martes, 13 de diciembre de 2016

GWDN 05 Cadenas del pasado



A la mañana siguiente las componentes del Fairy Five llegaron puntuales a sus puestos de trabajo en el laboratorio. Penélope quiso reunirlas a todas antes de comenzar la jornada para intercambiar unas palabras. Deseaba compartir con ellas algunas reflexiones.



-Veréis.- Les expuso en tanto todas le dedicaban su atención.-  Acabamos de comenzar, como quien dice, y ya hemos tenido una dura prueba a la que enfrentarnos.



            Algunas se miraron los brazos, todavía se apreciaban los pinchazos de sus donaciones de sangre del día anterior. Fue Caroline la que con su acento tejano, declaró.



-Al menos los cazas que estábamos programando funcionaron a la perfección. Les dieron una buena paliza a esos tipos.

-¿Paliza? ¿A qué te refieres? – Quiso saber Keiko.-

-El doctor Adams nos comentó que, antes de volver a su casa después de donar sangre, se pasó cerca de una base del ejército. Vio mucho ajetreo. Muchos pilotos militares acudían.- Le explicó Melissa.-

-¿Significa eso que estamos en guerra?- Inquirió Mei Ling.-

-Es pronto para pensar en esa posibilidad todavía.- Declaró Penélope tratando de sonar con voz tranquilizadora.- En cualquier caso, podemos confiar en las fuerzas armadas que protegen esta nave.

-Sí, con el potencial bélico que tenemos compadezco a los tontos que quieran meterse con nosotros.- Subrayó Caroline.-



            Las demás asintieron, parecían estar más tranquilas ante aseveración. No obstante Penélope se inquietó. ¿Y si hubieran sufrido otro ataque por sorpresa? Como aquella vez en la SSP-1. Pese al poder militar que su nave tenía no dejaban de estar en riesgo las vidas de muchas personas. Comenzando por los pilotos. Esperaba que Rick estuviera bien. En cuanto le fuera posible le llamaría. De hecho, la joven no había hablado con él desde que llegaron.



-No quiero revivir esta pesadilla otra vez. Antes, cada vez que tenía que salir con su escuadrilla me pasaba lo mismo. Siempre temiendo que fuera derribado. Y ahora, llevo horas sin saber de él.- Pensó con inquietud.-



Para eso había una explicación, el joven mayor llegó tarde a casa. Iba a llamar a su novia pero fue él quien recibió un mensaje. Su comandante le citó junto con otros oficiales de su escuadrilla. Al momento compareció en la sala de reuniones. Allí, junto a otros compañeros, escuchó las instrucciones de Enset.



-Les he convocado porque tengo que darles un comunicado con  las órdenes del Estado Mayor. – Afirmó el comandante que pasó a resumir.- Nadie debe comentar ni difundir lo sucedido. De cara a la población civil de la nave no ha existido ninguna batalla. Lo que pasó ayer fue un ejercicio de prácticas de nuestros pilotos, probando los últimos aparatos de tecnología varitech.

-¿Alguna instrucción respecto del “accidente” de ayer?- Intervino Tracer marcando la palabra accidente de modo muy significativo.-



            Y es que las noticias volaban incluso más rápido que sus propios aviones, por el canal de comunicación de la nave se supo del accidente en una tobera que explotó dañando a muchos tripulantes. Por supuesto que no se aireó la totalidad de la tragedia. Sin embargo, a esas alturas todo el mundo estaba al corriente. Y así lo admitió Enset.



-Eso es otro tema, mayor. Pero simplemente repitan la versión oficial, un desgraciado accidente que ya ha sido solventado. Se lamentan profundamente las bajas. Nada que ver con ningún ataque o enemigo. Estamos en espacio seguro. Esas son las indicaciones.- Suspiró el comandante sin demasiada convicción, agregando.- No comenten nada fuera de lo estrictamente conocido por el público con nadie. Ni siquiera con amigos ni con parejas.





            Los oficiales se miraron desde luego que sin dar crédito a todas esas patrañas, pero no les quedaba más remedio que obedecer y ceñirse a las instrucciones recibidas. Entonces el comandante añadió mientras una joven de largo pelo moreno y ojos azules se aproximaba a él.



-Ésta es la primer teniente Jane Gray. Se incorpora a la escuadrilla Granate uno, al mando del mayor Jensen, como segunda.

-Un placer, encantada de estar aquí.- Repuso ella con una tímida sonrisa.-

-Bueno, ahora vaya usted con el mayor para que le informe de sus cometidos.- Declaró Enset que después remachó.- Pueden retirarse.



Tras saludar a  su oficial superior todos se dispersaron, Jane se aproximó a Tracer y tras saludarle a su vez, comentó.



-Es un honor estar aquí y tener la oportunidad de servir bajo su mando, señor. Me he enterado que usted fue en el viaje de la SSP-1 y que destacó por su valor.

-No es para tanto.- Contestó él modestamente para admitir.- Y sí, fui en ese viaje, al igual que la mayor parte de los pilotos que están destinados aquí. Nos vimos obligados a luchar por nuestra supervivencia. No llamaría a eso valor.

-En la Tierra quedamos impresionados por lo que hicieron. Todo el mundo hablaba de esa expedición.- Afirmó una admirada Jane.-  ¡Marcó un hito!

-Sí, aunque se pagó un precio muy alto, teniente.- Le recordó Tracer con gesto más sombrío.- Perdimos a muchos buenos pilotos, compañeros y amigos, allí.



            La oficial le observó con cara de circunstancias y enseguida añadió con tono más moderado.



-Discúlpeme si le he parecido algo frívola en mi modo de hablar. Nada más lejos de mi intención.

-No se preocupe. No lo decía por usted.- Repuso Tracer con un tinte más jovial que, no obstante, trocó por un suspiro al sentenciar.- Estoy muy cansado, ha sido un día largo. Mañana seguiremos hablando y le pondré al día de lo que debe saber.

- A sus órdenes.- Saludó ella militarmente una vez más. - Con su permiso señor, me retiro.



            Tracer le devolvió el saludo y la vio alejarse. La verdad, ¡estaba muy buena esa teniente! Aunque se sonrió pensando la de capones que le daría Pennie si le hubiera escuchado.



-Mejor me voy a descansar. - Se dijo ahora.-



            Así lo hizo, durmió unas horas y al día siguiente se incorporó a su puesto. En cuanto informase a Gray de sus obligaciones llamaría a Penélope. Aunque a buen seguro su novia estaría muy atareada.



-¡Como siempre! – Resopló sonriendo de nuevo.-



            Y en efecto, la aludida estaba en el laboratorio trabajando. Después de esa conversación sobre lo sucedido el día anterior, cuando sonó el comunicador. Lo atendió Keiko que se rio mientras escuchaba. Enseguida la llamó con una sonrisa.



-Penélope, es para ti. El mayor Tracer.



            La científica sonrió aliviada. ¡Al fin!



-Al menos, ese cabeza hueca está bien.- Pensó. -



Enseguida se puso al aparato. Su novio la saludó a su forma jovial más típica.



-¡Pennie! ¿Ya estás trabajando?.. Seguro que habrás dormido en el laboratorio para no perder el tiempo. ¿A que sí?

-Casi- concedió ella queriendo saber sin embargo con un tinte de inquietud.- ¿Y tú que tal estás? Estaba preocupada. Pensé que algo grave había sucedido.





            El chico, recordando las órdenes recibidas, enseguida respondió tratando de restar importancia a aquello.



-¿Lo dices por el accidente?  Eso no tiene nada que ver con nosotros. Sucedió en un lugar muy distante de nuestra base.

-Lo digo por el ataque.- Respondió ella.-

-¿Ataque? ¿Qué ataque?- Comentó él.- Si te refieres a las maniobras que hicimos ayer para probar los varitech, fueron de maravilla. Felicita a las doctoras Prentis y Drummont. Esos aviones son increíbles. ¡Ojalá los hubiésemos tenido entonces! Ya sabes.- Añadió, ahora con un tono apenado que realmente denotaba lo que sentía.- Muchas vidas se hubieran salvado.



            Penélope se sorprendió. No obstante, supuso que habría sido ese el motivo. Era normal que hicieran ejercicios y ensayasen. Más ahora con esos nuevos aviones. De hecho Melissa le había comentado que muchos pilotos estaban todavía en el proceso de familiarizarse con ellos. Y claro, siempre había gente que exageraba o se inventaba cosas. Pero debía admitir que, entre esa explosión y la repentina salida de los aviones acto seguido, era normal que algunos enseguida se pusieran en lo peor.



-Me alegro.- Repuso al fin.- Lo que más deseo es que no tengáis que ponerlos a prueba en un combate real.

-Sí, yo también.- Convino rápidamente el joven.- Bueno, tengo que dejarte. He de organizar un poco mi escuadrilla. ¿Nos vemos luego?...

-De acuerdo.- Aceptó la chica.-



            Se despidieron al fin retornando cada uno a sus respectivas obligaciones. Por su parte La doctora Prentis trabajaba con ahínco en su ordenador. Algunos datos y comandos del programa no quedaban como a ella le gustaría. Caroline se acercó a ella para interesarse.



-¿Qué le pasa a ese cacharro? - Preguntó la tejana.-

-No lo sé. Hay un comando que no soy capaz de insertar.- Respondió su compañera.-

-Prueba a cambiar de ciclo.- Le propuso Drummont.-

-Lo mío es más la ingeniería que la informática.- Suspiró Melissa añadiendo con irritación.- Y tengo que depurar este maldito programa antes de meterme de lleno con los componentes mecánicos.

-Bueno, chica. Pues déjame esto a mí. ¡Es mi mundo! - Sonrió Caroline.-

-Te lo agradezco.- Sonrió su contertulia más aliviada por poder librarse de aquello para agregar.- Tengo que ir al hangar treinta y seis.

-Pues ve, y dale recuerdos al profesor Adams de mi parte.- Se sonrió su compañera con una pícara expresión.-



            Melissa movió la cabeza aunque sonrió y se alejó de allí tras decir un hasta luego algo azorado a las demás. Tomó un deslizador dirigiéndose hacia su destino. ¡Esta Caroline! Sabía cómo hacer que se le subieran los colores. Siempre estaba así, desde que conocieron a Adams.



-¡Ese buen mozo te ha echado el ojo!- Le decía la tejana cada vez que coincidían con él. -



            Ella se limitaba a sonreír. El doctor Adams era un buen hombre desde luego, y agradable, pero Melissa movía la cabeza una vez más. Ya tuvo su ocasión de ser feliz y la dejó escapar. ¡Y todo por una estúpida venganza!



-Hay cosas que pasan una vez en la vida. ¡Y trenes que ya no pueden volver a tomarse! - Suspiró al recordar.-



Tras el accidente que sufrió fue dada de alta en el hospital. Esa enfermera tan amable la ayudó mucho. Al  salir finalmente  fue como si se encontrase sola frente a un abismo. No sabía quién era, ni a lo que se dedicaba anteriormente, ni qué podría hacer. Curiosamente sabía inglés. Era algo que estaba ahí, en su cabeza. Y quizás pensó que tuviera que ver algo con su profesión. De hecho, días antes de salir del hospital había podido caminar por algunas salas y se acercó al pabellón de niños enfermos. Algunos por fortuna no estaban demasiado graves. Como no tenía mejor cosa que hacer se dedicó a visitarles con regularidad e incluso a darles algunas improvisadas clases de matemáticas y otras disciplinas de ciencias. Para algunos eso fue una bienvenida salida de su monotonía de tratamientos y horas en soledad. Ella misma disfrutaba con la compañía de esos críos, ayudando a algunos con sus deberes y animándoles también.



-Oye, eres muy buena explicando a los críos.- Le comentó su ya entonces más amiga que enfermera.- Se nota que te gusta hacerlo.

-No sé, es como si ya hubiera hecho esto antes.- Comentó la joven con gesto reflexivo.-

-Podrías ser una buena maestra. A lo mejor es que lo eres y no te acuerdas.- Conjeturó su contertulia.-

-No lo sé.- Musitó Melissa.- ¡Ojalá pudiera saberlo!



            No obstante, era cierto que le gustaba aquella idea. La posibilidad de que eso fuera así la ilusionaba. Si aquello le salía natural era porque quizás su cerebro tratase de decirle algo. De modo que, en los días siguientes, expresó su deseo de seguir ayudando con sus tareas a aquellos críos. Es más, Joanna conocía a personas que habían sido pacientes en el hospital y que a su vez tenían contactos. Pudieron arreglarle a Melissa unas prácticas en una escuela de verdad en cuanto salió. Aunque la joven aterrizó en el grupo de infantil. Eran muy pequeños para explicarles cosas complicadas, sin embargo le gustó. Los críos eran muy graciosos. De modo que se matriculó de inmediato en la carrera de magisterio. Pese a todo, no supo cómo, tenía documentos a su nombre e incluso un carnet en el que figuraba como Melissa Prentis. Cuando quedó con su amiga la enfermera para explicarle lo sucedido ella simplemente sonrió y le dijo.



-Algunos de mis amigos son personas realmente influyentes. En cuanto les hablé de ti me dijeron que te ayudarían a retomar tu vida. Pero como no sabían tu identidad tuvieron que improvisar. Espero que no te importe que usaran mi apellido.

-Al contrario. Es un honor para mí. No sé cómo darte las gracias.- Sonrió la muchacha.-

-Ya tendrás ocasión algún día.- Repuso su interlocutora restándole importancia.- De momento ocúpate de estudiar y obtén tu título. Seguro que encontrarás la felicidad con los niños.



            Y al menos así fue durante unos años. La enfermera la puso en contacto con personas en efecto poderosas quienes, para sorpresa y agradecimiento de Melissa, la ayudaron a encontrar una bonita casa de alquiler a un módico precio en Tokio.



-No sé por qué son tan generosos conmigo. Pero trataré de ser digna de ello.- Se prometió.-



Sin embargo, nadie le pidió nada a cambio de esas ayudas. Lo malo es que, poco a poco, perdió el contacto con Joanna en tanto estudiaba sin dificultad todas las asignaturas. Y aunque estuvo trabajando dando clases particulares durante ese ínterin, a la par que tratando de ir reorganizando su vida, era realmente inteligente y se tituló en apenas dos cursos comprimiendo temario. Hizo las prácticas en un colegio y allí conoció a Hiroshi Takeda, que era maestro como ella. Tal y como su nombre decía era alguien generoso y  al mismo tiempo bastante cariñoso con los pequeños. Fue conocerle y ambos comenzaron a trabar una gran amistad. Melissa vivía sola porque no tenía a nadie. Su compañero también estaba en la ciudad de Tokio muy lejos de su familia que vivía en Hokkaido. Eso hizo que se acercaran y compartieran muchos ratos juntos. Incluso después de las clases. Al final, un día, tras un beso que fue accidental, llegaron a acostarse. El chico entonces le desveló que se había enamorado de ella desde el primer día. La muchacha sentía a su vez esa misma sensación. Lo hablaban una tarde que estaban paseando cerca del puerto.



-Te quiero, Melissa.- Le confesó el joven.- Y quizás, dentro un algún tiempo, tú y yo podríamos casarnos…

-No se.- Dudó la muchacha.- Es algo muy repentino. Por ahora estamos bien así, como amigos.

-Entiendo.- Suspiró él algo abatido.- Quizás me he precipitado un poco.

-No me parece mala idea.- Se apresuró a sonreír ella posando una mano sobre otra de él.- Solo dame un poco de tiempo. Deseo ser capaz de ordenar mis sentimientos. Desde que me recuperé de mi accidente, las cosas han ido muy bien. Sin embargo, a pesar de lo agradecida que estoy por todo lo que me ha pasado, hay algo que me falta.

-¿Y qué es?- Quiso saber su pareja.-

-Pues…eso es precisamente lo que ignoro.- Suspiró la joven.- Tengo que estar segura, recordar al menos si existía alguien en mi vida. O si yo misma estaba casada, soltera, tenía familia…ya me comprendes…

-Claro.- Convino él con tono entristecido y algo inquieto.- Eso es muy importante.



            La propia Melissa temía que podría suceder de estar casada o incluso ser madre, sin recordarlo.  Aunque tras tanto tiempo supuso que un hipotético esposo o padres habrían tratado de encontrarla. Sin embargo, muchas veces se sentía angustiada, sufría pesadillas de las que no se acordaba. Era como si su mente estuviera tratando de decirle algo y ella no supiera comprenderlo. Así pues, le confesó a su interlocutor.



-Tengo que descubrir la verdad. Y, si todo va bien, y nada lo impide, cuando lo haga te quiero en mi vida.



            Él asintió más animado. Así los dos caminaban sin prisas cerca de la bahía. Pasaron por un complejo de altos edificios con un parque cercano, hecho en lo que parecían unas ruinas de edificaciones derruidas. Melissa lo contempló con una expresión  extraña, incluso ausente. Hasta su acompañante se percató de ello cuando le preguntó.



-¿Estás bien?...

-Sí, es solo que este sitio...- Musitó la muchacha que parecía estar aturdida.-

-¿Lo conoces?

-No es eso. -Aunque algo confusa, matizó.- Me es familiar, pero no lo reconozco. Es una sensación muy rara.- Pudo explicar.- Como si hubiera estado antes aquí…

-Será mejor que volvamos.- Le sugirió él.-



            Y la muchacha asintió. Tras retornar y hablar de otras cosas volvió a sentirse bien. Así pasaron los días sin ninguna novedad hasta que un día, en clase, uno de los niños vino a mostrarle un trabajo.



-¡Señorita Melissa! - Escuchó la entusiastica voz de un crío que tendría unos siete años.-

-Dime Ryo.- Respondió ella esbozando una sonrisa.-



            El pequeño llevaba una cajita en sus manos. Se acercó para mostrarla orgulloso a su profesora.



-Mire seño. Los he traído para la clase de naturaleza.



            Ella miró y súbitamente se sintió mal. Como si una especie de miedo irracional se apoderase de ella. ¡Y eso que eran unos simples e inofensivos caracoles!



-¿Le pasa algo, seño?- Se inquietó el niño al verla palidecer.-

-No, nada, nada…estoy bien, cariño.- Pudo decir ella tratando de controlarse.-

-Entonces, ¿Le gustan mis caracoles?- Quiso saber el crío.-



            Aquella pregunta sacudió la mente de Melissa, era como si alguien hubiera hecho destellar un fogonazo dentro. Oía aquello en su cabeza como si de un eco se tratase. Y poco a poco el tono infantil y cariñoso de aquel crio se trocaba en una maliciosa y burlona voz femenina. Se excusó con el niño tras decirle que sí le gustaban y salió andando deprisa de la clase. Los pequeños la miraron atónitos, aunque ella todavía se las apañó para sonreír declarando.



-Enseguida vengo, acabad las cuentas…



            Luego corrió al servicio. Respiraba con agitación tapándose la frente y los ojos con una mano y apoyándose en el lavabo con la otra. Cuando al fin retiró esa mano protectora y se miró en el espejo del baño fue como si viera una película. Algunos flashes de sí misma, vestida de modo extraño, luchando contra unas mujeres vestidas con minifaldas que llevaban grandes  lazos en el pecho. Después se vio conduciendo a toda velocidad y escuchando de nuevo esa voz de mujer que le decía eso mismo que Ryo, pero una vez más con tono de malicia y regocijo.



-¿Te gustan los caracoles?

-¡Mimette!- Exclamó entonces, añadiendo con ira y frustración.- ¡Maldita zorra!



            Todos sus recuerdos habían regresado repentinamente. Ella era Eudial, de la asociación de las brujas impías. Y tenía una misión que cumplir.



-Ya he perdido mucho tiempo en tonterías. ¡Lograré hacerme con los talismanes y después te juro por el averno que me vengaré de ti! - Escupió golpeando con rabia el espejo.-



            Aunque lo único que logró fue romperlo y cortarse la mano. Enseguida algunos de sus compañeros se interesaron por ella al verla salir sangrando. Por fortuna le dieron el día libre para que fuera al médico. Sin embargo, no estaba ya preocupada por su trabajo. En cuanto pudo retornó a la sede de la asociación, aquel parque que visitó con Hiroshi.



-Ahora lo comprendo todo. Antes estaba aquí. ¡Ha desaparecido! La asociación debió de ser destruida. Tengo que localizar a las demás. Por si hubo supervivientes. Bueno, en realidad solo una de ellas me interesa. Mimette, ¡Ojalá que hayas sobrevivido a las guerreras para que pueda matarte con mis propias manos!- pensaba llena de odio.-



             Claro, ahora entendía por qué era tan buena explicando cosas. Lo había hecho cuando, siendo muy joven, se ocupó de las otras. Tanto ella como el resto de las chicas de su organización eran huérfanas. Eudial era la mayor y tomó el papel de madre. Sobre todo con Mimette a quién enseñó muchas cosas.  Después, al ser ascendida por el profesor Tomoe para ocuparse de encontrar los talismanes, había continuado instruyendo a las demás, particularmente a Mimette. Y esa maldita pécora le pagó tratando de asesinarla para hacerse con su puesto como líder de las brujas. Desde luego que le iba a devolver la cortesía. Sin embargo, no era tan fácil. Además de ser capaz de encontrar a esa traidora, ahora tenía esa otra vida y no podía dejarla sin más. Y seguía necesitando un trabajo y un lugar donde vivir. También estaba ese chico, su novio. Realmente le apreciaba, se sentía bien junto a él, incluso hasta sinceramente podría afirmar que le quería. No obstante, ahora su venganza tenía prioridad, pero no se atrevió a contarle la verdad a él. Seguro que intentaría disuadirla. Y Eudial temía que lo lograra.



-No puedo dejarlo pasar sin más. Esa pécora  fue muy afortunada de que yo quedase amnésica. Pero ahora, su suerte se ha terminado .- Se dijo con una mezcla de odio y deseos de revancha.-



De este modo pasaron los días y poco a poco y con la cabeza fría, fue planeando su venganza. Para aquellos que la rodeaban aparentemente nada había cambiado en ella. Trataba de mostrar una fachada de amabilidad con sus compañeros y con los críos. Aunque Hiroshi empezó a notarla diferente, ausente, y con un creciente mal humor. Así se lo comentó un día, cuando salían del colegio. Melissa había reñido a un pobre crío que simplemente se olvidó de sacar su cuaderno de la mochila antes de empezar la clase. El niño se había quedado llorando. Él lo vio dado que iba a buscarla al término de su clase aprovechando el recreo de su grupo.



-No lo entiendo, Melissa.- Le comentó.- Ese pobre crío solo se olvidó el cuaderno.

-Ya va teniendo edad para estar atento. En la vida no se le perdonarán los errores.- Repuso ella de modo inflexible.- Así que mejor que aprenda eso ahora, antes de que sea demasiado tarde.



            Su novio la observó atónito, era como si ya no la reconociera. Al fin se atrevió a preguntarle con evidente preocupación.



-¿Qué te está sucediendo? Tú no eres así.

-Ni yo misma sé cómo soy.- Admitió ella, ahora con más pesar.- Y puede que mis recuerdos estén despertando. Y que ahora salga mi auténtico modo de ser. Mi antiguo yo.

-Pues entonces, preferiría que los sepultases de nuevo.- Afirmó el joven dedicándola una consternada mirada de sus ojos tono café.- Si eso es verdad, no me gusta esa vieja Melissa.

-No me llamaba así.- Repuso ella, casi sin darse cuenta.- Ese no es mi verdadero nombre.

-¿Cómo te llamas entonces?- Se interesó Hiroshi.-





            La interpelada se vio sorprendida. Ahora que caía en la cuenta le pesaba haber dicho eso llevada por la irritación. Guardó unos momentos de significativo silencio. Pensó que, en caso de responder, todo habría terminado. Sería como abrazar su antigua vida por completo… y entonces ese chico tan amable y que la quería de verdad ya no tendría cabida en ella. Suspiró, ya era demasiado tarde, no le quedaba otra elección y confesó.



-Me llamo Eudial. Y trabajaba para un prestigioso doctor.

-¿Acaso eres médico?

-No – se sonrió tenuemente ella.- Era ingeniera y científica.

-¿Y qué vas a hacer ahora?- Preguntó el joven no sin expresión entre desconcertada e inquieta.-

-Tratare de encontrarle. Sus laboratorios estaban antes aquí. Al parecer debió de venderlos e irse.

-¿Quieres volver a tu antiguo trabajo?- Inquirió el muchacho.-

-No creo que eso sea posible. Pero tengo una deuda que saldar.- Comentó ella, con tono demasiado sombrío para que se tratase de algo bueno.-

-¿Una deuda?- Repitió Hiroshi.-

-Alguien me traicionó. ¡Provocó el accidente que sufrí, y no pararé hasta que lo page!- Espetó ella.-

-Pero, ¿Y el colegio?- Inquirió el confuso chico.- Y… bueno…



            Eudial le miró fijamente a los ojos con los suyos de ese tono entre rojizos y castaños, ahora su rostro se endureció un poco cuando movió la cabeza y sentenció, eso sí, con tinte apagado e incluso triste.



-Ya no puede haber un nosotros, Hiroshi. Voy a tener trabajo muy importante que hacer. Uno que me exigirá dedicación plena para encontrar a esa persona.

-Pero…- fue capaz apenas de musitar él.-

-Lo lamento mucho. Mira, eres un buen hombre. De verdad. Y créeme, no he conocido a muchos.

-Yo te quiero Melissa, o Eudial, o como sea que te llames.- Insistió él de modo desesperado.- ¿Qué cambia eso entre nosotros?...Puedes seguir con esta vida. Te amo y no me importa quién fueras en el pasado. Lo fundamental es quien decidas ser en el futuro. ¡Déjame estar a tu lado!



            La joven movió la cabeza despacio, haciendo balancear su larga melena pelirroja que ahora recogió en sendas coletas. Reprimió a duras penas las ganas de llorar. Al principio no quiso mirarle a la cara pero finalmente se armó de valor y enfrentó sus ojos rojizos a los café de él.



-Tú quieres a Melissa, pero esa mujer ya no está. Ahora es Eudial quien está hablando contigo. Y créeme. Es egoísta y ambiciosa. No tiene nada bueno que merezca tu amor.- Suspiró la joven.-

-Si así fuera, no lo estaría reconociendo ante mí ahora.- Opuso su contertulio, tratando de persuadirla cuando añadió, casi a modo de súplica.- Si Eudial me da la oportunidad que Melissa me dio, verá cómo podrá estar segura de mi amor.



            La aludida se giró dándole la espalda. No podía soportar el responder mirándole a la cara. Al fin, tras unos instantes que se hicieron larguísimos para los dos, se armó de valor para contestar.



-No dudo de tu amor hacia mí. Pero sí del mío hacia ti. Y no es tu culpa. Quizás de haberte conocido entonces, antes de que aquello comenzara…todo habría sido diferente. - Musitó apenada aunque enseguida se rehízo y remachó con más frialdad.- Melissa podía corresponderte y aspirar a compartir su vida contigo. Era una chica sin cargas y sin nada que lamentar. Pero yo, Eudial, no puedo. Lo siento. De veras que lo siento, Hiroshi. Te mereces a alguien muchísimo mejor.



            Su todavía novio no supo que replicar. Apenas hablaron más, él la acompañó a casa y quiso besarla en los labios como otras tantas veces había hecho, sin embargo Eudial se los negó, dejando eso sí, que la besara en la mejilla. Después él musitó un “hasta mañana” que sonó a despedida definitiva. Quizás a sabiendas de que volver a verse al día siguiente iba a ser un deseo más que una realidad. La joven no respondió y se limitó a verle marchar. Por duro que fuera renunciar a su novio estaba decidida a llevar a cabo su plan. Tendría que investigar y preparar su venganza y no quería de ningún modo que ese buen chico se viera involucrado.



-No, al menos en eso… no quiero ser yo misma nunca más.- Susurró.- Desde ahora no haré daño a nadie que no lo merezca. Sobre todo no quiero herirte a ti, Hiroshi. Por eso es mejor que nos separemos. Tú no tienes que sufrir por mí. No soy digna de ti, sobre todo teniendo en cuenta lo que debo hacer.



            Se tocó la cara, sin darse cuenta al principio no tardó en notar la humedad de las lágrimas caerle por las mejillas. Eso le dolía más de lo que habría llegado a imaginar. Tanto era así que por un instante pasó por su cabeza la idea de olvidar, esta vez de forma voluntaria. Dejar de lado sus pensamientos de revancha y seguir siendo Melissa. No obstante, el rencor y la ira que la invadían, cada vez que revivía ese terrible momento de caer al vacío en el coche con el ruido de fondo de la risa de aquella zorra, no le permitían hacer eso. Lamentablemente el alma de Eudial había regresado de su destierro para tomar posesión de su cuerpo y de su vida. De este modo se acostó. A la mañana siguiente no acudió al colegio, llamó para disculparse y renunciar a su puesto alegando problemas personales. Después hizo indagaciones. Descubrió que el doctor Tomoe vivía y que estaba trabajando para una prestigiosa corporación. Incluso había ido a los Estados Unidos. Y al fin averiguó otra cosa que le interesó todavía más. Esa maldita pécora de Mimet también estaba viva, y trabajaba con Tomoe. Se había mudado igualmente a América. No se lo pensó, en cuanto pudo viajó al nuevo continente. Gracias a la ayuda de su amiga Joanna con la que volvió  a contactar telefónicamente, y sus poderosos conocidos, logró un pasaporte y referencias.



-He recordado quien soy.- Le contó a la enfermera.- Y tengo algo muy importante que hacer.

-No te preocupes. Te ayudaré. -Le aseguró esta.-



            Eudial se sonrió satisfecha al otro lado del auricular. Aunque, pese a todo, un destello de decencia le hizo confesar.



-No es algo bueno lo que tengo que hacer. Quizás si supieras de qué se trata no me ayudarías.

           

            Empero, la réplica de Joanna la dejó desconcertada, pues la enfermera sentenció con tono casi indiferente.



-Buena o mala, esa es tu elección. A mí únicamente me toca ayudarte para que tu destino se cumpla.



            Por unos instantes tentada estuvo Eudial de preguntarle a qué se refería con eso. No obstante, lo dejó pasar. Estaba mucho más interesada en materializar su venganza. Y tras despedirse de su benefactora se esforzó en planearla. Le costó pero encontró trabajo en una escuela infantil donde su odiada ex compañera llevaba a su hija pequeña. ¡Era gracioso por no decir irónico! Mimette, esa loca egoísta e irresponsable, estaba casada y era madre. Pudo incluso conocer al esposo de esa ramera traidora. Para colmo, su odiado objetivo no se pasaba apenas por el colegio. Y eso que Eudial hasta se había acostumbrado a llevar una peluca de largo pelo castaño para evitar que pudiera reconocerla.  Aunque a decir verdad, no le molestó que Mimette no fuera a recoger ni a llevar a su hija casi nunca puesto que Daniel, que así se llamaba el esposo de esa estúpida,  era un hombre guapo y encantador.



-¡Maldita puta!- Pensaba entonces entre amargada y rabiosa.- Quisiste matarme, me traicionaste y como premio la vida te ha dado una niña preciosa y un maravilloso marido. Pero no los disfrutarás por mucho más tiempo.- Se dijo llena de deseo de venganza.- Yo haré que las cosas vuelvan a estar en su lugar.



            Sin embargo la cría, de nombre Mimí, era un encanto y pese a resistirse en un principio a ello, no pudo evitar quererla. Claro que se decía una y otra vez que nada tenía que ver con su madre. Era una personita muy extrovertida y alegre, totalmente inocente. Quizás recordaba que su ahora objetivo fue así una vez. De modo que jamás haría daño a la pequeña. Es más, un plan audaz ocupó entonces su mente. Sería como aplicar el karma. Eliminaría a Mimette y ocuparía su puesto como madre. A la niña no le faltaría amor junto a su padre y a ella misma.

-Tú me lo quitaste todo, me arrebataste mi vida y mi posición. Me suplantaste. Bien, yo haré lo mismo contigo.- Se regocijó.-



Comenzó pues con su complot, enviando anónimos a su antigua compañera. Se sonreía en ocasiones imaginando la cara de terror que ésta pondría al leerlos. Después contrató los servicios de dos sicarios. No se fiaba mucho de ellos pero no tuvo elección. Sola no hubiera podido ejecutar su plan. Éstos secuestraron a Mimí, pese a que sus preocupados padres le habían puesto hasta guardaespaldas.   Desde luego que la que fingía ser su solicita maestra Melissa simuló un gran miedo y preocupación por la cría. En realidad había dado instrucciones a esos dos tipos de que la pequeña no corriera ningún tipo de riesgo. Lamentablemente las cosas no salieron como ella deseó.



-Fui una estúpida.- Se decía ahora en tanto el deslizador llegaba hasta el hangar de los aviones.- ¡Cómo desperdicié la oportunidad de ser feliz y de haber formado mi propia familia! ¡Como arriesgué la vida de Mimí!



            Desafortunadamente ya no había solución a eso. Ahora acudía a su trabajo rememorando aquello. Menos mal que las cosas se solucionaron. Cumplió su venganza sí, pero no del modo en el que ella había querido. Al menos tuvo la oportunidad de enmendar en parte su mala acción rescatando a Mimí de las frías aguas donde tanto ella, como Mimette y la pequeña, cayeron. Eudial preparó a conciencia aquello. Cuando su objetivo acudió sola con el dinero del rescate que esos tipos le solicitaron, y de lo que ella no estaba al tanto, se presentó al fin descubriendo su identidad. Logró por unos instantes ver colmadas sus expectativas. Mimette le suplicó tras quedar sobrepasada por el asombro y el temor al reconocerla. Sin embargo, no pidió por su vida sino por la de su hija. Evidentemente Eudial no iba a hacerle ningún daño a la pequeña. Al menos eso tenía planeado. Quería hacer subir a Mimette a un coche sin frenos y que tuviera el mismo destino, sino uno aun peor, que el que esa pécora dispuso para ella. Por desgracia esos hombres demostraron que, en efecto, no eran de fiar y no quisieron dejar cabos sueltos. Tras quedarse con el dinero y a punta de pistola obligaron a Eudial a subir al coche junto a Mimette y Mimí. Quizás de haber estado a solas con su enemiga no le hubiese importado. Habría muerto incluso feliz de ver la cara de horror de esa boba cuando cayeran al vacío. Sin embargo, la vida de esa cría era preciosa para ella. En eso estaba de acuerdo con la angustiada madre. Tuvo que ponerse al volante y conducir a sabiendas de que las tres se encaminaban hacia la muerte. Cayeron por un barranco al mar y por alguna especie de milagro  todo acabó bien. Despertó en el hospital, tras creer que su hermana de brujas cinco había muerto. Al principio se sintió terriblemente mal consigo misma. Recordaba como Mimette, exhausta tras mantenerse a flote con su hija en esas frías aguas, se la había confiado para hundirse instantes después. Estaba claro que había cambiado mucho y nada tenía que ver con esa muchacha mezquina que la traicionase. Entonces, presa del arrepentimiento, Eudial la llamó a gritos en la oscuridad. Sin embargo, ella misma estaba agotada. Finalmente no supo como pero pudo ser rescatada…



-No lo merecía pero de nuevo me dieron otra oportunidad. –Reflexionaba ahora en tanto caminaba hacia el hangar.- Y eso que desaproveché la primera que tuve de ser una buena persona.



            Empero, no iba a hacer lo mismo con la segunda. Tras saber que su “hermana” y su “sobrina” estaban a salvo se juró ser Melissa y no Eudial.



-Esa desalmada sí que murió esta vez.- Se dijo.- Al fin se ahogó, y únicamente quedo yo, Melissa Prentis.



De modo que se marchó saliendo de las vidas de su antigua compañera y rival y su familia, regresando a Japón. También se tiñó el pelo con ese tono castaño para no tener que recordarse a sí misma cuando se mirase al espejo. Quiso buscar a Hiroshi, para encontrarle, pedirle perdón, suplicarle volver a estar juntos de nuevo. Lo logró, al menos su primer objetivo. Él vivía en el mismo lugar. Melissa se llegó un día hasta su casa, emocionada y sonriente. Deseando que todavía la amase y que estuviera dispuesto a darle otra oportunidad. Llamó a la puerta. Aunque para su sorpresa, no fue él quien abrió, sino una chica japonesa, de lacia melena color caoba.



-¿Sí? ¿Qué desea?- Quiso saber esa individua.-

-Perdone. Me he equivocado, señorita.- Repuso ella.-

-Señora Takeda. ¿Quién es usted?- Respondió aquella mujer, dejándola helada.-



            El llanto de un bebé se oyó desde el interior.



-¡Oh, disculpe un momento! ¿Quiere pasar?- le ofreció esa chica en tanto se dirigía a atender al crío.-

-No gracias.- Repuso Melissa con voz queda.- Como ya le dije, me he equivocado. Disculpe las molestias. Adiós.



            Esa mujer le dedicó un asentimiento mientras tomaba a un bebé de la cuna y lo mecía entre sus brazos. Tras dedicarle una mirada entre apenada y llena de ternura, Melissa de marchó. No tardó en indagar a través de redes sociales para buscar a su ex novio. Hasta entonces no lo había hecho, dado que él no se prodigaba en esos lugares y ella ni se había preocupado de mirar.



-Teniendo en cuenta que, en mi otra vida, manejaba los computadores bastante, no he querido volver a tocarlos demasiado. Debí haberle buscando antes, así no hubiese pasado por esto.- Se lamentó.-



Y es que finalmente le encontró. A juzgar por las fotos y los comentarios que leyó, por desgracia para ella, su antiguo novio había rehecho su vida con una buena chica, (esa joven que le había abierto la puerta), con la que en efecto se había casado. Ni siquiera habló con él. Ni le escribió. No quiso volver a verle para que ninguno de los dos sufriera.



-No sería justo para Hiroshi. Ha encontrado su felicidad. Y estoy convencida de que esa chica es mucho mejor para él que yo.



Suspiró pensando en lo que pudo haber sido, posiblemente de no haber mediado ese estúpido sentimiento de venganza, la madre que habría acunado el hijo de Hiroshi habría sido ella.



-Bueno, eso ya no tiene remedio.- Se dijo con resignación y tristeza.- Ya no tengo nada que hacer aquí.



Después eso retornó a América con el corazón roto y volvió a su ocupación de  maestra. Era el único bálsamo de felicidad que le quedaba. Al menos hasta que años después la propia Kaori, esposa de Tomoe y madre de Keiko, fue a buscarla para pedirle que se uniera a su grupo. Tras mucho tiempo apartada de ese mundo y siendo animada también por una mujer realmente muy notable, que era cuñada de Mimette, aceptó. Al retornar y verla de nuevo comprobó que Mimí era ya toda una mujer, y además una prometedora científica en ciernes. Incluso tenía su novio y todo. Melissa, acompañada por sus padres y por los Tomoe y la hija de estos, Keiko, formaron un magnífico grupo. Y tras el periplo de la SSP-1, surgió la ocasión de embarcarse en esta nueva nave mejorada. Keiko lo hizo y ella quiso seguirla. Mimí no la necesitaba y pese a quererla mucho la propia doctora Prentis quiso buscar un nuevo horizonte una vez más. Además, todavía recordaba una conversación que tuviera con Kaori. Estaban en el despacho de la esposa de Tomoe, ésta la había llamado y la invitó a sentarse. Tenía una expresión preocupada.



-He sabido que mi hija tiene la intención de embarcarse en esa nave.- Le contó a Melissa en cuanto ésta se sentó.-

-Siempre ha querido viajar. Es una chica con inquietudes y deseosa de aprender.- Respondió ella.-

-A su padre y a mí no nos gusta nada esa idea. Pensamos en lo que pasó en la SSP-1 – Suspiró Kaori tras dedicar una mirada llena de angustia a su interlocutora, para agregar con resignación.- Pero Keiko ya es adulta. Y sé que está deseando ir. No podemos impedírselo con argumentos lógicos. De hecho, ese proyecto es apasionante.

-Sí que lo es. A mí también me gustaría embarcar-. Le contó Melissa para sorpresa de su contertulia.-

-¡Vaya!- pudo decir al fin Kaori.- No podía imaginar que tú también tuvieras ganas de viajar. Creía que al fin habías encontrado un sitio entre nosotros.

- Y lo encontré, de veras que sí.- Admitió ella.- Sin embargo, me parece un reto muy estimulante. Y aquí, tras volver a ver a Mimí  y quedarme tranquila sabiendo que es toda una mujer y sobre todo que es feliz, me quedan pocas cosas que hacer. Mi hermana y su esposo también están de maravilla y yo. Bueno, quisiera huir de algunos fantasmas que tengo todavía…

-Todo quedó resuelto. Ahora ya no hay problemas entre Mimette y tú, es más, formáis una familia.- Opuso una extrañada Kaori.-

 -Lo sé, pero nunca podré olvidar lo que traté de hacer. A pesar de que ella me perdonó y que dijo que estábamos en paz. Solo de pensar que Mimí pudiera averiguarlo algún día...- Suspiró Melissa llena de pesar.- ¿Lo entiendes, verdad? Que alguien a quien quieres como a una hija, a la que siempre has mostrado tu mejor cara, si un día supiera lo malvada y odiosa que una vez fuiste. Sencillamente no podría soportarlo si me odiase. ¡O aun peor!, si con toda razón me despreciara como la malvada que fui.



            Su interlocutora se levantó y tras acercarse a ella posó una mano sobre el hombro de Melissa y dijo.



-Te entiendo muy bien. He pasado por lo mismo y aún temo que eso me ocurra con mi propia hija. Soy la menos indicada para tratar de juzgar tus motivaciones. Si quieres ir, te deseo lo mejor. Te echaremos de menos como persona y como científica. Sin embargo, sí hay un favor que quisiera pedirte. Eres en quién más podría confiar para hacerlo. Porque sé que también tú me comprenderás a mí.

-Dime y si está en mi mano dalo por hecho.- Repuso ella.-



            Y tras dar un largo suspiro Kaori la miró con tinte de súplica en sus ojos que hacían aguas para pedirle con la voz entrecortada.



-Cuida de mi hija, ¡por favor! No permitas que nada malo le pase.



            Melissa sonrió, tomando las manos de su contertulia entre las de ella para asegurar.



-Para mí Keiko es también como otra hija. No temas por ella. Haré todo lo que pueda para cuidarla como lo haríais Souichi o tú.



            Y Kaori se sintió mucho mejor, sonriendo le agradeció aquello. Así se embarcaron. Ahora, siendo una cuarentona próxima a la cincuentena no podía evitar la amargura que le suponía no haber tenido de veras a sus propios hijos y haber formado un hogar.



-El karma actuó en mí después de todo. Pero no como yo lo había imaginado. Ella lo dijo.- Reflexionó ahora.-



            Y recordó cómo, tras años de no saber de ella, Joanna la llamó. Se alegró mucho de ello, aunque, una vez más, las palabras de la enfermera la dejaron intrigada cuando le comentó parte de lo sucedido y su contertulia respondió.



-Tú elegiste tu camino. Era la senda que debías tomar. Ahora, para bien o para mal, tendrás otra importante elección. Una que también condicionará tu propia vida y las de otros que te rodearán. Decide sabiamente.

-¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué elección?- Quiso saber ella.-

-Cuando llegue el momento lo sabrás.- Sentenció su contertulia.-



Y pese a sus intentos de sonsacarla, Joanna no le aclaró nada más. Al fin se esforzó por dejar de lado esos recuerdos al entrar en la zona de hangares. Varios de esos cazas se alineaban allí, esperando para una puesta a punto y mantenimiento. Les dio un rápido vistazo.



-Vaya, lo sabía.- Pensó al observar detenidamente uno de ellos.-



            Ese avión mostraba una parte del alerón izquierdo destruido. Aquello no tenía pinta de ser obra de un accidente. Más bien parecía un disparo. Se fijó en otros cazas. A alguno le sucedía lo mismo. Desperfectos menores pero aun así muy reveladores. Meditaba sobre eso cuando oyó a su espalda una voz de chico.



-¿La señorita Prentis?

-Doctora.- Corrigió ella girándose.-



            Vio a un muchacho joven en efecto, de pelo castaño y ojos tono azul pálido. Estaba en una silla de ruedas que se movía propulsada por un suave motor. El chico enseguida se presentó.



-Disculpe doctora. Soy Scott Gillian,  el ayudante del doctor Adams.

-Encantada de conocerle.- Repuso ella tras ofrecer una mano que el joven estrechó.- ¿No está el doctor?

-Está ocupado ahora, con uno de sus proyectos. Me dejó al cargo de esta zona. Soy técnico informático.- Le contó ese muchacho.-

-Muy bien, supongo que podremos trabajar juntos.- Sonrió Ella.-



            Scott le devolvió una tímida sonrisa y enseguida pusieron manos a la obra.



-Tenemos que reconfigurar algunas cosas. Me han dicho que los aviones responden bien pero sé que podríamos mejorar sus capacidades. Al menos eso es lo que hablé con el doctor Adams. –Le comentó ella.-

-Sí. Él me encargó que la ayudase en todo lo que me pidiera.- Afirmó el joven.- Espero que se apañe conmigo.

- Seguro que sí.- Sonrió Melissa que en confianza le dijo, no sin una apreciable dosis de ironía.- Han debido de ser unos entrenamientos muy duros. O es que se los toman muy en serio. He visto varios cazas dañados de consideración.

-Mejor será que no pregunte mucho acerca de eso.- Le avisó Scott.- Cuando les comenté eso mismo a algunos oficiales no me pusieron buena cara.



Su interlocutora asintió despacio. Ya se lo había imaginado. Ella era la ingeniera responsable en gran medida de aquellos nuevos aparatos. No podrían engañarla con una excusa tan burda. Estaba claro que algo había sucedido, y no se trató de simples ejercicios de entrenamiento.  Aunque, conociendo a los militares, mejor no indagar más sobre el tema. Se dedicaría a hacer su trabajo. En cuanto pudiera trataría de hablar de ello con su colega el doctor Adams. Éste a su vez estaba realmente ocupado. En otra parte de la nave revisaba ese equipo especial que el mayor Derail había utilizado. Es más, el propio oficial estaba presente.



-Las pruebas que hicimos ya antes de partir demostraron que el traje había mejorado su eficiencia.- Le comentó al saiyajin.-

-Es bastante manejable y más cómodo de lo que pensé.- Admitió el interpelado quien a renglón seguido expuso.- Antes incluso de llegar aquí me estuve entrenando con pesos y otros impedimentos para acostumbrar a mi cuerpo a desenvolverse con ellos. Por otra parte, este traje es bueno. Sin embargo, todavía no estoy seguro de la cantidad de energía que puedo lanzar a través de esos guantes.

-Por eso no se preocupe.- Replicó Adams con tono seguro.- Sus predecesores, los tenientes Malden y O´ Brian, dejaron algunos informes escritos sobre su desempeño con el traje. Llevándolo en el espacio fueron capaces de destruir incluso una gran nave enemiga.



            Kiros asintió con aprobación. Eso le gustaba. Era muy buena señal, entonces recordó otra cosa. Él había leído también algunos de los informes de esos dos jóvenes oficiales, tan excepciones como él mismo.



-Mencionaban una cámara de entrenamiento especial que les construyeron. Podían entrenar bajo mucha presión.

-Sí, la cámara hiperbárica. – Recordó el profesor.- Era capaz de aumentar la fuerza de gravedad hasta cien ges. Algo imposible de soportar para un ser humano.

- Ellos no eran humanos, lo mismo que yo.- Aseveró el saiyajin añadiendo con visible interés.- Verá doctor, me encantaría poder entrenar en esa cámara.

-Nos hemos anticipado a su petición.- Sonrió el interpelado ahora.- En esta nave se tuvo en cuenta la construcción de una de esas cámaras, con capacidad hasta para los doscientos ges. Y no sobre la marcha sino como parte del diseño original.

-¡Eso es magnífico!- exclamó el joven, desbordado por unos instantes por su entusiasmo.-



            Aunque enseguida se moderó, pareciendo incluso algo avergonzado y con tono más comedido añadió.



-Disculpe, muchas gracias, doctor. Espero poder utilizarla pronto.

-Claro.- Asintió Adams.- No se preocupe. Solamente quedan por hacer algunos ajustes y podrá comenzar a entrenar allí cuando quiera. Aunque hay una cosa que no puedo comprender.- Agregó el doctor observando a su interlocutor con gesto de asombro.-

-¿Qué es?- Quiso saber el joven.-

-¡Ustedes los saiyajin son realmente increíbles! Parece que disfrutan poniéndose a prueba de un modo tan duro.- Afirmó el atónito doctor.-

-Sí, los componentes de mi pueblo somos así. Nos educan desde temprana edad para buscar la mejora constante, el aumento del poder. A costa de sufrir si es preciso.

-No todo en la vida se refiere a la fuerza física, mayor.- Observó el doctor.-

-Lo sabemos. - Convino el guerrero.- Sin ir más lejos, los intelectuales como usted son muy respetados. Por desgracia, no tenemos en demasía.- Comentó el chico, agregando con respeto.- Nuestros soberanos siempre quisieron mejorar esas áreas.  Por ello la reina impulsó una ley que lleva su nombre. La ley Meioh de educación e intercambio.

-Vaya, eso suena interesante.- Declaró Adams.-

-Sí, lo es. Se obliga a los padres y madres saiyajin a educar de un modo básico a sus hijos en otras costumbres y culturas una vez se les forma en la nuestra propia. Muchos no tienen demasiado interés una vez se habitúan a nuestras rígidas normas. Pero otros sí que comparten la fascinación que ejercen los humanos y otras razas de aliados que tenemos en el universo.

-¿Y en su caso, mayor?- Quiso saber el doctor.-  ¿Se siente usted fascinado?



            Kiros sonrió levemente para declarar con tono reflexivo.



-En algunas cosas, no niego que las costumbres y los comportamientos humanos me desconciertan y fascinan a partes iguales. Son ustedes una raza algo complicada de entender.

-Puede ser.- Sopesó Adams.- A veces somos muy contradictorios.

-Sí, esa es la palabra.- Convino Kiros.-En cambio mi pueblo es bastante más directo y claro. No andamos con ambages. O algo nos gusta o no. O creemos una cosa o no. Aquí la gente permite que sus emociones dicten casi todos sus actos. Ese es un lastre peligroso. En nuestra cultura preferimos ganarnos el respeto de los demás con nuestras acciones.

-El amor es una carga muy dura tal y como la describe.- Sonrió con algo de ironía el doctor.- Celebro que ustedes estén libres de él.

-No, no lo estamos.-Admitió el joven diríase que con admiración.- De hecho, nuestros reyes se desposaron por amor, y la soberana de nuestro mundo incluso fue capaz de imponerse a mi propia tía Seira. Eso sucedió cuando ambas lucharon por ser la esposa del rey Lornd. Le aseguro que vencer a la saiyajin más fuerte de Nuevo Vegeta no debió ser tarea fácil. Y si ese sentimiento se lo permitió es que es algo muy poderoso sin duda. Quizás algún día lo comprenda.



            El joven podía afirmar eso de primera mano. Tuvo el honor de ser entrenado por aquella impresionante guerrera, junto con su primo Doran, el hijo de la propia Seira y sus altezas, el príncipe Bralen y la princesa Seren. Del otro traidor prefería ni tan siquiera pensar en su nombre. Su solo recuerdo y la humillación que venía aparejada para él y su familia le enfurecían. Algún día se tomaría su cumplida venganza. Sin embargo, para eso debería aumentar mucho su fuerza. Eso meditaba cuando su interlocutor le sacó de aquellas sombrías reflexiones.



-Vaya, de modo que en algunas cosas nos parecemos.- Afirmó divertido el doctor.-

-Sí, solamente en algunas.- Concedió el chico que quiso dejar ya aquel tema.- Ahora estoy más preocupado por lo sucedido. Esperemos que un fallo así no se repita.

-¿Fallo? ¿Se refiere al accidente?- Inquirió Adams.-

-A eso mismo.- Asintió Kiros cruzando sus musculosos brazos sobre su pecho.- Habrá que redoblar las inspecciones.





            De hecho su mente casi le traiciona. Ahora estaba pensando en la reunión que mantuvieron él mismo y otros altos oficiales. Todos le escucharon muy atentamente cuando les narró su teoría. Estaba claro que algún traidor o traidores se habían infiltrado en la nave. Al menos, el capitán Deloin les había asegurado que algunos de sus oficiales estaban ya trabajando en ello. Su identidad permanecía oculta, siendo solamente conocida por el propio capitán y el contraalmirante. El servicio de contra espionaje tendría que ser muy eficaz para conjurar el peligro en el menor tiempo posible. Y pensando en otra cosa, recordó que tenía que ir a hablar con esa joven cantante.



-Bien, aguardaré a que tenga usted calibrada la cámara.- Le comentó a su contertulio para despedirse.- Tómese el tiempo que necesite, y muchas gracias, doctor Adams.



            Cuando aquel hombre le devolvió el saludo el saiyajin salió de allí directo a la zona en la que le habían comentado que esas chicas solían reunirse tras su jornada. Aunque estas todavía estaban trabajando. En el laboratorio, Penélope analizaba unas muestras junto con Mei Ling.



-Acércame el matraz del centro, por favor.- Le pidió la doctora Winters a la oriental.-



            La aludida se acercó a por la pieza requerida. Pensaba sin embargo en su propia situación. ¡Ojalá no se encontrase de nuevo con su primo! Aunque, para desgracia suya, éste había averiguado de algún modo su nuevo número de teléfono y le envió un mensaje en el que le pedía reunirse con ella. De sobra sabía la muchacha sobre qué versaría la conversación. Y no tenía ninguna gana. Pero siendo familia no tenía valor para negarse. Por ahora le daría largas y no respondería.



-Aquí tienes, Penélope.- Repuso entregando el matraz a su jefa.-

-Gracias.- Contestó la doctora que le preguntó de un modo algo más distendido.- Así que tienes una amiga que trabaja con el doctor Ginga.

-Sí, bueno, eso es.- Contestó la interpelada algo tomada por sorpresa, aunque lo disimuló al admitir.- No conozco a ese doctor. Al parecer, tú sí.

-De nuestro anterior viaje. Es un hombre realmente admirable.- Le dijo Penélope.- De hecho vinimos juntos con mi novio y con su pareja, la teniente Hunter.

-Así que tiene novia aquí.- Comentó Mei Ling que pareció más interesada en oír algo sobre aquello cuando añadió con tinte reflexivo.- Maggie no me lo dijo.

-Lo lamento. - Se sonrió Penélope interpretando aquello de otro modo, añadiendo no obstante de forma jovial, como si desease distender el ambiente.- Lo cierto es que es un hombre muy atractivo pero me temo que ya está comprometido. Tendrás que decirle a tu amiga que busque en otra parte. Y por si acaso, os diré que al mayor Jensen ya le tengo reservado, ¿eh?



            La oriental esbozó una tímida sonrisa. Desde luego no quiso dar eso a entender, pero no le vendría mal. Si su jefa y las demás pensaban que ella y Maggie eran solamente eso, amigas. No tenía ningún interés en que su verdadera relación se supiera. No porque temiera que el grupo de chicas que trabajaba a su lado pudiera juzgarla por ello o no lo aprobase. Eso le daba igual. Cada cual tenía derecho a vivir su vida como mejor le pareciera. Sin embargo ahora, con su primo a bordo y asediándola, sería muchísimo mejor que la relación que la unía con la enfermera permaneciera en secreto. Lo que Mei Ling no podría soportar es que eso se supiera en el seno de su familia.



-Sí, ya se lo diré cuando la vea.- Convino con su jefa añadiendo para dar más credibilidad a su réplica.- Se llevará una decepción.



            Eso hizo reír un poco a las demás. Fue Penélope la que propuso con tono distendido.



-Uno de estos días podríamos organizar una cena de grupo. Como hacíamos las Fairy Five  a bordo del SSP-1.

-¿Cena de grupo?- Terció Keiko que se acercaba a por unas muestras.-

-Me acuerdo de esos momentos, lo pasamos muy bien.- Comentó Penélope aunque guardándose para ella la memoria de algún que otro incidente que sucedió entonces. Aunque sí que comentó.- Allí fue cuando empecé a salir con Rick. ¡Y eso que al principio no le aguantaba!...

-¿Erais una especie de familia, verdad?- Dijo Keiko.-

-Así era.- Admitió su jefa.- Y eso fue bueno para todos. Apoyarnos los unos a los otros y sentir que no estábamos solos. Me gustaría poder repetir eso aquí.

-Eso sería algo muy bonito. ¿Verdad, Mei Ling?—Inquirió la pelirroja.-



            La aludida asintió. En eso estaba de acuerdo. Cuanto más arropada estuviera por sus compañeras tanto mejor sería para evitar que Zhao averiguase la verdad.



-Bueno, ya va siendo hora de terminar por hoy.- Afirmó Caroline llegando de otra sala en tanto señalaba con tono triunfal.- Ya resolví lo de ese maldito programa que traía loca a Melissa.

-Te has perdido una buena conversación.- Le comentó Keiko.-

-¿Ah sí?- Se interesó la tejana.-



            Enseguida entre la muchacha y Penélope le contaron lo que habían hablado. La mujer de color se rio afirmando divertida.



-¡Yo ya tengo a mi maridito! El bueno de Ernest es técnico en la nave. Pero me lo traeré conmigo si de veras montáis una buena cena. Costillas y barbacoa al estilo tejano.

-No sabía que estuvieras casada, - Se sorprendió Mei Ling.-

-Nunca me lo habíais preguntado.- Sonrió su interlocutora.- Y también me encanta cocinar. Al menos especialidades de Texas. Grandes filetes, costillas…Seguro que podríamos preparar un festín entre todas. Haríamos una reunión de grandes chefs. ¡Ja, ja!

-¡No sé yo si llegaremos a tanto! - Sonrió Penélope afirmando.- Reconozco que cocinar no es lo mío. Pero antes, con Satory y Sandy e incluso la propia Amatista, no me hizo falta.

-Pues a mí eso se me da fatal.- Admitió a su vez Keiko, exclamando divertida.- ¡No sé freír un huevo!

-Por ahora no te inquietes por eso. Es más, cuando terminemos el turno nos vamos a tomar algo a la cafetería de Ginger.- Propuso una desenfadada doctora Winters.-



            Esa idea fue acogida con entusiasmo por la muchacha. Y  tras conversar un poco más fueron acabando las tareas que tenían por ese día. Al fin se despidieron.



-Pues yo me voy a casa. Ernest estará al llegar.- Comentó Caroline dando las buenas tardes al resto y alejándose.-

-¿Y tú, Keiko?- Quiso saber la doctora.- ¿Te vienes?

-Claro, me encantará acercarme donde Ginger. Ya que lo has mencionado antes me han entrado ganas de saborear su tarta Sandy.- Sonrió no  sin algo de azoramiento.- A ver si puedo localizar a Melissa. ¿Entonces, luego quedamos allí?

- Pensándolo mejor. Primero voy a tratar de ver a ese novio mío tan alocado.- Les comentó Penélope.- Si lo consigo puede que nos acerquemos. Pero no te lo garantizo.



            Su contertulia asintió para volverse hacia su otra compañera.



-¿Y tú Mei Ling? ¿Te vienes?

-No, lo siento. Mejor me iré a casa, estoy un poco cansada.- Les comentó sin mucho entusiasmo.-



            Aunque en realidad esperaba poder verse a solas con Maggie. La necesitaba en todos los aspectos. De este modo se separaron, cada una dedicada a sus propósitos. Mei Ling pasó realmente por su casa. En cuanto le fue posible llamó a su pareja y quedaron. La enfermera estaba acabando su propio turno. Miraba su la hora en su teléfono con creciente impaciencia y enojo. Una vez más su compañero llegaba con retraso.



-¡Siempre me hace lo mismo! – Estalló visiblemente molesta.- Ya estoy harta de decírselo.



Giaal estaba terminando de recoger el instrumental. Al oír a su compañera se aproximó con tono  afable.



-Puedes irte si quieres. Yo me ocuparé de cualquier contingencia.

-No creo que deba. El doctor Lester nos ha ordenado no abandonar el puesto hasta ser relevados.- Objetó Maggie.-

-Hablaré con él.- Repuso Giaal.- Aunque no creo que se dé el caso. Si preguntase por ti le diré que he sido yo quién te ha dicho que te vayas. No te apures. La tarde está tranquila.

-Muchas gracias, doctor.- Sonrió Maggie con visible reconocimiento.- Entonces, con su permiso.



            Él asintió y la joven recogió sus cosas y se marchó. Justo entonces recibió el mensaje de Mei Ling. Enseguida respondió y quedaron en verse en un parque de la nave. Cerca de la casa de la científica. Tras un par de deslizadores Maggie llegó al punto de la cita. Su pareja aguardaba sentada en un banco.



-¡Ya estoy aquí!- La saludó en voz alta en tanto se aproximaba.-



            La científica se levantó y cuando llegó hasta ella Maggie quiso besarla en los labios. No obstante, para sorpresa de la enfermera, su novia le negó la boca ofreciendo la mejilla en su lugar.



-¿Qué pasa? ¿Es que me huele el aliento?- Se rio Maggie con expresión desconcertada.-

-No, no es eso.- Musitó una cohibida Mei Ling que la invitó con un tímido ademán.- Anda, sentémonos.



            Mirándola con extrañeza Maggie obedeció. Las dos tomaron asiento en ese banco desde el que podía contemplarse una hermosa fuente que lanzaba agua a varios metros de altura, comunicada también con un canal que suministraba agua a un lago artificial del tamaño de un par de piscinas olímpicas. A lo lejos algunas parejas paseaban, unas tomadas de la mano, otras chalaban distendidamente. Algunos niños jugaban corriendo entre los árboles más próximos. Tras guardar silencio durante unos segundos contemplando aquello fue la oriental quién tomó la palabra.



-Me gusta mucho venir aquí, es un sitio tranquilo, donde puedo pensar.

-¿Qué sucede?- Inquirió Margaret, con tono serio esta vez.- Te noto muy extraña.



            Tras dejar pasar algunos segundos más que parecieron eternos, la interpelada miró a los ojos de su pareja con expresión inquieta para preguntar.



-¿Me quieres, Maggie?



            Ahora fue ésta quién la miró con ojos muy abiertos tardando unos instantes en recobrarse de aquella cuestión lanzada  a bocajarro para contestar.



-¡Vaya una pregunta! ¡Claro que te quiero! Estamos juntas, ¿no? Y estamos bien.

-No me refiero solamente a cuando estamos juntas en la cama.- Matizó su pareja.- Quiero decir, si me quieres como para mantener un compromiso.

-No comprendo a qué viene esto.- Replicó Maggie a la defensiva, recriminando a su vez.- Estás muy rara y de pronto me sales con esto.

-No es cuestión de que esté rara, es que me fijo en ti a veces.- Contestó Mei Ling con algo de irritación a su vez.-

-¿Qué te  fijas en mí? ¿Y eso qué se supone que significa?- La interrogó una molesta Maggie.-

-El otro día vi como atendías a ese oficial.- Le desveló su interlocutora.-

-¡No seas ridícula! - La cortó su pareja entre incrédula y enfadada.- Sabes de sobra que no me gustan los hombres. Al margen de mi baile de graduación en el instituto nunca he llegado siquiera a salir con uno. Y esa vez fue por guardar las apariencias. Cuando no había salido del armario todavía en público.



            De hecho ella lo hizo a los catorce años con sus padres. Pero en el instituto era otra cosa y esperó hasta terminarlo. Acudió al baile con un buen muchacho, con el que se llevaba bien, y que tenía exactamente su misma circunstancia. Los dos se sirvieron de mutua tapadera. Aunque dejó de lado esos agridulces recuerdos al oír a su pareja.



-No me has dejado acabar.- Le reprochó Mei Ling.- No me refería a él. Iba a decirte que, mientras le curabas, apareció mi compañera Keiko, y charlaste con ella…

-¡Por el amor de Dios!- Exclamó una atónita Maggie.- ¡Claro que hablé con ella! Vino  a preguntarme dónde tenía que ir a donar sangre. ¿Qué se supone que habría tenido que hacer, ignorarla?

-Sabes de sobra lo que quiero decir.- Repuso su novia con tono enojado.- Me fijé en como la mirabas. De no ser porque estaba ese oficial en medio…

-¡Esto es increíble!- Espetó su contertulia que se levantó bruscamente con los brazos en jarras.- No puedo creerlo, sencillamente es absurdo. ¡Y yo que venía deseando verte! ¡Y estaba preocupada por ti!

-¿Por mí?- Se levantó Mei Ling a su vez, alegando.- No trates de cambiar de tema. Conozco esa expresión tuya. Cuando miras a alguien así.

-¡Ah! De modo que no llevamos juntas ni tres semanas y se supone que ya me conoces. – Replicó una enfadada Maggie.- Pues deja que te diga una cosa. Tú no sabes absolutamente nada de mí.

-Creía que algo sí que sabía.- Se enfureció la científica a su vez.- Ya me doy cuenta de que estaba equivocada. Quizás todo esto haya sido un error.



            Maggie la miraba ahora con una mezcla de sorpresa e indignación. ¿Pero qué demonios se suponía que había hecho? No, estaba muy claro que su pareja estaba tratando de focalizar sobre ella su propio sentimiento de culpa, y llevada por el enfado así se lo censuró.



-Tampoco yo sé mucho de ti. Por ejemplo, ¿Qué pasa con ese primo tuyo, eh? Desde que apareció no has sido la misma. Parece que te diera vergüenza que nos viesen juntas. El otro día ibas a contarme que estaba pasando… ¿Por qué me sales ahora con estas tonterías?...



            Mei Ling apretó los labios con enfado y apenas conteniendo sus lágrimas espetó.



-¡Si te parece que lo nuestro es una tontería entonces será mejor dejarlo!



            Y sin dar tiempo a su perpleja pareja ni a reaccionar salió corriendo de allí entre sollozos. Maggie pudo al fin girarse hacia la dirección en la que su novia corría.



-¡Espera, Mei Ling!-. Le gritó.-



Sin embargo, la chica no se detuvo. Maggie dudó en ir tras ella, pero también estaba molesta por esas recriminaciones infundadas y no se movió.



-Bueno.- Suspiró pensando.- La verdad es que sí que me gustó esa chica. Pero de ahí a pensar que haya hecho algo con ella. Además, a mí me gustan mucho las mujeres. Pero eso no quiere decir que vaya a enrollarme con todas a las que miro.



            Éste debía de ser su sino. ¡Otra novia que la plantaba y salía corriendo! Pero en esta ocasión era distinto. Ella podría haber pensado en esa otra chica pero no había hecho nada con ella. Algo le estaba sucediendo a Mei Ling y Maggie estaba totalmente convencida de que era algo relacionado con ese tal teniente Tang que fue a importunarlas. Decidió que sería mejor calmarse. Ya trataría de razonar con su pareja más tarde. 



-Supongo que sí voy un rato a la cafetería podré serenarme un poco.- Se dijo.- Más tarde, con la cabeza fría, hablaremos.



            Se dirigió hacia allí en busca de alguno de los deliciosos tés de Ginger. Otra chica que, pese a no ser espectacular, era mona.  Se sonrió de camino. ¡Siempre estaba pensando en lo mismo! Quizás a su manera algo exagerada Mei Ling tenía razón.



-Tengo que esforzarme por cambiar eso. – Se dijo mientras caminaba despacio por el parque.-



            Así las cosas Maggie estaba tan absorta en sus pensamientos que apenas se percató de la presencia de ese chico. Al menos hasta que oyó un tímido.



-Hola…



            Miró en la dirección de ese saludo para descubrir a aquel muchacho que casi siempre venía para que le curase de algún golpe o caída. Vestía una gorra ladeada hacia atrás y una camiseta roja con pantalón corto azul oscuro y zapatillas deportivas. Era más o menos de la estatura de ella. Quizás un poco menor, ya que Maggie calzaba unos zapatos con algo de tacón.



-Vaya, hola.- Pudo responder la enfermera esbozando una sonrisa de circunstancias.- Eres Martin, ¿verdad?

-Sí... -Sonrió más ampliamente él.-



            Parecía que el mero hecho de que Maggie recordase su nombre había llenado de una gran felicidad a ese chaval.



-Me alegro de verla. ¿Está dando un paseo?

-Sí. Eso hacía. - Comentó ella sin saber bien que podría responder.-

-Vivo por aquí cerca.- Le contó el joven que llevaba su skateboard bajo el brazo.- ¿Y usted?

-Todos vivimos cerca de aquí.- Le hizo ver ella con tono condescendiente.- Estamos en una nave espacial.

-Sí, es verdad.- Convino el muchacho que estaba visiblemente azorado.-



                Maggie suspiró. ¡Oh Dios, que no fuera cierto! Aquel idiota de James iba a tener razón, al menos en una cosa. Ese mocoso estaba coladito por ella. No sabía que decir ni que hacer. Desde luego eso no era lo suyo. No quería librarse de él de modo abrupto pero tampoco deseaba tenerle pegado hasta llegar a la cafetería. ¡Ojalá se hubiese tratado del típico tipo adulto que se las daba de macho, con alguna de esas proposiciones de diversión horizontal que solían dedicarla! Le hubiese mandado al infierno tras burlarse de él y listos. Sin embargo, ese crio debía sentir algo genuino. A esas edades adolescentes se era muy romántico. ¡Demasiado! Ella misma podía dar fe.  Se podía llegar a sufrir mucho con un rechazo y  no iba a ser tan cruel como para hacerle daño a ese pobre crío. Estaba tratando de decidir qué le diría para despedirse sin sonar demasiado descortés cuando otra voz, esta vez de hombre adulto, vino paradójicamente en su ayuda.

-Buenas tardes…

            Tanto ella como Martin observaron al tipo que se acercaba, alto, fornido y de uniforme. La enfermera reconoció a aquel oficial al que estuvo curando tras el accidente. Casi sin darse cuenta respondió de modo automático esbozando una amable sonrisa.

-Hola, buenas tardes, mayor.



            La cara del adolescente era un poema. Maggie casi tuvo pena de él y al mismo tiempo tuvo que aguantar las ganas de reír. El chico debió de interpretar aquello de un modo totalmente  equivocado. El caso es que, dejando su skate en el suelo, se subió a él y con tono tembloroso y apurado le dijo a la atónita joven.



-Me alegro de haberla visto. Hasta luego…



            Y sin dejarla tiempo ni de responder el chico se perdió por el paseo acelerando sobre aquella tabla con ruedas. Maggie no pudo evitar sonreír al verle marchar.



-Espero no haber interrumpido nada.- Comentó Kiros.-

-¡En absoluto! - Declaró ella sin dejar de sonreír.-

-¿Su hermano pequeño quizás?- Quiso saber él.-

-Un muchacho al que atiendo en la consulta. Solamente eso.- Le contó la aludida quien enseguida varió de tema.- ¿Ya está usted mejor?

-Perfectamente, muchas gracias.- Aseveró el oficial.- No le di las gracias por su ayuda.

-No las merecen, hice mi trabajo.- Repuso ella sin darle importancia para preguntar por mor de la conversación.- ¿Cómo usted por aquí?

-Iba a una cafetería que hay en este sector, pero no conozco el lugar.- Le dijo él.- ¿Podría indicarme?

-Sí, si es la que pienso que es, precisamente yo iba hacia allí. Si quiere puede acompañarme.

-Gracias. Lo haré encantado. - Convino él con un leve asentimiento.-



            Ambos continuaron en dirección hacia el local de Ginger. Mientras y a una cierta distancia, Martin había detenido su skate y no podía evitar ver con fastidio y tristeza como esa hermosa mujer se alejaba acompañada de ese tipo tan inoportuno.



-Debe ser su novio. ¡Es un tiarron imponente! - Suspiró con resignación.- Maggie le estaría esperando. Es normal, siendo tan guapa…



            Y dio media vuelta para volver a casa. Tenía mucho que estudiar y sus padres le echarían una buena bronca y tardaba.



-No tengo nada que hacer.- Se lamentaba en tanto aceleraba con su skate perdiéndose por las calles del paseo.-



Lo mismo curiosamente había hecho Mei Ling hacía un rato. La joven llegó a su apartamento con el corazón palpitándole deprisa y sin poder evitar llorar. Aunque tras cerrar de un portazo  trató de calmarse. Posiblemente había sido muy injusta con Maggie. Su novia tenía bastante razón en lo que le dijo y ella, más que estar celosa, había tratado de desviar la cuestión. Pero es que tenía miedo de la reacción de su pareja si se lo contaba.



-Esto no soluciona nada. Tarde o temprano tendré que decírselo.-Pensaba con abatimiento.- Y no quiero terminar con ella. ¡La quiero y la necesito!…



            Decidió que era inútil esquivar la cuestión. Tras suspirar, lavarse la cara y maquillarse un poco salió una vez más a la calle. Tenía una importante conversación que entablar con su pareja. La misma que charlaba amistosamente con ese oficial.



-¿Es usted piloto?- Le preguntó la muchacha, más que nada por darle algo de conversación.-

-No, soy de las fuerzas de tierra.- Replicó él.-

-¿Y qué cometido tiene?- Inquirió la enfermera.-

-Enfrentarme al enemigo, caso de que este nos ataque en el interior de la nave. – Replicó Kiros, dudando por unos instantes para añadir. -Soy de comandos especiales.- Respondió finalmente al recordar su tapadera oficial.-

-¡Vaya! Suena emocionante, como en las películas.- Sonrió la chica que admitió.- Desde luego está usted en forma.

-Debo estarlo. – Afirmó él.-



            Caminaron durante unos cuantos metros más hasta que, finalmente, Maggie le indicó.



-Es allí.



            Kiros asintió y ambos se dispusieron a entrar en la acogedora cafetería de Ginger y Clarisa.




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