la expresión en el rostro de este. Al entrar observó perplejo el terror que embargaba a la diablesa. Le aseguró tajantemente a ILaya, viendo como ella se sujetaba desesperada a la cama.

- Ya no tiene poder sobre ti, renunciaste a él. -Declaró para tranquilizarla. -
- No tiene ni idea de lo poderoso que es. No se detendrá ante nada.  Me llevará – y es que percibía como algo tiraba de ella como unas manos invisibles. – Robert, no dejes que me lleve. - Suplicaba entre sollozos. -
- No temas, no se lo permitiré.- Afirmó él que sujetó a ILaya abrazándola con todas sus fuerzas.-

 El sacerdote rezó, poco a poco esa fuerza fue disminuyendo. Al fin, la diablesa se sintió liberada y lloró de alegría sobre el pecho de su esposo.

- ¡Se han ido, él y todos mis congéneres! ¡Han vuelto al averno! , alguien les ha derrotado, un espíritu puro, con mucho poder. No puedo creerlo. ¡Somos libres ahora!
-Ya te lo dije.- Declaró Robert que le sonrió animoso. - ¿Lo ves?  Ahora podremos vivir en paz...

            ILaya sonrió feliz. De este modo retomaron sus vidas y le contó al padre todo lo que sabía sobre el Averno y sus moradores. El párroco escuchó eso atentamente y no pocas veces la animó, con cierto día en la iglesia, donde ella se decidió a dar un importante paso…

-Deberías escribir un libro con todo lo que sabes. Para que el día de mañana la humanidad pudiera protegerse mejor de esa amenaza. Caso de que retornasen…
-Lo pensaré.- Asintió la aludida, afirmando.- Quizás si algún día tengo hijos…deba guiarles. Aunque no me gustaría que supieran la clase de monstruo que he sido.
-Si tienes hijos ellos te querrán como a su madre. Y tú les amarás a ellos.- Repuso el sacerdote con tono confortador.-
-Pero simplemente por descender de mí podrían tener muchos problemas.- Musitó ella.- Es por ello que me asusta…
-¿Lo has hablado con tu marido?- Inquirió Honer.-
-Aun no…-Admitió su interlocutora.-

            El cura suspiró, parecía estar pensando en algo, aunque al fin dijo:

-Eso queda entre vosotros. Sin embargo, tú sabes bien que la verdad acaba por salir a la luz. Y no creo que dudes del amor de tu esposo hacia ti. Confíale esos temores. Estoy convencido de que entre los dos lo superaréis y todo irá bien…El día en que seáis bendecidos con descendencia…
-Es que padre, yo...- Pudo musitar la joven, con los ojos llenos de lágrimas ahora.- Hice cosas tan horribles…que…no, no me atrevo ni a confesarlas ante Dios…
-Él ya sabe todo lo concerniente a ti.- Le contestó el párroco.- Por eso el admitirlo en confesión solamente puede hacerte bien.

            La muchacha asintió despacio, bajando la mirada. Sencillamente no se atrevía a empezar. Esto no era lo mismo que cuando se convirtió al cristianismo. En esa ocasión había admitido sus culpas de un modo genérico y abstracto. Dado que no había tiempo de enumerarlas todas. Sin embargo, ahora tendría que ser más explícita. Y eso le daba mucho miedo a la par que le producía un intenso dolor moral….

-No sé ni tan siquiera por dónde comenzar.- Reconoció abatida.-
-Pues por el principio.- Le sonrió animosamente el cura.-
-No deseo que usted me odie.- Musitó.-
-Eso no ocurriría.- Sentenció el padre Honer.-

            Los dos se aproximaron al confesionario, él entró poniéndose la estola y tras las palabras de rigor para comenzar el ritual, la diablesa comenzó, con voz entrecortada y queda…

-Soy una súcubos, o al menos lo fui… Mi primer juramento fue para el Príncipe de las Tinieblas, nuestro emperador, y el segundo para la reina Lilith.
-Lilith fue la primera esposa de Adán, según la Biblia.- Comentó el sacerdote.- Le abandonó seducida por las fuerzas del mal…
-Eso no lo sé.- Repuso ILaya añadiendo.- Lo que sí sabíamos todas las de mi linaje era que ella fue la primera. La soberana indiscutible y la más poderosa y cruel de todas nosotras. Nuestra iniciación cuando alcanzábamos la edad para servirla era la de ofrecerla un sacrificio…
-¿Un sacrificio? ¿Qué clase de sacrificio?...- Quiso saber el cura.-
-Yo… yo…tuve hijos...- Musitó ella sin atreverse a mirar hacia la celosía tras la que era escuchada.- En el Infierno cuando llegábamos a la edad fértil nos apareábamos si así nos placía…y algunas veces yo quedé encinta. Pero aborté casi siempre. Sin embargo, di a luz a un par de bebés…y yo...- Sollozó ahora tratando de reunir fuerzas, y con tono tembloroso y lleno de culpabilidad, finalmente tuvo el valor de admitir.- Se los entregue a ella. Como prueba de mi lealtad…en un altar…les…sacrifiqué…

            El padre Honer era incapaz de pronunciar palabra, con la boca y los ojos muy abiertos. Estaba horrorizado al escuchar aquello. Al darse cuenta ILaya esbozó una amarga sonrisa y pudo decir con patente dolor y pesar.

-¿Lo ve padre?...Hay cosas que ni Dios puede perdonar…

            Pasaron todavía unos agónicos segundos hasta que el sacerdote fue capaz de responderá  eso…

-No negaré que para un ser humano eso es el peor y más abominable pecado que puede cometerse. Y sería mortal sin duda, una condena a los Infiernos segura… No obstante, tú vienes de allí. Y ya no eres ese monstruo. Creo firmemente que ahora eres una persona y como tal tienes una moral y unos valores de los que antes careciste. Incluso pienso que antes no tenías alma, por tanto no podías condenarla ya estabas sumida en las tinieblas. Pero de algún modo nuestro Señor te la otorgó y al adquirirla has visto la Luz y te arrepientes sinceramente de todos tus malos actos. Sé que puedo y debo concederte el perdón por ello…

            ILaya solamente podía llorar de alivio y felicidad al oír eso. Era lo que más deseaba. No se había atrevido a pensar ni tan siquiera en la idea de quedar embarazada. No obstante, Honer endureció su tono de voz ahora para sentenciar.

-Pero todo perdón conlleva una penitencia. Tú ya has sufrido parte de la misma al pasar por el ritual de purificación. Empero, eso no es suficiente para unos pecados tan terribles. Deberás hacer lo siguiente.
-Lo que sea, Padre. Estoy dispuesta a hacer lo que haga falta.- Se apresuró ella a decir.-
-Pues bien. Tú ya no eres una diablesa. Eres una mujer corriente. Jamás uses esos dones maléficos que poseías, salvo si es para ayudar desinteresadamente a otros. Y si algún día tienes hijos deberás amarles más que a nada en este mundo. Más que a ti misma y estar dispuesta a todo por protegerles. ¿Lo harás?
-Se lo juro por el A...

Aquí se detuvo asustada de sí misma, casi iba a haber jurado por el Averno. Por desgracia las costumbres de siglos no eran tan fáciles de olvidar. De modo que tras concederse unos instantes para respirar hondo se corrigió afirmando decidida.

-Se lo juro por todo lo que ahora es sagrado para mí. Por mi vida y por el amor que le tengo a esposo. Iba a hacerlo de todos modos. Si tengo hijos algún día trataré de darles todo el amor y la atención que no les di a los otros…que yo…

            No pudo continuar dado que rompió a llorar topándose la cara con ambas manos…aquella catarata de recuerdos tan terribles hacían presa en ella, lo que antes le pareció un anodino trámite lo veía ahora a la luz de la atrocidad que fue, apenas si pudo gemir...

-¡Mis hijos!... ¡Maté a mis propios hijos!...
-Bien. - Suspiró el sacerdote dejando que esa muchacha llorase.- Desahógate y lava tu conciencia…Porque como última penitencia tendrás que ser sincera con Robert…Él debe conocer esas parte de tu pasado.
-Eso será lo peor. Quizás no pueda volver a mirarle a la cara. O posiblemente sea él quién no me lo perdone jamás…- Sollozó ILaya.-
-Eso, hija mía. Solo tu marido y Dios lo saben.- Remachó el cura que pasó a hacer la señal de la cruz en tanto repetía.- Ego te absolvo pecatis tuis in nomine Christi amen…

De este modo el cura salió del confesionario y abrazó a la derrumbada  joven que no podía parara de llorar, el propio sacerdote se asustó cuando la miró a la cara.

-¡Dios bendito!- Exclamó él.-

            Y es que de los ojos de ILaya caían gruesas lágrimas sanguinolentas. El impactado cura enseguida le dio un pañuelo que ella tiñó de rojo. Al fin, tras unos instantes eso se detuvo y las lágrimas adquirieron su color normal. ILaya entonces suspiró.

-Muchas gracias. Ya me siento mejor. Es como si hubiera tenido que sacar eso de lo más profundo de mi interior.
-¿Quieres que te acompañe a casa?- Se ofreció el perplejo y todavía preocupado cura.-
-No, estoy bien. – Le aseguró ella.-

 Fiel a sus palabras se levantó y tras recomponerse un poco regresó a su casa. Por fortuna su marido no había vuelto aun y tuvo tiempo de serenarse. Pasó un tiempo de tranquilidad. Robert logró un empleo mejor pagado en una fábrica y eso les ayudó a no tener problemas económicos.

-Ha sido una suerte.- Afirmó él, ajeno al sufrimiento de su esposa.- Ahora estaré menos tiempo fuera de casa.

            Ella sonrió animosa, pero sin atreverse a hablar de lo que tanto la turbaba. Tras varios días ILaya seguía dudando en confesarle todo aquello a su esposo y se dijo que si quedase embarazada lo haría. Cuando se lo comentó al sacerdote, Honer lo comprendió, ese era un tema muy delicado y le correspondía a su feligresa hacerlo. Por tanto no la presionó.  Tanto ella como Robert vivían tranquilos. Pero la alegría duró poco. Hux, que había escapado de la destrucción de la secta, les encontró y trató de matarles. Aquel tipo estaba rabioso. Tras la derrota de los suyos tuvo que huir vagando sin rumbo por la ciudad. Al poco salió de ésta y la casualidad quiso que acertase a pasar por la fábrica en la que Robert trabajaba. Tras la gran batalla contra los demonios casi todo había quedado destruido o dañado en las inmediaciones de Nueva York y el científico obtuvo un empleo como analista de productos en tanto ILaya trataba de asentarse en la comunidad haciendo algunos trabajos esporádicos, ayudando sobre todo en tareas de la casa. Salía con tiempo de ir al encuentro de Robert. Por ello palideció al ver a ese odioso individuo cuando iba a recoger a su esposo del trabajo. Afortunadamente Finch no tuvo tiempo de alcanzar al científico, que, ajeno a eso, salía de la fábrica. El tipo le siguió blandiendo un cuchillo. Ambos pasaban con calles poco transitadas. Pero ILaya fue más rápida. Siguió a su vez a ese individuo y cuando pasaban por una desierta calleja ella que seguía conservando sus poderes de súcubo, aunque disminuidos, le atrapó arrastrándole. Ya iba a matarle cuando se frenó.

- ¡Cariño! –  Exclamó su esposo sorprendido al descubrir a Hux que a punto estaba de apuñalarle había caído en poder de ella.-
-¡Maldita traidora!- Pudo decir Finch cuando la diablesa le elevaba agarrándole el cuello en tanto se mostraba con su apariencia demoniaca.- 

Robert estaba mirando a pocos metros y apenas sí pudo decir con tono suplicante.

- Tú ya no eres así, ILaya. Yo no podría tener una muerte sobre mi conciencia, ni aunque fuera la suya.

            Su esposa temblaba de furia. ¡Ese perro había intentado matar a su marido! Pero, por más deseos que tenía de destrozarle miraba a Robert y algo se lo impedía. Incluso trataba de decirse que sería mucho más fácil y menos arriesgado acabar con ese canalla ahí mismo. No obstante, la expresión de su esposo no le dejaba hacerlo. Ella no quería mancharse las manos de sangre delante de él. Además, había jurado solemnemente dejar atrás su existencia anterior. Si mataba a ese cerdo sería como echar a perder todos los sacrificios que había realizado hasta entonces. De modo que tras soltar aire y tratar de relajarse. Espetó con manifiesto desprecio a ese bastardo en tanto le arrojaba al suelo.

-¡No, eso me haría ser como tú! Te daré otra oportunidad, como me la han dado a mí. ¡Vete y nunca vuelvas a tratar de hacernos daño, porque si te atreves a intentarlo otra vez, te juro que sí te mataré!

            Su enemigo la miró con gesto de sorpresa y alivio manifiesto. Desde luego no esperaba aquello, aunque se recobró enseguida y salió corriendo sin mirar atrás. No fuera que la diablesa cambiase de opinión. Robert estuvo orgulloso de ILaya, ella se comportó tal y como le había prometido. Aunque seguramente ese canalla volvería y ambos tuvieron que irse de allí. No querían que, pese al aviso, Hux lo intentase con mayor fortuna para él. Decidieron ir a la ciudad. La despedida de algunos de sus vecino y sobre todo del padre Honer fue muy emotiva. El párroco les deseó lo mejor y les dio su bendición.

-Cuidados mucho.- Les deseó ambos para centrarse después en ILaya y recordarle.- No olvides todo lo que has aprendido y tu promesa…
-No lo haré, padre. Y tampoco le olvidaré a usted. Gracias por todo…- Afirmó la aludida.-
-Sí, muchas gracias.- Añadió el también reconocido Robert.-

Así se fueron. Con algo de dinero que tenían ahorrado se instalaron en Nueva York. Allí volvieron a encontrar trabajo enseguida, eran buenos tiempos para el empleo. Tras la gran lucha acaecida contra los demonios se precisaban muchos científicos que ayudasen a la reconstrucción. ILaya se estableció como una más, junto a su marido. Consiguieron entrar en una empresa y esta vez trabajando en su sector, el químico. Además se afanaron para conseguir una casa. Tuvieron suerte, entre sus dos sueldos y algunos objetos de valor que ella todavía guardaba cuando vino en su misión pudieron hacerse con un piso que su propietario vendió a buen precio al haber quedado dañado tras las luchas contra los demonios y otros avatares. Sin arredrarse y contando con la gran fortaleza de la muchacha, ambos acometieron los arreglos y lograron crear un acogedor hogar. Y al poco, la vida terminó por sonreírles del todo, ella quedó embarazada. Robert no podía ocultar su emoción, mimaba a su mujer como si fuera a romperse al más mínimo esfuerzo. Esto era algo que sorprendía a la diablesa. Desde luego que jamás había experimentado algo así en su lugar de origen. Una vez incluso, él la vio tratando de mover unos muebles de sitio en la casa que ahora habían casi terminado de decorar y se apresuró para ir a impedírselo alegando con tono paternal.

-Cariño, en tu estado no debes hacer eso, puedes hacerte daño…

            ILaya le miró incrédula mientras movía un pesado archivador como si de una pluma se tratara.

-¿Daño? ¿Por qué? No pasa nada Robert, el hecho de estar embarazada no me quita fuerzas…
- Pero el bebé podría resentirse. - Le replicó él  visiblemente preocupado. -
- No - sonrió ella explicándole. - No temas, en el infierno cuando las súcubos nos quedamos embarazadas proseguimos nuestra actividad normal. Puede que no estemos tan ágiles como habitualmente solemos pero no nos ocurre como a las humanas.
- Será así en el infierno, pero ahora estamos en la Tierra.- Arguyó pacientemente Robert que insistió. - Cariño, por favor, hazlo por mí, procura no esforzarte demasiado.
- Está bien- aceptó ILaya aun sonriendo  divertida y concediendo. - Si eso te hace más feliz.
- Gracias- dijo  él aliviado para apresurarse a añadir. - No te preocupes, yo pondré el archivador en su sitio.-

Y sin vacilar se acercó hasta éste y trató de empujarlo con todas sus fuerzas. Pero el mueble no cedía. Robert estaba asombrado, ¡pero si su mujer lo había movido sin hacer casi ningún esfuerzo!

-¿Estás bien?- Le preguntó ella observándole con gesto atónito.-
- ¡No me rendiré tan fácilmente!- Declaró algo tocado en su orgullo y volvió a cargar contra el archivador que seguía sin inmutarse, cosa que él no pudo decir de su hombro. - ¡Auuu! – chilló dolorido por el golpe. -
-¿Te has hecho daño? - Le preguntó su esposa algo preocupada para afirmar en tanto movía la cabeza  con resignación -, los humanos sois tan frágiles. Anda, déjame ver tu hombro.
- Creo que me ha dado un tirón.-  Comentó Robert que se frotaba el hombro afectado con su otra mano. -
- Ahora te lo arreglaré.- Le prometió ella y lo cumplió, puso sus manos sobre el hombro de su marido que, de inmediato se encontró mucho mejor. De hecho estaba como nuevo, ella le dio un corto pero reparador masaje  y sentenció. - Ya está…
-¿Cómo lo has hecho, con tu poder de sanación? - Pudo preguntar su interlocutor que la miraba con ojos como platos. -
- Claro. Ya sabes que los demonios y las diablesas también tenemos la capacidad de curar, siempre que la herida o la enfermedad no sea muy grave. No todo en nosotros es malo, aunque solemos usar estos poderes en nuestro exclusivo beneficio.- Explicó ILaya.- Ahora déjame a mí – concluyó ella que acabó de colocar el archivador sin esfuerzo para reafirmar.  - ¿Lo ves? no me ha pasado nada.- Le dio un beso al asombrado Robert y se alejó sonriente para continuar con su trabajo. -

            Así pasaron los días, las semanas y los meses e ILaya proseguía su embarazo como cualquier madre humana. Hasta le había tomado gusto a escuchar música cuando descansaba en casa… Puso una canción que le gustaba particularmente. Era como si pudiera verse reflejada en su letra. Sobre todo ahora…

Tirada en la cama 
Pensamientos en mi cabeza 
Visiones de ti 
Pero no puedo aguantar a la noche 

Así que tomo el teléfono 
Sé que estás en casa 
Estás jugando con mi corazón 
Y sabes que no es correcto 

Es sólo un juego de amor, amor, amor 
E incluso pienso que es duro, cariño 
Nunca renunciaré a ti 

Eres con el único que sueño 
No puedo vivir sin tu amor 
Esta noche 

Y es a ti a quien adoro 
Eres por el que vivo 
Adentro 
De ti, estoy soñando contigo 

Por tanto tomé el coche 
Pero no llegué muy lejos 
Porque en la radio sonaba 
Cada una de las canciones que canté contigo 

El ayer se ha ido 
Y puede ser verdad 
Pero sabes que nunca te olvidaré 

Y sentía profundamente aquellas estrofas. Pensaba en Robert, cómo la había amado y apoyado incluso siendo un monstruo. Jamás pudo ni imaginar que aquello hubiese sido posible.

Es sólo un juego de amor, amor, amor 
Incluso aun así me hiere, cariño 
Nunca podría renunciar a ti 

Porque eres con el que sueño 
No puedo vivir sin tu amor 
Esta noche 

Y es a ti a quien adoro 
Eres por el que vivo 
Adentro 
De ti, estoy soñando contigo 

-No sé.- Se decía escuchando aquella hermosa canción.- Quizás esté soñando y me despierte en el Infierno, lista para cumplir otra misión. O si esto es real, tengo el temor de que vaya a terminar.

Tú, me diste amor 
El amor nos dio esperanza y fuerza 
Para continuar y 
Tú, me diste confianza 
Cuando me estaba derrumbando 
Podrías levantarme, mi amor 

Eres con el que sueño 
No puedo vivir sin tu amor 
Esta noche 
Y es a ti a quien adoro 
Eres por el que vivo 
Adentro 

Cariño, cariño, cariño, cariño…

Eres con el que sueño 
No puedo vivir sin tu amor 
Y es a ti a quien adoro 
Eres por el que vivo 
Adentro 
cariño 
Estoy soñando contigo

(Dreaming Of You, Celine Dion. Crédito al autor)

También meditaba sobre ese momento que había estado aplazando por temor. Tendría que confesarle a Robert la verdad de su pasado. Al menos en cuanto a sus hijos.

-Bueno.- Suspiró tratando de infundirse calma.- El bebé aún no ha nacido. No quiero alterarle con eso. Pero cumpliré mi promesa nada más venga al mundo.-

Y el tiempo iba transcurriendo. Una tarde de primavera paseaba con su esposo por un parque, él la había comprado un hermoso sombrero de color azul que ella llevaba sobre la cabeza. Entonces se levantó una ráfaga de aire que se lo arrancó. ILaya miró hacia arriba y lo vio volar pero Robert, antes de que ella hiciera nada, le dijo aun recordando el incidente del armario.

- Esta vez me toca a mí, esto sí puedo hacerlo, lo seguiré y te lo recuperaré. Además, tú no puedes ponerte a volar delante de la gente.-

Rio y salió corriendo tras el sombrero. ILaya sonrió divertida por aquel arranque de jovialidad de  su esposo que tanto le gustaba. Y apenas le pudo responder.

-¡Las súcubos no volamos, tonto!
– ¡Enseguida vuelvo!…-gritó él que no pareció haber escuchado eso.-

            Mientras Robert, no sin esfuerzo, recuperaba su sombrero, ella se acercó hasta un puesto que había en el parque. Allí sentada, una vieja barajaba unas grandes cartas, al verla acercase le ofreció a ILaya con voz cascada.

- Jovencita. ¿Quieres que te lea el futuro?...
- Sí, me gustaría.- Contestó ella mirándose su ya evidente tripa para querer saber. - ¿Podrá decirme algo de mi bebé?
- Claro,- aseguró la anciana- de eso y de tu futuro. Ven, ¿prefieres que te lea la mano o las cartas?..

            La muchacha extendió su mano derecha hacia la anciana. Ésta la tomó y trató de examinar sus rayas, algo pareció sorprenderla pues al cabo de un momento susurró.

- No lo entiendo, nunca había visto algo así. Tus rayas son muy extrañas…

            ILaya incomodada retiró la mano, parecía que esa mujer realmente tenía cualidades de vidente, podía sentirlo. Le dijo ahora con más cautela.

- Mejor léame las cartas, ¿qué dicen de mi bebé?...

            La anciana barajó y le hizo a su clienta cortar, luego se dispuso a esparcir las cartas por su desvencijada mesa. Alineó varias de ellas y las escrutó con cuidado, al cabo de un momento respondió con satisfacción.

- Tendrás una niña...muy sana y muy bonita, que será una persona muy importante, ¡ya lo creo! Su destino la llevará lejos, muy lejos de aquí…
- Vaya. ¿Está segura?- Pudo sonreír su interlocutora con expectación.-
- Sí…hará grandes cosas. Va a ser muy especial. Estará rodeada de muy buenas personas, que la querrán…veo mucha luz y bondad en ella.

            Eso hizo sonreír a la futura madre. Era algo que le encantaba oír. Entre tanto la anciana retiraba las cartas…

-¿Puede decirme algo más?- Preguntó su clienta con gran curiosidad. - De mí y de mi marido.

            La adivina  barajó de nuevo las cartas, ILaya sonrió al cortar, una vez dispuestas volvió a alinearlas y según las volteaba iba leyéndolas.

- Veo unos años muy felices, con vuestra hija,-

Sin embargo, al voltear la siguiente carta el rostro de la vidente palideció al ver la figura de la muerte.

-¿Qué ocurre? - Quiso saber su clienta sin haber mirado esa carta,  pidiendo con impaciencia. – Por favor, siga usted...
- No, no veo nada más,- musitó la anciana con voz trémula. -
- Pero hay otra carta sobre la mesa,- le indicó ILaya al reparar en ella, pero una vez que la vio se quedó en silencio y luego repuso seria. -  ¿Eso me ocurrirá? Voy a morir...
- No tiene por qué ser eso. - Repuso la anciana con la voz temblorosa, agregando en un fallido intento por resultar despreocupada  - esa carta significa muchas cosas diferentes.
- Léamelo otra vez, por favor.- Pidió la joven que afirmó aunque ella misma ni lo creía. - Puede que haya habido un error…


La anciana no parecía muy segura de eso pero al insistirle su clienta accedió deseando que así fuese, barajó de nuevo e ILaya cortó. Procuró hacerlo por un sitio diferente, al poner las cartas sobre la mesa, la vidente encontró de nuevo esa horrible figura y soltó una exclamación.

-¡Oh, Dios mío! ¡Nunca me había ocurrido algo así!
-¿Cuándo moriré? - Preguntó ILaya aceptando su destino de forma resignada pues percibía que aquello no era una casualidad. - ¿Será en el parto quizás?

            Aunque eso no podía ser, si esa mujer le había hablado de algunos años de felicidad junto a su hija. De todos modos la anciana sacó más cartas y negó con la cabeza. Tras leerlas con atención respondió.

- Dentro de algunos años, tu hija aun será muy niña. Es algo relacionado con tu pasado. ¡Oh! Tu pasado…es algo oscuro…muy oscuro…Y te encontrará. – Afirmaba con un tono de cada vez mayor temor, observando incluso alternativamente a sus cartas y a  esa joven con asombro. Hasta que le preguntó con gesto desencajado, mirándola como si no pudiera creerlo.- ¿Quién eres tú?

ILaya no supo que decir, tardó unos segundos en poder replicar casi con un susurro.

-Solo una simple esposa que desea hacer feliz a su marido y cuyo mayor anhelo es ser una buena madre para dar todo el amor que tengo a mi hija. Al menos mientras dure el tiempo que se me conceda en este mundo. Por favor…dígame más…sobre ella, sobre mi niña.
-¿Quieres la verdad? ¿No es así?- Se atrevió a preguntar la impactada vidente.-

ILaya asintió con firmeza. La adivina guardó silencio durante unos momentos, tras mirarla con una mezcla de asombro y compasión, agregó tratando de tranquilizarla.

- Tu marido vivirá largos años, él y tu hija tendrán problemas, lucharán mucho por ser felices. Pero lo conseguirán. Y en tu caso… Quizás me equivoque, aún queda una carta por girar. La que nos habla de ti y tu pasado…

Pero su clienta le sonrió a su vez y le dijo tras mover una mano haciéndole un gesto para que se detuviera…

- Déjala, no te equivocas. Tú tienes el don de la videncia, eso lo percibo con claridad. Y si ese es mi destino que así sea. Lo aceptaré gustosa si en verdad mi hija llega a ser feliz. -  Sacó un monedero que llevaba en su bolso para añadir ya con más desenfado. - Dime cuanto te debo...
-¡No, por Dios, nada! - Exclamó la anciana muy afectada. - Lo siento mucho...

            ILaya escuchó entonces llegar a Robert se giró y le vio correr hacia ella sonriente y con el sombrero en una mano.

-Es mi marido.- Le susurró a la anciana para comentarle. - No le digas nada de esto por favor, sólo lo del bebé. Se pondrá muy contento.

            Cuando su esposo llegó junto a ella, ILaya únicamente le dijo lo que la anciana había visto respecto de la niña. Él la abrazó muy feliz aunque algo incrédulo, no se fiaba mucho de eso, pero si su esposa lo decía. Después se marcharon de allí, la vieja los vio alejarse con lágrimas en los ojos.

-Pobrecita…es terrible lo que le espera - musitó, y al hacerlo se dio cuenta de que había olvidado girar la última carta  lo hizo y palideció de horror, era la carta del diablo. -

            Ajeno del todo a eso, Robert llevó a ILaya a casa. Él debía salir para ir al trabajo.

-Siento dejarte tan sola, ahora que te han dado la baja. Pero tenemos que ahorrar para comprar le cosas a nuestra hija.- Bromeó él.-
-No te preocupes. Eso de la baja de maternidad es un invento humano muy interesante. – Declaró ella con gesto risueño para sentenciar.- En el Averno no teníamos nada como eso.
- Volveré en pocas horas.- Afirmó él dándole un beso en los labios que su mujer encajó con otra sonrisa.-

Aunque en cuanto él se hubo ido el rostro de la chica se tornó grave. Yendo a su dormitorio se arrodilló ante la cama, mirando una cruz que tenían colgada en la pared  musitó una plegaria.

-Creador. Sé que tú me perdonaste, pero también sé que todos mis malos actos tuvieron consecuencias. Sé que no puedo pretender ser feliz por siempre. Cuando acepté ser su mujer, sabía que un día Robert envejecería y moriría y que yo no lo haría del mismo modo. Tenía miedo a quedarme sola y volver a ser el ser abominable que fui. Pero ahora está bien así. Acepto mi destino. Prefiero irme antes que él. ¡Y además he hecho cosas terribles!  –Sollozó incluso al enumerar.- Ya lo sabes. Maté, destruí e incluso aborté a mis propios hijos. Y acabé con otros muchos también, produciendo enormes sufrimientos. Tú conoces todo lo que hice en los últimos siglos. Y ahora ha llegado el momento de que mi esposo sepa la verdad sobre mí.

De hecho así era. Tal y como le confesase al padre Honer las súcubos a veces quedaban embarazadas tras mantener sexo con otros demonios. ILaya pudo haber tenido hijos pero siempre pensó en ellos como en una carga que le impediría ascender. Los había eliminado de su seno sin piedad. Y sacrificó a otros sin que le temblase el pulso. Ahora sufría recordando aquello, incluso lloraba una vez más derramando cuantiosas lágrimas y apenas sí pudo balbucear, prosiguiendo su oración.

-Te suplico que tengas misericordia, ¡no de mí! De mi marido y de mi hija.- Afirmó palpándose su hinchado vientre para sollozar. – Los dos son inocentes, te prometo que mantendré mi palabra. Seré una buena madre y una buena esposa durante el tiempo que me permitas pasar a su lado. Deja que pueda darles todo mi amor…lo único que te pido es que tengan un buen recuerdo de mí y que les protejas cuando yo no esté.

Acabó de elevar su plegaria y se enjugó las lágrimas. Era increíble como sufría y sentía aquellos remordimientos respecto de cosas que, cuando era una despiadada capitana de la horda, no pasarían de haberla hecho sonreír divertida. Se horrorizaba de su forma de ser en aquella otra vida y muchas veces musitaba.

-¡Oh, Señor! ¿Cómo podría compensar tantos siglos de maldad en tan poco tiempo? ¡Ojalá pudiera borrar quién fui y todo lo que hice!

      Y continuó con las tareas domésticas a fin de tratar de olvidar aquello, cuando Robert volvió le recibió con un beso y él la abrazó con cuidado. Charlaron de las cosas sucedidas durante el día, si bien ella se guardó de confesarle nada de aquellas tribulaciones que la asaltaban. Ante él siempre se mostraba jovial y cariñosa. Pero todos los días rezaba suplicando el perdón para ella y sus muchos pecados. Esforzándose siempre por ser alegre y apoyar a su marido. Así pasaron los días y al fin, tal y como les dijera esa anciana. ILaya tuvo una niña. Pese a que Robert hubo temido que el parto tuviera complicaciones o que su hija pudiese nacer de forma extraña, nada de eso se produjo. Todo fue tan normal y corriente como cualquier nacimiento humano típico. Ni tan siquiera precisó de epidural para sorpresa de los médicos. Apenas sí se quejó cuando finalmente el ginecólogo le pidió.

-Ya puedo ver la cabeza, empuje ahora…

            Disciplinadamente lo hizo. Aunque en esta ocasión no fue como en esos partos que tuvo en el Infierno, cuando lo único que quería era verse libre de aquella carga. Ahora sentía una gran emoción y el deseo de que todo fuera bien…lo mismo que Robert que aferraba una de las manos de su esposa entre las suyas, sin parar de animarla con patente nerviosismo y alegría.

-Ya casi está cariño…un poco más…
-¡Aquí llega!- Exclamó el médico

      A los pocos instantes el doctor elevó una pequeña forma unida por el cordón umbilical. Tomando al bebé de una pierna le dio dos ligeros golpecitos en el glúteo y enseguida pudo escucharse un fuerte llanto…

-¡Es una niña, y es preciosa! – Pudo decir Robert entre lágrimas de felicidad.-

ILaya lloraba  su vez de alivio y de felicidad. Enseguida lavaron a la pequeña envolviéndola en una sábana y colocándola entre los brazos de su madre. La anteriormente fiera diablesa se sentía perfectamente, llena de júbilo y con gran emoción acariciaba esa pequeña carita. El bebé solo mantenía los ojos cerrados abriendo su boquita. Los médicos dejaron por un momento a la pareja...

-Es tan bonita.- Decía ella con patente orgullo al ver esa cabecita cubierta de un negro cabello.-
-Sí, es preciosa como su madre.- Afirmó Robert que añadió con cierta dosis de sorpresa.- Y es totalmente normal…

 ILaya sonrió divertida al oír aquello comentándole con su marido.

-¿Qué te esperabas? ¿Un bebé con cuernos y rabo?

            Y ante la cara de pasmo de él, no pudo evitar reír…finalmente Robert pudo musitar algo azorado pero desde luego muy feliz. Tomó a su hija en brazos para depositarla en una cuna cercana en tanto admitía.

-Algún miedo tenía, no sé, de que levitase en la cuna o cosas así.-
- Nosotros tenemos la capacidad de asimilarnos a los humanos en muchas cosas. – Le contó su mujer.- Una de ellas es en la reproducción. Además, nuestra hija es una híbrida y créeme, no es el primer caso de la historia. Es parecido a esa película que me trajiste hace tiempo. La del bebé de…
-¿Rosemary?- Completó él.-
-Sí, eso es.- Asintió su contertulia, que, en esta ocasión no se reía, por el contrario declaró con un tono más serio.- Aquella vez que fuimos al cine me reí bastante. Pero cuando vi esta otra película, debo reconocer que me recordó a mis congéneres y algunas de sus costumbres. Es como si uno de nosotros la hubiera escrito. Eso sí que realmente me dio miedo…

Robert la observó con gesto preocupado, ella que se percató sonrió enseguida para afirmar.

-No temas. Yo cuidaré bien de nuestra hija. Será una niña normal. Quizás pudiera tener alguna herencia mía, pero le explicaré como debe afrontar cualquier situación que se le pueda presentar.
- Estoy seguro de que nadie será mejor madre que tú. – Declaró su esposo estrechando una mano de ella entre las suyas.-
-No, Robert. Espero ser digna de ella y de ti. Porque ahora tengo que confesarte algo. Es algo realmente horroroso. - Suspiró ella presta a cumplir con su palabra.- Y no sé si podrás perdonarme…

            Y ante la atenta mirada de su esposo se atrevió a repetir lo que ya le desvelase al padre Honer. Su marido quedó igual de impactado, aunque tras rehacerse pudo decir…

-El padre te dio la absolución. Dios te ha perdonado por eso. Y yo supe perfectamente quién eras cuando te pedí en matrimonio. Siempre supuse que habrías hecho cosas terribles. Como esas o incluso peores. Pero ya no eres una súcubos. Ahora eres mi mujer y la madre de nuestra hija…Os quiero a las dos más que a nada en este mundo, y os lo demostraré.- Remachó él.-

            ILaya se sintió inmensamente feliz. Ahora sí que podría disfrutar de su hija y de su esposo sin más remordimientos. Sin embargo, fue este quien comentó con tono pensativo.

-Y ahora toca el momento decisivo.-
-¿A qué te refieres?- Quiso saber la joven.-
-¿Qué nombre le pondremos?  - Preguntó su marido.-

Y ambos se dedicaron a pensarlo. Tendrían tiempo. Al poco ILaya fue dada de alta prácticamente sin ninguna señal de haber dado a luz. La pareja volvió a casa y  tras reflexionar sobre esa cuestión decidieron llamarla Sandy. Era el nombre que su madre tendría que haber usado cuando se presentó. Y el que usó durante su estancia en aquel pueblecito. Añadiéndole también Ann, como la difunta madre de Robert. Por supuesto que acudieron a visitar al padre Honer quien les dio la enhorabuena y bautizó a la cría con dos monaguillos como testigos, sin que, por fortuna, sucediera ningún tipo de hecho sobrenatural. Así pasaron algunos meses. La niña se desarrollaba bien y era una preciosidad morena de ojos verdes. La diablesa adoraba a su hija, comprendía plenamente ahora las emociones humanas y se sentía una de ellos. A raíz de aquella lectura de cartas y a su pesar también tuvo sueños premonitorios en los cuales moriría. No sabía exactamente como ni cuando, eso la llenaba de pena y dolor, no podría ver crecer a su hija, pero lo aceptaba con tal de que ella y su marido estuvieran a salvo. Nunca se lo dijo a Robert, pero siguiendo aquella sugerencia que le hiciera el padre Honer, preparó unos escritos donde explicaba las reacciones y los problemas que la niña podría tener cuando creciera, en virtud de su naturaleza y como solucionarlos.

-Debo dejar por escrito todo lo que pueda. Todo lo que recuerdo. - Se decía a sí misma una y otra vez, en los ratos que tenía para sentarse a solas y escribir.- Bueno… cómo comenzar…

            Y tras meditar un poco sonrió, tomando un bolígrafo y escribiendo con determinación…

A mi querida hija Sandy Ann. Cuando leas esto posiblemente ya no esté físicamente contigo, ni con tu padre. Sin embargo, estas palabras tratarán de condensar todo el amor que siento por vosotros. Y siempre que las leas, me tendrás ahí, a tu lado…

Le costó llorar bastante, y puso enorme cuidado en cada palabra que escribía. Poco a poco fue añadiendo capítulos, narrándole a su hija todas aquellas cosas que podrían afectarla y cómo enfrentarse a ellas. A parte de eso, ILaya se esforzaba por seguir su vida normal, tras el permiso por maternidad se reincorporó a su trabajo. Cuando la cría tuvo un año y medio dejaba a Sandy al cuidado de una canguro aunque intentaba estar el mayor tiempo posible con ella y Robert. Y aunque siempre evitaba pensar en su destino, sobre todo delante de su familia, algunas veces algo se le escapaba, una frase, unas palabras que extrañaban a su esposo. Una vez, cuando la niña comenzó a gatear, ILaya comentó.

- Me gustaría que estos momentos no acabasen nunca. Me daría tanta pena separarme de mi hija.
-¿A qué te refieres, ILaya? - Le preguntó él con gesto divertido  para comentar jocoso. - ¡Todavía no ha empezado a gatear y ya te preocupas porque se independice!

            Ella sonrió para ocultar su tristeza, no quería pensar en eso, tenía a su hija ahí y ahora y debía disfrutar al máximo del tiempo que estuviese a su lado. Si había algo que aprendió de los humanos enseguida fue eso, la vida es efímera y se debe aprovechar. Repuso entonces de forma más seria ante la mirada algo extrañada de su marido.

- Hay tantas cosas que quiero enseñarle a nuestra hija, tantos problemas que podría ella tener cuando crezca, no quiero dejarla sin mis consejos.
- Como tú misma me dijiste cuando nació. Ya se los darás cuando sea mayor,- contestó Robert quitándole importancia.- Algún día, cuando tenga edad para entenderlo, le diremos como es ella y de quien desciende para que no tenga dudas, ¿eso es lo que te preocupa?...
- Algo así,- mintió su contertulia que quiso saber también al hilo de esa cuestión que también era inquietante. - Cuando le digas que su madre es una diablesa, ¿cómo se lo tomará?...
- Ya lo sabremos. - Sonrió Robert alentándola con su incombustible optimismo - y se lo dirás tú, tienes que ser valiente. Como lo fuiste conmigo. No vas a escurrir el bulto en eso, cariño. Y tampoco cuando nos pregunte por como nacen los niños.

            Aquello no le pareció tan importante a la joven. A fin de cuentas cuando la niña fuera mayor sus instintos la guiarían en ese tema. Eso sí, con la adecuada lectura de lo que ella le habría dejado a modo de consejos para controlar su ansia por el apareamiento.

-Cuando alcance la pubertad, a buen seguro que su deseo se despertará. Y es el momento más complicado, somos demasiado jóvenes para controlarlos adecuadamente. ¡Si tan solo pudiera estar ahí entonces, para guiarla!- Pensó.-

            Entonces la cría se acercó con un gateo vacilante hasta su madre. ILaya la levantó en brazos y la cubrió de besos. ¡Cuanto le asombraba sorprenderse a sí misma siendo tan humana!

- Mi vida- dijo ella con dulzura a la niña que hacía unas graciosas muecas con su boquita. - Te quiero más que a nada en el mundo.
-¿Y para mí no hay nada? - Sonrió Robert añadiendo con humor, - voy a ponerme celoso...

            ILaya sonrió y se abrazó a él y a la niña. ¡Como deseaba no soltarles nunca, que el tiempo no pasase! pero transcurría cada vez más deprisa. Durante ese intervalo hubo incluso momentos de peligro. Pero no solamente para ellos, sino para todo el planeta.

-No sé.- Pudo decir la diablesa una de esas veces, charlando con su esposo cuando como cualquier familia normal tuvieron que ir a un refugio.- Siento que hay poderes enormes que tratan de destruir este planeta.
-¿Demonios?  No puede ser.- Repuso él lleno de incredulidad.-
-No, no son demonios.- Contestó ILaya que mecía a su dormida hija entre sus brazos en tanto trataba de explicarse.- Son otros seres. Percibo que algunos son nobles y otros malvados.
-En las noticias nos advirtieron de algo así como de una emergencia antes de ordenar la evacuación. Y creo que salió el guerrero dorado. Le filmaron volando junto con otros más. ¡Todos brillando de ese color!- Recordó Robert.-
-Sí, y las justicieras también.- Añadió su esposa, suspirando para decir.- Quizás si yo fuera en su ayuda…
-No digas tonterías.- Se molestó su marido agregando con visible temor.- Tú ya no eres quien fuiste. Ahora tienes una hija y una familia. Déjaselo a ellos. Sabrán que hacer.
-Sí, confío en que protegerán a la Humanidad.- Admitió la joven dándose cuenta del temor que embargaba a su esposo.- Son realmente excepcionales. Aunque sus enemigos son también poderosos. Muchísimo más que yo. Lo siento Robert, no quise asustarte. Sé que mi lugar está vuestro lado. Pero a veces me gustaría poder tener ocasión de enmendar el parte todo el daño que hice.

            Y es que en una ocasión sintió como si su destino pudiera haberse visto alterado. Quizás podría sobrevivir, pero intuyó que el coste habría sido tan terrible para el planeta entero que era mejor que las cosas discurriesen como esa adivina le profetizó. Al verla así, perdida en sus pensamientos, y tomándolo por otra cosa, Robert le dijo visiblemente inquieto.

-No debes sentirte responsable. Tú ya haces todo lo que puedes cuando estás conmigo y con Sandy. Por eso te suplico que no te arriesgues.- Insistió él.-

Su interlocutora asintió. Mejor dejar aquel asunto. Por fortuna esa crisis y otras fueron superadas. Y el tiempo siguió su transcurso. Cuando la pequeña Sandy cumplió los tres años sus padres la llevaron a una guardería católica que el padre Honer le recomendó. Un día, la diablesa recogía a su hija y la llevaba de la mano por la calle. La niña era muy despierta e inteligente, para su corta edad hablaba ya muy bien. ILaya miraba sonriente y orgullosamente a su pequeña que le devolvió ese gesto, dando unos pequeños saltitos para caminar. Tras un ratito más las dos se sentaron en un banco del parque. La cría dejaba colgar sus piernecitas y se movía algo, su madre tras colocarla bien sentada, le preguntó con cariñoso tono.

-¿Qué os han contado hoy en la guardería, Sandy?...
- Mami, ¡hoy nos han contado un cuento de angelitos!- Exclamó la pequeña. -
-¿Ah sí? - Sonrió ILaya queriendo saber con interés. - ¿Y qué os han dicho sobre ellos, cariño?...
- Que tenemos un angelito que nos cuida, el ángel de la “guada”, y que “sempre etá “junto a nosotros. Me han dicho que cuando me duerma le rece, ¿me “ayudaás”?...
- Claro. Esta noche rezaremos a tu ángel de la Guarda.- Le prometió su interlocutora. -
- Pero dicen que es invisible, ¿tú has visto al tuyo, mami? - Preguntó Sandy con candidez. -
- No tesoro, pero sé que está ahí, junto a mí y sé que el tuyo está también contigo...-Le aseguró su madre con ternura. -
-Yo “tambén” - sonrió la niña,- sé que me cuida. Y no dejará que venga el “dablo” malo a llevarnos.-

ILaya sintió un escalofrío entonces. Por un instante la mención de ese nombre en labios de su hija le trajo de vuelta los fantasmas del pasado, pero enseguida se rehízo.

-¿Quién te ha dicho eso mi vida? - Quiso saber disimulando su resquemor. -
- La “señoita” dice que el “dablo” nos quiere llevar pero que nuestro ángel de la “Guada” nos “potege.”

            Ella tomó a su hija en brazos y la apretó fuertemente contra su pecho, asegurándola en tanto dominaba su propio desasosiego al recordar su doloroso y terrible pasado.

- Es verdad cariño, pero tú siempre estarás a salvo. Ni tu ángel, ni papá, ni yo, permitiremos nunca que el demonio venga a por ti.
-¿Y cómo es el demonio, mamá? - Preguntó Sandy con curiosidad en tanto la miraba con sus verdes ojos muy abiertos. - ¿Rojo y con “cuenos” y rabo?...

            Aunque ahora ILaya se rio, la imagen que los humanos tenían del Señor de las Tinieblas como la de un demonio del segundo círculo le hacía gracia. Cuando, ni ella misma sabía como podría ser. No obstante, contestó a la cría con expresión divertida.

- Algo así, debe ser algo así...-  la dejó en el suelo y se levantó.-

Prosiguieron su camino y de la mano la llevó hasta casa. Por la noche la enseñó a rezar al ángel de la guarda, como Robert le enseñó a hacerlo a ella por si algún día tenía que contárselo a la niña.

-¡Ojalá yo tuviese un ángel! - Musitó ILaya entristecida mientras contemplaba dormir a su hija que en sueños, sonreía. Entonces ella hizo lo propio y más animada agregó mesando el pelo de la pequeña. – Sí que lo tengo, te tengo a ti.

            Dejando al fin dormir a la cría en su habitación se dirigió a su propio dormitorio y se acostó junto a Robert que la abrazó.

-Me ha preguntado si he visto algún ángel.- Suspiró contándole aquella conversación que mantuviese con la pequeña a la vuelta del colegio.-
-Tú eres un ángel – le sonrió él.-
-Un ángel caído para ser exactos. - Replicó ella con una mueca de amargo humor.-
-Tú ya no tienes nada que ver con ellos. Y recuerda que lo dijiste, cuando fueron reclamados a retornar al Infierno fuiste capaz de permanecer aquí. Eso demuestra sin lugar a dudas que ya no eres de esa especie. – Rebatió Robert.-
- Eso quiero creer, eso anhelo. - Le confesó ILaya agregando.- ¡Ojalá que nunca vuelva a encontrarme con ninguno de mis antiguos camaradas!

             Su esposo la besó con suavidad y ya no dijeron nada más, al fin se durmieron. Era curioso pero a medida que pasaba el tiempo le daba la impresión de irlo necesitando, como si fuese agotándose.

-Quizás Robert tenga razón después de todo, y mi propia biología esté cambiando.- Quería creer.-

Y es que hacía tiempo que era capaz de dormir, incluso de soñar como los humanos. Y esas pesadillas sobre su propio fin parecían haber desaparecido. Quizás hubiese esperanza después de todo y esos malos presagios no se cumplieran. Pero aquellos sueños fueron reemplazados por otros. Eran como visiones, ILaya aparecía vestida con una túnica blanca y podía ver, como si mirase a través de un agujero entre unas nubes, a varias mujeres que iban uniformadas de justicieras…

-¡Son ellas! Si pudiera hablarlas… les diría muchas cosas…les diría que quiero ayudarlas.- Repetía mientras las observaba luchar contra seres realmente extraños.-

            Una de ellas era muy alta y de pelo rubio casi dorado. Otra morena y de pelo rizado. Una tercera de pelo cobrizo y la otra restante con el cabello castaño claro. Sin embargo, ella no recordaba así a aquellas dos a las que viera hacía años, cuando todavía trabajaba para la secta. Quizás el alumbrado nocturno la había engañado entonces. No obstante, la visión cambió y pudo ver a la justiciera de pelo rubio acompañada de una chica más, de largo cabello moreno y unos ojos verdes tras el antifaz que corría a enfrentarse contra un raro individuo, en un entorno caótico de disparos de ráfagas de rayos y explosiones…parecía estar en una ciudad devastada en medio de una batalla.

-¡Espera!- Le pidió ILaya pero fue en vano. Esa joven morena no parecía oírla.- ¡Ten cuidado! – Le chilló.-

            La muchacha se detuvo entonces y justo en ese instante un rayo de energía pasó a su lado estrellándose contra la fachada de una casa. Esa joven se parapetó entonces tras una pared medio derruida y lo que era más extraño…tampoco vestía como las justicieras aunque sabía combatir muy bien. Por todo uniforme llevaba una simple mascara que la cubría la cara….

-Me resultas tan familiar…¿Quién eres?- Preguntó ILaya sin que esa joven la escuchase.-

            Un destello la cegó, abrió los ojos de mala gana para encontrarse acostada, junto con Robert. Poco a poco regresó a la realidad. ¿Qué significaban esos sueños? ¿Serían premoniciones?...En cualquier caso ella no aparecía. El llanto de su hija la sacó de esos pensamientos…

-Será mejor que me levante. Debí despertar a Sandy.- Pensó.- A ver cariño…Ya está aquí mamá…

Se aproximó a la pequeña camita que tenían en el dormitorio. Allí acostaba a su hija. Tras sentarse en una esquina acarició el cabello azabache de la pequeña y le susurró con ternura.

-Todo va bien mi amor…Duérmete…


            La cría la miró con esos ojos tan hermosos de color albahaca. ILaya la acunó en su regazo hasta que finalmente su hija se durmió y ella le susurró con ternura…

-Eso es, sueña con esos angelitos tuyos y no tengas miedo. Jamás dejaré que nada malo te suceda, mi amor…

 Así los días fueron pasando y tras ellos los meses. La familia se asentó en su nuevo hogar. Sandy cumplió los cuatro años y llegó la Navidad. Una ILaya vestida como cualquier madre humana, con un jersey de cuello alto, falda larga y con un delantal de cocina en el que se dibujaba una gran tetera sonriente, la enseñó a decorar el árbol. Ella misma a veces se miraba en el espejo y hasta llegaba a dudar si habría sido una diablesa alguna vez. Sobre todo al mirar a su hija, a la que adoraba y que  parecía impaciente por poner los adornos. De modo que le dijo.

- Sandy, cariño. Ven a ayudar a mamá a poner los adornos del árbol...
- Sí, mami,- repuso la cría que dejó de pegar su pequeña nariz al frío cristal y corrió al lado de su madre para pedir a su vez. -”Yo quero pone la estella”...
- Muy bien - sonrió ILaya  complaciente con su hija. - Claro que sí, pero, primero hay que colocar los otros adornos. Mira - sacó una gran caja que contenía toda suerte de bolitas, largas cadenitas de papeles de colores y muñequitos de renos y hombres de nieve y explicó. - Mira cielo, mientras yo pongo las luces, tú coloca las cadenitas.
- ¡Siii!,- chilló la pequeña con insistente entusiasmo -...”pon muchas luces, de esas que billan y se encenden y apagan”.

            ILaya asintió divertida y se dispuso a poner el juego de bombillitas. La cría por su parte, se afanaba a colocar cadenitas de papeles de muchos colores, los hacinaba en el centro y su madre le recomendó que los separase un poquito más para que llenasen todo el árbol. Sandy se quejó pretextando que ella no llegaba arriba del todo e ILaya, con una sonrisa enternecida, la aupó. La niña pudo así recorrer todo el árbol. Después, colocó las bolas y los muñecos. Entonces, cuando estaba admirando su trabajo, la puerta de casa se abrió y vio entrar a su padre.

- ¡”Papi… mía que árbol tan boito”! - exclamó señalándolo con insistencia. -
- ¡Es precioso, cariño! - Repuso Robert que, dándole un beso a ILaya, levantó a Sandy en brazos una vez dejó en el suelo un paquete que traía. -
-¿Qué llevas ahí, papi? - Inquirió la chiquilla con curiosidad. -
- Son dulces de Navidad, nena,- le respondió su padre - para después de la cena...
-“Yo quero uno” - pidió la cría con muchas ganas. -
- Cariño.- Terció su madre con un tono condescendiente para recordarle. - Papá te ha dicho que son para después de cenar, si eres buena y te lo comes todo, te dará más de uno.
-¿”Me lo pometes, papi”?..- le preguntó Sandy poniendo unos ojillos arrobados. -
-¡Claro que sí, mi niña!,- aseguro su padre a la vez que la hacía reír con unas cosquillas. -

            Robert dejó a su hija en el suelo y ésta se percató de que faltaba la estrella en la punta del árbol...

- Mami,” ¡la estella, se nos ha olvidado la estella!,”- apremió Sandy. -
- Ahora mismo lo arreglamos.- Sonrió ILaya que se hizo con una gran y plateada estrella y se la dio. - Aquí tienes, ahora te subiré y la pones, pero en el centro ¿eh?

            La pequeña Sandy asintió y una vez su madre la hubo levantado ella colocó la estrella ante la mirada de aprobación de sus padres. Cuando ILaya la bajó al suelo, la entusiasmada cría dio  palmas muy contenta observando su obra.

-“¡Qué bien ha queado!!” ¿A qué es el mejó ábol de Navidad del mundo y de todas las casas”?.- Preguntó a sus padres que hablaban entre ellos y no la escuchaban. Sandy insistió y tiró de la falda de su madre para que esta la mirase. - ¡Mami, papi, miad el ábol! - les pidió con la urgencia típica de los niños que quieren que sus padres vean lo que acaban de hacer. – ¡Miad!
- Es el árbol de Navidad más bonito que he visto nunca... ¿verdad “papá”?,- le dijo ILaya a Robert sonriendo. -
- ¡Claro que sí!,- convino éste divertido para dirigirse a la niña con cariñosa jovialidad. - Mi pequeñina sabe poner mejor que nadie la estrella...- levantó a su hija y la besó en la mejilla mientras la cría reía muy contenta. -...
- Anda vamos a cenar.- Le indicó ILaya a la niña.-

            Y tras dirigirla a que se lavase las manos, Robert se encargó de terminar de prepararlo todo. A él se le daba la cocina mucho mejor que a su esposa. ILaya por su parte no había aprendido a cocinar gran cosa. Siendo diablesa o se lo comía crudo o lo quemaba a su gusto con un rayo de energía. No obstante, como humana pudo disfrutar de una mayor variedad y mejores platos. Pensaba en eso mientras sonreía al ver a su pequeña tomar una cuchara y comerse la sopa que había de primero.

-Está mu güeno.- Alabó Sandy.-
-Sí, papá cocina muy bien.- Le dijo la diablesa.-
-¡Vosotras que me queréis mucho!.- Se rio Robert.-

            Tras la carne de segundo, y cumpliendo su palabra, Robert trajo esos dulces, que Sandy le pidiera y la niña se comió dos de ellos ante la divertida y tierna mirada de sus padres.  Aprovechando que la cría estaba absorta con ellos, ambos se levantaron para ir quitando los platos y en la cocina, ILaya le preguntó.

-¿Lo tienes?
-Sí, claro.- Asintió Robert.-
-Me alegro, desde que pasamos y lo vio en el escaparate no ha dejado de hablarme de él.- Sonrió su esposa.- Ya no sabía que inventar para que no insistiera.
-Pues casi me pilla cuando entré en casa.- Le susurró su marido.-
-Ya me di cuenta, tuviste que decirle que eran los dulces que habíamos comprado ayer.
-Por suerte solamente vio el envoltorio. Antes de ponérselo a Sandy lo cambiaré.- Le explicó Robert.-
-La distraeré un momento.- Se ofreció ILaya.-

            Así lo hicieron, la diablesa llevó a su hija al baño con la excusa de limpiarla un poco. Pretexto perfecto dado que la niña, en efecto algo se había manchado. Entre tanto Robert hizo las operaciones pertinente y cuando ILaya regresó con la niña él se dirigió a la pequeña y le dijo.

- Ahora tenemos que dar gracias, hija…
-¿Por qué? - Preguntó Sandy curiosa. -
-Tenemos que dar gracias a Dios por estar todos juntos. - Repuso Robert con una sonrisa  llena de afecto hacia la niña. – Y por todo lo que tenemos.
- Sí,- asintió su esposa con el reconocimiento llenando su voz. - Tenemos que darle muchas gracias por habernos permitido ser tan felices.  

Y una vez lo hicieron, todos en oración, con la pequeña entrelazando sus pequeñas manos de una forma que enternecía a sus padres, ILaya le dijo cariñosamente a la cría.

- Ahora Sandy ve al árbol, seguro que hay alguna cosa para ti.

            La niña saltó corriendo hacia allí, enseguida vio el paquete al que Robert había cambiado el envoltorio para que la pequeña no sospechase. Lo abrió con mucha rapidez y sacó de él un gran oso de peluche amarillo con unas mini alitas blancas en la espalda y un corazón rojo, cercano a su barriga. La niña lo levantó muy contenta.

-¡Bien! ¡Papi, mami! ¡Mirad lo que me ha traído papá Noel! - Exclamaba  Sandy que agitaba al oso ante la sonrisa complacida  de Robert e ILaya.- ¡Es él!…

            Ambos esposos se miraron divertidos. La cría había estado en efecto hablando de cómo la miraba ese osito desde aquel escaparate en la tienda. Ella dedujo que estaba muy solito y quería una amiga para jugar, amiga que casualmente era ella, claro. ILaya le contó esto a su marido hacía unos días y él en cuanto pudo se acercó a esa tienda. Eso fue al salir del trabajo hoy mismo, sabiendo que al día siguiente cerraban por festivo. Por fortuna en esas fechas los comercios aguantaban abiertos un poco más para que la gente hiciera las compras de regalos navideños. Por él supuesto compró el peluche y se ocupó de llevarlo a casa convenientemente envuelto para no levantar sospechas. Así le sorprendió su hija cuando vino. Ahora Sandy se abrazaba a su nuevo juguete con visible alegría.

- Bueno. Pues ahora tienes que irte a dormir con tu nuevo amigo. - Le dijo su sonriente madre. -

            Sandy asintió pidiéndole esperanzadamente.

-¿Me llevas?..
- Claro mi amor.- Sonrió nuevamente ésta.-

Y tomándola en brazos se dirigieron hacia el dormitorio ante la expresión de felicidad de la niña y la cara sonriente de Robert que no perdió ocasión de fotografiar a su mujer y a su hija con aquel gracioso peluche.

-A ver mirad aquí y sonreíd.- Les pidió absolutamente encantado con esa estampa.-

            E hizo varias fotos, una con ILaya sosteniendo en brazos a Sandy que a su vez agarraba al peluche, y otra con la niña de pie, con el oso entre sus bracitos y su orgullosa madre en cuclillas juntando su cabeza a la de la cría en tanto ambas esbozaban unas grandes sonrisas. Al fin el matrimonio acostó a la niña dándola las buenas noches.

-Papá, mamá. Le voy a llamar Alitas.- Dictaminó la pequeña.-
-Es un nombre muy bonito.- Sonrió Robert.-
-Él dice que se llama así.- Sentenció la pequeña.-
-Sí, le va perfectamente, mi amor.- Convino ILaya.- Ahora a dormir…

Y Sandy se quedó dormida enseguida abrazada a su osito. Estaba muy cansada pero lucía una expresión feliz. Su madre mesó el pelo sedoso de la cría con mucha ternura y le dio un beso en la mejilla, lo mismo hizo su esposo. Después, ella y Robert fueron a la cocina.

-Oye.- Le preguntó él a su mujer, con tono algo inquieto.- Eso de que el oso le haya dicho algo a nuestra hija… ¡No será que ella ha percibido a algún ente que lo habite!

            Su interlocutora le miró con los ojos muy abiertos y luego se rio. Enseguida negó con la cabeza y rebatió.

-¡Eso se llama imaginación! Al parecer los niños humanos tienen mucha. Y me alegra que nuestra hija también la posea. No te preocupes. Ese osito es exactamente lo que parece, un muñeco de tela y algodón. Y puedo asegurarte que no le he oído hablar. Ni siento nada malo en él.
-Bueno, eso está mejor.- Suspiró Robert sintiéndose algo tonto ahora.-

            De todos modos, con lo que había visto y vivido en los últimos años no estaba de más ser precavido.

- Haré un poco de café.- Propuso entonces ILaya. -

- Es una buena idea - asintió su esposo que propuso. - Podemos tomarnos una taza y charlar un poco antes de ir a dormir. Mañana es fiesta de todos modos. No hay que madrugar.

-¿Sabes Robert? - Le dijo ella mientras trataba en vano de encender el fuego de la cocina con un mechero. - Ésta es mi época favorita.
-¿La Navidad?- inquirió  éste. -
- Sí - asintió la diablesa. - Es cuando más amor se da y se recibe. ¡Es algo tan hermoso!
-¿Cómo pasabais las Navidades allí…? - Quiso saber Robert que, hasta entonces no había pensado en ello, añadiendo con evidente tino. - No creo que las celebraseis precisamente.

            ILaya se rio, ¡por supuesto que no! para responder a continuación con más seriedad.

- No, desde luego que no era eso precisamente lo que hacíamos. Para la mayoría de nosotros no era una fecha que significase nada. Únicamente lo notaban aquellos de los nuestros que iban a la Tierra.

Cansada de que el mechero fallase, ella misma emitió una pequeña chispa de energía que encendió el fuego y agregó.

- Sus poderes y sus fuerzas disminuían mucho, pues es una época en la que el Creador parece estar más cerca de sus criaturas. O quizás sea por la cantidad de energía positiva que mucha gente libera, sobre todo los niños.- Afirmó pensando en su pequeña para añadir.-  A nuestros superiores no les gustaba en absoluto aparecer en este mundo por estas fechas. Aunque, el que conseguía cumplir alguna misión en ellas tenía consideración especial. Yo misma quise probar fortuna alguna vez, pensando que podría ascender si realizaba alguna proeza, no me dieron ocasión y ahora me alegro. Cuando pienso en mí antes, me asombro y me espanto de lo malvada y estúpida que era. – Remató con remordimiento. -
- No, lo que ocurría es que tú no conocías la verdad de las cosas.- Se apresuró a decir Robert para reconocer a su vez. - Yo tampoco pensaba que un demonio o una diablesa pudieran tener buen corazón.
- Nuestra vida en la región del tercer círculo en la que vivía no era tan distinta de la vuestra, al menos en cuanto a apariencias, teníamos nuestras casas y nuestros trabajos. - Le reveló su esposa agregando con tono reflexivo. - Más allá de ahí, no podría decirte, pero si hubieras visto el lugar en el que yo vivía, hasta te habría parecido una ciudad normal.
-¿Y no sabías que había más allá? - Inquirió Robert atónito. -
-No.- Negó ILaya sirviendo el café ya hecho en dos tazas, en tanto ambos se sentaban en el comedor. - Ni se podía ir a los círculos siguientes, eso sólo era posible ascendiendo o con un permiso especial. Solamente escuchábamos algunas historias sobre los círculos superiores que incluso a veces lograban infundirnos pavor a los mismos demonios. ¡Créelo Robert!, en el averno hay muchos mundos distintos que conviven más o menos aisladamente unos de otros. Para mí la mayor parte del infierno es tan desconocida como lo pueda ser para ti mismo. Y por lo que parece a medida que vas traspasando los límites y te adentras en círculos superiores, todo es más extraño… Al menos eso nos contaban los pocos que alguna vez hicieron esos viajes…y retornaron…

            Su esposo asintió sorprendido, ILaya le contó algunas cosas más y ya tarde se acostaron. No queriendo pensar en eso, ni en la profecía que se cernía contra ella, sino en la vida que tenían los dos juntos con su pequeña, logró al final dormir. Aunque esa misma noche ella tuvo otro extraño sueño…

-¿Eres tú de verdad?.- Musitó estando dormida.-…

Durante aquellos años Hux había logrado reinsertarse en una vida aparentemente normal. Pero pronto estableció contacto con algunos sectarios que sobrevivieron a la derrota. Estaban desengañados y amargados en su mayoría, lo mismo que él. Todas las promesas de gloria, poder e incluso eterna juventud que sus maestros avernales les hicieran quedaron en nada ante la aniquilación de muchos de ellos y de sus huestes. Y lo que fue peor, de la destrucción del pasillo dimensional que les podría haber dado acceso a la Tierra. Frustrado como se sentía Finch deseaba al menos haber tenido la oportunidad de vengarse de esos dos, esa maldita traidora y ese estúpido Robert Wallance. Aunque con el paso del tiempo les perdió la pista. No obstante, aquello cambió un día. Cuando uno de sus antiguos camaradas le reconoció y le ofreció seguirle tras informarle de algo que a Hux le llenó de nuevas expectativas.

-Estamos reconstruyendo la Secta del Caos. Todavía somos pocos y no tenemos apenas poder. Pero invocamos a nuestros maestros que no están aconsejando desde el inframundo.
-¡Quiero unirme a vosotros, sí! – Exclamó éste de forma tan teatral que hasta su colega tuvo que pedirle que se callase. – ¡Si!
-Modérate.- Le pidió su apurado interlocutor mirando hacia todos los lados.- No estamos solos.

Dado que estaban en medio de la calle y había gente que le dedicó a Hux una mirada entre atónita y reprobatoria, tomándole por algún exaltado o loco. Su compañero entonces le susurró.

-Ven conmigo. Pero sé cauto. Tendremos que tener mucha paciencia. Aún no es el momento de actuar. Quizás tengan que pasar años hasta que podamos hacerlo. Y no debemos llamar la atención bajo ninguna circunstancia.
-Lo comprendo. No me importa esperar,- afirmó éste con mejor ánimo ahora. –

Su interlocutor efectivamente le condujo a un lugar apartado del bullicio, una puerta oculta daba acceso a un gran sótano. Allí, tras observar algunas precauciones entraron. Más individuos aguardaban, entre ellos dos encapuchados que parecían ser Maestres. Hux por supuesto dobló la rodilla ante ellos como el resto. Uno de esos tipos entonces declaró.

-Se bienvenido, hermano. Supongo que te habrán puesto al corriente de nuestra apurada situación.
- Sí, señor. – Pudo replicar éste bajando servilmente la cabeza. –
-Todavía tendrán que pasar años, pero te prometo que resurgiremos más fuertes que antaño. Tenemos poderosos aliados y otras maneras de aumentar nuestra fuerza. Y cuando lo hayamos logrado nos vengaremos de ese maldito Guerrero Dorado y de sus amigas las Justicieras. – Remachó con tono siniestro y rotundo. –
-Si me lo permitís. – Se atrevió a declarar Finch. – También yo tengo una cuenta pendiente con una traidora que vive en este mundo.

Y ante las miradas de interés del resto Hux les habló de ILaya y de cómo les había abandonado.

-Mató a una de las suyas que empezaba a sospechar. Luego desapareció, nunca entregó el compuesto químico que se le pidió y la última vez que la vi estaba con un científico llamado Robert Wallance, ese maldito perro hizo que nos traicionase.- Escupió lleno de odio. –
-Pero, ¡es imposible! – Opuso el otro maestre afirmando. – Cuando nuestro Señor Satanás volvió a  sus dominios arrastró a todos los demonios con él. No pudo permanecer aquí.
-Os juro por el Infierno que era ella.- Sentenció Hux con total decisión. – No sé cómo lo haría, pero estaba aquí. Con él…

Hubo murmullos de sorpresa en toda la congregación hasta que uno de los maestres los acalló, entonces musitó algo a su compañero que asintió. El maestre segundo replicó.

-Eso es algo muy interesante. Te ayudaremos a dar con su paradero, si es como tú dices podrás vengarte. Pero con mucha discreción. Por ahora no nos interesa que se sepa de nuestra existencia. Y quizás esa traidora hasta pueda decirnos como logró quedarse, eso podría hacer que nuestros amos retornasen.

Finch asintió, no podía estar más complacido. De hecho, sus superiores enseguida invocaron a las potencias infernales que, si bien no podían volver a la Tierra sí que eran capaces de comunicarse con sus acólitos. También se sorprendieron e hicieron lo posible para dar con la traidora. Por desgracia para la familia  de ILaya no les fue difícil hacerlo…


            Ajena a esos acontecimientos de días antes la diablesa dormía profundamente ahora. Tras acostarse con su esposo. Estaba cansada, curiosamente tras tanto ajetreo navideño. Se sentía feliz pero sus sueños tranquilos se vieron de pronto interrumpidos, ante ella apareció el rostro grave de una congénere a la que reconoció. Ella misma se encontró en medio del averno, en su círculo de procedencia, pero con su forma humana. Ante sí, la súcubos que la enfrentaba no era otra sino.

-¡Eres tú! ¡Comandante Mireya! - Pudo exclamar entre atónita y asustada. –

Esa diablesa era poderosa, de por sí lo fue más que ella misma cuando todavía era una súcubos ansiosa de gloria y sedienta de poder. ¡Ahora que ILaya se había convertido casi en humana su  exjefa sería muchísimo más fuerte!, ¡No tendría ni la menor oportunidad! Pero para su sorpresa, su antigua comandante la obsequió con una sonrisa y tomó también apariencia humana, con un pelo de color trigueño y ojos verdes. Para desvelarle.

-Nada debes temer de mí. Yo no soy tu enemiga, ILaya.
-¿Cómo he vuelto aquí? - Le preguntó ésta con patente temor. –
-No tengas miedo, en realidad estamos en tus sueños. No es el Infierno.- Y para probárselo chaqueó los dedos.-

ILaya se vio rodeada ahora de las paredes de su casa. Estaba en el cuarto de su hija y la pequeña dormía tranquila. Fue la comandante de las diablesas la que, acercándose a su camita, le pasó suavemente la mano por ese negro y sedoso pelo aunque sin poder tocarla.

-Te lo suplico, Mireya. - Pudo decir la madre con patente angustia. – Haz de mí lo que quieras pero no le hagas daño a mi niña.
-Llámame Kelly ahora. Te repito que no debes temer nada de mí. – Le sonrió su interlocutora que agrego, ya con el gesto más grave. – Y escúchame bien. Yo pertenezco a la Quinta Columna. Siempre formé parte de ella.
-¿Tú?- Se sorprendió su contertulia – Pero… ¿cómo es posible que tú?...

            Su antigua superiora se sonrió con picardía ahora, quizás divertida al ver el efecto que su confesión había producido en ILaya, aunque enseguida recobró un semblante serio para explicarle.

-Hubo un tiempo en el que pensé que quizás tendría que matarte. Aquella vez que casi liquidas a Daila. Pero por fortuna te reclamaron al mundo de los humanos. Después, cuando supimos en el Infierno lo sucedido… En fin, nadie podía creerlo, llegaron rumores de que una capitana de la Horda había desertado, renegando de nuestro Señor Satanás y nuestra reina Lilith y que vivía como una mortal. La mayoría de nosotros no lo creímos, claro. Pero ahora los mismos acólitos de la Secta lo han confirmado.
-Pero la secta fue destruida. – Opuso ILaya con patente temor e incredulidad ahora. –
-La están tratando de reconstruir. Os queda poco tiempo. Están decididos a encontraros y vengarse. – Le contó Kelly que también le desveló, para asombro de su interlocutora. – Hace varias décadas yo misma estuve en la Tierra. Protegí al chico que luego se ha convertido en el Guerrero Dorado. Quizás si él y las Justicieras os ayudasen podríais tener una oportunidad.

            Ahora los sueños con aquellas guerreras comenzaban a cobrar sentido. ¡Era eso! Su inconsciente la había estado advirtiendo.

-Pero. ¿Cómo haré para contactar con ellos?- Quiso saber ILaya. –
-Por desgracia no puedo ayudarte ya en eso. El poco poder que me quedaba lo estoy empleando en introducirme en tu sueño. Y eso porque aún eres en parte una diablesa y mantienes un pequeño vínculo telepático con los tuyos. De cualquier forma, no bajes la guardia. Esos humanos son tan crueles como podrían serlo nuestros congéneres y no tendrán piedad ninguna, ni de ti, ni de tu marido, ni mucho menos de tu hija.
- ¿Qué puedo hacer?- Replicó su angustiada contertulia.-
- He tratado de protegerte desde aquí, como hice con el Guerrero Dorado. Por desgracia mis fuerzas e influencia se hayan muy limitadas ahora. A pesar de mis esfuerzos han logrado ir tras vuestra pista. Es cuestión de tiempo que os encuentren…debes…

Entonces la comandante se interrumpió, miró hacia un lado y otro con  gesto nervioso y apenas pudo decir de forma más atropellada.

 -Debo irme, van a localizarme. Adiós ILaya, celebro que vieras la verdad y te deseo fortuna y felicidad en tu nueva vida. No olvides lo que te he dicho.

Sin dar tiempo a su contertulia a replicar desapareció. Ella despertó entonces, se incorporó de la cama solo para verse envuelta en la oscuridad que era paliada por las ocasionales luces del alumbrado nocturno que se filtraban por la persiana. Se levantó de la cama sin hacer ruido. No quería despertar a Robert. De un cajón que tenía en lo alto de un armario sacó un libro. Allí estaba escribiendo multitud de notas para su hija. También había dejado un sobre con dinero. Parte de sus ahorros, por si surgía alguna dificultad. Escribió una carta a Robert que también guardó allí, con instrucciones.

-Tengo el terrible presentimiento de que mi destino me alcanzará pronto. Debo tomar medidas. Ellos deben salvarse.- Suspiró mirando a su dormido esposo.-

Fue con sigilo hasta la habitación de Sandy. Entre abriendo la puerta pudo verla, pese a la poca luz, con su excelente vista de diablesa. La niña dormía plácidamente con expresión feliz abrazada a su osito.

-Nunca permitiré que te toquen, mi amor. Lucharía hasta contra el propio príncipe de las Tinieblas si fuera necesario.- Pensó con determinación, después volvió a  su habitación a dormir.-

Así pasó el tiempo. Pese a todo, los meses se sucedieron sin novedad. ILaya parecía haber olvidado lo que el destino le tenía reservado, quizás eso hubiera cambiado. Pese a los malos presagios de momento habían pasado años y ella estaba bien. Esos sectarios parecían haber perdido su rastro. Aunque por fin, un fatídico día, su sino fue a buscarla. Tenía un turno de tarde y dejó a la pequeña Sandy al cuidado de Robert que libraba. ILaya se sentía muy dichosa y ya se comportaba como una humana corriente, sin acordarse de recurrir a sus poderes que también habían descendido mucho tras su “conversión” Realmente apenas los echaba de menos, era muy feliz en su nueva vida, pero tanta felicidad tenía un precio. También había bajado mucho la guardia y no descubrió que la vigilaban desde hacía días. De modo que, cuando se fue unos encapuchados entraron en su casa. No les fue difícil. Hux y el resto habían logrado finalmente averiguar dónde vivían. Pero fueron muy cautelosos. Sabían que cualquier error les podría costar caro. Aquella diablesa de seguro que seguiría siendo peligrosa. No se acercaban a ella más que a prudente distancia y siguieron a Robert cuando él iba a recoger a la cría de la escuela. Con paciencia y sangre fría, elaboraron meticulosas listas de los horarios de la familia. No les fue difícil entrar en el piso utilizando una llave maestra cuando ninguno estaba en casa y solamente tuvieron que aguardar a que el marido de la traidora volviese con la cría. Él efectivamente llegaba con su hija de la mano y ajeno a todo abrió la puerta. Nada parecía fuera de lo normal. Tanto era así que Robert dejó a su hija y él se metió un momento en el baño. Cuando salió escuchó de pronto un grito de la pequeña. Apenas pudo reaccionar, dos tipos encapuchados salieron tras del armario y de la habitación contigua y le sujetaron, otro llevaba agarrada a la niña de un  brazo y la apuntaba con un cuchillo y otro parecía vigilar por la puerta de entrada. Cuando el individuo que retenía a Sandy se quitó la capucha Robert quedó horrorizado. ¡Era Finch!

-Vaya, ¿Cuánto tiempo, verdad? ¿Es que no te alegras de verme? - Le saludó éste con sorna. –

Y sin darle tiempo ni a responder los tipos que le sujetaban la emprendieron a golpes con él, provocando los gritos de horror de la pequeña…en tanto su antiguo jefe, sin dejar de reír, volvía a ponerse su capucha exclamando…

-¡Ahora nos vamos a divertir!

 ILaya regresaba a su casa, cansada del largo día. Iba a tomar el ascensor cuando notó que algo iba mal. Era una extraña percepción. Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido. Subió con cautela por las escaleras y pudo escuchar los gritos de su hija. Alarmada tuvo que recurrir a sus destrezas, aunque le costó concentrarse, pero lo logró y subió  agarrándose a la pared y trepando hasta la ventana para sorprender a quién quiera que fuese. A través de los cristales vio a un humano encapuchado que sujetaba a la niña mientras que otros dos maltrataban a Robert, que, atado a una silla, sangraba por los golpes recibidos.

- Te lo pregunto otra vez.- Espetó un encapuchado con tono amenazador y nada paciente. - ¿Dónde está esa perra? – Su víctima no respondió. - ¿No quieres hablar?- Chilló el interrogador  furioso, los otros le golpearon en la cara, la niña lloraba y uno de esos tipo amenazó con regocijo.
-  La próxima vez le tocará a tu hija. Ya verás cómo chillará la mocosa cuando nos ocupemos de ella.
-¡Cobardes!,- gritó desesperado Robert.- ¡No os atreveréis, es una niña!
-¿Quieres apostar? - Se burló su interrogador. Todos rieron, el encapuchado sacó una curvada daga y apuntó a la garganta de la aterrorizada cría. -

            ILaya no pudo soportarlo más. Ciega de ira, entró por la ventana rompiendo los cristales con su apariencia demoniaca y liquidó a dos encapuchados de dos golpes. Apartó al otro de la cría y soltó al malherido Robert que se derrumbó en el suelo.

-¡Voy a mataros a todos! - Siseó ella quitándole la capucha a uno de ellos, para su sorpresa descubrió que se trataba de Hux y le espetó con furia. -  ¡Te lo advertí hace cinco años! ¡Ahora no te salvarás!...

            Pero antes de que pudiera hacer nada. El encapuchado restante sujetó a la pequeña Sandy y la amenazó con una afilada daga en el cuello.

-¡Ríndete!, sólo te queremos  a ti...
-¡Mami, mami! - chillaba desesperada la pequeña. - ¡Tengo miedo! –

La aterrorizada Sandy tenía la cara bañada por las lágrimas y apenas si podía ver a su madre transformada, ahora con su auténtica apariencia.

- No te va a pasar nada, mi vida. – Quiso calmar ILaya a su hija tratando de dominarse para no asustarla también.- Mamá está aquí…
-Tú a cambio de la niña,- le propuso otro de sus enemigos afirmando de modo conciliador. –Tenemos algunas preguntas que hacerte. Si colaboras no os ocurrirá nada.

            Su adversaria bajó la guardia a su pesar diciéndole al encapuchado con una voz normal y más calmada.

- Está bien. Pero suelta a mi hija.-  El sectario pareció dispuesto a acceder y aflojó el agarre de la pequeña.-
-¿Cómo lo has hecho?- Inquirió aquel tipo.-
-¿Hacer qué?- Pudo repetir ella con desconcierto.-
-Permanecer aquí. – Le aclaró su interlocutor.-
-Pasé por una ceremonia de renuncia y conversión.- Replicó sinceramente ella, que pudo apenas esbozar una leve sonrisa alegando.- Casi fui destruida. Si estáis pensando que los demás puedan regresar a este mundo perdéis el tiempo. Jamás podrían superar esa prueba si no se arrepienten verdaderamente.
-¿Cómo estás tan segura?- Espetó el captor de la cría.-
-Para empezar, no creo que una ducha en agua bendita les agradase demasiado…- Se regocijó ILaya.-
-¿Te hace gracia, verdad?- Escupió ese individuo sujetando de nuevo a Sandy con firmeza y apuntando con el filo del cuchillo a su garganta.- A ver si te ríes de esto…

            El gesto de la madre de aquella desvalida niña se transfiguró. Su esposo estaba recobrando la consciencia tras una brutal paliza y ella solamente pudo implorar.

-Te lo suplico, he hecho lo que me has pedido, contesté a tus preguntas. Por favor, haced conmigo lo que queráis pero dejad y marido y a mi hija… ellos son inocentes…

 Y en tanto hablaba preocupada por Sandy ILaya no advirtió que Hux había empuñado de nuevo su afilada daga. El desesperado grito de aviso de Robert llegó tarde. Ese tipo atravesó la espalda de su enemiga que cayó de rodillas al suelo sin poder reprimir una exclamación de terrible dolor.

-Ya ves. Al final todo llega. Te juré que me las pagarías y yo cumplo mi palabra. – Le susurró ese tipo con tono triunfante para añadir de manera falsamente conciliatoria en tanto se deleitaba viendo la expresión de sufrimiento de la diablesa y la cara horrorizada de la pequeña y de Robert. – No temas. Tu encantadora niña no sufrirá ningún daño. Creo que, siendo hija tuya, algún provecho podremos obtener. ¿Quién sabe? Cuando sea un poco más mayor quizás me complazca de formas en las que su madre se negó a hacerlo. O puede que la convirtamos en una leal sierva de nuestro Amo. Para compensar tu traición.
-¡Maldito seas, bastardo! – Gritó Robert que reuniendo sus escasas fuerzas se levantó y golpeó con un palo que tenía cerca un sectario muerto al que sujetaba a la niña. –

 ILaya se arrastró ayudada por Robert hacia la puerta de salida, se quitó la daga y se tambaleó, pero, aún se pudo levantar lo bastante. Hux aterrado, agarró una especie de espada. La malherida diablesa sólo se preocupaba por su marido y su hija y ya débil por su terrible herida, tampoco lo advirtió. Le pidió a su esposo con voz temblorosa.

- Pon a salvo a Sandy y salid de aquí. ¡Por favor! - Gimió presa de un  dolor  insoportable. -
- No, te sacaré de aquí ¡Debes ir al hospital! - Opuso Robert aterrado, tratando de moverla de allí y tapar la hemorragia que teñía de grana el vestido de su mujer. -

            Por desgracia para ella, una de las cosas que más había menguado tras su conversión era la capacidad de sanarse. Aquella puñalada habría inutilizado casi con total seguridad a una diablesa normal durante varios minutos. Y hubiese matado de seguro a una humana. Ella estaba en una situación intermedia. Había perdido mucha sangre y no era capaz casi de sostenerse en pie. No moriría pero necesitaría tiempo para recobrarse. Por desgracia eso era algo que no tenía. Hux aprovechando el momento, se acercó con rapidez y clavó su otra arma en el corazón de ILaya. Ésta vomitó sangre pero aún así, lanzó un fuerte golpe a su agresor que le derribó. Sandy lloraba aterrada aferrada a su oso y se quería abrazar a su madre que cayó al suelo. La vista de la diablesa se nublaba, sentía que su final estaba muy cerca, pero aun así pudo musitar entre jadeos de dolor.

- Robert, ¡saca… a nuestra… hija de… aquí!, no quiero… que… me vea… así. ¡Por favor, cariño!- Lágrimas caían por su rostro, al igual que por el de  su marido. Ella se esforzó por seguir hablando, sabiendo que le quedaba muy poco con esas heridas, ni siquiera su capacidad de regeneración podría salvarla ya y pudo balbucir. -Tú....me has… enseñado… lo que es amar. Estos años… he sido… muy feliz. Más que en…todos… mis siglos… anteriores… Os quiero, os querré… siempre, esté donde… esté.
-¡Nooo! - Aulló Robert que desesperadamente trataba otra vez de sacarla de allí.- ¡Vamos! ¡Tienes que resistir!...

            Pero los sectarios que quedaban vivos se empezaban a recuperar. ILaya supo que no tenía elección. Si esos tipos sobrevivían irían a por su esposo y su niña. Sólo tenía una última solución… para salvar a sus seres queridos debería sacrificar su vida y con gusto lo haría, ofreciéndoles así también todo su amor.

- Sálvate… tú y a… la niña..., ya sabes lo…lo que ocurrirá….cu… cuando yo muera...En mi… armario, el cajón… de arriba… mis notas…. Guía…guíate por ellas. Te dirán lo que yo no podré decirte,- añadió haciendo un gran esfuerzo. -
- ¡No morirás!, te salvaré,- sollozó Robert sintiéndose destrozado y desesperado.-

Pero ILaya esbozó una tenue sonrisa y negó con la cabeza.

-Ya…me sal...vas…te…cuando… te… cono...cí. Pero…ahora… No mi amor, ésta… vez tendremos… que separarnos...- respondió ella con un hilo de voz entrecortada.- ¡Ojalá…. pudiese ver… crecer a nuestra hija!, cuídala… y sed felices. ¡Por favor! – Le pidió reuniendo toda su energía, lo que al menos le permitió hablar sin entrecortarse  - Déjame… despedirme de ella y cuando te lo indique… cierra la puerta y alejaos… lo que podáis.

Robert lloraba sin consuelo pero supo que el tiempo de su esposa se agotaba y que no había más opción. Acercó a la niña, estaban fuera de la habitación. La pequeña Sandy lloraba llena de horror al ver así a su madre, pero ILaya le secó las lágrimas. Tratando de quitarse su propia sangre para no manchar a la pequeña. Y finalmente hizo un último esfuerzo, mirando a su hija de una forma muy amorosa. A pesar del horrible dolor que sentía supo mantenerse digna. Como si sus últimos momentos le hubieran dado de pronto una especie de paz interior y renovados bríos, reunió sus escasísimas fuerzas y acarició con suavidad el rostro y el sedoso pelo negro de la niña y  susurrándole con voz suave y dulce.

- Mi niña, sé buena siempre y cuida de papá. Yo os protegeré desde el cielo, recuerda siempre que te quiero más que a nada en este mundo, siempre, aunque no me veas ahí, estaré a tu lado. Te lo prometo…

 Ojalá fuera verdad y pudiese ir al Cielo, pensaba, aunque ella fuese una diablesa. Las lágrimas le caían sobre el rostro, pero no por ella misma sino por tener que abandonar a los seres que más amaba y su borrosa visión casi le impedía ya ver nada. Pero aun así advirtió que los sectarios se levantaban dispuestos a rematarla.

- ¡Robert!,- le llamó con angustia. -

            Él le dio la mano un brevísimo instante, la mirada de ILaya convergió con la de él y aquella fue su despedida. Luego, usando sus últimas energías vitales, apartó de ella tanto a su esposo como a la niña y se encerró en ese cuarto. Robert golpeó la puerta presa de la desesperación pero su mujer le gritó desde dentro.

-¡Vete, vete, mi amor! No estés triste por mí, sé que algún día nos reuniremos y entonces seremos eternamente felices.- Él fue incapaz de contestar. Únicamente pudo llorar y apartar a la cría, cubriéndose junto con ella bajo un sofá. – ¡Os quiero!…

En el interior del cuarto. ILaya sacando una fuerza que no creyó todavía tener, se levantó como pudo mientras Hux le gritó con regocijo.

- ¡Estás muerta, maldita perra! ¡Por fin vas a volver al infierno con todos los tuyos!...Y luego nos ocuparemos tu maridito y de tu preciosa hijita…
- No, no lo haréis… declaró ella con un hilo de voz mientras intentaba avanzar hacia su enemigo, trastabillándose mientras sentenciaba. - No me iré sola al Infierno. ¡Vosotros vendréis conmigo!

Ahora su cuerpo temblaba. Sintió que los últimos instantes de su existencia habían llegado. Se lanzó contra los sectarios con su último soplo de vida. Estos, aterrados por lo que les iba a suceder, trataron de apartarse pero no pudieron. ILaya esbozó una última sonrisa de triunfo,  pensando solamente en su hija y su marido y deseando para ellos una vida feliz y libre de persecución, concentró todo el poder que pudiera quedarle y estalló suspirando…

-¡Siempre os amaré!

            Parapetados a la salida de la casa Robert y la niña escucharon una tremenda explosión que destrozó la puerta. Él  dejó a la pequeña a cubierto y entró. Los sectarios estaban muertos y no quedaba nada de ILaya. Sólo la cruz que él le había regalado cuando se casaron. Se derrumbó y lloró apretando aquel símbolo entre sus manos. Después, reuniendo todas sus fuerzas, olvidándose de su propio dolor, preocupándose únicamente por su hija, sacó de allí a la pequeña Sandy que se había desmayado, la pobre cría estaba rendida. Robert la contemplaba hundido. En tan solo un instante,  toda su vida, su felicidad y su amor habían sido borrados de aquella forma tan cruel. Ahora él y su hija estaban solos, pero  en su mente atormentada solamente había una determinación, saldría adelante y cuidaría de pequeña. Se lo debía a su esposa y sintió que ILaya en verdad les protegería desde el cielo.

-Algún día. Nos reuniremos mi amor. Y te sentirás orgullosa de mí y de tu hija. - Pensó tratando de sobreponerse al dolor.-

            Robert no lo pensó más, tras llevarse todo lo que podía serle de utilidad, se perdió por las calles llevando a su pequeña en los brazos antes de que el estruendo de toda aquella batalla atrajese a los vecinos y curiosos. Sin querer volver la vista atrás…

Pero  no había terminado todo para  ILaya. Murió efectivamente, pero al hacerlo vio abrirse un largo pasillo ante ella. Las sombras la rodeaban y querían alcanzarla. Era una terrible sensación de vacío y maldad que amenazaba con arrastrarla. Ahora estaba aterrorizada. Seguramente que sus pecados y el mal que hizo durante tantos siglos retornaba para hacer presa en ella por toda la eternidad. No obstante, quiso afrontar aquello. Lo aceptaba, ese sería su castigo, aunque tras perder a su marido y a su hija. ¿Qué podría importar ya? Por terribles que fuesen los tormentos que ella tuviese reservados, no sería peor que haber tenido que dejar a sus seres queridos.

-Nada pueden hacerme que me haga sufrir más que eso. Al menos tendré el eterno consuelo de recordar a mi esposo y a mi niña…

Entonces sintió a su lado una figura enorme que disipó esas presencias malignas. Cuando supo quién era se estremeció de un terror sobrenatural. No podía ni mirarlo a la cara, era una presencia demasiado terrible. Había oído cosas sobre él en el averno. Testimonios que hablaban sobre esa figura que era respetada y temida incluso por los demonios más poderosos.

- Tú eres Azrael, ¡el Ángel de la Muerte! Vienes a castigarme por mis pecados, lo sé. Soy un ser de los infiernos. Estoy lista para ello. Regresaré a pagar por mis maldades - Dijo reuniendo todo su valor. -

            Sin embargo, aquella figura pareció sonreír y eso llevó la paz al alma de la diablesa. Entonces Azrael declaró con voz suave que contradecía radicalmente su temible apariencia.

- No, no vengo a castigarte, sino a acompañarte.
-¿Acompañarme? ¿A dónde? ¿Al Infierno?- Creyó adivinar.-
-Te equivocas ILaya, mírate y verás como eres ahora. Yo seré tu Ángel de la Guarda de aquí, hasta la frontera de la Eternidad.


             Ella se miró atónita entonces viéndose rodeada de un resplandor blanco. Vestía una especie de túnica inmaculada que ondeaba como si fuera agitada por una invisible brisa y sus cabellos eran del mismo color.

-¿Cómo es posible que yo brille así?
- Es el brillo de tu alma inmortal.- Le respondió el Ángel.-
-¿Tengo alma?- Preguntó atónita y llena de dicha a un tiempo.-
-La ganaste por tu arrepentimiento.- Le recordó aquel ser de luz.- Ahora toma mi mano.

Aun asombrada, ella obedeció, Azraél la impulsó entonces hacia la luz. Luego la soltó, al alejarse llena de asombro y felicidad,  ella le preguntó...

-¿Podré ver a mi hija y a mi marido alguna vez?... ¿estarán a salvo? – Quiso saber.-

Y es que eso era lo único que la preocupaba lastrándola en su camino  hacia el más allá.

- Estarán bien y tú los verás. Te lo prometo - le respondió el ángel confirmando aquellas palabras que la adivina le profetizase. -Tu hija está destinada a hacer cosas muy importantes y aunque vivirá pruebas muy duras, las sabrá superar y logrará ser feliz. Ahora lo sabrás… Observa...

 Y agitando una especie de invisible mano hizo que ILaya tuviera revelaciones sobre el futuro a medida que se adentró en la luz, así se liberó de aquella carga. Azrael desapareció de su vista, y ella ahora estaba ante un resplandor que brillaba inmaculado, pero no le deslumbraba. Pudo ver una figura que la miraba desde la luz. Entonces supo quién era y aquella indescriptible manifestación de amor le dijo con una voz llena de dulzura y cariño que la embargó por completo.

-“Yo soy El Camino...La Resurrección y La Vida...Ven a mí y vivirás eternamente”....


            ILaya se adentró en él muy dichosa, como nunca creyó que podría serlo. Su marido y su hija efectivamente salieron adelante. Robert se apoyó en las notas que le dejó. Estaban escritas con tanto cuidado y amor que en ocasiones parecía que ella misma estaba con ellos. Sandy creció y su padre le habló de su madre, de cómo la quiso y del sacrificio que hizo por ellos. Y aunque fue muy duro la ayudó a superar los problemas de su condición. La niña llegó a ser científica como sus padres, una realmente muy brillante y su labor fue en efecto muy importante para el futuro. Su padre se sintió muy orgulloso de ella, e ILaya, tal y como le había prometido el ángel, y del mismo modo que deseara Robert, lo vio y se sintió también orgullosa y muy feliz, sabiendo que pronto estarían todos unidos para siempre en esa maravillosa Eternidad.

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