Las cosas iban cada vez peor en el
Clargin. Los clientes disminuían día tras día. Clarisa apenas se ocupaba ya del
negocio. Estaba volcada en su hijo Franklin quién, si bien era ya un
adolescente bastante autosuficiente, nunca se ocupaba mucho de los temas más
mundanos, inmerso como estaba en sus estudios y ayudando a su padre. La
expresión, de tal palo tal astilla, nunca estuvo mejor empleada en el caso de
esos dos. Ambos eran el típico tándem de sabios despistados que se podían olvidar
hasta de comer durante sus estudios y experimentos. Claro que, para eso estaba
ella. Y además, el negocio estaba cada día más deprimente. Por eso la rubia
amiga y socia de Ginger le dijo un día.
-Voy a vender mi parte. Quisiera que tú
te la quedases.
-Bueno, sabes que ahora no tengo
dinero.- Suspiró Gin.- El trabajo de Gus nos da apenas para mantener la casa. Y
esto…
-Da cada día más pérdidas. Admitámoslo,
Gin.- Contestó su amiga con una triste pero certera visión de la realidad.- Ya
hace mucho que Flowers and Flavours nos ganó la batalla de la clientela.
-No quiero rendirme.- Afirmó la mujer,
casi con emoción, para sentenciar.- Es lo único que me queda. El fruto de
tantos años de esfuerzo. Y todavía hay buenos amigos que siguen viniendo aquí.
-Sí, es verdad, Kiros y Maggie, Susan y
Giaal. Aunque cada vez menos. Melissa y Clyde y los chicos. Pero poco más. Bueno, también vienen Daphne y Martin con su
hijo, y la doctora Sullivan con su hija. Pero es que apenas tenemos otra docena
de clientes habituales y fuera de ellos, nadie se para aquí ya.- Le resumió
Clarisa agregando con impotencia y pesimismo.- Y entre impuestos, proveedores y
otras facturas, las deudas nos están sepultando. Yo no quisiera hacerlo, pero
con el trabajo de mi marido estamos bien. Y no deseo más quebraderos de cabeza.
Quiero vivir tranquila…
-Te comprendo.- Admitió la cabizbaja
Gin.- De veras. Y me gustaría poder comprarte esa parte. Pero no puedo.
-Quizás, si nos franquiciamos con los de
Flowers and…
Sin
embargo, su amiga ni la dejó terminar, moviendo violentamente la cabeza, para
replicar con enfado.
-¡Jamás! No seré la sirvienta de la
princesa de Júpiter.
-No es mala persona.- Adujo Clarisa.- Si
hasta las Star Light o las Animamates cuando han venido por aquí, se declaran
amigas suyas y de las otras princesas y soberanos de la Tierra…
-No es eso, no tengo nada en contra
suya. Ni de sus compañeras. Al contrario. - Contestó Ginger, para alegar.- Es
que este negocio es como un hijo para mí, no lo venderé ni lo entregaré. Lucharé
hasta que no pueda más. Al menos, este hijo nadie me lo arrebatará.- Suspiró
llorosa.-
Su
interlocutora asintió despacio, sabía que esos recuerdos eran muy dolorosos para
su vieja amiga y simplemente musitó.
-Lo siento. No era mi intención…
No
pudo añadir nada más, al menos la llegada de algunos clientes levantó sus
ánimos. Aunque eran precisamente el grupo de chicos encabezado por el hijo de
Clarisa. Habían transcurrido ya unos días desde que Gloria retornase a Nature y
comenzaran las clases. La muchacha parecía irse adaptando. Tras entrar y
saludar a la madre de Franklin y a Gin, fue precisamente el hijo de Clarisa quien
hizo la observación.
-Esto está muy tranquilo.
-Sí.- Suspiró Ginger declarando con
nostalgia.- Si lo hubierais visto en los buenos años. La gente llenaba el local
y había cola a la puerta.
-¿Podemos tomar algo?- Inquirió Tiffany
con prevención.-
-Por supuesto, para eso estamos aquí.-
Sonrió Clarisa.-
Así, tras pedir lo que querían se
sentaron en dos mesas. Fue Fiora la que comentó.
-Ginger parece triste.
-Será porque el negocio no va muy bien.-
Les desveló Franklin no sin pesar.-
Todos se miraron con
tristeza y permanecieron en silencio unos instantes, fue Luke quien comentó con
renovado ánimo, tratando de cambiar de tema.
-¡Eh! ¿Sabéis lo que he oído? Noticia
bombazo, ¡Sonia Calderón y Stephanie Kensington vuelven a Nature!
-Que bien.- Comentó su hermana con total
desapasionamiento.-
-Le darán más vida a este planeta.-
Sonrió Alex.-
-Y hasta puede que convenzamos a alguna
para que vengan a este local.- Musitó Fiora con su típico ingenuo optimismo.- Le
haría mucha publicidad.
-Lo dudo mucho.- Terció Franklin quién,
como de costumbre, contrastó los deseos de su amiga con su analítica realidad.-
Ellas pertenecen a la casa Deveraux y la dueña es muy amiga de la princesa de
Júpiter. De hecho, tienen un acuerdo de mutua promoción, si no recuerdo mal.
El
resto asintió suspirando con resignación. Fue el turno de Gloria para decir con
extrañeza.
-Aquí se come muy bien. No sé porque no
viene la gente.
-Bueno, en Flowers and Flavours la
comida es también exquisita, no tienen la tarta Sandy, pero disponen de muchas
otras igualmente deliciosas.- Admitió Luke.-
Alex
le miró como si hubiera blasfemado, aunque esa impresión pasó pronto y el joven
le reprochó, eso sí, con jovialidad.
-Esas palabras son tabú. Aquí no se
alaba la comida de la competencia.
-Bien dicho.- Se adhirió Franklin,
aunque dándole un enfoque más práctico como de costumbre al agregar.- Es una
muy mala política comercial.
-De veras que no os entiendo.- Suspiró
Fiora.- Deberíamos hacer algo, promover este sitio. Hablar con nuestros
compañeros para que vengan, no sé. Desde pequeña mis padres me han traído aquí
y siempre se ha respirado un ambiente hogareño y muy agradable. No quiero que
desaparezca el Clargin.
-Estoy de acuerdo, algo deberíamos
hacer.- Convino Luke de inmediato mirándola con visible interés sin que la
chica se percatase. -
-Podría hablar con mi padre y pedirle
que enviase a todos los saiyajin a comer aquí.- Propuso Gloria.-
-Queremos impulsar el negocio, no
dejarlo sin existencias.- Se sonrió Alex.- Es broma.- Añadió ante la
perplejidad de Gloria, afirmando.- No es mala idea.
Así
debatieron durante un rato acerca de qué ideas podrían tener para ayudar a reflotar ese lugar. Al terminar se
despidieron de Clarisa y Ginger. Franklin optó por quedarse con su madre, dado
que iban a regresar a casa juntos. El resto prosiguió en el deslizador hasta
que los hermanos Tiffany y Luke se bajaron. Luego fue Gloria quien dijo adiós
cuando llegó a la parada más cercana a su casa, en la legación diplomática
saiyajin. No sin antes recordarles.
-Os esperamos esta noche a cenar, para
devolver la amable invitación que me hicisteis.- Declaró.-
-Allí estaremos.- Sonrió Fiora.-
Su compañera se bajó
tras asentir y finalmente los dos primos
continuaron hablando.
-Seguro que algo podremos hacer.-
Comentaba Fiora, pensando aun en el Clargin.-
-Claro.- Le aseguró Alex.- Algo haremos.
Pero de momento toca arreglarse para la cena.
-Gloria dijo que fuéramos con ropa
informal.- Comentó Fiora.-
-Bueno, supongo que no habrá problema en
ese aspecto entonces.- Repuso Alex.-
El
chico recordaba como esa muchacha saiyajin acudió a su propia casa,
discretamente vestida con una falda hasta las rodillas, un jersey y zapatos
planos. Era bastante alta de por sí, aunque no tanto como él, y también
hermosa. Junto con Fiora, que iba de un modo informal como solía gustarle a su
prima, con un pantalón y zapatillas deportivas, completando su atuendo con una
camisa floreada. A pesar de esos looks tan poco espectaculares las dos daban la
impresión de ser modelos recién salidas de un pase. El joven sonrió. Sobre todo
cuando Gloria saludó con mucho respeto a sus padres.
-Señor y señora Ginga, es un honor para
mí conocerles.- Pudo decir.-
-Bueno, ya nos conocías cuando eras
pequeña.- Sonrió la madre de Alex.- Pero de eso hace ya mucho tiempo. Seguro
que lo habrás olvidado.
-Les pido perdón, en efecto, no lo
recuerdo.- Pudo decir la joven con tono envarado.-
-En ese caso, el placer es nuestro.- La
animó desenfadadamente Giaal, sentenciando.- Te has convertido en una joven
realmente notable. El orgullo de tus padres.
-Gracias señor. Le comenté a Alex que
deseaba darle las gracias por asistir a mi madre en mi nacimiento. Le debo la
vida.- Repuso la reconocida muchacha.-
-Solo hice mi trabajo y la vida se la
debes a tus padres.- Sonrió el médico.-
Tras
esas palabras la hicieron pasar al salón, allí, tras saludar a Fiora que había
llegado un poco antes, se sentaron a la mesa. Daba la impresión de que esa
chica se contuvo a la hora de comer, puesto que el apetito de los saiyajin era
notorio. Durante la velada surgieron temas de conversación variados. Gloria les
contó un poco como fue su entrenamiento en Nuevo Vegeta y a su vez, se interesó
por lo sucedido en Nature en su ausencia.
-Tras la batalla contra los Arcoily y
los traidores tuvimos mucho que reconstruir. - Le contó Susan.-
La
mujer iba de uniforme, acaba a de regresar de la base por lo que contó y no
tuvo tiempo de cambiarse.
-Mi madre acaba de ser ascendida a
comandante.- Le comentó un orgulloso Alex a su compañera de instituto.-
-Enhorabuena, Señora. Mi padre la tiene
a usted en muy alta consideración. - Declaró Gloria.-
-Muchas gracias. Lo mismo digo. - Sonrió
afablemente Susan.- Dales un abrazo y un saludo de mi parte. Últimamente apenas
si les veo.
-Por supuesto.- Asintió la joven
invitada.-
-Las cosas fueron muy complicadas en
esos años. Yo no lo recuerdo casi porque era muy pequeño, pero mis padres y los
tuyos no lo tuvieron nada fácil.- Terció Alex.-
-¡Ojalá hubiera estado entonces aquí
para luchar a su lado!- Se lamentó Gloria.-
-Lo mejor fue que, al final, se consiguió
la paz.- Comentó Giaal.-
-Hay una cosa que no entiendo.- Intervino
la joven saiyajin, aseverando.- Si saben que hubo traidores y a estos les dieron
su castigo, ¿Por qué no se hizo lo mismo con esos Arcoily? ¡Atacaron Nature! Si
eso hubiera sucedido en Nuevo Vegeta les habríamos exterminado sin miramientos.-
Sentenció.-
Un
incómodo silencio se extendió sobre la mesa, Fiora fue la primera quién, con un
tono entristecido y preocupado, replicó.
-No creo que sea bueno el actuar igual
que ellos. Devolver daño por daño y muerte por muerte es terrible.
-¿Pues de qué otro modo te puedes hacer
respetar?- Quiso saber su compañera entre perpleja por esas palabras y hasta un
poco molesta.-
-Tratando de mantener la paz.- Respondió
su interlocutora.-
-La paz no se mantiene con palabras.-
Opuso Gloria.- Si te atacan debes responder o te aniquilarán.
Ni
Susan, ni Giaal, ni tampoco Alex intervinieron en esa conversación. Escuchaban
muy interesados a Fiora con su tono más suave e incluso apenado, en contraste
con el reivindicativo y enérgico de Gloria.
-No podrían ser más distintas.- Pensó
Alex con fascinación.-
Aunque
ajenas a eso, las dos polemistas proseguían su intercambio de argumentos.
-Si devuelves el ataque provocarás más
muertos y aquellos que lo sufran también desearán venganza.- Afirmó Fiora.- Esa
no es la solución.
-Si los saiyajin atacaran te aseguro que
no quedaría nadie de esos perros Arcoily como para querer vengarse.- Sentenció
su contertulia.-
Fiora
guardó silencio mirándola con estupor, casi horrorizada. Al fin fue Susan quién
decidió intervenir para cortar aquello.
-De todos modos, no pudimos hacerlo. Al
poco llegó un mensaje del mundo Arcoily lamentando lo ocurrido y ofreciéndonos
ayuda para acabar con quienes ellos denominaron traidores y criminales. Según
ellos, eran una facción en rebeldía que quisieron primero tomar el poder en su
mundo. Al no lograrlo, atacaron Nature esperando que les declarásemos la
guerra, pero hacerse así con el poder. Se comunicaron con la princesa Kakyuu de
Kinmoku para advertirla y gracias a eso nos enviaron refuerzos desde ese
planeta.
-Eso parece una simple excusa para no
admitir su culpabilidad.- Comentó Alex.-
-Puede ser, pero no teníamos pruebas en
otro sentido. De hecho apresaron a algunos de los suyos y nos los entregaron.-
Comentó su madre.-
-Los Arcoily destacan por ser unos mentirosos,
además de unos cobardes. No se les puede creer. - Valoró despectivamente
Gloria.-
Al
menos, eso tenía oído en Nuevo Vegeta cuando se mentaba a esa raza de viles y
traicioneros canallas. Fueron hasta siervos de ese tirano llamado Gralas. En opinión
de su abuela Elua, no se podía haber caído más bajo.
-Hasta los humanos son valientes y
fieros guerreros, comparados con esos cobardes rastreros.- Llegaba a decir su
mentora. -
Fiora
por su parte movía la cabeza ante semejantes palabras. Pudo incluso oponer con
timidez.
-Yo no conozco a esa gente, pero no creo
que sean todos malos. Tendrán sus problemas y sus diferentes puntos de vista
como sucede aquí. Posiblemente algunos de ellos, sí que serían los responsables.
Pero no se puede culpar a todo un pueblo por lo que hayan hecho algunos.-
Opinó.-
Susan
y su esposo escucharon con atención ese alegato y asintieron despacio. La perspectiva
de la edad y la experiencia les hacía ser menos maniqueos. Y eso que tuvieron
que sufrir en carne propia muchos de esos ataques y enfrentarse a los Arcoily. Tanto
en la SSP-1, como en la SSP-2 y en Nature.
-En efecto, no teníamos las pruebas
suficiente para dudar de su palabra. Fue mejor aceptar sus disculpas y tratar
de establecer relaciones diplomáticas.- Terció entonces Giaal.- En eso le doy
la razón a Fiora, una escalada del conflicto hubiera llevado a una guerra multi
planetaria. Con terribles consecuencias para millones de inocentes de ambos
lados.
-Claro.- Convino la aludida, comentando
a Gloria.- Ni siquiera en tu planeta decidieron atacarles.
-Se habló de ello. Mi abuela me contó
que había muchos partidarios de darles un buen escarmiento, incluida ella misma.
Sin embargo, como la agresión no fue en nuestro territorio, no era cosa nuestra
vengarla.- Opuso la chica mirándola con algo de malestar.-
-Eso ya pasó. Ahora al menos estamos en
paz.- Comentó Alex percatándose de la creciente tensión que podía percibirse en
la mesa.- Y seguro que más preparados para afrontar cualquier amenaza, más con
mamá como segunda al mando del planeta.
-Bueno.- Sonrió Susan.- Ahora estoy al
mando de las escuadrillas de varitech con base en Nature, pero tengo al capitán
Enset y al comandante Dawson, que es más antiguo, por encima de mí.
-Bueno, pues la tercera, que tampoco
está tan mal.- Alegó Giaal.-
-Las responsabilidades y el papeleo no
son tan divertidos.- Opuso Susan, eso sí, con una sonrisa.-
Charlaron
un poco más y al término de la velada Alex acompañó a ambas invitadas a la
salida. Parecía que el ambiente estaba un poco tenso entre las dos chicas, así
que él tuvo que ser quien hablara.
-Ha sido una cena estupenda. Me alegra
haberla compartido con vosotras.
-Sí, gracias por vuestra acogida.-
Asintió Gloria, diciéndole entonces.- Espero que vendrás a mi casa, es deber de
cortesía devolverte la invitación.
-Por supuesto.- Sonrió él dirigiéndose
ahora a la otra chica que escuchaba un poco al margen.- Y tú, primita. Da
saludos al tío Alan y a la tía Naya. ¿Seguís con esa idea de mudaros cerca del
bosque boreal?
-Sí, nos gustaría.- Asintió ella,
alegando ilusionada.- Además, la abuela Connie va a venir a vernos. La pobre
está muy sola después de que el abuelo Tom falleciera.- Remachó con un toque de
pena.-
-Todos lo sentimos muchísimo.- Comentó
Alex, afirmando con pesar.- Mi padre siempre dice que los abuelos Ail y Ann
eran muy amigos suyos.
-Es verdad. – Convino Fiora.- Aunque han
pasado algunos años ya, todavía recuerdo la cantidad de gente que había en su
casa. Tenía muchos amigos y personas que le apreciaban y querían.
-Lamento vuestra pérdida.- Declaró
Gloria entonces, añadiendo con un gesto pensativo.- Creo haber oído nombrar a
ese hombre allí, en Nuevo Vegeta, alguna vez. Era muy amigo del príncipe Asthel,
el hermano del rey emérito Lornd, padre de nuestro actual rey Bralen. -Les
especificó.- Y si incluso en mi mundo le tenían por alguien de honor, debió de
ser realmente notable.
El
resto asintió. De hecho Thomas Rodney era recordado por todos como un buen
hombre al que habían respetado y querido. Fiora añadió con tristeza.
-Mi abuelo era una persona maravillosa.
Mucho de mi amor por la naturaleza y los animales me lo inculcó él, cuando, de
las pocas veces que visité la Tierra, me llevaba a algunos sitios cercanos a
los campos en los que creció. Es una pena que yo fuera tan pequeña. No me
acuerdo muy bien de todo, pero algunas cosas sí que se me quedaron grabadas. Como
esas excursiones que hacíamos con él y con mi tío Lance, cuando éste venía a
ver a sus padres.
-Ahora que recuerdo. Debió ser alguien
muy importante cuando la mismísima princesa Seren y los soberanos, con el duque
Derail, rey de la Luna Nueva, que es primo de mi padre, junto con la reina
Neherenia, entre otros, acudieron al funeral.- Convino Gloria con tono
respetuoso ahora.- Y los soberanos de mi pueblo le concedieron las dagas
cruzadas. Es un gran y muy raro honor, incluso para un saiyajin. Que un humano
se haga acreedor a él es algo impresionante. Lo admito. Me hubiese gustado
conocerle en persona.
-Los humanos somos capaces de lo mejor y
de lo peor.- Agregó Alex.-
Gloria
asintió. Al parecer la joven estaba pensando en algo, cuando el chico, quizás
adivinando de lo que se trataba, le comentó.
-Puedes sentirte muy orgullosa de tu
parte humana. Tu madre es una gran persona. Ha hecho muchísimo por la gente. Y
ha salvado muchas vidas. Mis padres me lo han dicho más de una vez. Sobre todo mi
padre que trabaja con ella en el hospital.
La
muchacha asintió aunque no con demasiado entusiasmo. Al menos eso pensó él. Al
fin llegaron a la parada del deslizador, el vehículo llegó y las dos chicas
subieron tras despedirse de Alex. Fiora recordaba a su vez aquella conversación
una vez estuvieron a solas…
-Eres demasiado blanda.- Le dijo
entonces Gloria con reprobación.-
-¿Blanda?- Se sorprendió ella.-
-Sí, con el enemigo.- Le aclaró su
contertulia.- A los que quieren destruirte hay que aniquilarles antes. No darles
oportunidades. Ellos no tendrían piedad de ti.
-Si nos atacan, claro que debemos
defendernos.- Contestó la muchacha, matizando de inmediato.- Pero esto es
diferente. Si hubiésemos atacado ese planeta muchos inocentes habrían muerto. Y
eso no hubiese devuelto la vida a las víctimas de Nature.
Gloria
la observó perpleja aunque no tardó en mover la cabeza declarando con tinte
desaprobatorio.
-Di eso muy alto y tendrás aquí a las
flotas de combate de media galaxia tratando de conquistar este planeta. La
disuasión debe basarse en que teman tu fuerza.
-Pues yo no lo creo así.- Rebatió Fiora
sin arredrarse a la hora de sostener la mirada de su interlocutora, aunque no
lo hizo a modo de desafío sino casi en un intento desesperado porque ésta la
entendiera, al añadir.- Es mucho mejor la amistad. ¿Acaso el mundo de los
saiyajin no ha pactado y se ha aliado con nosotros, la Tierra, Kinmoku y la
Luna?
-Eso es diferente.- Replicó Gloria.- Una
cosa es ser aliados con pueblos en los
que sabes que puedes confiar y otra querer ignorar el hecho de que hay muchas
civilizaciones hostiles que nos reducirían a cenizas si tuvieran la ocasión y
créeme. Los Arcoily son ese tipo de civilización.
Fiora
suspiró, moviendo levemente la cabeza para afirmar con pesar.
-A mí nunca me ha gustado la violencia.
Sé que a veces no hay más remedio que emplearla, pero no por eso deja de
desagradarme.
La
saiyajin la observaba como si no pudiera comprenderla en absoluto. Al menos esa
impresión le dio. Y su contertulia no tardó en sentenciar.
-La violencia, como tú la llamas, no es
más que la competencia por sobrevivir. Dices que te agrada la naturaleza , entonces
deberías saber que los animales no dejan de matarse unos a otros.
-No es lo mismo.- Opuso su
interlocutora, explicando.- Es su instinto. Algunos tienen que cazar para
vivir.
Se
acordó de su lobito, que ya era todo un lobo adulto, magnífico y realmente
hermoso. Y a buen seguro que un gran cazador. Así lo dijo.
-Pues el instinto de los saiyajin es
pelear. Y destruir a quienes desean acabar con nosotros. Y al igual que esos
lobos que tanto admiras, es el más fuerte quien gobierna al resto. - Sentenció
Gloria.-
-Vosotros sois seres inteligentes, tenéis
la capacidad de pensar antes de actuar.- Opuso Fiora.- Y a buscar otras
maneras. Vuestra reina al menos actuaba así. ¿Verdad?- Preguntó a su vez.-
-La reina Meioh es una mujer
excepcional. Es cierto que siempre aconsejó prudencia.- Admitió Gloria,
replicando sin embargo.- Pero cuando tenía que luchar se mostraba implacable.
Lo mismo que nuestros actuales soberanos. Y en mi opinión, y la de mi abuela
Elua, han sido demasiado contemporizadores con esos canallas Arcoily.
-Yo creo por el contrario que han demostrado
mucha sabiduría, eligiendo la paz y evitando la fuerza como medio de resolver
las cosas.- Afirmó Fiora.-
-Eres libre de pensar lo que quieras. Pero
a la hora de la verdad, agradecerás tener a alguien fuerte a tu lado cuando el
enemigo ataque.
Y
no le dio tiempo a añadir más, Gloria se bajó del vehículo tras llegar a su
parada. Fiora musitó un tímido hasta mañana que su compañera de clase no
respondió.
-En fin.- Se dijo la muchacha.- Está
claro que los saiyajin son muy beligerantes. Pero, en eso puede que Gloria
tenga razón. Les pasa como a lobito, es parte de su naturaleza. Bueno, al menos
dentro de poco la abuela Cooan estará aquí.- Sonrió ahora animada ante esa
perspectiva.-
Otra
que estaba a punto de llegar a Nature era Keiko. Hacía mucho que no iba por ese
planeta. Desde poco después de aquel terrible ataque. La joven, promocionando a
la sazón su nuevo disco, no lo pensó, quiso cantar a beneficio de todos los
damnificados por esa batalla. Entonces no pudo ver a sus viejos amigos por
culpa de su apretada agenda. Ahora retornaba a dar un par de conciertos pero
con más tiempo. De camino en el transbordador pensaba.
-No sé si volver a empezar de nuevo, ya
he estado cantando algunos años y aunque no me fue mal, tampoco triunfé como
esperaba.
Y
es que pese a su talento y su gran voz, otros muchos intérpretes habían surgido
y el mundo de la música no era tan sencillo siendo profesional. Quizás ahora
aceptase retornar a sus labores de científica y de vez en cuando pudiera cantar
algo. Y Nature parecía otra vez un buen sitio. Además, ahora que su amiga Mimí
tenía a su hija algo mayor y junto con su esposo Kenneth, estaba planeando irse
a vivir a Bios, no le quedaba gran cosa en la Tierra.
-Mis padres siguen allí, les quiero
mucho pero necesito mi propio espacio. Y además, papá tiene a Hotaru y ella y
Kaori han mejorado mucho su relación. Ya no necesitan que haga de mediadora -
Reflexionó tratando de alentarse.-
Y
en esos pensamientos estaba cuando el deslizador que la llevaba desde el astro
puerto llegó hasta su casa, aquella en la que viviera hacía años. Al bajar y
recorrer la calle de camino al piso, vio con agrado que pocas cosas habían
cambiado.
-Bien, ahora, espero que me admitan,
aunque sea a tiempo parcial.
Y
es que Keiko se sentía insegura. No es que no creyera que no iban a valorar su
currículo, pero era su propia vida la que le hacía dudar. Había estado dando tumbos,
de un planeta a otro, incapaz de fijar una residencia, pasó en varias ocasiones
de la investigación al mundo de la canción, dado que ambos le apasionaban y se
veía incapaz de elegir. Lo mismo le sucedió años atrás cuando no sabía que hacer
respecto de Maggie y Kiros. Tampoco pudo decantarse por ninguno y al final
sucedió lo que jamás hubiera podido haber imaginado, que esos dos se enamorasen
mutuamente y la dejaran sola. Bueno, eso pasó hacía ya bastantes años, y se
decía que les había perdonado desde entonces. Aunque quizás no del todo, o
posiblemente una parte de ella todavía se sintiera herida y traicionada. Desde
entonces tuvo alguna pareja ocasional, tanto hombres como mujeres desfilaron
por su vida. Sin embargo, lo mismo se repetía una y otra vez. Era incapaz de decidirse
a dar el paso.
-Si las cosas hubieran sido diferentes.-
Se lamentaba mientras subía en el ascensor, rumbo a su piso.- Si Mimí me hubiera querido como yo a ella…
Posiblemente
su amiga de la infancia y su primer amor
fue realmente el verdadero. Por desgracia, la hija de Daniel y Mimet nunca tuvo
esas inclinaciones. Durante años Keiko guardó silencio, tratando de estar a su
lado y compartir sus alegrías y tristezas, como una amiga, casi una hermana. En
muchos instantes deseó haber podido declararse. No obstante, siempre se
refrenó, en el fondo sabía que esa guapa chica morena, tan alegre, al menos
hasta la tragedia que vivió, jamás le correspondería así. Prefirió tragarse
aquello y mantener su amistad. Luego huyó rumbo a Nature y allí conoció a Kiros
y a Maggie. Pasó de ser ella quien alentaba un amor imposible a verse en la
dificultad de elegir entre dos personas realmente notables que se la disputaban.
-Mi vida siempre fue así, estar en una
encrucijada y no tener idea de hacia dónde ir. -Se lamentó en tanto entraba en
la casa y un droido que la seguía le dejaba el equipaje en la habitación.- Bueno.-
Suspiró intentando rehacerse.- Ahora espero poder ser capaz de volver con mis
antiguas compañeras. Sobre todo con Melissa, ella manda el grupo, y también
está Mei Ling y otra chica que no conozco. – Trató de recordar.-
Posiblemente
faltaba una, pero cuando habló con Melissa, tras anunciarle su deseo de volver,
la doctora Adams le contó que posiblemente tendrían a otra muchacha más en un
breve plazo formando parte de ese grupo. Así, al fin completarían las cinco que
toda sección de las Fairy Five debía, al menos en teoría, tener.
-¡Ojalá sea como en los viejos tiempos!-
Se dijo esperanzada tras finalmente ponerse cómoda, lista para descansar del
viaje.-
Y
justamente en aquel grupo de científicas, Melissa estaba terminando la jornada.
Junto a ella, Emma se disponía a su vez a concluir el turno. La muchacha parecía
nerviosa, de hecho miraba su reloj señalizador. Éste enseguida emitió un pitido
de alarma.
-Ya es la hora.- Dijo la científica en
voz alta.-
Ceremoniosamente,
con la destreza de quién ya tenía costumbre de hacerlo, extrajo una pequeña
botellita cuyo acuoso y dorado contenido cargó en un aparato inyector. Se
colocó el mismo sobre una de sus muñecas y pulsó un botón que aquel ingenio
llevaba. Tras hacerlo suspiró, añadiendo en voz alta.
-Otra dosis. Una más, y así el resto de
mi vida. Este compuesto detiene mi decaimiento celular y evita que me entre esa
maldita sed. - Suspiró añadiendo en un vano intento por sonar jovial.- Si es
que lo mío puede llamarse vida.
Hace
años que lo supo. Estaba condenada a esa maldición eterna, desde que fue
mordida por esas vampiros y murió. Los que la rescataron de sus garras llegaron
empero demasiado tarde. Por fortuna, pudieron desarrollar ese preparado.
-No te descorazones.- Quiso animarla
Melissa.- Seguimos investigando. También en la Tierra. De vez en cuando
recibimos mensajes alentadores del grupo de las Fairy Five de allí, que
trabajan coordinadas con los Guardianes.
-Sí, hace poco que Deborah me envió un
mensaje. El propio doctor Tomoe se interesó por mi caso. Le prometió a Debbie indagar
y poner a alguno de sus mejores científicos en ello. Ya fueran de las Fairy Five,
o de otra división.- Comentó Emma, agregando, eso sí con tristeza.- Pero han
pasado años y no hay nada nuevo.
-Bueno mujer, al menos tú no envejeces.-
Declaró su interlocutora.-
Y
así era, Emma mantenía ese aspecto de chica apenas entrada en la treintena, su
jefa sonrió intentando elevarle la moral y afirmando con más convicción.
-Tienes todo el tiempo del mundo y
quizás, no sea tan buena idea volver a ser humana. Ya sabes, enfermedades,
vejez, por mucho que la calidad de vida y las expectativas de longevidad hayan
mejorado, todos moriremos algún día
-Ya.- Susurró Emma, quien no parecía tan
convencida cuando alegó.- Sin embargo, me siento vacía. Es como si algo me
faltara. No respiro, no necesito comer, ¡No tengo vida!- Casi sollozó.- Y lo
que es peor, tengo miedo de relacionarme con personas que no me conozcan y que
pudieran darse cuenta de lo que soy. Sobre todo tal y como están ahora las
cosas.
Melissa
la escuchó con pesar e inquietud. Eso era cierto. Con ese radicalismo religioso
cada vez más extendido. Si esos individuos descubrieran lo que le sucedía a su
compañera de seguro que una turba dirigida por ellos la quemaría en la plaza. O
quizás le cortasen la cabeza. Capaces desde luego les creía. Por eso, entre
otras cosas, la pobre Emma apenas salía de la parte de la ciudad cercana al
laboratorio. La muchacha trabajaba allí casi todo el día evitando en lo posible
la luz del sol de Nature, que si bien no llegaba a dañarla seriamente le
producía molestias y le erosionaba la piel. Después, casi por costumbre, al
anochecer acudía a su casa. Como tampoco precisaba dormir debía de pasarse noches
enteras pensando en su cruel destino. A eso se le unía el temor de la propia
doctora Adams y de otras pocas personas de confianza que sabían de la condición
de Emma, de que ésta recayera o de que ese tratamiento pudiera fallar algún
día. La propia chica le había confesado que, más que comenzar a pudrirse, le
horrorizaba poder ser víctima de su sed de sangre y, si eso sucediese, de no
poder evitar atacar a la primera persona que se cruzase en su camino.
-Sabes que nosotras siempre estaremos a
tu lado.- La animó Melissa.-
-Gracias.- Pudo sonreír débilmente la
joven, quien quiso cambiar de tema para preguntar a su jefa con mejor talante.-
Pero dejemos eso, dime. ¿Sabes algo nuevo de ella? Debe de estar ya al llegar.
-Sí.- Asintió su interlocutora.- Ya ha
terminado su periodo de prueba en la Tierra y ha sido destinada aquí. Yo misma
le pedí a Kaori que nos la enviasen.
-Tendremos otro grupo Fairy five,
reconstituido una vez más.- Sentenció Emma.- Y además, tendrás muchas ganas de
verla otra vez.
-Muchísimas. - Sonrió ahora Melissa con
patente orgullo.- Así es…
Tras
estas palabras ambas dieron por terminada la jornada y se marcharon del
laboratorio. Ya había oscurecido y tras tomar un deslizador retornaron a sus
respectivas casas. Emma se despidió de su jefa y subió a su piso. Allí, como de
costumbre, se dedicó a pensar mirando a través de la ventana.
-¡Ojalá podamos encontrar un remedio permanente
para esto! No deseo seguir existiendo así durante mucho tiempo más.- Reflexionó
con patente desánimo.-
Otro
que estaba a punto de concluir su jornada era Byron. El joven sacerdote iba a
volver a sus alojamientos. Vivía en el claustro anexo al colegio de la Fe en
donde su hermana mayor daba clases. Y recordando a Daphne suspiró consternado.
La pobre había vuelto a verle hacía tan sólo dos días, pero en calidad de feligresa
dirigiéndose a su sacerdote. Le había contado entre lágrimas de angustia todo
aquello, y solo suplicaba ser perdonada. El joven la escuchó pacientemente en
confesión sin saber que responderle ya.
-La pobre Dap, tiene una lucha interna
terrible. Y desgraciadamente parece que la está perdiendo. Temo por su alma,
pero más todavía por su felicidad.- Pensaba con zozobra.- Sobre todo tras lo
que me ha confesado. ¡Es realmente terrible!
Y es que Byron todavía
podía recordar perfectamente la primera vez que su hermana se confesó con él. Por
entonces hacía apenas un mes que el joven había sido ordenado sacerdote. Tras
su experiencia mística, en la que aquel ángel se le apareció salvándole de una
muerte segura, no tuvo ya dudas. Su fe era fuerte y deseaba ayudar a los demás
con la palabra de Dios. Así se lo contó a su familia. Sus hermanas le abrazaron
con visible emoción y sus padres con gran orgullo. En cuanto pudo, tras sus
estudios de bachillerato, ingresó en el seminario y de allí salió ordenado.
Tuvo suerte, le trasladaron enseguida a Nature. Fue en el mundo en donde vivía
su familia donde deseaba comenzar su ministerio. Byron sabía, al igual que
muchas personas, que el odio y la desconfianza tras ese trágico y terrible
ataque, anidaban en gran parte de la población y quería ayudar a erradicarlo.
Comenzó con mucha devoción y ganas. Y en una de sus primeras confesiones tuvo
la sorpresa de ver a Daphne. La joven, que llevaba casada con Martin ya unos
pocos años, y era madre de un niño encantador, apareció en la capilla de la
iglesia, cuando no había prácticamente nadie.
-Vaya, hermana.- Sonrió el cura al
verla.- ¿De visita?
-Sí.- Sonrió nerviosamente ella.-
Bueno…quería abusar de la confianza que te tengo, pequeñajo.- Comentó tratando
en vano de ocultar sus nervios.-
-¿Va todo bien?- Se interesó el rubio
joven mirándola con extrañeza.-
-Solamente quería preguntarte una cosa.-
Musitó ella.-
-Tú dirás, Dap.- Repuso él invitándola a
continuar con un gesto.-
-¿Te sería muy enojoso si quisiera
confesarme contigo?- Pudo decir la mujer.-
-Todo lo contrario.-Sonrió Byron para
sentenciar.- Esa es una de mis más hermosas funciones, ayudar a las almas de
los creyentes a que puedan liberarse. Y con más razón a la de alguien que es de
mi familia.
-No sé si pensarás lo mismo cuando
termine.- Suspiró Daphne.-
-No temas. Cuando entre en el
confesionario no seré tu hermano únicamente en el sentido de sangre, sino también
un siervo de Dios que le representa. – La quiso tranquilizar él.-
Y
ella asintió, de modo que el chico fue a ponerse su estola tras bendecirla y
entró en aquella especie de caja de madera con celosía a un lateral. Daphne se
arrodilló allí. Y tras las primeras palabras de rigor, ella declaró.
-Perdóneme padre, porque he pecado.
-Dime hija.- Respondió él.- ¿Qué pecados
te afligen?
-Verá. No es fácil.- Contestó casi
atragantándose con las palabras.- Sobre todo tras casarme y ser madre, pensé
que quizás todo pasaría. Sin embargo, no ha sido así…tengo, tengo un deseo, una
querencia hacia otras mujeres.
-Continua.- Le pidió el impactado
Byron.-
Él
nunca imaginó aquello. Si bien su hermana menor Steph parecía haberse suavizado
mucho con respecto a las personas de orientación homosexual. Tras su estancia
en el hospital, su hermana pequeña jamás volvió a hablar de modo ofensivo sobre
esa gente. Y Byron se percataba a su vez que Stephanie miraba mucho a Dap, más
cuando ese tema se suscitaba. Daphne por su parte no solía devolverla la mirada.
Ahora comprendía el motivo. Quizás no debió preguntar puesto que tal y como él
mismo le había dicho a su hermana mayor, ahora no eran familia, sino un siervo
de Dios y una feligresa. Pero no pudo evitar querer saber con tono entre
perplejo y consternado.
-¿Desde cuándo te sucede eso?
-Desde siempre.- Musitó una avergonzada
Daphne.- Siempre me han gustado las mujeres. Los hombres nunca me atrajeron de
ese modo. Salí con algunas y me enamoré perdidamente de una. Y…me vi con una en
especial mientras Martin y yo…éramos novios, incluso prometidos.
Ante el asombro y el
pesar de Byron su hermana le relató todo lo sucedido, incluyendo lo que pasó en
aquel juicio que él mismo recordaba.
-Llevo eso sobre mí desde entonces. Y sé
que cometí perjurio. Pero, pero… es que tuve una especie de visión.- Insistió
con vehemente angustia.- Vi lo que podría pasar si yo…
-Cálmate, hija.- Fue capaz de decir él,
tratando de mantener sus votos de la mejor forma.- Prosigue. Libera tu corazón
de esa carga.
Tras
escuchar esa explicación Byron quedó atónito, no obstante podía llegar a
creerlo. Él mismo tuvo una visión y ese ángel de largo cabello blanco y ojos
dorados le salvó la vida. ¿Por qué no pudo haber sido él u otro ente divino
quien advirtiera a Daphne?
-Bueno, ego te absolvo pecatis tuis.- Le
dijo él, bendiciéndola para rematar con tono comprensivo.- Sé que estás muy
arrepentida. Estoy seguro que Dios hace mucho tiempo que te ha perdonado. Y que
algún enviado suyo te hizo ver eso para evitarte males mayores. Si ese otro
sacerdote que tú dices te aseguró que podías declarar eso en el juicio sin
cometer pecado, yo no soy quién para contradecirle.
Aunque
desde luego creía muy raro eso de perdonar un pecado a priori, antes de
cometerlo. El perjurio era gravísimo. Además de ser ilegal respecto de la ley
de los hombres, era tomar el nombre de Dios en vano si se había jurado sobre la
Biblia. Pero estaba convencido de que su hermana no le mentía en eso. A buen
seguro que un colega le dio la absolución. Como se hacía antes de una batalla
con los soldados, perdonándoles de antemano por los enemigos que fueran a
matar.
-No estoy de acuerdo con eso. Pero ¿quién
soy yo para condenarlo? No deseo pecar de soberbia. - Pensó.-
-Gracias.- Pudo sollozar Daphne mientras
tanto, aunque, para mayor sorpresa de su hermano, la mujer agregó, con tono
lleno de culpabilidad.- Pero es que eso no es todo.
-¿Tienes algo más?-Se sorprendió él.-
Y
entonces la joven le contó…
-Tengo una relación ilícita con otra
mujer… ahora… ¡Que Dios me perdone pero es algo superior a mí!
-Pero ahora estás casada, y eres madre.-
Opuso el apurado Byron.-
-¡Lo sé, y me digo eso todos los días!-
Gimió Daphne.- Sobre todo por mi esposo Martin. Él me quiere, es un buen
hombre, un buen marido y un padre estupendo para David. Y si… ¡Oh Señor! No
quiero ni imaginar que pasaría si eso se supiera.
-Pues debes luchar contra ello.- Le
indicó su interlocutor con un tono más seco.- Tu fe y tu determinación deben
mostrarte el camino de la contención. Enfoca tus deseos hacia tu esposo.
-No soy capaz.- Sollozó su destrozada
hermana.- Bueno, de vez en cuando mantenemos relaciones, pero yo desconecto
totalmente. No es su culpa. Pero es así.- Suspiró ahora bajando la cabeza.-
-Ahora más que nunca debes recordar tus
votos matrimoniales y hacer honor a ellos…- Le contestó Byron con tono más
firme para añadir a modo de sugerencia y ánimo.- Reza mucho y ven a verme siempre
que quieras. No temas nada. Estas bajo secreto de confesión. Ninguna cosa que
me cuentes saldrá de aquí. Pero Dap... hija.- Se corrigió de inmediato.- Tienes
que ser fuerte y cuando llegue la tentación, pensar en tu marido y en tu hijo.
En las posibles consecuencias que tú misma has mencionado…
La
muchacha no replicó a eso. Parecía estar sufriendo mucho, Su expresión al menos
así lo denotaba. Asintió despacio, desarmada por completo. Byron entonces
volvió a absolverla. Al fin, terminó la confesión.
-Como penitencia, reza varios “Padres
Nuestros” y algunas “Ave Marías” y trata de hacer feliz a tu esposo. Tampoco
deberás ver a esa mujer al menos durante un tiempo. Me refiero incluso a verla
en persona, en cualquier otro contexto al margen del pecaminoso. Se da por supuesto
que nada de tratos carnales con ella.
-Sí, padre.- Musitó la abatida mujer.-
Lo intentaré con todas mis fuerzas.
Y
al fin, tras salir y quitarse la estola, Byron la miró compadecido,
susurrándole al oído con afecto.
-Siempre me tendrás a tu lado, Dap, ya
sea como hermano o sacerdote.
La
aludida no pudo evitar abrazarse a él y llorar. Así estuvo por un rato. Después
se marchó. Desde entonces, Daphne había venido algunas veces más, y por
desgracia, acusándose de repetir ese pecado. Byron tampoco sabía qué hacer, por
mucho que la absolviese comenzaba a dudar que eso fuera válido a ojos de Dios.
A fin de cuentas, su hermana no dejaba de reincidir. Y la última había sido,
con mucho, la peor. Ya no solamente por ese pecado sino por las increíbles
cosas que ella confesó.
-Yo no soy quien para juzgar.- Se
repetía el chico.- La pobre sufre mucho, ese deseo antinatural la controla y no
sé qué puedo hacer para ayudarla. Además, si alguien se enterase fuera de la
confesión sería terrible para ella y toda la familia. En fin, espero que el Señor
nos ilumine a todos y nos dé una solución. Antes de que Dap y su esposo pierdan
la razón y arrastren a mi sobrino.
Y
es que, apenas unos días antes en la escuela, David estaba deseando terminar
las clases para volver a casa. Aunque su madre se había ido un poco antes de
las diez. Ella dijo que tenía cosas que hacer y pidió el día libre. No pasaba
nada, su padre le llevaría. El caso es que se encontraba mal. Tenía algo de
fiebre. Aunque no quería molestar a
nadie quejándose. Así las clases fueron transcurriendo una tras otra…y la
cabeza le dolía más. Su profesor, al percatarse de ello, no tardó en avisar a
Martin.
-Muchas gracias.- Dijo éste a su
compañero.- Pediré permiso al padre Michael y me lo llevaré a casa.
Martin
fue a recoger a su hijo y tras tomarle la temperatura decidió en efecto sacarle
del colegio por ese día. Supuso que su esposa ya habría vuelto a casa.
-No te preocupes, David. Ahora descansas
un poco en casa con mamá. Seguro que habrá regresado de hacer esos recados.-
Afirmó animosamente el padre del niño.-
El
crío asintió con gesto algo más alegre pero se sentía mal. Por suerte no
tardaron mucho en llegar. Martin abrió la puerta y entró de la mano con su
hijo. No se oía nada, quizás Daphne estuviera en la habitación.
-Vamos.- Le pidió él al pequeño.- Ve a
mirar si está mamá. Voy a llamar a la doctora Sullivan para pedirle cita…
David
entró abriendo la puerta despacio. En efecto, allí estaba su mamá, pero no
estaba sola. El niño se quedó mirando con los ojos muy abiertos. Él conocía a
esa otra mujer. No hacía falta que su padre la llamara, aunque no comprendía lo
que su madre y la doctora estaban haciendo, moviéndose una encima de la otra,
jadeando sobre la cama y sin nada de ropa.
-¿A qué jugáis?- Pudo preguntar con
total inocencia, en tanto se sentía algo mareado.-
Al
principio, absortas en su intercambio de pasión mutua ninguna notó como el niño
entraba, incluso durante unos segundos ni le escucharon. Fue la propia Daphne
quién, al girarse en tanto era acariciada por su amante, le vio en primer lugar.
La exclamación que soltó hizo que Julieth se detuviera en seco cuando estaba
recorriendo el cuerpo de la maestra con sus manos.
-¡Dios mío!- Fue lo único que pudo
musitar Daphne, que se había quedado pálida.-
Y
eso no fue lo único, por si fuera poco Martin también estaba allí, justo había
entrado tras oír a su hijo. Perplejo, tampoco pudo ser capaz de pronunciar
palabra. Aunque fue el primero en reaccionar en esa especie de cuadro congelado
en el tiempo en el que estaban.
-Ven David, deja a mamá, está claro que
ella tampoco está bien.
-No, espera, ¡por favor!- Le pidió un
compungida Daphne enrollándose una sábana alrededor en tanto la avergonzada
doctora se cubrió como pudo con ambas manos.
Martin
apartó al niño y mirándola con reprobación, replicó.
-Nuestro hijo se siente mal, le traje a
casa temprano. Estaba llamando a la doctora, pero no contestaba, si llego a
saber esto me hubiera ahorrado la llamada.
Julieth
se tapó la cara y se encogió, realmente avergonzada. No podía ni moverse. Lo
mismo le pasaba a su amante. Y antes de que la desolada Daphne pudiera
replicar, fue el propio niño quien le preguntó a su padre.
-¿Mamá también está enferma? ¿Por eso
está aquí la doctora?
-Claro, mamá no está bien.- Asintió
calmadamente Martin en tanto fulminaba a su esposa con la mirada, permitiéndose
añadir con cruel ironía.- Seguro que la doctora le estaba administrando un
tratamiento. Ven, vamos fuera a esperar a que terminen.
Se
giró sin más sacando al crio de allí. Daphne solamente podía llorar sin control
y Julieth, en tanto fue capaz de reaccionar y se vestía a toda prisa, apenas pudiendo
musitar.
-¡Lo siento, lo siento mucho!
Ninguna
hubiera podido jamás ni imaginar aquello. De hecho, tan solo haría una hora que
llegaron. Julieth tenía algo que decirle a su amante. La verdad es que la
doctora estaba barajando la posibilidad de mudarse a otro planeta. En Bios
habían salido plazas para su especialidad y deseaba cambiar de aires. Cada vez
se sentía más arrinconada en Nature. Las maledicencias, las sospechas, esas preguntas
causales de algunas pacientes sobre su esposo tanto tiempo ausente…Incluso
algunas situaciones en las que algunos compañeros habían insultado o hecho el
vacío a su hija Helen. Llegó un momento en el que no quiso aguantar más. Decidió
llamar a Daphne y quedar para charlar. Su pareja le respondió que tenía el
resto de la mañana libre tras haber hecho unos recados y que podía ir a casa.
En ese momento Julieth no pensó en que la familia de su amante pudiera volver
tan temprano. Es más, iba sencillamente decidida a contarle aquello.
-Hola Daphne.- La saludó con un beso de
amiga en la mejilla cuando ésta le abrió la puerta de casa.-
-Pasa.- Le ofreció la anfitriona.-
La
doctora entró sin tardanza. Apenas pudo abrir la boca para decir nada cuando su
interlocutora aprisionó sus labios entre los suyos. Tras un largo y apasionado
beso, Julieth fue al fin capaz de comentar.
-Quería hablar contigo...
-Después.- Le respondió una excitada
Daphne pidiéndole con vehemencia.- Ahora te necesito.
-Pero, aquí, en tu casa.- Opuso
débilmente la doctora que también deseaba aquello.-
-Estaremos solas. Es muy temprano. – Le
aseguró su amante que ya se estaba desnudando.- El colegio acaba dentro de tres
horas…
Eso
le bastó a Julieth, tuvieron tiempo de entregarse incluso a caricias y besos
previos que las encendieron más todavía. Es más, se lo tomaron con calma pasado
el primer arrebato pasional. Luego las dos fueron directas al dormitorio de
Daphne y allí dieron rienda suelta a su mutuo deseo. La doctora no supo cuánto
tiempo pasó hasta que oyó ese respingo de su amante, luego aquella exclamación.
Ella misma quedó impactada al ver a ese crio. Ahora, únicamente era capaz de
pensar en cómo salir de allí lo antes posible. Y lo más irónico es que ni pudo
comentar a su pareja el motivo real de su visita. Pero eso no fue lo peor, a
los pocos instantes el grito de Martin la asustó tanto a ella como a Daphne.
-¡David, hijo!
La
doctora no tardó en salir, vio con horror como el angustiado padre sostenía en
brazos al crio que parecía estar sin conocimiento. Ella no habló, se limitó a
actuar como médico. Enseguida indicó a Martin que dejase al niño sobre un sofá.
Julieth se apresuró a tomarle el pulso y a levantar los párpados. El pequeño
estaba desmayado, posiblemente por debilidad. También tenía mucha fiebre.
Aquello no pintaba nada bien.
-¡Rápido, llena la bañera de agua tibia!
– Le pidió al asustado padre.- Yo llamaré a urgencias.
Martin
corrió al baño a cumplir con esa orden. Al poco, Daphne apareció en el salón,
llevándose las manos a la cara con horror.
-¡David!- Gritó la asustada madre
abrazándose al pequeño.-
-Tranquila, vamos a bajarle la fiebre
mientras llega la ambulancia. Esto debe ser un virus.- Diagnosticó Julieth con
no demasiada convicción.-
-¡Dios mío! Es por mi culpa.- Se lamentó
una destrozada Daphne.-
-No, no tiene nada que ver contigo, ni
conmigo.- Trató de calmarla su interlocutora.- Pero tranquilízate. Anda, ponle
un paño de agua fría…- Le indicó la doctora.-
Sin
embargo, eso no fue preciso, Martin volvió corriendo, tomó en brazos al niño
sin siquiera mirar a su esposa y lo llevó al baño. Allí, con mucho cuidado, le
fue quitando la ropa y metiéndole en el agua.
-Vamos, aguanta campeón.- Le susurraba
animosamente, mojando la frente y la nuca del niño con suavidad.-
Daphne
le siguió a todo correr, ahora miraba la escena con las manos en la boca, sin
atreverse casi a respirar. Rezando con todas sus fuerzas…
-Señor.- Musitaba.- Castígame a mí, ¡pero,
por favor, a mi hijo no!
Julieth
entró al poco, tras tomar la temperatura al niño una vez más suspiró aliviada.
-Esto le mantendrá hasta que llegue la
ambulancia. Saldré fuera para informarles en cuanto aparezcan.- Fue capaz de
decir sin atreverse ni a mirar a la cara de Martin.-
La
pareja de esposos se quedó allí con su hijo inconsciente, no había tiempo para
reproches, ni excusas. A los pocos minutos la ayuda llegó, unos enfermeros
aparecieron a todo correr y tomaron al
niño en brazos para transportarle a una camilla. La doctora Sullivan les había
puesto al corriente de los síntomas.
-No se preocupen, nos hacemos cargo,
pero necesitamos que uno de los padres venga.- Pidió un sanitario.-
-Yo iré.- Afirmó Martin con
determinación.-
Daphne
le miró con expresión desesperada y llena de temor, él le devolvió la mirada
por unos instantes y después sencillamente le pasó a su mujer una mano por el
mentón a modo de caricia, luego corrió junto a su hijo y los enfermeros. La
atormentada madre se derrumbó llorando en el cuarto de baño. Julieth tuvo que
ayudarla a levantarse.
-Vamos, todo irá bien. Ya lo verás.-
Intentaba animarla.-
-¡Es todo culpa mía! Me advirtieron que
ser así traería consecuencias.- Sollozaba y gemía sin poder parar.-
-Tomaremos un deslizador, iremos tras
ellos.- Le dijo Julieth sin hacer caso a esas palabras.-
-No.- Musitó entonces Daphne, mirándole
compungida para agregar.- Quiero decir, yo iré. Tú, vete por favor…no podemos
volver a vernos.
-Comprendo.- Asintió su interlocutora.-
Quiso
abrazarla pero la destrozada madre de David se negó apartándose. La que hacía
apenas unos minutos había unido su cuerpo al suyo repartiéndole tantas
caricias, ahora la rehuía como si estuviera apestada. Sin embargo, la doctora
podía entender eso muy bien. Ella también era madre.
-Se pondrá bien. Os deseo lo mejor. De
veras…Adiós Daphne.- Pudo susurrar casi atragantándose con las palabras.- ¡Cuídate!
Y
sin más salió de allí, por su parte la agitada madre del niño se dio cuenta de
que iba desnuda, únicamente cubierta por aquella sábana. Se vistió lo más
deprisa que pudo y tomó un deslizador. Rezando de camino por su hijo.
-Haré cualquier cosa, ¡haré lo que sea!,
te prometo Señor que nunca más seré indigna de mi familia.
La
ambulancia llegó enseguida. Martin acompañó a los enfermeros que llevaban al
crío en una camilla. Entrando en el hospital fue Naya quien primero se
aproximó. Al relatarle lo sucedido enseguida mandó al crío a la UCI.
-No temas, le hemos estabilizado,
posiblemente sea algo vírico.- Le comentó al asustado padre confirmando el
diagnóstico anterior de Julieth.-
-¿Cuándo sabréis más?- Inquirió con
manifiesta preocupación.-
-En unas horas.- Le respondió la doctora
Rodney.-
El
muchacho asintió despacio, yendo a sentarse a la sala de espera. Al poco llegó
Daphne muy agitada. Fue su marido quien tuvo que sujetarla para detenerla dado
que quería ver al niño.
-Han dicho que está estable, por el
momento solamente podemos esperar.- Le comunicó con tono neutro y sosegado.-
Ella
solo fue capaz de mirarle entre lágrimas y bajar la cabeza. Al fin reunió valor
para musitar.
-Yo, no sé qué decir…
-Pues no digas nada.- La cortó él con
tono sereno, sentenciando.- Ahora nada de eso importa, solo nuestro hijo
cuenta.
Ajena
a esto Maggie estaba haciendo su ronda de rigor. Le quedaba poco para volver a
casa. Su turno casi había terminado. Vio venir a Naya que lucía un gesto
preocupado.
-Hola.- La saludó.-
-Maggie, ¿tienes un momento?- Le pidió
la doctora Rodney.-
-Sí, claro.- Repuso la enfermera.-
Su
interlocutora la puso en antecedentes de lo sucedido. Y no parecía ser
demasiado optimista al remachar.
-No tenemos idea de lo que pueda ser.
Tengo que llamar a mi hermano. Hoy era su día libre, pero seguro que vendrá lo
antes posible.
Maggie no tardó en reaccionar exclamando
con inquietud.
-¡Dios mío! voy a verles enseguida.
Su
contertulia asintió y la enfermera fue enseguida hasta la sala de espera. Allí
encontró a la pareja, ella sentada en una silla e inclinada hacia delante, con
la cara tapada entre las manos, él de pie y con la mirada perdida hacia el
pasillo.
-Naya me lo ha contado. Si hay algo que
pueda hacer.- Declaró la recién llegada.-
-Gracias, pero no hay nada.- Suspiró
Martin.-
-Sí que lo hay.- Gimió Daphne sin variar
su postura.- Reza por él, ¡por favor!
-Lo haré, claro que sí.- Convino la
enfermera tomando asiento junto a esa pobre chica.- Rezaremos juntas.
-Yo no soy digna de rezar.- Balbució la
devastada maestra.-
-Todos lo somos si nuestras plegarias
son justas y deseando el bien de otros.- La animó Maggie.-
-Tenías razón.- Admitió entre lágrimas
Daphne, despegando al fin las manos de su rostro para musitar.- Lo que me
dijiste, me avisaste, y yo…
Su
interlocutora la observó perpleja sin saber a qué podría referirse aunque optó
por no preguntar viendo a Martin cerca. El chico miraba a su mujer pero no con
expresión preocupada o triste, sino severa.
-Será mejor que vayáis a descansar un
poco.- Se atrevió a decir la enfermera.-
-No, ¡no me moveré de aquí hasta que mi
hijo esté bien! - Exclamó Daphne.-
Martin
no dijo nada pero él sí que salió de la sala. Su esposa se quedó llorando siendo
abrazada por Maggie. Al fin, la maestra se decidió a hablar, confesando.
-Ha sido horrible… Horrible.
-Tranquila, es un niño fuerte, seguro
que se recuperará.- Le aseguró su interlocutora pese a las preocupantes
palabras que Naya le dijera.-
-No, no me refiero a eso ahora.- Pudo
decir su contertulia dejándola perpleja, más al agregar con patente sentido de
culpabilidad.- Soy yo, se trata de mí. Mi propio hijo me ha visto en pecado. ¡Oh
Señor! Justo antes de…de que él…y si le pasara algo, la última imagen de su madre
que se llevaría…
Mirándola
con extrañeza la enfermera aguardó hasta que su interlocutora le contó aquello.
La impactada enfermera tardó unos instantes en hablar y apenas sí pudo musitar
escandalizada.
-¡Por el amor de Dios, Daphne!
-Sé que no tengo perdón…-Pudo gemir la desesperada
muchacha, añadiendo.- Pero mi hijo no merece ser castigado por mi culpa.
-No temas nada, Dios no le castigará.-
Afirmó Maggie tratando pese a todo de sonar animosa.- Por eso debes arrepentirte
sinceramente y no volver a pecar.
-Es superior a mis fuerzas.- Confesó la
desolada joven.-
-Por favor, Daphne. Las cosas ya están
demasiado complicadas.- Contestó ahora la enfermera, sentenciando de forma lapidaria.-
Tienes que luchar por tu redención.
Y
es que, tras los últimos años, un clima de fervor religioso había impregnado a
mucha gente en Nature, sobre todo tras ese ataque terrible que costó tantas
vidas y destrucción. Cuando se corrieron los rumores de que algunas feministas
radicales lo habían encabezado las cosas se pusieron muy mal para todos
aquellos que no guardasen la ortodoxia. Bastantes líderes como el reverendo
Corbin, el imán Alí o hasta algunos sacerdotes católicos, habían unido fuerzas
de forma realmente increíble. Ese era el movimiento conocido como la nova religión,
que aunaba a fieles de credos muy distintos con la común convicción de que, por
encima de sus diferencias de fe, estaba el respeto a la ley de Dios. Y esa ley
hablaba por ejemplo, sobre lo que era correcto. Así, las relaciones entre
personas del mismo sexo habían pasado a demonizarse culpándolas del
comportamiento antinatural exhibido sin ir más lejos por las Feminax. Esas
traidores a la raza humana y a las formas de vida naturales. Por supuesto,
también gran parte de la población de Nature se oponía a ese neo
conservadurismo, pero cada vez eran menos, dado que en los colegios, sin ir más
lejos, eran los seguidores de la nueva religión los que tenían el control. Ese
acuerdo de reconstrucción en el que las órdenes religiosas de distintas
confesiones habían puesto recursos y dinero en grandes cantidades les había
procurado una posición muy ventajosa en ese aspecto. Con el tiempo, muchas
familias que llevaban a sus hijos a las escuelas se fueron permeabilizando a
esas ideas. Así, a la hora de votar, los candidatos que las favorecían eran los
que mejores resultados sacaban.
-Lo haré, te juro que lo haré.- Afirmó
la maestra tras guardar unos momentos de culpable silencio, añadiendo al fin.-
Aunque ahora solo me importa mi hijo. Si él no sobreviviera, yo… ¡yo me tiraría
por la ventana! - Sollozó tapándose la cara una vez más con ambas manos.-
-Ni se te ocurra pensar en eso
siquiera.- Le ordenó Maggie con una mezcla de temor y enfado.- ¿Acaso no te
conté lo que le pasó a mi profesora?. Fue tratada muy injustamente pero eso no
justificaba que se quitase la vida. Y la encontré en el Infierno. No sigas sus
pasos, Daphne. Tú eres una buena mujer.
Solamente estás confundida, como lo estuve yo. También viví una
situación semejante, incluso cuando mi primo me sorprendió con su prometida en
la cama. -Le confesó todavía con amargura agregando.- Mis tíos y él jamás me
han perdonado. Incluso años después, cuando quise disculparme, cuando les
aseguré que había cambiado. Por eso hay cosas que son irreparables. Tú has
cometido errores como lo hemos hecho todos. Pero no te juegues tu alma
inmortal.- Sentenció la enfermera para concluir su alegato.-
Su
interlocutora entonces volvió a mirarla tras apartar las manos de su rostro y
asintió. Así Maggie la pudo convencer para que descansara. Al poco Martin la
relevó. Pasaron unos días en los que se fueron turnando y por fortuna David
mejoró. En efecto, aquello pareció haber sido causado por un virus. El propio
doctor Ginga se ocupó de atender al crio y junto con su hermana lograron combatir esa extraña dolencia con éxito.
Tanto fue así que, a los seis días, David fue dado de alta. Sus emocionados y
reconocidos padres estaban ahora muy felices. Tras dar las gracias más efusivas
a los médicos y a Maggie volvieron a casa. Sin embargo, quedaba todavía aquel
otro tema pendiente. Daphne no había vuelto a ver a Julieth. De hecho, ésta
anunció que se marchaba de Nature con su hija Helen. Le había surgido una muy
buena oferta de trabajo en Bios y eso fue el hecho determinante, junto con lo
sucedido en casa de los Carson, para decidir recomenzar su vida. Además,
tampoco aguantaba más la asfixiante presión de esos fanáticos religiosos. El
grupo de Corbin sobre todo hacía muchas e incómodas preguntas sobre una madre
soltera a la que siempre se la veía con otras mujeres. La doctora tuvo que
borrar incluso algunas anónimas pintadas que la acusaban de desviada, temiendo
también por la seguridad de su propia hija. Y una tarde, a la vuelta de la escuela,
la propia Helen fue insultada y agredida por otras chicas. Esa fue la gota que
colmó el vaso. Julieth no tardó en irse al fin, deseándole lo mejor a Daphne y
contenta al menos de que el hijo de su amante se hubiera reestablecido. Aparte
de lo sucedido le tenía mucho cariño al crio al que había tratado desde que
nació. Por su parte, el matrimonio tuvo que afrontar el momento que habían
estado posponiendo. Con el pretexto de un viaje para los dos, una especie de
descanso tras lo sucedido, dejaron a su hijo, ya recobrado por completo, al
cuidado de los padres de ella. Los de Martin estaban entonces de viaje en la
Tierra. Por suerte, David apenas si recordaba lo que vio, y en todo caso, sus
padres podrían decirle que lo interpretó mal o que estaba confuso por la
fiebre. De este modo ese asunto quedaba zanjado. Al menos por lo que al crio
respectaba. Así, la pareja viajó hasta un hotel casi en la zona más boscosa de
Nature, para estar a solas. Al entrar en la habitación de su alojamiento y tras
cerrar la puerta, ella miró a los ojos a su esposo y musitó.
-Sé que no tengo perdón. Y que te he
hecho mucho daño. No sé qué decir.
-No digas nada.- Replicó él, tomándola
suavemente de los hombros.- Las palabras entre nosotros son innecesarias. Al
menos por esta causa.
Y
es que Martin tenía algo planeado. A decir verdad, él también se sentía
culpable. Y deseaba sincerarse con su esposa. Quizás ya fuera hora de hacerlo.
Lo primero fue crear una atmósfera adecuada. No dudó en usar una antigua
canción que venía muy al caso, en tanto la abrazaba para sorpresa de ella.
Las palabras como la violencia
rompen el silencio
rompen el silencio
Llegan chocando
En mi pequeño mundo
Doloroso para mí
Me atraviesan
Me atraviesan
¿No lo puedes comprender?
¿Oh, mi pequeña chica?
Todo lo que siempre quise
Todo lo que siempre necesité
Está aquí
En mis brazos
Las palabras son muy innecesarias
Las palabras son muy innecesarias
Solo pueden hacer daño
Votos han sido dichos
Para ser rotos
Sentimientos son intensos
Las palabras son triviales
Los placeres permanecen
Como lo hace el dolor
Las palabras son triviales
Los placeres permanecen
Como lo hace el dolor
Las palabras carecen de significado
Y son olvidables
Todo lo que siempre quise
Y son olvidables
Todo lo que siempre quise
Todo lo que siempre necesité
Está aquí
En mis brazos
Las palabras son muy innecesarias
Las palabras son muy innecesarias
Solo pueden hacer daño
Todo lo que siempre quise
Todo lo que siempre necesité
Está aquí
En mis brazos
Las palabras son muy innecesarias
Las palabras son muy innecesarias
Solo pueden hacer daño
Todo lo que siempre quise
Todo lo que siempre quise
Todo lo que siempre necesité
Está aquí
En mis brazos
Las palabras son muy innecesarias
Las palabras son muy innecesarias
Solo pueden hacer daño
(Enjoy the
silence. Depeche Mode, credito al autor)
Daphne
no pudo evitar llorar una vez más, abrazada a su esposo en tanto escuchaban esa
canción. No podía creer que él la quisiera tanto como para perdonar aquello. Y
cuando la tonada concluyó, Martin en efecto, le dijo.
-No ignoraba ya como eras cuando me casé
contigo. Siempre te he amado, Daphne. Y no puedo culparte por ser como eres.
Comprendo que no puedas sentir lo mismo por mí.
-No, no es cierto.- Quiso negar ella,
abrumada por el pesar y la falta, aunque su marido la interrumpió.-
-Sabes que lo es. – Sonrió débilmente
él, confesando entonces.- Y creo que toda la culpa fue mía por obligarte a
seguir un destino que quizás no te correspondía.
-Tú nunca me obligaste a nada.- Rebatió
la perpleja joven, sentenciando.-Fui yo quién lo eligió.
-No, no fuiste tú. -Musitó él bajando la
vista para desvelar.- Todo estaba escrito. Y yo escribí gran parte de eso. En
realidad nunca tuviste otra opción.
Ahora
sí que su contertulia estaba realmente confusa. No comprendía a qué pudiera
estarse refiriendo su marido. Y éste todavía agregó.
-Solamente quiero que sepas que me
enamoré de ti desde la primera vez que nos vimos en la facultad. Y eso fue en
aumento día tras día al trabajar juntos en el Clargin y compartir los nervios
de los parciales…-sonrió levemente bajando la cabeza, para añadir ya con tono
consternado.- Y que cuando descubrí lo tuyo con Sabra…
-¡Lo siento! - Sollozó ella, creyendo
que él se refería a otra cosa.- Debí confesártelo antes, pero tenía miedo.
-No.- Repuso Martin.- Escúchame.- Le
pidió mirándola con pesar para desvelar.- Yo os vi en esa discoteca, a las dos.
Y salí de allí rabioso, deseando que esa mujer desapareciera, pero no sabía qué
hacer. Y fue entonces cuando ese extraño hombre apareció.
-¿Hombre?- Inquirió Daphne mirándole sin
comprender nada.- ¿Qué hombre?
-Uno que me dijo exactamente lo que iba
a suceder, sabía cosas que me habían ocurrido y que no le había contado a nadie. Me demostró todo aquello y luego me
dio una pequeña agenda. Me dijo que escribiera cualquier cosa que yo deseara,
así se haría realidad.
Su
esposa le observaba pero ahora con creciente preocupación. ¿Qué significaban
todos esos disparates?. Acaso Martin le estaba gastando una broma. No, no creía
que fuera el caso. La situación era demasiado seria. Es más, parecía creer todo
lo que decía. ¿Quizás el comportamiento de ella le había hecho perder la razón?
¿Era esa una forma de no culparla por lo que había hecho? Sin saber qué hacer,
decidió seguir escuchando más con creciente temor por él, en tanto su
contertulio alegaba entre consternado y atónito, admitiendo.
-Luego no sé qué sucedió, cuando diste
tu testimonio en el juicio. Porque eso, eso no lo escribí yo.
-¡Por supuesto que no, cariño! - Pudo
musitar ella sonriéndole en un intento de calmar la creciente agitación de su
esposo.- Fui yo, yo decidí lo que quise hacer. Y te elegí a ti.- Le aseguró.-
Nadie escribió nada, ni me impuso lo que tenía que declarar. Yo misma me di
cuenta de que te quería. Porque de algún modo supe lo que pasaría si renunciaba
a ti. Tuve una especie de visión.
Turno
de Martin de escucharla con sorpresa e incredulidad. Aunque el chico repuso al
fin con tono alicaído, bajando la cabeza.
-Sin embargo, luego supiste por tu
hermana la verdad. Y cuando me lo dijiste, creí que te irías con ella. Fue
entonces cuando decidí dejar de luchar y escribí una última cosa. Solamente una
más.
-¿Cuál?- Preguntó ella con interés.-
-Anoté que solo deseaba que fueras
feliz.- Repuso él suspirando, dejando incluso caer algunas lágrimas.- Me di
cuenta que no era justo para ti. Que no podía obligarte a que me eligieras a
mí. Que te estaba forzando a vivir en un infierno.
La
emocionada Daphne se abrazó a su marido. Ahora se sentía mucho peor todavía. Afirmó
con toda su convicción.
-He sido muy feliz a tu lado, teniendo a
nuestro hijo… De veras, no eres tú quien tiene la culpa de esto. ¡Claro que te
elegí a ti!. Por favor, tienes que creerme. Y te prometo que, a partir de ahora…
Aunque
él no le permitió seguir, posando con suavidad una mano sobre la boca de ella,
para declarar entre emocionado y lleno de pesar.
-Te quiero y si es lo que tú deseas, no
me importa compartirte. Si necesitas estar con otras mujeres no me opondré. Lo
único que te pido es que nuestro hijo quede al margen. ¡Que nuestra familia no
se rompa!
Y
eso fue lo último que Daphne hubiera esperado escuchar. Ahora sí que lloró sin
poder contenerse. Seguro que la intención de su marido no había sido esa, todo
lo contrario, pero ella no podía sentirse más vil. Solo movió la cabeza en
negación, tratando de mirarle para afirmar con desesperación.
-¡Eres tú a quien quiero! Entre Julieth
y yo no había amor, solo lujuria. Y eso es culpa mía. Es un pecado terrible. Pero
te prometo que me corregiré. ¡Por favor, ayúdame!
Y
antes de que su esposo fuese capaz de responder, la mujer se abalanzó contra él
abrazándole para estrellar sus labios contra los suyos. Ambos cayeron a la cama
y ya no hubo más palabras, únicamente las de esa canción que Martin había
dejado en modo bucle. Tras desprenderse de sus ropas la pareja consumó una
relación íntima como hacía mucho tiempo que no había hecho. Daphne solo quería
compensar a su marido por aquella amarga situación. El joven sintió en efecto
una dosis de pasión y de entrega por parte de su mujer como jamás había experimentado.
Pese a ello, las palabras que un individuo le dijera hacía unos años, todavía
resonaban en su cabeza. Fue al poco de terminar el juicio. Cuando, tras dejar a
Daphne en casa, regresaba tranquilamente por el parque. Entonces, un hombre
alto y moreno, de ojos violetas, le abordó inopinadamente y le comentó.
-Todas nuestras acciones tienen
consecuencias. Y algunas son realmente imprevisibles.
-¿Quién es usted?- Quiso saber Martin
observándole con perplejidad.-
-Eso no importa. Lo único que debes
saber es que aquel que te dio ese poder ya no lo posee. Las cosas volverán a su
cauce por sí mismas. Pero a costa de más dolor y sufrimiento, porque cuando se
juega con lo que debió ser y se fuerza a que no lo sea, siempre hay terribles
consecuencias. Piensa en ello, Martin.
-¿De qué me está hablando?- Inquirió el
muchacho con patente asombro.-
Sin
embargo, ese tipo se alejó sin responder. Caminaba tranquilamente en dirección
hacia un grupo de gente que paseaba por allí. Martin trató de seguirle para poder
interrogarle pero bastó que ese desconocido se cruzara entre algunas personas
para que el asombrado maestro no pudiera volver a verle más.
-Y ahora creo que lo empiezo a
comprender.- Pensaba mientras se afanaba en retornar los besos y caricias a su
ávida esposa.-
Y fruto de esa
momentánea pasión la muchacha volvió a quedar encinta. Esta vez de una niña.
Así los meses fueron pasando para todos y el curso de las cosas yendo poco a
poco hacia aquella temible profecía.
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