jueves, 20 de abril de 2017

GWTN12. Se precipitan los hechos


Si algo alegraba a Susan era estar al fin en casa. Tras el combate que sostuvo contra los Arcoily al frente de su escuadrilla habían pasado tres días. Sus subordinadas disfrutaban ya de sus permisos, lo mismo que ella. Ahora, enfundada en un ligero pijama de lino de color pastel, jugaba distendidamente con su hijo.



-Ven cariño.- Le pedía dulcemente al pequeño Alex.- Aquí con mamá.



            El crío avanzaba con rapidez pese a sus cortas piernecitas. Se abrazaba a su madre que le levantaba en vilo y hacía ruidos como si de un cohete se tratase.



-Al espacio, mami.- Le indicaba el crío.-

-Sí, mi niño es un cohete. ¡Ja, ja!- Reía Susan.-



            Aprovechar esos escasos instantes en los que estaba junto a él eran un auténtico motivo de alegría y un regalo. Como mayor del ejército y piloto de un caza de combate, nunca estaba segura de retornar al final de cualquier misión. Eso le estaba haciendo replantearse la vida. Ahora al menos, si los Arcoily lo permitían, su puesto iba a estar más en los despachos que en la carlinga de un varitech, y pese a que le encantaba pilotar se daba cuenta que ahora tenía más que perder. Y no solamente ella, sino su familia.



-Tengo un hijo que podría quedarse sin madre.- Meditaba a veces sintiéndose culpable.-



            Al menos siempre estaría Giaal. Su esposo era un magnífico padre y adoraba a Alex. Hasta sus suegros Ail y Ann era encantadores y disfrutaban cada vez que podían visitar a sus nietos, tanto a Alex como a Fiora.  Y también estaban Alan y Naya, los tíos del niño y padres de la aludida sobrina de Susan. La mayor Hunter pensó en eso, sin olvidarse de sus propios padres y hermana Debbie quien, pese a no haber visto al pequeño más que en un par de ocasiones, demostró tenerle mucho cariño.



-Ni mi hermana, ni yo, tenemos vidas que se puedan llamar tranquilas. Pero ella al menos no tiene que pensar en un hijo. - Suspiró en tanto levantaba una vez más al niño.-



            Y encima éste cada vez pesaba más, crecía sano y grande. Eso la hacía más feliz si cabía.



-Bueno, Alex, cariño. Mamá se cansa de levántate en brazos.- Tuvo que admitir.-

-Un poco más.- Pedía inflexiblemente el pequeño.-



            Su apurada progenitora movió la cabeza dando un largo suspiro. ¡Eso sí que era tenerla haciendo instrucción! Su hijo daba más órdenes que un almirante. Al fin, tras un par de “ aúpas” más para contentarle, logró que Alex aceptase cambiar de juego. El niño se entretuvo con unos bloques de construcciones que prefería derrumbar entre risas ante los pacientes intentos de su madre por construir algo.



-¡Menos mal que los Arcoily no tienen tu capacidad demoledora! - Se dijo la mayor Hunter esbozando una sonrisa.-



            Al fin,  el sonido de la puerta abriéndose la distrajo. Alex corrió enseguida hacia la entrada de la casa. La voz de su padre se escuchó no tardando mucho.



-¿Qué tal, hijo?- Le preguntaba un recién llegado Giaal tomando en brazos al crío.- ¿Te lo pasas bien con mamá?



            El niño asintió, mirando encantado a su padre con sus grandes y azules ojos. Tras sonreírle Giaal se reunió con su esposa, se dieron un beso y ella le preguntó.



-¿Qué tal todo en el hospital?

-Bien, bueno, ya sabes.- Suspiró él ahora con un semblante más entristecido.- Aurora sigue en coma. La pobre mujer se va apagando lentamente.

-¡Cuánto lo siento!- Declaró Susan.-



            El pequeño Alex les miró quizás pensando porque sus papás se habían puesto tristes de repente. Su madre enseguida lo notó y adornó su expresión con una gran sonrisa en tanto le decía.



-Hora de bañarse y luego la cena.

-¿Quieres que me ocupe yo?- Le propuso su esposo al verla cargar con el pequeño.-

-No, nada de eso. Ya te has estado ocupando bastante cuando estuve destinada en la zona septentrional.- Rehusó su contertulia.-



            El médico asintió para irse al otro cuarto de baño y ducharse a su vez. Deseaba descansar tras un día largo y muy penoso. De hecho, delante de su hijo no le quiso decir a Susan toda la verdad. La salud de Aurora estaba muy deteriorada y su coma era irreversible. Pese al llanto desesperado de Orix y la cara de sufrimiento de Nelly, cada vez que iban a visitarla, el facultativo no podía darles otras noticias. Incluso cuando vino Edgar y hablaron a solas aprovechando que los niños estaban en el colegio, ya tuvieron que discutir cuando desconectar a la paciente de los sistemas de soporte vital que aun mantenían su vida. Estaban solos en el despacho de Giaal.



-Doctor, se lo ruego.- Le pedía el angustiado marido de Aurora.- Haga cualquier cosa, lo que sea. ¡No me importa! Pero devuélvanosla.

-Lo lamento mucho, no puedo hacer nada.- Desestimó el apesadumbrado Giaal.-

-Pero usted trajo de vuelta a Nelly. Usted la hizo revivir, o al menos a lo que quiera que eso sea, con la apariencia de mi hija.

-Por favor, no diga eso. Es su hija.- Insistió él.-

-Por mucho que me lo repita, jamás podré creerlo.- Rebatió Edgar ahora con un tono más frío y cortante para alegar.- Sé que me dirá que su ADN es el mismo, que físicamente es ella. Sin embargo, yo vi lo que vi, cuando mi verdadera hija murió, estuve delante del cuerpo en ese depósito.



            Giaal dio un largo suspiro. ¿Cómo podría explicarle a ese hombre lo que hicieron? No era nada sencillo hacerlo, ni técnica ni mucho menos moralmente. Al fin optó por decir.



-Su esposa recuperó a su hija, Y usted también. Y tras tantos años es una niña maravillosa. No comprendo cómo no ha sido capaz de amarla sencillamente por lo que es, un ser humano.

-¿Cree acaso que no lo he intentado?- Espetó ahora Edgar con tono entre enfadado y amargo.- Pero eso no es un ser humano. ¡No lo es! Por más que usted diga lo contrario. Si no quiere o no puede hacer lo mismo con mi mujer, lo comprenderé. Si es su momento, que así sea, pero no me obligue a aceptar a esa cosa como hija.

-No es una cosa.- Insistió Giaal cargándose de paciencia, para alegar.- Y además, usted también adoptó a Orix, que la considera su hermana. Con él nunca tuvo el menor problema.

-Orix es de su propia raza, doctor. Quizás no sea humano, pero al menos sé de donde viene y quién es. Pero eso…no tengo ni la menor idea.- Rechinó para pedir casi con desesperación.-  pero nunca dije nada, no quise evidenciarlo. Sabía lo que significaba para mi mujer. Por esa razón callé durante tantos años, por mi esposa. Ahora mi pobre Aurora ya no está. No sufrirá por ello. Al menos, podría ser sincero conmigo y decirme de dónde la sacó.



            Giaal no supo que responder. Quizás lo que ese desgraciado le pedía era justo. A su manera tenía razón. Pudiera ser que, de haberle explicado todo con detalle en aquel momento, hacía años, él la hubiese aceptado. Aunque ya era tarde para deshacer eso y tras meditar durante unos instantes, el médico declaró con tinte lleno de pesar.



-¿Está seguro de lo que me pide? Quizás una vez que se entere hubiese preferido no haberlo saberlo nunca.

-Prefiero saberlo. Esté seguro.- Insistió su contertulio.-

-Muy bien. Aunque le advierto que son cosas que en muchas ocasiones pueden resultar incomprensibles para un ser humano.- Sentenció Giaal.-





            Sin aguardar la réplica el galeno se levantó de su sillón, tras teclear en su tablet se metió en un área restringida de sus programas. Allí puso sus contraseñas y extrajo un informe que imprimió. Sin mediar palabra se lo entregó a Edgar.



-Ahí está todo lo que usted deseaba saber. Como padre, es decir, tutor legal de Nelly, puede tener acceso a ello. Únicamente le pido una cosa. Le ruego por lo más sagrado, por la memoria de su esposa incluso, que jamás y bajo ninguna circunstancia deje que la niña se entere de esto. La destrozaría y no se lo merece.



            No obstante, su interlocutor no pareció prestarle atención. Ya estaba embebido leyendo aquello. Su cara mostró todos sus estados de ánimo, incredulidad, asombro, e incluso temor. El doctor Ginga se mantuvo en silencio hasta que aquel hombre terminó de leer. Finalmente Edgar levantó la vista con expresión atónita y horrorizada para apenas poder musitar.



-¡Un simbioide metamorfo! ¿Qué demonios es eso?

-Eso es lo que hizo posible que Nelly renaciera.- Repuso escuetamente su interlocutor.-



            Le contó entonces un somero resumen de lo que sucedió entonces. Al fin, Edgar balbuceó.



-Siempre tuve razón. ¡Lo sabía! Desde el principio esa cosa se hizo pasar por mi hija. Robando su memoria, sus recuerdos y engañando a mi pobre esposa.

-No, todo lo contrario.- Rebatió Giaal.- Ese ser estaba condenado, pero antes de morir quiso prestarse al favor que le pedimos. Una parte suya pudo salvarse uniéndose al ADN que guardábamos de Nelly, se transformó exactamente en ella. ¡Es ella! Sus recuerdos son los que usted y su mujer le dieron. Después, fue creciendo como cualquier niña humana y viviendo una vida normal.

-¡Normal! - Espetó con sorna Edgar, sentenciando con tono desabrido.- Eso es cualquier cosa menos algo normal. No quiero saber nada más de ella.

-No puede hacer eso. Es legal y físicamente su hija.- Replicó Giaal quien estaba comenzando a perder su habitualmente enorme paciencia y calma, pasando a advertirle a aquel insensible tipo.- Y si me entero que le ha hecho daño de cualquier modo, le aseguro que me ocuparé de darle su merecido, de modo legal o no.



            Aquellas palabras amedrentaron a ese hombre. Sabía de lo que alguien como el doctor Ginga podría ser capaz. Por no hablar de su amistad con el embajador saiyajin. Aunque finalmente Giaal rebajó su tono y añadió, tratando de recobrar la calma.



-Nadie puede obligarle a que la quiera. Solo le estoy pidiendo que, aunque sea por respeto a la memoria de Aurora, y al amor que tuvo por una persona a quien siempre consideró su hija, no cometa ninguna barbaridad. Nelly es inocente de todo.



            Edgar no respondió, sin más se marchó del despacho tras cerrar de un portazo. Ahora, pensando en eso, Giaal movía la cabeza en tanto terminaba de ducharse. No podía evitar creer que había cometido un grave error al revelarle aquello a ese tipo. Pero ya no había remedio. Salió y se secó. Al poco el teléfono de casa sonó. No tardó en atenderlo.



-¿Si? Giaal Ginga al habla. La mayor Hunter, sí, es mi esposa, claro. Enseguida la aviso.



            Susan estaba todavía bañando al pequeño Alex. Entre risas le salpicaba un poco en tanto el crío jugaba con un pez de plástico y un barquito. Luego le sacó y ya estaba envolviéndole en una suave toalla y secándole la cabeza con toda la delicadeza de la que era capaz, cuando su marido tocó a la puerta.



-Espera.- Repuso ella añadiendo con prevención.- No abras todavía, no quiero que se resfríe el niño.

-Te llaman al teléfono.- Le avisó Giaal.- Dicen que es muy urgente.

-¿Es de la base?- Quiso saber la joven.-

-No, de la comisaría de policía de la ciudad.- Le comentó él dejándola perpleja.-



            Susan se encogió de hombros. ¡Ni que fuera policía! Y que ella supiera no había cometido ninguna infracción.



-¡No creo que haya dejado mal aparcado mi caza! - Bromeó.-



            Su esposo le pasó un teléfono por la puerta entreabierta. Mientras terminaba de secar al crío y le ponía su pequeño albornoz verde oliva, la oficial pudo responder.



-¿Diga?. Soy la mayor Hunter, ¿Qué desean?



            Escuchó entonces las explicaciones que le dieron y su cara fue pasando de la relajación al asombro y la preocupación.



-¿Cómo dice? ¿está seguro?. Sí, sí claro. Muy bien. Sí, es una de mis subordinadas. Sí, las otras también. Está bien. Podré llegar en una media hora como muy pronto.



            Al fin pudo salir con el niño en brazos tras colgar.



-¿Qué sucede?- quiso saber Giaal.-

-Era la policía, sí. Han detenido a la alférez Levi, la acusan de intento de homicidio. Ha mandado a un chico al hospital. Y no vas a creer a quien. ¡A Martin, el profesor de nuestro hijo! - Le desveló la todavía impactada Susan.- Tengo que ir. Me han pedido si, como su superior inmediato, puedo mediar. Estaba con las otras miembros de las Fighter Ladies tomando unas copas en un bar. De hecho, ha sido Olivia quién les pidió que me llamasen.

-Entonces irás, ¿verdad?.- Quiso saber Giaal haciéndose cargo del pequeño Alex.-

-Tengo que hacerlo. Soy responsable de ellas.- Afirmó su mujer.-

-Pero si el presunto delito ha sido en jurisdicción civil, según tengo entendido, tú no tienes nada que ver. Deberían llamar a un abogado.- Comentó Giaal.-

-Así es-. Pero me gustaría saber si hay algo que yo pueda hacer por Sabra. Es una buena oficial. Un poco impulsiva a veces, pero jamás había sido agresiva fuera del campo de batalla. No comprendo que le ha podido ocurrir. ¡Y menos con Martin! - Repuso la desconcertada mayor.-

-Pues ve. Averigua lo que puedas y trata de ayudarla. No te preocupes, Yo daré de cenar a Alex y le acostaré. Luego me llamas y me cuentas.- Repuso comprensivamente su marido.-



            Su contertulia le agradeció su empatía, tras darle un afectuoso beso a su pequeño no tardó en vestirse. Por si acaso optó por el uniforme militar, dado que la habían avisado en calidad de superior de Sabra. La israelí en efecto, estaba presa en un calabozo. Al menos Olivia y Elisa permanecían a su lado. Ludmila tuvo que volver a la base tras acabar su declaración para informar al propio comandante Enset. Entre tanto, la morena piloto todavía estaba agitada por los recientes hechos.



-No quise llegar a eso. Fue un accidente. - Se decía una y otra vez, entre desolada e incrédula.- ¿Cómo podría hacer para que me creyeras, Daphne?

           

            Su mente no dejaba de repetir aquel terrible momento. Esa escena que no se podía sacar de la cabeza. Pero, por encima de todo, aquella llorosa mirada de resentimiento, temor y decepción de la que había sido hasta ese instante su novia, abrazada a ese chico que estaba tirado en el suelo, inconsciente.



-Esto es una pesadilla. ¡Tendré que despertar! Y ella estará conmigo. - Quería creer, llevándose las manos a la cabeza.-

           

            Entre tanto, fuera de la comisaría, aquel individuo enigmático sonreía tras ojear un voluminoso tomo de color burdeos que no tardó en meter dentro de una bolsa de viaje.



-Todo ha salido tal y como lo dispuse. -Se felicitó.- Así es mucho más interesante.



            Y es que Martin siguió sus indicaciones a la perfección. Él se ocupó por supuesto de grabar esa declaración de amor de ese chico a la perpleja maestra. Les envió el vídeo a los hermanos de Daphne quienes se quedaron atónitos. Aunque luego la rubia, llevada al límite, se desmayó. Sus asustados hermanos llamaron a urgencias y a sus padres. Estos llegaron después de los servicios sanitarios que estaban tratando de reanimar a la chica que no despertaba.



-¿Qué le ha pasado a Daphne?- Quiso saber su angustiada madre.-

-No lo sabemos, mamá. – Fue capaz de decir Byron que se mantenía un poco más entero.- Se desmayó después de ver un vídeo.

-¿Le pasa algo malo a Dap? Estaba muy rara. - Preguntó una llorosa Stephanie.-

-Tranquilizaos. Iremos con ella.- Les aseguró su padre.-



            No tardó en preguntar a los enfermeros que la atendían. Uno de ellos le informó.



-Vamos a trasladarla al hospital. Al caer posiblemente se haya golpeado la cabeza. Será mejor que la internen y esté en observación.

-Claro. ¿Podemos ir con ustedes?- Preguntó su interlocutor, con visible temor.-



El enfermero asintió. Fue el padre de la joven quien subió con ellos a la ambulancia. La madre se quedó con los restantes hermanos. En cuanto llegaron al centro la valoraron. Tenía un golpe en la cabeza, fruto de su caída. Por fortuna no parecía ser grave, ni tener consecuencias. Ese incidente fue finalmente diagnosticado como un desvanecimiento por stress  sin mayores consecuencias. Por si acaso volverían a examinarla cuando despertase. Al fin, al cabo de un par de horas, la joven abrió los ojos comprobando que su madre y su padre estaban a su lado. Lydia, tras asegurar a Byron y a Stephanie que todo iba bien, y que aguardasen en casa, no tardó en reunirse con su esposo en el hospital.



-Cariño, ¡nos has dado un susto terrible! - Sollozaba su madre presa del miedo y la angustia.-

-¿Qué ha pasado?- Pudo musitar la convaleciente todavía volviendo en sí.-

-Perdiste el conocimiento cuando tus hermanos vieron ese vídeo. Ese donde Martin te pedía ser su esposa.- Le recordó su padre.- Lo que no entendemos es porqué te afectó tanto.

-Sí, lo siento, es que he tenido mucho trabajo últimamente y estaba agotada. La emoción.- Fue capaz de improvisar la apurada joven.-

-Pues ahora a descansar. Nada más acabar las clases avisamos a ese pobre chico y vino corriendo. Sigue fuera, en la sala de espera. No ha querido irse. Llevará unas tres horas.



            Así había sido. Más concretamente fue la misma Lydia quien, tras informar a Martin de eso, le preguntó por el vídeo. El chico enseguida se ofreció a ir, prometiendo que aclararía todo lo sucedido. A su vez, Daphne trataba de pensar pero su obnubilación producto del stress y del cansancio se lo impedía.



-Mi teléfono, ¿está aquí?- quiso saber.-

-Ahora debes reposar y dejarte de teléfonos.- Le dijo dulcemente su madre.- El médico ha dicho que descanso y nada de emociones fuertes y menos aún, malas, por un tiempo.



            Dicho esto la puerta de la habitación se abrió, entró la enfermera Derail que, sonriente, colocó en el brazo de la paciente un aparato para tomarle la tensión.



-Vaya susto que nos has dado, jovencita.- Sonrió Maggie quien dirigiéndose a los padres de la chicas les tranquilizó, afirmando.- No teman nada. Solamente ha sido un desmayo por la tensión. Está recuperada. Ahora, si no les importa y pudieran dejarme a solas con ella, para que termine de hacerle un chequeo. Así descartamos definitivamente cualquier otra posibilidad.



            Ambos progenitores asintieron saliendo del cuarto. Entonces el gesto de la enfermera se puso más serio para comentar.



-¿Qué ha pasado? Hable con tu hermana cuando ingresaste y me dijo que estabas aterrada por ese vídeo. Si solamente era una petición de mano.



            Y es que al cabo de un rato Stephanie llamó al hospital muy preocupada. Pidió hablar con algún médico o enfermera. Eso no era precisamente ortodoxo y estaban a punto de colgarle el teléfono, tras indicarle que debía seguir un procedimiento, cuando Maggie pasó por allí. No tardó en darse cuenta de quien era y ella misma pidió ponerse al aparato.



-Es solamente una niña. Deja que la tranquilice.- Le pidió a la encargada que estaba atendiendo esa llamada.-



            Su compañera le pasó el teléfono y Maggie se presentó.



-Soy la jefa de enfermeras, Margaret Derail. ¿Eres Stephanie Kensington, verdad?

-Sí. ¿Está bien mi hermana?- Quiso saber Steph.-

-Tranquilízate.- Le pidió la enfermera.- Daphne está bien. Descansa ahora. Tus padres están a su lado.

-Por favor, cuídenla mucho.- Sollozó la niña.-

-No temas. Todo va a ir bien.- La calmó Maggie con el tono más amable que pudo poner.-



Tras lograr al fin tranquilizar un poco a esa pobre cría, la despidió y colgó. Cuando  concluyó de relatarle eso a Daphne, esta miró fijamente a su contertulia y no pudo evitar llorar. Maggie se preocupó más. Allí estaba ocurriendo algo más serio de lo que parecía. La enfermera fue capaz de preguntar con prevención.



-¿Acaso Martin te ha obligado a hacer algo que no quieras?

-No, él no me ha obligado a nada. No, no es eso. No tiene nada que ver. Es por otra cosa.- Sollozó la desconsolada joven, añadiendo casi entre balbuceos.- Es algo tan terrible que no puedo dejar que mi familia lo sepa. Pero tengo que poder decírselo a alguien. Y sé que tú. Bueno, no quiero ofenderte ni molestarte…es que… pienso que eres la que mejor me podría comprender…



            Con la atención de la intrigada enfermera puesta en ella, Daphne se armó de valor para proseguir.



-Hace años que conozco a Martin, él me contó que cuando era un chaval estaba colado por ti. Pero que tú le dijiste entonces que…

-Sí.- La cortó resignadamente su contertulia para admitir.- Le confesé que era lesbiana. Y entonces era la verdad. No podía amarle. -Aunque ahora relajó su semblante con una leve sonrisa para admitir.- Siendo sincera era solamente un niño y aun habiendo creído ser heterosexual entonces, no le hubiera dado ninguna oportunidad. Pero luego cambié. Conocí a Kiros y sobre todo, tras el parto de mi hija…todo fue diferente. Pero no comprendo qué puede eso tener que ver contigo. Martin ya es todo un hombre.

-¡Maggie!- Gimió la destrozada Daphne.- ¡Tiene todo que ver contigo!, porque yo soy…, yo soy como eras entonces tú.- Confesó con pesar.-



            Y la estupefacta enfermera abrió la boca de par en par, en tanto su interlocutora se decidió a contarle lo sucedido, rematando.



-Por eso me desmayé. Creía que se trataba de ese otro video. Estoy muy asustada. ¡Estoy aterrada! Si mis padres y mis hermanos se enterasen. Si en el colegio lo supieran. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer?- Suplicó aferrando las manos de la impactada enfermera entre las suyas.-

-Escucha Daphne.- Le pidió suavemente su contertulia tras asimilar aquello.- Te he visto muchas veces junto a Martin. Eres feliz en su compañía.

-Sí pero... eso no significa. - Quiso matizar la joven.-



            Aunque la enfermera no la dejó continuar y agregó.



-Pues claro que sé cómo te sientes. Estás confundida. Es algo normal. Pero te aseguro que esto es lo mejor que te haya podido suceder. Tienes la gran oportunidad de redimirte. Como yo la tuve. Aunque lo mío, y eso te lo garantizo, fue muchísimo peor.



            Y para asombro y horror de la joven, Maggie le contó brevemente su propia experiencia.



-¿Lo comprendes ahora?- Insistió la enfermera con tono casi admonitorio.- ¡Fui al Infierno! Estaba condenada. Igual que Gloria, mi primer amor. Por eso quise llamar así a mi propia hija. Y viéndote a ti no puedo dejar de pensar que ha sido un milagro. ¿No te das cuenta? Ella era profesora como tú, amaba lo que hacía, tenía una familia.  Cuando se suicidó después de su juicio y de padecer en prisión, se condenó. Lo mismo hice yo al llevar el sufrimiento a la vida de su hermana Erika. ¡Tú también tienes una hermana! ¿Te has parado a imaginar qué sería de ella y de los demás miembros de tu familia, si algo así se supiera? ¿Qué pasaría con Stephanie? ¿Cómo te miraría entonces?

-Claro, no paro de darle vueltas. Eso es en lo único en lo que pienso. ¡Ella me odiaría, me despreciaría! - Gimió la desdichada maestra.- Y yo, no sé si podría vivir con eso.

- Pero eso no pasará.- La animó Maggie, brindándole la mejor de sus sonrisas para sentenciar.- Has tenido este aviso del Señor. Él quiere salvarte. Incluso de ti misma. Por eso te ha enviado a Martin. Alguien que sabe lo que es amar a personas como nosotras. Ese muchacho te quiere y te acepta. Solo te pide a cambio que le correspondas. ¿Es tanto pedir? Es un chico realmente estupendo. Llegó a jugarse la vida por salvarme. Ya lo sabes. No dudó en enfrentarse a una terrible asesina por mí. Y estoy segura de que haría lo mismo por ti.



            Daphne bajó sus llorosos ojos y meditó aquellas palabras. Todo tenía sentido. Aun así musitó.



-Pero entonces, ¿qué haré? Sabra vendrá tarde o temprano y lo contará todo. Ella también me quiere, eso me ha dicho.

-Ya, el amor y la lujuria muchas veces se confunden. Yo lo sé muy bien. También creía estar enamorada de mis amantes, pero luego las dejaba por otras. Únicamente hallé el amor auténtico en Dios y en mi esposo y mi hija. Como tú lo encontrarás con él, formando una familia inspirada en el  verdadero amor. - Alegó la enfermera declarando entonces con un tono más duro.- Sabes lo que los Evangelios dicen. Conoces la moral y la verdad. Yo no las conocía y pese a todo sufrí ese castigo y esa advertencia. Pero tú ya no tendrías excusa si te apartas de ellas a sabiendas. Ya no habrá otro aviso para ti.



            El tono de esas palabras y la mirada en los ojos de su interlocutora bastaron para hacer que Daphne se estremeciese. Apenas sí fue capaz de oponer con patente zozobra.



-Pero no podré negar que ella y yo hicimos lo que hicimos.

-¡Si que puedes!- La arengó Maggie afirmando categóricamente. - Sé que es mentir, que Dios me perdone, pero en este caso está justificado. Es para evitar traer sufrimiento a personas inocentes. Para curar un mal de raíz. Pide perdón a Dios, confiesa tu pecado ante Él y, sobre todo, haz firme propósito de enmendarte. Sé que no es nada sencillo, pero es lo correcto.



               Daphne asintió frenéticamente, estaba literalmente temblando de pavor. ¡El Infierno! ¡La condenación eterna! Y el sufrimiento de su familia. No podía permitir que eso le ocurriera, ni a ella, ni a nadie.



-¡Cambiaré!, lucharé contra lo que siento.- Aseguró con vehemente determinación.- ¡Venceré la tentación!

-Será duro pero tendrás el apoyo de los que te aman. -Le prometió la enfermera.-

-Martin me quiere, él me protegerá.- Sonrió la joven ahora con algo de calma y optimismo recobrados.-

-Claro que lo hará.- Sonrió dulcemente Maggie.- Y seréis muy felices, confía en mí. Un día todo esto te parecerá un mal sueño del que despertaste a tiempo.



            Y tras esas palabras tan motivadoras la enfermera añadió con tono afable.



-Quizás sea el momento de que tú príncipe azul pase a verte.

-No sé. Debo de estar horrible.- Suspiró la chica.-

-A sus ojos eres la muchacha más bella que nunca haya existido. Te lo aseguro.- La animó Maggie con un cómplice guiño de ojo.-



            Eso hizo que Daphne sonriera, elevando su moral. Ahora solamente quería olvidar ese mal trago. Hacer como si nada hubiera sucedido aquella aciaga noche en ese disco-pub, y por ende, olvidar el momento en el que conoció a Sabra. Pudiera ser que…



-Debió de echarme algo en el bar, aquella vez. Sí, eso fue.- Se dijo tratando de auto convencerse.- Sino ¿por qué me habría atraído tanto sin más?



            Y entonces, con tono determinado e incluso lleno de expectación y deseo de verle, le pidió a Maggie con voz todavía trémula.



-Por favor, dile a Martin que pase.



            La enfermera salió fuera. En la sala seguía aquel chico junto a los padres de la convaleciente. Él les había contado que se declaró.



-Nunca pude imaginar que Daphne se vería tan afectada. La pobre trabaja mucho y debía de estar agotada.

-Es cierto, ¡pobre hija mía! - Suspiró una llorosa Lydia.-

-Debe cuidarse y no contener tantos excesos.- Dictaminó su esposo que estaba más tranquilo que su mujer.-



Justo en ese instante apareció la enfermera Derail que enseguida le comunicó al joven, esbozando una amplia sonrisa.



-Martin, Daphne quiere verte.

-Pasaré con su permiso.- Musitó el joven.-

-Hazlo por favor, te agradecemos mucho tu presencia aquí. Demuestras que quieres de verdad a nuestra hija.- Afirmó Lydia.-

-Sí. - Convino su esposo, Charles, alabando a su vez a ese joven.- Eres un gran muchacho y estaremos muy felices de tenerte en el seno de nuestra familia.

-Gracias señor y señora Kensington. Solamente deseo que Daphne se recupere lo antes posible y poner todo de mi parte para hacerla feliz, con sus bendiciones.- Les aseguró.-



            Y se dirigió a la habitación. Tras tocar con suavidad a la puerta escuchó casi como un susurro la voz de la joven responder.



-Adelante…



            La chica había tomado un espejito que Maggie le dejó para acicalarse un poco. Quería darle buena impresión. Aunque cuando él pasó al fin, ella bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas musitando.



-No me mires mucho, debo estar horrible.

-Eso no puede ser. Eres la chica más guapa del universo.- Rebatió él.-



            Se aproximó y acercó su rostro al de ella para darle un beso. Daphne casi más que besarle quiso beber de sus labios. Fue un momento hermoso. Quizás no sentía ese fuego extraño que le consumía las entrañas como cuando besaba a Sabra, pero claro. ¿Qué otra cosa más que el fuego del pecado podría ser aquello? Así, pensando en eso, le confesó al muchacho.



-Tengo mucho miedo. Ahora me doy cuenta. ¡He actuado mal, muy mal! Maggie me ha contado lo que ella tuvo que pasar…

-Porque quiere ayudarte, igual que yo.- Se apresuró a añadir el chico.- Sabes que te amo y que no dejaré que nada malo te ocurra. Te lo he prometido.

-Eso me da fuerzas.- Asintió la chica.-

-Por eso.- Sonrió él acariciándole una mejilla con suavidad.- Enseguida saldrás de aquí, volverás al colegio como si nada hubiera pasado. Puesto que no ha sucedido nada. Y mañana por la noche tú y yo iremos a un sitio.

-¿A dónde?- Quiso saber la muchacha con evidente curiosidad.-

-Sé que te va a sonar raro, pero es fundamental para borrar esa amenaza que tanto te asusta. – Le respondió su interlocutor, eso sí, poniendo como condición.- Sin embargo, deberás confiar en mí y hacer todo lo que te diga. ¿Estás dispuesta?

-Claro que sí.- Asintió ella de inmediato.- Haré todo lo que me pidas.



            Y tras aquellas palabras y a las pocas horas le dieron el alta a Daphne. Ya se sentía mucho mejor. Pese a que sus padres insistieron para que no fuera a trabajar al día siguiente ella les aseguró que estar entre sus pequeños alumnos y junto a Martin era precisamente lo que necesitaba. Tanto Stephanie como Byron se abrazaron a ella nada más verla entrar.



-¡Nos tenías muy asustados! - Gimió Steph, abrazada a su cintura, sin dar la impresión de querer soltarla.-

-Por favor, Dap, no vuelvas a hacer algo así.-Le pidió su asimismo emocionado hermano.-



            Daphne no pudo evitar llorar, acarició tiernamente las mejillas de sus hermanos pequeños y contestó.



-Os lo prometo. Lo siento, lo siento mucho.



            Ver así a sus hermanos le partía el corazón. Y eso era apenas una pequeña muestra de lo que podría sucederles si todo se supiese. Daphne únicamente era capaz de rezar para que eso no sucediera. Al fin, tras unos emotivos momentos, Stephanie y Byron la dejaron que fuera a su habitación a descansar. Al poco de estar tumbada en la cama se acordó y comprobó su teléfono. Tenía varios mensajes de Sabra.



-¿Qué tal estás? ¿Pasa algo?...- Le preguntaba seguramente extrañada de que no hubiera respuesta.-



            Contestó al fin, diciendo que había estado indispuesta pero que ya se verían. Su pretendida pareja le recordó que, a la noche siguiente, iría con sus amigas al disco-pub.



-¡Oh, Dios mío!- Pensó llena de rubor y preocupación.- Justo al mismo sitio dónde me ha pedido ir Martin.-



            Dejó apagado el móvil y salió al rato. Cenó frugalmente con las miradas de su familia puestas en ella. Ahora todos estaban sonrientes, una vez pasado ese mal trago la felicitaron por su compromiso.



-Debes de estar muy contenta, hija.- Comentó Charles.-

-Claro que sí, papá.- Sonrió ella.-

-Seguro que tendrás una boda estupenda.- Intervino Byron.-

-No seáis tan impacientes.- Sonrió su padre.- Dejad que vuestra hermana vaya poco a poco. Lo primero es un noviazgo como Dios manda.

-Pues a mí me da mucha envidia.- Se sonrió Steph, de forma pícara una vez más.-

-Ya conocerás a algún chico guapo y bueno. No tengas prisa todavía.- Afirmó su madre con tono entre divertido y tierno.-

-Quiero ser tu dama de honor principal.- Le pidió Stephanie, añadiendo con jovialidad. – Junto con esa amiga tuya, Sabra.



            Fue oír aquello y Daphne se atragantó con la cena, tosió repetidas veces ante las miradas de preocupación del resto.



-¿Estás bien, hija?-Quiso saber su inquietada madre.-

-Sí, - Pudo replicar al fin, tras beber dos sorbos de agua.- Se me pasó por otro lado.

-Cariño, ten cuidado, por favor.- Le pidió una concernida Lydia, con tono suplicante.- Ya hemos tenido suficiente por hoy.



La interpelada asintió, bajando la mirada. Por suerte todos se habían olvidado de lo que comentó Steph, incluida su hermana menor. Aprovechando la circunstancia, Daphne terminó de cenar y dijo querer ir a acostarse.  Los demás lo comprendieron deseándole que descansase. Ella así lo intentó.



-Debo ser fuerte, tengo que rechazar la tentación. Mi vida va a cambiar, yo voy a cambiar.- Se repitió hasta quedarse dormida.-



Al día siguiente, de mañana, se levantó para ir como siempre a desayunar junto a él. En esta ocasión el chico la recibió con una enorme sonrisa y más flores. Fue Clarisa quien les atendió y tras enterarse de su compromiso no tardó en felicitarles.



-¡Enhorabuena chicos!  La casa invita hoy.- Sonrió la amable camarera y copropietaria.-



            Tras darle las gracias, charlaron, fue entonces cuando Martin le explicó lo que quería que hiciera. Al terminar de escucharle ella le miró con estupor.



-Pero, ¿igual?- Insistió para cerciorarse.-

-Confía en mí. Tienes que ir exactamente igual. La misma ropa, el peinado, las botas, incluso el maquillaje.- Le reiteró él.- Saldrás de la misma forma, con el mismo vestido y calzado que llevabas en esa cita con aquella mujer. Y te cambiarás del mismo modo.



            La joven asintió. Lo haría. Si él se lo pedía tendría una buena razón. De modo que, tras terminar el desayuno, fueron al colegio como siempre. Eso sí, eludiendo las miradas entre curiosas y pícaras que los alumnos mayores les dirigían. Dieron sus clases e incluso el padre Michael se interesó por el estado de salud de la muchacha cuando les vio al término de la jornada.



-Estoy perfectamente, padre.- Aseguró Daphne.- Sobre todo gracias a Martin.

-Le he pedido que se case conmigo y me ha dicho que sí.- Le contó el emocionado chico que estaba a su lado.-



            Al oír aquello el sacerdote ablandó su habitual gesto seco y severo con una sonrisa para replicar.



-No puedo más que daros mi enhorabuena y mis bendiciones. Y espero que pronto la Iglesia os dará las suyas. Hasta ese momento…

-Sí, padre, sabré respetarla como merece.- Afirmó tajantemente el muchacho.-



            Eso complació al sacerdote que les dejó tras desearles buenas tardes. Se fueron a casa quedando para unas horas después. Daphne se esforzó por cumplir con las instrucciones y bajando a su trastero se cambió con el mismo atuendo de aquella noche. Habían quedado a una hora no demasiado tardía puesto que la chica le contó que Sabra y unas amigas iban a ir también.



-No te inquietes por eso.- Se limitó a responder él sin parecer darle importancia.-



            De hecho, Martin contaba precisamente con ello. Tomó una mano de su prometida y la hizo seguirle al interior de aquel sitio. Allí siguió paso a paso y metódicamente todo lo que la viera hacer con esa muchacha morena. Hasta la besó y acarició de modo similar. Al fin, la guió al interior, a esa sala a medio iluminar y la pidió que se sentase sobre sus rodillas.



-No sé por qué hacemos esto.- Musitó ella con tono entre apurado e incluso molesto.- Es repetir la historia.

-Precisamente por eso.- Sonrió él.- Repetirla, pero esta vez, en el buen sentido.



            Y luego hasta fueron al baño, curiosamente encontrándolo tan desierto como estaba en aquella otra ocasión. Y es que, como aquel tipo le había aconsejado. Tenía que volver y cambiar eso. Aquello sencillamente no había pasado o, en todo caso, ocurrió de otro modo. En lugar de con esa mujer seria con él con quien Daphne habría protagonizado esas tórridas escenas de lujuria.



-Quisiera ver la cara que pondrá tu amiga, cuando nos vea.- Le susurró a la perpleja Daphne, tras haber disfrutado de numerosos besos y abrazos en la intimidad de aquel sillón que las dos chicas previamente ocuparan y obsequiar a su novia con idénticos tocamientos en el baño.-



-¡Oh!- Pudo exclamar ella, notando los dedos del chico en sus partes íntimas.- Creo que esto es ir demasiado lejos, yo…

-No temas nada y déjate llevar.- le susurró él, besándola en el cuello, en la cara y finalmente en los labios, con deseo.-



            Daphne se sentía extrañamente bien. Ese muchacho no tenía la misma destreza que Sabra pero tampoco lo hacía mal. A la joven le parecía estar viviendo una especie de déja vi. Y es que Martin logró hasta que le pusieran la misma música que recordó haber escuchado entonces.



-Yo, no quiero que nos vea.- Musitó la muchacha con temor.-

-Tranquila, no te pasará nada malo.- Le susurró con tono cariñoso él.-

-Tengo que ir al servicio.- Dijo entonces la azorada muchacha.- Me refiero a...ya sabes…



            Martin asintió. Su prometida se separó de él y se metió en uno de los baños, él por su parte aprovechó para ir a otro, dándose cuenta que cierta parte suya había aumentado mucho de dimensiones. ¡Y no era precisamente por tener ganas de orinar! Sin embargo, volvió pronto a la normalidad y tras salir del servicio vio complacido como un nuevo vídeo llegada a su teléfono. En esta ocasión el que él mismo protagonizaba con su ahora novia.



-Entonces ha llegado el momento.- Se dijo.- Es tal y como él me advirtió. Debo ponerlo todo en juego.



            Salió hacia el bar en lugar de dirigirse al cuarto de baño en el que estaba Daphne. En la barra vio a cuatro mujeres tomando unas cervezas y al fin la reconoció. ¡Era ella! Ahí estaba esa bollera que había asaltado a su novia. Se acercó como si fingiera desconocer su identidad y pidió dos cervezas. En ese instante no había demasiada gente pero, con todo, y aparentando naturalidad, mandó un mensaje a Daphne diciéndole dónde estaba y se puso al lado de esa chica para abordarla como si quisiera pasar.



-Perdona guapa. ¿Me dejas?



            La  verdad, lucía un vestido ajustado a su talle de color rojo  que remarcaba sus encantos y unos zapatos de tacón blancos que la estilizaban mucho. Martin tuvo que admitir que, pese a todo, su rival por el amor de Daphne era preciosa. Bastante alejada de esas visiones de mujeres poco femeninas con las que muchas veces se identificaban a las de su condición. No obstante, tenía que apartar eso de su mente y ceñirse a lo que debía hacer. Por su parte, la interpelada se quedó perpleja. ¡Era ese chico! Le miró de arriba abajo sin poder creerlo.



-¿Qué pasa, Sabra?- Quiso saber Elisa que se dio cuenta de que su compañera se había quedado sin habla.-



            La israelí no le dijo nada a ella aunque sí se decidió a hacerlo con ese tipo. Ya estaba harta de él, siempre tratando de ligarse a su novia.



-¿Te conozco para que me hables con tanta confianza, guapo?-Replicó la morena con una mezcla de fingida melosidad y desdén.-

-No lo creo.- Replicó él, añadiendo con tono despectivo a su vez.- No suelo moverme mucho por estos ambientes.

-Y sin embargo, aquí estás.- Se sonrió su interlocutora que preguntó con sorna.- ¿Has venido buscando a alguien quizás?

-A decir verdad ya encontré a ese alguien, y estoy con ella ahora.- Respondió sin arredrarse él.-

-¿No me digas?- Sonrió desdeñosamente Sabra, añadiendo con irónica sorna.- Buena suerte con eso, amigo.



            Elisa se había alejado algo de su compañera aproximándose a las otras y les comentó a Olivia y a Ludmila que la israelí parecía haber ligado con un chico.



-¿Sabra? ¿Ligar con un chico? Lo dudo mucho. - Se sonrió Olivia moviendo la cabeza.-

-Pues no está mal, lo querría de pololo.- Sonrió la chilena en tanto les indicaba con la mirada dónde estaban.-

-A mí no me parece que estén conversando de un modo muy amigable.- Observó entonces Ludmila.-



            Las otras se fijaron y así lo vieron también. Sin embargo, lo que ninguna esperaba, como tampoco el resto de las personas del bar, fue que la israelí arrojara el contenido de su cerveza a la cara de aquel tipo. Sin arredrarse, éste intentó apartarla de un empujón, pero su rival utilizó precisamente su habilidad en artes marciales para agarrarle el brazo que el chico había extendido y doblárselo. Martin gritó de dolor antes de que su agresora le proyectara con una llave. El joven se golpeó contra la barra del bar cayendo al suelo.



-Eso te enseñará a no meterte en lo que no te importa. ¡Imbécil! - Espetó ella.-



            Las demás la miraron atónitas, acercándose de inmediato para tratar de separarles, quizás ese hombre estuviera borracho y hubiera tratado de propasarse. Y pudiera ser que ahora tratase de devolver algún golpe. Sin embargo, no se movía del suelo.



-¿Pero, que le has hecho?- Exclamó la mejicana.-



            Saliendo poco a poco de ese estado de agresividad en el que se encontraba, Sabra miró al cuerpo de ese chico allí tendido, sin moverse, ni reaccionar. La gente se había apartado y la música se apagó. Solamente ella supo que había ocurrido entre ambos. Mientras sus amigas observaban de lejos, sin poder escuchar por el ruido que había antes, la muchacha le había dicho a ese tipo.



-Mira, sé quién eres y te lo voy a decir muy clarito, amigo. Daphne y yo somos pareja. Ella es mi novia. ¡Entiéndelo bien! No le gustan los tíos. Así que déjala en paz o no tendré tanta paciencia la próxima vez.

-¿No me digas? Pues creo que te equivocas. Lo que precisamente necesita ella es de un hombre de verdad. No de una tortillera que juega a serlo.- Espetó el joven con evidente desprecio para rematar.- Y quizás tampoco a ti te vendría mal uno que te orientase en la dirección correcta.

-¿No me digas? ¿Y quién es ese macho perfecto, tú?- Se burló su contertulia para afirmar.- Quizá es que para Daphne soy más “hombre” que tú en según qué cosas.- Le escupió la morena devolviéndole ese tono.- Por eso me ha preferido a mí. ¡Qué pena me das! Viniendo aquí a mendigar por verla. Pues no te preocupes, enseguida vendrá. Hemos quedado y voy a presentarla a mis amigas…como mi novia, para que te enteres.



Aunque para sorpresa de Sabra ese chico no solamente no se molestó por aquellas palabras, sino que sonrió con expresión triunfal. Fue raro, eso habría herido el amor propio de cualquiera. Y más el de un niñato como ese.  Entonces fue cuando él replicó entre divertido y casi con un insano e irónico disfrute.



-Pobrecita…en el fondo me das hasta pena. ¡Mira!, mira como Daphne te prefiere a ti…



            Y exhibiendo un teléfono móvil ante ella le puso un vídeo que la dejó helada. Para horror y asombro de Sabra vio a su novia besándose y sobándose con ese tipo. En los mismos sitios en donde habían estado las dos. ¡Es más! Daphne vestía exactamente igual. Su interlocutor sonrió disfrutando el momento para sentenciar.



-Lo tuyo con mi novia. ¡Sí, mi novia! - Repitió con una exclamación.-  Jamás ha sucedido. ¿Lo entiendes, zorra?  Ella es una chica normal y decente. Así que déjala en paz y búscate a otra sucia tortillera como tú para desahogar tus perversiones.



            La ira sustituyó a la sorpresa en la mente de Sabra y su juicio se nubló, sin pensar reaccionó por puro instinto de combate arrojando el contenido de su cerveza contra ese estúpido. Luego, cuando éste hizo amago de atacarla, le proyectó con una llave. Todo fue tan rápido que ni ella misma se dio cuenta hasta que concluyó. Ahora aquel individuo estaba inerte. Y en un principio se asustó mucho, dado que no tenía claro si le había matado.



-¡Vamos, despierta!- Le gritaba infructuosamente.- ¡Maldita sea!



            El resto de la gente reaccionó de diversas formas. Algunos gritaron y salieron corriendo, otros se arremolinaban a cierta distancia mirando la escena con estupor y miedo. Por suerte sus compañeras de armas reaccionaron enseguida y la apartaron tratando de reanimar a ese chico.



-Hay que llamar a una ambulancia.- Indicó Ludmila en tanto Elisa comprobaba las constantes vitales del individuo.-

-Creo que respira.- Dictaminó la chilena.-



            Entre tanto Daphne salió del servicio y oyó revuelo. Sin comprender nada fue hacia el foco de aquellos gritos y vio a la achantada gente en corrillo mirando hacia la barra. Con horror descubrió el cuerpo de su ahora novio tendido en el suelo.



-¡Martin!- Exclamó, corriendo de inmediato junto a  él.-

-Ha sido esa chica, la morena. Ella le agredió.- Escuchó una anónima y acusatoria voz a su espalda.-



            Daphne elevó la vista con los ojos llorosos, ante ella apareció el rostro desencajado de Sabra que todavía respiraba con agitación.



-¿Qué les has hecho?- Inquirió a la israelí, entre atónita, furiosa y horrorizada.-

-No, yo… ha sido un accidente.- Pudo musitar  ésta, incapaz de sostener esa mirada de reproche por mucho tiempo.- Yo no quería…



            Trató de aproximarse a la que aún creía su novia. No obstante, Daphne siseó con su tono teñido de ira.



-¡Apártate de mí!



            Eso bloqueó a Sabra como pocas cosas en su vida habían hecho. Incapaz de decir nada retrocedió un par de pasos. No le dio tiempo a más, Elisa la tomó de un brazo urgiéndola a salir de allí



-¡Vamos, vete! ¡Sal de aquí!



            Aunque su compañera parecía petrificada. Su mente se negaba a aceptar aquello. El mundo se había puesto patas arriba. ¿Cómo era posible?. Hace unos días, ella y Daphne estaban enamoradas y compartiendo intimidad. Ahora ella la miraba peor que si fuera un extraña, era como si de un enemigo se tratase y allí estaba, arrodillada en cambio junto a  ese cabrón y tratando de recostarle cariñosamente sobre su regazo.



-Martin, por favor, no me dejes ahora.- Sollozaba llena de temor y angustia.-¡Despierta!



            Los técnicos sanitarios llegaron al fin. Con suavidad y tacto apartaron a la traumatizada novia de ese chico y le subieron a una camilla. Aunque también la policía hizo acto de presencia. Dirigidos por algunos de los testigos enseguida se llegaron hasta Sabra.



-Haga el favor de acompañarnos, señorita.- Le pidió uno de los agentes.-

-Ha sido todo un accidente, oficial.- Intervino Olivia, saliendo en defensa de su compañera y subordinada.-

-Debe acompañarnos a comisaría a declarar.- Le ordenó a la israelí el policía que parecía estar al frente.-



Sabra no se resistió, eso sí, sus compañeras fueron con ella. Como oficial de más alto rango Olivia se hizo cargo y contactó de inmediato con la mayor Hunter. Ahora Susan llegaba al fin. Tras entrar en la comisaría, enseguida se identificó, subrayando así la visión de su uniforme.



-Soy la mayor Hunter, la superior de la alférez Leví. ¿Dónde está mi piloto?- Quiso saber.-



            Pero el policía que estaba ante el mostrador atendiendo a los visitantes no pareció impresionado y se limitó a decirle.



-Aguarde un momento, por favor, ahora aviso al inspector.



            Susan tuvo que armarse de paciencia y tomar asiento en una silla de plástico, en aquella especie de estancia que hacía las veces de recibidor. Al poco eso sí, apareció a su lado Elisa que enseguida la saludó militarmente, pese a ir vestida de paisano.



-Mayor Hunter, gracias a Dios que está aquí.

-¿Qué ha pasado?- La interrogó Susan.-

-Verá, apenas sí vimos nada. Sabra tuvo una discusión con un chico y de pronto él estaba tirado en el suelo.

-Espero verla pronto. ¿Qué tal está ese muchacho?- Se interesó de inmediato ella.-

-Lo llevaron al hospital según creo. -Respondió la chilena.-



            Susan suspiró. ¡Ojalá que Martin se recobrase pronto! Al poco pudo ver finalmente al policía, ese inspector que llevaba la investigación. Un hombre cercano a la cincuentena, de su estatura y casi calvo, la informó con bastante amabilidad



-Soy el inspector Méndez, verá, mayor Hunter. Pese a que usted sea superior de esa señorita esto no ha sido un hecho sujeto a jurisdicción militar.

-Lo sé perfectamente, inspector.- Admitió ella.- No obstante quisiera verla como amiga, si fuera usted tan amable de permitírmelo.

-Por supuesto.- Asintió él.-



            La guió hasta la zona de calabozos. Allí, en una habitación aislada únicamente por una puerta, estaba Sabra. Desde luego y por fortuna no era la típica celda con barrotes de acero, pero no hubiera sido necesario. Aun estando en ese lugar y con la puerta abierta la joven morena no se hubiese movido de la silla en la que llevaba sentada durante al menos cuarenta minutos. Aquel inspector vino haría unos diez a tomarle declaración. Al principio habló poco ante las preguntas de rigor de aquel tipo. Después, sí que respondió con preocupación cuando éste le dijera como contestación a una pregunta de la propia Sabra.



-Por ahora no conocemos el estado de ese chico. De momento los cargos contra usted serían por agresión. Si Dios quiere y se recupera eso sería todo.

-¿Sino?- Quiso saber una visiblemente asustada joven.-

-Podría incluso llegar a homicidio involuntario, caso de que muriera.- Sentenció el policía.-

-¿Homicidio? No, oiga, yo… no quise en ningún momento llegar a eso.- Se apresuró a decir Sabra, temblando con solo pensarlo.-



            Aunque más que por ella misma se asustaba pensando en Daphne. Ella la odiaría si algo le pasaba a ese tipejo. Y además podría dar por terminada su carrera militar. Por su parte, Méndez lanzó un breve suspiro, repasó los datos que la detenida le había proporcionado y recapituló

  

-Acorde a su declaración, señorita, él la provocó. Tras insultarla le mostró un vídeo bastante comprometedor de él con la que usted dice es su novia. ¿Correcto?

-Sí, inspector.- Convino la israelí.-

-Pero no trató de agredirla primero.- Remarcó el policía.-

-No,- tuvo que reconocer ella, matizando eso sí.- Pero me provocó, lo hizo a propósito.

-Eso es difícil de determinar, señorita.- Repuso escépticamente su interlocutor.- Las personas que estaban en el bar en el momento de los hechos no han comentado nada de eso. Ese chico sencillamente fue a por una cerveza y se detuvo a charlar con usted.

-Nadie oyó el tema de la conversación.- Contestó amargamente la detenida.-



            El inspector asintió, tras escuchar un resumen de aquello por boca de la detenida, se encogió de hombros para sentenciar.



-Aquí no se pone en tela de juicio su orientación sexual, ni a quién de ustedes prefiera la otra señorita que ha mencionado. Nos ocupamos únicamente de la reyerta. Y siendo sincero no veo que esto tenga buen cariz para usted. Ahora le recomendaría que ejerciese su derecho a llamar a un abogado.

-Han ido a llamar a mi superior, la mayor Hunter.- Le comentó ella.-

-Me parece muy bien, aunque esto nada tiene que ver con el ejército. ¿Lo comprende, verdad?.- Le recalcó él.- Su condición de piloto militar no le ayudará.

-Sí, señor, lo comprendo.- Suspiró la chica.-

-La dejaré aquí unos minutos hasta ver si llega su comandante.- Remachó el inspector.-



            Y así salió de la estancia. Al cabo de unos momentos se reunió con Susan. Ahora, la mayor Hunter entró en la sala. Sabra enseguida se puso en pie saludando nada más verla. Su jefa de escuadrilla enseguida le pidió que se sentase, tomando ella misma otra silla.



-Olvida los saludos ahora, estás en un lio muy grave.- Le dijo con severidad para añadir no sin pesar.- Y debo informarte que además, conozco a ese chico, es profesor de mi hijo. Y no sé de nadie menos violento o problemático que él. Me cuesta creer que fuese a buscar pelea contigo.

-No quise hacerle daño.- Insistió la israelí al borde del llanto.- ¡Se lo juro!, es la verdad.

-Y te creo.- Trató de animarla Susan para agregar.- Ten por seguro que haré todo cuanto pueda por ayudarte.

-Gracias señora.- Suspiró la joven con mejor talante.-



            Sin embargo, su superiora no parecía tan optimista al añadir.



-Por desgracia, este no es un hecho que ataña a la jurisdicción militar. A pesar de todo tu compañera Ludmila fue a informar al comandante Enset.

-Sé que esto tendrá consecuencias muy malas para mi carrera.- Musitó Sabra.-

-Por ahora eso es lo que menos debe inquietarte.- Suspiró Susan.-



            Entre tanto en el hospital, una hundida Daphne no se apartaba de Martin. Al menos hasta que la doctora Rodney llegó para acompañarla a la sala de espera.



-Ahora descansa. No te inquietes, ha sido un mal golpe pero está fuera de peligro.



            La chica se abrazó a Naya que intentó animarla. Tras un momento la maestra se separó de ese abrazo y le dijo.



-Nos acabamos de prometer. No puede dejarme sola ahora.

-Y no lo hará.- Le aseguró la facultativa con tono suave y tranquilizador.-  Ha sido un susto pero pronto le daremos de alta. Sin embargo, como ha estado inconsciente un rato tenemos que hacerle unas pruebas. Hay un protocolo que cumplir.- Le explicó.-



            La chica asintió, a ella le sucedió lo mismo cuando se desmayó. Pero esto era mucho más grave. Sabra le había golpeado usando sus técnicas de combate. Daphne no podía ni imaginar qué ocurrió entre ambos, aunque aparentemente el pobre Martin no hizo nada. Los testigos le echaron la culpa a la agresiva piloto. Desde luego que, en su opinión, Sabra había cruzado la línea. Esa mujer no tenía control.



-¿Cómo ha podido hacerle esto?- Se decía con pesar y angustia.-



            Al poco, los preocupados padres del joven hicieron acto de presencia. La asustada madre enseguida preguntó de modo atropellado. Una vez más, Naya se ocupó de calmar a los familiares del chico.



-Gracias a Dios todo se ha quedado en un susto.- Suspiró el padre quien, viendo a Daphne la saludó con amabilidad.- Soy Jason Carson, el padre de Martin.

-Yo me llamo Martha. Nos dijeron que usted ha estado todo este tiempo junto a nuestro hijo. Muchas gracias.- Agregó la mujer que le acompañaba.-

-No tiene  porqué dármelas. De verdad.- Afirmó ella con timidez.-

-Creo que sé quién eres.- Sonrió la madre del joven.- ¿Daphne, a que sí?

-Sí, soy yo.-Admitió tímidamente ella.-

-Jason, nuestro hijo habla siempre de esta chica. Fueron compañeros de clase en la facultad y trabajaron juntos en la cafetería.- Le contó la mujer al despistado individuo.-

-¡Ah!, creo que ya me acuerdo, Martha.- Asintió su esposo.- ¿Has estado alguna vez en nuestra casa cuando Martin y tú estudiabais en la universidad, verdad?

-Sí, señor Carson.- Musitó la joven.-



            La mujer, de pelo castaño recogido en un moño y alrededor de cincuenta años, sonrió ahora más amablemente todavía a esa chica para afirmar.



-Quizás no soy yo quien debería decírtelo, pero mi hijo te tiene en muchísima estima, querida. Y ahora veo que con motivo.

-Muchas gracias, señora.- Sonrió apuradamente ella, para confesar.- De hecho, nos hemos prometido.



            Los padres de Martin se miraron con sorpresa. Desde luego que el chico nada les había comentado de eso, aunque por supuesto que felicitaron a la muchacha.



-Enhorabuena, eso nos hace muy felices.- Afirmó Jason, un hombre de más de cincuenta años, y pelo entre oscuro y canoso, con un ligero bigote blanquecino también.- Sois jóvenes todavía pero ahora, más que nunca, deben mantenerse las tradiciones y los valores.

-Así es.- Convino la mujer, quien ahora mutó su afable gesto por otro de crispación relatando.- Un policía nos llamó. Nos dijo que nuestro pobre hijo estaba aquí, inconsciente al ser agredido por una de esas lesbianas asquerosas. Una de esas que no soporta que haya mujeres que prefieran a un hombre, como es lo natural.



            Daphne bajó la mirada casi a punto de llorar. Jason se lo cuchicheó a su esposa quien de inmediato rebajó el tono.



-Lo siento, querida. Te he recordado ese desagradable momento. Acaso esa pervertida intentó hacerte algo malo y mi hijo salió en tu defensa, ¿verdad?

-Yo.. ni siquiera estaba delante, no sé qué sucedió, solo sé que discutieron. Había ido al servicio y cuando salí, vi a Martin en el suelo.- Sollozó tapándose la cara con las manos.-



            La señora Carson enseguida se sentó junto a esa chica y trató de animarla.



-Tú no tienes ninguna culpa de eso. ¡Pobrecita! Esa mujer estaría acosándote, ¿verdad?.



            Daphne fue incapaz de articular palabra, apenas asintió, con vergüenza incluso de mentir de ese modo tan sutil. Aunque aquel gesto fue suficiente para los padres de su ahora prometido.



-Comprendo que mi hijo saliera en tu defensa.- Aseveró Jason con un tinte de orgullo.-



            Al poco rato, una enfermera se dirigió hacia ellos. Su rostro era sonriente y con tinte jovial les preguntó.



-¿Los señores Carson?

-Sí, somos nosotros.- Se apresuró a responder Martha.-

-Su hijo se ha despertado, quiere verles a ustedes y a una chica que se llama Daphne.- Les informó.-





            Martha sonrió abrazándose a su esposo, desahogó unas lágrimas de alivio. Al fin, más tranquila tomó de la mano a su marido y ambos fueron a la habitación. No obstante, Daphne no les siguió.



-Vamos querida. Mi hijo quiere verte a ti también.

-Pero yo no soy de su familia.- Pudo oponer la avergonzada chica.-

-Claro que lo eres, siendo su prometida, es como si ya te considerásemos como a una hija.- Afirmó afablemente Jason.-



            Pese a resistirse a la idea de ir, no tuvo más remedio. Se sentía sucia y se censuraba por ser una embustera, pero guardó silencio y finalmente siguió a esa pareja. Entraron despacio. Martin estaba incorporado con una almohada tras la espalda y un vendaje que le rodeaba buena parte de la cabeza.



-¡Hijo!- Exclamó Martha abrazándose enseguida a él.-

-Mamá, me duele mucho la cabeza.- Se quejó el muchacho.-

-No me extraña, esa furcia te dio un buen golpe. - Afirmó la ahora nuevamente enfurecida mujer, añadiendo.- La vamos a denunciar, ¡se va a pudrir en la cárcel!



            Martin escuchaba aquello con deleite. Sin embargo, vio con rapidez el consternado semblante de Daphne y decidió seguir las sabias recomendaciones de su misterioso benefactor cuando repuso.



-Mamá, fue un altercado sin  más importancia. Tuve la mala suerte de golpearme la cabeza. No deseo arruinarle la vida a esa chica por ello.

-¿Arruinarle tú la vida a ella?- Replicó el atónito Jason, rebatiendo también con enfado.- Esa maniaca depravada se la ha arruinado sola. Tu madre tiene razón. ¿A cuántos más podría hacer daño?

-Se debe perdonar a quienes se han equivocado.- Suspiró el chico mirando intensamente a Daphne quien incluso desvió apuradamente la mirada. Más cuando el joven agregó con tono suave.- Y ella también tendrá gente que la quiera.

-Mi niño, eres demasiado bueno.- Sollozó Martha conmovida por aquella a su juicio enorme generosidad de su hijo.- Está bien, si tú no quieres…por ahora no haremos nada.

-No podemos dejarlo así. Y aunque nosotros no presentemos cargos a buen seguro que habrá actuación de oficio.- Presumió el padre de Martin.-

-Ahora eso no me importa. Solamente quiero estar con vosotros y con mi novia.- Sonrió él alargando la mano hacia la chica.-



            Daphne la tomó de inmediato, llevándosela a su mojada mejilla. No pudo evitar llorar. Estaba claro quién la amaba de verdad. Maggie tenía razón. Sabra quizás confundía el amor con la pasión. Era buena chica pero había actuado como si ella le perteneciera. Martin por el contrario demostraba ser generoso y no buscar venganza.



-Sí, Dios te ha puesto en mi vida.- Musitó sin que nadie de los presentes la oyese haciéndose desde entonces una solemne promesa.- Haré cualquier cosa por ti.



            Entre tanto, el embajador Derail volvía a Nature. Las cosas habían dado un giro inesperado en su mundo natal. Cuando le llegaron las noticias no pudo creerlo. Estaba realmente anonadado.



-Tengo que hablar con la princesa Seren para que me confirme esto.- Pensaba.-  El mensaje que mi primo me ha enviado desde la Luna…



            Y es que hacía unas horas llegó un comunicado desde Nuevo Vegeta. Informaba de algo increíble. Una especie de milagro. Cuando Doran lo recibió tampoco pudo creerlo. No tardó en comentárselo a su esposa la reina de la Luna Nueva, Neherenia, tan asombrada con él,  solamente pudo decir.



-Seguro que la reina Serenity y el rey Endimión saben que significa esto. Contactaré con ellos enseguida.



            Así lo hizo y cuando los soberanos de la Tierra aparecieron en un gran espejo que la reina poseía en sus estancias privadas, Neherenia les comentó.



-Mi marido ha recibido un mensaje de su hermana la reina Aiona. Dice textualmente. “ El peligro se ha desvanecido, el Mensajero le ha mostrado la luz al que estuvo sumido entre tinieblas”



            Eso bastó para que Serenity y Endimión se mirasen y sonrieran con gran amplitud. Fue el rey quien replicó a su amiga y aliada.



-Nada debéis temer ya en cuanto a ese asunto. Ni vosotros, ni ningún otro planeta. Que tu esposo envíe ese mensaje a su primo el embajador Kiros Derail, a Nature. Por nuestra parte aguardamos el retorno de la princesa de Plutón para informarnos en persona.

-Pero no debemos engañarnos, amiga mía. -Intervino Serenity con más seriedad.- Esto solo ha sido la victoria en una batalla. Impresionante sí, pero todavía existen muchas amenazas para todos los planetas de nuestra alianza, provenientes tanto del exterior como del interior de los mismos. Y se camuflarán en muchas formas diferentes.

-Permaneceremos vigilantes, como siempre.- Les aseguró Neherenia. – Gracias, Majestades.



            Así sus interlocutores desaparecieron del espejo. La soberana de la Luna Nueva le comentó eso a su esposo y Doran envió de inmediato recado a su primo Kiros.



-Todavía no comprendo lo que significa eso. Está escrito en acertijos.- Se decía el embajador Derail.-



            En otro lado del planeta, una enorme figura cubierta por un capote se guarecía de la lluvia en la zona meridional de Nature. Mirando hacia el horizonte se decía.



-La capital de este mundo está a poca distancia. Iré a buscar a Kiros Derail. Puedo sentir su energía desde aquí. Pero no está solo. También puedo percibir esa otra tremenda fuerza. Bien, con ésta técnica que me han facilitado estaré junto a ellos de inmediato.



            Kiros llegó al fin a casa. Era ya de tarde. Abrió entrando y suspiró. ¡Por fin! Su esposa nada más verle corrió a abrazarlo.



-¡Menos mal! ¿Qué tal te ha ido?- Quiso saber enseguida.-

-Buenas noticias.- Sonrió él.- Al menos según el mensaje que mi primo me ha enviado. Es algo críptico pero parece que han logrado vencer…

-¡Papi!- Exclamó una feliz Gloria en tanto corría hacia él.-

-Hola tesoro.- Sonrió el saiyajin, levantando en brazos a su hija.-



            La cría asintió y tras darle un beso a su padre fue dejada en el suelo por éste y se acercó a su madre.



-Cariño, papá estará cansado. Ahora deja que se ponga cómodo y luego…



            Empero, la niña la interrumpió risueña para declarar incluso divertida.



-Él también está aquí…

-¿Él?- Se extrañó Maggie.- ¿Quién, papá?- Inquirió sin comprender.-



            Ella desde luego no veía a nadie más. Aunque su marido sí que adoptó una expresión rara, parecía estar notando algo. Apenas si musitó con creciente alarma.



-¡Esa energía! ¡No puede ser!



            Tocaron a la puerta, Maggie, dejando aquello de lado por unos instantes, fue a abrir. Al hacerlo se sobresaltó. Aquel hombre encapuchado y cubierto de un grueso capote gris era enorme, mediría más de dos metros y sus espaldas y hombros estaban tan poderosamente desarrollados que apenas cabía por la puerta.



-¿Sí, qué desea?- Inquirió pese a todo con tono cortés.-



            El tipo no respondió, en un gesto reflejo Maggie se giró hacia su esposo para preguntarle.



-¿Esperabas a alguien de visita?



            Pero al verle ella misma palideció. Kiros estaba con la boca abierta, el rostro desencajado por el pánico más absoluto y había caído de rodillas nada más ver a ese hombre cuando se quitó la capucha todavía mojada que le cubría la cabeza. La enfermera miró alternativamente a ambos sin entender nada. Ese extraño no hacía ningún movimiento pero, aun así, Kiros daba la impresión de estar paralizado por el terror. Y ella , que conocía a su esposo, sabía que no era ningún cobarde. Lo que todavía la asustó más cuando él al fin balbuceó  con evidente pavor.



-¡No!, esto es… el fin…

-¿Quién es usted, qué quiere?- Pudo preguntar una asimismo cada vez más atemorizada Maggie.-



            Y sin embargo, ese individuo no se mostraba hostil. Paradójicamente su atención se centraba en la tercera persona de aquella familia. Miraba a Gloria que era la única en no mostrar el más mínimo temor. Todo lo contrario cuando, tras una breve carcajada con su cristalina risa infantil, saludó a ese extraño.



-Hola. ¡Qué grande eres!

-Hola. - Respondió finalmente él, con tono grave e incluso respetuoso al sentenciar tras hacer una leve inclinación.- Al fin te he encontrado, pequeña.



            Y súbitamente Kiros reaccionó levantándose y ordenando a su atónita mujer.



-¡Maggie, llévate a la niña de aquí!



            Pese a todo ese gigante seguía sin inmutarse, allí plantado ante la puerta. La enfermera comenzaba a asustarse y mucho. Su marido, que era un hombre realmente alto y fuerte, con un físico imponente, parecía casi un chiquillo en comparación con ese tipo. Si bien ella sabía ya que entre los saiyajin las apariencias podían engañar, Kiros, pese a su tremenda energía, daba la impresión de estar aterrado al contemplar a ese hombre. Así pues obedeció corriendo a rodear con sus brazos a Gloria en tanto se arrodillaba para tomarla en vilo y salir corriendo. El embajador Derail pese a temblar visiblemente se encaró con aquel tipo espetándole.



-Sé que no tengo ninguna posibilidad contra ti. Pero defenderé a mi familia. Lo que sea que tengas contra mí o los míos no incluye a mi mujer y a mi hija. Te suplico que las dejes marchar. O mejor. ¡Vayamos a otra parte!



            Al fin, tras un dramático silencio durante el cual la aterrada Maggie tampoco se atrevió a moverse por no atraer la atención de ese tipo, el visitante esbozó una ruda sonrisa y declaró con tono tranquilo.



-No estoy interesado en ti, Kiros Derail, y tampoco tengo nada ya en contra tuya. No vine por eso.

-¿Entonces, qué es lo que quieres?- Pudo preguntar el todavía atemorizado saiyajin.-

-Ver algo con mis propios ojos.- Repuso el interpelado, clavando su mirada en Gloria.-



            Maggie se interpuso instintivamente entre su hija y aquel enorme individuo. Aunque tenía la certeza de que si aquel tipo quisiera, nada de lo que ella o su marido pudieran hacer le  detendría.



-Te lo suplico, no le hagas nada a nuestra hija.- Pudo balbucear la enfermera con expresión implorante.-

-Yo no podría hacerle daño.- Sonrió más ampliamente ese hombre.- Además, no es esa mi tarea.



            En ese instante para horror y estupor de sus padres, la pequeña se soltó del protector abrazo de Maggie y se acercó a ese hombre. Sonriente también le preguntó con un tono que daba la impresión de ser de confianza y complicidad, pese a no conocerle de nada.



-¿Tú también le has visto?

-Sí.- Admitió su interlocutor doblando una rodilla y agachándose para mirar a los ojos de aquella cría.-

-Kiros ¿qué está pasando aquí? ¿Quién es ese hombre?- Quiso saber una agitada Maggie.-

-No lo sé. No sé qué ocurre. - Confesó su ahora también atónito esposo.- Pero él es… era. ¡Por todos los ancestros!

-¿Quién?- Insistió su mujer casi al borde de la histeria.-

-Es el príncipe Eron.-Musitó él.-



            Maggie se quedó petrificada. Aquel hombre era hijo de los reyes de Nuevo Vegeta. Eron el traidor, el príncipe renegado quien, según le contaran su esposo y su suegra Elua, se rebeló contra sus padres deseando convertir Nuevo Vegeta en un mundo de conquistadores. Ansiaba el poder y dominar cualquier planeta a su alcance. Esos malvados Zura y Hurrels, que fueran tan crueles y poderosos, eran sencillamente unos lacayos suyos. Los mejores guerreros del espacio tuvieron grandísimas dificultades para vencer a Eron y exiliarle a otra dimensión. ¡Y ahora estaba ahí! Le tenía en su propia casa, mirando a los ojos a su pequeña.



-¡Oh Señor, ten misericordia de nosotros! -Sollozó la enfermera con el rostro demudado por el miedo.-



            Pero ese hombre no parecía en absoluto hostil. Al fin, apartando por unos instantes su atención de la cría, afirmó con tinte tranquilizador.



-No debéis temerme ya. No soy aquel que fui. He sido sanado por quién tendrá que venir a mostrarnos el camino de la Trascendencia.

-¿Qué?- Inquirió el atónito Kiros.-

-Ahora únicamente quise acercarme aquí a deciros esto. No seré un problema para ningún planeta. Pero hay otros que sí lo serán. Deberéis tener cuidado. Y sobre todo, deseaba conocer a la Enviada. La que precederá al Mensajero.

-¡El Mensajero!- Exclamó una asombrada Maggie.- Él, él fue quien me trajo de regreso junto a Gloria. Él…

-No comprendo nada. Te ruego que nos expliques esto, por favor.- Intervino Kiros que se había sobrepuesto a su temor pero no a su asombro.-



            No obstante, aquel tipo sonrió una vez más, moviendo la cabeza para responder.



-Eso no me corresponde a mí. Solo te diré que tu hija será una figura fundamental. Para el bien o para el mal.

-Un momento. ¿Cómo que para el mal?- Terció la una vez más temerosa Maggie.- Mi hija es buena, la luz del Señor resplandece en ella. Me sacó del mismísimo Infierno.

-En tu hija hay luz y oscuridad.- Alegó Eron.- Yo he visto las dos, y he vivido en ambas, sé lo fácil que puede ser ir de una a otra. Su papel no está aún definido. Ambos bandos tratarán de ganarla para su causa. De vosotros dependerá en gran medida cual logre su objetivo.

-¿Me estás diciendo qué?- Inquirió un asimismo muy inquieto Kiros.-

-Vuestra hija es muy especial. Te lo digo yo, un príncipe saiyajin.- Sentenció el gran individuo añadiendo.- Os lo demostraré.



            Y desapareció de la vista del anonadado matrimonio a tal velocidad que no pudieron verle. Ni tan siquiera Kiros, quien había entrenado y luchado contra los más poderosos oponentes. Cuando se dieron cuenta Eron reapareció sosteniendo en sus manos una cadena de oro con la cruz que Maggie solía llevar al cuello. Sonriendo divertido retó a la niña.



-Tengo la cruz de tu mamá. ¿A que no me la quitas?

-¿Quieres jugar al que te pillo?- Rio la niña con evidente entusiasmo.-

-Así es.- Sonrió una vez más Eron, comentando.- Y si quieres ganar y que te den un premio, tendrás que quitarme esta cruz. Y te advierto, no me voy a dejar.

-¡Eso es imposible! - Protestó Kiros.- Ni siquiera yo podría quitártela. Eres demasiado rápido para mí…

-Exacto.- Se sonrió su interlocutor con expresión incluso pícara ahora para sentenciar.- Tú nunca podrías… Pero Gloria sí.

-¿Qué premio me darás?- Quiso saber la niña.-

-La comida que más te guste. -Afirmó el príncipe saiyajin.-

-Quiero que papi me traiga un regalo.- Pidió la pequeña.-

-Seguro que lo hará, ¿verdad? - Le preguntó Eron al asombrado Kiros que, por inercia asintió.-

-¿Es que has perdido el juicio?- Exclamó la asustada Maggie regañando a su marido ahora.-



            No obstante, Kiros tomó suavemente a su mujer de los hombros y la abrazó para susurrarle con tinte tranquilizador.



-No pasará nada. Pero tenemos que ver esto.



            Y así, añadió tratando de sonar jovial, para prometer a su hija.



-Cariño, si le devuelves su cruz a mamá, papá te comprará un peluche. El que más te guste de la tienda.

-¿De verdad, papi?- Exclamó la cría con gran ilusión.-

-Palabra de saiyajin.- Repuso él levantando una de sus manos.-



            El rostro de Gloria se iluminó con una amplia sonrisa pasando a centrarse en aquel gran hombre que sostenía la cruz de su mamá en una de sus enormes manos. Ese tipo además declaró con tono entre desafiante y divertido, dirigiéndose a la niña.



-No te lo voy a poner nada fácil.



            Y acto seguido desapareció. O más bien se movía  a tal velocidad que era imposible de percibir para la asombrada Maggie e incluso para su anonadado esposo. Sin embargo, Gloria movía los ojos y giraba la cabeza hacia un sitio y otro, como si estuviera viéndole sin ninguna dificultad.



-¡Te pillé!- Exclamó dando un gritito con su vocecilla infantil.-



            Se lanzó con una rapidez tremenda hacia un lugar de la sala. Entonces ese hombre reapareció justamente allí esquivándola. La niña no se rendía y fue tras de él. El atónito matrimonio Derail solamente podía abrir la boca y mirarse entre sí sin dar crédito a lo que veían, o mejor dicho a lo que no veían.



-¡Es increíble!- Musitó Kiros abrazando asimismo a su impactada esposa.-



            Así continuaron hasta que la niña comenzaba a dar muestras de estar cansada y enfadarse. Estaba cada vez más frustrada dado que aquel hombretón la eludía una y otra vez. Al fin se detuvieron en medio de esa gran estancia en la que estaban.



-¡Que! ¿Ya te has cansado?- Sonrió Eron agitando la cadena ante la mirada impotente y molesta de la cría.-

-¡Dámela! – Demandó la pequeña con tono airado.-

-Nada de eso.- Replicó el imperturbable guerrero.- Si la quieres, quítamela. ¿O es que eres muy lenta? ¡Te quedaras sin tu peluche, niña tonta! - Se rio con regocijo.-



            La cría estaba crispando su expresión, presa de un gran enfado. Al verla así Maggie quiso calmarla, sin embargo Kiros la sujetó despacio de un brazo y movió la cabeza. Al fin, la niña estalló con un grito que sonaba mucho más potente y grave de lo que por su edad debería



-¡Qué me la des!



            Y lo siguiente dejó anonadado al propio Eron, la cría emitió un resplandor rojizo y su pelo negro al tiempo que sus ojos habitualmente violetas, tomaron esa misma tonalidad. Con una rapidez mayor de lo que incluso el príncipe saiyajin pudo seguir se lanzó contra él agarrando la cadena y arrebatándosela. Cuando los adultos quisieron darse cuenta de lo que había sucedido la cría saltaba contenta y con su aspecto normal, a la par que, de forma pizpireta se acercaba a su asombrada madre y le daba aquel ornamento.



-Toma mami, ahora quiero mi peluche.



            Sus padres no eran capaz de pronunciar palabra. Fue el propio Eron quién, recobrado a su vez de la sorpresa, sentenció.



-Puede ser una campeona para el bando de la Luz o  el de la Oscuridad. Recordadlo. Ahora que he visto lo que quería, tengo que irme. Os deseo suerte.



            Kiros miró con expresión estupefacta a ese hombre y luego volvió la mirada hacia su hija. Maggie abrazaba a la pequeña con el rostro demudado también. La niña se recostaba sobre el cuello de su madre repitiendo con su vocecita parcialmente velada por los cabellos y el pecho de la enfermera.



-Mami, quiero mi peluche.

-Yo que tú iría a comprárselo sin demasiada tardanza.- Sonrió adustamente el gigante antes de salir de la casa de la atónita familia.-

-Hija. Ya es tarde, papá te lo comprará mañana.- Declaró entonces Maggie con tono de impostada calma.-

-¡Lo quiero ahora!- Exclamó la cría con tono de demanda separándose de su madre.-



            Maggie estaba asustada, acababa de ver como su hija había hecho algo increíble, que asombró a su propio esposo e incluso a ese tipo enorme y tan poderoso que acababa de irse. Sin embargo, algo le dijo que debía mostrarse segura y se forzó a mantener la tranquilidad para responder de modo suave pero firme.



-No me hables así o te castigaré. Papá te compraré el peluche pero será mañana. Ahora ven conmigo, tienes que bañarte y que cenar.



            La niña rompió a llorar y pataleó en el suelo. Aunque, por fortuna, en esta ocasión no evidenció ningún poder sobrehumano salvo su capacidad de berrear. Kiros y Maggie se miraron no sin alivio. El saiyajin entonces se acercó a su hija y le susurró conciliador.



-Mamá tiene razón. He dicho que te lo compraré pero no que fuera a comprártelo ahora. Si eres buena mañana, después del colegio, iremos tú y yo de paseo y podrás elegir el peluche que más te guste.



            Aquellas palabras tuvieron el efecto de calmar a la cría, Gloria se levantó dejando de llorar y asintió con su cabecita. Sus ojos violetas estaban ahora enrojecidos tras el llanto pero no mostraban otro particular. Al fin le dio la mano dócilmente a su madre y Maggie la llevó al cuarto de baño. Tras dejarla en la bañera jugando con un pato de goma, salió suspirando.



-¡Dios mío! Todavía no puedo creerlo.- Sentenció la enfermera.-

-Pues ha sido real. Y yo tampoco soy capaz de asimilarlo.- Admitió su marido, añadiendo eso sí, con admiración hacia su esposa.- Pero también tú me has impresionado. No era fácil negarle nada a Gloria tras lo que hemos visto.

-Es cierto.- Convino Maggie quien no obstante alegó.- Pero tras lo que ese hombre nos ha dicho, ahora más que nunca tenemos la obligación moral como padres de educarla bien y marcarle límites.

-Es verdad. Si deseamos ganarla para las fuerzas de la Luz.- Declaró él, inquietado todavía por esas palabras de Eron.-



            Maggie asintió despacio, estaba asimismo preocupada por aquello. Sin embargo, dejando eso por el momento, volvió con su hija para terminar de bañarla y pasar el máximo tiempo posible a su lado. Estaba segura de que, si sus padres le mostraban todo su amor, su pequeña Gloria no dudaría en tomar el camino del bien.



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