Si algo alegraba a Susan era estar al
fin en casa. Tras el combate que sostuvo contra los Arcoily al frente de su
escuadrilla habían pasado tres días. Sus subordinadas disfrutaban ya de sus
permisos, lo mismo que ella. Ahora, enfundada en un ligero pijama de lino de
color pastel, jugaba distendidamente con su hijo.
-Ven cariño.- Le pedía dulcemente al
pequeño Alex.- Aquí con mamá.
El
crío avanzaba con rapidez pese a sus cortas piernecitas. Se abrazaba a su madre
que le levantaba en vilo y hacía ruidos como si de un cohete se tratase.
-Al espacio, mami.- Le indicaba el
crío.-
-Sí, mi niño es un cohete. ¡Ja, ja!-
Reía Susan.-
Aprovechar
esos escasos instantes en los que estaba junto a él eran un auténtico motivo de
alegría y un regalo. Como mayor del ejército y piloto de un caza de combate,
nunca estaba segura de retornar al final de cualquier misión. Eso le estaba
haciendo replantearse la vida. Ahora al menos, si los Arcoily lo permitían, su
puesto iba a estar más en los despachos que en la carlinga de un varitech, y
pese a que le encantaba pilotar se daba cuenta que ahora tenía más que perder.
Y no solamente ella, sino su familia.
-Tengo un hijo que podría quedarse sin
madre.- Meditaba a veces sintiéndose culpable.-
Al
menos siempre estaría Giaal. Su esposo era un magnífico padre y adoraba a Alex.
Hasta sus suegros Ail y Ann era encantadores y disfrutaban cada vez que podían
visitar a sus nietos, tanto a Alex como a Fiora. Y también estaban Alan y Naya, los tíos del
niño y padres de la aludida sobrina de Susan. La mayor Hunter pensó en eso, sin
olvidarse de sus propios padres y hermana Debbie quien, pese a no haber visto
al pequeño más que en un par de ocasiones, demostró tenerle mucho cariño.
-Ni mi hermana, ni yo, tenemos vidas que
se puedan llamar tranquilas. Pero ella al menos no tiene que pensar en un hijo.
- Suspiró en tanto levantaba una vez más al niño.-
Y
encima éste cada vez pesaba más, crecía sano y grande. Eso la hacía más feliz
si cabía.
-Bueno, Alex, cariño. Mamá se cansa de
levántate en brazos.- Tuvo que admitir.-
-Un poco más.- Pedía inflexiblemente el
pequeño.-
Su
apurada progenitora movió la cabeza dando un largo suspiro. ¡Eso sí que era
tenerla haciendo instrucción! Su hijo daba más órdenes que un almirante. Al
fin, tras un par de “ aúpas” más para contentarle, logró que Alex aceptase
cambiar de juego. El niño se entretuvo con unos bloques de construcciones que
prefería derrumbar entre risas ante los pacientes intentos de su madre por construir
algo.
-¡Menos mal que los Arcoily no tienen tu
capacidad demoledora! - Se dijo la mayor Hunter esbozando una sonrisa.-
Al
fin, el sonido de la puerta abriéndose
la distrajo. Alex corrió enseguida hacia la entrada de la casa. La voz de su
padre se escuchó no tardando mucho.
-¿Qué tal, hijo?- Le preguntaba un
recién llegado Giaal tomando en brazos al crío.- ¿Te lo pasas bien con mamá?
El
niño asintió, mirando encantado a su padre con sus grandes y azules ojos. Tras
sonreírle Giaal se reunió con su esposa, se dieron un beso y ella le preguntó.
-¿Qué tal todo en el hospital?
-Bien, bueno, ya sabes.- Suspiró él ahora
con un semblante más entristecido.- Aurora sigue en coma. La pobre mujer se va
apagando lentamente.
-¡Cuánto lo siento!- Declaró Susan.-
El
pequeño Alex les miró quizás pensando porque sus papás se habían puesto tristes
de repente. Su madre enseguida lo notó y adornó su expresión con una gran
sonrisa en tanto le decía.
-Hora de bañarse y luego la cena.
-¿Quieres que me ocupe yo?- Le propuso
su esposo al verla cargar con el pequeño.-
-No, nada de eso. Ya te has estado
ocupando bastante cuando estuve destinada en la zona septentrional.- Rehusó su
contertulia.-
El
médico asintió para irse al otro cuarto de baño y ducharse a su vez. Deseaba
descansar tras un día largo y muy penoso. De hecho, delante de su hijo no le
quiso decir a Susan toda la verdad. La salud de Aurora estaba muy deteriorada y
su coma era irreversible. Pese al llanto desesperado de Orix y la cara de
sufrimiento de Nelly, cada vez que iban a visitarla, el facultativo no podía
darles otras noticias. Incluso cuando vino Edgar y hablaron a solas
aprovechando que los niños estaban en el colegio, ya tuvieron que discutir
cuando desconectar a la paciente de los sistemas de soporte vital que aun
mantenían su vida. Estaban solos en el despacho de Giaal.
-Doctor, se lo ruego.- Le pedía el
angustiado marido de Aurora.- Haga cualquier cosa, lo que sea. ¡No me importa!
Pero devuélvanosla.
-Lo lamento mucho, no puedo hacer nada.-
Desestimó el apesadumbrado Giaal.-
-Pero usted trajo de vuelta a Nelly.
Usted la hizo revivir, o al menos a lo que quiera que eso sea, con la
apariencia de mi hija.
-Por favor, no diga eso. Es su hija.-
Insistió él.-
-Por mucho que me lo repita, jamás podré
creerlo.- Rebatió Edgar ahora con un tono más frío y cortante para alegar.- Sé
que me dirá que su ADN es el mismo, que físicamente es ella. Sin embargo, yo vi
lo que vi, cuando mi verdadera hija murió, estuve delante del cuerpo en ese
depósito.
Giaal
dio un largo suspiro. ¿Cómo podría explicarle a ese hombre lo que hicieron? No
era nada sencillo hacerlo, ni técnica ni mucho menos moralmente. Al fin optó
por decir.
-Su esposa recuperó a su hija, Y usted
también. Y tras tantos años es una niña maravillosa. No comprendo cómo no ha sido
capaz de amarla sencillamente por lo que es, un ser humano.
-¿Cree acaso que no lo he intentado?-
Espetó ahora Edgar con tono entre enfadado y amargo.- Pero eso no es un ser
humano. ¡No lo es! Por más que usted diga lo contrario. Si no quiere o no puede
hacer lo mismo con mi mujer, lo comprenderé. Si es su momento, que así sea,
pero no me obligue a aceptar a esa cosa como hija.
-No es una cosa.- Insistió Giaal
cargándose de paciencia, para alegar.- Y además, usted también adoptó a Orix,
que la considera su hermana. Con él nunca tuvo el menor problema.
-Orix es de su propia raza, doctor. Quizás
no sea humano, pero al menos sé de donde viene y quién es. Pero eso…no tengo ni
la menor idea.- Rechinó para pedir casi con desesperación.- pero nunca dije nada, no quise evidenciarlo.
Sabía lo que significaba para mi mujer. Por esa razón callé durante tantos años,
por mi esposa. Ahora mi pobre Aurora ya no está. No sufrirá por ello. Al menos,
podría ser sincero conmigo y decirme de dónde la sacó.
Giaal
no supo que responder. Quizás lo que ese desgraciado le pedía era justo. A su
manera tenía razón. Pudiera ser que, de haberle explicado todo con detalle en
aquel momento, hacía años, él la hubiese aceptado. Aunque ya era tarde para
deshacer eso y tras meditar durante unos instantes, el médico declaró con tinte
lleno de pesar.
-¿Está seguro de lo que me pide? Quizás una
vez que se entere hubiese preferido no haberlo saberlo nunca.
-Prefiero saberlo. Esté seguro.-
Insistió su contertulio.-
-Muy bien. Aunque le advierto que son
cosas que en muchas ocasiones pueden resultar incomprensibles para un ser
humano.- Sentenció Giaal.-
Sin
aguardar la réplica el galeno se levantó de su sillón, tras teclear en su
tablet se metió en un área restringida de sus programas. Allí puso sus
contraseñas y extrajo un informe que imprimió. Sin mediar palabra se lo entregó
a Edgar.
-Ahí está todo lo que usted deseaba
saber. Como padre, es decir, tutor legal de Nelly, puede tener acceso a ello. Únicamente
le pido una cosa. Le ruego por lo más sagrado, por la memoria de su esposa
incluso, que jamás y bajo ninguna circunstancia deje que la niña se entere de
esto. La destrozaría y no se lo merece.
No
obstante, su interlocutor no pareció prestarle atención. Ya estaba embebido
leyendo aquello. Su cara mostró todos sus estados de ánimo, incredulidad,
asombro, e incluso temor. El doctor Ginga se mantuvo en silencio hasta que
aquel hombre terminó de leer. Finalmente Edgar levantó la vista con expresión
atónita y horrorizada para apenas poder musitar.
-¡Un simbioide metamorfo! ¿Qué demonios
es eso?
-Eso es lo que hizo posible que Nelly
renaciera.- Repuso escuetamente su interlocutor.-
Le
contó entonces un somero resumen de lo que sucedió entonces. Al fin, Edgar
balbuceó.
-Siempre tuve razón. ¡Lo sabía! Desde el
principio esa cosa se hizo pasar por mi hija. Robando su memoria, sus recuerdos
y engañando a mi pobre esposa.
-No, todo lo contrario.- Rebatió Giaal.-
Ese ser estaba condenado, pero antes de morir quiso prestarse al favor que le
pedimos. Una parte suya pudo salvarse uniéndose al ADN que guardábamos de
Nelly, se transformó exactamente en ella. ¡Es ella! Sus recuerdos son los que
usted y su mujer le dieron. Después, fue creciendo como cualquier niña humana y
viviendo una vida normal.
-¡Normal! - Espetó con sorna Edgar,
sentenciando con tono desabrido.- Eso es cualquier cosa menos algo normal. No
quiero saber nada más de ella.
-No puede hacer eso. Es legal y
físicamente su hija.- Replicó Giaal quien estaba comenzando a perder su
habitualmente enorme paciencia y calma, pasando a advertirle a aquel insensible
tipo.- Y si me entero que le ha hecho daño de cualquier modo, le aseguro que me
ocuparé de darle su merecido, de modo legal o no.
Aquellas
palabras amedrentaron a ese hombre. Sabía de lo que alguien como el doctor
Ginga podría ser capaz. Por no hablar de su amistad con el embajador saiyajin.
Aunque finalmente Giaal rebajó su tono y añadió, tratando de recobrar la calma.
-Nadie puede obligarle a que la quiera.
Solo le estoy pidiendo que, aunque sea por respeto a la memoria de Aurora, y al
amor que tuvo por una persona a quien siempre consideró su hija, no cometa ninguna
barbaridad. Nelly es inocente de todo.
Edgar
no respondió, sin más se marchó del despacho tras cerrar de un portazo. Ahora,
pensando en eso, Giaal movía la cabeza en tanto terminaba de ducharse. No podía
evitar creer que había cometido un grave error al revelarle aquello a ese tipo.
Pero ya no había remedio. Salió y se secó. Al poco el teléfono de casa sonó. No
tardó en atenderlo.
-¿Si? Giaal Ginga al habla. La mayor
Hunter, sí, es mi esposa, claro. Enseguida la aviso.
Susan
estaba todavía bañando al pequeño Alex. Entre risas le salpicaba un poco en
tanto el crío jugaba con un pez de plástico y un barquito. Luego le sacó y ya
estaba envolviéndole en una suave toalla y secándole la cabeza con toda la
delicadeza de la que era capaz, cuando su marido tocó a la puerta.
-Espera.- Repuso ella añadiendo con
prevención.- No abras todavía, no quiero que se resfríe el niño.
-Te llaman al teléfono.- Le avisó
Giaal.- Dicen que es muy urgente.
-¿Es de la base?- Quiso saber la joven.-
-No, de la comisaría de policía de la
ciudad.- Le comentó él dejándola perpleja.-
Susan
se encogió de hombros. ¡Ni que fuera policía! Y que ella supiera no había
cometido ninguna infracción.
-¡No creo que haya dejado mal aparcado
mi caza! - Bromeó.-
Su
esposo le pasó un teléfono por la puerta entreabierta. Mientras terminaba de
secar al crío y le ponía su pequeño albornoz verde oliva, la oficial pudo
responder.
-¿Diga?. Soy la mayor Hunter, ¿Qué
desean?
Escuchó
entonces las explicaciones que le dieron y su cara fue pasando de la relajación
al asombro y la preocupación.
-¿Cómo dice? ¿está seguro?. Sí, sí
claro. Muy bien. Sí, es una de mis subordinadas. Sí, las otras también. Está
bien. Podré llegar en una media hora como muy pronto.
Al
fin pudo salir con el niño en brazos tras colgar.
-¿Qué sucede?- quiso saber Giaal.-
-Era la policía, sí. Han detenido a la
alférez Levi, la acusan de intento de homicidio. Ha mandado a un chico al
hospital. Y no vas a creer a quien. ¡A Martin, el profesor de nuestro hijo! -
Le desveló la todavía impactada Susan.- Tengo que ir. Me han pedido si, como su
superior inmediato, puedo mediar. Estaba con las otras miembros de las Fighter
Ladies tomando unas copas en un bar. De hecho, ha sido Olivia quién les pidió
que me llamasen.
-Entonces irás, ¿verdad?.- Quiso saber
Giaal haciéndose cargo del pequeño Alex.-
-Tengo que hacerlo. Soy responsable de
ellas.- Afirmó su mujer.-
-Pero si el presunto delito ha sido en
jurisdicción civil, según tengo entendido, tú no tienes nada que ver. Deberían
llamar a un abogado.- Comentó Giaal.-
-Así es-. Pero me gustaría saber si hay
algo que yo pueda hacer por Sabra. Es una buena oficial. Un poco impulsiva a
veces, pero jamás había sido agresiva fuera del campo de batalla. No comprendo
que le ha podido ocurrir. ¡Y menos con Martin! - Repuso la desconcertada
mayor.-
-Pues ve. Averigua lo que puedas y trata
de ayudarla. No te preocupes, Yo daré de cenar a Alex y le acostaré. Luego me
llamas y me cuentas.- Repuso comprensivamente su marido.-
Su
contertulia le agradeció su empatía, tras darle un afectuoso beso a su pequeño
no tardó en vestirse. Por si acaso optó por el uniforme militar, dado que la
habían avisado en calidad de superior de Sabra. La israelí en efecto, estaba
presa en un calabozo. Al menos Olivia y Elisa permanecían a su lado. Ludmila
tuvo que volver a la base tras acabar su declaración para informar al propio
comandante Enset. Entre tanto, la morena piloto todavía estaba agitada por los
recientes hechos.
-No quise llegar a eso. Fue un
accidente. - Se decía una y otra vez, entre desolada e incrédula.- ¿Cómo podría
hacer para que me creyeras, Daphne?
Su
mente no dejaba de repetir aquel terrible momento. Esa escena que no se podía
sacar de la cabeza. Pero, por encima de todo, aquella llorosa mirada de
resentimiento, temor y decepción de la que había sido hasta ese instante su
novia, abrazada a ese chico que estaba tirado en el suelo, inconsciente.
-Esto es una pesadilla. ¡Tendré que despertar!
Y ella estará conmigo. - Quería creer, llevándose las manos a la cabeza.-
Entre
tanto, fuera de la comisaría, aquel individuo enigmático sonreía tras ojear un voluminoso
tomo de color burdeos que no tardó en meter dentro de una bolsa de viaje.
-Todo ha salido tal y como lo dispuse. -Se
felicitó.- Así es mucho más interesante.
Y
es que Martin siguió sus indicaciones a la perfección. Él se ocupó por supuesto
de grabar esa declaración de amor de ese chico a la perpleja maestra. Les envió
el vídeo a los hermanos de Daphne quienes se quedaron atónitos. Aunque luego la
rubia, llevada al límite, se desmayó. Sus asustados hermanos llamaron a
urgencias y a sus padres. Estos llegaron después de los servicios sanitarios
que estaban tratando de reanimar a la chica que no despertaba.
-¿Qué le ha pasado a Daphne?- Quiso
saber su angustiada madre.-
-No lo sabemos, mamá. – Fue capaz de
decir Byron que se mantenía un poco más entero.- Se desmayó después de ver un
vídeo.
-¿Le pasa algo malo a Dap? Estaba muy
rara. - Preguntó una llorosa Stephanie.-
-Tranquilizaos. Iremos con ella.- Les
aseguró su padre.-
No
tardó en preguntar a los enfermeros que la atendían. Uno de ellos le informó.
-Vamos a trasladarla al hospital. Al
caer posiblemente se haya golpeado la cabeza. Será mejor que la internen y esté
en observación.
-Claro. ¿Podemos ir con ustedes?-
Preguntó su interlocutor, con visible temor.-
El enfermero asintió.
Fue el padre de la joven quien subió con ellos a la ambulancia. La madre se
quedó con los restantes hermanos. En cuanto llegaron al centro la valoraron.
Tenía un golpe en la cabeza, fruto de su caída. Por fortuna no parecía ser
grave, ni tener consecuencias. Ese incidente fue finalmente diagnosticado como
un desvanecimiento por stress sin
mayores consecuencias. Por si acaso volverían a examinarla cuando despertase.
Al fin, al cabo de un par de horas, la joven abrió los ojos comprobando que su
madre y su padre estaban a su lado. Lydia, tras asegurar a Byron y a Stephanie
que todo iba bien, y que aguardasen en casa, no tardó en reunirse con su esposo
en el hospital.
-Cariño, ¡nos has dado un susto terrible!
- Sollozaba su madre presa del miedo y la angustia.-
-¿Qué ha pasado?- Pudo musitar la
convaleciente todavía volviendo en sí.-
-Perdiste el conocimiento cuando tus
hermanos vieron ese vídeo. Ese donde Martin te pedía ser su esposa.- Le recordó
su padre.- Lo que no entendemos es porqué te afectó tanto.
-Sí, lo siento, es que he tenido mucho
trabajo últimamente y estaba agotada. La emoción.- Fue capaz de improvisar la
apurada joven.-
-Pues ahora a descansar. Nada más acabar
las clases avisamos a ese pobre chico y vino corriendo. Sigue fuera, en la sala
de espera. No ha querido irse. Llevará unas tres horas.
Así
había sido. Más concretamente fue la misma Lydia quien, tras informar a Martin
de eso, le preguntó por el vídeo. El chico enseguida se ofreció a ir,
prometiendo que aclararía todo lo sucedido. A su vez, Daphne trataba de pensar
pero su obnubilación producto del stress y del cansancio se lo impedía.
-Mi teléfono, ¿está aquí?- quiso saber.-
-Ahora debes reposar y dejarte de
teléfonos.- Le dijo dulcemente su madre.- El médico ha dicho que descanso y
nada de emociones fuertes y menos aún, malas, por un tiempo.
Dicho
esto la puerta de la habitación se abrió, entró la enfermera Derail que,
sonriente, colocó en el brazo de la paciente un aparato para tomarle la
tensión.
-Vaya susto que nos has dado,
jovencita.- Sonrió Maggie quien dirigiéndose a los padres de la chicas les
tranquilizó, afirmando.- No teman nada. Solamente ha sido un desmayo por la
tensión. Está recuperada. Ahora, si no les importa y pudieran dejarme a solas
con ella, para que termine de hacerle un chequeo. Así descartamos
definitivamente cualquier otra posibilidad.
Ambos
progenitores asintieron saliendo del cuarto. Entonces el gesto de la enfermera
se puso más serio para comentar.
-¿Qué ha pasado? Hable con tu hermana
cuando ingresaste y me dijo que estabas aterrada por ese vídeo. Si solamente
era una petición de mano.
Y
es que al cabo de un rato Stephanie llamó al hospital muy preocupada. Pidió
hablar con algún médico o enfermera. Eso no era precisamente ortodoxo y estaban
a punto de colgarle el teléfono, tras indicarle que debía seguir un
procedimiento, cuando Maggie pasó por allí. No tardó en darse cuenta de quien
era y ella misma pidió ponerse al aparato.
-Es solamente una niña. Deja que la
tranquilice.- Le pidió a la encargada que estaba atendiendo esa llamada.-
Su
compañera le pasó el teléfono y Maggie se presentó.
-Soy la jefa de enfermeras, Margaret
Derail. ¿Eres Stephanie Kensington, verdad?
-Sí. ¿Está bien mi hermana?- Quiso saber
Steph.-
-Tranquilízate.- Le pidió la enfermera.-
Daphne está bien. Descansa ahora. Tus padres están a su lado.
-Por favor, cuídenla mucho.- Sollozó la
niña.-
-No temas. Todo va a ir bien.- La calmó
Maggie con el tono más amable que pudo poner.-
Tras lograr al fin
tranquilizar un poco a esa pobre cría, la despidió y colgó. Cuando concluyó de relatarle eso a Daphne, esta miró
fijamente a su contertulia y no pudo evitar llorar. Maggie se preocupó más.
Allí estaba ocurriendo algo más serio de lo que parecía. La enfermera fue capaz
de preguntar con prevención.
-¿Acaso Martin te ha obligado a hacer
algo que no quieras?
-No, él no me ha obligado a nada. No, no
es eso. No tiene nada que ver. Es por otra cosa.- Sollozó la desconsolada
joven, añadiendo casi entre balbuceos.- Es algo tan terrible que no puedo dejar
que mi familia lo sepa. Pero tengo que poder decírselo a alguien. Y sé que tú.
Bueno, no quiero ofenderte ni molestarte…es que… pienso que eres la que mejor
me podría comprender…
Con
la atención de la intrigada enfermera puesta en ella, Daphne se armó de valor
para proseguir.
-Hace años que conozco a Martin, él me
contó que cuando era un chaval estaba colado por ti. Pero que tú le
dijiste entonces que…
-Sí.- La cortó resignadamente su
contertulia para admitir.- Le confesé que era lesbiana. Y entonces era la
verdad. No podía amarle. -Aunque ahora relajó su semblante con una leve sonrisa
para admitir.- Siendo sincera era solamente un niño y aun habiendo creído ser heterosexual
entonces, no le hubiera dado ninguna oportunidad. Pero luego cambié. Conocí a
Kiros y sobre todo, tras el parto de mi hija…todo fue diferente. Pero no
comprendo qué puede eso tener que ver contigo. Martin ya es todo un hombre.
-¡Maggie!- Gimió la destrozada Daphne.- ¡Tiene
todo que ver contigo!, porque yo soy…, yo soy como eras entonces tú.- Confesó
con pesar.-
Y
la estupefacta enfermera abrió la boca de par en par, en tanto su interlocutora
se decidió a contarle lo sucedido, rematando.
-Por eso me desmayé. Creía que se
trataba de ese otro video. Estoy muy asustada. ¡Estoy aterrada! Si mis padres y
mis hermanos se enterasen. Si en el colegio lo supieran. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué
debo hacer?- Suplicó aferrando las manos de la impactada enfermera entre las
suyas.-
-Escucha Daphne.- Le pidió suavemente su
contertulia tras asimilar aquello.- Te he visto muchas veces junto a Martin.
Eres feliz en su compañía.
-Sí pero... eso no significa. - Quiso
matizar la joven.-
Aunque
la enfermera no la dejó continuar y agregó.
-Pues claro que sé cómo te sientes. Estás
confundida. Es algo normal. Pero te aseguro que esto es lo mejor que te haya
podido suceder. Tienes la gran oportunidad de redimirte. Como yo la tuve.
Aunque lo mío, y eso te lo garantizo, fue muchísimo peor.
Y
para asombro y horror de la joven, Maggie le contó brevemente su propia experiencia.
-¿Lo comprendes ahora?- Insistió la
enfermera con tono casi admonitorio.- ¡Fui al Infierno! Estaba condenada. Igual
que Gloria, mi primer amor. Por eso quise llamar así a mi propia hija. Y
viéndote a ti no puedo dejar de pensar que ha sido un milagro. ¿No te das
cuenta? Ella era profesora como tú, amaba lo que hacía, tenía una familia. Cuando se suicidó después de su juicio y de
padecer en prisión, se condenó. Lo mismo hice yo al llevar el sufrimiento a la
vida de su hermana Erika. ¡Tú también tienes una hermana! ¿Te has parado a imaginar
qué sería de ella y de los demás miembros de tu familia, si algo así se
supiera? ¿Qué pasaría con Stephanie? ¿Cómo te miraría entonces?
-Claro, no paro de darle vueltas. Eso es
en lo único en lo que pienso. ¡Ella me odiaría, me despreciaría! - Gimió la
desdichada maestra.- Y yo, no sé si podría vivir con eso.
- Pero eso no pasará.- La animó Maggie,
brindándole la mejor de sus sonrisas para sentenciar.- Has tenido este aviso
del Señor. Él quiere salvarte. Incluso de ti misma. Por eso te ha enviado a
Martin. Alguien que sabe lo que es amar a personas como nosotras. Ese muchacho
te quiere y te acepta. Solo te pide a cambio que le correspondas. ¿Es tanto
pedir? Es un chico realmente estupendo. Llegó a jugarse la vida por salvarme. Ya
lo sabes. No dudó en enfrentarse a una terrible asesina por mí. Y estoy segura de
que haría lo mismo por ti.
Daphne
bajó sus llorosos ojos y meditó aquellas palabras. Todo tenía sentido. Aun así
musitó.
-Pero entonces, ¿qué haré? Sabra vendrá
tarde o temprano y lo contará todo. Ella también me quiere, eso me ha dicho.
-Ya, el amor y la lujuria muchas veces
se confunden. Yo lo sé muy bien. También creía estar enamorada de mis amantes,
pero luego las dejaba por otras. Únicamente hallé el amor auténtico en Dios y
en mi esposo y mi hija. Como tú lo encontrarás con él, formando una familia
inspirada en el verdadero amor. - Alegó
la enfermera declarando entonces con un tono más duro.- Sabes lo que los Evangelios
dicen. Conoces la moral y la verdad. Yo no las conocía y pese a todo sufrí ese
castigo y esa advertencia. Pero tú ya no tendrías excusa si te apartas de ellas
a sabiendas. Ya no habrá otro aviso para ti.
El
tono de esas palabras y la mirada en los ojos de su interlocutora bastaron para
hacer que Daphne se estremeciese. Apenas sí fue capaz de oponer con patente
zozobra.
-Pero no podré negar que ella y yo
hicimos lo que hicimos.
-¡Si que puedes!- La arengó Maggie
afirmando categóricamente. - Sé que es mentir, que Dios me perdone, pero en este
caso está justificado. Es para evitar traer sufrimiento a personas inocentes. Para
curar un mal de raíz. Pide perdón a Dios, confiesa tu pecado ante Él y, sobre
todo, haz firme propósito de enmendarte. Sé que no es nada sencillo, pero es lo
correcto.
Daphne
asintió frenéticamente, estaba literalmente temblando de pavor. ¡El Infierno!
¡La condenación eterna! Y el sufrimiento de su familia. No podía permitir que
eso le ocurriera, ni a ella, ni a nadie.
-¡Cambiaré!, lucharé contra lo que siento.-
Aseguró con vehemente determinación.- ¡Venceré la tentación!
-Será duro pero tendrás el apoyo de los
que te aman. -Le prometió la enfermera.-
-Martin me quiere, él me protegerá.-
Sonrió la joven ahora con algo de calma y optimismo recobrados.-
-Claro que lo hará.- Sonrió dulcemente
Maggie.- Y seréis muy felices, confía en mí. Un día todo esto te parecerá un
mal sueño del que despertaste a tiempo.
Y
tras esas palabras tan motivadoras la enfermera añadió con tono afable.
-Quizás sea el momento de que tú príncipe
azul pase a verte.
-No sé. Debo de estar horrible.- Suspiró
la chica.-
-A sus ojos eres la muchacha más bella
que nunca haya existido. Te lo aseguro.- La animó Maggie con un cómplice guiño
de ojo.-
Eso
hizo que Daphne sonriera, elevando su moral. Ahora solamente quería olvidar ese
mal trago. Hacer como si nada hubiera sucedido aquella aciaga noche en ese
disco-pub, y por ende, olvidar el momento en el que conoció a Sabra. Pudiera
ser que…
-Debió de echarme algo en el bar,
aquella vez. Sí, eso fue.- Se dijo tratando de auto convencerse.- Sino ¿por qué
me habría atraído tanto sin más?
Y
entonces, con tono determinado e incluso lleno de expectación y deseo de verle,
le pidió a Maggie con voz todavía trémula.
-Por favor, dile a Martin que pase.
La
enfermera salió fuera. En la sala seguía aquel chico junto a los padres de la
convaleciente. Él les había contado que se declaró.
-Nunca pude imaginar que Daphne se vería
tan afectada. La pobre trabaja mucho y debía de estar agotada.
-Es cierto, ¡pobre hija mía! - Suspiró
una llorosa Lydia.-
-Debe cuidarse y no contener tantos
excesos.- Dictaminó su esposo que estaba más tranquilo que su mujer.-
Justo en ese instante
apareció la enfermera Derail que enseguida le comunicó al joven, esbozando una
amplia sonrisa.
-Martin, Daphne quiere verte.
-Pasaré con su permiso.- Musitó el
joven.-
-Hazlo por favor, te agradecemos mucho
tu presencia aquí. Demuestras que quieres de verdad a nuestra hija.- Afirmó
Lydia.-
-Sí. - Convino su esposo, Charles,
alabando a su vez a ese joven.- Eres un gran muchacho y estaremos muy felices
de tenerte en el seno de nuestra familia.
-Gracias señor y señora Kensington. Solamente
deseo que Daphne se recupere lo antes posible y poner todo de mi parte para
hacerla feliz, con sus bendiciones.- Les aseguró.-
Y
se dirigió a la habitación. Tras tocar con suavidad a la puerta escuchó casi como
un susurro la voz de la joven responder.
-Adelante…
La
chica había tomado un espejito que Maggie le dejó para acicalarse un poco.
Quería darle buena impresión. Aunque cuando él pasó al fin, ella bajó la mirada
hacia sus manos entrelazadas musitando.
-No me mires mucho, debo estar horrible.
-Eso no puede ser. Eres la chica más
guapa del universo.- Rebatió él.-
Se
aproximó y acercó su rostro al de ella para darle un beso. Daphne casi más que
besarle quiso beber de sus labios. Fue un momento hermoso. Quizás no sentía ese
fuego extraño que le consumía las entrañas como cuando besaba a Sabra, pero
claro. ¿Qué otra cosa más que el fuego del pecado podría ser aquello? Así,
pensando en eso, le confesó al muchacho.
-Tengo mucho miedo. Ahora me doy cuenta.
¡He actuado mal, muy mal! Maggie me ha contado lo que ella tuvo que pasar…
-Porque quiere ayudarte, igual que yo.-
Se apresuró a añadir el chico.- Sabes que te amo y que no dejaré que nada malo
te ocurra. Te lo he prometido.
-Eso me da fuerzas.- Asintió la chica.-
-Por eso.- Sonrió él acariciándole una
mejilla con suavidad.- Enseguida saldrás de aquí, volverás al colegio como si
nada hubiera pasado. Puesto que no ha sucedido nada. Y mañana por la noche tú y
yo iremos a un sitio.
-¿A dónde?- Quiso saber la muchacha con
evidente curiosidad.-
-Sé que te va a sonar raro, pero es
fundamental para borrar esa amenaza que tanto te asusta. – Le respondió su
interlocutor, eso sí, poniendo como condición.- Sin embargo, deberás confiar en
mí y hacer todo lo que te diga. ¿Estás dispuesta?
-Claro que sí.- Asintió ella de
inmediato.- Haré todo lo que me pidas.
Y
tras aquellas palabras y a las pocas horas le dieron el alta a Daphne. Ya se
sentía mucho mejor. Pese a que sus padres insistieron para que no fuera a
trabajar al día siguiente ella les aseguró que estar entre sus pequeños alumnos
y junto a Martin era precisamente lo que necesitaba. Tanto Stephanie como Byron
se abrazaron a ella nada más verla entrar.
-¡Nos tenías muy asustados! - Gimió
Steph, abrazada a su cintura, sin dar la impresión de querer soltarla.-
-Por favor, Dap, no vuelvas a hacer algo
así.-Le pidió su asimismo emocionado hermano.-
Daphne
no pudo evitar llorar, acarició tiernamente las mejillas de sus hermanos
pequeños y contestó.
-Os lo prometo. Lo siento, lo siento
mucho.
Ver
así a sus hermanos le partía el corazón. Y eso era apenas una pequeña muestra de
lo que podría sucederles si todo se supiese. Daphne únicamente era capaz de
rezar para que eso no sucediera. Al fin, tras unos emotivos momentos, Stephanie
y Byron la dejaron que fuera a su habitación a descansar. Al poco de estar
tumbada en la cama se acordó y comprobó su teléfono. Tenía varios mensajes de
Sabra.
-¿Qué tal estás? ¿Pasa algo?...- Le
preguntaba seguramente extrañada de que no hubiera respuesta.-
Contestó
al fin, diciendo que había estado indispuesta pero que ya se verían. Su
pretendida pareja le recordó que, a la noche siguiente, iría con sus amigas al
disco-pub.
-¡Oh, Dios mío!- Pensó llena de rubor y
preocupación.- Justo al mismo sitio dónde me ha pedido ir Martin.-
Dejó
apagado el móvil y salió al rato. Cenó frugalmente con las miradas de su
familia puestas en ella. Ahora todos estaban sonrientes, una vez pasado ese mal
trago la felicitaron por su compromiso.
-Debes de estar muy contenta, hija.-
Comentó Charles.-
-Claro que sí, papá.- Sonrió ella.-
-Seguro que tendrás una boda estupenda.-
Intervino Byron.-
-No seáis tan impacientes.- Sonrió su
padre.- Dejad que vuestra hermana vaya poco a poco. Lo primero es un noviazgo
como Dios manda.
-Pues a mí me da mucha envidia.- Se
sonrió Steph, de forma pícara una vez más.-
-Ya conocerás a algún chico guapo y
bueno. No tengas prisa todavía.- Afirmó su madre con tono entre divertido y
tierno.-
-Quiero ser tu dama de honor principal.-
Le pidió Stephanie, añadiendo con jovialidad. – Junto con esa amiga tuya,
Sabra.
Fue
oír aquello y Daphne se atragantó con la cena, tosió repetidas veces ante las
miradas de preocupación del resto.
-¿Estás bien, hija?-Quiso saber su
inquietada madre.-
-Sí, - Pudo replicar al fin, tras beber
dos sorbos de agua.- Se me pasó por otro lado.
-Cariño, ten cuidado, por favor.- Le
pidió una concernida Lydia, con tono suplicante.- Ya hemos tenido suficiente
por hoy.
La interpelada
asintió, bajando la mirada. Por suerte todos se habían olvidado de lo que
comentó Steph, incluida su hermana menor. Aprovechando la circunstancia, Daphne
terminó de cenar y dijo querer ir a acostarse. Los demás lo comprendieron deseándole que
descansase. Ella así lo intentó.
-Debo ser fuerte, tengo que rechazar la
tentación. Mi vida va a cambiar, yo voy a cambiar.- Se repitió hasta quedarse
dormida.-
Al día siguiente, de
mañana, se levantó para ir como siempre a desayunar junto a él. En esta ocasión
el chico la recibió con una enorme sonrisa y más flores. Fue Clarisa quien les
atendió y tras enterarse de su compromiso no tardó en felicitarles.
-¡Enhorabuena chicos! La casa invita hoy.- Sonrió la amable
camarera y copropietaria.-
Tras
darle las gracias, charlaron, fue entonces cuando Martin le explicó lo que
quería que hiciera. Al terminar de escucharle ella le miró con estupor.
-Pero, ¿igual?- Insistió para
cerciorarse.-
-Confía en mí. Tienes que ir exactamente
igual. La misma ropa, el peinado, las botas, incluso el maquillaje.- Le reiteró
él.- Saldrás de la misma forma, con el mismo vestido y calzado que llevabas en
esa cita con aquella mujer. Y te cambiarás del mismo modo.
La
joven asintió. Lo haría. Si él se lo pedía tendría una buena razón. De modo
que, tras terminar el desayuno, fueron al colegio como siempre. Eso sí,
eludiendo las miradas entre curiosas y pícaras que los alumnos mayores les
dirigían. Dieron sus clases e incluso el padre Michael se interesó por el
estado de salud de la muchacha cuando les vio al término de la jornada.
-Estoy perfectamente, padre.- Aseguró
Daphne.- Sobre todo gracias a Martin.
-Le he pedido que se case conmigo y me
ha dicho que sí.- Le contó el emocionado chico que estaba a su lado.-
Al
oír aquello el sacerdote ablandó su habitual gesto seco y severo con una
sonrisa para replicar.
-No puedo más que daros mi enhorabuena y
mis bendiciones. Y espero que pronto la Iglesia os dará las suyas. Hasta ese
momento…
-Sí, padre, sabré respetarla como merece.-
Afirmó tajantemente el muchacho.-
Eso
complació al sacerdote que les dejó tras desearles buenas tardes. Se fueron a
casa quedando para unas horas después. Daphne se esforzó por cumplir con las instrucciones
y bajando a su trastero se cambió con el mismo atuendo de aquella noche. Habían
quedado a una hora no demasiado tardía puesto que la chica le contó que Sabra y
unas amigas iban a ir también.
-No te inquietes por eso.- Se limitó a
responder él sin parecer darle importancia.-
De
hecho, Martin contaba precisamente con ello. Tomó una mano de su prometida y la
hizo seguirle al interior de aquel sitio. Allí siguió paso a paso y
metódicamente todo lo que la viera hacer con esa muchacha morena. Hasta la besó
y acarició de modo similar. Al fin, la guió al interior, a esa sala a medio
iluminar y la pidió que se sentase sobre sus rodillas.
-No sé por qué hacemos esto.- Musitó
ella con tono entre apurado e incluso molesto.- Es repetir la historia.
-Precisamente por eso.- Sonrió él.- Repetirla,
pero esta vez, en el buen sentido.
Y
luego hasta fueron al baño, curiosamente encontrándolo tan desierto como estaba
en aquella otra ocasión. Y es que, como aquel tipo le había aconsejado. Tenía
que volver y cambiar eso. Aquello sencillamente no había pasado o, en todo
caso, ocurrió de otro modo. En lugar de con esa mujer seria con él con quien
Daphne habría protagonizado esas tórridas escenas de lujuria.
-Quisiera ver la cara que pondrá tu
amiga, cuando nos vea.- Le susurró a la perpleja Daphne, tras haber disfrutado
de numerosos besos y abrazos en la intimidad de aquel sillón que las dos chicas
previamente ocuparan y obsequiar a su novia con idénticos tocamientos en el
baño.-
-¡Oh!- Pudo exclamar ella, notando los
dedos del chico en sus partes íntimas.- Creo que esto es ir demasiado lejos,
yo…
-No temas nada y déjate llevar.- le
susurró él, besándola en el cuello, en la cara y finalmente en los labios, con
deseo.-
Daphne
se sentía extrañamente bien. Ese muchacho no tenía la misma destreza que Sabra
pero tampoco lo hacía mal. A la joven le parecía estar viviendo una especie de
déja vi. Y es que Martin logró hasta que le pusieran la misma música que
recordó haber escuchado entonces.
-Yo, no quiero que nos vea.- Musitó la
muchacha con temor.-
-Tranquila, no te pasará nada malo.- Le
susurró con tono cariñoso él.-
-Tengo que ir al servicio.- Dijo
entonces la azorada muchacha.- Me refiero a...ya sabes…
Martin
asintió. Su prometida se separó de él y se metió en uno de los baños, él por su
parte aprovechó para ir a otro, dándose cuenta que cierta parte suya había
aumentado mucho de dimensiones. ¡Y no era precisamente por tener ganas de
orinar! Sin embargo, volvió pronto a la normalidad y tras salir del servicio
vio complacido como un nuevo vídeo llegada a su teléfono. En esta ocasión el
que él mismo protagonizaba con su ahora novia.
-Entonces ha llegado el momento.- Se
dijo.- Es tal y como él me advirtió. Debo ponerlo todo en juego.
Salió
hacia el bar en lugar de dirigirse al cuarto de baño en el que estaba Daphne.
En la barra vio a cuatro mujeres tomando unas cervezas y al fin la reconoció.
¡Era ella! Ahí estaba esa bollera que había asaltado a su novia. Se acercó como
si fingiera desconocer su identidad y pidió dos cervezas. En ese instante no
había demasiada gente pero, con todo, y aparentando naturalidad, mandó un
mensaje a Daphne diciéndole dónde estaba y se puso al lado de esa chica para
abordarla como si quisiera pasar.
-Perdona guapa. ¿Me dejas?
La
verdad, lucía un vestido ajustado a su
talle de color rojo que remarcaba sus
encantos y unos zapatos de tacón blancos que la estilizaban mucho. Martin tuvo
que admitir que, pese a todo, su rival por el amor de Daphne era preciosa.
Bastante alejada de esas visiones de mujeres poco femeninas con las que muchas
veces se identificaban a las de su condición. No obstante, tenía que apartar
eso de su mente y ceñirse a lo que debía hacer. Por su parte, la interpelada se
quedó perpleja. ¡Era ese chico! Le miró de arriba abajo sin poder creerlo.
-¿Qué pasa, Sabra?- Quiso saber Elisa
que se dio cuenta de que su compañera se había quedado sin habla.-
La
israelí no le dijo nada a ella aunque sí se decidió a hacerlo con ese tipo. Ya
estaba harta de él, siempre tratando de ligarse a su novia.
-¿Te conozco para que me hables con
tanta confianza, guapo?-Replicó la morena con una mezcla de fingida melosidad y
desdén.-
-No lo creo.- Replicó él, añadiendo con
tono despectivo a su vez.- No suelo moverme mucho por estos ambientes.
-Y sin embargo, aquí estás.- Se sonrió
su interlocutora que preguntó con sorna.- ¿Has venido buscando a alguien
quizás?
-A decir verdad ya encontré a ese
alguien, y estoy con ella ahora.- Respondió sin arredrarse él.-
-¿No me digas?- Sonrió desdeñosamente Sabra,
añadiendo con irónica sorna.- Buena suerte con eso, amigo.
Elisa
se había alejado algo de su compañera aproximándose a las otras y les comentó a
Olivia y a Ludmila que la israelí parecía haber ligado con un chico.
-¿Sabra? ¿Ligar con un chico? Lo dudo
mucho. - Se sonrió Olivia moviendo la cabeza.-
-Pues no está mal, lo querría de
pololo.- Sonrió la chilena en tanto les indicaba con la mirada dónde estaban.-
-A mí no me parece que estén conversando
de un modo muy amigable.- Observó entonces Ludmila.-
Las
otras se fijaron y así lo vieron también. Sin embargo, lo que ninguna esperaba,
como tampoco el resto de las personas del bar, fue que la israelí arrojara el
contenido de su cerveza a la cara de aquel tipo. Sin arredrarse, éste intentó
apartarla de un empujón, pero su rival utilizó precisamente su habilidad en
artes marciales para agarrarle el brazo que el chico había extendido y
doblárselo. Martin gritó de dolor antes de que su agresora le proyectara con
una llave. El joven se golpeó contra la barra del bar cayendo al suelo.
-Eso te enseñará a no meterte en lo que
no te importa. ¡Imbécil! - Espetó ella.-
Las
demás la miraron atónitas, acercándose de inmediato para tratar de separarles,
quizás ese hombre estuviera borracho y hubiera tratado de propasarse. Y pudiera
ser que ahora tratase de devolver algún golpe. Sin embargo, no se movía del
suelo.
-¿Pero, que le has hecho?- Exclamó la
mejicana.-
Saliendo
poco a poco de ese estado de agresividad en el que se encontraba, Sabra miró al
cuerpo de ese chico allí tendido, sin moverse, ni reaccionar. La gente se había
apartado y la música se apagó. Solamente ella supo que había ocurrido entre
ambos. Mientras sus amigas observaban de lejos, sin poder escuchar por el ruido
que había antes, la muchacha le había dicho a ese tipo.
-Mira, sé quién eres y te lo voy a decir
muy clarito, amigo. Daphne y yo somos pareja. Ella es mi novia. ¡Entiéndelo
bien! No le gustan los tíos. Así que déjala en paz o no tendré tanta paciencia
la próxima vez.
-¿No me digas? Pues creo que te
equivocas. Lo que precisamente necesita ella es de un hombre de verdad. No de
una tortillera que juega a serlo.- Espetó el joven con evidente desprecio para
rematar.- Y quizás tampoco a ti te vendría mal uno que te orientase en la
dirección correcta.
-¿No me digas? ¿Y quién es ese macho
perfecto, tú?- Se burló su contertulia para afirmar.- Quizá es que para Daphne
soy más “hombre” que tú en según qué cosas.- Le escupió la morena devolviéndole
ese tono.- Por eso me ha preferido a mí. ¡Qué pena me das! Viniendo aquí a
mendigar por verla. Pues no te preocupes, enseguida vendrá. Hemos quedado y voy
a presentarla a mis amigas…como mi novia, para que te enteres.
Aunque para sorpresa
de Sabra ese chico no solamente no se molestó por aquellas palabras, sino que
sonrió con expresión triunfal. Fue raro, eso habría herido el amor propio de
cualquiera. Y más el de un niñato como ese. Entonces fue cuando él replicó entre divertido
y casi con un insano e irónico disfrute.
-Pobrecita…en el fondo me das hasta pena.
¡Mira!, mira como Daphne te prefiere a ti…
Y
exhibiendo un teléfono móvil ante ella le puso un vídeo que la dejó helada. Para
horror y asombro de Sabra vio a su novia besándose y sobándose con ese tipo. En
los mismos sitios en donde habían estado las dos. ¡Es más! Daphne vestía
exactamente igual. Su interlocutor sonrió disfrutando el momento para
sentenciar.
-Lo tuyo con mi novia. ¡Sí, mi novia! -
Repitió con una exclamación.- Jamás ha
sucedido. ¿Lo entiendes, zorra? Ella es
una chica normal y decente. Así que déjala en paz y búscate a otra sucia tortillera
como tú para desahogar tus perversiones.
La
ira sustituyó a la sorpresa en la mente de Sabra y su juicio se nubló, sin
pensar reaccionó por puro instinto de combate arrojando el contenido de su cerveza
contra ese estúpido. Luego, cuando éste hizo amago de atacarla, le proyectó con
una llave. Todo fue tan rápido que ni ella misma se dio cuenta hasta que
concluyó. Ahora aquel individuo estaba inerte. Y en un principio se asustó
mucho, dado que no tenía claro si le había matado.
-¡Vamos, despierta!- Le gritaba
infructuosamente.- ¡Maldita sea!
El
resto de la gente reaccionó de diversas formas. Algunos gritaron y salieron
corriendo, otros se arremolinaban a cierta distancia mirando la escena con estupor
y miedo. Por suerte sus compañeras de armas reaccionaron enseguida y la
apartaron tratando de reanimar a ese chico.
-Hay que llamar a una ambulancia.-
Indicó Ludmila en tanto Elisa comprobaba las constantes vitales del individuo.-
-Creo que respira.- Dictaminó la
chilena.-
Entre
tanto Daphne salió del servicio y oyó revuelo. Sin comprender nada fue hacia el
foco de aquellos gritos y vio a la achantada gente en corrillo mirando hacia la
barra. Con horror descubrió el cuerpo de su ahora novio tendido en el suelo.
-¡Martin!- Exclamó, corriendo de
inmediato junto a él.-
-Ha sido esa chica, la morena. Ella le
agredió.- Escuchó una anónima y acusatoria voz a su espalda.-
Daphne
elevó la vista con los ojos llorosos, ante ella apareció el rostro desencajado
de Sabra que todavía respiraba con agitación.
-¿Qué les has hecho?- Inquirió a la
israelí, entre atónita, furiosa y horrorizada.-
-No, yo… ha sido un accidente.- Pudo
musitar ésta, incapaz de sostener esa
mirada de reproche por mucho tiempo.- Yo no quería…
Trató
de aproximarse a la que aún creía su novia. No obstante, Daphne siseó con su
tono teñido de ira.
-¡Apártate de mí!
Eso
bloqueó a Sabra como pocas cosas en su vida habían hecho. Incapaz de decir nada
retrocedió un par de pasos. No le dio tiempo a más, Elisa la tomó de un brazo
urgiéndola a salir de allí
-¡Vamos, vete! ¡Sal de aquí!
Aunque
su compañera parecía petrificada. Su mente se negaba a aceptar aquello. El
mundo se había puesto patas arriba. ¿Cómo era posible?. Hace unos días, ella y
Daphne estaban enamoradas y compartiendo intimidad. Ahora ella la miraba peor
que si fuera un extraña, era como si de un enemigo se tratase y allí estaba,
arrodillada en cambio junto a ese cabrón
y tratando de recostarle cariñosamente sobre su regazo.
-Martin, por favor, no me dejes ahora.-
Sollozaba llena de temor y angustia.-¡Despierta!
Los
técnicos sanitarios llegaron al fin. Con suavidad y tacto apartaron a la
traumatizada novia de ese chico y le subieron a una camilla. Aunque también la
policía hizo acto de presencia. Dirigidos por algunos de los testigos enseguida
se llegaron hasta Sabra.
-Haga el favor de acompañarnos,
señorita.- Le pidió uno de los agentes.-
-Ha sido todo un accidente, oficial.-
Intervino Olivia, saliendo en defensa de su compañera y subordinada.-
-Debe acompañarnos a comisaría a
declarar.- Le ordenó a la israelí el policía que parecía estar al frente.-
Sabra no se resistió,
eso sí, sus compañeras fueron con ella. Como oficial de más alto rango Olivia
se hizo cargo y contactó de inmediato con la mayor Hunter. Ahora Susan llegaba
al fin. Tras entrar en la comisaría, enseguida se identificó, subrayando así la
visión de su uniforme.
-Soy la mayor Hunter, la superior de la
alférez Leví. ¿Dónde está mi piloto?- Quiso saber.-
Pero
el policía que estaba ante el mostrador atendiendo a los visitantes no pareció
impresionado y se limitó a decirle.
-Aguarde un momento, por favor, ahora
aviso al inspector.
Susan
tuvo que armarse de paciencia y tomar asiento en una silla de plástico, en
aquella especie de estancia que hacía las veces de recibidor. Al poco eso sí,
apareció a su lado Elisa que enseguida la saludó militarmente, pese a ir
vestida de paisano.
-Mayor Hunter, gracias a Dios que está
aquí.
-¿Qué ha pasado?- La interrogó Susan.-
-Verá, apenas sí vimos nada. Sabra tuvo una
discusión con un chico y de pronto él estaba tirado en el suelo.
-Espero verla pronto. ¿Qué tal está ese
muchacho?- Se interesó de inmediato ella.-
-Lo llevaron al hospital según creo.
-Respondió la chilena.-
Susan
suspiró. ¡Ojalá que Martin se recobrase pronto! Al poco pudo ver finalmente al
policía, ese inspector que llevaba la investigación. Un hombre cercano a la
cincuentena, de su estatura y casi calvo, la informó con bastante amabilidad
-Soy el inspector Méndez, verá, mayor
Hunter. Pese a que usted sea superior de esa señorita esto no ha sido un hecho
sujeto a jurisdicción militar.
-Lo sé perfectamente, inspector.-
Admitió ella.- No obstante quisiera verla como amiga, si fuera usted tan amable
de permitírmelo.
-Por supuesto.- Asintió él.-
La
guió hasta la zona de calabozos. Allí, en una habitación aislada únicamente por
una puerta, estaba Sabra. Desde luego y por fortuna no era la típica celda con
barrotes de acero, pero no hubiera sido necesario. Aun estando en ese lugar y
con la puerta abierta la joven morena no se hubiese movido de la silla en la
que llevaba sentada durante al menos cuarenta minutos. Aquel inspector vino haría
unos diez a tomarle declaración. Al principio habló poco ante las preguntas de
rigor de aquel tipo. Después, sí que respondió con preocupación cuando éste le
dijera como contestación a una pregunta de la propia Sabra.
-Por ahora no conocemos el estado de ese
chico. De momento los cargos contra usted serían por agresión. Si Dios quiere y
se recupera eso sería todo.
-¿Sino?- Quiso saber una visiblemente
asustada joven.-
-Podría incluso llegar a homicidio
involuntario, caso de que muriera.- Sentenció el policía.-
-¿Homicidio? No, oiga, yo… no quise en
ningún momento llegar a eso.- Se apresuró a decir Sabra, temblando con solo
pensarlo.-
Aunque
más que por ella misma se asustaba pensando en Daphne. Ella la odiaría si algo
le pasaba a ese tipejo. Y además podría dar por terminada su carrera militar.
Por su parte, Méndez lanzó un breve suspiro, repasó los datos que la detenida
le había proporcionado y recapituló
-Acorde a su declaración, señorita, él
la provocó. Tras insultarla le mostró un vídeo bastante comprometedor de él con
la que usted dice es su novia. ¿Correcto?
-Sí, inspector.- Convino la israelí.-
-Pero no trató de agredirla primero.-
Remarcó el policía.-
-No,- tuvo que reconocer ella, matizando
eso sí.- Pero me provocó, lo hizo a propósito.
-Eso es difícil de determinar,
señorita.- Repuso escépticamente su interlocutor.- Las personas que estaban en
el bar en el momento de los hechos no han comentado nada de eso. Ese chico
sencillamente fue a por una cerveza y se detuvo a charlar con usted.
-Nadie oyó el tema de la conversación.-
Contestó amargamente la detenida.-
El
inspector asintió, tras escuchar un resumen de aquello por boca de la detenida,
se encogió de hombros para sentenciar.
-Aquí no se pone en tela de juicio su
orientación sexual, ni a quién de ustedes prefiera la otra señorita que ha
mencionado. Nos ocupamos únicamente de la reyerta. Y siendo sincero no veo que
esto tenga buen cariz para usted. Ahora le recomendaría que ejerciese su
derecho a llamar a un abogado.
-Han ido a llamar a mi superior, la
mayor Hunter.- Le comentó ella.-
-Me parece muy bien, aunque esto nada
tiene que ver con el ejército. ¿Lo comprende, verdad?.- Le recalcó él.- Su
condición de piloto militar no le ayudará.
-Sí, señor, lo comprendo.- Suspiró la
chica.-
-La dejaré aquí unos minutos hasta ver
si llega su comandante.- Remachó el inspector.-
Y
así salió de la estancia. Al cabo de unos momentos se reunió con Susan. Ahora,
la mayor Hunter entró en la sala. Sabra enseguida se puso en pie saludando nada
más verla. Su jefa de escuadrilla enseguida le pidió que se sentase, tomando
ella misma otra silla.
-Olvida los saludos ahora, estás en un
lio muy grave.- Le dijo con severidad para añadir no sin pesar.- Y debo informarte
que además, conozco a ese chico, es profesor de mi hijo. Y no sé de nadie menos
violento o problemático que él. Me cuesta creer que fuese a buscar pelea
contigo.
-No quise hacerle daño.- Insistió la
israelí al borde del llanto.- ¡Se lo juro!, es la verdad.
-Y te creo.- Trató de animarla Susan
para agregar.- Ten por seguro que haré todo cuanto pueda por ayudarte.
-Gracias señora.- Suspiró la joven con
mejor talante.-
Sin
embargo, su superiora no parecía tan optimista al añadir.
-Por desgracia, este no es un hecho que
ataña a la jurisdicción militar. A pesar de todo tu compañera Ludmila fue a
informar al comandante Enset.
-Sé que esto tendrá consecuencias muy
malas para mi carrera.- Musitó Sabra.-
-Por ahora eso es lo que menos debe
inquietarte.- Suspiró Susan.-
Entre
tanto en el hospital, una hundida Daphne no se apartaba de Martin. Al menos
hasta que la doctora Rodney llegó para acompañarla a la sala de espera.
-Ahora descansa. No te inquietes, ha
sido un mal golpe pero está fuera de peligro.
La
chica se abrazó a Naya que intentó animarla. Tras un momento la maestra se
separó de ese abrazo y le dijo.
-Nos acabamos de prometer. No puede
dejarme sola ahora.
-Y no lo hará.- Le aseguró la
facultativa con tono suave y tranquilizador.-
Ha sido un susto pero pronto le daremos de alta. Sin embargo, como ha
estado inconsciente un rato tenemos que hacerle unas pruebas. Hay un protocolo
que cumplir.- Le explicó.-
La
chica asintió, a ella le sucedió lo mismo cuando se desmayó. Pero esto era
mucho más grave. Sabra le había golpeado usando sus técnicas de combate. Daphne
no podía ni imaginar qué ocurrió entre ambos, aunque aparentemente el pobre Martin
no hizo nada. Los testigos le echaron la culpa a la agresiva piloto. Desde
luego que, en su opinión, Sabra había cruzado la línea. Esa mujer no tenía
control.
-¿Cómo ha podido hacerle esto?- Se decía
con pesar y angustia.-
Al poco, los preocupados padres del
joven hicieron acto de presencia. La asustada madre enseguida preguntó de modo
atropellado. Una vez más, Naya se ocupó de calmar a los familiares del chico.
-Gracias a Dios todo se ha quedado en un
susto.- Suspiró el padre quien, viendo a Daphne la saludó con amabilidad.- Soy
Jason Carson, el padre de Martin.
-Yo me llamo Martha. Nos dijeron que
usted ha estado todo este tiempo junto a nuestro hijo. Muchas gracias.- Agregó
la mujer que le acompañaba.-
-No tiene porqué dármelas. De verdad.- Afirmó ella con
timidez.-
-Creo que sé quién eres.- Sonrió la
madre del joven.- ¿Daphne, a que sí?
-Sí, soy yo.-Admitió tímidamente ella.-
-Jason, nuestro hijo habla siempre de
esta chica. Fueron compañeros de clase en la facultad y trabajaron juntos en la
cafetería.- Le contó la mujer al despistado individuo.-
-¡Ah!, creo que ya me acuerdo, Martha.-
Asintió su esposo.- ¿Has estado alguna vez en nuestra casa cuando Martin y tú estudiabais
en la universidad, verdad?
-Sí, señor Carson.- Musitó la joven.-
La
mujer, de pelo castaño recogido en un moño y alrededor de cincuenta años,
sonrió ahora más amablemente todavía a esa chica para afirmar.
-Quizás no soy yo quien debería
decírtelo, pero mi hijo te tiene en muchísima estima, querida. Y ahora veo que
con motivo.
-Muchas gracias, señora.- Sonrió
apuradamente ella, para confesar.- De hecho, nos hemos prometido.
Los
padres de Martin se miraron con sorpresa. Desde luego que el chico nada les
había comentado de eso, aunque por supuesto que felicitaron a la muchacha.
-Enhorabuena, eso nos hace muy felices.-
Afirmó Jason, un hombre de más de cincuenta años, y pelo entre oscuro y canoso,
con un ligero bigote blanquecino también.- Sois jóvenes todavía pero ahora, más
que nunca, deben mantenerse las tradiciones y los valores.
-Así es.- Convino la mujer, quien ahora
mutó su afable gesto por otro de crispación relatando.- Un policía nos llamó.
Nos dijo que nuestro pobre hijo estaba aquí, inconsciente al ser agredido por
una de esas lesbianas asquerosas. Una de esas que no soporta que haya mujeres
que prefieran a un hombre, como es lo natural.
Daphne
bajó la mirada casi a punto de llorar. Jason se lo cuchicheó a su esposa quien
de inmediato rebajó el tono.
-Lo siento, querida. Te he recordado ese
desagradable momento. Acaso esa pervertida intentó hacerte algo malo y mi hijo
salió en tu defensa, ¿verdad?
-Yo.. ni siquiera estaba delante, no sé
qué sucedió, solo sé que discutieron. Había ido al servicio y cuando salí, vi a
Martin en el suelo.- Sollozó tapándose la cara con las manos.-
La
señora Carson enseguida se sentó junto a esa chica y trató de animarla.
-Tú no tienes ninguna culpa de eso.
¡Pobrecita! Esa mujer estaría acosándote, ¿verdad?.
Daphne
fue incapaz de articular palabra, apenas asintió, con vergüenza incluso de
mentir de ese modo tan sutil. Aunque aquel gesto fue suficiente para los padres
de su ahora prometido.
-Comprendo que mi hijo saliera en tu
defensa.- Aseveró Jason con un tinte de orgullo.-
Al
poco rato, una enfermera se dirigió hacia ellos. Su rostro era sonriente y con
tinte jovial les preguntó.
-¿Los señores Carson?
-Sí, somos nosotros.- Se apresuró a
responder Martha.-
-Su hijo se ha despertado, quiere verles
a ustedes y a una chica que se llama Daphne.- Les informó.-
Martha
sonrió abrazándose a su esposo, desahogó unas lágrimas de alivio. Al fin, más
tranquila tomó de la mano a su marido y ambos fueron a la habitación. No
obstante, Daphne no les siguió.
-Vamos querida. Mi hijo quiere verte a
ti también.
-Pero yo no soy de su familia.- Pudo
oponer la avergonzada chica.-
-Claro que lo eres, siendo su prometida,
es como si ya te considerásemos como a una hija.- Afirmó afablemente Jason.-
Pese
a resistirse a la idea de ir, no tuvo más remedio. Se sentía sucia y se
censuraba por ser una embustera, pero guardó silencio y finalmente siguió a esa
pareja. Entraron despacio. Martin estaba incorporado con una almohada tras la
espalda y un vendaje que le rodeaba buena parte de la cabeza.
-¡Hijo!- Exclamó Martha abrazándose
enseguida a él.-
-Mamá, me duele mucho la cabeza.- Se
quejó el muchacho.-
-No me extraña, esa furcia te dio un
buen golpe. - Afirmó la ahora nuevamente enfurecida mujer, añadiendo.- La vamos
a denunciar, ¡se va a pudrir en la cárcel!
Martin
escuchaba aquello con deleite. Sin embargo, vio con rapidez el consternado
semblante de Daphne y decidió seguir las sabias recomendaciones de su
misterioso benefactor cuando repuso.
-Mamá, fue un altercado sin más importancia. Tuve la mala suerte de
golpearme la cabeza. No deseo arruinarle la vida a esa chica por ello.
-¿Arruinarle tú la vida a ella?- Replicó
el atónito Jason, rebatiendo también con enfado.- Esa maniaca depravada se la
ha arruinado sola. Tu madre tiene razón. ¿A cuántos más podría hacer daño?
-Se debe perdonar a quienes se han
equivocado.- Suspiró el chico mirando intensamente a Daphne quien incluso
desvió apuradamente la mirada. Más cuando el joven agregó con tono suave.- Y
ella también tendrá gente que la quiera.
-Mi niño, eres demasiado bueno.- Sollozó
Martha conmovida por aquella a su juicio enorme generosidad de su hijo.- Está
bien, si tú no quieres…por ahora no haremos nada.
-No podemos dejarlo así. Y aunque
nosotros no presentemos cargos a buen seguro que habrá actuación de oficio.-
Presumió el padre de Martin.-
-Ahora eso no me importa. Solamente
quiero estar con vosotros y con mi novia.- Sonrió él alargando la mano hacia la
chica.-
Daphne
la tomó de inmediato, llevándosela a su mojada mejilla. No pudo evitar llorar.
Estaba claro quién la amaba de verdad. Maggie tenía razón. Sabra quizás
confundía el amor con la pasión. Era buena chica pero había actuado como si
ella le perteneciera. Martin por el contrario demostraba ser generoso y no
buscar venganza.
-Sí, Dios te ha puesto en mi vida.-
Musitó sin que nadie de los presentes la oyese haciéndose desde entonces una
solemne promesa.- Haré cualquier cosa por ti.
Entre
tanto, el embajador Derail volvía a Nature. Las cosas habían dado un giro inesperado
en su mundo natal. Cuando le llegaron las noticias no pudo creerlo. Estaba
realmente anonadado.
-Tengo que hablar con la princesa Seren
para que me confirme esto.- Pensaba.- El
mensaje que mi primo me ha enviado desde la Luna…
Y
es que hacía unas horas llegó un comunicado desde Nuevo Vegeta. Informaba de
algo increíble. Una especie de milagro. Cuando Doran lo recibió tampoco pudo
creerlo. No tardó en comentárselo a su esposa la reina de la Luna Nueva,
Neherenia, tan asombrada con él, solamente pudo decir.
-Seguro que la reina Serenity y el rey
Endimión saben que significa esto. Contactaré con ellos enseguida.
Así
lo hizo y cuando los soberanos de la Tierra aparecieron en un gran espejo que
la reina poseía en sus estancias privadas, Neherenia les comentó.
-Mi marido ha recibido un mensaje de su
hermana la reina Aiona. Dice textualmente. “ El peligro se ha desvanecido, el
Mensajero le ha mostrado la luz al que estuvo sumido entre tinieblas”
Eso
bastó para que Serenity y Endimión se mirasen y sonrieran con gran amplitud.
Fue el rey quien replicó a su amiga y aliada.
-Nada debéis temer ya en cuanto a ese
asunto. Ni vosotros, ni ningún otro planeta. Que tu esposo envíe ese mensaje a
su primo el embajador Kiros Derail, a Nature. Por nuestra parte aguardamos el
retorno de la princesa de Plutón para informarnos en persona.
-Pero no debemos engañarnos, amiga mía.
-Intervino Serenity con más seriedad.- Esto solo ha sido la victoria en una
batalla. Impresionante sí, pero todavía existen muchas amenazas para todos los
planetas de nuestra alianza, provenientes tanto del exterior como del interior
de los mismos. Y se camuflarán en muchas formas diferentes.
-Permaneceremos vigilantes, como
siempre.- Les aseguró Neherenia. – Gracias, Majestades.
Así
sus interlocutores desaparecieron del espejo. La soberana de la Luna Nueva le
comentó eso a su esposo y Doran envió de inmediato recado a su primo Kiros.
-Todavía no comprendo lo que significa
eso. Está escrito en acertijos.- Se decía el embajador Derail.-
En
otro lado del planeta, una enorme figura cubierta por un capote se guarecía de
la lluvia en la zona meridional de Nature. Mirando hacia el horizonte se decía.
-La capital de este mundo está a poca
distancia. Iré a buscar a Kiros Derail. Puedo sentir su energía desde aquí.
Pero no está solo. También puedo percibir esa otra tremenda fuerza. Bien, con
ésta técnica que me han facilitado estaré junto a ellos de inmediato.
Kiros
llegó al fin a casa. Era ya de tarde. Abrió entrando y suspiró. ¡Por fin! Su
esposa nada más verle corrió a abrazarlo.
-¡Menos mal! ¿Qué tal te ha ido?- Quiso
saber enseguida.-
-Buenas noticias.- Sonrió él.- Al menos
según el mensaje que mi primo me ha enviado. Es algo críptico pero parece que
han logrado vencer…
-¡Papi!- Exclamó una feliz Gloria en
tanto corría hacia él.-
-Hola tesoro.- Sonrió el saiyajin,
levantando en brazos a su hija.-
La
cría asintió y tras darle un beso a su padre fue dejada en el suelo por éste y
se acercó a su madre.
-Cariño, papá estará cansado. Ahora deja
que se ponga cómodo y luego…
Empero,
la niña la interrumpió risueña para declarar incluso divertida.
-Él también está aquí…
-¿Él?- Se extrañó Maggie.- ¿Quién,
papá?- Inquirió sin comprender.-
Ella
desde luego no veía a nadie más. Aunque su marido sí que adoptó una expresión
rara, parecía estar notando algo. Apenas si musitó con creciente alarma.
-¡Esa energía! ¡No puede ser!
Tocaron
a la puerta, Maggie, dejando aquello de lado por unos instantes, fue a abrir.
Al hacerlo se sobresaltó. Aquel hombre encapuchado y cubierto de un grueso
capote gris era enorme, mediría más de dos metros y sus espaldas y hombros
estaban tan poderosamente desarrollados que apenas cabía por la puerta.
-¿Sí, qué desea?- Inquirió pese a todo
con tono cortés.-
El
tipo no respondió, en un gesto reflejo Maggie se giró hacia su esposo para
preguntarle.
-¿Esperabas a alguien de visita?
Pero
al verle ella misma palideció. Kiros estaba con la boca abierta, el rostro
desencajado por el pánico más absoluto y había caído de rodillas nada más ver a
ese hombre cuando se quitó la capucha todavía mojada que le cubría la cabeza.
La enfermera miró alternativamente a ambos sin entender nada. Ese extraño no
hacía ningún movimiento pero, aun así, Kiros daba la impresión de estar
paralizado por el terror. Y ella , que conocía a su esposo, sabía que no era
ningún cobarde. Lo que todavía la asustó más cuando él al fin balbuceó con evidente pavor.
-¡No!, esto es… el fin…
-¿Quién es usted, qué quiere?- Pudo
preguntar una asimismo cada vez más atemorizada Maggie.-
Y
sin embargo, ese individuo no se mostraba hostil. Paradójicamente su atención se
centraba en la tercera persona de aquella familia. Miraba a Gloria que era la
única en no mostrar el más mínimo temor. Todo lo contrario cuando, tras una
breve carcajada con su cristalina risa infantil, saludó a ese extraño.
-Hola. ¡Qué grande eres!
-Hola. - Respondió finalmente él, con
tono grave e incluso respetuoso al sentenciar tras hacer una leve inclinación.-
Al fin te he encontrado, pequeña.
Y
súbitamente Kiros reaccionó levantándose y ordenando a su atónita mujer.
-¡Maggie, llévate a la niña de aquí!
Pese
a todo ese gigante seguía sin inmutarse, allí plantado ante la puerta. La
enfermera comenzaba a asustarse y mucho. Su marido, que era un hombre realmente
alto y fuerte, con un físico imponente, parecía casi un chiquillo en
comparación con ese tipo. Si bien ella sabía ya que entre los saiyajin las
apariencias podían engañar, Kiros, pese a su tremenda energía, daba la
impresión de estar aterrado al contemplar a ese hombre. Así pues obedeció
corriendo a rodear con sus brazos a Gloria en tanto se arrodillaba para tomarla
en vilo y salir corriendo. El embajador Derail pese a temblar visiblemente se
encaró con aquel tipo espetándole.
-Sé que no tengo ninguna posibilidad
contra ti. Pero defenderé a mi familia. Lo que sea que tengas contra mí o los
míos no incluye a mi mujer y a mi hija. Te suplico que las dejes marchar. O
mejor. ¡Vayamos a otra parte!
Al
fin, tras un dramático silencio durante el cual la aterrada Maggie tampoco se
atrevió a moverse por no atraer la atención de ese tipo, el visitante esbozó
una ruda sonrisa y declaró con tono tranquilo.
-No estoy interesado en ti, Kiros Derail,
y tampoco tengo nada ya en contra tuya. No vine por eso.
-¿Entonces, qué es lo que quieres?- Pudo
preguntar el todavía atemorizado saiyajin.-
-Ver algo con mis propios ojos.- Repuso
el interpelado, clavando su mirada en Gloria.-
Maggie
se interpuso instintivamente entre su hija y aquel enorme individuo. Aunque
tenía la certeza de que si aquel tipo quisiera, nada de lo que ella o su marido
pudieran hacer le detendría.
-Te lo suplico, no le hagas nada a nuestra
hija.- Pudo balbucear la enfermera con expresión implorante.-
-Yo no podría hacerle daño.- Sonrió más
ampliamente ese hombre.- Además, no es esa mi tarea.
En
ese instante para horror y estupor de sus padres, la pequeña se soltó del
protector abrazo de Maggie y se acercó a ese hombre. Sonriente también le
preguntó con un tono que daba la impresión de ser de confianza y complicidad,
pese a no conocerle de nada.
-¿Tú también le has visto?
-Sí.- Admitió su interlocutor doblando
una rodilla y agachándose para mirar a los ojos de aquella cría.-
-Kiros ¿qué está pasando aquí? ¿Quién es
ese hombre?- Quiso saber una agitada Maggie.-
-No lo sé. No sé qué ocurre. - Confesó
su ahora también atónito esposo.- Pero él es… era. ¡Por todos los ancestros!
-¿Quién?- Insistió su mujer casi al
borde de la histeria.-
-Es el príncipe Eron.-Musitó él.-
Maggie
se quedó petrificada. Aquel hombre era hijo de los reyes de Nuevo Vegeta. Eron
el traidor, el príncipe renegado quien, según le contaran su esposo y su suegra
Elua, se rebeló contra sus padres deseando convertir Nuevo Vegeta en un mundo
de conquistadores. Ansiaba el poder y dominar cualquier planeta a su alcance.
Esos malvados Zura y Hurrels, que fueran tan crueles y poderosos, eran
sencillamente unos lacayos suyos. Los mejores guerreros del espacio tuvieron grandísimas
dificultades para vencer a Eron y exiliarle a otra dimensión. ¡Y ahora estaba
ahí! Le tenía en su propia casa, mirando a los ojos a su pequeña.
-¡Oh Señor, ten misericordia de nosotros!
-Sollozó la enfermera con el rostro demudado por el miedo.-
Pero
ese hombre no parecía en absoluto hostil. Al fin, apartando por unos instantes
su atención de la cría, afirmó con tinte tranquilizador.
-No debéis temerme ya. No soy aquel que
fui. He sido sanado por quién tendrá que venir a mostrarnos el camino de la
Trascendencia.
-¿Qué?- Inquirió el atónito Kiros.-
-Ahora únicamente quise acercarme aquí a
deciros esto. No seré un problema para ningún planeta. Pero hay otros que sí lo
serán. Deberéis tener cuidado. Y sobre todo, deseaba conocer a la Enviada. La
que precederá al Mensajero.
-¡El Mensajero!- Exclamó una asombrada
Maggie.- Él, él fue quien me trajo de regreso junto a Gloria. Él…
-No comprendo nada. Te ruego que nos
expliques esto, por favor.- Intervino Kiros que se había sobrepuesto a su temor
pero no a su asombro.-
No
obstante, aquel tipo sonrió una vez más, moviendo la cabeza para responder.
-Eso no me corresponde a mí. Solo te
diré que tu hija será una figura fundamental. Para el bien o para el mal.
-Un momento. ¿Cómo que para el mal?-
Terció la una vez más temerosa Maggie.- Mi hija es buena, la luz del Señor
resplandece en ella. Me sacó del mismísimo Infierno.
-En tu hija hay luz y oscuridad.- Alegó
Eron.- Yo he visto las dos, y he vivido en ambas, sé lo fácil que puede ser ir
de una a otra. Su papel no está aún definido. Ambos
bandos tratarán de ganarla para su causa. De vosotros dependerá en gran medida
cual logre su objetivo.
-¿Me estás diciendo qué?- Inquirió un
asimismo muy inquieto Kiros.-
-Vuestra hija es muy especial. Te lo
digo yo, un príncipe saiyajin.- Sentenció el gran individuo añadiendo.- Os lo
demostraré.
Y
desapareció de la vista del anonadado matrimonio a tal velocidad que no pudieron
verle. Ni tan siquiera Kiros, quien había entrenado y luchado contra los más
poderosos oponentes. Cuando se dieron cuenta Eron reapareció sosteniendo en sus
manos una cadena de oro con la cruz que Maggie solía llevar al cuello.
Sonriendo divertido retó a la niña.
-Tengo la cruz de tu mamá. ¿A que no me
la quitas?
-¿Quieres jugar al que te pillo?- Rio la
niña con evidente entusiasmo.-
-Así es.- Sonrió una vez más Eron,
comentando.- Y si quieres ganar y que te den un premio, tendrás que quitarme
esta cruz. Y te advierto, no me voy a dejar.
-¡Eso es imposible! - Protestó Kiros.-
Ni siquiera yo podría quitártela. Eres demasiado rápido para mí…
-Exacto.- Se sonrió su interlocutor con
expresión incluso pícara ahora para sentenciar.- Tú nunca podrías… Pero Gloria
sí.
-¿Qué premio me darás?- Quiso saber la
niña.-
-La comida que más te guste. -Afirmó el
príncipe saiyajin.-
-Quiero que papi me traiga un regalo.-
Pidió la pequeña.-
-Seguro que lo hará, ¿verdad? - Le preguntó
Eron al asombrado Kiros que, por inercia asintió.-
-¿Es que has perdido el juicio?- Exclamó
la asustada Maggie regañando a su marido ahora.-
No
obstante, Kiros tomó suavemente a su mujer de los hombros y la abrazó para
susurrarle con tinte tranquilizador.
-No pasará nada. Pero tenemos que ver
esto.
Y
así, añadió tratando de sonar jovial, para prometer a su hija.
-Cariño, si le devuelves su cruz a mamá,
papá te comprará un peluche. El que más te guste de la tienda.
-¿De verdad, papi?- Exclamó la cría con
gran ilusión.-
-Palabra de saiyajin.- Repuso él
levantando una de sus manos.-
El
rostro de Gloria se iluminó con una amplia sonrisa pasando a centrarse en aquel
gran hombre que sostenía la cruz de su mamá en una de sus enormes manos. Ese
tipo además declaró con tono entre desafiante y divertido, dirigiéndose a la
niña.
-No te lo voy a poner nada fácil.
Y
acto seguido desapareció. O más bien se movía a tal velocidad que era imposible de percibir
para la asombrada Maggie e incluso para su anonadado esposo. Sin embargo,
Gloria movía los ojos y giraba la cabeza hacia un sitio y otro, como si
estuviera viéndole sin ninguna dificultad.
-¡Te pillé!- Exclamó dando un gritito
con su vocecilla infantil.-
Se
lanzó con una rapidez tremenda hacia un lugar de la sala. Entonces ese hombre
reapareció justamente allí esquivándola. La niña no se rendía y fue tras de él.
El atónito matrimonio Derail solamente podía abrir la boca y mirarse entre sí
sin dar crédito a lo que veían, o mejor dicho a lo que no veían.
-¡Es increíble!- Musitó Kiros abrazando
asimismo a su impactada esposa.-
Así
continuaron hasta que la niña comenzaba a dar muestras de estar cansada y
enfadarse. Estaba cada vez más frustrada dado que aquel hombretón la eludía una
y otra vez. Al fin se detuvieron en medio de esa gran estancia en la que
estaban.
-¡Que! ¿Ya te has cansado?- Sonrió Eron
agitando la cadena ante la mirada impotente y molesta de la cría.-
-¡Dámela! – Demandó la pequeña con tono
airado.-
-Nada de eso.- Replicó el imperturbable
guerrero.- Si la quieres, quítamela. ¿O es que eres muy lenta? ¡Te quedaras sin
tu peluche, niña tonta! - Se rio con regocijo.-
La
cría estaba crispando su expresión, presa de un gran enfado. Al verla así
Maggie quiso calmarla, sin embargo Kiros la sujetó despacio de un brazo y movió
la cabeza. Al fin, la niña estalló con un grito que sonaba mucho más potente y
grave de lo que por su edad debería
-¡Qué me la des!
Y
lo siguiente dejó anonadado al propio Eron, la cría emitió un resplandor rojizo
y su pelo negro al tiempo que sus ojos habitualmente violetas, tomaron esa
misma tonalidad. Con una rapidez mayor de lo que incluso el príncipe saiyajin
pudo seguir se lanzó contra él agarrando la cadena y arrebatándosela. Cuando
los adultos quisieron darse cuenta de lo que había sucedido la cría saltaba
contenta y con su aspecto normal, a la par que, de forma pizpireta se acercaba
a su asombrada madre y le daba aquel ornamento.
-Toma mami, ahora quiero mi peluche.
Sus
padres no eran capaz de pronunciar palabra. Fue el propio Eron quién, recobrado
a su vez de la sorpresa, sentenció.
-Puede ser una campeona para el bando de
la Luz o el de la Oscuridad. Recordadlo.
Ahora que he visto lo que quería, tengo que irme. Os deseo suerte.
Kiros
miró con expresión estupefacta a ese hombre y luego volvió la mirada hacia su
hija. Maggie abrazaba a la pequeña con el rostro demudado también. La niña se
recostaba sobre el cuello de su madre repitiendo con su vocecita parcialmente
velada por los cabellos y el pecho de la enfermera.
-Mami, quiero mi peluche.
-Yo que tú iría a comprárselo sin
demasiada tardanza.- Sonrió adustamente el gigante antes de salir de la casa de
la atónita familia.-
-Hija. Ya es tarde, papá te lo comprará
mañana.- Declaró entonces Maggie con tono de impostada calma.-
-¡Lo quiero ahora!- Exclamó la cría con
tono de demanda separándose de su madre.-
Maggie
estaba asustada, acababa de ver como su hija había hecho algo increíble, que
asombró a su propio esposo e incluso a ese tipo enorme y tan poderoso que
acababa de irse. Sin embargo, algo le dijo que debía mostrarse segura y se forzó
a mantener la tranquilidad para responder de modo suave pero firme.
-No me hables así o te castigaré. Papá
te compraré el peluche pero será mañana. Ahora ven conmigo, tienes que bañarte
y que cenar.
La
niña rompió a llorar y pataleó en el suelo. Aunque, por fortuna, en esta
ocasión no evidenció ningún poder sobrehumano salvo su capacidad de berrear.
Kiros y Maggie se miraron no sin alivio. El saiyajin entonces se acercó a su
hija y le susurró conciliador.
-Mamá tiene razón. He dicho que te lo
compraré pero no que fuera a comprártelo ahora. Si eres buena mañana, después
del colegio, iremos tú y yo de paseo y podrás elegir el peluche que más te
guste.
Aquellas
palabras tuvieron el efecto de calmar a la cría, Gloria se levantó dejando de
llorar y asintió con su cabecita. Sus ojos violetas estaban ahora enrojecidos
tras el llanto pero no mostraban otro particular. Al fin le dio la mano
dócilmente a su madre y Maggie la llevó al cuarto de baño. Tras dejarla en la
bañera jugando con un pato de goma, salió suspirando.
-¡Dios mío! Todavía no puedo creerlo.-
Sentenció la enfermera.-
-Pues ha sido real. Y yo tampoco soy
capaz de asimilarlo.- Admitió su marido, añadiendo eso sí, con admiración hacia
su esposa.- Pero también tú me has impresionado. No era fácil negarle nada a
Gloria tras lo que hemos visto.
-Es cierto.- Convino Maggie quien no
obstante alegó.- Pero tras lo que ese hombre nos ha dicho, ahora más que nunca
tenemos la obligación moral como padres de educarla bien y marcarle límites.
-Es verdad. Si deseamos ganarla para las
fuerzas de la Luz.- Declaró él, inquietado todavía por esas palabras de Eron.-
Maggie
asintió despacio, estaba asimismo preocupada por aquello. Sin embargo, dejando
eso por el momento, volvió con su hija para terminar de bañarla y pasar el
máximo tiempo posible a su lado. Estaba segura de que, si sus padres le
mostraban todo su amor, su pequeña Gloria no dudaría en tomar el camino del
bien.
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